- Un repaso a la
inmigración en Francia - ¿Se extienden sobre
Francia las sombras del mundo de
Huntington? - Retos para la integración
"a la francesa". A manera de
conclusión
No cabe duda que la migración
internacional es hoy en día un fenómeno de agenda
global, cuyas implicancias hacen necesario que cada experiencia
sea objeto de un análisis multidimensional que permita una
adecuada comprensión de la misma, a partir de la cual
pueda, a su vez, generarse el nivel de sensibilización
política
suficiente para impulsar el diseño
e implementación de las acciones
correspondientes para su tratamiento.
Esta dinámica resulta de particular importancia
para los Estados receptores de inmigrantes, en la medida que
precisan contar con los instrumentos conceptuales,
metodológicos y operativos necesarios, a fin de modular
oportunamente sus políticas migratorias, encaminando las
mismas a la consecución de sus objetivos
nacionales.
Y aun cuando la experiencia internacional puede resultar
de mucha ayuda, las características inherentes de cada
fenómeno migratorio, así como la serie de variables que
conforman el contexto en el que se desarrolla, hacen necesario
que se le otorgue un tratamiento específico.
Va en esa línea lo señalado por Emmanuel
Peignard, respecto a que la inmigración ofrece a los países que
la experimentan la oportunidad de examinar el estado de
sus vínculos sociales, de su integración nacional y
de su propio nivel de ciudadanía.
Las políticas en materia de
migración aplicadas por los Estados varían
según los intereses, necesidades y expectativas de sus
sociedades. En
particular, las políticas de integración,
proyectadas específicamente a fenómenos de
migración regular y permanente, están estrechamente
vinculadas a cuestiones tales como "cultura y
pertenencia, nacionalidad,
identidad y
ciudadanía que son fundamentales para cualquier sociedad que
busca asegurar su estabilidad social en un mundo cada vez
más globalizado", y en esa medida, responden a la
necesidad de asegurar niveles de estabilidad y coexistencia
determinados.
Pero es evidente que dichas políticas se explican
también sobre la base de consideraciones de tipo
económico-productivo: según el último
informe de la
Comisión Global para la Inmigración Internacional
de las Naciones Unidas,
el trabajo de
los inmigrantes, tanto calificados como no calificados,
constituye uno de los motores del
crecimiento de las economías de los países que los
reciben.
Cuesta creer que esto le sea desconocido a quienes
tomaron parte en los recientes disturbios que han azotado a
diversas localidades de Francia.
A la luz de estos
desmanes protagonizados en su mayoría por jóvenes
de barrios marginales cuyas familias son de origen extranjero,
surge la interrogante respecto a si tiene sustento lo referido
por ciertos analistas, e incluso algunos altos funcionarios
franceses, respecto a la supuesta vinculación que
existiría entre los incidentes y la afirmación de
valores y
costumbres promovidas por el islamismo, religión que detentan
mayoritariamente los habitantes de los banlieues (barrios
periféricos y marginales de las principales
ciudades de Francia).
Ahondando aún más en ello, interesa
conocer las implicancias que al respecto puedan corresponder a la
calidad del
proceso de
integración de, por paradójico que parezca,
personas que detentan la nacionalidad
francesa -solo que de primera o segunda generación-. El
presente trabajo
pretende, sobre la base de las aproximaciones revisadas en el
curso respecto al tema, brindar ciertos elementos que permitan
absolver tales interrogantes.
Un repaso a la
inmigración en Francia
Francia es un país que históricamente se
ha visto muy vinculado a la inmigración. "Los grandes
movimientos migratorios se desarrollaron sobre todo en función de
las necesidades demográficas, políticas (las
guerras) y
económicas de Francia: después de 1870, 1918 y
1945".
En el marco del proceso de reconstrucción tras
la Segunda Guerra
Mundial que encontraba como uno de sus soportes la necesidad
de industrializarse a gran escala, se
creó en 1946 la Oficina Francesa
de Inmigración, encargada de reclutar para tal fin a
trabajadores de otros países. En esa línea, en 1952
el gobierno
francés suscribe la Convención de Ginebra que
regula los actuales procedimientos de
asilo, y crea, asimismo, la Oficina Nacional para la
Protección y Apátridas.
