- La
falsificación en la música, canto y letra de las
canciones - Canto,
actuación, nudismo y
falsificación - Los
cirqueros - El
diafragma y la voz - Sordera
y ceguera juveniles - El
extraño caso del desdoblamiento de Mr.
Jackson - Elton
Jones y el hermano de Diana - Los
Borbones de España - El caso
de Los Beatles - El caso
de dos mujeres ambiciosas de origen
nipón - Andrea
Bocelli y los villamelones mexicanos
Los instrumentos musicales,
sostenía sagaz e impetuosamente pese al paso –y
peso– de sus años una dama veracruzana que en paz
descanse aunque le sea difícil, pues en vida fue muy
inquieta y culta, leída y escribida, latinista y
musicóloga, doña María Emilia Gutiérrez
Joffre, no son otra cosa que el intento del ser humano por imitar
el sonido de la voz y por eso,
concebidos a su imagen y semejanza, los hay
graves como los bajos, las mezzo sopranos y las contraltos,
término medio entre el tenor y el bajo como los
barítonos y agudos como las sopranos y los
tenores.
La voz humana, producida por la columna de aire que sale –cargada de
bióxido de carbono– por la laringe
y hace vibrar las cuerdas vocales y, luego de pasar por la
faringe en su ruta ascendente, no sale por los orificios
anteriores o narinas de las fosas nasales sino por la boca, donde
se imposta cuando el cantante la hace que percuta y rebote en el
paladar para que adquiera resonancia y por último, antes de
ser expelida al exterior, es articulada con diversos órganos
como el velo del paladar, boca, lengua y piezas
dentarias.
Bueno, esto lo hace la persona que sabe cantar, aunque
también es facultad y técnica que deben adquirir los
oradores, los políticos y los locutores, todos ellos gente
que trata de vender una idea o un producto y, por eso, les
conviene tener una voz agradable que ayude a convencer al oyente
de la conveniencia de lo que anuncia o perora. Cuando alguno de
estos personajes o profesionales no tiene –ni quiere
tenerla o no sabe del asunto– la voz impostada, entonces le
sale por la nariz, produciendo sonidos muy desagradables tildados
de nasales, o si no pronunciada con el velo del paladar, en cuyo
caso se trata de una voz gangosa, igualmente exenta de belleza o
de sonoridad y resonancia.
En México, ejemplos populares y
famosos de voz nasal es Pedro Infante y, de voz gangosa, Javier
Solís, un antiguo panadero que se dio de alta a sí
mismo, sin ningún mérito artístico, como actor y
cantante.
LA FALSIFICACIÓN EN LA
MÚSICA, CANTO Y LETRA DE LAS CANCIONES
O se canta o se baila, porque no es posible hacer las
dos cosas al mismo tiempo.
Y ahora todos los dizque cantantes parecen cirqueros:
dan de brincos en el escenario al tiempo que mueven los labios y
parece que emiten sonidos.
Pero si el diafragma se está moviendo para acelerar
los movimientos torácicos, porque el organismo y sus
músculos necesitan más sangre, oxígeno, glucosa e insulina para la
transformación de la energía que requieren las células para el movimiento y el ejercicio,
entonces ¿cómo se puede controlar la voz para que se
emita de manera apropiada, si el diafragma se está
contrayendo y relajando de manera acelerada y las columnas de
aire con oxígeno o bióxido de carbono entran y salen
por la glotis y la laringe con mucha rapidez y poco volumen?
No es sino una pequeña muestra de la falsificación
del arte de cantar: ningún cantante de esos que ahora ha
sabido, sabe ni sabrá lo que es emitir ni impostar la voz.
¿Para qué, si en el laboratorio electrónico
le arreglan la voz y luego nada más aparentan cantar
mediante el artificio del a fonomimia y lo que la gente oye es un
disco?
Pero póngalo a cantar sin micrófono y sin
laboratorio y descubrirán que no tiene calidad, claridad, timbre ni
intensidad, se va de una ocatava a otra al paso de una nota a la
siguiente, es desentonado y la voz le sale por la nariz por la
garganta, lo cual simplemente es feo y desagradable.
