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Farsa y mentiras en la Fe y en la Oración




Enviado por ruanowilly



Partes: 1, 2

    1. Sin
      razonamientos
    2. Masoquismo y
      degeneración
    3. Perverso coqueteo con
      Dios
    4. Enfrentamiento obligado
      con nosotros mismos
    5. Flagelación mental
      forzada
    6. Hemos
      caído como borregos

    SIN
    RAZONAMIENTOS

    La fe no es más que la negación de la
    razón.

    El ser humano siempre ha tratado de encontrar ese algo
    que está más allá del ser humano mismo y le
    ha llamado Dios o Verdad; pero también lo ha nombrado con
    miles de otros nombres y denominaciones.

    Sabiendo de antemano que ese algo es desconocido, sin
    mejor explicación, continúa buscándolo
    frenéticamente. Y este comportamiento
    humano es imposible de entenderlo.

    El ser humano busca ese algo y lo ha nombrado de acuerdo
    a su propio entorno y medio en el que vive; pero lo que lo
    caracteriza es que se ha visto obligado, por la curiosa
    circunstancia de no poder
    definirlo, a creer en eso desconocido por medio de lo que ha dado
    en llamar fe.

    Hemos cultivado la fe pues nos ha permitido creer
    aún sin comprender la verdad de las cosas.

    Creemos en algo sin verlo por la fe.

    Y las personas tienen fe en un ideal o en un salvador,
    sin importar los miles de salvadores que se han hecho acreedores
    a la fe en ellos.

    Una de las reacciones inmediatas que engendra la fe es
    invariablemente la violencia, la
    cual es generada porque hemos aceptado que lo que creemos es la
    única verdad, que no puede haber otra y mucho menos otras.
    Todo aquello que no esté adentro de nuestra particular
    creencia es malo y es imposible que tenga algo bueno, por eso
    mismo. Todo lo que no sea igual a lo que creemos debe de ser malo
    y pecaminoso, por lo tanto, tenemos la obligación de
    eliminar lo que no concuerde con nuestras creencias y con nuestra
    fe.

    Esta reacción violenta, a nuestros impulsos
    íntimos, es la consecuencia de la imposición de una
    mentira más grande que cualquier catedral o templo
    Cristiano cuando nuestros guías espirituales nos dicen que
    sólo la nuestra es la buena.

    Si nos preguntamos ¿qué es lo que
    realmente hace el ser humano en esta planeta? y si vemos a
    nuestro derredor, la lógica
    y el sentido común nos responden que estamos
    viviendo.

    ¿Significa algo la vida?.

    Habiendo tanta confusión en la vida que nos rodea
    es bueno preguntarnos al respecto; ya que si estamos viviendo
    entre violencia, brutalidad, revoluciones, guerras,
    división religiosa, diferentes ideologías, variedad
    de naciones y tantas y tantas cosas más, claro y por
    supuesto que debemos averiguar que cosa es esto que llamamos
    vivir.

    En lo que podemos estar de acuerdo es que la vida es la
    única actividad que hacemos sin ningún adiestramiento
    previo. Nacemos y empezamos, inmediatamente, a experimentar la
    actividad de vivir; y nos vamos acomodando, diariamente, de
    acuerdo a los intereses que nos rodean, que van desde los
    personales, familiares, hasta los políticos y sociales,
    pasando por un extenso etc.

    Se nos cultiva en la fe con la firme convicción
    que lo que hagamos, o pensemos, nos llevará hasta la
    obtención de cualquier cosa o algo que imaginemos. Claro
    que eso algo sigue siendo un intangible y muchas veces
    incomprensible para nuestra mente.

    Y sin embargo luchamos por llegar a lo que la fe nos
    asegura nos espera; nadie duda de ello y actuamos y nos movemos
    por la fe.

    ¡Qué barbaridad!, hemos actuado sin ninguna
    pizca de razonamiento.

    Al ir cultivando la fe, que otros nos han metido en
    mente y sentimientos, inmediatamente tenemos que objetivizarla y
    la focalizamos en alguien o en algo. Así es como hemos
    llegado a tener fe en un salvador, en una creencia, un libro, un
    ideal, ya sea este social, político, como
    religioso.

    Así es como empiezan y han empezado los grandes
    problemas de
    la humanidad, por la imposición de la fe.

    Y así surge la violencia, el odio y desarraigo
    entre los seres humanos, pues si estamos convencidos de algo, por
    lógica sólo buscamos aquello que tenga que ver con
    lo que creemos y obligamos a los que nos rodean a estar en lo
    nuestro, sin importar y sin respetar el derecho ajeno.