Este impulso determinó que el flujo de
inmigrantes se intensificara entre 1946 y 1975. A partir de
mediados de los 70, aunque decrece la demanda de
trabajadores extranjeros debido al lento crecimiento que viene a
experimentar la economía francesa, la
reagrupación familiar y el asilo pasan a ser las
principales fuentes de
migración. Por ejemplo, el reagrupamiento familiar hizo
posible solo en el 2004 la entrada legal en Francia de 25,000
inmigrantes. En la actualidad, lo puede pedir cualquier persona que venga
residiendo legalmente al menos un año.
Respecto al lugar de origen, si bien hasta alrededor de
1950 la mayoría de inmigrantes provenían de
Italia,
Bélgica, Rusia,
España
y Portugal, es a mediados del siglo pasado que se incrementa el
número de inmigrantes africanos. "En 1971, Francia era el
país que recibía el 98% de la emigración
argelina, es decir 760,000 emigrantes, y al año siguiente
pasaron a ser la nacionalidad que aportaba más inmigrantes
al país".
Si bien se considera que desde 1975, las comunidades
portuguesa y argelina son las más grandes en el
país, la suma de ambas es aún menor al
número de inmigrantes de origen nor-africano en conjunto
(argelinos, marroquíes y tunecinos).
Resulta difícil precisar el número de
inmigrantes en la Francia de hoy (entendiendo como inmigrantes
tanto a extranjeros que residen como a quienes han optado por la
nacionalidad francesa). A ello contribuye esencialmente que ese
país, en el marco de su política de lucha contra la
discriminación, prohíbe llevar
estadísticas basadas en religión o
etnicidad, por lo que solo puede tenerse registros de
quienes no se han nacionalizado.
Este dato es crucial en tanto se estima que un poco
más del tercio de la masa inmigrante ha adquirido ya la
nacionalidad francesa. Contribuye a la dificultad de llevar
registros precisos, además, el gran número de
personas en calidad migratoria irregular (el propio Ministro del
Interior francés Nicolas Sarkozy ha llegado a
señalar que serían entre 80,000 y 100,000 cada
año).
El reconocimiento de la nacionalidad francesa es
regulado por normas basadas en
la aplicación de los principios de jus
soli (droit du sol), es decir que no importando si los padres son
extranjeros, serán franceses quienes nazcan y residan en
el país; y del jus sanguinis, en virtud del cual los
padres transmiten su nacionalidad aun cuando sus hijos hayan
nacido o residan en otro país.
Francia, consecuente con su histórica defensa de
las libertades y de la igualdad, ha
promovido políticas públicas que buscan evitar la
discriminación (tanto positiva como
negativa) por origen. Se reconoce a los extranjeros iguales
derechos civiles,
sociales y económicos (mas no políticos) que a los
nacionales. En esa línea, por ejemplo, cualquier programa
destinado a combatir el desempleo no
podría estar dirigido exclusivamente a
inmigrantes.
No obstante, atendiendo a las implicancias de los
flujos
migratorios en diversos ámbitos de la vida nacional y
al hecho que los extranjeros de ayer y/o sus descendientes han
pasado a convertirse hoy en nacionales franceses, es a
través del FAS (Fondo de acción
social para los trabajadores inmigrantes y sus familias), que
devino en el 2001 en el FASID (Fondo de acción y apoyo
para la integración y la lucha contra la
discriminación), que el gobierno busca, en líneas
generales, atender dos objetivos estratégicos.
De un lado está el apoyo a la integración
de las poblaciones inmigrantes (básicamente a
través del conocimiento y
acceso a sus derechos). Del otro, se compromete a la lucha contra
la discriminación. En ese sentido, los programas no solo
se dirigen a las personas instaladas legalmente en el territorio,
sino también a la propia sociedad receptora.
Respecto al primer grupo, se pone
énfasis en el aprendizaje
del francés, el
conocimiento de las obligaciones y
derechos, el acceso a la autonomía social y profesional, y
se desarrollan algunos programas en los ámbitos de la
formación, la calificación y la igualdad de acceso
a los derechos y en el del ejercicio de la
ciudadanía.
Para favorecer la igualdad de los derechos, los
dispositivos de prevención se refuerzan, en particular,
los que se refieren a la igualdad entre las mujeres y los
hombres. Los programas orientados a la lucha contra la
discriminación – y, principalmente, aquélla que se
basa en los prejuicios y la ignorancia de la
inmigración– van dirigidos a la ciudadanía en
general, entre quienes también se apunta a promover el
reconocimiento de la contribución de la inmigración
a la construcción de la sociedad francesa, y la
diversidad cultural.
