¿Debe el estado
intervenir en la economía?.
¿Puede influír en el desempeño de la
economía?.
¿Sólo debe utilizar -como proponen los
monetaristas- el freno o el acelerador a través de la
oferta
monetaria?. ¿O los gastos
gubernamentales y la política
fiscal -como sostienen los keynesianos- deben actuar para
agregar o desagregar demanda?.
Veamos para comenzar, como puede impactar la política
gubernamental a la hora de plantear un modelo de
ocupación y sus repercuciones
históricas.
De la lectura de
diversos artículos periodísticos -recientes- surge
el comentario sobre la escasez de
empleados, calificados o no, para los miles de puestos que se
ofrecen a diario en Estados Unidos.
Destacaba la información, incluso, el reclutamiento
de medio millón de trabajadores en Alemania para
una empresa de
software
norteamericana (la cifra nos parece muy alta, pero respetamos el
original).
Ello contrastaba, en esa misma fecha, con la
ocupación de la Bolsa de Comercio en
París por parte de desempleados, reclamando puestos de
trabajo.
Existe por lo tanto en la actualidad una comparación que
puede resultar aleccionadora para muchos países. Europa y Estados
Unidos, juzgados por las implicancias de sus políticas
de empleo, dan
cuenta de distintas metodologías para encarar el problema
dentro de sus territorios.
Horst Siebert, "Labor market rigidities", y Stephen
Nickeil, "Unemployment and labor market rigidities" en Journal of
economic perspectives -1997, enumeraban detalles de sumo interés,
destacando que en la historia
reciente:
"1 – El desempleo
europeo ha sido menor al americano durante los años 70.
Pero desde los años 80 fue siempre mayor.
2 – La tasa de desempleo en Estados Unidos no ha
aumentado de 1970 a la fecha. Se mantuvo estable alrededor del
5-6%. Europa fue testigo de aumentos considerables.
3 – El empleo creció en Estados Unidos un 58%
en el período 1970-1996 (47 millones de puestos de
trabajo), mientras que en Europa lo hizo en sólo 12% (18
millones de puestos).
4 – La relación empleo población cayó en Europa de 65 a
60 por ciento, mientras en Estados Unidos se mantiene en
alrededor del 75%
Las razones que explican las diferencias se refieren a
los arreglos institucionales que involucran incentivos y
desincentivos en el mercado de
trabajo.
Del lado de la demanda, no sólo influyen el
precio final
de bienes y
servicios y la
productividad
del trabajo, sino también las regulaciones que afectan el
tiempo de
trabajo, despidos, los impuestos al
trabajo, etc.
En el tramo de la oferta no sólo influye el
salario
mínimo, sino tambien el nivel y la duración del
desempleo, pagos por seguridad
social y beneficios por desempleo, entre otros.Las
diferencias entre Europa y los Estados Unidos están dadas
por patrones institucionales, pues los shocks tecnológicos
sufridos han sido los mismos para ambas
economías.
Es importante destacar que al menos dos países de
la OCDE tienen tasas de desempleo menores que Estados Unidos:
Japón y
Suiza exhiben con orgullo tasas del orden del 2,6 y 1,8
respectivamente para 1996.
La centralización de las negociaciones
salariales causa menor diferenciación: los salarios
más bajos son "levantados" en Europa por razones de
supuesta equidad. Y
esto lleva a que no pueda existir un ajuste necesario hacia un
nuevo equilibrio con
pleno empleo. Por ello, vemos que al no poder ajustar
el precio, el mercado de trabajo ajusta por cantidades, generando
desempleo. Europa, exceptuando al Reino Unido, muestra una baja
dispersión salarial, en tanto que Estados Unidos exhibe
una tendencia creciente a la diferenciación
salarial.
Las características institucionales del proceso de
negociación salarial también
difieren en ambas regiones. En Europa predomina la
determinación de salarios en nivel nacional o por industria, en
tanto que en Estados Unidos las condiciones de negociación
son propias de una economía de mercado: se negocia por
empresa,
existe descentralización, bajo nivel de
sindicalización y casi nula coordinación de cambios de salarios en
nivel nacional, lo cual facilita adaptar las condiciones de
trabajo a la realidad de cada empresa. Como medida de cuan
flexibles son las normas
institucionales en uno y otro continente, se observa que cuando
el desempleo cobra importancia se necesita 1 año en
Estados Unidos para generar la mitad del ajuste salarial
necesario, en tanto que en Europa el período necesario es
de 3 años y medio para Francia o 4
años para Alemania.
