Nadie ha imaginado al cielo adornado de pinturas,
estatuas o pórticos por bellos o magníficos que
fuesen, pero todos los pintan con dulcísimos y armoniosos
coros de ángeles que entonan himnos de alabanza al
Todopoderoso. … La música es una de esas artes que no
puede producir mal a nadie y sí ocasionar un deleite puro
e inocente, y ¿qué cosa puede haber más
grata al corazón
del hombre que el
haber proporcionado un dulce entretenimiento a sus semejantes y
haberlos hecho olvidar por algunas horas las tristes penalidades
de la vida?
Con esas palabras el padre Agustín Caballero
inició su discurso con
motivo de la inauguración solemne de los cursos del
Conservatorio de Música de la Sociedad
Filarmónica Mexicana el 1º de julio de 1866. De
entonces a la fecha, en el transcurso de más de ciento
treinta años de labores ininterrumpidas, esta
institución artística ha escrito una de las
páginas más notables en la historia musical y educativa
de México, pues además de haber contribuido a la
formación de la mayoría de los más ilustres
exponentes del arte musical
nacional, ha sido también importante promotora de nuevos
organismos artísticos que de su seno se han desprendido
como la Escuela Nacional
de Música de la Universidad
Nacional Autónoma de México o la Escuela Nacional
de Arte Teatral y la Orquesta Sinfónica Nacional del
Instituto Nacional de Bellas
Artes.
Por otra parte, con relación al papel que ha
desempeñado la enseñanza conservatoriana en la cultura
nacional, no resultaría aventurado afirmar que a
través de ella se ha podido contribuir al conocimiento y
la perpetuación de las formas y estilos musicales
desarrollados en Occidente que fueron transplantados al Nuevo
Mundo desde el siglo XVI. Proceso en el
cual tomaron parte activa desde el principio las órdenes
monásticas europeas y que, con el paso de los siglos,
continuó enriqueciendo la herencia
artística del Nuevo Mundo. En ese sentido, tanto los
esfuerzos realizados por los religiosos en el Colegio de San
José de los Naturales, a través de fray Pedro de
Gante, como los verificados en el Conservatorio de las Rosas en Morelia,
fueron antecedentes del establecimiento de los primeros centros
dedicados a la práctica de la enseñanza musical en
nuestro país, entre los que pueden citarse los Colegios de
Infantes de las Catedrales de México y Puebla y el
Convento de San Miguel de Belén en el siglo XVIII y la
Escuela Patriótica Municipal de Veracruz, fundada en 1816,
en los que la preparación de jóvenes en los ramos
de la composición e interpretación musicales fue de especial
importancia.
Sin embargo, fue principalmente gracias a las
iniciativas particulares de José Mariano Elízaga,
Joaquín Beristáin, Agustín Caballero y
José Antonio Gómez, realizadas a lo largo de la
primera mitad del siglo pasado, que pudieron sentarse las bases
para la fundación del Conservatorio de Música de la
Sociedad Filarmónica Mexicana hacia los años
sesenta del siglo pasado. Elízaga, por haber establecido
en 1825 la Academia Filarmónica Mexicana,
institución que podría ser considerada el primer
conservatorio formal de Latinoamérica; Beristáin y Caballero
por haber fundado la Escuela Mexicana de Música (1838) y
José Antonio Gómez, por su parte, la Academia de
Música de la Gran Sociedad Filarmónica de
México (1839).
El Conservatorio de Música que nace en 1866, es
pues la consolidación del proyecto
educativo de uno de los grupos más
importantes formados a mediados del siglo XIX, la Sociedad
Filarmónica Mexicana; organismo que no obstante haberse
desarrollado inicialmente al amparo de la
corte imperial habsbúrgica, a la usanza de las antiguas
academias medievales y renacentistas, obtuvo después el
apoyo del régimen juarista, al grado de sumar casi medio
millar sus miembros, provenientes éstos no sólo del
ámbito musical, sino también del político,
científico y cultural en general. Entre otros, el propio
Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, Pedro
Escudero y Echánove, Rafael Martínez de la Torre,
Aniceto Ortega, Tomás León, Ángela Peralta,
Melesio Morales, José Ignacio Durán, Eduardo
Liceaga, José T. Cuéllar, Rafael Lucio, Manuel
Payno, Justo Sierra, Ignacio Manuel Altamirano, Antonio
García Cubas y Ramón
Romero de Terreros.
