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Modernización de la educación superior en México



     

     

    A partir de la posguerra se inició en México
    un proceso de transformación
    de la enseñanza superior
    mediante una serie de cambios fundamentales que, en su conjunto,
    habrían de modificar el perfil de la institución
    universitaria tradicional al conformar un sistema complejo por sus funciones académicas,
    sociales y políticas y diversificado
    por la variedad de opciones institucionales y modalidades de
    formación profesional.

    La transición tuvo lugar tanto en el plano
    institucional como en el sistémico. Dentro del primero cabe
    referir el crecimiento de la organización en su
    conjunto, la actualización del curriculum y la
    modernización de las instancias de administración, gestión y planeación.

    En el nivel sistémico, la transformación
    más relevante atañe a la redistribución de las
    partes del conglomerado: la repartición territorial de la
    oferta educativa, la distribución por áreas
    de conocimiento y disciplinas, la
    estructura por niveles y la
    división por tipos de régimen de financiamiento. Estos procesos pueden ser
    comprendidos en las nociones de diversificación y
    diferenciación académica.

    Otra importante serie de cambios se derivó de la
    ampliación de oportunidades de ingreso a la enseñanza
    superior en virtud del crecimiento del sistema; este proceso, al
    posibilitar el acceso de nuevos contingentes sociales a las
    universidades, redefinió el perfil social del
    estudiantado.

    En suma, el sistema de enseñanza superior
    experimentó transformaciones que, por su extensión y
    profundidad, modificaron la naturaleza y funciones que
    tradicionalmente tocó cumplir a la institución
    universitaria. La decisión política de extender la oferta de
    enseñanza superior tuvo como corolarios el incremento de los
    recursos humanos y la planta
    física de las instituciones universitarias,
    la experimentación de fórmulas de enseñanza para
    servir a una matrícula que crecía aceleradamente,
    así como la adecuación de las fórmulas de
    gestión administrativa y de régimen.

    En el lapso que va de la posguerra al presente pueden
    ser acotadas varias fases de desarrollo. La primera de
    ellas se inició en los años cincuenta y se caracteriza
    por cimentar la base institucional de un sistema de universidades
    públicas a lo largo del territorio, por fincar condiciones
    para la investigación
    científica, así como por delinear la figura del
    trabajador académico profesional, es decir de investigadores
    y profesores con dedicación exclusiva a sus actividades.
    Sobre esta plataforma, en el transcurso de la década de los
    sesenta se conformó un modelo acorde con las
    tendencias de renovación universitaria vigentes en el plano
    internacional. Mediante estrategias de consolidación
    institucional se reforzaron las funciones de investigación y
    difusión cultural, se amplió el abanico de opciones de
    formación disciplinaria, se fortaleció el ciclo de
    posgrado, y dieron inicio programas de preparación
    para la docencia y de becas para
    estudios en el extranjero. La universidad mexicana de los
    años sesenta persiguió los objetivos de
    modernización institucional, vinculación con un modelo
    global de desarrollo favorable a la industrialización,
    así como alcance y preservación de un nivel
    académico satisfactorio.

    Los años setenta enmarcan una fase diferente en la
    historia de la enseñanza
    superior, que se caracteriza sobre todo por la expansión del
    sistema. En la década se multiplicaron, con una velocidad sin precedentes, el
    número de estudiantes, profesores, trabajadores así
    como de instalaciones. La expansión planteó nuevos
    retos a la universidad, que fueron enfrentados a través del
    diseño y la
    implantación de modalidades curriculares innovadoras, la
    generalización de fórmulas de planeación para el
    desempeño de las acciones de gestión
    académica y administrativa, y a través de adecuaciones
    al marco normativo general y a las regulaciones específicas
    en el plano institucional.

    La fase de expansión con innovaciones educativas
    culminó en los primeros años ochenta. A partir de
    entonces se inició un ciclo cuyo rasgo más eminente es
    la redistribución de la oferta educativa, en todas sus
    dimensiones, y el tránsito de esquemas de planeación
    centrados en la programación hacia
    fórmulas de evaluación
    ex–post y de incentivo a la productividad.

    Las modalidades que ha asumido el sistema de
    enseñanza superior en la historia contemporánea de
    nuestro país han sido resultado de la convergencia de una
    serie de factores y presiones, entre los que destacan, por su
    peso: a) las relaciones entre el estado y el sistema de
    enseñanza superior en general y con las instituciones en lo
    particular, así como la expresión de estas relaciones
    en políticas de organización y estrategias
    de reforma, b) la configuración de demandas sociales sobre
    la universidad, c) la movilización de los actores
    universitarios –académicos, estudiantes y
    trabajadores– dentro de las instituciones, y d) la
    adaptación de pautas de cambio derivadas de modelos internacionales de
    desarrollo de la enseñanza superior.

    El entrelazamiento de estos factores se propone delinear
    una perspectiva general para explicar las tendencias de cambio
    del sistema de enseñanza superior; interesa en especial
    abordar el análisis de las
    coyunturas en que tuvieron lugar los sucesivos ciclos de
    expansión y contracción, así como sus principales
    consecuencias en el presente.

