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La escatología cristiana y su significado




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    1. La escatología cristiana y
      su significado
    2. La escatología en el
      Nuevo Testamento
    3. Cristo como acontecimiento
      escatológico para la humanidad, el mundo y la
      historia
    4. La escatología y su
      relación con la cristología o dimensión
      cristológica de la teología
    5. La escatología y su
      relación con la antropología
    6. La parusía de
      Cristo
    7. El juicio escatológico.
      ¿Salvación o condena?
    8. ¿Qué pasa
      después de la muerte?
    9. Resurrección de la
      carne y vida eterna
    10. San Pablo en
      Grecia
    11. Conclusión

    Introducción

    Muchas veces, a solas o en compañía, nos
    preguntamos acerca de cuestiones existenciales y también
    acerca de la muerte.
    ¿Qué es la muerte,
    qué pasa después? Este trabajo tiene
    que ver justamente con eso. Por supuesto que yo, personalmente,
    no tengo idea de lo que pasa después.
    ¿Después de qué? después de
    morirte.

    Después de nacer, crecer, caerte por primera vez
    de la bicicleta, después de madurar, formar una

    familia, realizarte profesionalmente,
    envejecer…

    …Podría decirse entonces que no
    tengo por qué escribir nada. Porque si no soy capaz de
    contestar a una pregunta tan pero tan profunda como esa mi
    trabajo no vale. Pero no, sí que vale.

    Propongo una respuesta desde la fe. Muchas veces he
    trasnochado con amigos preguntándonos cuestiones incapaces
    de responder racionalmente. Este trabajo tiene que ver con el fin
    de los tiempos, con lo que pasará después. Es
    díficil imaginárselo porque nadie lo ha revelado.
    Son preguntas, preguntas retóricas que sacuden el alma y nos
    hacen pensar.

    Por todo eso, dejo a un lado la filosofía y le
    doy paso a Dios.

    Le entrego mis dudas a Él y les digo:
    adelante.

    La escatología
    cristiana y su significado

    La palabra escatología deriva del griego
    ‘éskhata’, que significa "cosas
    últimas"; fue traducida al latín en la
    versión de la Biblia llamada "La Vulgata" como
    ‘novissima’, que significa "lo más
    nuevo" o "las cosas más recientes".

    "En todas tus acciones ten
    presente tu fin, y jamás cometerás pecado"
    (Ecl
    7, 36). Es común que se recurra a este último
    pasaje bíblico para intentar fundamentar un tratado de
    escatología, en la que la Biblia se refiere al fin
    individual de cada persona.

    Sin embargo, con esta definición se hace un lado
    a lo que se conoce como escatología intermedia:
    aquella que estudia la etapa que va desde la muerte de cada
    persona hasta el final de toda la humanidad. "(…) la
    escatología se refiere, sobre todo, al destino del
    hombre y del
    mundo después de la muerte"

    La
    escatología en el Nuevo Testamento

    Tiene su característica propia en el
    acontecimiento de Cristo, considerado como presencia personal de Dios
    en la Tierra y
    también como anticipación de la
    manifestación futura de Dios con la venida del Espíritu
    Santo.

    Desde sus comienzos la fe cristiana consideró a
    la resurrección de Cristo no sólo en
    relación al pasado como cumplimiento de las
    profecías divinas, sino también en relación
    al futuro, como anticipación y garantía de la
    salvación venidera al final de los tiempos. El sentido
    escatológico del misterio de Cristo, desde su entrada en
    el mundo hasta su resurrección, adquiere así una
    perspectiva nueva: aparece la teología de la carta a los
    Hebreos, por ejemplo, que nos da su visión de Cristo como
    presencia personal de Dios en la historia (Hb 1,
    1.4).

    Según San Pablo, Cristo se encarna en "la
    plenitud de los tiempos
    " (Gal 4,4) y presenta todo el
    misterio de Dios como un mismo acontecimiento que se inicia en la
    encarnación como apropiación de nuestra existencia
    temporal y mortal, que culmina en la cruz "y se humilló
    a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz.
    Por lo cual Dios se exaltó y le otorgó el Nombre
    que está por encima de todo nombre
    " (Flp 2, 6-11), y
    que llega a su plenitud con la glorificación del
    Señor.

