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Día de la Raza: invención de una fiesta cívica



    Monumento a Colón en la
    ciudad de México.
    Foto: Archivo.

     

    La celebración del 12 de octubre, Día de la
    Raza, fijada en el calendario cívico escolar desde hace varias
    décadas –sea actualmente día de asueto o
    no–, nos ha llevado a percibir el acontecimiento que
    conmemora como algo inamovible e incuestionable, que forma parte
    de aquellos actos que se repiten año con año iguales a
    sí mismos, aparentemente sin alteraciones.

    Sin embargo, hubo un momento en que la fecha se
    estableció como digna de conmemorar y, no exenta de
    polémica ni de diversas interpretaciones e intereses, se ha
    filtrado hasta nuestros días. Por lo demás, de ninguna
    manera ha sido una fiesta local, regional, sino que abarca
    países de dos continentes. Como dice Paul
    Ricoeur:

    Desde el momento en que se subraya la gestualidad
    corporal y la espacialidad de los rituales que acompañan los
    ritmos temporales de la celebración, no se puede eludir el
    problema de saber en qué espacio y en qué tiempo tienen lugar estas
    figuras festivas de la memoria.
    (1)

    ¿Cuáles son los deslizamientos semánticos
    que se pueden apreciar en las transformaciones de este evento,
    desde el establecimiento de la noción
    biológico-cultural de raza regida por las tradiciones del
    evolucionismo social hasta los usos familiares del español mexicano, a menudo
    no exentos de carga peyorativa, donde raza se emplea en
    el lenguaje cotidiano para
    referirse a los pares, a los familiares o al pueblo en
    general?

    Va señalado, antes de todo, que el sentido de la
    fiesta en una sociedad como la novohispana,
    en la que prevaleciera un sinnúmero de prácticas
    religiosas, católicas, paulatinamente transita hacia una
    sociedad que se seculariza. La festividad religiosa se convierte
    en fiesta cívica, en fiesta patria y aun en fiesta nacional;
    formará parte de los rituales, de las tramas simbólicas
    que requieren, en el siglo XIX, las naciones que se constituyen
    como tales. Con la construcción de la
    nación moderna se
    establecen los héroes, los eventos que hay que recordar, las
    fechas, que habrán de constituir los lugares obligados de
    rememorar, con menoscabo de otros que se eluden, se ignoran o,
    directamente, se olvidan.

     

    Cristóbal Colón,
    Paulus Jovius, c. 1550.
    www.abm-enterprises.net/artgall2

    A las celebraciones de aniversarios de distinto tipo, se
    integraron los centenarios: Revolución Francesa,
    Revolución Mexicana,
    Independencia… El
    Día de la Raza nació también como la
    conmemoración de un centenario.

     

    Desde
    España

    Todo parece indicar que en 1892, en medio de los
    festejos que se realizaban en España con motivo del IV
    centenario del descubrimiento de América
    –que elegantemente se llamaría, un siglo después,
    "encuentro de los dos mundos", de las dos culturas–, (2) se
    quería instituir una de las conmemoraciones que
    pretendía unir a España con América. La prensa traía a colación
    las palabras que entonces se pronunciaron:

    Nunca celebración más universal ha conmovido
    al mundo, porque nunca se ha conmemorado hecho más
    trascendental y culminante en la vida histórica de las
    humanas criaturas […]. Las fiestas colombinas, el 12 de octubre
    (que en lo sucesivo será nacional en España y la
    América), es una fiesta casi planetaria, porque dos
    continentes la celebran. (3)

    Ese día, en el monasterio de Rábida, doña
    María Cristina de Habsburgo firmaba un real decreto con el
    propósito de hacer del 12 de octubre una fiesta nacional,
    pero esto no se realizaría hasta algunos años más
    tarde.

