En sentido limitado es la forma de organización que establece como premisa que
los poderes del gobierno derivan
del consentimiento de los gobernados. Así, en
última instancia, el poder
pertenece al pueblo, quien lo ejerce directamente (democracia
directa), o bien por medio de representantes libremente elegidos
(democracia representativa o indirecta). En sentido más
amplio es una forma de vida que trasciende la esfera política y
tiñe de contenido propio el conjunto de las actividades de
la sociedad.
"La piedra clave de la democracia, es un modo de
existencia que puede expresarse como la necesidad de la
participación de cada ser humano en la formación de
los valores
que regulan la vida del conjunto, lo que implica el desarrollo
pleno del individuo y a
la vez del bienestar social", dice John Dewey.
La necesidad de libertad es el
impulso que determinó desde la antigüedad el
nacimiento de las distintas formas de democracia que se han dado
en la historia.
Puesto que el poder irrestricto, sin control, de un
monarca, dictador o grupo, tiende
a ejercitarse abusivamente, la democracia intenta reconciliar el
gobierno con la libertad.
La democracia moderna se plantea el problema de si
el hombre
existe para el estado o el
estado para el
hombre, nace
de la conquista de los derechos individuales.
Afirma que el individuo es lo primero, y sobre esta base intenta
la cooperación y la formación de un orden
común.
En la Declaración de los Derechos del Hombre de
la Revolución
Francesa se afirmaba: "El fin de toda política es la
preservación de los derechos naturales e imprescindibles
del hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la
seguridad, y la
resistencia a la
opresión".
Veamos, ahora, como actualizan estos conceptos algunos
tratadistas y como los insertan en la problemática que
presentan la
globalización y el mercado:
"La idea de la modernidad, en su
forma más ambiciosa, fue la afirmación de que el
hombre es lo que hace y que, por lo tanto, debe existir una
correspondencia cada vez más estrecha entre la producción -cada vez más eficaz por
la ciencia, la
tecnología
o la
administración– la
organización de la sociedad mediante la ley y la vida
personal,
animada por el interés,
pero también por la voluntad de liberarse de todas las
coacciones.
¿En que se basa esta correspondencia de una
cultura
científica, de una sociedad ordenada y de individuos
libres si no es en el triunfo de la razón?. Sólo la
razón establece una correspondencia entre la acción
humana y el orden del mundo, que era lo que buscaban ya no pocos
pensamientos religiosos que habían quedado, sin embargo,
paralizados por el finalismo propio de las religiones
monoteístas fundadas en una
revelación.
Es la razón la que anima la ciencia y sus
aplicaciones; es también la que dispone la
adaptación de la vida social a las necesidades
individuales o colectivas; y es la razón, finalmente, la
que reemplaza la arbitrariedad y la violencia por
el estado de derecho
y por el mercado. La humanidad, al obrar según las
leyes de la
razón, avanza a la vez hacia la abundancia, la libertad y
la felicidad.
Las críticas a la modernidad cuestionan o
repudian esta afirmación central.
A medida que nuestra sociedad parece reducirse a
una empresa
que lucha por sobrevivir en un medio internacional, más se
difunde simultáneamente en todas partes la obsesión
de una identidad que
ya no se define atendiendo a lo social, se trate del nuevo
comunitarismo de los países pobres o del individualismo
narcisista de los países ricos. La separación
completa de la vida pública y de la vida privada
determinaría el triunfo de poderes que ya sólo se
definirían en términos de gestión
y de estrategia y
frente a los cuales la mayor parte de la gente se
replegaría a un espacio privado, lo cual no dejaría
de crear un abismo sin fondo donde antes se encontraba el espacio
público, social y político y donde habían
nacido las democracias modernas. ¿Cómo no ver en
semejante situación una regresión hacia sociedades en
las que los poderosos y el pueblo vivían universos
separados, el universo de
los guerreros conquistadores, por un lado, y el de la gente
ordinaria encerrada en una sociedad local, por otro?. Sobre todo
¿como no ver que el mundo esta más dividido que
nunca entre el norte, donde reina el instrumentalismo y el poder,
y el sur, que se encierra en la angustia de su pérdida de
identidad?.
La modernidad no descansa en un principio
único, y menos aún en la simple destrucción
de los obstáculos que se oponen al reinado de la
razón; la modernidad es diálogo de
la razón y del sujeto. Sin la razón el sujeto se
encierra en la obsesión de su identidad; sin el sujeto, la
razón se convierte en el instrumento del
poder.
El sujeto es la voluntad de un individuo de obrar y
ser reconocido como actor.
Dice Habermas que: "El debate
democrático siempre combina tres dimensiones: el consenso,
que es la referencia a las orientaciones culturales comunes; el
conflicto, que
opone a los adversarios; el compromiso que combina ese conflicto
con el respeto a un
marco social – en particular- que lo limita.
La sociedad democrática es aquella que
establece los límites
más estrictos a la dominación de los poderes
políticos sobre la sociedad y los individuos. Lo cual
equivale a decir que la sociedad más moderna es aquella
que reconoce mas explícitamente los derechos iguales de la
racionalización y la subjetivación y la necesidad
de combinarlos.
La democracia no significa el triunfo de lo uno o la
transformación del pueblo en principio. Por el contrario,
la democracia es la subordinación de las instituciones
a la libertad personal y colectiva. Protege esta libertad contra
el poder político y económico, por un lado, y
contra la presión de
la tribu y la tradición por el otro. También se
protege contra si misma, es decir, contra el aislamiento de un
sistema
político suspendido entre la irresponsabilidad del
estado y las demandas de los individuos", nos dice Alain Touraine
en su libro Crítica
a la Modernidad (Fondo de Cultura Económica –
1994).
