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5 Sentidos




Enviado por gustavo_lubatti



    1. Vista
    2. Oído
    3. Tacto
    4. Gusto
    5. Olfato

    Los siguientes son cinco breves artículos sobre
    los cinco sentidos. Son reflexiones sencillas, el primero en el
    campo de la teología cristiana, y los siguientes cuatro en
    el de la filosofía.

    VISTA

    Ver con El, por El, y en
    El

    (algo sobre la visión desde cierta
    teología cristiana)

    Ver es un regalo de Dios. Estar abierto a todo. Percibir
    en el rostro de alguien mucho más que lo que se ve. Ver
    con el corazón.
    Corazón de Jesús, en el que late el mundo.
    Creación que refleja a su diseñador, tan
    inteligente que la dejó en libertad.

    Tan amor que
    dió su vida por ella. Dios pudoroso, que no nos abruma con
    su poder. Que
    deja las teofanías rimbombantes para manifestarse en la
    vida del humilde obrero, en un pueblo insignificante. Dios
    luz, en
    quién vemos todas las cosas, pero a quien no vemos. Solo
    el Hijo lo vió, y lo manifiesta. Hasta que Dios sea todo
    en todos. Hasta que todos seamos plenamente Cristo.

    Pablo dice: ahora vemos como en un espejo, borrosamente;
    después lo contemplaremos cara a cara. Pero, ¿ver a
    Dios no significaba morir?. Sería
    lógico.

    Pero la lógica
    del Amor nos destruye para resucitarnos. Purifica nuestra mirada
    para que veamos por primera vez, a veces recién
    después de muchos años. Viene a nuestro encuentro,
    y nos invita a un camino que nos lleva.

    Las religiones hablan de
    conversión, de iluminación. El encuentro inesperado con lo
    sagrado y la iniciación trabajosa se mezclan en distintas
    proporciones. Parte de ese proceso es la
    conciencia de la
    obscuridad. Ceguera que se descubre en parte culpable, y en parte
    purificadora, como preparación para una luz diferente.
    Conciencia de una ausencia, tan fuerte en el siglo XX, que
    dispone para una presencia más plena. O para una mirada
    recién nacida, de nuevo.

    Vemos porque necesitamos. Dios nos ve porque quiere
    necesitar de nosotros. Por amor. Nos mostramos porque estamos
    hechos para los demás. Dios se muestra,
    creándonos y salvándonos.

    Todo lo que existe se muestra y se oculta, en distintos
    grados, según su ser. Quién más conciente de
    sí es, y más tiene para dar, más puede
    reservarse, por respeto.
    Atendiendo a quien tiene delante, y su capacidad de recibir y de
    responder.

    A veces el hombre
    busca solo para dominar, quiere conocer para fabricar y vender, y
    nada más. O muestra para ostentar, para condicionar, para
    ocultar. Ansia desenfrenada de verlo todo, para no ver nada, nada
    que comprometa. Tal vez por no querer pasar por la cruz. O no
    detenerse a pensar. La "teoría"
    deja de ser una celebración religiosa, para convertirse en
    residuo industrial.

    Pero podemos ver. La belleza de Dios sigue
    sacándonos de las casillas. Su forma se ve en aquellos que
    dejan que El los forme. En los santos. Que son los que aman a
    fondo. En ellos resplandece la forma de Cristo. Aunque no lo
    conozcan.

    Cristo encarnado, que asume toda forma humana. Ver a
    Dios en todo hombre,
    especialmente en el más desfigurado. La presencia de
    Jesús en él es tan real como en la
    Eucaristía. Hace falta la misma fe, para reconocerlo en
    uno y en otra.

    Cristo en la Iglesia, en
    sus gestos y palabras, en su liturgia, en su caridad.

    Ver a Dios, esperanza que alienta en la historia. Religión que puede
    ser el opio del pueblo, una proyección de la imagen paterna, o
    falso refugio en el fracaso. Pero que mucho más
    auténticamente es sensibilidad para ese encuentro que nos
    lanza hacia adelante, concientes de nuestra imperfección,
    pero esperando ser vivificados plenamente por esa presencia que
    nos llama. Fe que puede ayudar a ver las mejores posibilidades de
    una sociedad, o de
    una persona.

    Fe inteligente que derriba los ídolos que
    continuamente se renuevan, desde sí misma, desde sus
    aledaños, o desde fuera. Idolos heréticos u
    ortodoxos. Mitos antiguos
    o nuevos. Desde la moderna fe en el progreso, por la
    técnica y el Estado,
    hasta la actual en "pasarla bien y divertirse".

    Necesitamos una "nueva inocencia", una capacidad de
    percibir lo simbólico, de manera crítica, pero real. Una nueva capacidad
    para la belleza, para unir la inteligencia y
    la imaginación de un modo que va más allá de
    la razón ilustrada, o de las ideas claras y distintas, que
    demostraron ser tan engañosas como el fantasma más
    barato. O cómplices. Y no es que haya que volver al
    barroquismo de interminables asociaciones y metáforas, o
    de deconstructivismos adolescentes.
    Pero sí reeducarnos, aunar ancestral sabiduría de
    vida con la moderna razón crítica y eficacia
    productiva. Recuperar la capacidad de ver más allá
    de lo que podemos medir y producir, comprar y vender.

