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Democracia




Enviado por Ricardo Lomoro



     

     

    En sentido limitado es la forma de organización que establece como premisa que
    los poderes del gobierno derivan
    del consentimiento de los gobernados. Así, en
    última instancia, el poder
    pertenece al pueblo, quien lo ejerce directamente (democracia
    directa), o bien por medio de representantes libremente elegidos
    (democracia representativa o indirecta). En sentido más
    amplio es una forma de vida que trasciende la esfera política y
    tiñe de contenido propio el conjunto de las actividades de
    la sociedad.

    "La piedra clave de la democracia, es un modo de
    existencia que puede expresarse como la necesidad de la
    participación de cada ser humano en la formación de
    los valores
    que regulan la vida del conjunto, lo que implica el desarrollo
    pleno del individuo y a
    la vez del bienestar social", dice John Dewey.

    La necesidad de libertad es el
    impulso que determinó desde la antigüedad el
    nacimiento de las distintas formas de democracia que se han dado
    en la historia.
    Puesto que el poder irrestricto, sin control, de un
    monarca, dictador o grupo, tiende
    a ejercitarse abusivamente, la democracia intenta reconciliar el
    gobierno con la libertad.

    La democracia moderna se plantea el problema de si
    el hombre
    existe para el estado o el
    estado para el
    hombre, nace
    de la conquista de los derechos individuales.
    Afirma que el individuo es lo primero, y sobre esta base intenta
    la cooperación y la formación de un orden
    común.

    En la Declaración de los Derechos del Hombre de
    la Revolución
    Francesa se afirmaba: "El fin de toda política es la
    preservación de los derechos naturales e imprescindibles
    del hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la
    seguridad, y la
    resistencia a la
    opresión".

    Veamos, ahora, como actualizan estos conceptos algunos
    tratadistas y como los insertan en la problemática que
    presentan la
    globalización y el mercado:

     

    "La idea de la modernidad, en su
    forma más ambiciosa, fue la afirmación de que el
    hombre es lo que hace y que, por lo tanto, debe existir una
    correspondencia cada vez más estrecha entre la producción -cada vez más eficaz por
    la ciencia, la
    tecnología
    o la
    administración– la
    organización de la sociedad mediante la ley y la vida
    personal,
    animada por el interés,
    pero también por la voluntad de liberarse de todas las
    coacciones.

    ¿En que se basa esta correspondencia de una
    cultura
    científica, de una sociedad ordenada y de individuos
    libres si no es en el triunfo de la razón?. Sólo la
    razón establece una correspondencia entre la acción
    humana y el orden del mundo, que era lo que buscaban ya no pocos
    pensamientos religiosos que habían quedado, sin embargo,
    paralizados por el finalismo propio de las religiones
    monoteístas fundadas en una
    revelación.

    Es la razón la que anima la ciencia y sus
    aplicaciones; es también la que dispone la
    adaptación de la vida social a las necesidades
    individuales o colectivas; y es la razón, finalmente, la
    que reemplaza la arbitrariedad y la violencia por
    el estado de derecho
    y por el mercado. La humanidad, al obrar según las
    leyes de la
    razón, avanza a la vez hacia la abundancia, la libertad y
    la felicidad.

    Las críticas a la modernidad cuestionan o
    repudian esta afirmación central.

    A medida que nuestra sociedad parece reducirse a
    una empresa
    que lucha por sobrevivir en un medio internacional, más se
    difunde simultáneamente en todas partes la obsesión
    de una identidad que
    ya no se define atendiendo a lo social, se trate del nuevo
    comunitarismo de los países pobres o del individualismo
    narcisista de los países ricos. La separación
    completa de la vida pública y de la vida privada
    determinaría el triunfo de poderes que ya sólo se
    definirían en términos de gestión
    y de estrategia y
    frente a los cuales la mayor parte de la gente se
    replegaría a un espacio privado, lo cual no dejaría
    de crear un abismo sin fondo donde antes se encontraba el espacio
    público, social y político y donde habían
    nacido las democracias modernas. ¿Cómo no ver en
    semejante situación una regresión hacia sociedades en
    las que los poderosos y el pueblo vivían universos
    separados, el universo de
    los guerreros conquistadores, por un lado, y el de la gente
    ordinaria encerrada en una sociedad local, por otro?. Sobre todo
    ¿como no ver que el mundo esta más dividido que
    nunca entre el norte, donde reina el instrumentalismo y el poder,
    y el sur, que se encierra en la angustia de su pérdida de
    identidad?.

    La modernidad no descansa en un principio
    único, y menos aún en la simple destrucción
    de los obstáculos que se oponen al reinado de la
    razón; la modernidad es diálogo de
    la razón y del sujeto. Sin la razón el sujeto se
    encierra en la obsesión de su identidad; sin el sujeto, la
    razón se convierte en el instrumento del
    poder.

    El sujeto es la voluntad de un individuo de obrar y
    ser reconocido como actor.

    Dice Habermas que: "El debate
    democrático siempre combina tres dimensiones: el consenso,
    que es la referencia a las orientaciones culturales comunes; el
    conflicto, que
    opone a los adversarios; el compromiso que combina ese conflicto
    con el respeto a un
    marco social – en particular- que lo limita.

    La sociedad democrática es aquella que
    establece los límites
    más estrictos a la dominación de los poderes
    políticos sobre la sociedad y los individuos. Lo cual

    equivale a decir que la sociedad más moderna es aquella
    que reconoce mas explícitamente los derechos iguales de la
    racionalización y la subjetivación y la necesidad
    de combinarlos.

    La democracia no significa el triunfo de lo uno o la
    transformación del pueblo en principio. Por el contrario,
    la democracia es la subordinación de las instituciones
    a la libertad personal y colectiva. Protege esta libertad contra
    el poder político y económico, por un lado, y
    contra la presión de
    la tribu y la tradición por el otro. También se
    protege contra si misma, es decir, contra el aislamiento de un
    sistema
    político suspendido entre la irresponsabilidad del
    estado y las demandas de los individuos", nos dice Alain Touraine
    en su libro Crítica
    a la Modernidad (Fondo de Cultura Económica –
    1994).