En Europa, los impuestos al trabajo que inciden tanto en
la oferta como en la demenda han tenido un efecto negativo
importante desde los años 70. Con altos impuestos al
factor trabajo (altas cargas sociales sobre la nómina
salarial), una empresa responde utilizando técnicas
capital-intensivas, con lo cual se desplaza
trabajo. Por el lado de los trabajadores cuando se establece una
"cuña" entre los costos laborales
reales y el salario efectivo se incentiva la búsqueda de
trabajos en la economía informal.
La legislación europea, que brinda supuesta
"protección" laboral a los
trabajadores, sólo mira los efectos inmediatos sobre la
demanda laboral omitiendo una necesaria mirada prospectiva de
largo plazo. En términos intertemporales, las reglas de
protección inducen a una menor demanda laboral, pues las
firmas, anticipándose a probables shocks adversos, ajustan
"ex-ante" la demanda de trabajo.
El auge del estado del
bienestar en Europa en los años 70 implicó medidas
como, por ejemplo, mayor facilidad en la obtención de
beneficios laborales, extensión de programas de
ayuda a desocupados; diferencias entre los salarios más
bajos de la escala y los
ingresos de
los que no trabajan en el estado del bienestar que se hicieron
más pequeñas; aumento del salario
mínimo"
Ya que estamos citando artículos
periodísticos, veamos lo que dicen Bob Davis y David
Wessel redactores de The Wall Street Journal (marzo 1998), en
otro ejemplo -digamos inverso- sobre la "conveniente"
intervención del gobierno en la
economía:
"Washington. El Departamento del Tesoro le indicó
a las autoridades japonesas que necesitan con urgencia recortar
los impuestos y aumentar el gasto
público en 65.000 millones de dólares a 80.000
milones de dólares.
En Estados Unidos crece la preocupación frente al
hecho de que Japón esté haciendo tan poco para
estimular su moribunda economía. Y a diferencia de
intentos anteriores para influír en la política
comercial y fiscal de
Japón , Estados Unidos ahora cuenta con un amplio respaldo
de Europa y Asia………
…….Según el Tesoro y el Fondo Monetario
Internacional (FMI),
Japón tiene en la actualidad una política de
austeridad fiscal. Funcionarios de alto rango del Tesoro piensan
que sólo para asumir una posición más
austera, Japón tendría que recortar impuestos y
aumentar el gasto público en una suma equivalente a un
1,2% de su PIB, que
asciende a 500 billones de yenes (3,92 billones de
dólares).
Como la economía japonesa está tan
deprimida, Estados Unidos quiere que Japón haga más
que eso.
El Tesoro propone un paquete de estímulo de entre
1,5 y un 2% del PIB(62.680 a 78.359 millones de dólares),
que no incluyan trucos contables, gastos ya planeados o gastos
que no fomentan el crecimiento, como compras de
tierra……
…….Robert Rubin, Secretario del Tesoro, y su
Secretario Adjunto Laurence Summers, han aprovechado casi
cualquier oportunidad para presionar a Japón
públicamente. "Creemos que es muy importante que
Japón genere un mayor crecimiento
económico en base a la demanda doméstica; no
sólo para Japón, sino para la recuperación
de Asia".
Diversos organismos multilaterales comienzan a compartir
su opinión. A finales de enero, en una serie de juntas de
la OMC sobre
Japón, "los participantes recalcaron la importancia de que
Japón estimule la demanda doméstica, en vez de
depender de las exportaciones
para su recuperación económica"".
¿Los monetaristas resucitan a Keynes?.
¿No era que Thatcher y Reagan habían "ganado" la
batalla contra el intervencionismo estatal?
Como se digiere la presión de
Estados Unidos a Japón, para que reanime su
economía, con la opinión de Peter Drucker, en su
libro Tiempo
de desafíos-Tiempo de reivindicaciones, cuando dice: "El
gobierno, en especial, ha pasado a ser el centro de la tormenta
en el mundo no comunista (1995), con la amenaza de trastornos
económicos y monetarios súbitos e impredecibles. El
legado de cuarenta años de fracaso del "estado de
bienestar keynesiano", cuyas políticas dominaron el mundo
occidental no comunista antes de 1985. Estas amenazas no
están en modo alguno limitadas a los países en
desarrollo".