"La modernidad ya no sucede a la tradición;
todo se mezcla; el espacio y el tiempo se
comprimen. En vastos sectores del mundo se debilitan los
controles sociales y culturales establecidos por los estados, las
iglesias, las familias o las escuelas, y la frontera entre
lo normal y lo patológico, lo permitido y lo prohibido,
pierde su nitidez. ¿No vivimos en una sociedad
mundializada, globalizada, que invade en todas partes la vida
privada y pública de la mayor cantidad de
personas?.
¿Como se puede detener el doble movimiento de
globalización y privatización que debilita las antiguas
formas de vida social y política?. ¿Cómo
escapar a la elección inquietante entre una ilusoria
globalización mundial que ignora la diversidad de culturas
y la realidad preocupante de las comunidades encerradas en si
mismas?.
En un mundo en cambio
permanente e incontrolable no hay otro punto de apoyo que el
esfuerzo del individuo para transformar unas experiencias vividas
en construcción de sí mismo como actor.
Ese esfuerzo por ser actor es lo que denomino sujeto, que no se
confunde ni con el conjunto de la experiencia ni con el principio
superior que lo oriente y le de una vocación. El sujeto no
tiene otro contenido que la producción de si mismo. No
sirve a ninguna causa, ningún valor, ninguna
otra ley que su necesidad y su deseo de resistirse a su propio
desmembramiento en un universo en
movimiento, sin orden ni equilibrio.
La desmodernización. Ya no creemos en el
progreso. Vivimos en una mezcla de sumisión a la cultura
de masas y repliegue sobre nuestra vida privada.
……….El trabajo
pesa poco en un mundo económico dominado por el dinero, la
competencia y la
tecnología, y cuyas palabras claves: flexibilidad,
competitividad, reconversión, ocultan una
multitud de vidas quebradas.
Unidad de la economía y de sus
marcos institucionales por un lado, fragmentación de las
identidades culturales por el otro. La disociación de los
dos universos, el de las técnicas y
los mercados y el de
las culturas, el de la razón instrumental y el de la
mejoría, el de los signos y el
del sentido. En este fin de siglo, el curso de nuestra
experiencia se topa con la disociación – si retomamos los
términos antiguos- entre la extensión y el alma, la
economía y las culturas, los intercambios y las
identidades. Es esta disociación lo que denomino
desmodernización. La desmidernización se define por
la ruptura de los vínculos que unen la libertad personal y
la eficacia
colectiva.
Si la desmodernización es ante todo la ruptura
entre el sistema y el
actor, sus dos aspectos principales y complementarios son la
desinstitucionalización y la desocialización. Por
desinstitucionalización hay que entender el debilitamiento
o desaparición de las normas
codificadas y protegidas por mecanismos legales, y más
simplemente la desaparición de los juicios de normalidad,
que se aplican a las conductas regidas por instituciones. Llamo
desocialización a la desaparición de los roles,
normas y valores
sociales mediante los cuales se construía el mundo
vívido.
La paradoja central de nuestra sociedad: En el primer
momento en que la economía se mundializa y es transformada
de manera acelerada por las nuevas
tecnologías, la
personalidad deja de proyectarse hacia el futuro y se apoya,
al contrario, en el pasado o en un deseo ahistórico. El
sistema y el actor ya no se encuentran en reciprocidad de
perspectivas sino en oposición directa. Esta
desocialización es también una
despolitización. El orden político ya no
constituye, ya no funde el orden social. Esta crisis esta
fuertemente ligada a la del estado nacional, del que tantas veces
se dijo que es demasiado pequeño para los grandes problemas y
demasiado grande para los pequeños.
Lo que hoy amenaza más directamente al sujeto
es esta sociedad de masas en que el individuo escapa de toda
referencia a si mismo, donde es un ser de deseo que rompe con
todo principio de realidad, a la búsqueda de una libertad
pulsional o, dicho de otra manera, impersonal. El sujeto es el
deseo del individuo de ser un actor. La subjetivación es
el deseo de individuación, y ese proceso
sólo puede desarrollarse si existe una interfaz suficiente
entre el mundo de la instrumentalidad y el de la
identidad.
Reconozco en el disidente la figura más
ejemplar del sujeto. Puesto que da testimonio, incluso sin
esperanza de ser escuchado, contra los poderes que lo privan de
su libertad. El sujeto es palabra y su testimonio es
público, aún cuando nadie pueda escucharlo o verlo.
El sujeto es voluntad, resistencia y lucha, y no experiencia
inmediata de sí. No hay movimiento social posible al
margen de la voluntad de liberación del sujeto. Nada
está mas lejos de la idea de sujeto que el elogio del
individuo libre de toda atadura, que actúa de acuerdo a
sus humores, elige sus placeres y hace zapping de un programa de
televisión
a otro.
El mundo en efecto vive un shock liberal, mucho
más masivo que la revolución
industrial que conmovió a una parte de Europa en el
siglo XIX. Una conmoción de este tipo no exige la
formación de movimientos sociales sino, mas bien, de
movimientos históricos, que opongan el pueblo a las
elites, quienes sufren los cambios a quienes los dirigen. Como
respuesta a la globalización de la economía
comienzan a formarse movimientos históricos
independientes. Las grandes campañas ecológicas,
muchas ONGs……..han formado muchos dirigentes sociales y
políticos contestatarios.
Veo en el liberalismo
económico "globalizador", al igual que en el comunitarismo
político, unas amenazas grandes y hasta mortales, contra
la democracia, porque son dos caras de la misma
desmodernización.