    Sin embargo, si en España, con ese motivo, se
    inauguró un monumento a Cristóbal Colón, en
    México acontecía algo similar: Porfirio Díaz, con
    su ministro de Justicia e Instrucción
    Pública, Joaquín Baranda, encabezaba el homenaje
    inaugurando también una sencilla estatua que se colocó
    por el rumbo de la estación de ferrocarriles, en Buenavista,
    (4) y decretó ese día como fiesta nacional. (5) Se
    trata del eco con que las naciones del nuevo continente
    saludarían a la España del viejo continente, que en
    realidad festejaba a su raza, la española.

     

    Emerge la fiesta de la
    Raza

    El uso temprano de la palabra raza la vincula con
    linaje, limpieza de sangre, casta, pero también,
    hacia el siglo XVI, se aplica en sentido biológico o de
    especie, en forma peyorativa. De cualquier modo, denota
    clasificación, grupos que se distinguen unos de
    otros por sus caracteres que, además, son heredados.
    Alrededor de 1840 se empezó a utilizar para referirse a los
    grupos humanos, apelando a caracteres tanto biológicos como
    culturales que los identifican y unen a sus miembros entre
    sí, lo cual también servía como punto de
    referencia para comparar el grado de progreso o las posibilidades
    de desarrollo de unas razas con
    respecto a las otras. En México, el empleo de la noción de
    raza fue muy frecuente para ponderar las cualidades de los
    blancos en relación con lo que se percibía como las
    limitaciones y vicios de los indios. El geógrafo Antonio
    García Cubas, por ejemplo –y no es la
    excepción–, la empleó en diversas publicaciones
    para clasificar a la población en raza blanca,
    raza mixta o mezclada y raza india, a la vez que
    señalaba en cada una sus costumbres y formas de vida.
    (6)

     

    Cristobal Colón, Gil
    Berriozábal Castañeda, 4º de primaria.

    El concepto de raza también
    subyacía en la napoleónica delimitación entre la
    América sajona y la América latina,
    marcando la diferencia entre una y otra a partir de costumbres,
    formas de vida, prácticas culturales y religiosas en
    general. Pero, a pesar de su uso generalizado en diversos
    ámbitos durante el siglo XIX, el término raza,
    como motivo de celebración, sólo se introdujo
    sistemáticamente en nuestro continente –también
    en España– hasta los primeros años del siglo
    XX.

    A lo largo y ancho de la región latinoamericana,
    hacia 1915, Perú, Argentina, Paraguay, El Salvador, Guatemala, México y Chile
    coincidieron en las celebraciones, con distintos matices y
    sentidos. La Revista Española publicó los
    discursos de esas fiestas
    hispanoamericanas que tendían a fomentar la unión, se
    decía, de los pueblos enlazados en la historia.

    El presidente argentino Hipólito Yrigoyen, por
    ejemplo, en 1917 consagra el Día de la Raza a España,
    decretándolo fiesta nacional: "… siendo eminentemente
    justo consagrar la festividad de la fecha en homenaje a
    España, progenitora de naciones a las cuales ha dado, con la
    levadura de su sangre y la armonía de su lengua, una herencia inmortal…"

    Detrás de ello, estaban los años de la
    Primera Guerra Mundial que
    implicaron para América Latina el
    aislamiento, desde todos los puntos de vista, con respecto a la
    Europa involucrada en el conflicto; también la
    necesidad de cerrar filas frente a la amenaza que el
    panamericanismo imperialista de los Estados Unidos constituía
    para la región. Así, al calor de los discursos
    hispanoamericanistas, se fortalece la conciencia de la Raza, con
    mayúsculas, con el antiguo y recurrente sueño de hacer
    de los hispanoamericanos una verdadera comunidad de lengua, de cultura, de religión, de economía.

    El pensador argentino José Ingenieros, el
    uruguayo José Enrique Rodó, el mexicano José
    Vasconcelos, (7) la poetisa chilena Gabriela Mistral, todos
    apelan a la fuerza de la raza. Todos, por
    diversas vertientes, convocan su unión. La América
    hispana comienza a cobrar conciencia de sí misma, de sus
    posibilidades. La utopía de la comunidad de los
    latinoamericanos, trazada desde el siglo XIX, se
    resignificaba.