    San Pablo subraya también el acto de la potencia divina
    en su resurrección, que da lugar a la divinización
    plena de la humanidad de Cristo (Col 1,9; 2,9). Cristo se hace
    hombre para que el hombre se
    haga Dios. Cristo nos comunica una gracia que nos la hace saber
    con la cruz.

    Santo Tomás concluye que la economía
    salvífica de Dios para el hombre se ha cumplido. Cristo,
    al encarnarse, asume la naturaleza
    humana con todo lo que implica. Asume el límite
    característico del hombre al unir lo infinito con lo
    finito.

    También lo afirma el Catecismo: "El fin
    último de toda la economía divina es el acceso de
    los hombres a la unidad perfecta de la Trinidad. Pero desde ahora
    somos llamados a participar de Dios trino" Además de
    aludir, claro está, al misterio central de la
    revelación: a Dios trino y salvador del hombre.

    En la teología cristiana hablamos de
    pleroma; de la encarnación del Verbo que significa
    el fin del universo.
    Así, Cristo aparece como fin y como plenitud, porque todo
    resucita con Cristo y todo llega a su fin. Por ello decimos que
    Cristo es Señor de la historia y Cabeza de la Iglesia (Ef 1,
    22) (Apoc 22, 12.13).

    "Si alguno me ama guardará mi palabra y mi
    Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada
    en él"
    (Jn 14,23).

    Cristo como
    acontecimiento escatológico para la humanidad, el mundo y
    la historia

    Como hombre:

    El Nuevo Testamento presenta a Cristo como destino
    definitivo de la humanidad. Una vez que Cristo resucita no muere
    jamás, su resurrección es definitiva e imposible de
    anular. Cristo ha vuelto a la vida para siempre. San Pablo
    afirma que Cristo resucitó como primicias de entre los
    muertos; esto significa que en la resurrección de Cristo
    está incluída la nuestra, porque primicias
    indica el inicio de una serie.

    El mismo San Pablo afirma que Cristo es
    primogénito de entre muchos hermanos (Rom 8,29), o
    de entre los muertos (Col 1,18), siendo primogénito el
    primer hijo después del cual vendrán otros. Por
    esta misma razón es que se le llama primogénito,
    porque indica que otros muertos resucitarán después
    que Él.

    Es importante aclarar que Cristo resucita en función
    del hombre. Resucita para inagurar el camino que seguirá
    más tarde toda la humanidad. Y su resurrección
    significa para el hombre la instauración definitiva de la
    salvación: el hombre puede ahora esperar un destino eterno
    al asociar su destino al destino de Cristo resucitado.

    Del mundo:

    El Nuevo Testamento también presenta a Cristo
    como fundamento de la creación "el es imagen del Dios
    invisible, primogénito de toda la Creación"

    (Col 1, 15). Por tanto, Cristo interviene en la creación,
    por Él fueron creadas todas las cosas y todo tiene en
    Él su consistencia; además, todo cuanto existe
    alcanza su plenitud en Cristo, Dios tuvo a bien residir en
    Él toda plenitud (Col 1,16-19).

    Entonces, en Cristo se recapitulan todas las cosas, las
    del cielo y las de la tierra
    "… hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ef
    1,10); esto significa que fuera de Cristo la creación
    carece de sentido, no podría sostenerse. Sería
    impensable porque Cristo es el principio creativo y divino de
    todo cuanto existe.

    De la historia:

    La encarnación de Cristo es signo de solidaridad y de
    amor hacia
    todos los hombres. Al encarnarse Dios hizo suya la historia y
    logró que la historia cronológica –temporal-
    se convirtiera en historia salvífica, de la
    salvación, redimida. Más aún, con su muerte
    Cristo se solidarizó con la condición mortal del
    hombre. La glorificación de la humanidad de Cristo
    ocurrida en el momento de su resurrección implica una
    transformación total del ser humano y de todo lo creado. A
    partir de la resurrección surge, entonces, un destino
    trascendente y eterno para todos los hombres, porque existe
    posibilidad de purificarse y de salvarse.

    La
    escatología y su relación con la cristología
    o dimensión cristológica de la
    teología

    La escatología entra en relación con la
    cristología de acuerdo a la soteriología, a la
    salvación humana gracias a la obra de Cristo.