(el autor entiende por comunitarización:
cuando un movimiento cultural, o más correctamente una
fuerza
política, crean de manera voluntarista, una comunidad a
través de la eliminación de quienes pertenecen a
otra cultura u otra sociedad, o no aceptan el poder de la elite
dirigente)
A la pregunta ¿cómo podemos vivir
juntos?, es decir como podemos combinar la igualdad y la
diversidad, no hay en mi opinión otra respuesta que la
asociación de la democracia política y la
diversidad cultural fundadas en la libertad del
sujeto.
Entre la unificación económica del
mundo y su fragmentación cultural, el espacio que era el
de la vida social (y sobre todo política) se hunde, y los
dirigentes o los partidos
políticos pierden tan brutalmente su función
representativa que se sumergen o son acusados de sumergirse en la
corrupción
o el cinismo.
¿Cómo puede hablarse todavía de
democracia cuando fue reemplazada por el mercado
global, las autopistas del consumo y
la
comunicación que atraviesan las fronteras?. ¿Y
cómo puede imponerse a poblaciones movilizadas
política y militarmente en defensa de su identidad
colectiva?. Cuando la cultura y la economía, el universo
del sentido y el de los signos, se separan el uno del otro,
cuando el poder político ya no domina ni la
economía internacionalizada ni las culturas definidas como
herencias y no como la interpretación de nuevas prácticas,
¿se puede hablar de democracia?.
Es el fortalecimiento de las asociaciones y
movimientos culturales, y el apoyo que pueden darle los medios, lo que
mejor permite la penetración de las demandas sociales en
el campo político, y por lo tanto la reconstrucción
de la democracia.
La democracia tiene por objetivos
principales, en primer lugar, disminuir las distancias sociales,
lo que supone un fortalecimiento del control social y
político de la economía; en segundo lugar,
garantizar el respeto a la diversidad cultural y la igualdad de
los derechos cívicos y sociales para todos; y en tercer
lugar, tomar en consideración las demandas de quienes no
deben quedar reducidos a la condición de consumidores de
atenciones, educación e información.
Hablar de democracia no es proteger la vida privada y
dejar que se desarrolle el consumo; es permitir a los individuos,
así como a los grupos, ser los
actores de su propia historia en lugar de dejarse conducir
ciegamente por la búsqueda de la ganancia, la creencia
exclusiva en la racionalidad, la voluntad de poder, o la
exaltación de valores comunitarios. La democracia es la
forma política de la recomposición del mundo que
sitúo en el centro de mi reflexión como
expresión de mi rechazo de la disociación de una
economía globalizada e identidades culturales
fragmentadas, pues la política es el arte de combinar
la unidad y la diversidad.
El sujeto, la comunicación, la solidaridad son
tres temas inseparables, del mismo modo que lo fueron la
libertad, la igualdad y la fraternidad en la etapa republicana de
la democracia", nos dice Alain Touraine en su libro
¿Podremos Vivir Juntos? (Fondo de Cultura Económica
– 1997).
"La historia vuelve a ser ese túnel en que el
hombre se lanza, a ciegas, sin saber a donde lo conducirán
sus acciones,
incierto en su destino, desposeído de la ilusoria
seguridad de una ciencia que de cuenta de sus actos pasados.
Privado de Dios, el individuo democrático ve tambalearse
sobre sus bases, en este fin de siglo, a la diosa historia: esta
es una zozobra que tendrá que conjurar.
El fin del comunismo hace
regresar al hombre al interior de la antinomia fundamental de la
democracia burguesa. Entonces redescubre, como si fuera de ayer,
los términos complementarios y contradictorios de la
ecuación liberal: los derechos del hombre y el mercado; y
con ello compromete el fundamento de lo que ha constituído
el mesianismo revolucionario desde hace dos
siglos.
La idea de otra sociedad se ha vuelto algo imposible
de pensar y, por lo demás, nadie ofrece sobre este tema,
en el mundo de hoy, ni siquiera el esbozo de un concepto nuevo.
De modo que henos aquí, condenados a vivir en el mundo en
que vivimos.
Pero semejante condición resulta demasiado
severa y demasiado contraria a la idiosincracia de las sociedades
modernas para que pueda durar. La democracia genera, por el
sólo hecho de existir, la necesidad de un mundo posterior
a la burguesía y el capital, en
que pudiese florecer una verdadera comunidad
humana.
………El fin del mundo soviético no
modifica en nada la exigencia democrática de otra
sociedad…….La desaparición de esas figuras familiares
de nuestro siglo sólo pone punto final a una época,
mas no agota el repertorio de la democracia", nos dice Francois
Furet en su libro El Pasado de una Ilusión (Fondo de
Cultura Económica – 1995).
"El aumento de la composición orgánica
del capital, que se produce a medida que avanza el capitalismo,
está íntimamente conectado con una tendencia hacia
la centralización y concentración del
capital.
La relativa pobreza de la
clase
trabajadora, la miseria física del
"ejército de reserva" y la rápida
disminución de los salarios, junto
con el súbito aumento del desempleo que se
produce en la crisis, todo ello suministra una reserva creciente
de potencial revolucionario.
La barrera del capital consiste en que todo este
desarrollo se efectúa antitéticamente; y que la
elaboración de las fuerzas productivas, de riqueza
general, del saber, etc., se presentan de tal suerte que el
propio trabajador se enajena a sí
mismo…….
Puesto que en su esencia más profunda se basa
en relaciones antagónicas entre el capital y el trabajador
asalariado las cuales por el mismo funcionamiento universalizan
al trabajador solamente en un estado de alienación, el
capitalismo contiene dentro de sí las fuerzas que, a la
vez, lo empujan hacia su propio óbito y preparan el camino
para su trascendencia", nos dice Anthony Giddens (ob.
cit.).