    Dejarnos inmplicar por el organismo del mundo, y de las
    culturas.

    Como argentinos, no solamente abrir nuestros ojos a las
    innumerables agachadas, ajenas y propias, sino ser capaces de
    crear nuevos símbolos de nuestro deseo de ser nación.
    Nuevos acuerdos, consensuados, públicos, visibles. Sobre
    lo básico. Controlables.

    LLamados a mostrar, a ser testigos, de lo único
    que es digno de fe, el amor. A
    valorar la capacidad de la única manera de dar forma, sin
    violentar. A crear instituciones
    de la libertad. A pasar de la solidaridad ante
    las catástrofes, a la honestidad
    cotidiana, que no aparece en televisión, pero que es mucho más
    eficaz.

    Negarnos a ver el espectáculo degradante, el
    falso acontecimiento estupidizante, el palco de
    caretas.

    Acercarnos a observar al compañero que trabaja
    humildemente, al estudiante que es realmente tal, a quien se
    ocupa de su comunidad.
    Aprender de los otros. Purificar el corazón.

    "La promesa de Dios es ciertamente tan grande que supera
    toda felicidad imaginable. ¿Quién, en efecto,
    podrá desear un bien superior, si en la visión de
    Dios lo tiene todo? … la vida sin fin, la incorruptibilidad
    eterna, la felicidad imperecedera, la alegría
    ininterrumpida, la verdadera luz, el sonido espiritual
    y dulce, la gloria inaccesible, el júbilo perpetuo y, en
    resumen, todo bien.

    Pero, la condición para ver a Dios es un
    corazón puro, y ante esta consideración, mi mente
    duda de si esta pureza de corazón es de aquellas cosas
    imposibles y que superan nuestra naturaleza.

    Si en todas las cosas existe una ley acomodada a
    su naturaleza, y Dios no obliga a nada que esté por encima
    de la propia naturaleza, no hay que desesperar de alcanzar la
    felicidad que se nos propone. Esta pureza de corazón no es
    algo inalcanzable." (San Gregorio de Nisa, s. IV)

    "Gandhi decía que la libertad de la patria le
    importaba un bledo, porque lo importante era la libertad del
    hombre. Tenía una visión clarísima de las
    prioridades: primero Dios y descubrir ese tesoro que está
    dentro del hombre. Decía: ‘Tengo para mí que
    el fin de la vida es la visión de Dios, y he de
    conseguirlo, si es preciso, sacrificándolo todo: familia, patria y
    hasta la vida’."

    Lecturas

    R. Schaeffler, Filosofía de la
    religión
    .

    H. U. von Balthasar, Gloria I.

    Para las citas: San Gregorio de Nisa, en Liturgia de
    las horas
    , viernes XII durante el año; A. de Mello,
    Autoliberación interior (Gandhi).

    OÍDO

    RUIDO Y SILENCIO

    El ruido actual
    sólo puede ser percibido por quien alguna vez fue o
    será capaz de hablar. Por eso hay esperanza. Sólo
    el capaz de música lo sufre.
    También lo puede aprovechar. El caos, a veces, produce
    nuevas armonías, sintonías que identifican nuevas
    estructuras.
    Aunque lo que prevalece entre nosotros por ahora, parece ser,
    más que nada, pura bulla.

    Lamentablemente los sonidos más frecuentes en la
    Argentina de hoy no son tan agradables. En grupo, un
    hablar crispado; en la calle, el tráfico insolente; en el
    hogar, la TV como figura o como fondo; en la fiesta, puro
    volumen
    enlatado.

    Llama la atención la incapacidad para hacer silencio
    y escuchar, en la escuela, o en
    cualquier reunión. Parece que no tenemos tiempo, ni
    hábito, de silencio, exterior e interior.

    A la hora de analizar cómo hablamos, es notable
    el empobrecimiento del vocabulario y recursos
    utilizados. Por no mencionar la redundancia en los temas.
    Evidentemente la carencia de lenguaje no
    atenta solamente contra la expresividad, sino por sobre todo, a
    la capacidad de experimentar y entender la realidad de una manera
    más rica en matices y complejidades. ¿Y cómo
    deberíamos hablar? Deberíamos hablar.

    Occidente a reconocido una de las fuentes de su
    identidad en
    lo que expresara Aristóteles "el hombre es el único
    entre los animales que
    posee el don del lenguaje. La simple voz, es verdad, puede
    indicar pena y placer y, por tanto, la poseen también los
    demás animales […], pero el lenguaje
    tiene el fin de indicar lo provechoso y lo nocivo y, por
    consiguiente, también lo justo y lo injusto, ya que es
    particular propiedad del
    hombre, que lo distingue de los demás animales, al ser el
    único que tiene la percepción
    del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto y de las
    demás cualidades morales, y es la comunidad y
    participación en estas cosas lo que hace una familia y una
    ciudad-estado."(La
    política
    )

    La razón se ejerce comunitariamente, a
    través del diálogo.
    La percepción de la justicia es un
    producto de
    los grupos humanos
    que tienen institucionalizada, de diversas maneras, la
    participación inteligente y personal de sus
    miembros. No es algo que unos iluminados van a enseñar, ni
    algo previo a la existencia de la misma sociedad. Es aquello que
    la identifica, y la integra al resto del mundo. Pero su identidad
    e integración son dinámicas, y solo
    posibles mediante el ejercicio habitual del habla razonable, en
    condiciones de igualdad y de
    no coacción.