    España se integra a estas celebraciones que ofrecen
    la oportunidad para estrechar lazos de diversos tipos
    –culturales, pero también económicos–, por
    iniciativa de la Casa de América (Barcelona, 1917),
    sólo que para ella, la Raza a festejar siguió siendo la
    española. (8)

     

    Cómo sucedió en
    México

    Decíamos que hacia 1915, como en otros países
    latinoamericanos, empezó a celebrarse el Día de la
    Raza. Los círculos intelectuales próximos a
    Carranza establecieron la práctica, con este motivo, de
    organizar veladas artístico-culturales. Buscando su
    legitimidad, el gobierno constitucionalista
    tejió alianzas con los países hermanos y en uno de los
    festejos, en presencia de diversas delegaciones y autoridades,
    sustituyó los nombres antiguos de un sector de calles del
    centro de la ciudad de México, al norte del zócalo, por
    el de las repúblicas latinoamericanas.

    La fiesta fue ganando relieve; presidida por el
    rector de la Universidad, el presidente de la
    República, los gobernadores de los estados y otras
    autoridades e invitados distinguidos, se solemnizaba con
    brillantes piezas de oratoria, eventos musicales y
    desfiles cívicos, a los que se fueron añadiendo las
    competencias deportivas, las
    serenatas en los zócalos y las alamedas. Estas actividades
    tenían su réplica en diferentes estados de la
    República, así como en las naciones
    hispanoamericanas.

    Son años en los que los estudiantes universitarios
    emergen como una fuerza importante que se politiza frente a los
    acontecimientos nacionales e internacionales, que rechaza los
    imperialismos y los caudillismos regionales por igual.
    Próximos a Vasconcelos, participan de su hispanoamericanismo
    y de su vehemencia contra las tiranías del momento, de las
    que dan cuenta precisamente en la celebración del Día
    de la Raza de 1920. (9) Y si Vasconcelos fomenta la unión de
    los jóvenes estudiantes latinoamericanos, apoyando la
    realización del primer congreso internacional de estudiantes
    (1921), él mismo realiza un largo viaje por Brasil, Uruguay, Argentina y Chile
    (1922). Con esta visión, consolida dos de sus lemas
    –"Por la raza al servicio de la humanidad",
    "Por mi raza hablará el espíritu"– y escribe
    La raza cósmica (1925), convencido de que en la
    América hispana "de los pueblos hispanoamericanos
    surgirá una raza verdaderamente universal hecha con el genio
    y con la sangre de todos". (10) Esta nueva raza será el
    mejor fruto del mestizaje total, "puesto que las distintas razas
    del mundo tienden a mezclarse cada vez más, hasta formar un
    nuevo tipo humano, compuesto con la selección de cada uno de los
    pueblos existentes". (11)

    Para Vasconcelos, así como para otros pensadores
    latinoamericanos, el Día de la Raza habrá de ser, por
    lo tanto, la gran fiesta de nuestros pueblos, más allá
    de las fronteras de las pequeñas fiestas locales.

    Pero, paralelamente al discurso vasconcelista,
    elaborado desde el espacio urbano, sobre el hispanoamericanismo
    que teñía a la región y la apuesta por integrarse
    en una raza universal, cósmica, en México
    subsistía otro discurso que apostaba a la integración de las razas
    indias del continente, a su homogeneización operada
    también por el mestizaje, que constituiría al mexicano
    propiamente dicho. Esto, anticipado por Justo Sierra, (12) era
    otra de las vertientes del quid de la identidad nacional en las
    primeras décadas del siglo XX. Así, Manuel Gamio, (13)
    desde otras tradiciones, apelaba a la integración de los
    indígenas a la cultura occidental, a la unión de la
    raza americana, de modo que se rebasaran las pequeñas
    patrias, que se forjara "una peregrina estatua hecha de todos los
    metales que serían todas
    las razas de América". (14)

    En este contexto, me parece importante recordar, en
    lejana retrospectiva, que la clasificación inicialmente
    ensayada, desde los primeros contactos entre los españoles y
    los aborígenes, estableció la delimitación entre
    los llamados pueblos de indios y los pueblos de españoles,
    de cuya mezcla paulatinamente surgió un tercer sector, el de
    los mestizos.