Al momento de comenzar sus actividades
académicas, el Conservatorio contaba con una planta
docente integrada por catorce maestros, a cuyo cargo estaba la
enseñanza de instrumentos diversos como piano,
cordófonos de arco y algunos aerófonos, canto,
además de materias básicas como solfeo,
armonía, composición, estética, historia del
arte, historia de la
música, acústica, anatomía e idiomas.
Al cabo de unos cuantos meses, es tal el éxito
que obtiene la empresa
educativa que para 1868 son casi 800 los alumnos inscritos en sus
diferentes materias; aceptación que se prolonga por varias
décadas, de modo que el periodo comprendido entre 1866 y
1910 habrá de constituirse en una de los más
importantes etapas de su historia. En ella la institución
transita por una fase de crecimiento y auge, de orden y progreso,
como hubieran dicho algunos de sus propios fundadores de
filiación ideológica positivista.
La comunidad
conservatoriana cuenta con el apoyo gubernamental y se ve
posibilitada en participar dentro de diversos eventos
interinstitucionales. La presentación de maestros y
alumnos en conciertos organizados de manera conjunta con el resto
de las escuelas nacionales, ratifica la estrecha
interrelación que en aquellos años se da entre las
principales instituciones
educativas de la época, como la Escuela Nacional
Preparatoria, la Escuela Nacional de Bellas Artes, la Escuela
Nacional de Jurisprudencia, la Escuela de Comercio y la
Escuela de Artes y Oficios, por citar sólo
algunas.
Por otra parte, si bien la mayoría de los
integrantes de la Sociedad Filarmónica Mexicana
manifestaban predilección por la escuela musical italiana,
cuyos usos, técnicas y
métodos
evidenciaban una evolución prácticamente enraizada
desde el renacimiento,
en el seno de dicho cenáculo pronto fue posible advertir
el ascenso de dos nuevas tendencias artísticas, de un lado
la del sinfonismo germánico, del otro, la correspondiente
a la escuela francesa que, desde finales del siglo XIX,
empezó a cobrar mayor fuerza. A tal
grado llegó el auge artístico progálico que
no sólo se manifiestó éste en el campo de la
composición musical de la época, sino
también en cuanto al contenido programático de los
estudios conservatorianos. En el primer caso, una prueba de ello
la constituirá la introducción creciente de autores franceses
en el repertorio tradicionalmente italiano o alemán
interpretado hasta entonces en los foros de la escuela. Carlos
Julio Meneses -fundador de la Orquesta Sinfónica de
México, la primera en su género-,
hacia la primera década de este siglo se dará a la
tarea de estrenar en el país obras de distintos estilos,
desde el clásico, al grado de haber ejecutado todas las
sinfonías beethovenianas, hasta el impresionista, la
vanguardia
estilística en aquellos años, al presentar obras de
autores como Debussy. En el segundo, la influencia francesa
será perceptible junto con la italiana a lo largo de la
gestión
directiva del notable crítico galo Alfredo Bablot al
frente de la institución conservatoriana, que
vivirá uno de los más importantes enriquecimientos
académicos de su historia, no sólo por la
introducción de nuevas materias en su plan de estudios,
sino además por el notable impulso para la importación de instrumentos y accesorios
musicales desde Europa para
beneficio de la comunidad del plantel.
La gestión administrativa de José Rivas,
cuya duración fue superior a una década, fue
proclive a fomentar rivalidades artísticas entre los
conservatorianos. Sin embargo, fue época de grandes
talentos como Pedro Luis Ogazón, Velino M. Preza y
Julián Carrillo y momento en el cual se realizaron
importantes avances en el marco de la profesionalización musical, principalmente
a raíz de las novedades introducidas en el plan de
estudios de 1893, por las cuales se hizo la distintción
entre escolares aficionados o amateurs y escolares que
pretendían realizar una carrera profesional, a los cuales
debía otorgárseles el título profesional
correspondiente. El paso por la dirección conservatoriana de Ricardo Castro
fue efímero, no obstante haberse constituido en el primer
concertista mexicano de piano a nivel internacional y tener en
él cifradas grandes esperanzas, al poco tiempo de
haber asumido el cargo sobrevino su deceso. Su sucesor
será Gustavo Campa, entrañable amigo de juventud de
Castro, con quien el impulso a la educación musical
en las escuelas de educación
básica cobrará fuerza inusitada. En 1910, la
eclosión de la gesta revolucionaria traerá consigo
para la vida institucional del Conservatorio tiempos de
intranquilidad y zozobra. Uno de tantos momentos aciagos se dio,
por ejemplo, cuando el gobierno federal,
durante la
administración huertista, hizo objeto de
militarización al plantel. No obstante, la calidad de la
enseñanza musical en sus aulas no se verá
seriamente afectada por los acontecimientos políticos de
la época. Las conducciones de Rafael J. Tello y
Julián Carrillo imprimirán, respectivamente,
notables aportaciones y avances en el plan y programas de
estudio del Conservatorio. La década de los años
veinte es inaugurada con la fundación de una nueva
secretaría de estado, la de
Educación Pública con José Vasconcelos al
frente de ella. Con tal medida se abre una nueva etapa de bonanza
para la vida conservatoriana, que transita con renovada vitalidad
el siguiente decenio. La promoción de conciertos entre los diversos
sectores de la sociedad y el fomento a la participación
escolar en las nuevas misiones culturales en las distintas
regiones de la República Mexicana, fortalecen una mayor
vinculación entre el Conservatorio y el contexto
nacional.