CANTO, ACTUACIÓN,
NUDISMO Y FALSIFICACIÓN
Pocos casos hay como el de la discípula más
distinguida de Elvira de Hidalgo: María Meneghini Callas, la
artista griega nacida en Estados Unidos y fallecida
prematuramente –en cuanto a las posibilidades de vida, no
en lo que se refiere a madurez y producción
artísticas– hace 22 años.
La Callas tuvo dos facetas de sus aptitudes que la
hicieron sobresalir –quizás– más que
ninguna otra cantante del siglo XX: su histrionismo o dotes
dramáticas, de gran altura, pues el artista de ópera no
sólo debe cantar, sino también actuar, y su voz:
poseyó un registro de soprano muy amplio
que alcanzaba casi tres octavas.
Agréguense a ambas cualidades, un tanto naturales y
otro tanto cultivadas, la técnica de canto que le
enseñó la maestra y soprano Elvira de Hidalgo, y el
producto es el fenómeno llamado María
Callas.
Un dato más sobre María Callas: gorda o, por
fuerza de voluntad (y
parasitosis intestinal, contaba y creía ella), con
complexión delgada, nunca fue excepcionalmente bonita ni de
cuerpo ni de cara, lo cual no le impidió sobresalir y
brillar como ninguna.
Ahora, lector paciente y respetado, compare usted a la
Callas con una mujer –de origen
italiano– actual, Madonna, cuyo cuerpo es verdaderamente
bello entre los bellos y deseable (no así su
cara).
Madonna, que del prostíbulo, del comercio sexual y de las
revistas y cinillo pornográfico saltó a la pantalla
como dizque actriz, presume de cantante y vende muchos discos sin
que sepa cantar, haya estudiado canto nunca ni sea agradable
cómo y qué canta; así mismo, se ostenta como
actriz y nunca estudió arte dramático, no sabe actuar y
no trascenderá como artista de calidad.
Pero su lengua lépera, cuerpo bellísimo y
atractivo –y los intereses comerciales, fuertes e
influyentes– la han colocado como un personaje a quien la
mitad del mundo le rinde reconocimiento.
No es necesario decir que la fortuna de Madonna debe ser
ya de no menos de cien o doscientos millones de
dólares.
El colmo o el botón que basta como muestra de la
preparación nula –en bel canto– de los solistas
de moda hoy en día, es el de
ese gran farsante y desnudista procaz llamado W. Axi Rose, del
grupo conocido como Guns
n'Roses, que emite ruidos o pretende que canta en un gran
escenario, ante el micrófono ubicado en el extremo superior
de un tubo asentado en el piso sobre una base metálica y
circular, mientras cerca de él unos melenudos y despeinados
(Slash, por ejemplo), también semidesnudos, atruenan los
oídos con los altísimos sonidos de sus guitarras
eléctricas o tambores y, abajo, docenas de miles de
enajenados gritan enardecidos mientras centellean cientos de
luces de todos colores y esta multitud semeja
una ola embravecida que brama sin cesar, el gran farsante carga
todo el aparato del micrófono con sus brazos en alto y sale
corriendo hacia un extremo del escenario, a unos veinte metros
del sitio donde estaba.
Es fácil saber lo que pasa: las articulaciones y los
músculos necesitarán más sangre con insulina y
glucosa y los glóbulos rojos –con su inseparable
hemoglobina– requerirán más oxígeno para
quemar (oxidar) el azúcar y así
transformar la energía requerida por el esfuerzo
adicional.
Pero también significará que la frecuencia
cardíaca aumentará para poder enviar toda la sangre
oxigenada –arterial– necesaria hacia el aparato
locomotor y, luego, sacar la sangre –venosa– con
bióxido de carbono (desecho originado por la combustión de la glucosa)
hacia los pulmones.
Éstos, a sus veces, también aumentarán su
frecuencia con la finalidad de meter más aire con
oxígeno y sacar más aire con bióxido de carbono,
para lo cual el tórax se amplía y se estrecha y el
diafragma sube y baja violentamente.
Pero el diafragma –entonces– no podrá
controlar la emisión del chorro de aire que sale por
bronquios, tráquea y laringe para que vibren las cuerdas
vocales del cantante y la voz brote armoniosa, tersa, agradable y
continua; en su lugar el sonido saldrá jadeante,
entrecortado, áspero y sin fuerza, sin poder controlar
tampoco la intensidad ni observar y aplicar las ligaduras
musicales.