     

    El ciclo de
    expansión

    En 1950 la población de licenciatura
    no llegaba a 30 mil estudiantes, lo que representaba entonces el
    1.3% de los jóvenes entre 20 y 24 años; seis años
    más tarde la matrícula se había duplicado y en
    1960 se registró un total superior a 80 mil estudiantes, es
    decir 2.6% del grupo de edad relevante
    (véase cuadro 1).

    En el curso de los años cincuenta varios factores
    concurrieron para posibilitar una primera etapa de crecimiento.
    Durante la década, el número de universidades
    públicas se duplicó; hasta 1950 existían 12
    instituciones con el rango de universidad, incluyendo el
    Instituto Politécnico Nacional. Entre 1950 y 1960 se
    establecieron otras 13 universidades públicas en distintos
    lugares del territorio nacional y en 1953 se inauguró la
    Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de
    México (UNAM). En los sesenta el ritmo de crecimiento de la
    década anterior (9.7% anual promedio) se mantuvo en el mismo
    nivel, lo que se debió principalmente a la
    consolidación del grupo de instituciones establecido en los
    cincuenta; además en el período se fundaron otras
    cuatro universidades públicas. No obstante que las
    universidades del interior comenzaron a dar atención a la demanda regional, al final de
    la década la capital de la República
    acogía más de la mitad de la matrícula
    nacional.

    Sobre la base de un incipiente sistema de universidades
    en el país, en los primeros años setenta dio inicio una
    etapa de aceleradas y profundas transformaciones del sistema de
    enseñanza superior. Durante la década, la
    expansión se constituyó en el factor dinámico de
    las transformaciones que se experimentaron, en la medida en que
    el crecimiento presionó a las instituciones a renovar sus
    estructuras, políticas y
    prácticas académicas y administrativas. La
    decisión de incrementar las dimensiones del sistema tuvo
    lugar en un contexto político en que la reforma de la educación representaba una prioridad
    indiscutible del programa
    gubernamental.

    El crecimiento y expansión que experimentó el
    sistema de enseñanza superior asumió una serie de
    condiciones que modificaron la organización de la enseñanza universitaria
    como tal. Entre los rasgos que ya se han señalado
    recapitularemos en los siguientes.

    En primer lugar, la recomposición del tablero de
    negociación entre el
    estado, el sistema de
    enseñanza superior y los grupos sociales demandantes.
    Por un lado, la ampliación de la oferta educativa en los
    niveles medio superior y superior representó para el estado
    una prioridad dadas las presiones de una demanda social generada
    por procesos de orden estructural, especialmente por la dinámica
    demográfica, la urbanización y la emergencia de capas
    sociales medias, y por los efectos de las políticas
    educativas públicas de los años cincuenta y sesenta que
    favorecieron el crecimiento de los niveles básico y medio; y
    también una prioridad en función del modelo de
    desarrollo económico y
    social planteado por el régimen. Por otro lado, después
    de la crisis de legitimidad derivada
    del 68 mexicano, el poder ejecutivo federal
    buscó reponer su autoridad y prestigio
    político entre la clase media y los intelectuales al promover la
    asimilación orgánica de la disidencia mediante la
    cooptación en su forma tradicional, pero también a
    través de la generación de oportunidades de empleo en la administración pública
    y mediante el apoyo a proyectos que implicaban, para
    tales grupos, un nivel de
    participación y compromiso con las instituciones
    públicas, el cual es por supuesto el caso de las entidades
    de educación y cultura.

    En su aspecto económico, el impulso gubernamental
    otorgado al desarrollo de la enseñanza superior
    encontró un respaldo en el consenso internacional sobre la
    relevancia de la educación para el desarrollo, el cual se
    tradujo, en su momento, en la concurrencia de divisas para el financiamiento de
    proyectos educativos a partir de créditos otorgados por
    agencias internacionales como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de
    Desarrollo, y fundaciones privadas como Ford, Rockefeller y
    Mellon. Políticamente, la estrategia estatal de
    expansión universitaria puede interpretarse como una forma
    de asimilación aunque también de anticipación y
    encauzamiento de demandas sociales y políticas,
    particularmente de las clases medias, y como una forma de
    compromiso con las universidades autónomas, una oportunidad
    para que éstas emprendiesen procesos de transformación
    y desarrollo a cambio de atender una matrícula más
    numerosa.

    En segundo lugar, debe considerarse la percepción en la academia
    sobre la necesidad de reformas e innovaciones educativas que, en
    el contexto mencionado, movilizó un proceso de cambios en el
    curriculum así como el diseño de nuevas modalidades de
    organización (sistemas departamentales,
    modulares, abiertos y multicampus), la promoción de nuevas
    carreras y la reforma de los planes de estudio vigentes, la
    introducción de tecnología educativa y de
    nuevos métodos de enseñanza en
    las áreas de diseño, programación, práctica
    docente y evaluación, en fin la crítica de los papeles
    tradicionales de profesor y estudiante, entre
    los cambios más importantes.