Iniciativas como ésta han permitido alcanzar
ciertos resultados. Entre los años 80 y 90, la
proporción de personas de origen inmigrante que solo
pudieron seguir la educación primaria
se redujo del 81% al 42 por ciento. Asimismo, de los 14 millones
de parejas existentes para 1999 (casadas o no), 960,000 eran
parejas mixtas –francés y de ascendencia extranjera-
(es decir, un 6,8%).
Y según los sociólogos, los niños
de inmigrantes, en circunstancias socio-económicas
comparables, son tan aplicados como los de familias
nativas.
Empero, frente a cifras como éstas, se
contraponen otras no tan positivas. La población de origen extranjero está
más proclive al desempleo (el 16.4% de ellos
carecía de empleo en el
2002). Gran parte de ella, en especial los de ascendencia
magrebí, tiende a trabajar en actividades que no captan el
interés
de los franceses de origen, tales como construcción,
limpieza, transportes, etc..
Muchas de estas familias habitan en áreas que se
caracterizan por considerables índices de pobreza y alta
densidad
poblacional (banlieues), ubicadas en la periferia de las
grandes ciudades.
Es precisamente en uno de éstos,
Clichy-sous-Bois, al este de Paris, donde el jueves 27 de octubre
del 2005, al conocerse que dos adolescentes
de familias inmigrantes de la zona habían muerto
electrocutados en su huida de una supuesta persecución
policíaca, se desató una ola de violencia que
rápidamente se expandió a más de 270 comunas
francesas, y que, al 17 de noviembre, según cifras
oficiales, dejó como saldo un muerto, 8,973
automóviles incendiados, 2,888 arrestos, 126
policías heridos, y cerca de 200 millones de euros en
pérdidas.
El fenómeno atravesaría hoy una etapa de
"transnacionalización" al tenerse noticia de hechos de
violencia similares en Bélgica, Holanda, Alemania,
Grecia,
España, Suiza y, últimamente, Australia.
¿Se
extienden sobre Francia las sombras del mundo de
Huntington?
Reconocidos analistas, incluso altas autoridades del
gobierno francés, han creído detectar la existencia
de una relación, casi directa, entre los incidentes y las
costumbres, valores y la propia religión de las familias a
las que pertenecen los vándalos.
Así, por ejemplo, el Ministro de Trabajo
Gérard Larcher, ha vinculado la crisis de los
suburbios a la poligamia. Se cree que habría hasta 30,000
familias polígamas, de origen argelino o senegalés,
donde la poligamia es legal. Se ha dicho que la poligamia
familiar puede generar un "comportamiento
antisocial" entre los jóvenes, debido a la ausencia de la
figura paterna, puesto que, al no tener sitio en sus viviendas
tugurizadas, suelen estar en las calles, siendo fácilmente
tentados a integrar pandillas juveniles.
Sin embargo, la supuesta relación no ha podido
ser sustentada debidamente a la fecha. El mismo Primer Ministro
De Villepin ha exhortado a que "no se hagan `mezcolanzas´
tan fáciles como la que sugiere el binomio
poligamia/disturbios"
Se ha sugerido, asimismo, una asociación entre
los hechos y la intolerancia religiosa. Hoy en día se
estima que la comunidad
musulmana en Francia la compondrían alrededor de 5
millones de personas, incluyendo a musulmanes de segunda
generación, lo que la convierte en la segunda
religión más difundida en el
país.
En el propio Clichy, lugar donde se desencadenaron los
disturbios, más del 80% de los habitantes son inmigrantes
musulmanes o hijos suyos, en su mayoría procedentes del
Magreb. En recientes declaraciones en relación a este
tema, el notable sociólogo italiano Giovanni Sartori, ha
sido claro en afirmar que la inmigración islámica
es "incapaz "de integrarse a la cultura europea. Se suele
sostener que los Estados son los que marginan, pero, en su
opinión, los inmigrantes islámicos proceden de una
cultura teocrática que no genera en ellos el deseo de
integrarse al país donde residen.
