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La Opinión Pública en la Definición de la Nacionalidad Venezolana



     

    Quisiera comenzar agradeciendo a la Universidad de
    Los Andes la oportunidad que me ha brindado para poder publicar
    este trabajo en el
    marco de una de las instituciones
    más prestigiosas de la intelectualidad venezolana. Razones
    para ello habría muchas, pero tal vez la principal sea que
    esta Nación
    es la patria de Andrés
    Bello, el primer intelectual del Nuevo Mundo, el
    Príncipe de los poetas americanos, un erudito sin
    parangón en su época que supo comprender y predicar
    la importancia de saber defender la unidad hispánica, no
    sólo procurando la salvación de la unidad lingüística, lo que consiguió
    con la elaboración y publicación de su Gramática, sino también mediante el
    encumbramiento de¡ Derecho como auténtico basamento
    de la unión americana de habla española.

    El gran papel de Andrés Bello fue saber poner el
    presente en función
    del pasado vivo y proyectar ambos hacia el futuro.

    A través de una intensidad de magisterio que
    puede considerarse único en la historia
    universal, este hombre ilustre
    diseñó una mentalidad cultural de la cual
    surgió lo que ha sido llamado "doctrina
    hispano-americana", definida y sucesivamente enriquecida en
    literatura por el
    Modernismo; en
    el pensamiento
    por la Filosofía Antipositivista; en política por el
    grupo
    regeneracionista que ha sido llamado con acierto el "98
    hispanoamericano" y, en fin, en el campo de la didáctica por la generación de los
    educadores entre quienes brilla con particular intensidad Juan
    Montalvo, autor de la Geometría Moral, y luchador
    constante y arriesgado contra la tiranía. Estos cuatro
    grupos
    intelectuales,
    sobre los cuales se construye la estructura
    medular de la identidad de
    Hispanoamérica, deben su coherencia intelectual y su
    renovada modernidad a la
    figura sin par de Andrés Bello, el más ilustre
    intelectual venezolano, a quien deseo rendir homenaje de profunda
    reverencia.

    Indudablemente, su invitación para escribir este
    artículo ha sido hecha en razón a mi cargo de
    Presidente del Senado de España, la
    Cámara Alta del Parlamento Español, o
    a mi condición de profesor
    universitario. No obstante, mi alma
    romántica y mi sentimiento me inclinan a creer que ha sido
    debido a mi origen en esa ciudad española hermana de la de
    ustedes que es Mérida, fundada el año 25 antes de
    Jesucristo con el nombre de Emérita Augusta. Augusta por
    el emperador y Emérita por los veteranos eméritos
    de las legiones romanas que se distinguieron en las guerras de
    Hispania.

    Y es que con esta fundación, Roma
    conseguía enlazar la España más romanizada,
    que era la Bética, con las tierras todavía poco
    dominadas del Norte y del Oeste.

    Era, pues, un punto de enlace interterritorial gozne de
    Hispania y, en consecuencia y por extensión,
    también de la actual nación
    española.

    Por su parte, esta bella Mérida de Venezuela
    tiene un papel semejante en la historia común de
    España y América, pues constituye un vínculo
    entre regiones venezolanas y de éstas con las
    peninsulares, así como punto avanzado y faro del
    pensamiento político pluralista y de la cultura
    humanística universitaria.

    Permítanme, pues que uniendo entre sí esta
    hermandad de ciudades abiertas como son su Mérida y mi
    Mérida exponga el papel que, a mi juicio, ha jugado la
    opinión pública en la definición de la
    nacionalidad
    venezolana.

    Con la fundación de Caracas en 1567, y
    años después, la de su puerto de La Guaira en 1588,
    apoyadas ambas en la fertilidad de los valles interiores de
    Aragua y Tuy, se inició el crecimiento, prestigio y
    desarrollo del
    centro urbano. Así, al producirse la primera crisis
    coyuntural hispanoamericana en la década 1640 – 1650 y
    durante toda la segunda mitad del siglo XVII, fue poco a poco,
    pero de un modo inevitable, identificándose la
    región con la ciudad. El comercio exterior
    y el apoyo de las grandes haciendas productoras en los valles
    configuró el eje Valles-CaracasLa Guaira como un centro
    regional de gran apertura al exterior, en el estratégico
    Caribe, mientras hacia el interior quedaba aislado dicho eje de
    alta intensidad política y social por los llanos, muy
    propicios para la ganadería,
    pero escasamente aptos para el poblamiento.