¿Es bueno que el estado no intervenga en el
mercado de trabajo, o en la política
social; pero que si lo haga para mejorar los negocios de
las multinacionales, para sostener las cajas de ahorro, los
bancos, las
cotizaciones de las bolsas, contratar obra pública, o
subsidiar a las grandes empresas?
¿Europa tiene "sobrepeso" -competitivo- por
exceso de estado del bienestar y Estados Unidos está
"atlético" por que no practica el estado del
bienestar?.
Veamos que opinan algunos autores sobre la
intervención del estado en la economía y sus
perspectivas, ante la
globalización:
"Dejando aún de lado los puntos de vista
más extremos, se acepta en general que el estado puede
influír en el desempeño de la economía, ya
de manera directa, como en el caso de la política fiscal,
o mediante el control de la
política
monetaria. En este último caso, sin embargo, un
considerable sector de la opinión sustraería el
manejo de la política monetaria de la esfera gubernamental
y haría más probable la consecución de
dinero neutral
encomendándolo a una autoridad
monetaria independiente, por regla general el Banco Central,
con un mandato para asegurar la estabilidad de precios", nos
dice Eric Roll (ob. cit.).
"El auténtico papel del gobierno en la ventaja
competitiva nacional es el de influír en los cuatro
determinantes(1-condiciones de los factores,2-condiciones de la
demanda, 3-sectores afines y de apoyo, 4-estrategia,
estructura y
rivalidad de la empresa). Los
condicionantes de los factores se ven afectados por las
subvenciones, la política respecto a los mercados de
capital, la política educativa y otra intervenciones por
el estilo. El papel del gobierno al moldear las condiciones de la
demanda local es más sutil. Los entes gubernamentales
establecen normas o reglamentos locales concernientes al producto que
delimitan las necesidades de los compradores o influyen sobre
ellos. El gobierno también suele ser un comprador
importante de muchos productos de
una nación,
entre los que cabe destacar productos para la defensa, equipo de
telecomunicaciones, aviones para las líneas
aéreas nacionales y muchos más. La forma en que se
desempeñe este papel de comprador puede ayudar o
perjudicar a la industria de la nación.
El gobierno puede moldear las circunstancias de los sectores
conexos y de apoyo de otras e incontables maneras, tales como el
control de los medios
publicitarios o el establecimiento de normativas para los
servicios de apoyo. La política gubernamental influye
también en la estrategia, estructura y rivalidad de la
empresa, por medio de mecanismos tales como la regulación
de los mercados de capitales, la política fiscal y la
legislación antitrust.
Es evidente que la influencia del gobierno en los
determinantes fundamentales de la ventaja competitiva nacional
puede ser positiva o negativa.
Desde una posición extrema algunos ven al
gobierno, en el mejor de los casos, como un participante pasivo
en el proceso de competencia
internacional. Su intervención más apropiada
consistiría en sentarse y dejar que las fuerzas del
mercado actuasen libremente. Mi teoría
y los datos que hemos
obtenido con nuestras investigaciones
no apoyan esta idea. La política que siga el gobierno
influye, tanto positiva como negativamente, en la ventaja
nacional.
El objetivo
primordial de la política gubernamental en cuanto a la
economía consiste en desplegar los recursos de un
país (trabajo y capital) con unos altos y crecientes
niveles de productividad.El objetivo del gobierno debe radicar en
crear un entorno en el que las empresas puedan mejorar las
ventajas competitivas de los sectores establecidos mediante la
introducción de una tecnología y unos
métodos
avanzados y mediante la penetración en segmentos
más avanzados.
La política gubernamental también debe
fomentar la capacidad de las empresas de un país para
penetrar en sectores nuevos en los que se pueda conseguir una
productividad mayor que en las posiciones cedidas en sectores y
segmentos menos productivos.
Si el primer requisito previo para una
política sensata sobre industria es contar con las metas
adecuadas, el segundo es disponer de un modelo idóneo de
medidas que pueden apoyar el éxito
competitivo.
Actualmente (1989), los gobiernos de casi todas las
naciones están tomando medidas para aumentar la competitividad. Algunas de las políticas
más descollantes son las siguientes: devaluación, liberación, privatización, atenuación de la
normas relativas a productos y medioambiente, promoción de la colaboración entre
empresas de varios tipos, fomento de las fusiones, reforma
fiscal, desarrollo regional, negociación de restricciones
voluntarias o de acuerdos pactados de comercialización, esfuerzos para mejorar el
conjunto del sistema
educativo, ampliación de la inversión oficial en investigación, programas gubernamentales
para financiar nuevas empresas y un papel mas dinámico en
cuestiones de defensa y otras formas de aprovisionamiento
oficial.