    Las innovaciones educativas de los setenta se
    desarrollaron en paralelo a los sistemas tradicionales. Como se
    señaló páginas atrás, la reforma
    universitaria consistió principalmente en la creación
    de instancias alternativas antes que en la modificación de
    las existentes: universidad abierta, creación de nuevos
    bachilleratos y unidades de estudios superiores, de posgrado e
    investigación, apoyo a la infraestructura de promoción
    cultural, apertura de nuevas universidades, entre
    otras.

    Un rasgo eminente de las modificaciones curriculares de
    la época radica en su emplazamiento en medio de la
    tensión entre el discurso radical heredado de
    los movimientos sociales de los sesenta, y los componentes
    conceptuales y metodológicos de una pedagogía diseñada
    con el fin de articular la enseñanza superior con los
    objetivos de desarrollo propios de las naciones industrializadas.
    Esta serie de condiciones explica, al menos parcialmente, la
    cantidad de obstáculos y dificultades que encontraron los
    proyectos de innovación universitaria
    en el momento de ser llevados a la práctica.

    En tercer lugar, destaca el desarrollo de las funciones
    de administración y
    planeación como formas alternativas de régimen tanto en
    el contexto de la relación entre el estado y el sistema de
    enseñanza superior, como en el interior de las propias
    entidades universitarias.

    La presencia de nuevos sujetos y actores sociales en la
    universidad y la redefinición de los roles profesionales,
    políticos y sociales de los tradicionales, contribuyeron a
    modificar el escenario. La expansión posibilitó el
    acceso de una población estudiantil más
    heterogénea desde el punto de vista de su origen social
    así como de una mayor proporción de mujeres; las
    universidades dejaron de ser eminentemente metropolitanas y
    diversificaron sus opciones de formación profesional; se
    consolidaron los organismos sindicales y gremiales como gestores
    de la corporación académica, al tiempo que la figura de
    funcionario–administrador cobró una
    enorme relevancia en el mapa político de la
    organización.

    El crecimiento de la universidad hizo de ella un
    mercado profesional
    importante. Al menos la primera ola de egresados formados en esa
    coyuntura, encontraron abiertas las puertas de las universidades
    para continuar en ellas como académicos o como jóvenes
    funcionarios. Además, dada la simultánea expansión
    del estado en el período, las oportunidades de empleo
    coincidieron momentáneamente con la demandas generada por la
    expansión.

     

    El ciclo de estancamiento y
    diversificación

    La característica más descollante de las
    transformaciones que vivió la universidad de los ochenta en
    México está denotada por la pérdida del dinamismo
    que la definió en la década inmediata anterior. Los dos
    instrumentos fundamentales de la política educativa de los
    setenta, crecimiento y reforma, dejaron de marcar pauta en el
    desarrollo del sistema de enseñanza superior.

    Por una parte, obedeciendo a razones de orden
    político y económico, el sentido de la reforma
    educativa, que había descansado principalmente en la
    implantación de alternativas curriculares, cedió lugar
    a la experimentación de medidas de innovación menos
    ambiciosas, tales como la creación o especialización de
    carreras y posgrados, la reforma de planes de estudio y la
    experimentación de innovaciones de orden pedagógico,
    especialmente en modalidades de enseñanza abierta
    –autoinstrucción, educación a distancia y
    sistemas tutoriales– y de
    monitoreo del aprendizaje.

    Al mismo tiempo, las funciones de planeación, tanto
    en el plano institucional como en el sistémico, cobraron una
    gran importancia en la definición de la política
    educativa. Dichas funciones se desarrollaron a partir del
    diseño y desarrollo de estrategias, instrumentos e
    instancias orientados a la coordinación de la
    diversidad de los organismos de planeación con base en una
    serie de acuerdos de trabajo entre la
    Secretaría de Educación Pública (SEP), la
    Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de
    Enseñanza Superior (ANUIES) y las instituciones de
    enseñanza superior.

    Por otra parte, la estrategia de crecimiento
    cuantitativo general del nivel fue reemplazada por una
    política de descentralización de las
    unidades de docencia, de tal suerte que el sistema de
    enseñanza superior pronto dejó de crecer con el ritmo
    que había alcanzado, al punto de retroceder en su capacidad
    relativa de atención a la demanda. Ello no quiere decir que,
    como sistema, haya permanecido igual al inicio y al final del
    decenio. Por el contrario, registró modificaciones de
    trasendencia en cuanto a la distribución geográfica de
    las oportunidades escolares, la orientación vocacional de
    la matrícula, el balance entre instituciones públicas y
    privadas y la proporción entre las modalidades universitaria
    y tecnológica. Estos cambios pueden ser referidos en
    torno a cuatro órdenes
    del problema:

    Estancamiento de la capacidad de cobertura de la demanda
    potencial. No obstante que en la década 1980–1989 el
    volumen total de
    matrícula de licenciatura registró valores positivos de
    crecimiento, el incremento relativo anual de la oferta se
    empató con la tasa demográfica de crecimiento del grupo
    en edad escolar. Esto quiere decir que, a pesar del esfuerzo por
    mantener una oferta en crecimiento, la capacidad de cobertura
    social del sistema permaneció intacta entre el principio y
    el final del período.