    El logos es a la vez palabra y razón,
    discurso y
    lógica. Cuando estos aspectos se separan, se pierden. Y
    así anulados, no es posible la comunidad, ni la
    persona.

    Uno de los dramas de la modernidad es la
    tensión entre estas dimensiones. Aquello que Habermas
    repite: el
    conocimiento se ha superespecializado de acuerdo a intereses
    (el interés
    por la verdad en el sistema de
    ciencia
    moderna; el por el bien en el del derecho; el por la belleza en
    el mercado del
    arte), y en
    cada sistema de saber prima la "razón instrumental", que
    no discute los fines, sino que prolonga, perfeccionándola,
    una técnica específica de manipulación de la
    realidad.

    Para la supervivencia del mundo, en el futuro cercano,
    se hace necesario reconectar estos ámbitos con la vida y
    el lenguaje cotidianos, para poder discutir, juzgar, decidir,
    sobre estos aspectos, de acuerdo a los fines que nos propongamos,
    participativamente, y no por la inercia de los sistemas de
    poder.

    En la evolución del ser humano, la capacidad de
    hablar, utilizando conceptos válidos más
    allá de la presencia inmediata de su referencia,
    permitió el desarrollo de
    una conciencia temporal. Salir de la clausura en el presente
    también posibilita tomar decisiones respecto al futuro.
    Ser libres. Esa capacidad (de pensar mediante el lenguaje,
    dialogando) se actualiza sólo mediante su aprendizaje
    cultural, sobre todo, en los primeros años de
    vida.

    Es interesante ver como todos los chicos criados en
    estado salvaje ("feral children"), por animales, o en estado de
    absoluto aislamiento, una vez integrados a la sociedad,
    jamás pudieron aprender a manejar más que unas
    pocas palabras, y nociones éticas. Siguieron siendo como
    animalitos, más o menos "domesticados". Por eso asusta ver
    la creciente dificultad de expresión y razonamiento en los
    niños.
    Porque después de cierta edad esto ya no se aprende
    más. La carencia es irreversible.

    Tanto el aspecto dialógico, como el temporal, del
    pensar, no pueden faltar. Cuando este se vuelve pura
    repetición del discurso dominante, cuando excluye a los
    implicados en él, cuando desprecia posibilidades de
    novedad real en la historia, cualquier lenguaje, por más
    transgresor que parezca, es funcional al ruido
    desgastante.

    Pero el discurso de la modernidad se ha frenado no por
    falta de palabras, y exceso de imágenes,
    sino por agotamiento. El ideal de la ciencia
    como garantía del futuro; del Estado, la política y la ley
    como protectores de las masas; del progreso indefinido por
    el trabajo y
    la tecnología; se ha vuelto, al menos,
    ambiguo.

    Además la duda va mucho más allá de
    lo que Descartes
    imaginara, perdiendo en el camino tanto el método,
    como las certezas que aquel autor todavía creía
    poder alcanzar. Si el sujeto se ha vuelto una construcción desencantada, cuanto
    más sus palabras parecerán, en su pretensión
    de verdad, pura ilusión.

    Sin embargo, el lenguaje sigue siendo capaz de
    comunicar, y de abrir mundo. Hoy tenemos la oportunidad de un
    discurso nuevo, más plural, más libre. Cansados de
    frases vacías, todavía no es fácil discernir
    quiénes tienen una palabra realmente original,
    "autorizada". Aunque se reconoce la vacuidad del mero eslogan
    publicitario, es difícil ir por otros carriles, si se
    quiere ser escuchado. Esto sucede incluso a los intelectuales.

    Así y todo, es de esperar que la belleza, que
    tiene sus propios argumentos, presente posibilidades
    inéditas (más allá de la mera fusión de
    estilos), y a sus mentores.

    Aunque las sinfonías no están de moda, algunos de
    los que creen en la verdad, tienen la esperanza de que esta sea
    "sinfónica". Que se dé en la complejidad de
    redes y
    referencias plurales. En ese dinamismo de lo uno y lo
    múltiple, en el que confluye el cosmos, lo divino, y lo
    humano. Un nuevo equilibrio
    entre ritmo, melodía, y armonía. Podría
    decirse que en el ritmo palpita lo eterno e inmutable; en la
    melodía la historia y el progreso; en la armonía la
    relación esencial entre partes "accidentalmente"
    agrupadas.

    Tal vez sea la época de recomenzar desde lo
    simple, como finalmente hace el personaje de "El juego de
    abalorios", de H. Hesse. Tal vez sea tiempo de reconectar estos
    aspectos de la realidad. El latir de la tierra, los
    devaneos de la razón y el sentimiento, los acordes
    sagrados de lo trascendente/inmanente. En música, esto se
    escucha en algunos artistas que fusionan estilos y culturas
    diversas, que, precisamente, se complementan en estos
    aspectos.