Entre los papeles más importantes, y
más tradicionales, de cuantos desempeña el gobierno
está el de crear y mejorar los factores, ya se trate de
recursos
humanos cualificados, de conocimientos científicos
básicos, de información económica o
infraestructura. Los países consiguen ventajas no tanto de
los factores de que disponen en el presente sino de la existencia
de unos mecanismos institucionales únicos que los mejoren
constantemente.(educación y
formación, ciencia y
tecnología, infraestructura, capital,
información, subvenciones directas)
El papel más adecuado para el gobierno es el
de impulsor y retador….en el más general de los planos,
uno de los papeles más esenciales del gobierno es el de
indicador…….los mecanismos más influyentes de que
dispone el gobierno para actuar sobre la ventaja competitiva
nacional son de efectos retardados, como la creación de
factores avanzados, el fomento de la rivalidad interior, la
definición de la prioridades nacionales, y la influencia
sobre el refinamiento de la demanda", nos dice Michael Porter
(ob. cit.).
"La idea de "un mercado libre" al margen de las
leyes y
decisiones políticas que el mismo genera es pura
fantasía. La renuncia del gobierno a asumir sus
responsabilidades en la creación del mercado puede tener
costosas consecuencias.
Ya no tiene sentido algo semejante a una
compañía o una industria norteamericana. La
economía norteamericana no es mas que una región de
la economía
mundial, si bien todavía es una región
relativamente próspera.
Mas allá de la rentabilidad o
de la participación en el mercado de las
compañías de una nación, el éxito
económico de la misma (o más precisamente de la
región de la economía mundial determinada por las
fronteras políticas de esa nación) debe ser
considerado de acuerdo con la calidad de
vida de sus ciudadanos, y por la posibilidad de mantenerla y
desarrollarla en el futuro", nos dice Robert B. Reich (ob.
cit.).
"Para los nacionalistas económicos de hoy, la
globalización es preocupante porque socava
la supuesta integridad del estado-nación en tanto unidad
organizadora de los asuntos interiores y exteriores. La
razón general de tal desasosiego es clara: como la
emigración ilegal o el calentamiento
global, la internacionalización de la industria y las
finanzas
erosiona la capacidad de un pueblo de controlar sus propios
asuntos.
¿Quiénes, sino las
compañías globales, son en la actualidad los
principales "actores" en el mundo de los negocios?. ¿No
está la tecnología creando ganadores y perdedores
(en empleo y carreras) al margen de donde uno viva?. En una
época de intercambio monetario ininterrumpido o, para el
caso, de calentamiento global, ¿son realmente
importantes los órganos nacionales tales como los Consejos
de Ministros o los Ministerios de
Comercio?. Y si todo esto es cierto, ¿como puede pensarse
que los países, como tales, pueden organizarse mejor el
siglo que viene?.
Para la mayoría de los ciudadanos la idea de
que no sólo las industrias o
actividades concretas sino los propios estados-nación se
estén volviendo anacrónicos es de lo más
perturbadora", nos dice Paul Kennedy (ob. cit.).
"En la era por venir la misión
apropiada del gobierno en las sociedades
capitalistas es representar el interés del futuro en el
presente. Pero los gobiernos actuales están haciendo
precisamente lo contrario. Están reduciendo las inversiones en
el futuro para aumentar el consumo en el
presente.
¿Como hacen la naciones-estado para poner en
vigor sus normas y regulaciones cuando las empresas se pueden
desplazar (a menudo en forma electrónica) hacia otro lugar sobre la
superficie del globo donde dichas regulaciones no se aplican?",
nos dice Lester Thurow en su libro El Futuro del Capitalismo
-(1996)
"¿Qué hacer entonces?. Un retorno a lo
político: La capacidad de descifrar las inquietudes, de
formalizar y hacer compartir un marco de interpretación de las mutaciones en curso,
con sus consecuencias benéficas y sus efectos perversos;
de proponer, por último, una trayectoria colectiva capaz
de establecer los términos renovados de un contrato social
duradero, vale decir productor de una certidumbre de si, apertura
a los otros y porvenir común.
La equidad puede definirse como una propiedad del
o de los criterios de igualdad que
se escogen.