    La resurrección de Cristo es el único
    acontecimiento definitivo de toda la historia de la
    salvación. Su resurreción ha de extenderse a los
    que pertenecen a Cristo y sería "la cima del misterio que
    comenzó en el bautismo"

    Según San Pablo, sobre Cristo resucitado la
    muerte ya no influye sobre él. De esta manera Cristo es el
    acontecimiento escatológico en sí mismo, es el
    máximo –éskaton– de salvación
    que Dios puede ofrecer al hombre, es la plenitud de lo opuesto a
    lo provisional.

    Cristo es también la comunión más
    profunda que pueda existir entre Dios y el hombre y, por ello,
    decimos que es imagen perfecta del hombre. Todo fue creado por
    Él, todo tiene su consistencia en Él y todo
    llegará a su plenitud en Él. La humanidad de Cristo
    hace, entonces, al Hijo de Dios como único mediador entre
    Dios y los hombres, y también, como mediador de todas las
    cosas divinas.

    La escatología, por tanto, no hace otra cosa que
    explicitar lo que está ya implícito en la
    cristología. Entonces: no puede haber escatología
    sin cristología porque la resurrección de Cristo es
    el único misterio escatológico que ha sucedido en
    la historia humana y, es precisamente por ella, que podemos
    hablar de realidades últimas o escatológicas
    –de un ‘más allá’-.

    La
    escatología y su relación con la
    antropología

    Sabemos que la resurrección es un acontecimiento
    histórico y salvífico, que es lo
    único que nos permite hablar de las cosas que
    están ‘más allá de la muerte’,
    es decir, de cosas trascendentes.

    El miedo a la muerte radica en pensar que, al carecer de
    cuerpo, tampoco tendremos conciencia de
    existir. Tenemos miedo de que con la muerte corporal dejemos de
    tener un yo conciente. Entonces, si el hombre siente que vive en
    cuanto a lo que aspira y proyecta, ¿qué sentido
    tiene esforzarse en una vida que habrá de
    terminar?

    La realidad es que el hombre no puede evitar la muerte.
    Si el hombre, entonces, sufre la muerte como experiencia
    límite de su existencia es porque anhela seguir viviendo y
    porque la muerte lo desvincula de ese contacto sensible con el
    mundo y con los otros seres humanos.

    El hombre busca trascender. Es un ser creado a imagen y
    semejanza de Dios, un ser que se caracteriza por estar dotado de
    libertad,
    dignidad,
    diferenciarse de los demás seres, capacidad de amar y de
    conocer.

    Y Cristo es aquel que vuelve a unir aquella semejanza
    del hombre a Dios –rota en el Antiguo Testamento– por ser
    el nuevo Adán, el nuevo hombre, que libera al mundo de
    pecado y lo salva. Hablamos de una antropología unitaria, la cristiana, en la
    que la muerte es terrible "porque significa el final del hombre
    entero".

    Según Carvajal, la Biblia nos dice el hombre es
    una unidad integrada por un cuerpo (bazar), por un primer
    ‘soplo’-el que nos revive y anima a vivir
    (nefesh)- y por un espíritu orientado hacia Dios
    (ruah), entre lo más importante. Y es un hombre que
    necesita de Dios, justamente, por haber sido creado a imagen y
    semejanza suya.

    Según el filósofo atropólogo Bloch,
    la reflexión sobre el hombre como espíritu
    encarnado y sobre las condiciones fundamentales de su acción
    en el mundo se muestra incapaz
    de alcanzar una plenitud definitiva en todo lo que hace. La fe
    puede ayudar, pero no desborda al hombre, no lo apacigua. Por
    ello necesitamos de Dios, de alguien que nos de esperanza de
    resurreción y de salvación. Gracias a la venida de
    Cristo la historia se ha eternizado y ha dado paso a una
    verdadera historia de salvación.

    Y es en Cristo donde "podemos ver, por tanto, ‘al
    hombre prefecto’. Sólo en Él la humanidad
    alcanza su plenitud y se hace totalmente imagen de
    Dios"

    A modo de conclusión, la antropología
    humana hace del hombre un ser dual; un ser de cuerpo y alma. Y es
    justamente la concepción antropológica, la que
    permite y hace posible la escatología, porque se necesita
    de un ser integral como el hombre capaz de trascender a la muerte
    y resucitar en cuerpo glorioso y alma. "Esta antropología
    hace posible la escatología"

    La parusía
    de Cristo

    Parusía deriva del griego "pareimi" que
    significa "estar presente" o "llegar". Antiguamente el helenismo
    utilizó esta palabra para referirse a la
    manifestación en la tierra de las personas divinas,
    así como para designar la entrada triunfal de los reyes o
    príncipes a las ciudades de sus dominios.