¡Y este gran farsante y todos los demás, se
han hecho super millonarios a costa de los tarados o tarugos que
acuden a sus malhadados conciertos de aullidos o rugidos, compran
sus discos y los atesoran como mercancía
apreciadísima!
¡Ay, que pena!
Sí, sólo un lamento salido del alma puede interpretar la
indignación por el éxito rotundo de tanto
sinvergüenza y el sentimiento profundo por la pérdida
de los valores estéticos, o
por el hecho de que las nuevas generaciones se pierdan de la
oportunidad del goce del arte verdadero y de la afinación
del espíritu mediante la buena música o las genuinas danza, escultura, literatura, pintura, teatro. Igualmente, en lo que se
refiere al cine, llamado quizás con
cierta razón el séptimo arte.
Hay otro peligro para la juventud, real y tangible pero
no psíquico ni emocional, sino físico:
¿sabrán los jóvenes del riesgo de la sordera y del
desprendimiento de retina?
Una gran parte de los chicos del último cuarto del
siglo XX, cuando tengan unos cuarenta años de edad
constatarán que han perdido de un 20 a un 40 por ciento de
capacidad auditiva y, muchos habrán quedado ciegos o con su
vista menguada por efecto de su irracional afición al
ruido y a las luces intensas,
súbitas y cambiantes, características de estas
exhibiciones en los cuales los efectos espectaculares
ópticos y sonoros producidos por los equipos modernos
substituyen la calidad que debieran tener los cantantes, la
música y la letra de las canciones.
¿Que no será que la sordera y la ceguera
están en el alma, más que en los sentidos del oído y de la
vista?
Cuánta razón tuvo Jovellanos cuando, en su
Oración sobre el estilo de la literatura y las ciencias, estableció que
"Si algo sobre la Tierra merece el nombre de
felicidad, es aquella íntima satisfacción, aquel
íntimo sentimiento moral que resulta del empleo de nuestras facultades
en la indagación de la verdad y en la práctica de la
virtud."
EL EXTRAÑO CASO DEL
DESDOBLAMIENTO DE MR. JACKSON
Michel Jackson es un caso notable que merece una
reseña, pero no por su calidad artística, sino por los
atropellos, falsificaciones y engaños que ha cometido y
sigue cometiendo.
Jackson, originario de los Estados Unidos, era un
niño pobre que, cuando nació, fue declarado vivo, de
raza negra y varón pero, al paso de los años, el ahora
pobre joven cambió su aspecto de modo muy tajante; flaco
como un fideo o una angula, ya no es su piel de color negro sino blanco, su nariz
dejó de ser ancha y hoy es respingada, los labios gruesos y
prominentes se tornaron un par de líneas delgadas apenas
insinuadas, las aberturas palpebrales, pequeñas y que apenas
dejaban entrever un par de ojitos del tamaño de canicas,
ahora son enormes y alojan unos ojos desmesurados.
Pero algo más cambió en él: su
orientación sexual, la cual no sería tema de este
ensayo si no fuera porque,
corrompido y degenerado, se ha dedicado a prostituir críos
menores de 15 años, del sexo masculino, a quienes
atrae mediante estímulos monetarios millonarios para
mantener con ellos relaciones verdaderamente escandalosas,
ilícitas e injustas, pues los pobres jovencitos son
apartados de la senda del bien, de la heterosexualidad, de la
escuela y del hogar y convertidos
en objetos de placer sensual no apropiado para su tierna edad;
muy diferente es el asunto cuando dos individuos mayores de edad
deciden enlazar sus intimidades y, entonces, nadie tiene derecho
a meterse en sus vidas y definición sexual, pues es asunto
de dos personas y de nadie más.
Pero lo esencial es que, artísticamente, el
espectáculo de Jackson está conformado por un escenario
y un auditorio en el cual los cientos de bocinas que están
distribuidas por todos lados atruenan los oídos con el ruido
de la percusión que nunca cesa y los aullidos de los
cirqueros que, en el escenario, dan de saltos –ellos
suponen que danzan– y se contorsionan mientras miles de
luces de todos colores, intensas e intermitentes, producen
fantasías inimaginables a priori por el ser
humano.