    Diferenciación de la oferta (universidades y
    enseñanza tecnológica). Es de hacerse notar que el
    segmento tecnológico del sistema de enseñanza superior
    mexicano registró en la década valores de crecimiento
    considerablemente mayores a sus correlativos en el segmento
    universitario. El número de establecimientos públicos
    de enseñanza superior tecnológica (Institutos
    Tecnológicos) se incrementó significativamente pero, lo
    que es más importante, esta pauta de crecimiento se
    acompañó de una política de
    descentralización, a través de la cual se logró
    abarcar prácticamente todo el territorio nacional; en cambio
    la oferta de plazas universitarias en el sector público se
    limitó a ampliaciones de infraestructura en las
    instituciones existentes.

    Evolución de la matrícula por áreas de
    conocimiento. En el período de los ochenta la
    distribución matricular por grandes áreas de
    conocimiento permaneció casi incólume. Sin embargo, ya
    se observa el despunte de algunas nuevas profesiones, tales como
    las disciplinas relacionadas con la computación, la gerencia (administración de
    empresas) y los servicios al productor de
    tecnología (ingeniería industrial),
    así como el afianzamiento de la demanda sobre un conjunto de
    carreras tradicionales (abogacía, contabilidad, medicina, arquitectura e ingeniería civil). Por otra
    parte, es notorio el sesgo en la preferencia por títulos
    profesionales que conducen al mercado asalariado, en desmedro de
    las profesiones liberales y las disciplinas
    científicas.

    Balance sistema público vs. sistema privado. Aunque
    en esta década el balance cuantitativo entre los sectores
    público y privado de la enseñanza superior
    registró cambios poco significativos –la
    distribución se modificó 2% en toda la
    década–, el dato relevante es el incremento de nuevos
    establecimientos privados de enseñanza, en su mayor parte
    entidades con un número limitado de carreras tradicionales y
    que cuentan con una infraestructura mínima de recursos humanos y materiales. Así, durante
    el período se afianzó la presencia de un sector
    terciario (diferente del universitario y tecnológico) que
    habría de madurar en la presente década.

    El cambio de estrategia –diversificación en
    vez de crecimiento concentrado– que se inició a partir
    de 1982 y recorrió toda la década, está
    directamente relacionado con la transformación de la pauta
    general de desarrollo adoptada a partir del sexenio del
    presidente De la Madrid; asimismo es
    interpretable a la luz de la reestructuración
    de la administración
    pública, y del sector educativo en particular, en este mismo
    período.

    El estado mexicano enfrentó la crisis
    económica de los primeros años ochenta mediante
    instrumentos de política financiera y
    fiscal, la reforma de la
    administración pública con base en estrategias de
    austeridad del gasto, y a través del adelgazamiento de la
    base institucional y el empleo burocrático. En este
    contexto, la participación del ramo educativo en el presupuesto público
    sufrió severamente el impacto de la reforma adminstrativa,
    pero además cambió el enfoque de su aplicación. La
    inversión pública en
    el ramo se concentró principalmente en compensar el rezago
    en la educación primaria, y en segundo término en
    desarrollar modalidades de enseñanza media superior de
    carácter tecnológico
    y terminal.

    Puede notarse la coincidencia de esta fórmula con
    los cambios de prioridades que en la misma década se estaban
    proponiendo desde los principales organismos internacionales de
    fomento educativo, como UNESCO, BID y Banco Mundial, que
    recomendaban canalizar recursos en forma preferente a la
    educación básica y la formación tecnológica,
    habida cuenta de las mayores tasas de retorno observadas en estos
    segmentos de la estructura educativa.

    En el ámbito del sistema de educación
    superior, la década se caracteriza por un énfasis en la
    implantación de mecanismos y procesos de planeación y
    evaluación de carácter sectorial. Si en la fase
    expansiva los instrumentos del cambio fueron crecimiento e
    innovación, en esta etapa se apostó en favor de la
    coordinación y racionalización de las unidades del
    sistema. En efecto, durante el período se formularon un
    conjunto de planes y programas entre los que cabe resaltar: el
    Plan Nacional de
    Educación Superior en México para el período
    1981–1991 (ANUIES, 1982), el Programa Nacional de
    Educación Superior (PRONAES) en 1983 y el Programa Integral
    para el Desarrollo de la Educación Superior (PROIDES)
    definido por la SEP y la ANUIES en 1986. En ellos se plasma la
    estructura de instancias de coordinación institucional,
    local, regional y nacional para la implantación de los
    proyectos derivados del ejercicio de la
    planeación.