    Estas tres denominaciones, al inicio de la vida
    independiente, se proscribieron constitucionalmente y en su lugar
    se propuso una nueva denominación que las englobara sin
    distinciones, la de mexicanos. Pero, casi simultáneamente,
    se estableció una nueva categoría para nombrar las
    diferencias, a partir de la cual, desde diversas tradiciones que
    atraviesan el temprano evolucionismo hasta los enfoques
    culturalistas, se clasificaron las poblaciones y se fundamentaron
    los programas civilizatorios en
    marcha, aun en las siguientes décadas.

     

    Hacia la nacionalización
    del Día de la Raza

    En la década de 1930 se dan pasos importantes en la
    manera en que México se apropia del Día de la Raza. El
    12 de octubre de 1929, bajo la presidencia de Emilio Portes Gil,
    se declara fiesta nacional, (15) y por vez primera, con piezas de
    oratoria, ofrendas florales, asistencia
    de las autoridades, el festejo tiene un simbólico doble
    escenario en la avenida del Paseo de la Reforma: el conjunto
    monumental de Cristóbal Colón y al mismo tiempo el
    conjunto monumental dedicado a Cuauhtémoc. (16) Esto
    significaba que la conmemoración abarcaba, por igual, a las
    dos razas: a la hispana y a la que integraba raíces
    indígenas. Además, entre las autoridades y delegaciones
    participantes, también se encontraba un grupo de estudiantes
    indígenas, lo cual era consecuente con el impulso que los
    gobiernos posrevolucionarios le venían dando a la educación indígena y a la
    política de su
    integración nacional.

    La década de los treinta y el inicio de los
    años cuarenta, a partir de los festivales de la Raza,
    recordaron los eventos masivos que Vasconcelos hiciera cuando fue
    secretario de Educación Pública: la
    Secretaría de Educación Pública organizaba en el
    Stadium festivales donde estaban representados todos los sectores
    de la sociedad mexicana y todas las regiones del país. La
    fiesta dejaba de ser una ocasión de generar la unión de
    las razas hispanoamericanas para convocar a la unidad nacional de
    los mexicanos, aunque también se aprovechaban los medios a disposición,
    como la radiodifusión, para enviar mensajes fraternales a
    todo el continente. Lo mismo pasó en el terreno de la
    música: se transitó de
    la música universal, a la local, e incluso músicos
    mexicanos muy reconocidos compusieron himnos alusivos, como el
    "Himno a la raza" de Manuel M. Ponce.

    La década de 1940 también presenció, en
    la intersección de la avenida de los Insurgentes y la
    calzada Vallejo, la inauguración de un conjunto en honor de
    las antiguas culturas mexicanas, que se llama, precisamente,
    Monumento a la Raza.

    Llama la atención que hacia 1935
    hubo otras iniciativas: el 14 de abril se celebra el Día de
    las Américas, para lo cual la Unión Panamericana, en
    Washington, DC, pone a disposición de todos los países
    del continente, tanto los himnos nacionales de las
    Repúblicas Americanas como el Himno Panamericano.
    (17)

    La celebración convocó también la
    iniciativa de Uruguay para proponer una bandera del Día de
    la Raza, que habría de izarse simultáneamente en todos
    los países durante los festejos, iniciativa que México
    rechazó porque integraba, como emblema de las tres carabelas
    de Colón, tres cruces de color morado que directamente
    remitían a colores y símbolos del catolicismo.
    (18)

    En los años sucesivos, al filo de la Segunda Guerra Mundial, el
    Día de la Raza nuevamente se recubrió con los colores
    del panamericanismo e, integrando a las Américas por igual,
    se celebró en la región latina y en la anglosajona,
    aunque con nombres diferentes, como Columbus
    Day
    .