    Para lograr reconectar los aspectos antes mencionados,
    antes hace falta callar. Desintoxicarnos. Apagar aparatos.
    Apartarnos un momento. Y escuchar. Tal vez empecemos a percibir
    el silencio. Si perseveramos, hasta es posible que comencemos a
    notar que todo surge de ese silencio primordial. Que todo es
    palabra. Percibir el silencio, que nos habló. Nos
    habló porque somos su palabra, y nos habló porque
    se dirige a nosotros. Así oiremos todo ser como palabra,
    como expresión del Ser, que a su vez se origina en un
    insondable silencio. Y revalorizaremos nuestra capacidad de
    apalabrar el mundo, de configurar mundo con nuestro
    decir.

    Desarrollándolo humanamente, que no es lo mismo
    que dominarlo arbitrariamente. Previa escucha atenta y respetuosa
    de esa música que nos trasciende, y de la cual somos
    parte.

    "El hombre roza la cima de su conformación libre
    cuando llega a saber que las raíces de su misteriosa
    singularidad se hunden en el silencio. La comprensión del
    silencio originario descalifica a los apólogos de la
    subjetividad entendida como productora autónoma, no
    condicionada, de su propio sentido. Por obra de la conciencia
    receptora de ese silencio, la subjetividad puede llegar a
    reconocerse como indicio de una verdad que la trasciende. Por
    cierto, sólo gracias a la subjetividad esa verdad se
    convierte en algo intuido, en algo capaz de manifestarse como
    aquello que rebasa la conciencia y la condiciona" (S. Kovadloff,
    El silencio primordial)

    TACTO

    TOCAR LA VERDAD

    Se dice que el tacto es el sentido más primitivo,
    el más antiguo. Si ya la membrana celular es
    "inteligente", en cuanto regula el intercambio con el ambiente,
    mucho más lo es la piel, el
    órgano más grande del cuerpo. En cierto modo, los
    demás sentidos son especializaciones del tacto.

    Tal vez ese carácter arcaico le da su fuerza, el
    poder de sus impresiones. La sensación de que sus
    dictámenes son la última instancia respecto a la
    realidad. Si lo puedo tocar, existe, es de verdad.

    Pero aún los más acérrimos
    empiristas ingleses del siglo XVIII pronto se dieron cuenta de
    que "la más débil filosofía pronto destruye
    esta opinión […], al enseñarnos que nada puede
    estar presente a la mente sino una imagen o percepción, y
    que los sentidos
    sólo son conductos por los que se transmiten estas
    imágenes sin que sean capaces de producir un contacto
    inmediato entre la mente y el objeto" (David Hume,
    Investigación sobre el conocimiento
    humano
    12, 1, p. 1178-179). O sea, que ni tocándolos
    podemos llegar a conocer los objetos en sí
    mismos.

    La experiencia sensible es muy importante, pero lo real
    es otra cosa. Pero no vamos a meternos en este tema, menos hoy,
    donde lo "digital", siendo lo más abstracto, parece lo
    más real. Tanto se ha transformado nuestro tacto: desde el
    dedo (dígito) que toca, al dedo que cuenta, al que
    combina, al que representa, al que es. Porque como decía
    Baudrillard, hoy los simulacros (fundamentalmente, la T.V., los
    medios)
    preceden a la realidad, son más reales que la realidad
    misma, son la realidad. Para no quedar mal, tendríamos que
    desechar aquello de que cuando el sabio señala la luna el
    necio se queda mirando el dedo…

    Pero más allá de la ideología de la experimentación
    total, ¿qué es lo que realmente tocamos?,
    ¿qué percibimos hoy sin nuestros ojos y
    oídos?, ¿en qué medida usamos nuestra piel
    para conocer el mundo?. No parece que hayamos llegado a una
    situación satisfactoria: entre el miedo a tocarnos y el
    manoseo; entre la experiencia "real" y la "virtual".

    El auge de los cyber tal vez hable de una necesidad de
    comunicación, pero a distancia. Distancia
    corporal. Miedo a la proximidad. Tal vez por separar tanto el
    cuerpo de las otras dimensiones de la persona.

    Cuando hay amor y entrega, el cuerpo acariciado es
    protagonista pero no desplaza a la persona; la hace presente de
    modo tangible y valioso. En cambio, si la
    caricia busca solamente placer sensorial, el cuerpo invade todo
    el campo de la persona. No se ama a ésta; se quiere el
    agrado que produce su cuerpo. Ésta presenta las
    condiciones de los "objetos": es asible, delimitable,
    poseíble, desechable.

    Esta y otras violencias al cuerpo (del pobre, del
    trabajador, del que quiere entretenerse, de la naturaleza, etc.),
    provocan una reacción defensiva, que nos endurece.
    Así, necesitamos impresiones cada vez más fuertes
    para reaccionar, para que algo nos toque, nos conmueva, y nos
    hagamos cargo.

    El tacto es el sentido de la proximidad. Pero para poder
    estar próximos, hay que formarse para eso. Aprender a
    tratarse con tacto. Con delicadeza.

    La facultad de "tocar" tiene dos vertientes. Por un lado
    se manifiesta como capacidad de sentir, de percibir con cierta
    pasividad, dejándonos afectar. Y por otro lado como
    posibilidad de hacer sentir, de modificar activamente. Estos
    aspectos en la modernidad se separaron en distintas corrientes,
    predominando una u otra, según la época y las
    sociedades. El
    ansia de dominio y
    "manipulación" lleva a la destrucción de culturas y
    naturaleza.