Más aún, Sartori señala que
promover la nacionalización de los inmigrantes
podría jugar en contra del propio proceso de
integración, en tanto que al reconocérseles
derechos políticos, aquellos podrían, a la larga,
legitimar su aislamiento (logrando se les reconozca, por ejemplo,
el derecho a tener escuelas separadas del resto, vivir en
enclaves o ghettos, etc.).
Asimismo, el Estado
habría contribuido a allanar el camino a las revueltas a
través del impulso de su laicismo, heredero de su
tradicional secularismo. En febrero de 2004, el Presidente Chirac
aprobó la prohibición de exhibir en forma
ostensible en las escuelas signos
religiosos, lo que habría generado mucha resistencia en la
comunidad musulmana. Esto le habría dado al radicalismo
musulmán la oportunidad de propagar su mensaje religioso y
cultural reivindicatorio, pero a la vez, separatista.
Estos argumentos parecieran confirmar que sobre Francia
se cierne la sombra del predicamento de Huntington, respecto a
que la principal fuente de conflictos en
el nuevo mundo globalizado pasaría a ser la cultural, que
enfrentaría ya no a los Estados-nación,
sino a grupos
pertenecientes a civilizaciones diferentes cuyos choques
reconfigurarían la historia mundial. En
oposición a ellos, algunos análisis han incidido en
atender a otros aspectos clave.
Así, por ejemplo, la contribución de las
organizaciones
y líderes musulmanes en el apaciguamiento de los desmanes
ha sido destacada tanto por autoridades del gobierno como por
connotados analistas. Alain Touraine y Nicolas Baverez han
desestimado el tema religioso como factor desencadenante. "Nadie
tiene cara de líder.
Uno de los mayores errores sería pensar que es un movimiento
islamista religioso"
Sobre el secularismo, existe un parecer bastante
generalizado: en el 2004, el 68% de franceses (tanto nativos como
de origen inmigrante) opinó favorablemente respecto a la
separación de la religión y el Estado, y el 93 %
consideró importantes los valores
republicanos.
El Presidente de la Unión de Organizaciones
islámicas de Francia Lhaj Thami Breze, ha manifestado que
la neutralidad del Estado en materia de fe resulta más
bien una garantía para que se desarrollen libremente las
creencias. Azzedine Gaci, dirigente del Consejo Regional
Musulmán de Lyon, ha resaltado el grado significativo de
adaptabilidad del islam a diversos
contextos nacionales, desde Indonesia hasta Senegal.
Ya en lo particular, no puede pasarse por alto que en
los mencionados disturbios, si bien han participado
mayoritariamente jóvenes de origen musulmán,
también se reporta la presencia de hijos de inmigrantes
portugueses e incluso de algunos jóvenes nativos. La
prensa
internacional que ha seguido de cerca el desarrollo de
los desmanes recoge con frecuencia el testimonio de
jóvenes que buscan desesperadamente "integrarse" a su
propio país.
En suma, puede apreciarse que la supuesta
relación entre los hechos y los valores y la cultura
islámicos responde más a una cuestión de
apreciaciones subjetivas o prejuicios. Existiría una
percepción negativa de la sociedad
autóctona respecto del islam y los inmigrantes que puede
más explicarse en el desconocimiento que alimenta los
sentimientos de temor entre un grupo y otro. La supuesta
"resistencia civilizacional" basada en la existencia de valores
irreconciliables a la que alude Sartori, podría acaso
corresponder más bien a esquemas de inmigración
forzada o que desalienten o impidan la integración de
extranjeros.
Pero resultaría poco sostenible su eventual
extrapolación a contextos en los que el grueso de
inmigrantes ha accedido libre y voluntariamente a la nacionalidad
del país receptor, además de haberse registrado un
importante número de uniones mixtas. Sin embargo, no puede
soslayarse el hecho que el radicalismo, como el de corte
religioso, puede aglutinar el descontento o la frustración
que se deriven de procesos de
integración fallidos, convirtiéndose así en
un poderoso elemento desestabilizador.
Retos para la
integración "a la francesa". A manera de
conclusión.
En oposición a una óptica
limitada, a partir de la cual la integración
contemplaría involucrar únicamente a los grupos
inmigrantes, una efectiva estrategia de
integración debería incluir también a las
sociedades receptoras.