Un contrato social
(entre sus cláusulas) debe definir los dominios en que la
sociedad
pretende promover la igualdad, lo que legitima al mismo tiempo
las diferencias que consiente.
Lo que hace insoportable las desigualdades, es que no
parecen legitimadas por ningún principio de igualdad
conocido; por añadidura, parecen contradecir los principios de
igualdad vehiculizados en los discursos
políticos: igualdad frente al impuesto, frente
a las prestaciones
sociales, frente a la
administración, etc.
Desde luego, la igualdad no es un estado sino un
proyecto, un
principio de organización que estructura el devenir de
una sociedad.
Lo que puede hacer intolerable las desigualdades
existentes no es tal vez tanto su crecimiento como un
debilitamiento del principio de igualdad que las legitima, o la
impresión de que ese principio ya no está
verdaderamente en vigor.
El contrato social estaría vacío de
sustancia si condujera a renunciar a modificar el determinismo de
las condiciones iniciales y a organizar un mínimo de
solidaridad, de
la que ahora se advierte mejor que esta animada por el deseo de
poner en acción cierta concepción de la
igualdad.
Toda idea de igualdad consiste en desdibujar o
compensar el peso del pasado para hacer menos desiguales las
condiciones del futuro.
Nada permite pensar que la globalización es
susceptible de perjudicar a los estados providencia europeos en
sus estructuras
actuales. La globalización no es responsable del
crecimiento de los gastos de salud considerados como
porcentaje del PIB. La globalización no nos impone tampoco
financiar nuestro estado providencia mediante impuestos al
trabajo, que en si mismos son generadores de desocupación. No es necesario que el estado
providencia desaparezca para ser a la vez correctamente
administrado y favorable a la competitividad.
Los principios que gobiernan la solidaridad deben
considerarse como intangibles, incorporados como lo están
a las reglas fundadoras del contrato social. Es posible mejorar
el funcionamiento del estado providencia. Pero no es posible
ponerlo en cuestión. El desafío que lanza la
globalización no se plantea en términos de
supervivencia sino de capacidad de acompañar el cambio
social", nos dicen Jean-Paul Fitoussi y Pierre Rosanvallon (ob.
cit.).
"Bajo las nuevas leyes propuestas, gran parte de la
autoridad para proteger el medio
ambiente, los alimentos, los
puestos de trabajo, o las pequeñas empresas, se
retirará de los gobiernos nacionales o locales, y de la
comunidad,
para pasar a mano de los Ministerios de Comercio, de las empresas
multinacionales y de la OMC", nos dicen Tim Lang y Colin Hines
(ob. cit.).
"La mayoría de los políticos siguen sin
tener claro hasta que punto están hoy bajo control de los
mercados
financieros e incluso son dominados por ellos (Tietmeyer
2/96).
La sequía de las finanzas
públicas debido a la economía sin fronteras no
sólo se produce por el lado de los ingresos. La nueva
transnacional dirige al mismo tiempo hacia sus arcas un
porcentaje creciente de los gastos públicos. La
competición por los pagos más bajos va
acompañada de la pugna por las subvenciones más
generosas.
La presión de la competencia internacional
empuja a los gobiernos a ofrecer estímulos financieros que
ya no son justificables aplicando criterios objetivos.
Junto a la soberanía monetaria y fiscal se tambalea ya
otro pilar del estado nacional: el monopolio
público de la autoridad. Porque igual que los bancos y los
consorcios, también las multinacionales del crimen se
benefician de la eliminación de las barreras legales para
la economía", nos dicen Hans-Peter Martin y Harald
Schumann (ob. cit.).
"Aunque en general se haya considerado al gobierno
como una carga, ha habido, costosas y significativas excepciones
a esta amplia condena. Se han excluído de la crítica, las pensiones profesionales, los
servicios médicos de las categorías de ingresos
superiores, el sostén de las rentas agraria, las
garantías financieras para los depositantes de bancos y
cajas de ahorro en quiebra. Son
firmes pilares del bienestar y la seguridad de la
mayoría satisfecha, nadie soñaría con
atacarlos, ni siquiera marginalmente, en ninguna contienda
electoral.
Aunque pueda condenarse la intervención del
estado en la era de la satisfacción, ha sido relativamente
amplia cuando se trataba de proteger los intereses de los
satisfechos y relativamente limitada cuando los problemas eran
de los pobres.