    Como contrapartida, reacciones románticas e
    idealistas, de grupos tocados por la injusticia y la
    depredación, pero sin sentido de lo concreto y de
    las mediaciones resultan ineficaces y hasta contraproducentes.
    Hoy la supervivencia del mundo y de los pueblos exige la
    complementación y síntesis
    de estas dos actitudes, que
    hay que desarrollar.

    Aproximarnos, a los demás, al mundo, a lo
    Sagrado.

    Somos contingentes. Contingencia significa que tocamos
    (tangere) nuestros límites y
    que lo ilimitado nos toca (cum-tangere) tangencialmente
    (cf. R. Panikkar, El diálogo indispensable, pp.
    37-41). Lo contingente es real pero ambiguo, mortal, cambiante; y
    sin embargo, inabarcable en sus relaciones, fundamentos,
    posibilidades.

    Esta experiencia es fuente de diálogo.
    Ningún individuo,
    ningún grupo humano, ni siquiera toda la humanidad
    viviente en un momento dado de la historia, puede encarnar la
    medida absoluta de la verdad. La verdad es relacional. El
    carácter abierto del diálogo participa de la
    naturaleza propia de la realidad, que no puede reducirse ni a la
    unidad ni a la multiplicidad. Entonces no es cuestión de
    perdernos en lo efímero, o despreciarlo frente a lo eterno
    que no podemos encontrar, sino vivir el misterio de nuestra
    contingencia. Tocar lo ilimitado.

    GUSTO

    COCINA PARA TODOS

    Contrariamente al dicho popular, todo lo que se escribe
    es sobre gustos, de una u otra manera. Y también lo que se
    ve, hasta en sentido literal. Porque nunca hubo en televisión tantos programas de
    cocina como hoy. Parece que los argentinos estuviéramos
    descubriendo que hay algo más que milanesas y papas
    fritas. Está muy bien. La evolución nos dotó
    de un sentido para los sabores que vincula en la alimentación lo
    útil para vivir con el placer. Y también nos
    dotó de razón, para cocinar creativamente y
    disfrutar saludablemente de las posibilidades de este mundo
    comestible (y fagocitante a la vez).

    Descendientes de Epicuro, que acentuaba la corporeidad
    del ser humano (alma
    incluida), descreemos de la aristotélica supremacía
    de la contemplación de verdades eternas. Aunque aquellos
    dos griegos no diferían tanto.

    Para Aristóteles los placeres corporales "solo
    son buscados por quienes no pueden apreciar otros, y equivale a
    prepararse a sentir una sed insaciable" (Etica a Nicómaco, L 7, cap. XIII); "el hombre
    prudente y templado busca con mesura los placeres que contribuyen
    a la salud y el
    bienestar; aprovecha los demás que no dañan a
    éstos, ni son inconvenientes, ni están fuera del
    alcance de su fortuna" (Op. cit., L 3, cap.
    XII).

    Para Epicuro "cuando decimos que el placer es el
    soberano bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos, ni
    de los placeres sensuales (…). Hablamos de la ausencia de
    sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el
    alma. Porque no son ni las borracheras, ni los banquetes
    continuos, ni el goce de los jóvenes o de las mujeres, ni
    los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas,
    los que proporcionan una vida feliz, sino la razón,
    buscando sin cesar los motivos legítimos de
    elección o de aversión, y apartando las opiniones
    que pueden aportar al alma la mayor inquietud" (Carta a
    Meneceo
    ).

    De paso, hay alguna semejanza entre la situación
    social del país olímpico de aquella época, y
    la Argentina actual. Durante la vida de Epicuro (341-270 aC), con
    Alejandro
    Magno y el helenismo, las
    ciudades griegas pierden su autarquía y pasan a ser
    sólo parte de un gran imperio. El centro de la vida del
    individuo ya no es la política ciudadana o regional. Ante
    esa "globalización", las reacciones son
    diversas.

    Algunos, como los estoicos, harán hincapié
    en lo humano universal (por sobre las diferencias
    idiosincrásicas). Otros, como los epicúreos,
    también buscando la ataraxia, la tranquilidad , la
    hallarán sobre todo refugiándose en lo privado, en
    los placeres de la amistad y el
    retiro de la vida política (la escuela de Epicuro se
    llamaba "El Jardín", especie de "country" donde filosofaba
    con sus amistades). El volcarse hacia lo micro, hacia la vida
    privada cuando lo que va más allá parece
    inabarcable, es una respuesta que se repite a lo largo de la
    historia.

    Si bien es cierto que tanto la caridad, como el placer,
    "empiezan por casa", el riesgo es olvidar
    que la casa (lo cercano, los que tienen intereses y gustos
    comunes), no está en el aire, depende y
    es responsable, al menos en parte, de lo que está "fuera"
    de él. Es llamativo que la sobreabundancia de maestros
    cocineros se de en un momento de Argentina en que la
    mayoría de la población apenas tiene para lo
    básico.

    El ingrediente más raro pasó a ser la
    carne de un bife, la receta más exótica la del
    asadito de aquellos fines de semana. Tal vez nos conformamos con
    la ilusoria libertad de consumo. Nos
    empalagamos de imágenes de los que podríamos tener,
    de "noticias" que
    no agregan nada, de miles de objetos indigeribles. Y
    ahítos de viento, perdemos sensibilidad para el hambre de
    los otros, y también nuestro. Hambre de humanidad para
    todos. O de algo aún mayor.