    En el Nuevo Testamento "la resurección de Cristo
    está asociada con la Parusía de Cristo".
    Según el Catecismo la parusía es el advenimiento de
    Cristo resucitado al final de los tiempos; por ello, se encuentra
    asociada con el fin del mundo (Mt 24,3.27.39, entre otros). Se
    asocia con la resurreción porque gracias a ella Cristo
    volverá a nosotros en su segunda venida. Una venida que
    será definitiva.

    San Pablo describe muy bien la parusía en Tes
    4,13-18:

    "Hermanos, no queremos que estéis en la
    ignorancia respecto a los muertos, para que no os
    entristezcáis como los que no tienen esperanza. Porque si
    creemos que Jesús murió y que resucitó, de
    la misma manera Dios llevará consigo a los que murieron en
    Jesús. Os decimos esto como Palabra del Señor:
    Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del
    Señor, no nos adelantaremos a los que murieron. El
    Señor mismo, a la orden dada por la voz de un
    arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del
    cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer
    lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que
    quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al
    encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos
    siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con
    estas palabras".

    A modo de conclusión, Parusía responde a
    la venida de Cristo o su venida gloriosa. Parusía es la
    manifestación espléndida de la gloria de Cristo y
    la revelación completa de su misterio, tanto en el mismo
    Jesucristo como en quienes esperan y aman la
    Epifanía del Señor; es decir, el esplendor o
    manifestación luminosa propia de Cristo. Por
    tanto, decimos que nuestra resurrección ha de ser
    un acontecimiento eclesial en la parusía de Cristo (Apoc
    6, 11).

    El juicio
    escatológico. ¿Salvación o
    condena?

    Según la fe cristiana, la historia de la
    humanidad tiene un sólo fin: la salvación.
    Ésta última es el objeto propio de la
    Escatología.

    "La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto
    a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada
    en Cristo". Según el Catecismo, la muerte significa la
    incapacidad de acciones benhévolas que puedan llevar al
    hombre a la salvación o a la condenación eterna; ya
    nadie puede hacer nada por su propia salvación porque
    dejó de existir. Una vez muerto, el hombre pierde la
    posibilidad definitiva de aceptar o rechazar a Cristo.

    Existe un juicio particular que ocurrirá para
    cada quien en el momento de su muerte, y un juicio final
    –o escatológico- que ocurrirá al final de los
    tiempos. Según el Catecismo, aquellos que mueren en la
    amistad de Dios
    viven para siempre con Él. Los que no, se condenan. Las
    almas amigas de Dios se vuelven imagen del Padre porque todo lo
    ven "tal y cual es" (1 Jn 3,2), es decir, entienden toda
    la revelación y han de contemplar eternamente a
    Dios.

    El juicio escatólogico de Dios será,
    entonces, la triunfo definitivo de Dios sobre el pecado y la
    muerte. Es verdad que, a lo largo de los siglos, la idea de
    justicia
    empezó a verse algo así como una rendición
    de cuentas del
    hombre frente a Dios. Esto empezó a generar mucha angustia
    en el hombre, un hombre que afirmaba que muy pocos eran los que
    se salvaban. Sin embargo, nótese que "(…)
    Jesús (…) anuncia sólo la salvación
    (…) La condenación del hombre sería en el
    peor de los casos, únicamente una posibilidad para
    personas individuales (…). Esto último significa
    que la salvación o condena de cada uno depende pura y
    exclusivamente de cada uno. Existe el pecado, pero también
    existe el arrepentimiento. Dios es infinitamente justo, pero
    también infinitamente misericordioso.

    Por otra parte, en el Antiguo Testamento, existen
    pasajes bíblicos que encierran a la misericordia divina:
    "Dios vio que era bueno todo cuanto había
    hecho(…)
    " (Gn 1). "(…) no fue Dios quien hizo la
    muerte ni se recrea en la destrucción de los
    vivientes
    " (Sab 1,13). "No quiere la muerte del pecador,
    sino que se convierta y viva
    " (Ez 18, 23).