Tales son las excepciones que hace la mayoría
satisfecha a su condena general del estado como cargo. El gasto
social favorable a los afortunados, el rescate financiero, el
gasto militar y, por supuesto, el pago de intereses, constituyen
con mucho la parte más sustancial del presupuesto del
estado (1989) y la que más ha experimentado con gran
diferencia, en fechas recientes el mayor incremento. Lo que queda
-gastos para ayuda social, viviendas baratas, servicios
médicos para los sin ellos desvalidos, enseñanza pública, y las diversas
necesidades de los grandes barrios pobres- es lo que hoy es
considerado la carga del estado", nos dice John Kenneth Galbraith
en su libro La Cultura de la
Satisfacción (editorial Emecé –
1992).
"…….Debido a la erosión de
los mercados nacionales, el estado ya es un instrumento demasiado
débil para hacer frente a las fuerzas globalizadoras, al
tiempo que las redes de las grandes
multinacionales han venido aumentando significativamente su
capacidad de influencia y de control. Esto crea un problema grave
ya que muchos de los excesos del capitalismo competitivo
están reapareciendo en el plano mundial, por
ejemplo:
en el marco de la desregulación y
liberación de mercados, la movilidad financiera y de
capitales industriales a nivel mundial esquiva el marco regulador
basado en el estado nación;
cada vez hay más sectores financieros e
industriales tentados por las estructuras oligopolísticas.
Se toleran alianzas y fusiones entre empresas, tanto a nivel
regional como mundial, con el pretexto de que hay que potenciar
la competitividad global de la nación o de la
región;la legislación
laboral y los programas sociales se van desdibujando e
incluso desmantelando, aunque el desempleo masivo se convierta en
uno de los mayores problemas
sociales de los próximos 15-20 años; pero pesa
más el argumento de que la competitividad de las empresas
"locales" es el mejor camino para la recuperación del
empleo;vuelve a crecer la indiferencia frente a los
excluídos (mayor discriminación social y
más tolerancia, sobre
todo en las grandes ciudades, menos solidaridad entre regiones,
etc.);
en aras de la competitividad, cada vez se solicitan
más aplazamientos e incluso exenciones sobre las normas
para la protección medioambiental", nos dice el Grupo Lisboa
(ob. cit.).
"Existen cada vez menos economías "nacionales"
en el sentido tradicional. De manera que independientemente
incluso del nivel de estupidez de los políticos nacionales
son cada vez menos capaces de intervenir en la evolución económica. Por una
extraña coincidencia este proceso se afirmó durante
el mismo período (la década de los años
1980) durante el cual la locura neo-liberal de Thatcher y de
Reagan se expandió entre los países ricos. De
ahí resulta el estado caótico de la economía
mundial, en el que todo tipo de "accidentes"
catastróficos son posibles", nos dice C. Castoriadis (ob.
cit.).
"¿Que es una nación?. Una nación
no tiene mas definición que la historia, es el lugar de
una historia común, de comunes desgracias y de comunes
alegrías. Es el lugar de un destino
compartido….reúne a los hombres no por lo que son sino
por la memoria de
lo que han sido…..los lazos que unen a los ciudadanos de una
nación son el producto de una combinación
única de datos históricos, y nunca se reducen a una
sola dimensión, social, religiosa, o
racial.
Entre el estado-providencia que pretende hacerlo todo
-y lo hace mal- y unos ultra liberales persuadidos de que el
estado no puede hacer nada bien, ¿no hay sitio para un
camino intermedio, que redistribuya las responsabilidades a
diferentes niveles, en función de
la naturaleza de
los problemas a tratar?.
El estado-nación, en su pretensión de
combinar en un marco único las dimensiones
política, cultural, económica y militar del poder,
es prisionero de una concepción espacial del poder,
aún cuando intente redistribuír sus competencias
según un principio federal. El espacio ha dejado de ser el
criterio pertinente.
Es demasiado pronto para decir si se impondrá
entre los tres polos de la tríada, y particularmente entre
Asia y los otros dos polos, una diferencia esencial,
irreductible, capaz de resistirse al laminado de la
difusión del poder. ¿Nos convertiremos, a nuestra
vez, en "asiáticos", segun la lógica
del mundo imperial que a ello nos empuja?. ¿O nos
inclinaremos a resistir?. ¿Desaparecerá sin
sobresaltos el modelo europeo, cuyo ideal impusimos al mundo
entero bajo la forma de dos hermanos gemelos. el
estado-nación y la democracia?.