"Rustow argumentó vigorosamente que la
democracia ha llegado a existir, no porque las personas quisieran
tener esta forma de gobierno, ni porque hayan logrado un amplio
consenso acerca de "valores básicos", sino porque varios
grupos habían estado en pleito constantemente por mucho
tiempo, antes de reconocer su común incapacidad para
imponerse y la necesidad de llegar a algún compromiso o
acomodo.
Los conflictos
casi hacen naufragar a las sociedades, pero nunca lo hacen, y por
lo tanto en realidad refuerzan, por la saludable experiencia de
pasar por una crisis y una lucha. A la postre, las crisis tienden
a fortalecer a las sociedades cuanto mayores sean las
crisis.
El secreto de la vitalidad de la sociedad pluralista
de libre mercado y de su capacidad para renovarse quizás
estribe "tanto en regatear o negociar como argumentar" y en la
sucesiva erupción de problemas y crisis. La sociedad
produce así una estable dieta de conflictos que necesitan
atención y que la sociedad aprende a
manejar.
Los conflictos típicos de la sociedad
pluralista y de libre mercado tienen las características
siguientes:
1) ocurren con mucha frecuencia y adoptan una gran
varieded de formas.
2) son predominantemente de tipo divisible y por
tanto se prestan al compromiso y al arte del
regateo.
3) a consecuencia de estas dos
características, los compromisos que se pactan nunca hacen
surgir la idea o la ilusión de que representan soluciones
definitivas", nos dice Albert O. Hirschman en su libro Tendencias
Autosubversivas (Fondo de Cultura Económica
-1996).
"El año 1989 no clausura una época
iniciada en 1945 o en 1917. Clausura lo que se
institucionalizó gracias a 1789. Pone fin a la era de los
estados-naciones.
Vamos a darnos cuenta de que, herederos de la era de
la
ilustración, somos herederos amnésicos: las
leyes se han convertido en recetas, el derecho en un método y
los estados-naciones en espacios jurídicos. ¿Es
suficiente para asegurar el futuro de la idea de la
democracia?.
Hay que preguntarse hoy si puede existir una
democracia sin nación.
El gran edificio de la era institucional ha rendido sus cimientos
y flota, libre de toda amarra, abandonado a si mismo, como esas
casas prefabricadas que arrastra una riada.
Llamaremos "imperial" a la era que viene porque, ante
todo, sucede al estado-nación
como el Imperio Romano
sucedió a la Republica Romana: la sociedad de los hombres
se ha hecho demasiado vasta para formar un cuerpo
político. En ella los ciudadanos forman cada vez menos un
conjunto capaz de expresar una soberanía colectiva; sólo son
sujetos jurídicos, titulares de derechos y sometidos a
obligaciones,
en un espacio abstracto con unas fronteras territoriales cada vez
más indecisas.
………La era "imperial"……describe un mundo
unificado y a la vez privado de centro.
Hay que comprender, pues, las reglas de esta nueva
era, no para luchar contra ella -sería un trabajo
inútil-, sino para salvar lo que se puede -y debe-
salvarse de la idea de libertad.
¿Sobrevivirá la política a
semejante revolución?.El desaparecer de la
nación lleva en sí la muerte de
la política. En la era de las redes la relación de
los ciudadanos con el cuerpo entra en competencia con la
infinidad de las conexiones que establecen fuera de él, de
suerte que la política, lejos de ser el principio
organizador de la vida de los hombres en sociedad, aparece como
una actividad secundaria, como una construcción artificial
incluso, inadaptada para la solución de los problemas
prácticos del mundo contemporáneo.
Desde el momento en que no hay lugar natural de la
solidaridad y del interés general, desaparece la hermosa
ordenación de una sociedad organizada según una
pirámide de poderes encajados los unos en los
otros.
El malentendido alrededor del lobbying consiste en
creer que el interés general nacerá naturalmente de
la confrontación honrada de los intereses
particulares…..carente de un principio de solidaridad que
trascendiese los enfrentamientos particulares, esta
confrontación desemboca, pues, en el
inmovilismo.
La política no existe como simple resultante
de los intereses privados, pero supone un contrato social
que precede y sobrepasa todos los contratos
particulares. Si se abandona este postulado y se reduce la
política a una función de mercado -en el que se
determina el valor de los intereses enfrentados- el espacio de lo
político queda inmediatamente amenazado de
desaparición, pues no hay mercado que pueda fijar el
"valor" del interés nacional y delimitar el espacio de la
solidaridad.
Ninguna ley económica puede reemplazar la
evidencia territorial e histórica de la
nación.
Al perder la dimensión de la duración
(tiempo) y encerrarse en situaciones en lugar de organizarse
alrededor de principios, el
debate se vacía de su substancia, y sólo mediante
un abuso de lenguaje puede
llamarse todavía "política". A partir de
aquí, la "mediatización" que ingenuamente se
reprocha a la vida política contemporánea
sólo traduce la evolución de una sociedad en la que la
efímera
sucesión de las percepciones, tal como la
escenifican los media, ha reemplazado a la conciencia de un
destino común vivido en la duración. Se hace
central la cuestión de las percepciones, pues la
complejidad cansa, y un argumento no resumible en una sola frase
no tiene existencia mediática.
Una sociedad que se fragmente hasta el infinito, sin
memoria ni
solidaridad, una sociedad que sólo recupera su unidad en
una sucesión de las imágenes
que los media le devuelven de sí misma cada semana. Una
sociedad sin ciudadanos y por tanto -finalmente- una
no-sociedad.