    Por supuesto que estamos motivados a desear que esa
    satisfacción que nos provoca el hecho de creer firmemente
    en algo deba ser compartida. Hay algo, adentro de los creyentes,
    que los impulsa a buscar que otros se sumen a su gozo personal. Y
    defienden su posición y creencia sin dudar un momento que
    haciendo y poniéndolo en práctica los demás,
    lo que ya nosotros hacemos, ellos obtendrían los mismos
    beneficios y su salvación eterna; como ya la tenemos
    asegurada nosotros.

    Ese proceso
    violento continúa, pues nos volvemos compulsivos por la fe
    y la defendemos a capa y espada; y por supuesto, nos atrevemos a
    amenazar a otras personas con las más delirantes y
    enfermizas consecuencias por no hacernos caso.

    Cualquier persona con su fe
    tan firme se enajena, fanatiza y adquiere, invariablemente, el
    complejo de redención; y es incapaz de llegar a
    comprender, y mucho menos procesar, el motivo por el cual tantos
    y tantos seres humanos no se han dado cuenta de su grave
    error.

    Es cuando estas personas se imponen el deber divino de
    abrirles los ojos a los que viven en pecado y de rescatar de ese
    profundo abismo en el que se desenvuelven. Y surge la violencia
    en el santo nombre del dios bíblico, del personal y
    único dios de los fanatizados cristianos.

    Ese es el clásico proceso religioso, vigente, por
    supuesto, en los grupos
    practicantes compuesto por sectas, hermandades y
    cofradías.

    Nos han alienado para enfrentarnos con la vida y hoy
    muchos son esclavos de las normas
    religiosas; para vivir nos han impuesto una
    manera de conducirnos y de actuar de acuerdo al medio ambiente
    religioso en el cual hemos crecido. Somos pobres, ricos,
    miserables, católicos, protestantes, ateos, nuevos
    pensadores, comunistas, capitalistas, guatemaltecos, rusos,
    suecos, chilenos, etc.

    Nos han impuesto una especie de guía de conducta basada
    en la tradición social que heredamos y nos han dejado
    convertidos en ciudadanos de segunda categoría; somos el
    resultado de las influencias y no tenemos nada nuevo adentro de
    nosotros mismos.

    Nada de lo nuestro es original y siempre habrá
    alguien o algo que nos diga, guíe o informe
    cuál es la mejor forma de conducirnos y cuáles son
    las cosas que debemos hacer, porque esas son las cosas
    correctas.

    Al ver de esta manera el mundo que nos envuelve,
    también hay que apreciar que somos nosotros mismos, en la
    gran mayoría de los casos, los que buscamos
    frenéticamente que otros nos guíen y que se nos
    diga qué es lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto,
    lo positivo y negativo.

    Asimilamos y procesamos la información obtenida desechando lo que no
    está de acuerdo al patrón de conducta programado en
    nosotros y nos alejamos de lo que choca con nuestra fe y en lo
    que creemos. Por lo tanto nuestro actuar es automático,
    mecánico y programado.

    Ya no hay tiempo para
    pensar o escudriñar, o simplemente para dudar.

    Todo aquello que no está de acuerdo con nuestro
    particular patrón de conducta y con la forma como nos
    impusieron que teníamos que ver el mundo que nos rodea, es
    absolutamente incorrecto. Y así vamos cerrando poco a poco
    el círculo vicioso que nos aleja de otros seres humanos,
    algunos de ellos haciendo lo mismo con nosotros y otros debido a
    su propia programación particular, peleando con medio
    mundo por convencerlos de hacer lo correcto.

    ¡Qué ignominia y qué ingrato
    proceder religioso!.

    Hay que concluir que esto nos ha hecho poco o nada
    genuinos y para nada creativos. Simplemente hay que aceptar que
    somos como máquinas
    procesando un programa sujeto a
    la fe y a la diversidad de creencias y no creencias; nos
    satisface sólo lo que concuerda con y en lo que creemos y
    rechazamos violenta y descaradamente, sin ninguna
    contemplación, todo aquello ajeno a lo nuestro.

    Asistimos exclusivamente a los lugares cristianos y
    leemos únicamente lo relacionado con el código
    moral que nos
    impusieron.