    Recordemos que el Nuevo Testamento define a Dios como
    Amor (1 Jn 4,8) y quiere que todos los hombres se salven y
    conozcan la verdad (1 Tim 4,8).

    Sin embargo, la Comisión Teológica
    Internacional afirma que existe una condenación definitiva
    para aquellos que mueren con pecados graves: "El infierno es una
    verdadera posibilidad real y, por ello, no es lícito
    suponer un automatismo de salvación".

    Es difícil hablar del fin de los tiempos. Dios no
    lo ha revelado. Lo que sabemos es que el Reino de Dios
    llegará a su plenitud luego del juicio final. Sólo
    Dios conoce y sabe cuándo y en qué lugar.
    "Será entonces cuando comprendamos toda su Providencia y
    Dios triunfará justamente sobre las injusticias mundanas"
    . Esto último significa entender la revelación
    completa de Dios.

    ¿Qué
    pasa después de la muerte?

    Luego de la muerte, muchos teólogos
    confían en lo que se llama " (…)
    atemporalismo: afirmando que después de la muerte
    el tiempo no puede de ninguna manera existir más
    (…)". Por ello, sostienen que ‘todos morimos al
    mismo tiempo’, es decir, al no haber tiempo, la muerte
    eterniza al hombre. Por ende, las resurrecciones también
    serán simultáneas.

    Según la tradición bíblica, el
    pueblo de Israel
    creía que los hombres debían subsistir
    después de la muerte en un lugar llamado sheol. Era
    una segunda vida, tanto para los justos como para los
    impíos. Era un mundo subterráneo al cual
    debían descender los que iban a él (Gn 37,35; Num
    16,30-33). Los muertos (refaim) que están
    allí "no alaban al Señor y están separados
    de él".

    Será a partir de esta idea del sheol cuando se
    empezará a hablar de resurrección.

    Ya en el Nuevo Testamento se cree en una supervivencia
    inmediata luego de la muerte. Y resurrección es,
    justamente, aquella unión profunda con Cristo, la
    comunión que nos lleva a Dios.

    Por otra parte, la Iglesia cree que existe un estado de
    purificación luego de la muerte, un estado intermedio
    entre el mundo y la contemplación divina. Cuando uno
    muere, "existe una comunión con Cristo resucitado que, si
    es necesario, presupone una purificación
    escatológica" .Entonces, la muerte es el paso del hombre a
    la eternidad, y a un purgatorio si es que necesita de
    ello.

    • El purgatorio significa que, por gracia de Dios, se
      concede al hombre madurar de forma radical luego de morir. El
      purgatorio es ese proceso,
      doloroso como todos los procesos
      de ascención y educación, por medio del cual el
      hombre, al morir, actualiza todas sus posibilidades y se
      purifica de todas las marcas con
      las que el pecado ha ido estigmatizando su vida, sea mediante
      la historia del pecado y sus consecuencias o sea por los
      malos hábitos adquiridos a lo largo de la vida. Es un
      estado intermedio, "habla con gran alegría de la
      esperanza de la parusía de Dios que
      ‘transformará a nuestro pobre cuerpo mortal,
      haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso’ (Flp
      3, 21)"

    La Sagrada Escritura
    contempla otra posibilidad, la de que el hombre fracase en su
    destino de

    alcanzar la salvación y se hunda en un horror que
    sobrepasa todo lo imaginado: la condenación o
    infierno.

    • El infierno supone la negación de aquella
      comunión con Dios que constituye la bienaventuranza de
      los muertos. Se habla de perder la vida (Mc. 8,35), del
      "horno de fuego" (Mt 13,50), del "fuego que no se
      apaga
      " (Mc 9,43.48), del "llanto y rechinar de
      dientes
      " (Mt 13,42), del "fuego que arde con
      azufre
      " (Ap 19,20), entre otras citas bíblicas. El
      infierno es una condenación eterna. Significa perder a
      Dios. Sin embargo, según Carvajal, Dios no ha creado
      el infierno, porque todo lo que tiene en Él su origen
      es bueno. ¿Y por qué? Porque "el infierno es
      una situación humana y, por lo tanto, no es algo que
      pueda existir con independencia de que alguien decida colocarse
      en dicha situación". El infierno en Carvajal tiene que
      ver con el endurecimiento de una persona en el mal. Por ende,
      es un estado creado por los mismos que se
      condenan.