     

    Tendencias

    Al transcurrir los años noventa algunas de las
    tendencias desarrolladas durante los ochenta se han consolidado,
    otras en cambio han modificado su dirección. A
    continuación se emprenderá la descripción de los cambios
    más señalados, en especial en lo que respecta a la
    distribución de la oferta educativa.

    a) Cambios en la distribución por tipos
    institucionales

    El impulso que adquirió el segmento privado durante
    el decenio de los ochenta ha prevalecido y logrado acrecentar su
    presencia en la enseñanza superior. En los primera mitad de
    la década fueron inauguradas 26 instituciones privadas. El
    sector público únicamente incorporó una nueva
    universidad, en el estado de Quintana Roo, 11 tecnológicos
    de nivel superior, y 4 tecnológicos en la modalidad
    denominada "universidades tecnológicas".

    La creación de nuevas unidades y la
    consolidación y expansión de las fundadas la
    década anterior ha hecho que el balance entre entidades
    públicas y privadas se modifique significativamente. La
    proporción de inscritos en el segmento privado que en los
    ochenta permaneció inferior al 15%, se ha incrementado
    año con año hasta alcanzar el nivel de 25% en el
    presente; entre 1990 y 1995 la matrícula superior
    pública creció en un 10% total, la privada en un
    50%

    b) Tendencias en la distribución por áreas
    de conocimiento

    En este aspecto, las tendencias fincadas en la
    década anterior han conservado su orientación. Las
    áreas de ciencias agropecuarias, de
    ciencias naturales y exactas y
    de ciencias de la salud continúan despoblándose. La
    primera de ellas, que todavía en 1989 captaba 6.2% de la
    matrícula total, con más de 65 mil estudiantes,
    descendió en 1995 a menos de 3%

    En el caso de las ciencias naturales y exactas el
    fenómeno se repite, si bien con menor intensidad. En 1989 su
    proporción en el conjunto era de 2.7% y en 1995 de 2.0% Otro
    tanto sucede con las disciplinas asociadas a la salud; entre 1989
    y 1995 el área descendió en su representación del
    11% al 9.0% Cabe hacer notar que en los tres casos mencionados el
    número de inscritos en 1995 fue inferior a los matriculados
    en 1989.

    El área de ciencias sociales y
    disciplinas administrativas ha continuado con su tendencia de
    crecimiento. En 1995 una población ligeramente superior a
    50% se encontraba inscrita en carreras de la misma. El
    análisis por disciplinas específicas muestra que dicha expansión
    es debida al incremento de la demanda de formaciones contables,
    administrativas e informáticas.

    El área de ingeniería y
    tecnología ha tenido un ligero repunte en los últimos
    años al avanzar con una tasa de crecimiento anual medio de
    3.5%. Esto se debe a la enorme demanda de formación
    profesional en disciplinas asociadas a la computación y al
    auge de la carrera de ingeniería industrial.

    Por último, el área de educación y
    humanidades conserva su proporción de 3% en el cuadro de
    conjunto, la misma que en 1981 y 1989. Al respecto cabe destacar
    que la estabilización del área se origina en la
    constante demanda de carreras vinculadas con la
    educación.

    c) Cambios en la distribución de la
    matrícula por sexo

    Las diferencias en la demanda de enseñanza superior
    por sexo representan un
    fenómeno relevante. Al respecto es discernible una doble
    tendencia, a) el segmento femenino se ha incorporado a las
    oportunidades de educación superior hasta casi alcanzar
    paridad; b) el fenómeno de relativa equiparación de las
    posibilidades de acceso por sexo se debe no sólo al
    incremento de una mayor proporción de mujeres, sino,
    simultáneamente, a una progresiva disminución del
    volumen absoluto de hombres que han optado por ingresar a la
    enseñanza superior.

    En 1981 la proporción de mujeres integradas al
    sistema de enseñanza superior era aproximadamente 30%, en
    1985 se incrementó a 35%, en 1989 llegó a 39%, y en
    1995 registró 45% En este contexto, la tasa de incremento
    medio anual es muy distinta entre hombres y mujeres; mientras
    que, entre 1985 y 1995 la incorporación masculina
    creció a una tasa de 5.6% anual, la tasa masculina de
    crecimiento ha sido 0.1% en el mismo período. En tanto que
    en los años noventa el volumen de mujeres ha crecido
    continuamente –de hecho el número de mujeres en 1995
    supera en más de 150 mil individuos la cifra de 1985–
    la cantidad de hombres ha permanecido prácticamente
    constante. En la estadística de primer
    ingreso al ciclo de licenciatura se observa que el número de
    hombres que se incorporaron a los estudios superiores en 1995 fue
    inferior a la inscripción de 1989. La doble tendencia de
    "feminización" y "desmasculinización" de la
    matrícula es general en la distribución por áreas
    de conocimiento, no obstante que varía en proporción en
    cada una de ellas.

    Con el objetivo de discernir las
    pautas generales de desarrollo del sistema de educación
    superior en México, y dentro de ellas la problemática
    de la expansión de las oportunidades de acceso al mismo, a
    lo largo de esta presentación se han confrontado las
    principales orientaciones de política pública referidas
    al ámbito universitario con las tendencias de desarrollo de
    la matrícula en los períodos correspondientes. Al
    respecto identificamos dos grandes ciclos o fases, la fase
    expansiva, que comprende el período de los años
    cincuenta hasta los primeros ochenta, y la fase de recesión
    del crecimiento y diversificación sistémica, que abarca
    las décadas de los ochenta y noventa.