Sin embargo, pocos meses antes de concluir este decenio,
1929 se constituye en año crucial dentro de la vida del
plantel. Los movimientos estudiantiles gestados a raíz de
la lucha por obtener la autonomía para la Universidad
Nacional de México, a la cual se encontraba incorporado el
propio Conservatorio desde 1925, provocan una escisión en
el interior de éste. Maestros y alumnos se constituyen en
facciones que dividen a la comunidad, provocando que una parte
importante de la planta docente entregue su renuncia al entonces
director, Carlos Chávez, manifestando su inconformidad con
la postura adoptada por éste con relación a
permanecer dentro del seno de la Secretaría de
Educación Pública. En consecuencia, a los pocos
meses del conflicto,
dicho suceso dará origen a una nueva institución
educativa musical, la Escuela Nacional de Música, fundada
con los integrantes del grupo de
disidentes conservatorianos afectos al movimiento en
pro de la autonomía universitaria.
La época chavista pues, no fue una gestión
más en la historia conservatoriana, pero no lo fue
sólo por los acontecimientos políticos antes
referidos. En gran medida su trascendencia procede del hecho de
haber favorecido la implementación en el plantel de
relevantes aportaciones académicas, como lo fueron la
introducción en su plan de estudios de la carrera de
dirección de orquesta; el denodado impulso curricular para
la realización de estudios pedagógicos, de modo que
la mayoría de los estudiantes conservatorianos tuvieran la
obligación de cursar materias de esta área, no
sólo los inscritos en la carrera de docencia
musical escolar -carrera implementada en el plan de estudios
hacia la segunda década del siglo XX-. Así mismo,
la
organización que realizó de las "Academias de
Investigación", a través de las
cuales se revolucionó en aquellos años el estudio
musical y especialmente el relacionado con la
investigación de la historia musical de nuestro
país, promoviendo tanto la introducción en el
repertorio orquestal mexicano de obras de compositores
extranjeros contemporáneos del momento como Stravinsky,
Shostakovitch o Prokofiev, entre otros, como favoreciendo
concomitantemente la gestación del movimiento nacionalista
en la composición musical de aquel periodo, del cual
él mismo fue su principal promotor. De este modo, al haber
encauzado la composición hacia temas y recursos
musicales autóctonos, condujo a los jóvenes
estudiantes de entonces como Silvestre Revueltas, Eduardo
Hernández Moncada, José Pablo Moncayo, Blas
Galindo, Candelario Huízar y Luis Sandi, a adoptar como
suyos tales postulados e interés
por nuestro pasado musical.
Más adelante, durante el régimen
cardenista, la función
del Conservatorio se orientará hacia las masas, ello en
plena concordancia con el proyecto populista de nación
imperante, uno de cuyos más notables logros lo
constituyó el decreto presidencial de 1937, por el cual se
determinó la obligatoriedad de la enseñanza musical
en la educación primaria. Una década más
tarde, en 1947 es creado el Instituto Nacional de Bellas Artes,
de nueva cuenta producto de la
impresionante visión organizadora de Carlos Chávez,
lo que contribuirá a posibilitar la transformación
de la enseñanza artística en el país, desde
el momento en que a dicho organismo se determinen sujetos los
planteles de enseñanza artística, como el propio
Conservatorio.