     

    "La modernidad ya no sucede a la tradición;
    todo se mezcla; el espacio y el tiempo se
    comprimen. En vastos sectores del mundo se debilitan los
    controles sociales y culturales establecidos por los estados, las
    iglesias, las familias o las escuelas, y la frontera entre
    lo normal y lo patológico, lo permitido y lo prohibido,
    pierde su nitidez. ¿No vivimos en una sociedad
    mundializada, globalizada, que invade en todas partes la vida
    privada y pública de la mayor cantidad de
    personas?.

    ¿Como se puede detener el doble movimiento de
    globalización y privatización que debilita las antiguas
    formas de vida social y política?. ¿Cómo
    escapar a la elección inquietante entre una ilusoria
    globalización mundial que ignora la diversidad de culturas
    y la realidad preocupante de las comunidades encerradas en si
    mismas?.

    En un mundo en cambio
    permanente e incontrolable no hay otro punto de apoyo que el
    esfuerzo del individuo para transformar unas experiencias vividas
    en construcción de sí mismo como actor.
    Ese esfuerzo por ser actor es lo que denomino sujeto, que no se
    confunde ni con el conjunto de la experiencia ni con el principio
    superior que lo oriente y le de una vocación. El sujeto no
    tiene otro contenido que la producción de si mismo. No
    sirve a ninguna causa, ningún valor, ninguna
    otra ley que su necesidad y su deseo de resistirse a su propio
    desmembramiento en un universo en
    movimiento, sin orden ni equilibrio.

    La desmodernización. Ya no creemos en el
    progreso. Vivimos en una mezcla de sumisión a la cultura
    de masas y repliegue sobre nuestra vida privada.

    ……….El trabajo
    pesa poco en un mundo económico dominado por el dinero, la
    competencia y la
    tecnología, y cuyas palabras claves: flexibilidad,
    competitividad, reconversión, ocultan una
    multitud de vidas quebradas.

    Unidad de la economía y de sus
    marcos institucionales por un lado, fragmentación de las
    identidades culturales por el otro. La disociación de los
    dos universos, el de las técnicas y
    los mercados y el de
    las culturas, el de la razón instrumental y el de la
    mejoría, el de los signos y el
    del sentido. En este fin de siglo, el curso de nuestra
    experiencia se topa con la disociación – si retomamos los
    términos antiguos- entre la extensión y el alma, la
    economía y las culturas, los intercambios y las
    identidades. Es esta disociación lo que denomino
    desmodernización. La desmidernización se define por
    la ruptura de los vínculos que unen la libertad personal y
    la eficacia
    colectiva.

    Si la desmodernización es ante todo la ruptura
    entre el sistema y el
    actor, sus dos aspectos principales y complementarios son la
    desinstitucionalización y la desocialización. Por
    desinstitucionalización hay que entender el debilitamiento
    o desaparición de las normas
    codificadas y protegidas por mecanismos legales, y más
    simplemente la desaparición de los juicios de normalidad,
    que se aplican a las conductas regidas por instituciones. Llamo
    desocialización a la desaparición de los roles,
    normas y valores
    sociales mediante los cuales se construía el mundo
    vívido.

    La paradoja central de nuestra sociedad: En el primer
    momento en que la economía se mundializa y es transformada
    de manera acelerada por las nuevas
    tecnologías, la
    personalidad deja de proyectarse hacia el futuro y se apoya,
    al contrario, en el pasado o en un deseo ahistórico. El
    sistema y el actor ya no se encuentran en reciprocidad de
    perspectivas sino en oposición directa. Esta
    desocialización es también una
    despolitización. El orden político ya no
    constituye, ya no funde el orden social. Esta crisis esta
    fuertemente ligada a la del estado nacional, del que tantas veces
    se dijo que es demasiado pequeño para los grandes problemas y
    demasiado grande para los pequeños.

    Lo que hoy amenaza más directamente al sujeto
    es esta sociedad de masas en que el individuo escapa de toda
    referencia a si mismo, donde es un ser de deseo que rompe con
    todo principio de realidad, a la búsqueda de una libertad
    pulsional o, dicho de otra manera, impersonal. El sujeto es el
    deseo del individuo de ser un actor. La subjetivación es
    el deseo de individuación, y ese proceso
    sólo puede desarrollarse si existe una interfaz suficiente
    entre el mundo de la instrumentalidad y el de la
    identidad.

    Reconozco en el disidente la figura más
    ejemplar del sujeto. Puesto que da testimonio, incluso sin
    esperanza de ser escuchado, contra los poderes que lo privan de
    su libertad. El sujeto es palabra y su testimonio es
    público, aún cuando nadie pueda escucharlo o verlo.
    El sujeto es voluntad, resistencia y lucha, y no experiencia
    inmediata de sí. No hay movimiento social posible al
    margen de la voluntad de liberación del sujeto. Nada
    está mas lejos de la idea de sujeto que el elogio del
    individuo libre de toda atadura, que actúa de acuerdo a
    sus humores, elige sus placeres y hace zapping de un programa de
    televisión
    a otro.

    El mundo en efecto vive un shock liberal, mucho
    más masivo que la revolución
    industrial que conmovió a una parte de Europa en el
    siglo XIX. Una conmoción de este tipo no exige la
    formación de movimientos sociales sino, mas bien, de
    movimientos históricos, que opongan el pueblo a las
    elites, quienes sufren los cambios a quienes los dirigen. Como
    respuesta a la globalización de la economía
    comienzan a formarse movimientos históricos
    independientes. Las grandes campañas ecológicas,
    muchas ONGs……..han formado muchos dirigentes sociales y
    políticos contestatarios.

    Veo en el liberalismo
    económico "globalizador", al igual que en el comunitarismo
    político, unas amenazas grandes y hasta mortales, contra
    la democracia, porque son dos caras de la misma
    desmodernización.