¿Aceptaremos un modo de organización
apolítica bien adaptado a los condicionantes del mundo
moderno, pero profundamente ajeno a la memoria de lo que
hemos sido?.
Toda nuestra cultura se opone a semejante
homogeneización…..acaso se constituyan varios imperios
en lugar de uno sólo. En el mundo de las redes y de
la difusión del poder, sus fronteras serán
inevitablemente inciertas, pues la pertenencia política no
sería sino una característica
secundaria.
Ya se ve a que callejón sin salida
podría precipitarnos esta homogeneización inacabada
del mundo: tres polos que se habrían hecho incontrolables
e imposibles de controlar. El mediocre funcionar de G-7 desde
hace unos años muestra bien, en el campo económico,
los bloqueos a los que puede conducir un mundo unificado y, a la
vez, privado de centro.
No es extraño, pues, que las democracias
nucleares de la era institucional en declive produzcan ciudadanos
amorfos y desengañados. La disuación nuclear,
desembocadura de la era institucional por la extremada
concentración de poder que impone, es también,
pues, el comienzo de la era imperial por la destrucción
del cuerpo político que organiza. La exaltación de
la nación-sujeto se hace a expensas de los
ciudadanos-sujetos del orden institucional.
A los que lamentan que la desaparición de los
estados-naciones sea también la de las democracias, se les
hará observar en efecto que aquella era fue la de una
extremada y terrible concentración de la violencia.
Disolver en el ácido de la conformidad la
multitud de las pequeñas diferencias es un método que
tiene sus límites, y
se ven hoy toda clase de
tensiones que, no sólo en los márgenes del mundo
relacional, sino en su propio seno, seguirán creando
desequilibrios, movimientos y conflictos.
La violencia de la era de las redes, la violencia del
tiempo de los imperios, tiene todas las oportunidades de ser
más difusa, menos extremada, pero no más
escasa.
Las guerras
futuras serán guerras sin frente. La guerra mundial no
sucederá a la paz. Pero ya nunca habrá paz.", nos
dice Jean-Paul Guehenno (ob. cit.).
"El bienestar personal y la
economía de mercado se combinan gracias a la
intervención del estado democrático que asegura la
integración de las exigencias de la
economía y las demandas sociales.
Hace tiempo que no podemos creer en el triunfo final
de un estado de derecho
capaz de manejar la dualidad propia de la modernidad y de
mantener el equilibrio entre la industrialización del
mundo y la libertad
personal, entre el espacio público y la vida privada. La
unión de la razón y la conciencia
quedó desgarrada", nos dice Alain Touraine en su libro
¿Podremos Vivir Juntos? (Fondo de Cultura Económica
– 1997).
"En este mundo inestable y rápidamente
cambiante, los poderes públicos tienen un triple papel
esencial que desempeñar: acompañar, impulsar y
anticipar las estrategias
industriales.
Business Week, 6 de abril de 1992. Política
industrial: Estas dos palabras están entre las más
controvertidas de la sociedad americana. Pero con el nombre que
sea, es seguramente necesario un plan para
estructurar el crecimiento para revertir dos
décadas de caída de la productividad que se
extingue. Ni el capital, ni los recursos, ni los conocimentos
constituyen una novedad. Para crear este bien y transformarlo en
nuevas
tecnologías, se impone un actor clave: el
gobierno.
Finalmente, para evitar los extravíos pasados,
y opuestos, de exceso de voluntarismo y de exceso de pasividad,
basta fijar dos límites al nuevo papel de los poderes
públicos: no intervenir jamás cuando el comportamiento
espontáneo de los actores económicos lleva al mismo
resultado colectivo ya que ahí aparecería una
ventaja ilegítima; jamás intervenir tampoco, cuando
existen operadores aptos para alcanzar los objetivos
buscados.
Políticas industriales
eficaces:
· en primer lugar hay que acompañar,
inclusive estimular, la actividad de los agentes. lo que conlleva
ventajas colectivas superiores a las que ellos mismos
obtienen;
· después hay que impulsar, ahí
donde existe demanda, pero la oferta es insuficiente, y anticipar
el desarrollo de las industrias del mañana ahí
donde los mercados actuales no proporcionan indicadores
suficientes a los decisores industriales", nos dicen Benjamin
Coriat y Dominique Taddei (ob. cit.).
"Otro factor que quizás contribuya a
transformar las naciones en el nivel internacional es el ocaso
del concepto de la
nación-estado de fundamento racial", nos dice Taichi
Sakaiya (ob. cit.).