A un espectáculo de éstos ¿se va a
oír música y a escuchar canto y gozar
estéticamente con él o a confundirse y enloquecerse? No
me opongo, pues, a los designios de las pobres –de
espíritu– nuevas generaciones, sólo pido que no
me digan que eso que hace ruido es arte y enaltece las miras o
afina el espíritu.
Sala de conciertos y circo son dos cosas asaz
diferentes, antes inconfundibles y ahora una mezcla indispensable
para el placer y la corrupción juvenil, mientras
los embaucadores se desternillan de risa de lo fácil que es
tomarles el pelo a los imbéciles y llenan sus cuentas –y bolsillos–
de cientos o miles de millones de dólares o libras
esterlinas.
ELTON JONES Y EL HERMANO DE
DIANA
El mundo entero se dolió por la muerte, en un accidente
automovilístico en una vía rápida de París
cerca del Sena, de la hermosa y frívola Diana Spencer, que
había sido Princesa de Gales y heredera del trono de la Gran
Bretaña.
Esta joven aristócrata, madre de dos pequeños
y divorciada del Príncipe de Gales, murió en
circunstancias no aclaradas totalmente: fue en una triste y
fría madrugada, después de salir de un restaurante de
lujo donde había estado ingiriendo, en
abundancia, bebidas alcohólicas en compañía de un
junior egipcio y musulmán –ya crecidito– del jet
set internacional, hijo del dueño del Harrod's londinense,
entre otras propiedades que hacen al padre uno de los hombres
más ricos del planeta.
¿Qué madre respetable de cualquier país
anda en las madrugadas en ciudades extranjeras tomando bebidas
espirituosas en compañía de un caballero de industria que, a ojos vistas,
lo que más le importaba era mostrar el mundo que su querida
era la ex Princesa de Gales, una de las mujeres jóvenes
más elegantes, vistosas, admiradas, mimadas y
aristocráticas de la época?
Pero lady D era también una muchacha frívola y
vacía que, igual que la otra moza vulgar y aventurera
–Sara Ferguson– que se casó con el príncipe Eduardo y
duque de York, hermano de su marido, pensó que una vez
alteza real le correspondía el papel de princesa de un
cuento decimonónico de
hadas, pero versión moderna: una existencia frívola
vivida de noche, de tertulia continua, trajes y joyas costosísimos a su
disposición, nada de trabajo fecundo y creador sino
sólo posar en el aparador de la monarquía inglesa, para
predisponer al pueblo británico en favor de la casa de
Windsor, tan desprestigiada por los escándalos de los
numerosos hijos y parientes irresponsables de la pobre reina
Isabel II.
El caso es que, en su momento y ante las cámaras de
televisión, alegó que
su marido la descuidaba y que tenía una amante (una tal
Camila Parker Bowles que ya trae la ramería en la sangre: su
abuela fue, antes de 1910, querida del rey Eduardo VII), que ella
había tomado dos o tres amantes también, que se
sentía muy triste y solitaria, que era inocente y toda la
culpa era del real marido y… un gran escándalo que la
prensa inglesa y de todo el
mundo se encargo de reproducir, atrayendo hacia ella las
simpatías de cientos millones de personas.
La criada me ha salido respondona, debe haber pensado la
soberana británica.
A mi parecer es obvio y no admite discusión que
Diana, si no se casa con Carlos de Windsor, nunca hubiera saltado
a la fama como lo hizo y que la calidad de princesa real no era
únicamente, como ella lo pensó, gozar de privilegios,
honores, riquezas, posición y.–.. tuvieron muchos
hijos y vivieron felices largos años.
No, no era un cuento sino la vida real y su nueva
condición traía aparejada una serie de
responsabilidades y deberes con el pueblo y la nación británicos,
la Casa Real y la institución monárquica: el
príncipe ya estaba grandecito cuando se casó y ella
debió haber sabido que él no era un monje y que de
alguna manera desfogaba su líbido, su erotismo y su
pasión por las mujeres.