    Continúan muchos seres humanos inmersos en el
    lago de su propia conducta moral y se saturan exclusivamente en
    sus aguas, bebiendo sólo de ellas; creyendo, torpes de
    ellos, que si hay otros lagos diferentes a este suyo, deben tener
    agua
    envenenada y diabólica. Y la realidad es que aquellos que
    beben de lagos diferentes también creen que el de los
    otros es el malo y pecaminoso.

    Todos contra todos.

    Desconfianza mutua entre seres humanos; burla y
    violencia entre hermanos y división total por la fe y las
    creencias impuestas.

    ¡La fe es la que nos separa! Y lo que creemos como
    verdad es lo que nos aparta de la realidad de la vida.

    Ese programa que procesamos nos ha hecho individuos de
    clase inferior
    y nos sentimos defectuosos, pecadores y con un valor
    mínimo. Si nos comparamos en la bolsa de valores
    de la vida, nuestras acciones valen
    poca cosa.

    ¿Por qué no nos cotizamos alto y caro?.
    Simplemente estamos devaluados por las creencias y la fe. Y
    actualmente la gran mayoría de seres humanos hemos vivido
    guiados por lo que otros nos han dicho o hecho; sin poder negar
    que hay algo en nosotros que nos impulsa a hacer lo que
    normalmente hacemos.

    Hay algo puesto ya en nuestro ser que nos obliga, por
    medio de la tradición, el folclor y las costumbres
    religiosas, a actuar como simples robots y creemos como realidad,
    y hasta que son nuestras, esas inclinaciones, tendencias y
    actuaciones que tenemos ante los hechos de la vida; pero,
    incapaces de entenderlo, somos la consecuencia inevitable de las
    influencias y creencias de otros.

    Estamos vacíos y no tenemos nada
    nuestro.

    ¡Somos unos simples borregos!.

    El hombre y
    la mujer han
    practicado, por imposición de toda clase de
    líderes, los ritos, dogmas y la repetición de
    patrones que hoy son fácil de observar en la vida diaria
    de los seres humanos de cualquier lugar. Eso sí,
    reprimiendo la íntima naturaleza
    humana, argumentando para ello, con amenazantes consecuencias
    para el tontuelo que no lo haga. Y han llevado a crear, en el ser
    humano, un sentimiento de necesitar esa porquería
    dándole el venerable nombre de fe.

    Así es como han atado nuestros pensamientos y
    desbordado las pasiones del ser humano. En pocas palabras nos han
    torturado el cuerpo, la mente y nuestros íntimos
    sentimientos.

    Los líderes religiosos nos tienen abatidos y nos
    han obligado a renunciar a la convivencia pacífica. Hemos
    sido simples títeres por la fe y hoy no somos seres
    humanos libres, fraternos y completos, hoy fácilmente nos
    tienen divididos en católicos, protestantes, rusos,
    chinos, pobres, ricos.

    Es decir que somos miserables.

    Lo peor es que guardamos una pasmosa conformidad y la
    gran mayoría estamos de acuerdo con todo esto que nos
    divide, pues hemos llegado a aceptar lo que el medio ambiente nos
    proporciona. Y creemos, equivocadamente, pero más que todo
    ingenuamente, que al actuar y desenvolvernos como lo estamos
    haciendo, experimentamos la actividad de vivir.

    ¡Qué equivocados estamos!.

    Se nos dio el guión de esta obra en que
    participamos y se nos impuso papeles y roles que hemos llegado a
    aceptar como la realidad misma.

    ¡Qué gran absurdo!.

    Pero ¿cómo no estar de acuerdo con ese rol
    que escenificamos? si no hemos tenido la menor oportunidad de ver
    más allá de nuestras narices ¡qué
    podemos esperar entonces!.

    Nuestra mente, que quiere escapar del dolor, de la
    aflicción y de la tradición, ya está
    firmemente conforme con la disciplina que
    se nos ha impuesto.

    Por mucho que nos creamos libres y que nos digamos de la
    nueva era, o de mente amplia y abierta; por mucho que busquemos,
    solamente vamos encontrando lo que esté de acuerdo con
    nuestra ya distorsionada realidad mental impuesta. Porque es
    distorsión creernos libres y de la nueva era. Es
    desviación creernos de mente amplia y abierta o andar en
    la búsqueda de la famosa verdad, y no digamos cuando nos
    ponemos metas.

    La única meta que el ser humano debe imponerse es
    ¡no tener ninguna meta y no andar buscando!, pues cuando
    buscamos solamente vamos vagando de templo en templo, de un
    líder a
    otro, de una mentira a otra peor.