    Ahora bien, el cielo o paraíso es la
    continuación lógica
    de los otros temas escatológicos que ya hemos
    visto.

    • Cuando hablamos de cielo hablamos del Reino
      de Dios. Según Carvajal, al igual que el purgatorio y
      el infierno, el cielo es un estado de amor y de gracia
      eterna, de comunión profunda con Cristo y de
      contemplación y gozo eterno de nuestro Padre,
      Dios.

    Resurrección de la carne y vida
    eterna

    Como ya se dijo, la resurrección de Cristo ha de
    extenderse a aquellos que pertenecen y aceptan a Cristo. Lo
    acontecido en Cristo con su resurrección significó
    la confirmación categórica de la esperanza
    cristiana: Dios no abandonará a sus elegidos en poder de la
    muerte. Pero ojo: la inmortalidad del alma no significa lo mismo
    que la resurrección de los muertos. La inmortalidad del
    alma significa la existencia de la misma por siempre, mientras
    que la resurrección de los muertos es la
    divinización o glorificación del ser humano con
    cuerpo y alma, la que alcanzará una vida plena
    semejante a la que recibió la humanidad de Cristo al
    resucitar.

    Ahora bien, ¿cómo resucitarán los
    muertos? Es decir, ¿con qué cuerpo? Según
    San Pablo la imagen de la semilla propuesta en Cor 1, 35-49 trata
    de ilustrar la necesidad de pasar por la muerte en atención a la trasformación
    definitiva del ser. Pablo presenta así al cuerpo actual
    como el "grano desnudo" que no es todavía el cuerpo
    definitivo; desde este cuerpo provisional que hoy poseemos, no
    podemos ni siquiera imaginar como será nuestra
    corporalidad resucitada.

    Entonces, cuando hablamos de cuerpo no hablamos de
    cadáver. Es diferente. Cuando hablamos de cuerpo hablamos
    de un cuerpo místico, el de Cristo, pues " (…)
    habiendo llegado a su fin la historia, la resurrección de
    todos los ‘co-servidores
    y hermanos completará el cuerpo místico de
    Cristo"
    (Apoc 6, 11). Por ende, es el cuerpo de Cristo quien
    resucita alcanzando así su plenitud, y los individuos
    singulares llegarán a la resurrección en cuanto que
    se hagan miembros de ese cuerpo.

    A todo esto, el hombre porta de un elemento consciente
    llamado alma (psyché). Ésta hace que la esperanza
    escatólogica cuente con una fase doble: entre la muerte y
    el fin de los tiempos existe la psyqué humana. Esto
    último hace que el hombre jamás deje de
    existir totalmente. Sin embargo, se han elaborado "nuevas
    teorías
    que afirman la resurrección en el momento de la muerte
    para que no queden espacios vacíos entre la muerte y la
    parusía"

    San Pablo en
    Grecia

    En Grecia, antes
    y después de la revelación Cristiana en Roma, "(…)
    existían dos tradiciones míticas muy diferentes
    pero solidarias entre sí(…)" que se referían
    a los cataclismos griegos futuros:

    • la teoría de las edades del Mundo, que
      comprendía el mito de
      perfección de los comienzos
    • y la doctrina cíclica.

    Hesíodo fue el primero que escribió acerca
    de la degeneración progresiva de la humanidad en el curso
    de las cinco edades. La primera, la Edad de Oro, bajo el
    reino del dios Cronos (el tiempo) era una especie de
    paraíso: los hombres vivían mucho tiempo, no
    envejecían nunca y su existencia era semejante a la de los
    dioses del Olimpo. "(…) La teoría cíclica
    tuvo su aparición con Heráclito que tuvo gran influecia sobre la
    doctrina estoica del Eterno Retorno. Más adelante se
    constatará la asociación de estos dos temas
    míticos (…)".

    Luego de las influencias orientales, los estoicos
    tomaron de Heráclito la idea de el Fin del Mundo
    por el fuego, mientras que Platón
    sostuvo que el fin del mundo sería El Diluvio.

    Atenas, en aquel momento, era una tierra
    politeísta y que desconocía la resurrección
    de la carne. Los griegos creían en la descención
    del alma humana al Hades -Tierra de los muertos o
    infierno- y confiaban en la permanencia eterna del alma en el
    hades sin posibilidad juicio previo.