    O, como piensa uno de los personajes de la última
    novela de
    Héctor Tizón, "Todo corre vertiginosamente a la
    nada, pero la nada es Dios, Dios es el fin de nuestra vida.
    Tenía razón entonces Jacinta, la vieja criada,
    cuando decía que el pan o la sopa podían existir o
    no, pero nunca dejaría de existir el hambre, porque el
    hambre verdadera es Dios." (La belleza del mundo, p.
    167)

    La comida, su presencia, ausencia, diferencia, puede ser
    motivo de vida, unión, placer, novedad; o de muerte,
    división, dolor, rutina. En su sentido más
    profundo, siempre ha servido como símbolo y causa de
    comunión. De vínculo con la naturaleza, que nos
    alimenta, y que debemos trabajar con respetuoso cuidado. Con los
    demás, "compañeros", que comparten el pan. Y vino,
    como en El Simposio (El
    banquete
    , pero literalmente, los que beben juntos) de
    Platón,
    donde los bebedores discurren sobre el amor y la belleza (pero
    nosotros hemos separado demasiado: en los simposios falta "vino",
    y en el vino falta "verdad").

    Pan y vino que son frutos de esfuerzo de una comunidad,
    de tecnologías y acuerdos. Reconocimiento de nuestra
    contingencia, y ocasión para agradecer el don de cada
    día. Vínculo con lo sagrado (desde el árbol
    del bien y del mal de Adán y Eva hasta el banquete
    celestial; pasando por el Soma de los Vedas, harina para la Pacha
    Mama, las comidas gremiales romanas, etc.). El misterio de la
    existencia, la compenetración de diversas dimensiones, la
    transfiguración de lo cotidiano y la encarnación de
    lo infinito.

    Necesitamos una nueva sabiduría (del lat.
    sapere, saborear). Un nuevo gusto por la vida, la verdad,
    el bien, la belleza. Kant decía
    que "cuando las bellas artes
    [¿podríamos incluír a la cocina?. A juzgar
    por el vocabulario de algunos catadores parecería que
    sí :)] no son puestas, de cerca o de lejos, en
    relación con ideas morales [conceptos, aunque
    indeterminados, de lo humano] (…) sirven entonces solo de
    distracción, de que más se viene a estar necesitado
    cuanto más se usa de ella, para echar fuera el descontento
    del espíritu consigo mismo, con lo cual se hace este
    aún más inútil y más descontento de
    sí [cualquier semejanza con el menú de la mayor
    parte de la T.V. y demás industrias del
    entretenimiento masivo… ] (Crítica del juicio,
    § 52)

    Si bien los gustos no son argumentables como los
    conceptos claros, descansan en la naturaleza
    humana, y presuponen su comunicabilidad, y la posibilidad de
    ser compartidos con los demás. "El gusto es la facultad de
    juzgar a priori la comunicabilidad de los sentimientos que
    están unidos con una representación dada (sin
    intervención de un concepto
    [determinado]) (Op. cit., § 40) Pueden educarse, bien
    o mal. Hoy esa formación muchas veces se encubre, y aunque
    los medios masivos repiten los mismos mensajes hasta la náusea,
    la impresión es de que nadie le dice a nadie como debe
    vivir, y de que cada uno elige con libertad absoluta.

    Eso hace que el (mal) gusto sea difícilmente
    criticable, porque parece lo más espontáneo del
    mundo. Y lo que nos "tragamos" nos constituye. Hasta el
    ridículo. Como las playas de Cariló donde las 4×4
    ocultan el océano, o la bailanta donde el buen gusto del
    público se demuestra a pura bombachita
    voladora.

    Para Kant el juicio del gusto descansa en el juego entre
    la libertad de la imaginación y las leyes del
    entendimiento (Op. cit., § 35). Una
    representación concreta se relaciona con conceptos, que
    son indeterminados, relacionados con el substrado suprasensible
    de los fenómenos, la humanidad. (Op. cit., §
    57) Cuando no hay juego de la imaginación (porque no hay
    representación creativa; se apela solamente a la
    compulsión; etc.), o no hay relación de ella con
    cierta aproximación, a través de lo sensible, a
    algún entendimiento de lo humano, no hay "bellas
    artes".

    Aunque en la cocina no hay propiamente
    "representación", sino "presentación", sin embargo
    la comida misma (presente o ausente) puede funcionar como
    representación, en el debido contexto, y simbolizar
    así alguno de los sentidos de lo humano. Que como
    decíamos antes, pueden tener que ver con distintos modos
    de comunión con la naturaleza, con la humanidad, y con
    Dios. Unida a otras expresiones sensibles (visuales, auditivas,
    cinestésicas, etc.), tiene la ventaja de otorgar una
    experiencia más completa, de integración total y
    vital. Y las bellas artes, más ricas en sus posibilidades
    de hacernos entender, en ese juego de la imaginación,
    también nos alimentan. "No solo de pan vive el
    hombre".

    En una Argentina hambreada de pan y de cultura, de
    trabajo y de
    imaginación, todos disponemos de algo que aportar, para
    que de la olla salga algo mejor que un guiso aguado. Y si en
    nuestro país hace rato que faltan grandes cheff, empecemos
    por lo más sencillo, aportando lo que tenemos. Que en
    cierta manera, no sólo es dar de comer, sino dejarse
    comer.