    (el autor entiende por comunitarización:
    cuando un movimiento cultural, o más correctamente una
    fuerza
    política, crean de manera voluntarista, una comunidad a
    través de la eliminación de quienes pertenecen a
    otra cultura u otra sociedad, o no aceptan el poder de la elite
    dirigente)

    A la pregunta ¿cómo podemos vivir
    juntos?, es decir como podemos combinar la igualdad y la
    diversidad, no hay en mi opinión otra respuesta que la
    asociación de la democracia política y la
    diversidad cultural fundadas en la libertad del
    sujeto.

    Entre la unificación económica del
    mundo y su fragmentación cultural, el espacio que era el
    de la vida social (y sobre todo política) se hunde, y los
    dirigentes o los partidos
    políticos pierden tan brutalmente su función
    representativa que se sumergen o son acusados de sumergirse en la
    corrupción
    o el cinismo.

    ¿Cómo puede hablarse todavía de
    democracia cuando fue reemplazada por el mercado
    global, las autopistas del consumo y
    la
    comunicación que atraviesan las fronteras?. ¿Y
    cómo puede imponerse a poblaciones movilizadas
    política y militarmente en defensa de su identidad
    colectiva?. Cuando la cultura y la economía, el universo
    del sentido y el de los signos, se separan el uno del otro,
    cuando el poder político ya no domina ni la
    economía internacionalizada ni las culturas definidas como
    herencias y no como la interpretación de nuevas prácticas,
    ¿se puede hablar de democracia?.

    Es el fortalecimiento de las asociaciones y
    movimientos culturales, y el apoyo que pueden darle los medios, lo que
    mejor permite la penetración de las demandas sociales en
    el campo político, y por lo tanto la reconstrucción
    de la democracia.

    La democracia tiene por objetivos
    principales, en primer lugar, disminuir las distancias sociales,
    lo que supone un fortalecimiento del control social y
    político de la economía; en segundo lugar,
    garantizar el respeto a la diversidad cultural y la igualdad de
    los derechos cívicos y sociales para todos; y en tercer
    lugar, tomar en consideración las demandas de quienes no
    deben quedar reducidos a la condición de consumidores de
    atenciones, educación e información.

    Hablar de democracia no es proteger la vida privada y
    dejar que se desarrolle el consumo; es permitir a los individuos,
    así como a los grupos, ser los
    actores de su propia historia en lugar de dejarse conducir
    ciegamente por la búsqueda de la ganancia, la creencia
    exclusiva en la racionalidad, la voluntad de poder, o la
    exaltación de valores comunitarios. La democracia es la
    forma política de la recomposición del mundo que
    sitúo en el centro de mi reflexión como
    expresión de mi rechazo de la disociación de una
    economía globalizada e identidades culturales
    fragmentadas, pues la política es el arte de combinar
    la unidad y la diversidad.

    El sujeto, la comunicación, la solidaridad son
    tres temas inseparables, del mismo modo que lo fueron la
    libertad, la igualdad y la fraternidad en la etapa republicana de
    la democracia", nos dice Alain Touraine en su libro
    ¿Podremos Vivir Juntos? (Fondo de Cultura Económica
    – 1997).

     

    "La historia vuelve a ser ese túnel en que el
    hombre se lanza, a ciegas, sin saber a donde lo conducirán
    sus acciones,
    incierto en su destino, desposeído de la ilusoria
    seguridad de una ciencia que de cuenta de sus actos pasados.
    Privado de Dios, el individuo democrático ve tambalearse
    sobre sus bases, en este fin de siglo, a la diosa historia: esta
    es una zozobra que tendrá que conjurar.

    El fin del comunismo hace
    regresar al hombre al interior de la antinomia fundamental de la
    democracia burguesa. Entonces redescubre, como si fuera de ayer,
    los términos complementarios y contradictorios de la
    ecuación liberal: los derechos del hombre y el mercado; y
    con ello compromete el fundamento de lo que ha constituído
    el mesianismo revolucionario desde hace dos
    siglos.

    La idea de otra sociedad se ha vuelto algo imposible
    de pensar y, por lo demás, nadie ofrece sobre este tema,
    en el mundo de hoy, ni siquiera el esbozo de un concepto nuevo.
    De modo que henos aquí, condenados a vivir en el mundo en
    que vivimos.

    Pero semejante condición resulta demasiado
    severa y demasiado contraria a la idiosincracia de las sociedades
    modernas para que pueda durar. La democracia genera, por el
    sólo hecho de existir, la necesidad de un mundo posterior
    a la burguesía y el capital, en
    que pudiese florecer una verdadera comunidad
    humana.

    ………El fin del mundo soviético no
    modifica en nada la exigencia democrática de otra
    sociedad…….La desaparición de esas figuras familiares
    de nuestro siglo sólo pone punto final a una época,
    mas no agota el repertorio de la democracia", nos dice Francois
    Furet en su libro El Pasado de una Ilusión (Fondo de
    Cultura Económica – 1995).

     

    "El aumento de la composición orgánica
    del capital, que se produce a medida que avanza el capitalismo,
    está íntimamente conectado con una tendencia hacia
    la centralización y concentración del
    capital.

    La relativa pobreza de la
    clase
    trabajadora, la miseria física del
    "ejército de reserva" y la rápida
    disminución de los salarios, junto
    con el súbito aumento del desempleo que se
    produce en la crisis, todo ello suministra una reserva creciente
    de potencial revolucionario.

    La barrera del capital consiste en que todo este
    desarrollo se efectúa antitéticamente; y que la
    elaboración de las fuerzas productivas, de riqueza
    general, del saber, etc., se presentan de tal suerte que el
    propio trabajador se enajena a sí
    mismo…….

    Puesto que en su esencia más profunda se basa
    en relaciones antagónicas entre el capital y el trabajador
    asalariado las cuales por el mismo funcionamiento universalizan
    al trabajador solamente en un estado de alienación, el
    capitalismo contiene dentro de sí las fuerzas que, a la
    vez, lo empujan hacia su propio óbito y preparan el camino
    para su trascendencia", nos dice Anthony Giddens (ob.
    cit.).