Como bien señala el último reporte sobre
migración internacional de la
Organización Internacional para las Migraciones, la
integración debe ser entendida como un proceso de doble
vía, de mutuo entendimiento entre ambos grupos, en donde
se conozcan, aprendan a convivir y respeten sus diferencias. "Se
trata de conocerse entre sí, pero se mantiene en cierta
medida la herencia y
diversidad cultural propias".
La respuesta casi inmediata del gobierno francés
al desencadenarse la reciente ola de violencia ha sido,
además de las amenazas de deportación, endurecer la
normatividad que regula el ingreso de extranjeros a su territorio
a través de limitaciones al reagrupamiento familiar y la
reducción de los denominados "matrimonios blancos" (en los
que a cambio de
dinero se
ofrece matrimonio a
extranjeros con el objeto de conseguir la nacionalidad
francesa).
Lo que las autoridades han tardado en comprender es que
los vándalos de los banlieues no son extranjeros,
sino nacionales franceses (aunque de origen
inmigrante).
Se podría decir que la reacción del
gobierno traduce la prejuiciosa equivalencia que hace la sociedad
autóctona entre nacionales de origen inmigrante y
extranjeros, apreciación que se forma a partir de
consideraciones especialmente de índole racial, pero en la
que también influyen cuestiones de tipo
socio-económico. "Es verdad que el aislamiento y
marginación de los descendientes de inmigrantes de segunda
y tercera generación se ha incrementado, especialmente con
el crecimiento del desempleo".
Esto evidencia que el proceso de integración
francés ha descuidado su enfoque hacia la sociedad
receptora. Y ese enfoque se sustenta básicamente, como en
el caso del antes aludido FASILD, en la lucha contra la
discriminación. Los esfuerzos por erradicarla se han
dirigido particularmente a desarrollar el ordenamiento normativo
correspondiente de reconocimiento de derechos y deberes, lo que
solo ha contribuido a hacer más evidente el divorcio entre
el ser y el deber ser.
Hilando fino, no es la falta de un empleo lo que ha
lanzado a los jóvenes franceses de origen inmigrante a las
calles a quemar autos, sino
haber comprobado que no lo consiguen por llamarse Ahmed, Buona,
Nadir, o Zyed.
La comprobación de la inoperatividad social de
las normas genera resentimiento y frustración entre los
afectados, quienes, al sentirse desprotegidos y marginados en sus
propios países, se ven en la necesidad de hacerse
oír. Recurrir a la violencia, desproporcionada pero con
límites
claros como el respeto a la
vida, se presenta ante ellos como el boleto que les garantiza que
captarán la atención de las autoridades nacionales y el
interés vigilante del "espectador global".
De otro lado, cabe tener presente que todo proceso de
integración en marcha trae consigo una serie de
dificultades, como el ineludible surgimiento de
conflictos.
En ese sentido, los mecanismos de resolución
de conflictos provisionales que pueda desarrollar el
país deberán garantizar la articulación de
sus intereses en contienda (relativos a empleo, salud, seguridad, entre
otros), mientras se desenvuelva el lento proceso de
integración, que trasciende, en el mejor de los casos, a
una generación. La represión o la negación
no constituye una forma efectiva de solucionar los conflictos,
sino de agravarlos.
Un punto clave de la integración que merecer ser
destacado es el aprendizaje del
idioma, en especial en un país que defiende su
singularidad cultural frente a las presiones que le imprime
la
globalización y sus compromisos con la Unión
Europea. Muchos de los padres y abuelos extranjeros que no
conocen el francés, mal pueden ayudar a sus hijos a hacer
las tareas, lo que obviamente repercute en su desempeño y rendimiento escolar y,
posteriormente, en sus oportunidades laborales.
Una cuestión final. Los ojos del mundo han
seguido paso a paso el desarrollo de los incidentes. Dada su
rápida repercusión en países vecinos,
así como en lugares bastante alejados (en los
últimos días se reporta incidentes parecidos en
Sydney), cabría preguntarse si en el ínterin
estamos siendo testigos de la formación de redes transnacionales entre
inmigrantes de origen común o afín que les
posibilitarían asistirse recíprocamente en la
difusión de sus demandas, con el objeto de sensibilizar e
involucrar a la opinión
pública internacional.
Las luces que se obtengan al respecto permitirán
aproximarnos a conocer el verdadero poder de las
minorías organizadas.
Lima, 17 de diciembre 2005
Luis Alberto Ceruti
Magíster en Diplomacia y Relaciones
Internacionales