    Dentro de cada una de estas fases se distinguen
    diferentes proyectos políticos y una diversidad de
    estrategias y modalidades para llevarlos a cabo. Así, por
    ejemplo, el ciclo de expansión se inicia con la
    creación de universidades en el territorio nacional,
    prosigue con la consolidación de estas instituciones y con
    los primeros intentos de implantación de un sistema nacional
    de enseñanza superior. En los setenta, se percibe una
    intersección entre la estrategia de expansión y las
    políticas de reforma cualitativa. El ciclo llega a su
    témino en los primeros años ochenta con la
    decisión gubernamental de aminorar y controlar el
    crecimiento y dar prioridad a las políticas de
    desconcentración, mejoramiento de la calidad y centralización de las
    instancias operativas de planeación.

    En el curso de la década anterior y la presente se
    observa en efecto una progresiva pérdida de dinamismo de la
    política de crecimiento. Por el contrario, la oferta de
    educación superior pública apenas se ha sostenido en
    términos de su cobertura social. Junto con ello, sin
    embargo, el sistema se ha transformado en varias direcciones. En
    primer lugar, se han verificado cambios trascendentes en el
    terreno de la planeación, la gestión y la
    administración de las instituciones, los cuales pueden ser
    englobados en las nociones de racionalidad, eficacia y eficiencia tanto de las
    instituciones como del sistema. En segundo lugar, se han
    desarrollado una serie de tendencias en el ámbito
    correspondiente a las orientaciones de la demanda educativa; que
    se han concretado en modificaciones en las preferencias
    vocacionales de la demanda (con énfasis en las carreras
    asociadas al sector de los servicios y al empleo asalariado), y
    en tercer lugar son visibles nuevas pautas de redistribución
    de la oferta educativa, las cuales se derivan del apoyo otorgado
    a las entidades federativas con mayor rezago en materia de cobertura
    educativa, el impulso al segmento tecnológico y el fomento a
    los programas de posgrado, entre otros factores. Por último,
    en contraposición con el estancamiento de la oferta de
    educación superior pública, se ha desarrollado un
    cambio ostensible en el balance de instituciones públicas y
    privadas, toda vez que el segmento privado comienza a adquirir
    relevancia como opción efectiva de la demanda que el
    segmento público ha dejado de asimilar.

     

    Una agenda para la
    discusión

    En el debate internacional sobre las
    innovaciones deseables para la universidad es notorio un cierto
    consenso en torno a los problemas fundamentales
    –cobertura, calidad, pertinencia y relevancia de la
    formación. También se advierte un nivel de coincidencia
    sobre la necesidad de impulsar reformas para superar el
    estancamiento, y se reconoce el papel clave que asume la
    enseñanza superior en pro del objetivo de contar con la
    capacidad tecnológica autónoma indispensable para
    participar competitivamente en el mercado global. Sin embargo,
    hay divergencias y desacuerdos fundamentales en torno de las
    modalidades de reforma y sobre a las medidas que se consideran
    adecuadas para impulsar las transformaciones.

    Así, por ejemplo, si bien existe una amplia
    coincidencia en el objetivo de lograr una balance apropiado entre
    oferta y demanda educativa,
    así como en formar un volumen de profesionales,
    técnicos y científicos suficiente en calidad y cantidad
    para acometer los retos de la producción y la
    gestión globalizadas, el grado de acuerdo es menor en torno
    a las medidas que sería necesario implantar en favor de
    estos objetivos: ¿debe continuar el crecimiento de los
    sistemas universitarios? ¿bajo qué modalidades de
    enseñanza? ¿en quién(es) recae la responsabilidad de financiar
    la expansión y modernización universitarias?
    ¿quién o quiénes definen los cambios
    específicos que es necesario promover? Estas, entre otras
    cuestiones, son cruciales para transitar de una agenda de
    intenciones y objetivos a un programa concreto de acción.

    Para finalizar esta presentación se abordarán
    algunos de los retos que, a juicio del autor, son de
    impostergable respuesta para acceder al siglo XXI con una
    universidad fortalecida y en desarrollo.

    Cobertura y calidad. La dinámica de cambio
    universitario de las últimas décadas configuró una
    diversidad de combinaciones entre tamaño y calidad
    académica, desde instituciones de gran escala con niveles de calidad
    satisfactorio hasta entidades minúsculas con estándares
    cualitativos precarios, y múltiples situaciones intermedias
    entre estos extremos. Si en algún momento el discurso de
    política educativa tendió a situar como alternativas
    las metas de cobertura social y calidad universitaria, hoy
    resulta evidente que uno y otro objetivos –mejorar los
    niveles de cobertura social de la enseñanza superior y
    mejorar la calidad de las funciones universitarias– son
    irrenunciables y deben buscarse en forma simultánea para
    consolidar un sistema de universidades que compita con los
    estándares que, en uno y otro aspecto, exhiben los
    países del mundo desarrollado y las naciones de reciente
    industrialización.