     

    "Rustow argumentó vigorosamente que la
    democracia ha llegado a existir, no porque las personas quisieran
    tener esta forma de gobierno, ni porque hayan logrado un amplio
    consenso acerca de "valores básicos", sino porque varios
    grupos habían estado en pleito constantemente por mucho
    tiempo, antes de reconocer su común incapacidad para
    imponerse y la necesidad de llegar a algún compromiso o
    acomodo.

    Los conflictos
    casi hacen naufragar a las sociedades, pero nunca lo hacen, y por
    lo tanto en realidad refuerzan, por la saludable experiencia de
    pasar por una crisis y una lucha. A la postre, las crisis tienden
    a fortalecer a las sociedades cuanto mayores sean las
    crisis.

    El secreto de la vitalidad de la sociedad pluralista
    de libre mercado y de su capacidad para renovarse quizás
    estribe "tanto en regatear o negociar como argumentar" y en la
    sucesiva erupción de problemas y crisis. La sociedad
    produce así una estable dieta de conflictos que necesitan
    atención y que la sociedad aprende a
    manejar.

    Los conflictos típicos de la sociedad
    pluralista y de libre mercado tienen las características
    siguientes:

    1) ocurren con mucha frecuencia y adoptan una gran
    varieded de formas.

    2) son predominantemente de tipo divisible y por
    tanto se prestan al compromiso y al arte del
    regateo.

    3) a consecuencia de estas dos
    características, los compromisos que se pactan nunca hacen
    surgir la idea o la ilusión de que representan soluciones
    definitivas", nos dice Albert O. Hirschman en su libro Tendencias
    Autosubversivas (Fondo de Cultura Económica
    -1996).

     

    "El año 1989 no clausura una época
    iniciada en 1945 o en 1917. Clausura lo que se
    institucionalizó gracias a 1789. Pone fin a la era de los
    estados-naciones.

    Vamos a darnos cuenta de que, herederos de la era de
    la
    ilustración, somos herederos amnésicos: las
    leyes se han convertido en recetas, el derecho en un método y
    los estados-naciones en espacios jurídicos. ¿Es
    suficiente para asegurar el futuro de la idea de la
    democracia?.

    Hay que preguntarse hoy si puede existir una
    democracia sin nación.
    El gran edificio de la era institucional ha rendido sus cimientos
    y flota, libre de toda amarra, abandonado a si mismo, como esas
    casas prefabricadas que arrastra una riada.

    Llamaremos "imperial" a la era que viene porque, ante
    todo, sucede al estado-nación
    como el Imperio Romano
    sucedió a la Republica Romana: la sociedad de los hombres
    se ha hecho demasiado vasta para formar un cuerpo
    político. En ella los ciudadanos forman cada vez menos un
    conjunto capaz de expresar una soberanía colectiva; sólo son
    sujetos jurídicos, titulares de derechos y sometidos a
    obligaciones,
    en un espacio abstracto con unas fronteras territoriales cada vez
    más indecisas.

    ………La era "imperial"……describe un mundo
    unificado y a la vez privado de centro.

    Hay que comprender, pues, las reglas de esta nueva
    era, no para luchar contra ella -sería un trabajo
    inútil-, sino para salvar lo que se puede -y debe-
    salvarse de la idea de libertad.

    ¿Sobrevivirá la política a
    semejante revolución?.El desaparecer de la
    nación lleva en sí la muerte de
    la política. En la era de las redes la relación de
    los ciudadanos con el cuerpo entra en competencia con la
    infinidad de las conexiones que establecen fuera de él, de
    suerte que la política, lejos de ser el principio
    organizador de la vida de los hombres en sociedad, aparece como
    una actividad secundaria, como una construcción artificial
    incluso, inadaptada para la solución de los problemas
    prácticos del mundo contemporáneo.

    Desde el momento en que no hay lugar natural de la
    solidaridad y del interés general, desaparece la hermosa
    ordenación de una sociedad organizada según una
    pirámide de poderes encajados los unos en los
    otros.

    El malentendido alrededor del lobbying consiste en
    creer que el interés general nacerá naturalmente de
    la confrontación honrada de los intereses
    particulares…..carente de un principio de solidaridad que
    trascendiese los enfrentamientos particulares, esta
    confrontación desemboca, pues, en el
    inmovilismo.

    La política no existe como simple resultante
    de los intereses privados, pero supone un contrato social
    que precede y sobrepasa todos los contratos
    particulares. Si se abandona este postulado y se reduce la
    política a una función de mercado -en el que se
    determina el valor de los intereses enfrentados- el espacio de lo
    político queda inmediatamente amenazado de
    desaparición, pues no hay mercado que pueda fijar el
    "valor" del interés nacional y delimitar el espacio de la
    solidaridad.

    Ninguna ley económica puede reemplazar la
    evidencia territorial e histórica de la
    nación.

    Al perder la dimensión de la duración
    (tiempo) y encerrarse en situaciones en lugar de organizarse
    alrededor de principios, el
    debate se vacía de su substancia, y sólo mediante
    un abuso de lenguaje puede
    llamarse todavía "política". A partir de
    aquí, la "mediatización" que ingenuamente se
    reprocha a la vida política contemporánea
    sólo traduce la evolución de una sociedad en la que la
    efímera

    sucesión de las percepciones, tal como la
    escenifican los media, ha reemplazado a la conciencia de un
    destino común vivido en la duración. Se hace
    central la cuestión de las percepciones, pues la
    complejidad cansa, y un argumento no resumible en una sola frase
    no tiene existencia mediática.

    Una sociedad que se fragmente hasta el infinito, sin
    memoria ni
    solidaridad, una sociedad que sólo recupera su unidad en
    una sucesión de las imágenes
    que los media le devuelven de sí misma cada semana. Una
    sociedad sin ciudadanos y por tanto -finalmente- una
    no-sociedad.