La era imperial siente horror por las opciones y, si
bien limita el poder, no es organizando el conflicto, sino
fragmentando las decisiones. En la era imperial los fuertes son
suficientemente fuertes desde el momento en que los
débiles han sabido reconocer su lugar. Una cierta geografía social se
impone por sí misma. La difusión del poder ha
desactivado los conflictos.
El poder moderno no es únicamente abstracto:
se expresa en el dinero,
pasarela universal entre todas las formas del poder, gran
unificador, irreal y trivial, de la era imperial y de su
mezcolanza religiosa. En este aspecto es donde se analiza la
corrupción, no como un epifenómeno,
sino como el emblema de nuestro tiempo y, acaso, la única
"religión"
que tiene hoy vocación universal. En ningún momento
nos preguntamos si la corrupción, lejos de ser un
fenómeno patológico, anormal, no sería uno
de los rasgos característicos de una sociedad
desarrollada.
En un mundo diferente, en el que el funcionario
público es el poseedor de un saber y el mandatario del
interés público, es clara la separación
entre una actitud de
integridad -que exige aislamiento- y la corrupción -que
comienza con el contacto. En un mundo en el que el poder emana de
la capacidad relacional más que del saber, en el que el
interés público y el interés privado tratan
de vincularse para una mayor eficacia, la corrupción se
convierte en un término tosco, que describe mal los
imperceptibles deslizamientos por los que se pasa del contacto a
la dependencia, de la información a la
influencia.
Ya no estamos privados de la libertad, sino del
pensamiento de
la libertad.
Hemos perdido lo que cimentaba nuestra dignidad de
hombres libres, la aspiración a formar un cuerpo
político.
Tenemos una revolución que realizar, y esta
revolución no es de orden política, sino
espiritual. De nada sirve llorar la crisis de la ilustración y hay que aceptar que llegamos
hoy al final de la era institucional del poder.
Verificamos hoy que la evolución de los
circuitos del
poder cuestiona las victorias que creíamos definitivas.
Hemos edificado sobre la arena y fallan los cimientos. Las
solemnes palabras de ayer -democracia – libertad- resuenan con un
eco vacío. Presos del desasosiego, tenemos dos actitudes
entre las cuales elegir: – la primera sería volver a las
fuentes del
orden institucional que desaparece, y buscar, en un vago acuerdo
sobre algunos principios universales, los fundamentos de una
nueva religión, el derecho
natural sin el cual no existe
derecho. – el otro camino, que hemos intentado
seguir, es el de contemplar la realidad de frente, redactar acta
del final de la era de la ilustración, y sólo
inmediatamente después, intentar salvar lo que puede ser
salvado.
Lo mejor que puede desearse para la era imperial, que
empieza……ser un modo de funcionamiento……y saber que
sólo será eso: será su fragilidad y su
grandeza. No existe receta política para hacer frente a
los peligros de la era post-política.
En este sentido es en el que la revolución a
llevar a cabo es de orden espiritual.
Los debates del futuro se referirán a la
relación del hombre con el mundo: serán debates
éticos, y será por ellos, acaso, cómo un
día renacerá la política, en un proceso que
partirá de abajo de la democracia local y de la
definición que una comunidad dará de sí
misma para elevarse.
Quizás esos continentes aún abstractos
que son la ecología y la
bioética permitan al mundo imperial abrir
finalmente el debate de principios que el necesita para adquirir
sentido.
Unos hombres solos, unos "sabios" han elegido no ser
"conformes", nos dice Jean-Marie Guehenno. (ob.
cit.).
"La participación de los ciudadanos en las
elecciones es la más baja de todas las democracias
occidentales (dos tercios del electorado se abstiene)", nos dice
Michael Albert (ob. cit.).
"La globalización se convierte en trampa para
la democracia. No es la pobreza, sino
el miedo a ella, el que pone en peligro a la
democracia.
Las tareas más nobles de los políticos
democráticos en el mundo en el umbral del próximo
siglo será el mantenimiento
del estado y el restablecimiento de la primacía
política sobre la economía. Si esto no ocurre, la
fusión,
dramáticamente rápida, de la humanidad a
través de la técnica y el comercio
pronto se convertirá en su contrario y llevará a un
cortocircuito global. A nuestros hijos y nietos no les
quedaría entonces mas que el recuerdo de los dorados
años noventa, cuando el mundo aun parecía ordenado
y aún era posible cambiar de rumbo.
Desregulación, liberación y
privatización: estas tres "-ciones" se convirtieron en los
instrumentos estratégicos de la política
económica europea y americana, que el programa
neo-liberal (Reagan/Friedman y Thatcher/Hayek) elevó a
ideología decretada por el
estado.
Años 1979 – 1980. Con la total
liberación del tráfico internacional de capital y
divisas, el
ataque más radical a la construcción
económica de las democracias occidentales se abrió
paso sin resistencia digna de mención.
Libre de todo contrapoder (los sindicatos) y
control público, en la economía americana se impuso
paso a paso un principio que ahora penetra a toda la sociedad del
país: The winner takes all, el ganador se lleva todo. Un
largo y evidente Contrato Social
fue rescindido sin preaviso. No sólo hay una,
sino
muchas globalizaciones ( dice Butros-Ghali ) por
ejemplo la de la información, la de las drogas, la de
las plagas, la del medio
ambiente, y naturalmente y sobre todo, la de las finanzas…….. De qué nos sirve ( se
pregunta quien estaba situado a la cabeza de la ONU ) que la
democracia se defienda en algunos países mientras el
sistema global es dirigido por un sistema autoritario, por lo
tanto, por tecnócratas", nos dicen Hans-Peter Martin y
Harald Schumann (ob. cit.).