    OLFATO

    PERSUASIVO CUERPO
    INVISIBLE

    "Hay en el perfume una fuerza de persuasión
    más fuerte que las palabras, el destello de las miradas,
    los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión
    del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire
    invade nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe
    ningún remedio contra ella." (Patrik Süskind, El
    perfume
    , p. 85)

    Tal vez porque es un modo de "intuición"
    (etimológicamente: tocar dentro). Pero muy especial,
    porque en este caso, los interiormente tocados somos
    nosotros.

    Aunque en esta serie de publicaciones lo hemos dejado
    para el final, diría que, en cierto modo, es justo el
    medio entre los otros 5 sentidos.

    En cuanto modos de conexión con el mundo, cada
    uno tiene un alcance diferente, también por la distancia a
    la que son eficaces. En este orden (de lo más lejano a lo
    más inmediato): vista, oído,
    olfato, tacto, gusto.

    También en cuanto a su significación,
    mezcla posibilidades de los otros sentidos. Me parece que el
    olfato tiene cierta cercanía al cuerpo (propio y ajeno), a
    lo táctil, que lo diferencia de la vista, que es
    más "abstracta", y cuyas imágenes son más
    elaboradas (incluso son más complejas en cuanto al
    funcionamiento del cerebro que las
    "produce").

    Pero al mismo tiempo, toca un cuerpo que puede ser
    invisible y más lejano (con respecto al tacto); y sobre
    todo, lo toca de una manera no perceptible a la vista, a
    diferencia del tacto, donde, por ejemplo, puedo ver la mano, que
    además controlo mucho más que la nariz. Puedo
    determinar si acariciar o golpear, en cambio no puedo, determinar
    a voluntad que un olor sea amigable o agresivo.

    Esta pasividad, dificultad para dominarlo (incluso
    mediante conceptualizaciones), se nota también en el hecho
    de que la mayoría de los términos que se usan para
    describir sus sensaciones son tomados de las de los otros
    sentidos, o simplemente de los objetos a los que se
    refiere.

    La "invisibilidad" antes mencionada, unida a otras
    características, parece que le da al olfato cierta
    interioridad, pero no abstracta, sino concreta, que
    podríamos comparar con otro tipo de realidades de tipo
    material/espiritual, donde se percibe cierta trascendencia, como
    son los símbolos, los misterios. Pero en este caso lo
    percibido lleva habitualmente a significaciones simples, derivadas de
    asociaciones "primitivas" (entre un olor y una experiencia o una
    imagen fuerte), demasiado poco elaboradas para convertirse en
    símbolos por sí mismas (con una
    significación más precisa y al mismo tiempo
    más universal).

    Por esa razón, lo mismo que con el gusto, en el
    caso de la perfumería, no se podría hablar de arte
    en sentido kantiano, porque no transmite (intuitivamente)
    conceptos. Pero sí penetración de la realidad en su
    "aura" material, casi tangible. Y sobre todo, asociación
    de vivencias. Marcel Proust, en En busca del tiempo
    perdido
    , escribe como el olor del madeleine —un
    pastelito esponjoso típico de Francia
    le generaba "un placer exquisito que invadía mis sentidos"
    y lo volvía a su niñez. Probablemente cada uno de
    nosotros tiene experiencias semejantes.

    María Larsson, psicóloga de la universidad de
    Estocolmo, ha detectado que los recuerdos referidos a lo vivido
    entre los 15 y los 30 años se refieren sobre todo a
    palabras e imágenes. En cambio los olores nos retrotraen a
    experiencias de la niñez, entre los 5 y los 10
    años.

    El olfato es un sistema muy antiguo en la
    evolución de los animales, y por lo mismo, es de los
    primeros en funcionar en el desarrollo individual: los chicos
    preferirán los olores de las comidas que las madres
    más ingieran durante su embarazo. De
    los 0 a los 5 años usamos muchísimo los sentidos
    del olfato y del gusto. La detección de olores es
    máxima a los 20 años y empeora con la
    edad.

    La identificación de los olores aumenta de los 20
    a los 40 años, se mantiene entre los 40 y 60, y decae a
    partir de los 60.
    Pero la parte del cerebro que el olfato utiliza decrece a medida
    que se avanza en la escala evolutiva.
    En los seres humanos 50 % del cerebro puede estar afectado por
    información visual, y solamente el 1 %
    olfativa. El último premio Nobel de Medicina fue
    ganado por los norteamericanos Richard Axel y Linda Buck, por sus
    estudios sobre el sistema olfativo. Descubrieron que tenemos unos
    cinco millones de receptores, agrupados en 350 tipos distintos,
    que nos permiten distinguir alrededor de 10 mil olores. Y aunque
    un perro tiene una zona olfativa 40 veces más grande, el
    Dr. Gordon Shepherd, de Yale, afirma que el olfato humano
    funciona mejor de lo que se creía, comparándolo con
    el de los animales: porque para su eficiencia
    coadyuvan la capacidad cerebral y el lenguaje.