    Lamentablemente ya nos acostumbramos a vernos, unos a
    otros, como insensibles, incapaces, torpes y mezquinos; y no
    podemos aceptar que los otros son un reflejo nuestro, pues somos
    lo mismo. Por ejemplo, si pensamos que tenemos un cáncer
    localizado en el hígado, somos incapaces de aceptar que
    todo nuestro cuerpo tiene cáncer, aún y esté
    localizado en un área pequeña de dicho
    órgano; ese mal influye en todo nuestro cuerpo, en nuestro
    alrededor y hasta en nuestra familia, amigos,
    país y en fin, este pequeño cáncer del
    hígado afecta a la raza humana por completo.

    Este es el modo correcto de comprender la vida y todo lo
    que ello implica. Que otros no tengan nuestra misma fe no los
    hace diferentes. Si los otros son torpes, incapaces, insensibles
    y mezquinos, y hasta clase aparte, nosotros también los
    somos.

    Dejamos de ser diferentes, para convertirnos en iguales
    y fraternos seres humanos, solamente cuando eliminamos las
    divisiones religiosas, políticas,
    sociales y culturales, que son las que nos separan y nos hacen
    parecer diferentes y hasta clase aparte.

    ¡Así de sencillo!.

    MASOQUISMO Y
    DEGENERACIÓN

    La fe es una palabra y acción
    que deberíamos de eliminar, no sólo de nuestro
    vocabulario, sino de nuestra mente y sentimientos; y que
    tendríamos que remplazarla por el sentido común que
    es el que nos permite la pequeña libertad de
    empezar a ver el mundo que nos rodea tal cual es.

    Es una amarga realidad para muchos, pero es la verdad,
    que al mundo no podemos cambiarlo; que es lo que lamentablemente
    nos han enseñado por tantos siglos cuando, por medio de la
    fe, todas las doctrinas han insistido en que ese es el
    único camino hacia Dios.

    Al mundo hay que aprender a verlo tal cual es, sin
    ninguna otra imagen impuesta
    por los intereses personales y grupales de algunos más
    vivos que otros que así consiguen sus aviesos
    fines.

    Sólo por medio de nuestro maravilloso sentido
    común, que es la llave maestra en nuestras vidas, nos
    permitiremos aprender a ver nuestra realidad, buena o mala, pero
    al fin y al cabo nuestra. Cualquier decisión que debamos
    asumir, si tenemos el terror sacro en nuestra vida, será
    imposible que sea la adecuada, correcta y la que nos impulse en
    nuestro desarrollo
    integral.

    Claro y por supuesto que cualquier decisión que
    tomemos por medio del sentido común estará basada
    en experiencias, consejos o por la guía de otras personas;
    pero la diferencia con meter a la fe en nuestras vidas es muy
    sencilla de ver.

    La fe nos obliga, aún si anteponemos nuestros
    mayores deseos, para no llegar a sufrir las consecuencias
    terribles del tipo apocalíptico. Es decir que nos
    obligamos para quedar protegidos de algún sufrimiento
    hipotético.

    Por el otro lado el sentido común no obliga a
    nada; simplemente tenemos un hecho, como el de estar ante un gran
    peligro, sólo por la lógica y el sentido
    común lo superamos y nuestra mente, cuerpo y sentimientos,
    reaccionan inmediatamente al peligro que nos asecha.

    Y aquí quiero compartir con ustedes un recuerdo
    que me causa mucha pena, pues tengo el caso de una tía,
    por parte de mi padre, que en el lugar en donde vivían
    hubo una lluvia intensa y llegaron a avisarles que se
    venía una correntada de lodo, piedras y basura desde
    las laderas de la montaña vecina; que era imprescindible
    que evacuaran el lugar lo antes posible.

    Mi fanatizada tía, su esposo e hijos, que
    practicaban el cristianismo
    evangélico, aturdida y engañada por su fe
    religiosa, decidieron, involucrando a sus hijos menores de edad,
    que su gran fe los tenía que salvar del peligro inminente.
    Y que Dios en su infinita bondad no permitiría que unos
    creyentes tan llenos de espiritualidad como ellos sufrieran
    ninguna consecuencia.

    Optaron por quedarse adentro de su casa orando a Dios
    para que nada les sucediese.

    Cuentan los últimos vecinos que les vieron que mi
    tía y su familia únicamente pusieron papeles y
    toallas en las rendijas de puertas y ventanas esperando, por su
    gran fe, que el peligro no los tocaría.