    Este desarrollo regional es el origen de una mentalidad
    muy peculiar que ha sido estudiada por el historiador Antonio
    García Baquero
    , consistente en un doble movimiento de
    signo contrario: una tendencia centralizadora que conduce
    a la institucionalización progresiva y acentuada del
    territorio, especialmente el urbano y, de modo particular, la
    capital,
    Caracas.

    Frente a ella, la aparición y desarrollo de otra
    tendencia, constituida por un provincialismo defensivo
    que, inevitablemente, adquiere matices de fuerte incidencia
    ideológica y revolucionaria.

    Entre esta doble tendencia se configura una
    opinión pública caraqueña que alcanza su
    plenitud en el siglo XVIII, apreciable sobre todo después
    de las grandes reformas administrativas llevadas a cabo por el
    ministro de Indias José de Gálvez en el reinado de
    Carlos III, a partir del año 1776.

    Pero las instituciones creadas, al tiempo que
    aumentan la instancia centralizadora, incrementan y refuerzan la
    mentalidad provincialista. Una doble función en
    contradicción, que explica la temprana iniciativa social
    para conseguir la independencia
    en Caracas, la primera que ocurre en todo el ámbito de la
    América Hispánica, en abril de 1810.

    Las consecuencias de esta doble función
    contradictoria, se pusieron de manifiesto en aquellos sectores de
    la sociedad
    urbana sobre los cuales incidieron los efectos económicos
    inductores de una actitud
    independentista: el comercio y los
    comerciantes; la tierra y
    los propietarios. En realidad, la libertad de
    comercio que se venía gestando a partir de 1762 y que
    alcanzó su plena efectividad en 1778 supuso más
    bien una ampliación en la participación urbana y
    portuaria del régimen preexistente de monopolio
    comercial centrado en Cádiz.

    Al extenderse los privilegios de Sevilla y Cádiz
    a otros puertos peninsulares y americanos, pero
    manteniéndose las restricciones para la comercialización de productos
    americanos en navíos propios, se produjo una inquietud
    criolla cada vez más agresiva. Hasta 1796 no pudo
    obtenerse la anhelada reciprocidad por los comerciantes criollos,
    concediéndoseles la realización del comercio en
    barcos propios. Sin embargo, no pudo aplicarse ya que la casi
    inmediata guerra de
    España contra Inglaterra lo
    impidió. Sí, en cambio, se
    produjo un considerable incremento de los proyectos de
    ideas criollas de independencia, sobre todo por la
    incomunicación entre la Península y América
    que dicha guerra generó.

    Simultáneamente, en la última
    década del siglo XVIII tuvo lugar una considerable
    disfunción entre el ritmo de la producción agrícola, ganadera y
    minera y los ritmos de circulación comercial. Ello
    acarreó verdaderos estragos en el mundo de las relaciones
    sociales y políticas.
    Obsérvese, por ejemplo, que los Consulados de Comercio,
    creados de nueva planta en América – Caracas, y Guatemala
    (1793), La Habana (1794), Veracruz y Santiago de Chile
    (1795)-surgen respondiendo a una doble razón:
    económica, en primer lugar, dada la fuerte demanda de las
    sociedades
    urbanas; estratégica y defensiva, en segundo
    término, puesto que todos estos Consulados se
    establecieron en territorios jurisdiccionales de
    Capitanías General Por otra parte, y
    simultáneamente, la economía
    sufrió una importante transformación a finales del
    siglo XVIII a consecuencia de la expansión del cultivo de
    la caña de azúcar
    y la ampliación de sus mercados
    comerciales al territorio soberano de los recién nacidos
    Estados
    Unidos. La fuerte y creciente demanda por parte de la
    sociedad norteamericana supuso la afirmación y crecimiento
    social y político del grupo de los hacendados, productores
    de "coloniales" tales como tabaco,
    azúcar, cacao, añil y, en general, la potente
    aparición de la economía de
    plantación, que dio un nuevo tono y un considerable
    impulso a las exportaciones de
    materias primas.