    El Hades, según la mitología
    griega, está gobernado por Hades, el dios de los
    infiernos. Un dios inmortal que conserva las mismas pasiones que
    los hombres y que no es más malo o justo que los
    demás o que el mundo entero por ser el dios de los
    muertos
    . En Hades, entonces, permanecen por siempre las almas
    de todos los hombres. Por ello era muy importante para un griego
    la práctica correcta de ritos funerarios y enterrar
    honorablemente a sus muertos, porque creían que el hombre
    alma, al carecer el cuerpo de un entierro digno, jamás
    podría descansar en paz.

    Ahora bien, luego de la revelación cristiana, San
    Pablo se encaminó a Atenas a fin de predicar el
    kerygma. Una vez allí, la Biblia afirma que San
    Pablo inició un discurso
    memorable al senado de los sabios paganos, en el Aerópago,
    y les habló de un "Dios desconocido", de un
    único Dios todopoderoso y eterno. "(…)
    Pues bien, lo que adoraís sin conocer, eso os vengo a
    anunciar"
    (Hch 17, 23). Aquel que ha creado todas las cosas,
    que nos ha redimido y que un día resucitará nuestra
    carne.

    Al hablar de la resurrección de los muertos, fue
    interrumpido por gritos, murmullos obstructivos y carcajadas.
    "(…) ¿Qué querrá decir este
    charlatán? (…) Parece ser un predicador de
    divinidades extranjeras (…)" (Hch 17, 18).
    Muchos
    oyentes abandonaron el lugar, mientras que otros se acercaron al
    orador para decirle: "Basta por hoy, otro día nos
    hablarás de estas cosas". Pero algunos
    creyeron.

    Al salir Pablo de Atenas, con tristeza por los pocos
    adeptos conseguidos, se encaminó a Corinto.

    Se concluye, entonces, que los griegos no aceptaron el
    misterio de la resurrección de la carne porque ellos
    tenían otras creencias. No entendían le hecho de
    que el hombre pudiera resucitar en un cuerpo glorioso. A falta de
    fe quizás, no pudieron comprender el misterio de un Dios
    trino y resucitado. Porque en Grecia, el fin de los tiempos -como
    ya se dijo- tiene que ver con la teoría de las edades del
    mundo y con el Eterno Retorno.

    Conclusión

    Pudimos ver que la escatología encierra los
    misterios más profundos. La Biblia nos habla de
    escatología en el Apocalipsis, pero de manera
    metafórica y confusa. Si fin de los tiempos tiene que ver
    con la muerte, debemos morir para poder ser partícipes de
    la comunión con Dios en Cristo.

    Es verdad, nadie dijo que morir fuera algo lindo o
    deseable. Pero retomando la fe, afirmo que Cristo tampoco.
    Él no quería morir pero sabía que iba a
    resucitar al tercer día. También sabía que
    debía cumplir con la voluntad del Padre.

    La muerte, entonces, se muestra como una señora
    desconocida. El hombre teme a la muerte porque todo aquello que
    el hombre desconoce le teme. San Pablo ya lo dijo una vez: "El
    salario del
    pecado es la muerte"
    (Rom 6, 23). Entonces es cierto, la
    muerte es consecuencia del pecado.

    Más allá de lo que sea, es natural que el
    hombre sufra la muerte de las personas que ama. La muerte de
    alguien cercano es fea, el que sufre se enoja, llora, se
    cuestiona el por qué, reza, se abandona y, si el golpe no
    es muy fuerte, la acepta.

    Hay que entender que la muerte es parte de la vida; es
    decir, la vida no sería "vida" sin muerte. Si decimos que
    la muerte es "una oportunidad en la cual el hombre puede y debe
    manifestarse como hombre", debemos ayudarnos de la fe y de la
    esperanza, de la revelación cristiana, tenemos que
    acordarnos de que Cristo resucitó y venció a la
    muerte, a toda enfermedad y a todo sufrimiento que
    existió, que existe y existirá.

    Hay que creer a la muerte como una "puerta" que conduce
    a la comunión con Cristo. Por ello, según la
    Comisión Teológica Internacional, debemos ayudarnos
    de los sacramentos, que nos preparan para la muerte.

    De hecho, en la escatología y revelación
    cristiana "la eucaristía es el remedio de la
    inmortalidad"

     

     

    Materia: Teología I

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