"Llegamos a la creencia de la independencia
política como fuerza de progreso. Todo orden
estratificado -el feudalismo, las
aristocracias, los socialismos centralizados, así como el
capitalismo- crean ordenes de privilegio de los que fluyen las
distintas prebendas económicas de pagos, rentas,
sinecuras, compensaciones ejecutivas y beneficios derivados del
mercado.
La piedra de toque de la voluntad política
como fuerza liberadora se presenta cuando dirige sus
energías democratizadoras contra estas prebendas
económicas -en el caso del capitalismo- intentando hacer
mas igualitaria las distribución de los beneficios y la
riqueza, el equilibrio del poder entre las esferas pública
y privada, la calidad de
vida en los extremos inferior y superior de la
balanza.
Este ejercicio de voluntad política como
fuerza igualadora en los asuntos económicos parece haber
llegado en nuestra época a una parada, principalmente en
los Estados Unidos,
en donde los salarios de los directores superan 100 veces a la
paga de los trabajadores, 10 veces más que los
índices de otros capitalismos avanzados", nos dice Robert
Heilbroner (ob. cit.).
"El libre comercio
aleja aún mas del pueblo llano el poder sobre la
economía y la calidad de vida.
La posibilidad de que las personas se conviertan en ciudadanos de
pleno derecho dentro de los países y en todo el mundo, se
está viendo erosionado por un proceso en el que triunfa la
ética
del consumo: Somos lo que consumimos.La ola actual de
liberación del comercio es un retroceso cualitativo en la
larga marcha de la democracia. Si las decisiones relativas
a nuestra vida y nuestro entorno -en el sentido amplio- las toman
personas y entidades situadas en lugares remotos, es casi
imposible que podamos influír directamente en tales
decisiones.
Un elemento clave de la visión social
preconizada por las defensores del libre comercio es el consumidor en
sustitución del ciudadano", nos dicen Tim Lang y Colin
Hines (ob. cit.).
"Este siglo nos ha enseñado que nada dura, ni
siquiera los regímenes más consolidados. Pero
también que todo es posible en el orden de la felicidad,
que como nunca cuenta con medios para desencadenarse sin frenos.
Con las nuevas tecnologías, hoy dispone de medios
decuplicados, al lado de los cuales las atrocidades pasadas
parecen tímidos ensayos.
Como no incluír entre las hipótesis posibles la de un régimen
totalitario que no tendría la menos dificultad para
"mundializarse" y contaria con los medios de eliminación
de una eficacia, alcance y rapidez jamás imaginados. El
genocidio llave en mano", nos dice Viviane Forrester (ob.
cit.)
"Lo que puede hacer intolerables las desigualdades
existentes no es tal vez tanto su crecimiento como un
debilitamiento del principio de igualdad que las legitima, o la
impresión de que ese principio ya no está
verdaderamente en vigor.
El Contrato Social estaría vacío de
sustancia si condujera a renunciar a modificar el determinismo de
las condiciones iniciales y a organizar un mínimo de
solidaridad, de la que ahora se advierte mejor que está
animada por el deseo de poner en acción cierta
concepción de la igualdad.
Toda idea de igualdad consiste así en
desdibujar o compensar el peso del pasado para hacer menos
desiguales las condiciones del futuro", nos dicen Jean-Paul
Fitoussi y Pierre Rosanvallon (ob. cit.).
"No es casual que las sociedades capitalistas hayan
construído sistemas
políticos donde la riqueza económica se pueda
traducir en poder político.
Es indudable que los sistemas sociales pueden
estallar.
Hoy las comunidades protegidas, amuralladas y
aisladas están prosperando otra vez. 38 millones de
norteamericanos viven en estas comunidades si se incluyen los
edificios de departamentos protegidos por custodios privados y se
espera que la cantidad se duplique en la próxima
década", nos dice Lester Thurow en su libro El Futuro del
Capitalismo (Editorial Vergara – 1996).
"Cualquier intento por aliviar la indigencia y la
pobreza en los centros de las ciudades (y en el sur rural)
costaría una gran cantidad de dinero y una
transferencia de recursos de los
adinerados -que votan (en Estados Unidos)- a los pobres -que no
lo hacen", nos dice Paul Kennedy (ob. cit.).
"Si las cuatro quintas partes de la población (en Estados Unidos) fueran
políticamente activas, su contribución total a las
campañas podría superar los recursos reunidos de
los analistas simbólicos, quienes a pesar de ser ricos,
son menos.
El problema reside en si la conciencia ciudadana es
suficientemente fuerte para contrarrestar las fuerzas
centrífugas de la nueva economía
mundial", nos dice Robert B. Reich (ob. cit.).
"Los líderes políticos son un reflejo
del electorado que los apoya. Dominantes y omnipresentes en
la
televisión, en las urnas y en la prensa, son
insignificantes y acomodaticios a la hora de abordar la realidad
política. Son el producto de
ella…..Ayuda, nadie puede dudarlo, que los que comentan e
informan de cuestiones políticas
-los representantes de los medios de
comunicación- pertenezcan también a la
mayoría satisfecha, al igual que los que les dan trabajo o
aportan las rentas que sostienen su trabajo.
Las elecciones han llegado a hacerse demasiado caras,
y de una u otra forma sutil o menos sutil, los sueldos
públicos se complementan con aportaciones de origen
privado. Esos fondos precisos, proceden, casi de modo invariable,
de los económicamente acaudalados. Ha de
respetárseles pues de ellos llega lo que es imprescindible
para participar en las elecciones y también
frecuentemente, para poder mantener un nivel agradable de vida
personal", nos dice John Kenneth Galbraith en su libro La Cultura
de la Satisfacción (Editorial Emecé –
1992).