    La era imperial siente horror por las opciones y, si
    bien limita el poder, no es organizando el conflicto, sino
    fragmentando las decisiones. En la era imperial los fuertes son
    suficientemente fuertes desde el momento en que los
    débiles han sabido reconocer su lugar. Una cierta geografía social se
    impone por sí misma. La difusión del poder ha
    desactivado los conflictos.

    El poder moderno no es únicamente abstracto:
    se expresa en el dinero,
    pasarela universal entre todas las formas del poder, gran
    unificador, irreal y trivial, de la era imperial y de su
    mezcolanza religiosa. En este aspecto es donde se analiza la
    corrupción, no como un epifenómeno,
    sino como el emblema de nuestro tiempo y, acaso, la única
    "religión"
    que tiene hoy vocación universal. En ningún momento
    nos preguntamos si la corrupción, lejos de ser un
    fenómeno patológico, anormal, no sería uno
    de los rasgos característicos de una sociedad
    desarrollada.

    En un mundo diferente, en el que el funcionario
    público es el poseedor de un saber y el mandatario del
    interés público, es clara la separación
    entre una actitud de
    integridad -que exige aislamiento- y la corrupción -que
    comienza con el contacto. En un mundo en el que el poder emana de
    la capacidad relacional más que del saber, en el que el
    interés público y el interés privado tratan
    de vincularse para una mayor eficacia, la corrupción se
    convierte en un término tosco, que describe mal los
    imperceptibles deslizamientos por los que se pasa del contacto a
    la dependencia, de la información a la
    influencia.

    Ya no estamos privados de la libertad, sino del
    pensamiento de
    la libertad.

    Hemos perdido lo que cimentaba nuestra dignidad de
    hombres libres, la aspiración a formar un cuerpo
    político.

    Tenemos una revolución que realizar, y esta
    revolución no es de orden política, sino
    espiritual. De nada sirve llorar la crisis de la ilustración y hay que aceptar que llegamos
    hoy al final de la era institucional del poder.

    Verificamos hoy que la evolución de los
    circuitos del
    poder cuestiona las victorias que creíamos definitivas.
    Hemos edificado sobre la arena y fallan los cimientos. Las
    solemnes palabras de ayer -democracia – libertad- resuenan con un
    eco vacío. Presos del desasosiego, tenemos dos actitudes
    entre las cuales elegir: – la primera sería volver a las
    fuentes del
    orden institucional que desaparece, y buscar, en un vago acuerdo
    sobre algunos principios universales, los fundamentos de una
    nueva religión, el derecho
    natural sin el cual no existe

    derecho. – el otro camino, que hemos intentado
    seguir, es el de contemplar la realidad de frente, redactar acta
    del final de la era de la ilustración, y sólo
    inmediatamente después, intentar salvar lo que puede ser
    salvado.

    Lo mejor que puede desearse para la era imperial, que
    empieza……ser un modo de funcionamiento……y saber que
    sólo será eso: será su fragilidad y su
    grandeza. No existe receta política para hacer frente a
    los peligros de la era post-política.

    En este sentido es en el que la revolución a
    llevar a cabo es de orden espiritual.

    Los debates del futuro se referirán a la
    relación del hombre con el mundo: serán debates
    éticos, y será por ellos, acaso, cómo un
    día renacerá la política, en un proceso que
    partirá de abajo de la democracia local y de la
    definición que una comunidad dará de sí
    misma para elevarse.

    Quizás esos continentes aún abstractos
    que son la ecología y la
    bioética permitan al mundo imperial abrir
    finalmente el debate de principios que el necesita para adquirir
    sentido.

    Unos hombres solos, unos "sabios" han elegido no ser
    "conformes", nos dice Jean-Marie Guehenno. (ob.
    cit.).

     

    "La participación de los ciudadanos en las
    elecciones es la más baja de todas las democracias
    occidentales (dos tercios del electorado se abstiene)", nos dice
    Michael Albert (ob. cit.).

     

    "La globalización se convierte en trampa para
    la democracia. No es la pobreza, sino
    el miedo a ella, el que pone en peligro a la
    democracia.

    Las tareas más nobles de los políticos
    democráticos en el mundo en el umbral del próximo
    siglo será el mantenimiento
    del estado y el restablecimiento de la primacía
    política sobre la economía. Si esto no ocurre, la
    fusión,
    dramáticamente rápida, de la humanidad a
    través de la técnica y el comercio
    pronto se convertirá en su contrario y llevará a un
    cortocircuito global. A nuestros hijos y nietos no les
    quedaría entonces mas que el recuerdo de los dorados
    años noventa, cuando el mundo aun parecía ordenado
    y aún era posible cambiar de rumbo.

    Desregulación, liberación y
    privatización: estas tres "-ciones" se convirtieron en los
    instrumentos estratégicos de la política
    económica europea y americana, que el programa
    neo-liberal (Reagan/Friedman y Thatcher/Hayek) elevó a
    ideología decretada por el
    estado.

    Años 1979 – 1980. Con la total
    liberación del tráfico internacional de capital y
    divisas, el
    ataque más radical a la construcción
    económica de las democracias occidentales se abrió
    paso sin resistencia digna de mención.

    Libre de todo contrapoder (los sindicatos) y
    control público, en la economía americana se impuso
    paso a paso un principio que ahora penetra a toda la sociedad del
    país: The winner takes all, el ganador se lleva todo. Un
    largo y evidente Contrato Social
    fue rescindido sin preaviso. No sólo hay una,
    sino

    muchas globalizaciones ( dice Butros-Ghali ) por
    ejemplo la de la información, la de las drogas, la de
    las plagas, la del medio
    ambiente, y naturalmente y sobre todo, la de las finanzas…….. De qué nos sirve ( se
    pregunta quien estaba situado a la cabeza de la ONU ) que la
    democracia se defienda en algunos países mientras el
    sistema global es dirigido por un sistema autoritario, por lo
    tanto, por tecnócratas", nos dicen Hans-Peter Martin y
    Harald Schumann (ob. cit.).