    Esto reforzó la mentalidad provincialista criolla
    que encontró su oportunidad en la oposición o, en
    su caso, utilización de las instituciones centrales para
    alcanzar sus objetivos y
    con posterioridad, hallar cauces para expresar sus ideas
    revolucionarias.

    En efecto, aunque la Capitanía General venezolana
    existía desde 1528 su afirmación fue posterior a la
    creación del eje Caracas-La Guaira, si bien tuvo una
    función más gubernamental que militar y, en todo
    caso, de control sobre los
    cabildos. Y así, por Real Cédula de 8 de septiembre
    de 1777, adquiere funciones
    militares y, por razones básicamente estratégicas,
    se segrega a las provincias de Cumaná, Guayana y Maracaibo
    del control del virreinato de Nueva Granada, integrándolas
    bajo el de la Capitanía General de Venezuela.

    En 1776 fue promulgado un Real Decreto en cuya virtud se
    creaba la Real Intendencia de Ejército y Hacienda, con
    sede en Caracas y jurisdicción sobre los mismos
    territorios de la Capitanía General, reconociéndose
    así por su medio la
    personalidad regional y, desde luego, el triunfo preeminente
    del eje Caracas-La Guaira, sobre el anterior centrado en el Golfo
    de Maracaibo. La creación de la Intendencia y el
    nombramiento de José de Abalos para ejercer la
    función suponen un impulso modernizador que
    permitió el desarrollo de la señalada sociedad de
    plantadores. Es decir, setenta años antes de que naciera
    la sociedad de plantadores burgueses norteamericanos, los
    plantadores venezolanos promovieron un verdadero programa de
    alcance Nacional.

    Idéntico sentido encontramos en la
    creación de la Real Audiencia de Caracas por Real
    Cédula de 31 de julio de 1786, a la que se dota de
    capacidad para la sustanciación de pleitos y demandas en
    la capital. La culminación del proceso
    institucionalizador estuvo en la creación, seis
    años después, del Real Consulado con una doble
    función: la de justicia
    mercantil y la de organismo promotor del desarrollo industrial,
    comercial, agrícola y de obras públicas.

    Tan importante reforzamiento institucional, como la
    eliminación monopolítica de la Real
    Compañía Guipuzcoana de Caracas, llevado a cabo en
    dieciséis años, originó sin duda una
    considerable potenciación M territorio y, con ella, de la
    sociedad que poblaba Venezuela. Todo este conjunto de
    acontecimientos es el que confluye en el estallido de la
    independencia en el año 1810.

    Posteriormente, cuando se puso fin a la dictadura de
    Pérez Jiménez y tiene lugar la transición de
    1958, de nuevo hemos de comprobar cómo, en una
    situación histórica completamente diferente, la
    reacción de la sociedad se produce en una dimensión
    semejante a la de 1810.

    Sin duda, y desde un punto de vista
    histórico-político, ello es debido a la existencia
    de una estructura de opinión pública de fuerte
    incidencia comunitaria y característicamente pluralista.
    Creo que puede afirmarse que, en ambos momentos
    históricos, predominó lo real sobre lo
    utópico. La madurez temprana M pensamiento
    político, unida a la acción
    intelectual, nos proporciona un término adecuado para la
    comprensión de ambas experiencias.

    La generación "Primiceria" venezolana
    (1805/1830), gira básicamente, en sus comportamientos
    históricos sobre un eje de atención y preocupación fundamental
    que es la independencia nacional, entendida como reacción
    respecto al programa de integración, reformismo político y
    ampliación de las posibilidades obtenidas como
    consecuencia de la mayor extensión del monopolio
    comercial, de acuerdo con la propuesta de los ministros
    reformistas de Carlos III. En la estela de ese reformismo liberal
    se originó una conciencia
    patriótica que adoptó, en definitiva, un camino
    revolucionario de independencia.

     

    La intensidad en la que se manifiesta esta actitud es
    mucho más fuerte en la América Atlántica que
    en la América nuclear tradicional – la América del
    Pacífico – centrada en los dos grandes Virreinatos de
    Nueva España y del Perú. Esta intensidad fue
    especialmente relevante en dos ciudades atlánticas,
    Caracas y Buenos Aires,
    debido sin duda a su mayor nivel intelectual, cultural y
    político que se pone de manifiesto, al menos, en seis
    niveles de opinión: religiosa, intelectual,
    jurídica, periodística, política y de
    representación congresual.