"A pesar del deterioro que ha sufrido en su calidad
de vida, el ciudadano sigue creyendo firmemente en el sistema y
las instituciones, pues el espíritu crítico nunca
ha sido su fuerte (Estados Unidos).
A pesar de los problemas a los que se enfrenta el
país, nadie se atreve a poner en tela de juicio el
sistema. La duda en América
es una profunda herida social; pensar que el pueblo
estadounidense se puede estar equivocando de camino es el drama
que compromete su actualidad.
Lo cierto es que Estados Unidos está hoy
más preocupado por su futuro que hace una o dos
generaciones. Según el análisis de Patrick Kennon, 25 años
como directivo de la CIA (El Crepúsculo de la Democracia
1996) en la actualidad la mayor parte de las veces y en la mayor
parte de los países del mundo moderno, los líderes
políticos son irrelevantes, sus pequeñas virtudes
contrarrestan sus pequeños vicios, sin ninguna clara
ganancia o pérdida.
La realidad, bien es conocida a través de los
cada vez más importantes gabinetes de imagen, es que la
mayoría de los líderes políticos no tiene
ninguna otra meta más allá de la antigua meta
tribal de salvaguardar su propio poder personal". nos dicen
Mercedes Odina y Gabriel Halevi (ob. cit.).
"Superficialidad, incoherencia, esterilidad de las
ideas y versatilidad de las actitudes son pues, evidentemente,
los rasgos característicos de las direcciones
políticas occidentales.
Se pueden hallar causas sociológicas generales
para explicar este fenómeno:un vasto movimento de
despolitización y de privatización, la
desintegración de los dispositivos de control y de
corrección que tenían lugar en regímenes
parlamentarios clásicos, la división del poder
entre lobbies de todo tipo.
Hay que destacar dos factores específicos de
la organización "política" moderna. El primero
está ligado a la burocratización de los aparatos
políticos (partidos). La selección
de los más aptos, es la selección de los más
aptos para hacerse seleccionar.
El segundo, es propio de los países liberales.
La elección de los principales líderes, se sabe,
está relacionada con la designación de los
personajes más "vendibles".
Los sindicatos contemporáneos ya no son mas
que lobbies destinados a defender intereses sectoriales y
corporativos de sus miembros. El único fin de esta
burocracia es
su conservación.
La sociedad "política actual está cada
vez más fragmentada, dominada por lobbies de todo tipo,
que crean un bloqueo general del sistema.
Vivimos en la sociedad de los lobbies y de los
hobbies.
Ahora bien, lo que está precisamente en crisis
hoy, es la sociedad como tal para el hombre
contemporáneo.
La sociedad presente no se acepta como sociedad, se
sufre a si misma. Y si no se acepta es porque no puede mantener o
forjarse una representación de sí misma que pueda
afirmar y valorizar, ni puede generar un proyecto de
transformación social al que pueda adherir y por el cual
quiera luchar.
Todo sucede como si, por un curioso fenómeno
de resonancia negativa, el descubrimiento que hacen de su
especifidad histórica, terminará de quebrantar su
adhesión a lo que hubiera querido o podido ser, y,
más aún, su voluntad de saber lo que quiere ser en
el futuro.
El fin de la política no es la felicidad, que
no puede ser sino un asunto privado, es la libertad o la
autonomía individual y colectiva.
La democracia como régimen es entonces a la
vez el régimen que trata de realizar, en la medida de lo
posible, la autonomía individual y colectiva y el bien
común tal como es concebido por la colectividad
concernida", nos dice C. Castoriadis (ob. cit.).
"¿La democracia es decididamente el mejor
refugio posible para el capitalismo?.
Se sabe que esta cuestión fue planteada en un
primer momento por Friedrich Von Hayek. Este hizo notar a menudo
que el juego de los
partidos y de los grupos de
presión, el manipuleo de mitos
poderosos, como la justicia
social para ganar votos en el mercado de la política,
podrían destruír la base del capitalismo
anteponiendo las riquezas a la producción.
El conflicto teórico entre capitalismo y
democracia existe, pero se debe abordar de la misma manera que lo
hizo Hayek: a través de una reflexión sobre los
métodos de
la democracia y no sobre su principio. El principio de la
democracia es intangible, pero puede expresarse a través
de formas de organización diversas", nos dice Guy Sorman
en su libro El Capitalismo y sus Enemigos (Editorial Emecé
– 1994).
Como hemos podido leer, son muchos los autores que ven
en el debilitamiento de los estados y la aparición de
"estados frustrados" (Huntington) una imagen de un mundo en
situación de anarquía.
La quiebra de la
autoridad
gubernamental, la desintegración de los estados; la
intensificación de los conflictos tribales, étnicos
y religiosos, la aparición de mafias criminales de
ámbito internacional; el aumento del número de
refugiados en decenas de millones; la proliferación de
armas
nucleares y de otras armas de destrucción masiva, la
difusión del terrorismo; la
frecuencia de las masacres y de la limpieza
étnica.
Decia Taichi Sakaiya que "si buscamos el momento
histórico que más se asemeje al nuestro,
inevitablemente señalaremos esa hora oscura en que la
civilización materialista y el espíritu
científico y racional del mundo antiguo sufrió un
descalabro que allanó el camino de la civilización
medieval"
Antes Jean-Marie Guehenno llamó "imperial" a la
era que viene.