De entonces a la fecha, las principales tendencias de la
enseñanza artística en el Conservatorio Nacional de
Música de México no han sufrido trascendentales
transformaciones, sin embargo, en 1979 el proceso de
profesionalización de la enseñanza musical
conservatoriana atraviesa por un momento crucial. Si bien desde
finales del siglo pasado el Conservatorio había ya
declarado en sus planes de estudio que los alumnos podrían
cursar en sus aulas diferentes carreras musicales, fue en 1900,
durante la administración de José Rivas -como
ya en su momento se refirió-, cuando se publicó en
el Diario Oficial de la Federación que los títulos
expedidos por el Conservatorio serían otorgados por la
entonces denominada Secretaría de Instrucción
Pública y Bellas Artes. Posteriormente, en 1946 con la
fundación de la Dirección General de Profesiones,
empiezan a ser otorgadas las primeras cédulas
profesionales para los egresados de las carreras
musicales.
No obstante, muchas de ellas no implicaban la
obtención de dicha patente, como en cambio
sí la tenían las carreras de Maestro Especializado
en la Enseñanza Musical Escolar y de Maestro Especializado
en la Enseñanza de algún instrumento musical, en el
canto o en la composición. En consecuencia, la
mayoría de ejecutantes sólo recibían
título, pero no cédula profesional. Será
sólo hasta 1979 cuando, con el plan de estudios aprobado
en dicho año y luego de un exhaustivo estudio al respecto,
las autoridades competentes de dicha área administrativa
reconozcan a todas las carreras conservatorianas a nivel de
licenciatura y, por tanto, susceptibles de cédula
profesional. A raíz de ello la profesionalización
de la enseñanza musical conservatoriana habrá
quedado concretada en su totalidad. En el momento actual, el
Conservatorio Nacional de Música, venero de la
formación de artistas, investigadores y docentes
profesionales del campo musical en el país, sigue
contribuyendo a impulsar la educación,
investigación y difusión del arte musical en la
sociedad mexicana y más allá de
ésta.
El futuro que se le plantea es halagador, pero para que
ello se verifique, requiere que en su seno mismo se conjuguen dos
factores: conservar y progresar. Respetar el pasado, continuar en
su investigación, y al mismo tiempo mirar hacia los nuevos
progresos del ser humano. Ha de incorporar los avances
tecnológicos a la par que se consolida la enorme y
rica enseñanza musical desde siglos atrás heredada.
Hoy más que nunca el reto del Conservatorio es grande,
como lo impone el resistir a todo tipo de embates, especialmente
el proveniente del gusto estético en boga, en la
mayoría de los casos condicionado por el material
difundido a través de los medios de
comunicación masiva que más está sujeto
a cuestiones de mercadotecnia
que a patrones estéticos.
En el mejor de los casos, debe enfrentar los nuevos
estilos musicales de moda, en la
mayoría de los casos de corte pseudoartístico que,
independientemente de la necesidad de emplear nuevos recursos
organológicos, implican generalmente el rompimiento con
patrones estéticos y modelos
paradigmáticos tradicionales de siglos.
Sin embargo, en esta nueva etapa de su desarrollo
histórico, una de las principales armas de la
enseñanza conservatoriana es justamente la defensa de su
esencia misma. Ella, en todo lo que significa de imperecedero,
milenario e inmemorial; ella, en todo cuanto implica un saber
transmitido de generación a generación y al mismo
tiempo en cuanto admite la incorporación de nuevas formas
y usos, teorías
y prácticas.
Es pues, su inmenso poder
ambivalente de adaptación y de resistencia
simultánea al cambio lo que indudablemente puede
contribuir a explicar su larga pervivencia y augurar su futura
existencia. En consecuencia, el conmemorar el cumplimiento de
más de ciento treinta años en la vida de una
institución como el Conservatorio Nacional de
Música de México, no es sino una prueba más
de la permanencia característica de la institución
conservatoriana universal.
Catedrática del Conservatorio Nacional de
Música de México en las materias de Historia de la
Música, Historia del Arte, Piano y Ciencias de la
Educació. Pianista solista de la Orquesta de Cámara
de la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM (1984-1995), desde
1998 colabora en tareas académico-administrativas para el
mejoramiento de la enseñanza en la UNAM. Maestra
Especializada en la Enseñanza Escolar y Pianista del CNM,
instrumento en el que se formó bajo la guía de
Leopoldo González Blasco. Pasante de las carreras de
Derecho y Etnohistoria, se doctoró en Historia con la
tesis: La
Profesionalización de la Enseñanza Musical en
México: El Conservatorio Nacional de Música
(1866-1997).
(*) Publicado originalmente en
Betty Luisa Zanolli Fabila