     

    A modo de
    conclusión

    Fijar el ritual de conmemorar el 12 de octubre como
    Día de la Raza no ha sido inocente; se trata de un evento
    que atañe directamente al problema de las identidades
    colectivas, sean éstas españolas, latinoamericanas,
    anglosajonas o particularmente mexicanas. Las sucesivas
    transformaciones y recreaciones de sentido que han concretado una
    noción de raza en diferentes momentos están
    estrechamente relacionadas con nuestra propia percepción como mexicanos,
    como latinoamericanos, como americanos. Habrían de pasar
    muchos años para que el mestizaje, aprehendido como raza,
    dejara de ser un concepto colonialista, para clasificar al otro y
    establecer calidades, para que se refiriera a las zonas de
    contacto donde lo social, lo cultural, lo histórico y lo
    religioso derivan en "unos otros" diversos.

    El asunto no es sencillo; se trata de una
    conmemoración que presenta múltiples aristas (políticas, educativas,
    culturales, económicas, religiosas) que subyacen en su
    institución y en las sucesivas transformaciones que ha
    experimentado. Hace un año, el 12 de octubre del 2004,
    presenciamos diversas iniciativas de grupos indígenas cuyos
    intereses –y los nuestros– son afectados por los
    programas neoliberales que irrumpen en todos los ámbitos.
    Entonces el Día de la Raza adquirió un nuevo nombre:
    "Día de la Resistencia
    Mesoamericana".

    Por último, más que explicaciones, lo que nos
    quedan son interrogantes: después de haberse celebrado con
    bombo y platillo el V centenario del encuentro de los dos mundos,
    en ambos continentes, hoy, en el contexto de la
    interculturalidad, ¿cuáles son los nuevos sentidos que
    adquirirá esta fiesta en un futuro próximo?
    ¿Persistirá? ¿Desaparecerá definitivamente
    del calendario cívico y escolar? Los mermados programas de
    historia para la educación básica y la globalización
    galopante que atraviesa nuestra vida, nuestras instituciones escolares,
    ¿la tomarán en cuenta?

     

    Notas

    1. Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el
    olvido
    , trad. de Agustín Neira, fce, Buenos Aires, 2004, p.
    66.

    2. La relatividad de la manera como se estableció
    este evento ha sido revisada a profundidad por la
    historiografía contemporánea. Una de las obras
    precursoras al respecto es la de Edmundo O’Gorman, La
    idea del descubrimiento de América. Historia de esa interpretación y crítica de sus
    fundamentos
    , unam, México, 1951.

    3. Citado por Miguel Rodríguez, "El 12 de octubre:
    entre el IV y V centenario", en Roberto Blancarte, compilador,
    Cultura e identidad nacional,
    México, conaculta-fce, Sección Obras de Historia,
    México, 1994, pp. 127-162.

    4. Difiere del conjunto monumental dedicado a
    Cristóbal Colón en lo que sería el Paseo de la
    Reforma.

    5. Véase José María Muriá, "El IV
    centenario del descubrimiento de América", Secuencia,
    núm. 3, publicación trimestral del Instituto de
    Investigaciones
    Históricas José María Luis Mora, México,
    septiembre-diciembre, 1985, pp. 123-136.

    6. Puede verse, como ejemplo, Antonio García Cubas,
    The Republic of Mexico in 1876. A Political and Ethnographical
    Division of the Population, Character, Habits, Costumes of its
    Inhabitants
    , traducción al inglés de George F.
    Henderson, "La enseñanza" Printing
    Office, México, 1876, p.
    14 y ss.

    7. Vasconcelos (1881-1959) fue miembro de la
    generación del Ateneo de la Juventud que en 1907 iniciara
    un movimiento de
    transformación cultural, mismo que se enlazaría con el
    movimiento revolucionario de 1910 y sus demandas
    democráticas. Vasconcelos participaría en el proyecto político de
    Francisco I. Madero. En 1920, con la llegada de Álvaro
    Obregón a la presidencia de la República, Vasconcelos
    es nombrado casi simultáneamente rector de la Universidad y
    ministro de Educación Pública (1921-1924), desde donde
    impulsa uno de los proyectos educativos y culturales
    de mayor envergadura en el México contemporáneo. En
    1929 fue candidato a la presidencia de la
    República.