    Igualdad y equidad. El objetivo de
    igualdad se refiere a la
    capacidad del sistema para ofrecer oportunidades de
    educación superior a todos las personas que poseen
    condiciones académicas suficientes, sin menoscabo de su
    origen social, condición de género o edad, o cualquier
    otra característica social o cultural. La igualdad de
    oportunidades exige un balance continuo entre los volúmenes
    de oferta y demanda del sistema, lo cual es complejo en virtud de
    que este balance se ve presionado por fuerzas y dinámicas
    que son externas a la institución universitaria: la
    dinámica demográfica, las políticas educativas
    prevalecientes en los sistemas de educación básica y
    media, y por el mercado de trabajo. Pero el tema de la igualdad
    formal de oportunidades no agota la problemática de las
    relaciones entre las desigualdades sociales y la enseñanza
    superior; en íntima conexión se encuentra la
    problemática de educación socialmente equitativa, es
    decir el conjunto de regulaciones cuyo propósito es asegurar
    un mínimo de calidad entre la diversidad de establecimiento
    encargados de la formación universitaria. En función de
    este objetivo se trata de evitar que la liberalización de
    las posibilidades de impartir enseñanza superior (proceso
    que en términos generales ha compensado las dificultades de
    expansión universitaria) alimente las formas de segmentación social
    presentes en un sistema institucionalmente
    diferenciado.

    Diversidad institucional. En efecto, la
    diversificación institucional en curso, derivada tanto de
    procesos de privatización del
    servicio educativo como de
    procesos de especialización funcional dentro del sistema, ha
    representado una válvula de escape a las restricciones
    financieras del subsidio de la universidad pública, y
    también una respuesta a la multiplicidad de demandas
    sociales y económicas que se depositan en la enseñanza
    superior; sin embargo, en repetidas ocasiones se ha prohijado un
    segmento institucional que cumple con funciones de docencia
    superior en un nivel cualitativo ciertamente insatisfactorio. Por
    ello se requiere instaurar o fortalecer instancias y procedimientos de
    acreditación que autoricen este tipo de instituciones, que
    evalúen periódicamente su funcionamiento y sancionen la
    expedición de certificados y títulos. El tema de la
    acreditación y de los agentes socialmente legítimos
    para llevarla a cabo (instancias gubernamentales, corporaciones
    universitarias y organismos no gubernamentales tales como los
    colegios profesionales y las organizaciones de ex alumnos)
    representa un tema de discusión relevante.

    Desarrollo regional. No cabe duda que las instituciones
    universitarias modifican el medio en que son implantadas. La
    creación de entidades de esta naturaleza tiene efectos en la
    renta del suelo del entorno inmediato, en
    la provisión de recursos de infraestructura urbana, en el
    ámbito de la cultura y por supuesto en el mercado de trabajo
    local; en este sentido, además de ser focos de
    atracción de demanda escolar, representan las universidades
    potenciales polos para el desarrollo regional. Orientar las
    estrategias de descentralización y desconcentración de
    la oferta escolar bajo esta óptica, superando la
    tónica de satisfacer rezagos históricos en la
    provisión territorial de los recursos, implica orientar
    inversión para el establecimiento de centros universitarios
    de alta calidad en todas las regiones. A través de esta
    política es factible contender con el problema de la
    saturación de la demanda sobre las carreras tradicionales y
    contribuir a una mejor distribución del mercado de las
    profesiones en el territorio nacional; pero además
    representa una oportunidad para diseminar cuadros académicos
    de excelencia (profesores e investigadores) en el interior del
    país.

    Curriculum flexible. La adecuación de la
    universidad a las exigencias del mundo actual precisa de cambios
    sustantivos en el plano de los contenidos disciplinarios
    (qué y para qué se enseña), los métodos de
    enseñanza y comunicación de
    conocimientos (cómo se enseña), y muy particularmente
    en el terreno de la evaluación y certificación de los
    aprendizajes, donde al borde del siglo XXI prevalecen tradiciones
    pedagógicas en extremo añejas y seguramente anticuadas.
    La modernización del sistema de enseñanza superior,
    para ser efectiva y alcanzar un estadio superior de desarrollo,
    debe cobrar vida en el acto cotidiano de la enseñanza y
    el aprendizaje, posibilitar
    una auténtica gama de opciones de formación a los
    estudiantes mediante modalidades de curriculum flexible, así
    como fomentar los valor de actualización y
    educación continua como necesidades intrínsicas del
    ethos académico y profesional.

    Integración. Uno de los retos principales de los
    sistemas universitarios consiste en la necesidad de lograr
    mayores niveles de integración entre: a) el
    conjunto de instituciones que conforma en cada caso el sistema de
    enseñaza superior, esto es, integración
    intrasistémica; b) el sistema de enseñanza superior, el
    resto de la estructura educativa nacional y el aparato de
    investigación científica y tecnológica, es decir,
    integración intersistémica; c) integración de
    carácter internacional a través de convenios con
    instituciones universitarias en otros países en el marco de
    acuerdos de integración regional. Tanto en el nivel
    microsocial, que corresponde a las prácticas de interacción entre
    individuos y grupos, como en el plano macrosocial, que involucra
    el conjunto de relaciones entre organizaciones, el tema de la
    integración es fundamental habida cuenta de los cambios en
    las modalidades de organización del trabajo académico,
    que indiscutiblemente se están orientando hacia nuevas
    formas comunitarias en las que la globalización del
    conocimiento marca una ruta que es, al mismo
    tiempo, inevitable y potenciadora de las capacidades
    actuales.