    En el caso de Venezuela y muy particularmente de
    Caracas, estamos en disposición excelente de conocer todos
    estos niveles gracias a los 52 volúmenes
    magníficamente editados por la Academia Nacional de la
    Historia con motivo del Sesquicentenario de la Independencia.
    Esta colección, algunas de cuyas piezas documentales son
    de primera calidad, nos
    permite conocer las expresiones de un estado de
    opinión pública que, ya en 1810, era de gran
    madurez.

    Para alcanzar el
    conocimiento relativo a la opinión pública de
    un conjunto humano determinado hay que partir necesariamente de
    supuestos sociológicos de gran complejidad estructural.
    Sin embargo, esta posibilidad nos la ofrece, para el decisivo
    significado histórico de 1810, la citada colección
    pudiendo acceder, por su medio, a cinco niveles de opinión
    pública, al menos. El de tolerancia
    intolerancia religiosa, a través de la polémica
    suscitada por William Burke sobre la libertad de cultos y la
    polémica levantada en su entorno. El segundo nivel, se
    refiere a la opinión intelectual de los centros
    universitarios venezolanos, sobre todo por la influencia ejercida
    por el maestro Baltazar Marrero, en cuyas aulas se educó
    la generación revolucionaria caraqueña.

    También, en las distintas opiniones personales
    que calaron fuertemente en el pluralismo y, en concreto, las
    de Francisco Javier Yanes, José Félix Blanco y
    José Domingo Díaz, cuyas obras, publicadas en la
    citada colección, nos permiten acceder a este importante
    nivel de pensamiento político. Un cuarto nivel seria el
    jurídico-institucional a través de la Real
    Audiencia de Caracas que integra a un sector muy
    específico de la opinión venezolana, pues en ella
    tuvieron asiento importante figuras criollas como Miguel
    José Sanz, Juan Germán Roscio, Francisco Espejo o
    Felipe Fermín Paul. El mayor índice de
    opinión pública se encuentra, lógicamente,
    en el nivel periodístico. Y de modo relevante en las Actas
    congresuales donde la opinión, pública se
    manifiesta con mayor fuerza e
    importancia, configurando plenamente todas las posibilidades
    políticas de futuro.

    Desde 1810 hasta 1812 se desenvuelve la primera
    República, exhaustivamente estudiada por el eminente
    historiador Caracciolo Parra Pérez. La revuelta de Caracas
    contra el Capitán General Emparán, supuso la
    constitución de una Junta de
    veintitrés miembros que, tras amplias discusiones,
    designó como primera figura política a Francisco de
    Miranda. La repercusión que este hecho tuvo en las
    provincias fue muy desigual y de profunda división. La
    Junta Suprema de Caracas – paralela a la constituida en la
    Península con carácter central- envió emisarios a
    todas ellas para saber cuáles eran sus respectivas
    posiciones.

     

    A Mérida acudió Luis María Rivas
    Dávila, consiguiendo la adhesión de ésta a
    la revolución caraqueña, pese a que sus
    habitantes no estaban precisamente conformes ni de acuerdo con la
    pérdida del rango de capital, sufrido un siglo antes por
    la ciudad. Ello influyó, quizá, en la
    decisión de separarse de Maracaibo proclamando constituida
    la antigua provincia y aceptando la propuesta de confederarse con
    las demás, según la petición recibida de
    Caracas.

    Al constituirse la Junta de Mérida, de la que fue
    nombrado presidente Don Antonio Ignacio Rodríguez
    Picón, una de las primeras consecuencias fue la
    creación definitiva, por concesión del Rey, de la
    Academia para la obtención de grados mayores y menores
    "con tanto como las de cualquiera Universidad de las que existen
    en América". La Junta revolucionaria llevó a
    plenitud la gracia real y, con el titulo de Real Universidad de
    San Buenaventura de Mérida de los Caballeros, se
    estableció con idénticos privilegios que la de
    Caracas.