     

    "Llegamos a la creencia de la independencia
    política como fuerza de progreso. Todo orden
    estratificado -el feudalismo, las
    aristocracias, los socialismos centralizados, así como el
    capitalismo- crean ordenes de privilegio de los que fluyen las
    distintas prebendas económicas de pagos, rentas,
    sinecuras, compensaciones ejecutivas y beneficios derivados del
    mercado.

    La piedra de toque de la voluntad política
    como fuerza liberadora se presenta cuando dirige sus
    energías democratizadoras contra estas prebendas
    económicas -en el caso del capitalismo- intentando hacer
    mas igualitaria las distribución de los beneficios y la
    riqueza, el equilibrio del poder entre las esferas pública
    y privada, la calidad de
    vida en los extremos inferior y superior de la
    balanza.

    Este ejercicio de voluntad política como
    fuerza igualadora en los asuntos económicos parece haber
    llegado en nuestra época a una parada, principalmente en
    los Estados Unidos,
    en donde los salarios de los directores superan 100 veces a la
    paga de los trabajadores, 10 veces más que los
    índices de otros capitalismos avanzados", nos dice Robert
    Heilbroner (ob. cit.).

     

    "El libre comercio
    aleja aún mas del pueblo llano el poder sobre la
    economía y la calidad de vida.
    La posibilidad de que las personas se conviertan en ciudadanos de
    pleno derecho dentro de los países y en todo el mundo, se
    está viendo erosionado por un proceso en el que triunfa la
    ética
    del consumo: Somos lo que consumimos.La ola actual de
    liberación del comercio es un retroceso cualitativo en la
    larga marcha de la democracia. Si las decisiones
    relativas
    a nuestra vida y nuestro entorno -en el sentido amplio- las toman
    personas y entidades situadas en lugares remotos, es casi
    imposible que podamos influír directamente en tales
    decisiones.

    Un elemento clave de la visión social
    preconizada por las defensores del libre comercio es el consumidor en
    sustitución del ciudadano", nos dicen Tim Lang y Colin
    Hines (ob. cit.).

     

    "Este siglo nos ha enseñado que nada dura, ni
    siquiera los regímenes más consolidados. Pero
    también que todo es posible en el orden de la felicidad,
    que como nunca cuenta con medios para desencadenarse sin frenos.
    Con las nuevas tecnologías, hoy dispone de medios
    decuplicados, al lado de los cuales las atrocidades pasadas
    parecen tímidos ensayos.

    Como no incluír entre las hipótesis posibles la de un régimen
    totalitario que no tendría la menos dificultad para
    "mundializarse" y contaria con los medios de eliminación
    de una eficacia, alcance y rapidez jamás imaginados. El
    genocidio llave en mano", nos dice Viviane Forrester (ob.
    cit.)

     

    "Lo que puede hacer intolerables las desigualdades
    existentes no es tal vez tanto su crecimiento como un
    debilitamiento del principio de igualdad que las legitima, o la
    impresión de que ese principio ya no está
    verdaderamente en vigor.

    El Contrato Social estaría vacío de
    sustancia si condujera a renunciar a modificar el determinismo de
    las condiciones iniciales y a organizar un mínimo de
    solidaridad, de la que ahora se advierte mejor que está
    animada por el deseo de poner en acción cierta
    concepción de la igualdad.

    Toda idea de igualdad consiste así en
    desdibujar o compensar el peso del pasado para hacer menos
    desiguales las condiciones del futuro", nos dicen Jean-Paul
    Fitoussi y Pierre Rosanvallon (ob. cit.).

     

    "No es casual que las sociedades capitalistas hayan
    construído sistemas
    políticos donde la riqueza económica se pueda
    traducir en poder político.

    Es indudable que los sistemas sociales pueden
    estallar.

    Hoy las comunidades protegidas, amuralladas y
    aisladas están prosperando otra vez. 38 millones de
    norteamericanos viven en estas comunidades si se incluyen los
    edificios de departamentos protegidos por custodios privados y se
    espera que la cantidad se duplique en la próxima
    década", nos dice Lester Thurow en su libro El Futuro del
    Capitalismo (Editorial Vergara – 1996).

     

    "Cualquier intento por aliviar la indigencia y la
    pobreza en los centros de las ciudades (y en el sur rural)
    costaría una gran cantidad de dinero y una

    transferencia de recursos de los
    adinerados -que votan (en Estados Unidos)- a los pobres -que no
    lo hacen", nos dice Paul Kennedy (ob. cit.).

     

    "Si las cuatro quintas partes de la población (en Estados Unidos) fueran
    políticamente activas, su contribución total a las
    campañas podría superar los recursos reunidos de
    los analistas simbólicos, quienes a pesar de ser ricos,
    son menos.

    El problema reside en si la conciencia ciudadana es
    suficientemente fuerte para contrarrestar las fuerzas
    centrífugas de la nueva economía
    mundial", nos dice Robert B. Reich (ob. cit.).

     

    "Los líderes políticos son un reflejo
    del electorado que los apoya. Dominantes y omnipresentes en
    la
    televisión, en las urnas y en la prensa, son
    insignificantes y acomodaticios a la hora de abordar la realidad
    política. Son el producto de
    ella…..Ayuda, nadie puede dudarlo, que los que comentan e
    informan de cuestiones políticas
    -los representantes de los medios de
    comunicación- pertenezcan también a la
    mayoría satisfecha, al igual que los que les dan trabajo o
    aportan las rentas que sostienen su trabajo.

    Las elecciones han llegado a hacerse demasiado caras,
    y de una u otra forma sutil o menos sutil, los sueldos
    públicos se complementan con aportaciones de origen
    privado. Esos fondos precisos, proceden, casi de modo invariable,
    de los económicamente acaudalados. Ha de
    respetárseles pues de ellos llega lo que es imprescindible
    para participar en las elecciones y también
    frecuentemente, para poder mantener un nivel agradable de vida
    personal", nos dice John Kenneth Galbraith en su libro La Cultura
    de la Satisfacción (Editorial Emecé –
    1992).