Y de algún modo -no en vano su libro se titula
"El Fin de la Democracia"- puede decirse que resume la
preocupación del conjunto de autores citados cuando
plantea los siguiente:
"Vamos a darnos cuenta de que , herederos de la era de
la ilustración, somos herederos amnésicos: las
leyes se han convertido en recetas, el derecho en un
método, y los estados-naciones en espacios
jurídicos. ¿Es suficiente para asegurar el futuro
de la idea de la democracia?".
En nuestra modesta opinión, no podemos ser
optimistas en cuanto al futuro de la democracia -con
mayúsculas- si vaciamos las naciones, si imponemos la
civilización única, si avasallamos las culturas, si
sólo pretendemos "orden e individualidad".
Si confinamos al hombre a un único rol de
consumidor, si lo encadenamos al televisor y sólo le
dejamos el control remoto para que practique su libertad, no
reconocemos al individuo, desvalorizamos su obra, y condenamos a
la extinción al sujeto.
El hombre frente a la pantalla. Sin espacio
público. Sin diversidad. Sin pleitos. Sin conflictos. La
masa consumista. La única vez que se pinta la cara y se
pone el uniforme de combate es para ir a la guerra…….del fútbol. Ahí gana o
pierde todas sus batallas.
¿Como puede haber democracia si el trabajador
forma parte de un "ejército de reserva"?. ¿Han
visto alguna vez un ejército
democrático?.
Porque van a votar, participar, interesarse, los que se
saben condenados de antemano al paro, la
inestabilidad laboral, la
pobreza, la marginación; excluídos, carenciados,
perdedores, trabajadores a cero hora,. la sub-clase.
Para votar hay que tener esperanza en el futuro. Que
esperanza en el futuro puede tener un trabajador descartable,
inseguro, angustiado, sino sólo miedo al
mañana.
Los pobres no votan y la riqueza se traduce en poder
político.
Los ganadores. La mayoría satisfecha (Galbraith),
el 20% que participará (Martin y Schumann) son los que
votan.
¿Y ellos que votan?. ¿Como practican la
democracia?. ¿En que participan?.
Participan en las convenciones al ritmo de "Macarena".
Practican la democracia que les vende el marketing
político; como dentífricos, hamburguesas o vitaminas
antioxidantes,
en las campañas televisivas. Y votan a los presidentes
Rambo, a los presidentes Viagra, a todo aquel que les asegure
aquello de lo que disfrutan.
Estos "productos"
políticos fabricados por los medios masivos de
comunicación "gobiernan bajo el cómodo abrigo de la
democracia, una democracia en la que no participan los menos
afortunados" (Galbraith).
……"Una multitud de publicistas, intermediarios,
encuestadores y gestores trabajan para meter en el guión
cada uno de sus pasos y gestos" (Engelhardt).
Esta democracia -con minúscula- del quinto
más favorecido de la sociedad, ¿ es
globalizable?.¿Será la democracia de los
estados-región?. ¿Tiende a ello el nuevo orden
internacional?.
Huntington nos ayuda a ver las asignaturas
pendientes:
"Mucho más importante que la economía y la
demografía para resolver la decadencia de
occidente son los problemas de decadencia moral,
suicidio
cultural y desunión política en occidente. Entre
las manifestaciones de decadencia moral a las que a menudo se
hace referencia se encuentran:
1 – el aumento de la conducta
antisocial, como crímenes, drogadicción y violencia
general;
2 – la decadencia familiar, que incluye mayores tasas de
divorcio,
ilegitimidad, embarazos adolecentes y familias
monoparentales;
3 – al menos en Estados Unidos, el descenso del "capital
social", esto es, del número de miembros de asociaciones
de voluntariado y de la confianza interpersonal asociada con tal
colectivo;
4 – el debilitamiento general de la "ética del
trabajo" y el auge de un culto a la tolerancia
personal;
5 – el interés cada vez menor por el estudio y la
actividad intelectual, manifestado en los Estados Unidos en unos
niveles inferiores de rendimiento escolar".
Remata el tema Huntington, diciendo: "La futura salud de Occidente y su
influencia en otras sociedades depende en una medida considerable
de su éxito a
la hora de afrontar esas tendencias, que, por supuesto, son la
fuente de las declaraciones de superioridad moral por parte de
musulmanes y asiáticos".
Si los globalizadores no fueran tan soberbios en vez de
pensar en la aldea global deberían revisar y mejorar las
prácticas democráticas de los
estados-nación; antes de proyectar los
estados-región deberían vertebrar el ideal liberal
de igualdad sin dominación.
En fin, volver al origen, a la idea funcional
republicana de libertad, igualdad y fraternidad, para ensamblar,
amalgamar, fusionar al sujeto con la comunicación y la
solidaridad.
– lograr que los que no votan -casi siempre los pobres-
voten.
– aprovechar las modernas tecnologías para
ensayar la democracia directa.
– alentar el disenso . Tolerar los conflictos. Crear
nuevas significaciones.
– reformular un Contrato Social.
– fortalecer a la sociedad civil.
Restablecer el capital social.
– restablecer la confianza.
– procurar la autonomía individual y colectiva y
el bien común.
– devolver al individuo el rol protagónico de su
propia historia.
Son temas sugerentes, que invitamos a reflexionar y
debatir, y que nos permiten mantener la ilusión de un
futuro de felicidad social.
Tal vez, no debamos aceptar el imperio, que crece y se
derrumba; tampoco resignarnos a estados-región, que vienen
y van; sino intentar una construcción superior asentada en
la convivencia de las siete civilizaciones contemporáneas
(Huntington) con total respeto étnico, cultural,
religioso, sin buscar el universalismo que para muchos
(nuevamente en palabras de Huntington) significa
"occidentoxicación".
Ricardo Lomoro