    En Venezuela, sólo le había precedido el
    Colegio-Seminario de
    Santa Rosa de Caracas, convertido en Universidad en 1721, con las
    mismas prerrogativas que la de Salamanca, con lo cual la
    formación intelectual caraqueña adquiría
    dimensión autónoma, la misma que se otorgaba a
    Mérida. En definitiva, como puede apreciarse, tanto
    social, como política e intelectualmente, el pluralismo
    participativo de la primera República fue grande. Es
    importante señalar, en este sentido, que de acuerdo con
    las investigaciones
    del historiador español Mario Hernández
    boSánchez-Barba, en los escasos tres años de la
    primera República tuvo lugar la constitución de
    tres Juntas, Congresos o instituciones de representación.
    Pues bien, en ellas sólo se registra la repetición
    en las tres de cuatro personas. Además, esta
    participación pluralista tuvo, al mismo tiempo
    manifestación de voluntad constituyente, lo cual
    generó una específica voluntad
    comunitaria.

    El 2 de Marzo de 1811, treinta de los cuarenta y dos
    diputados representantes de las provincias venezolanas se
    instalaron en Congreso Nacional. Tras arduas discusiones, el 5 de
    julio de 1811 se aprobó la Independencia con los votos de
    todos los compromisarios, excepto el de Maya de La Grita. El 21
    de diciembre de 1811, treinta y siete diputados firmaron la
    Constitución, cuya redacción se había encomendado al
    secretario Francisco Iznardi. La generación
    "patriótica" venezolana había alcanzado su
    más caro propósito.

    Puede decirse que la primera República fue
    realmente consecuencia de una conjunción de intereses
    provinciales de índole conservadora. Los mantuanos,
    prácticamente dueños de la producción y del
    comercio, fueron los promotores, como había ocurrido en la
    República burguesa norteamericana de plantadores del Sur,
    del proceso político que culminó en la
    Constitución de 1811.

     

    Las instituciones españolas, por su parte, fueron
    los cauces por los cuales discurrió una opinión
    pública pluralista que defendía intereses
    personales y de grupo y que, por consiguiente, insensiblemente,
    habla de generar preeminencias de los grupos más poderosos
    sobre los menos favorecidos financieramente. La búsqueda
    de la libertad política ocultó -como en tantas
    otras ocasiones ha ocurrido en occidente- la esencia de la
    democracia,
    mitificada por su mera formulación externa. Por esa
    razón, en las antípodas de la inexistente democracia se
    colocó la dictadura, realzada como única
    posibilidad de alcanzar el orden.

    Se produjo, pues, una alternancia de los valores
    del orden y, durante ciento cincuenta años, las guerras
    civiles y las dictaduras de los más diversos matices
    convulsionaron la historia nacional de Venezuela. Basta con
    recordar los nombres de Páez, Falcón, los Monagas,
    Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez,
    López Contreras, Medina Angarita, Pérez
    Jiménez. Los sistemas de poder
    personal, de
    caudillos o militares, ocasionaron un considerable descontento
    social y grandes traumas económicos. Pero, fuertemente
    aferrados al Poder, los dictadores se perpetuaron y se sucedieron
    entre sí estableciendo una verdadera monocracia, hasta que
    tuvo lugar el gran cambio de 1958.

    Digo gran cambio porque, en efecto, pasar de una
    estructura monocrática sin solución de continuidad
    para entrar en una vía democrática y de este modo
    canalizar las potencialidades de una sociedad, no es simplemente
    una mera transición, que por otra parte
    historiológicamente puede ser muy discutible, sino un
    verdadero cambio que tuvo repercusiones trascendentales en el
    plano social, en la realidad económica y, desde luego, en
    el epitelio político.

    ¿Cómo se produjo este cambio? En primer
    lugar como consecuencia de un perfil social muy concreto: las
    oligarquías de intereses que habían predominado en
    la coyuntura de 1810 fueron sustituidas por partidos
    políticos dirigidos por líderes de gran
    prestigio: básicamente, Acción Democrática
    presidida por Rómulo Betancourt y COP0, constituido
    alrededor de ese gran estadista que es el actual presidente de la
    República, Don Rafael Caldera.

    Socialmente, hizo posible apreciar cómo la
    voluntad coordinada de una Nación fue capaz de generar un
    rumbo cierto y seguro, con una
    cooperación dinámica y una voluntad solidaria para
    encauzar el futuro como entidad política, poniendo la
    confianza civil en la representación de los partidos
    políticos, del mismo modo que éstos la pusieron en
    sus líderes. Así, a lo que se aspiraba
    socioeconómicamente -una mejor distribución de la renta per cápita-
    hay que añadirla opción por un desarrollo
    económico más acorde con las necesidades de la
    comunidad
    nacional. El cambio de 1958 permitió sentar las bases del
    experimento político democrático, eliminando la
    desconfianza entre civiles y militares pero, al mismo tiempo, la
    sociedad civil
    adquirió un fundamento de libertad para el ejercicio de la
    democracia constitucional y representativa.