"No podemos aceptar que la competencia internacional
y otras circunstancias económicas determinen un sendero
necesario de reducción de los niveles de bienestar general
que ya se habían alcanzado a niveles inferiores de
desarrollo tecnológico y de conocimiento y
conciencia social. Sólo nos faltan líderes
atrevidos e imaginativos.
El dilema llevado al extremo sería el
siguiente: o inventamos la forma de mantener el estado de
bienestar o contribuíremos a gestar la próxima
revolución
que aspire a derrumbar para siempre el sistema
capitalista con los sufrimientos que estos intentos generan", nos
dice Luis de Sebastian (ob. cit.).
"Segun Durkheim…….una sociedad en la que cada
individuo
persiga únicamente su propio interés, se
desintegraría en breve tiempo. El interés es lo
menos constante que existe en el mundo. Hoy me resulta
útil unirme a usted; mañana, la misma razón
hara de mi su enemigo.
En la concepción de Durkheim, el estado debe
desempeñar una función moral tanto
como económica; y el alivio del "malaise" del mundo
moderno debe buscarse en medidas que en general son más
morales que económicas.
Es un error básico creer que autoridad moral y
libertad son opuestos que se excluyen entre si; el hombre debe
sujetarse a la autoridad moral propuesta por la existencia de la
sociedad, puesto que sólo por su condición de
miembro de la sociedad obtiene toda la libertad de la que
disfruta. Para Durkheim no hay contradicción en esto,
porque "ser libre no es hacer lo que a uno le place; es ser
dueño de si mismo…….."", nos dice Anthony Giddens en
su libro El Capitalismo y la Moderna Teoría Social
(Editorial Labor – 1994).
"El estado-nación, en su definición
geográfica tradicional, comienza a aparecer como un sobre
vacío", nos dice Guy Sorman en su libro Hacia un Nuevo
Futuro (Editorial Emecé – 1991)
Ya tenemos bastante información y opiniones, para
centrar el debate en la
cuestión ¿Cuánto estado?, y tanto mejor, si
se discute, el como del estado.
Nuestra opinión -que abrimos a debate- es que se
necesita que el estado promueva y si no queda otra alternativa
provea -en tiempo y forma- las principales necesidades y
aspiraciones del hombre:
alimentación, vivienda, salud,
educación, libertad, trabajo, seguridad, energía,
transporte,
democracia, identidad
cultural, justicia,
solidaridad, información, comunicación y arte.
Mas allá de las funciones
genuinas del estado: sostener las relaciones exteriores; defender
la integridad del territorio; mantener el orden interior para
garantizar la seguridad de personas y cosas; establecer el marco
legal al que deben acomodarse las autoridades y los particulares
que, libremente, buscan la realización de sus objetivos
sin más límite que el respeto a la
libertad de los demás, conforme a derecho; e impartir
justicia para dirimir los conflictos entre los ciudadanos,
así como entre ellos y las autoridades, todos iguales ante
la ley;
deberíamos añadir la función subsidiaria,
consistente en proveer los bienes y servicios
públicos que el mercado no provea y resulten
necesarios.
Manifestamos nuestra preferencia por un estado
pequeño, moderno y eficiente. Sólo condicionado por
la libertad, la primacía de la persona, la
moralidad de
las acciones, la
confianza y la solidaridad.
Los más importantes vectores en un
orden social libre, como el que apoyamos,
serían:
· la libertad de elegir y la responsabilidad asociada a la misma
· la primacía de la persona frente al
estado
· el fin jamás justifica los medios, ni
siquiera en justicia social
· la confianza de los tratos y contratos, el
predominio de la ley y la libertad de intercambio
· solidaridad genuina, a partir de la
disposición y madurez -individual- para empezar a
ayudarse por sí mismo
Si el estado protege a la sociedad de la violencia y la
invasión de otras sociedades; protege a los individuos de
la injusticia y la opresión de otros miembros de la misma
sociedad, y provee de bienes públicos, con
moderación y sin interferir el libre juego de los
intercambios voluntarios, ofreciendo la máxima libertad
económica conveniente y la máxima libertad
política alcanzable estaríamos en condiciones
satisfactorias de democracia y prosperidad.
En el siguiente capítulo discutiremos sobre el
fin del estado-nación en el mercado global
y de las posibilidades y conveniencia de reinventar el
gobierno.
Ricardo Lomoro