La posición de la princesa de nuevo cuño
aparejaba un sinfín de deberes, preocupaciones para los
cuales no estaba preparada ni, lo pero del caso, dispuesta a
cumplir. Y así, es la verdad pura, empezaron los disgustos
en la vida matrimonial y los problemas de la pareja, los
Windsor, la monarquía y el gobierno
británico.
Pese a los pesares, el marido y los dos pobres chicos,
hijos de ambos, al morir ella mostraron una pena auténtica
cuando la televisión los
mostró haciendo el recorrido a pie –con la cabeza
gacha– por las calles de Londres durante las honras
fúnebres, que culminaron nada menos que en ese santuario
nacional que es la abadía de Westminster con un discurso de lord Spencer, el
hermano de la ex princesa de Gales muerta, el cual ahora los
villamelones consideran una de las mejores piezas oratorias de
todos los tiempos.
Seguramente Demóstenes, Pindaro, Cicerón,
Mirabeau, Chateaubriuand, Emilio Castelar y Winston Churchill,
los mexicanos, Jesús Urueta, José María Lozano y
Aurelio Manrique y otros grandes tribunos deben haber agitado sus
huesos con inquietud,
indignación y desdén en sus sepulcros por la
manifestación oratoria tan mediocre y las
palabras ofensivas y provocativas del hermano de la fallecida,
quien se atrevió a atacar la monarquía y entre otras
bajezas adujo que Diana no había necesitado del título
real para brillar en el mundo.
Ingrato y desleal: si no hubiera sido por su casamiento,
el mundo nunca la hubiera conocido y ella hubiera seguido su vida
como cualquier otra de las muchachas inglesas superficiales y
vanas que ven transcurrir su juventud en los clubes nocturnos
ingiriendo alcohol, fumando,
drogándose y cambiando de galán como si fuera ropa de
uso diario que se pone y se quita o se desecha cuando ya se
hartan de ella.
Otro aspecto en el cual se mancilló la verdad, la
lealtad y la decencia fue la participación de un tal Elton
Jones, quien además tiene en su haber no sólo su vida
escandalosa, sino su falta completa de cualidades, habilidades,
conocimientos y oficio para componer música o cantar, todo
lo cual no impide que atraiga multitudes para oírlo mugir y
que sus discos se vendan como pan caliente, como tampoco fue
obstáculo para que la frívola, ignorante e inculta
Diana Spencer lo considerara un gran músico.
¡Y la familia Spencer impuso que
el panteón nacional del Imperio Británico, otrora
orgulloso, supremo y digno, fuera mancillado por la voz de este
gran farsante del arte!
Claro, al otro día los discos de Jones duplicaron
su precio y el número de
piezas vendidas.
Todo eso tuvo que aguantar la familia real para capear el
temporal y pagar el precio pedido para olvidar sus
escándalos y su falta de decencia y de dignidad para conducirse,
porque todo acto humano genera responsabilidad y los Windsor
actuales –con excepción de la reina y la reina
madre– han demostrado ser una dinastía irresponsable,
indecente, torpe e indigna, precisamente en contraste con una
familia respetable, respetada y que lleva una vida honorable y
que tiene conciencia histórica: los
Borbones de España.
¡Y que conste que esto lo dice y lo sostiene un
hombre con ideas y
convicción republicanas!
Sus composiciones tienen armonía pasable aunque no
maestra ni paradigmática, pero ¿quién lo duda? Son
melódicas y pegajosas. ¡Ah, pero qué artificial y
profesionalmente repetitivas en cuanto a su cursilería
dulzona, llorona y engañosa!
De las letras beatlerianas, ni hablar: no tienen
ningún valor, como corresponde
habitualmente a la producción de gente que nunca ha
estudiado literatura ni los intríngulis de una
lengua.
Para explicar la beatlemanía hay que situarse
siempre en la época en la cual se produjo y cundió como
pandemia por todo el orbe: las guerras de la posguerra, entre
otras la guerra fría, la carrera
armamentista, la liquidación del colonialismo, las
dictaduras militares y la guerra de Vietnam, injusta,
imperialista y asesina, igual de jóvenes yanquis que del
heroico pueblo vietnamita.
Después de su éxito extraordinario, en los
años sesenta y de su disolución como grupo, se ha hecho
orquestación de la música de los Beatles ambicionando
volverla de cámara o sinfónica, pretensión
codiciosa, ridícula y fallida que se comprueba oyendo algo
de ellos, por ejemplo Michelle, tocada por The Moscow Sax
Quintet.