    Financiamiento. El acceso a mejores niveles de calidad
    en las universidades, y la expansión de la capacidad de
    atención a la demanda, tienen como condición de
    posibilidad la ampliación de la base financiera. El tema es
    problemático si se considera el contexto de recesión
    económica por el que atraviesan los países de la
    región en la actualidad. No obstante, resulta indispensable
    idear y experimentar alternativas sobre la base de esquemas de
    vinculación con las empresas privadas y el sector
    público, de la recuperación de costos de matrícula con base
    en programas de becas–crédito y otras opciones,
    y la concurrencia en el mercado a través de servicios
    universitarios tales como clínicas y hospitales,
    asesorías y consultorías, capacitación,
    actualización y otros servicios docentes, gestión
    informática, diseños
    tecnológicos y patentes, son algunas entre múltiples
    posibilidades.

    Evaluación e innovación. La evaluación de
    rendimientos y productividad se ha implantado en las
    universidades como componente esencial en el proceso de
    gestión académica. El ejercicio de evaluación se
    ha vinculado específicamente a tareas rutinarias de supervisión y control, a procedimientos de
    estímulo selectivo, y en algunos casos a funciones de
    rendición de cuentas (accountability)
    sobre presupuesto y gasto. Sin embargo,
    la evaluación cobra un nuevo sentido en el momento en que
    promueve y orienta las innovaciones necesarias para adelantar en
    los objetivos de actualización y mejoría del sistema y
    sus componentes. En ese sentido es preciso establecer nexos de
    estructura y función entre las tareas de evaluación e
    innovación universitaria.

    Gobernabilidad. Al entender por gobernabilidad
    universitaria el conjunto de relaciones políticas internas
    (entre autoridades y actores de la vida académica) y
    externas (entre la universidad y las instancias, grupos y
    sectores de la sociedad civil y el sector
    público), se advierte que la larga preeminencia del eje
    universidad–estado en la definición de tales
    relaciones, comienza a dejar de marcar la pauta en la
    determinación de las prioridades y estrategias que impulsan
    el cambio. En su lugar se asiste a la conformación de un
    tejido mucho más complejo de relaciones, en el que
    participan tanto los actores tradicionales de la dinámica
    política universitaria, como una larga serie de actores
    emergentes (partidos y grupos políticos, organizaciones no
    gubernamentales, empresarios, asociaciones profesionales,
    organizaciones eclesiásticas, movimientos sociales, etc.) La
    capacidad de la universidad para articular vínculos estables
    y productivos que den respuesta a las nuevas demandas y
    responsabilidades de la sociedad del presente
    consituye un factor de la mayor importancia en la dinámica
    de tranformación de esta institución. La fórmula
    aparentemente paradójica de más autonomía y mayor
    vinculación, obliga a las universidades a diseñar
    nuevos instrumentos para satisfacer las demandas de la sociedad y
    el estado de fin de siglo.

    Pertinencia social. Si bien escapa a las instituciones
    la posibilidad de garantizar empleo a sus egresados, toca a la
    formación universitaria como tal contribuir a la
    conformación de un mercado de trabajo profesional más
    flexible. Diversificar y redimensionar la oferta de
    capacitación profesional, mejorar la calidad y aplicabilidad
    de los conocimientos, auspiciar la formación permanente,
    diseñar alternativas para una demanda en constante
    crecimiento, orientar a los universitarios hacia el trabajo y la
    producción, en vez del empleo asalariado como opción
    exclusiva son, entre otras posibilidades de acción, tareas
    que las universidades pueden cumplir para romper el círculo
    vicioso.

     

    Cuadro 1

    México. Sistema de Educación
    Superior

    Población escolar de nivel
    licenciatura

    Población

    Matrícula
    universitaria

    Años

    20 a 24 años

    Primer ingreso

    Total

    % Cobertura

    1950

    2,299,334

    29,829

    1.3

    1955

    46,605

    1960*

    2,947,072

    83,065

    2.8

    1965

    140,848

    1970

    4,032,341

    65,016

    210,111

    5.2

    1975

    149,729

    475,888

    1980

    6,154,527

    196,569

    731,291

    11.9

    1985

    225,134

    961,468

    1990

    7,829,163

    241,194

    1,078,191

    13.8

    1995

    276,838

    1,217,431

    * El dato de matrícula corresponde a
    1961.

    Fuentes: INEGI, 1994. ANUIES, 1995

     

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    Dr. Roberto Rodriguez Gomez

    Centro de Estudios sobre la Universidad –
    Coordinación de Humanidades – Universidad Nacional
    Autónoma de México

     

     

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