     

    "A pesar del deterioro que ha sufrido en su calidad
    de vida, el ciudadano sigue creyendo firmemente en el sistema y
    las instituciones, pues el espíritu crítico nunca
    ha sido su fuerte (Estados Unidos).

    A pesar de los problemas a los que se enfrenta el
    país, nadie se atreve a poner en tela de juicio el
    sistema. La duda en América
    es una profunda herida social; pensar que el pueblo
    estadounidense se puede estar equivocando de camino es el drama
    que compromete su actualidad.

    Lo cierto es que Estados Unidos está hoy
    más preocupado por su futuro que hace una o dos
    generaciones. Según el análisis de Patrick Kennon, 25 años
    como directivo de la CIA (El Crepúsculo de la Democracia
    1996) en la actualidad la mayor parte de las veces y en la mayor
    parte de los países del mundo moderno, los líderes
    políticos son irrelevantes, sus pequeñas virtudes
    contrarrestan sus pequeños vicios, sin ninguna clara
    ganancia o pérdida.

    La realidad, bien es conocida a través de los
    cada vez más importantes gabinetes de imagen, es que la
    mayoría de los líderes políticos no tiene
    ninguna otra meta más allá de la antigua meta
    tribal de salvaguardar su propio poder personal". nos dicen
    Mercedes Odina y Gabriel Halevi (ob. cit.).

     

    "Superficialidad, incoherencia, esterilidad de las
    ideas y versatilidad de las actitudes son pues, evidentemente,
    los rasgos característicos de las direcciones
    políticas occidentales.

    Se pueden hallar causas sociológicas generales
    para explicar este fenómeno:un vasto movimento de
    despolitización y de privatización, la
    desintegración de los dispositivos de control y de
    corrección que tenían lugar en regímenes
    parlamentarios clásicos, la división del poder
    entre lobbies de todo tipo.

    Hay que destacar dos factores específicos de
    la organización "política" moderna. El primero
    está ligado a la burocratización de los aparatos
    políticos (partidos). La selección
    de los más aptos, es la selección de los más
    aptos para hacerse seleccionar.

    El segundo, es propio de los países liberales.
    La elección de los principales líderes, se sabe,
    está relacionada con la designación de los
    personajes más "vendibles".

    Los sindicatos contemporáneos ya no son mas
    que lobbies destinados a defender intereses sectoriales y
    corporativos de sus miembros. El único fin de esta
    burocracia es
    su conservación.

    La sociedad "política actual está cada
    vez más fragmentada, dominada por lobbies de todo tipo,
    que crean un bloqueo general del sistema.

    Vivimos en la sociedad de los lobbies y de los
    hobbies.

    Ahora bien, lo que está precisamente en crisis
    hoy, es la sociedad como tal para el hombre
    contemporáneo.

    La sociedad presente no se acepta como sociedad, se
    sufre a si misma. Y si no se acepta es porque no puede mantener o
    forjarse una representación de sí misma que pueda
    afirmar y valorizar, ni puede generar un proyecto de
    transformación social al que pueda adherir y por el cual
    quiera luchar.

    Todo sucede como si, por un curioso fenómeno
    de resonancia negativa, el descubrimiento que hacen de su
    especifidad histórica, terminará de quebrantar su
    adhesión a lo que hubiera querido o podido ser, y,
    más aún, su voluntad de saber lo que quiere ser en
    el futuro.

    El fin de la política no es la felicidad, que
    no puede ser sino un asunto privado, es la libertad o la
    autonomía individual y colectiva.

    La democracia como régimen es entonces a la
    vez el régimen que trata de realizar, en la medida de lo
    posible, la autonomía individual y colectiva y el bien
    común tal como es concebido por la colectividad
    concernida", nos dice C. Castoriadis (ob. cit.).

     

    "¿La democracia es decididamente el mejor
    refugio posible para el capitalismo?.

    Se sabe que esta cuestión fue planteada en un
    primer momento por Friedrich Von Hayek. Este hizo notar a menudo
    que el juego de los
    partidos y de los grupos de
    presión, el manipuleo de mitos
    poderosos, como la justicia
    social para ganar votos en el mercado de la política,
    podrían destruír la base del capitalismo
    anteponiendo las riquezas a la producción.

    El conflicto teórico entre capitalismo y
    democracia existe, pero se debe abordar de la misma manera que lo
    hizo Hayek: a través de una reflexión sobre los
    métodos de
    la democracia y no sobre su principio. El principio de la
    democracia es intangible, pero puede expresarse a través
    de formas de organización diversas", nos dice Guy Sorman
    en su libro El Capitalismo y sus Enemigos (Editorial Emecé
    – 1994).

     

    Como hemos podido leer, son muchos los autores que ven
    en el debilitamiento de los estados y la aparición de
    "estados frustrados" (Huntington) una imagen de un mundo en
    situación de anarquía.

    La quiebra de la
    autoridad
    gubernamental, la desintegración de los estados; la
    intensificación de los conflictos tribales, étnicos
    y religiosos, la aparición de mafias criminales de
    ámbito internacional; el aumento del número de
    refugiados en decenas de millones; la proliferación de
    armas
    nucleares y de otras armas de destrucción masiva, la
    difusión del terrorismo; la
    frecuencia de las masacres y de la limpieza
    étnica.

    Decia Taichi Sakaiya que "si buscamos el momento
    histórico que más se asemeje al nuestro,
    inevitablemente señalaremos esa hora oscura en que la
    civilización materialista y el espíritu
    científico y racional del mundo antiguo sufrió un
    descalabro que allanó el camino de la civilización
    medieval"

    Antes Jean-Marie Guehenno llamó "imperial" a la
    era que viene.