EL CASO DE DOS MUJERES
AMBICIOSAS DE ORIGEN NIPÓN
La verdad, es impresionante la carrera de una mujer que
juzgo farsante e impúdica, este adjetivo último
aplicado igual en lo que se refiere en su actitud para el amor que para el dinero: Yoko Ono, la viuda
de Lennon, uno de los Beatles.
La mujer, aunque se haya dado cuenta de lo falso del
arte pretendido de su marido difunto, apuesta todavía a la
explotación de la ignorancia de las grandes multitudes y a
las cataratas de dinero que fluyen sin cesar
hacia ella, pero además parece ser que la mujer también se cree
artista y, para empeorar más las cosas, a su pobre hijo Sean
ya lo metió de lleno en todo ese mundo de drogas, prostitución, escándalo
y vestimentas estrafalarias que ella y Lennon usaron sin la menor
muestra de que se hayan dado cuenta de la falsificación de
valores de todo tipo,
incluyendo antes que nada los morales y los artísticos, que
estaban cometiendo a diestra y siniestra.
Algo similar en su esencia al escándalo de Yoko Ono
–aunque de forma diferente– es la actitud bastarda,
rapaz y ambiciosa de otra mujer japonesa: María Kodama, la
viuda del gran Jorge Luis Borges, que por cierto
preside el comité encargado de celebrar los cien años
del natalicio de uno de los literatos más grandes que haya
habido nunca.
Cierto es que no pretendo –in pectore– que
tengan ambas mujeres la mansedumbre de Cio Cio San o Madame
Butterfly–Pinkerton y que sufran como esta tiernísima,
noble (nobile dama), valerosa y bellísima dama las ofensas y
las humillaciones del macho blanco y superior, pero ojalá
mostraran algo de su nobleza, valentía y
dignidad.
ANDREA BOCELLI Y LOS
VILLAMELONES MEXICANOS
Hará unos dos años que el buen tenor
–joven, barbado, ciego e italiano– Andrea Bocelli
vino al Auditorio Municipal de la capital mexicana a repetir el
concierto de 86 minutos que con gran éxito económico
había ofrecido por vez primera en la Piazza dei Cavalieri,
en la ciudad de Pisa que pertenece a esa provincia hermosa e
histórica que es Toscana.
El auditorio se llenó de bote en bote con los
20,000 capitalinos que se apresuraron a comprar sus boletos y
apiñarse en las butacas, pasillos y escaleras y, durante
cerca de una hora escucharon con paciencia y resignación
seis arias de Puccini (Nessun dorma, de Turandot, E lucean le
stelle, de Tosca y O soave fanciulla, de Le Bohéme), Verdi
(La donna e mobile, de Rigoletto y Brindisi, de La Traviata),
Cilea (Lamento di Federico, de L'Arlesiana) y las tres archi
conocidas y bellas canciones napolitanas Torna a Surriento, Santa
Lucia Luntana y O sole mio, de Di Capua–Capurro,
aplaudiendo discretamente al finalizar cada una de estas obras
maestras del arte universal de la música y del bel
canto.
¡Ah, pero cuando se escucharon los primeros
compases de Con te partiró, y también los últimos,
entonces el entusiasmo villamelón, vulgar y ramplón de
la concurrencia estalló en aplausos, vivas y brravooos con
pasión, entusiasmo y admiración!
¡Acudieron a oír solamente una pieza de
música popular –por cierto bonita– y para
alcanzar su meta se esperaron –incansables– unos
sesenta minutos, tolerantes, sufridos y perseverantes!
¿Se puede hacer algo todavía para redimir a
las masas incultas, ignorantes e insensibles?
El desánimo me invade y me acongoja, al tiempo que
me confirma mi dicho ducho, el arte es sólo para
minorías selectas y privilegiadas.
*Publicado originalmente en www.conservatorianos.com.mx
Hugo Fernández de Castro **
** Profesor titular B de carrera,
tiempo completo, de la UNAM, Plantel 2 de la Escuela Nacional
Preparatoria y Facultad de Medicina. Articulista de Uno
más uno y Excélsior.