     

    El primer presidente elegido democráticamente,
    Rómulo Betancourt, hizo justicia y honor a aquellos que
    asumiendo el gobierno
    provisional " encarnaron y respetaron desde el Ejecutivo la
    voluntad democrática de Venezuela" a partir del 23 de
    enero de 1958 hasta el 13 de febrero de 1959: el contraalmirante
    Wolfgang Larrazábal y el doctor Rafael Caldera -ambos
    compitiendo con Betancourt-, así como el doctor Edgar
    Sanabria, jurista de excelsas cualidades, Eugenio Mendoza, Bias
    Lamberti y Arturo Sosa.

    Desde 1958 se han sucedido los presidentes de la
    República elegidos democráticamente y se ha dado la
    singularidad de que, en varios de los comicios celebrados, el
    partido en el poder ha sido vencido por la oposición,
    produciéndose transmisiones de mando sin
    incidentes.

    El significado profundo de 1958 es pues, a mi juicio, el
    de unas ideas que prevalecieron sobre las ambiciones personales.
    La democracia -por la que tanto ha luchado un sector importante
    de intelectuales y hombres públicos venezolanos- arraiga
    cada vez más en la opinión pública y, por su
    parte, es apreciable en los tres niveles de la sociedad
    política. La Constitución de 1961, fruto del primer
    Congreso, elegido a finales de 1958, mantiene su vigencia como
    marco esencial y peculiar de una Nación con un peso cada
    vez mayor en el conjunto del continente americano y de la
    comunidad iberoamericana.

    Por ello es justo que aproveche esta oportunidad
    universitaria para rendir un justo y merecidísimo homenaje
    a uno de los actores y hacedores de aquella gran gesta, el actual
    presidente de la República, doctor Don Rafael Caldera.
    Permítanme que les diga que ustedes los venezolanos tienen
    la suerte inmensa de contar con un político integrador
    permanentemente preocupado por el diálogo,
    por la superación de la crispación y por la
    consolidación de la democracia.

    Como tuve oportunidad de manifestarle con ocasión
    de su presencia en el Senado de España en el marco de la
    visita de Estado que efectuó hace ahora poco más de
    un año, el Doctor Caldera puede ser considerado, ajusto
    titulo, como uno de los grandes artífices de la,
    democracia venezolana, en tanto promotor de ese concepto
    básico de la ciencia
    política que ha sido identificado por la
    historiografía con el significativo titulo "democracia
    pactada
    ", un sistema basado en
    la búsqueda de la estabilidad a través de la
    permanente concertación, un sistema que, a pesar de las
    dificultades, y los sobresaltos, ha convertido a Venezuela en una
    de las más sólidas democracias
    iberoamericanas.

    Como coartífice de los acontecimientos de 1958,
    es parte sustancial de aquel reto que resonó fuertemente
    en el destino histórico de Venezuela. Un pueblo entero se
    alzó contra la falta de libertad comunitaria, exigiendo la
    vía democrática, que fue implantada gracias al
    apoyo ciudadano, la honrada conducción de sus lideres
    políticos y el acatamiento de las leyes. La unidad
    de voluntades requeridas por Simón Bolívar en
    su última Proclama es, en efecto, la causa
    eficiente y poderosa de que Venezuela continúe en su
    vía ascendente, en plena esperanza de futuro.

    Por ello, en definitiva, es digno de la mayor alabanza
    el ejemplo que supo dar Mérida en 1810: renunciar a
    mantener sus justos agravios en beneficio de la unidad nacional.
    Se trata de la manifestación de una opinión que
    renuncia a sus intereses en pro del bien común, un mensaje
    con un valor renovado
    en los momentos por los que atraviesa actualmente la
    humanidad.

     

    José Ignacio Barrero Valverde
    (*)

    En Revista
    virtual Provincia. Universidad de Los Andes:

    (*) Profesor de Derecho
    Constitucional de la UNED de España. Presidente del
    Senado de España

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