    Y de algún modo -no en vano su libro se titula
    "El Fin de la Democracia"- puede decirse que resume la
    preocupación del conjunto de autores citados cuando
    plantea los siguiente:

    "Vamos a darnos cuenta de que , herederos de la era de
    la ilustración, somos herederos amnésicos: las
    leyes se han convertido en recetas, el derecho en un
    método, y los estados-naciones en espacios
    jurídicos. ¿Es suficiente para asegurar el futuro
    de la idea de la democracia?".

     

    En nuestra modesta opinión, no podemos ser
    optimistas en cuanto al futuro de la democracia -con
    mayúsculas- si vaciamos las naciones, si imponemos la
    civilización única, si avasallamos las culturas, si
    sólo pretendemos "orden e individualidad".

    Si confinamos al hombre a un único rol de
    consumidor, si lo encadenamos al televisor y sólo le
    dejamos el control remoto para que practique su libertad, no
    reconocemos al individuo, desvalorizamos su obra, y condenamos a
    la extinción al sujeto.

    El hombre frente a la pantalla. Sin espacio
    público. Sin diversidad. Sin pleitos. Sin conflictos. La
    masa consumista. La única vez que se pinta la cara y se
    pone el uniforme de combate es para ir a la guerra…….del fútbol. Ahí gana o
    pierde todas sus batallas.

    ¿Como puede haber democracia si el trabajador
    forma parte de un "ejército de reserva"?. ¿Han
    visto alguna vez un ejército
    democrático?.

    Porque van a votar, participar, interesarse, los que se
    saben condenados de antemano al paro, la
    inestabilidad laboral, la
    pobreza, la marginación; excluídos, carenciados,
    perdedores, trabajadores a cero hora,. la sub-clase.

    Para votar hay que tener esperanza en el futuro. Que
    esperanza en el futuro puede tener un trabajador descartable,
    inseguro, angustiado, sino sólo miedo al
    mañana.

    Los pobres no votan y la riqueza se traduce en poder
    político.

    Los ganadores. La mayoría satisfecha (Galbraith),
    el 20% que participará (Martin y Schumann) son los que
    votan.

    ¿Y ellos que votan?. ¿Como practican la
    democracia?. ¿En que participan?.

    Participan en las convenciones al ritmo de "Macarena".
    Practican la democracia que les vende el marketing
    político; como dentífricos, hamburguesas o vitaminas
    antioxidantes,
    en las campañas televisivas. Y votan a los presidentes
    Rambo, a los presidentes Viagra, a todo aquel que les asegure
    aquello de lo que disfrutan.

    Estos "productos"
    políticos fabricados por los medios masivos de
    comunicación "gobiernan bajo el cómodo abrigo de la
    democracia, una democracia en la que no participan los menos
    afortunados" (Galbraith).

    ……"Una multitud de publicistas, intermediarios,
    encuestadores y gestores trabajan para meter en el guión
    cada uno de sus pasos y gestos" (Engelhardt).

    Esta democracia -con minúscula- del quinto
    más favorecido de la sociedad, ¿ es
    globalizable?.¿Será la democracia de los
    estados-región?. ¿Tiende a ello el nuevo orden
    internacional?.

    Huntington nos ayuda a ver las asignaturas
    pendientes:

    "Mucho más importante que la economía y la
    demografía para resolver la decadencia de
    occidente son los problemas de decadencia moral,
    suicidio
    cultural y desunión política en occidente. Entre
    las manifestaciones de decadencia moral a las que a menudo se
    hace referencia se encuentran:

    1 – el aumento de la conducta
    antisocial, como crímenes, drogadicción y violencia
    general;

    2 – la decadencia familiar, que incluye mayores tasas de
    divorcio,
    ilegitimidad, embarazos adolecentes y familias
    monoparentales;

    3 – al menos en Estados Unidos, el descenso del "capital
    social", esto es, del número de miembros de asociaciones
    de voluntariado y de la confianza interpersonal asociada con tal
    colectivo;

    4 – el debilitamiento general de la "ética del
    trabajo" y el auge de un culto a la tolerancia
    personal;

    5 – el interés cada vez menor por el estudio y la
    actividad intelectual, manifestado en los Estados Unidos en unos
    niveles inferiores de rendimiento escolar".

    Remata el tema Huntington, diciendo: "La futura salud de Occidente y su
    influencia en otras sociedades depende en una medida considerable
    de su éxito a
    la hora de afrontar esas tendencias, que, por supuesto, son la
    fuente de las declaraciones de superioridad moral por parte de
    musulmanes y asiáticos".

     

     

    Si los globalizadores no fueran tan soberbios en vez de
    pensar en la aldea global deberían revisar y mejorar las
    prácticas democráticas de los
    estados-nación; antes de proyectar los
    estados-región deberían vertebrar el ideal liberal
    de igualdad sin dominación.

    En fin, volver al origen, a la idea funcional
    republicana de libertad, igualdad y fraternidad, para ensamblar,
    amalgamar, fusionar al sujeto con la comunicación y la
    solidaridad.

    – lograr que los que no votan -casi siempre los pobres-
    voten.

    – aprovechar las modernas tecnologías para
    ensayar la democracia directa.

    – alentar el disenso . Tolerar los conflictos. Crear
    nuevas significaciones.

    – reformular un Contrato Social.

    – fortalecer a la sociedad civil.
    Restablecer el capital social.

    – restablecer la confianza.

    – procurar la autonomía individual y colectiva y
    el bien común.

    – devolver al individuo el rol protagónico de su
    propia historia.

    Son temas sugerentes, que invitamos a reflexionar y
    debatir, y que nos permiten mantener la ilusión de un
    futuro de felicidad social.

    Tal vez, no debamos aceptar el imperio, que crece y se
    derrumba; tampoco resignarnos a estados-región, que vienen
    y van; sino intentar una construcción superior asentada en
    la convivencia de las siete civilizaciones contemporáneas
    (Huntington) con total respeto étnico, cultural,
    religioso, sin buscar el universalismo que para muchos
    (nuevamente en palabras de Huntington) significa
    "occidentoxicación".

     

    Ricardo Lomoro

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