    8. No es casual que en 1958, un decreto presidencial
    rebautizara la celebración como Día de la
    Hispanidad.

    9. La participación de Vasconcelos en ese festejo
    fue famosa por la manera en que criticó al gobierno
    venezolano, lo cual generó un conflicto diplomático
    para el gobierno mexicano. Véase José Vasconcelos,
    "Discurso pronunciado en el Día de la Raza", en
    Boletín de la Universidad, tomo I, núm. 3, enero
    de 1921, pp. 178-179.

    10. José Vasconcelos, La raza cósmica:
    misión de la raza
    iberoamericana
    . Argentina y Brasil, México,
    Espasa-Calpe, México, 1948.

    11. Idem, p. 9.

    12. Desde finales del siglo XIX, y desde la perspectiva
    del evolucionismo social, los intelectuales porfirianos
    habían logrado un amplio consenso en la defensa del
    mestizaje, como condición de la joven Nación: "[…] hoy, la
    mestiza constituye la familia mexicana,
    propiamente dicha –nos dice Justo Sierra–, con un
    tipo especial y general a un tiempo, cada día más
    marcado; la población mestiza confina por un extremo con los
    indígenas, cuyas costumbres y hábitos conserva, y por
    otro con los elementos exóticos, blancos sobre todo. En el
    día, la absorción de las otras razas por la mestiza es
    tal que pudiera calcularse el tiempo no muy lejano en que el
    mexicano (en el sentido social de la palabra) formará la
    casi totalidad de los habitantes" (Justo Sierra, "Ensayos y textos elementales
    de historia", en Obras completas del maestro Justo Sierra,
    tomo IX, unam, México, 1948, p. 127).

    13. La influencia del antropólogo Manuel Gamio,
    discípulo del antropólogo estadounidense Franz Boas
    (1858-1942) y del antropólogo alemán Eduard Seler
    (1849-1922), fue decisiva para comprender la necesidad de
    integrar las aportaciones específicas de la cultura
    indígena y la mestiza en la construcción de la
    nación, buscando en la propia cultura elementos para
    distanciarse de los modelos franceses y
    estadounidenses tan en boga, lo cual implicó llevar a cabo
    acciones que protegieran a las
    comunidades indígenas y su cultura. La diversidad de razas,
    de lenguas y de culturas habría de acrisolarse en favor de
    la patria de todos, superando las desigualdades; los estudios
    antropológicos y sociales verdaderamente "científicos"
    constituirían un instrumento indispensable, ya que
    recurrirían, por primera vez, al trabajo de campo.

    14. Manuel Gamio, Forjando patria, Porrúa,
    México, 1916, p. 5.

    15. El Universal, octubre 11 de 1929.

    16. Cfr. M. Rodríguez, op. cit., p.
    145.

    17. Rfr. Expedientes del Archivo Histórico
    de la sep, Dirección General de
    Educación Primaria en los Estados y Territorios.

    18. El diputado cardenista Altamirano, en la sesión
    respectiva de la Cámara de Diputados, señalaba: "Yo
    aplaudo la idea, pero no estoy de acuerdo con el símbolo. La
    cruz ha sido motivo para que corran en el mundo, desde que se
    inventó ese signo, torrentes de sangre y de que hayan
    caído millones y millones de hombres defendiendo ese
    símbolo, que no es símbolo de paz, sino de guerra; y el color morado es
    símbolo del Vaticano, que es el que ha engendrado el
    oscurantismo y constituye el valladar más grande para todo
    lo que significa idea revolucionaria" (Diario de Debates de la
    Cámara de Senadores
    , 30 de octubre de 1934), citado por
    M. Rodríguez, op. cit., p. 146.

     

    María Esther Aguirre Lora

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