    En los humanos ha perdido importancia como factor de
    supervivencia y de comunicación
    social (sustituído por el lenguaje y la vista), pero
    la ha mantenido y en relación a los alimentos y
    perfumes florales. Una de sus funciones
    más importantes ha sido alertar sobre substancias
    tóxicas o peligrosas. Con el gusto una mala experiencia
    provoca aversiones muy duraderas. Está ligado a la memoria
    emocional (el bulbo olfativo se conecta directamente con la
    amígdala y el hipocampo).

    Normalmente pareciera estar "inactivo", o mejor,
    inconsciente, al menos en estos tiempos, la mayor parte del
    día. Pero depende de dónde se esté.
    Detenerse a tomar conciencia de los olores (de las cosas, o de
    las personas), parece de mal gusto, "primitivo", demasiado
    cercano a lo animal. Menos respecto a la comida, o a los
    perfumes.Tal vez es por lo que antes mencionábamos
    respecto a la evolución de este sentido en
    nosotros.

    Pero tomar conciencia de nuestras sensaciones,
    también las olfativas, en ocasiones, es hasta
    terapéutico. Eso en la vida cotidiana, y también en
    casos especiales. Como aquella vez en que un nuevo director del
    hospital neuropsiquiátrico Borda, de Buenos Aires,
    para que los enfermos que habían sido dopados durante
    años empezaran a reaccionar, armó una parrillada
    con choricitos en el medio del patio.

    Aunque a veces los olores no son tan agradables. Como se
    dice en la novela de
    Süskind:

    "…había un tema perfumístico fundamental
    en el olor humano, muy sencillo, además: un olor a sudor y
    a grasa, a queso rancio, bastante repugnante, por cierto, que
    compartían por igual todos los seres humanos y con el que
    se mezclaban los más sutiles aromas de cada aura
    individual.

    Esta aura, sin embargo, la clave enormemente complicada
    e intransferible del olor personal, no era percibida por
    la mayoría de los hombres." (El perfume, p.
    150)

    De última habrá que recurrir a los olfatos
    electrónicos que se están desarrollando, que por
    ahora sirven sobre todo para controlar la madurez de la fruta o
    la frescura del pescado.

    Aunque difícilmente lleguen a tener eso que
    reclama Elizabeth Costello, aquella escritora de la novela
    homónima de J. M. Coetzee: "¿A qué huele el
    mal? ¿A azufre? ¿A pedernal? ¿A Zyklon B?
    ¿O acaso el mal se ha vuelto incoloro e inodoro, como la
    mayoría del mundo moral?" (p.
    175) "La banalidad del mal. ¿Es esa la razón de que
    ya no haya olores ni auras?" (p. 182) ¿Habremos perdido
    esa capacidad de discernir inuitivamente lo bueno de lo malo? No
    creo. No obstante, tal vez tengamos, para algunos malos olores,
    la nariz insensibilizada, por saturación.

    Según un estudio del Hospital Clínic de
    Barcelona y el Hospital Municipal de Badalona, las mujeres tienen
    mejor olfato que los hombres. Otros trabajos muestran que
    también son más intuitivas de los estados de
    ánimo de los demás.

    En la medida en que no compartan la actitud que,
    según algunos, es más propia de los varones (para
    quienes tiende a ser real solo lo que se puede ver y tocar,
    controlar, dominar) hasta puede ser que tengan mejor olfato para
    lo sagrado, en cuanto Dios no es manipulable, pero se puede
    percibir en lo cotidiano. El olfato se convierte en una
    metáfora de la capacidad de vivir esa dimensión
    humana, el cuerpo, pero no solo en su aspecto visible, exterior,
    sino vivido interiormente, carne invisible, sufriente y deseante
    (cf. Michel Henry). Intuición necesaria para una
    inteligencia sintiente, punto de partida de decisiones
    verdaderamente humanas.

    Diferente al mero Logos abstracto de parte de la
    filosofía griega, o a la razón Ilustrada. Estos
    tiempos nos invitan a todos a complementar mejor esas
    capacidades.

    No se trata solo de percibir, sino también de ser
    y actuar. El personaje principal de El perfume posee un
    prodigioso sentido del olfato. Pero para elaborar una fragancia
    irresistible no duda en matar a 18 doncellas. "Y aunque gracias a
    su perfume era capaz de aparecer como un Dios ante el mundo… si
    él mismo no se podía oler y, por lo tanto, nunca
    sabía quién era, le importaban un bledo el mundo,
    él mismo y su perfume" (p. 250). Y se hace matar, en medio
    del hedor del cementerio de Paris.

    La seducción vacía, hoy aclamada, termina
    siendo destructiva. Pero es posible exhalar otro tipo de aroma,
    el que viene de una vida buena. El que sentimos en esas personas
    que atraen por sus cualidades, muy humanas, pero que notamos que
    van más allá. Persuaden por un aire que emana de lo
    que son y lo que hacen, aunque eso no parezca a primera vista
    nada extraordinario. Todavía tenemos la capacidad de
    percibirlas, más allá de credos, nacionalidades, u
    otras posibles diferencias. Y de imitarlas, a nuestro
    modo.

    Dicen que algunos santos al morir inundaron el lugar
    donde estaban de un delicado perfume. Tal vez se hallen unas
    gotas también en nuestro interior.

     

    Datos del autor:

    Gustavo Juan Lubatti

    Lic. en Filosofía

    Artículos publicados durante el 2005, en la
    revista
    5Sentidos,

    Rafaela, Pcia. de Sta. Fe, Argentina.

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