    ¿Qué creen que pasó?.

    Pues que sencilla y lamentablemente murieron todos ellos
    pavorosamente golpeados, mutilados, politraumatizados y
    ahogados.

    ¿Y el milagro y el Dios en el que les
    enseñaron a confiar y a creer?.

    Por lo que pasó ¡muy bien
    gracias!.

    Pero y ¿su fe?.

    ¡Los mató!.

    Además que esa fe ya les había arrebatado
    toda posibilidad de duda, dejándoles solamente la
    ilusión, vanidosa, egoísta y presuntuosa de que
    DIOS, no el dios bíblico, al que confunden con EL TODO,
    detendría todo el proceso natural, provocado por las
    intensas y constantes lluvias, exclusivamente para salvarlos a
    ellos, quienes manifestaban su fe con ese acto de inmolarse por
    su Dios.

    ¿Sirvió de algo la profunda oración
    que elevaron hacia el dios de la Santa Biblia?.

    ¡Qué va! No sirvió para
    nada.

    La fe obliga, al que dice tenerla y practicarla, a que
    alguien o algo externo a nosotros intervenga, no nos pertenece y
    es una condicionante del medio externo que nos han
    impuesto.

    Por el contrario el sentido común fluye
    naturalmente de adentro de nosotros mismos, es nuestro, nos
    pertenece.

    El sentido común representa el poder creativo del
    ser humano y, como es genuino es parte de la naturaleza de las
    personas.

    Ninguno nacemos con fe y al imponérnosla nos
    limitan en nuestra creatividad y
    libertad.

    La fe provoca los conflictos y
    el sentido común nos saca de ellos.

    Y la fe es y ha sido el motivo más grande que ha
    provocado en nuestras naciones desorden, divisiones,
    desequilibrio y por sobre todo el terrible e inhumano subdesarrollo
    y, como nos han obligado a andar en busca de una verdad que
    alguien nos dará, como ésta nunca llega, nos
    frustra pues nunca aparece la famosa realidad aparte.

    Nos hemos embarcado muy fácilmente cuando se nos
    promete una mejor vida, ya sea material, en lo político y
    no digamos en la parte social; pero remachan, por sobre todo, en
    lo espiritual y en el campo religioso.

    Es increíble observar cómo nos comportamos
    ante el ofrecimiento de llegar a tener una vida espiritual
    agradable y parecemos autómatas siguiendo a uno y otro
    oferente.

    Un gran porcentaje de los seres humanos hemos rechazado
    toda forma de abuso, tiranía y despotismo, lo mismo que a
    las dictaduras políticas, pero adentro de nosotros mismos,
    muy adentro, hemos dejado la puerta abierta -¡y de par en
    par!- permitiendo que el abuso, la tiranía y el despotismo
    de otro ser humano nos cambien no sólo nuestra manera de
    pensar sino que también nuestra propia forma de
    vivir.

    A través de los líderes religiosos que,
    con su impuesta tiránica fe, no nos han dado el chance de
    elegir o de rechazar lo que nos quieren imponer, pues hacen uso
    de la sutileza más grande que hay y juegan con la posible
    salvación del borrego que cae en sus tenebrosas redes.

    Si no aceptamos la fe que nos imponen y todo lo que ello
    implica, sencillamente no tendremos el derecho a entrar al
    Paraíso ni a estar con el Dios de la Santa Biblia y
    seremos, por el contrario, llevados al Infierno con el
    Maligno.

    ¿Qué mente preparada desde la más
    tierna infancia, como
    lo han hecho con la humanidad, puede resistirse al
    terrorífico argumento que nos dan?.

    ¡Qué prefiere usted!.

    ¿El cielo o el Infierno?.

    No hay ninguna salida posible.

    Y no nos la dan.

    La escogencia sólo tienen dos caminos, Dios y la
    salvación o el Diablo y la perdición
    eterna.

    Se han cuidado muy bien, nuestros piadosos
    líderes religiosos, que ni por asomo nos imaginemos que
    ambos caminos son tan falsos como lo han sido nuestros
    guías espirituales, iglesias y las religiones que defienden,
    imponen y dirigen.

    Ni el más cruel de los padres de familia
    terrenos, como muy bien los podemos ser usted o yo, o cualquier
    otro sobre la faz de la Tierra,
    castigaríamos quemando a cualquiera de nuestros hijos por
    haber cometido alguna tremenda picardía o acto
    reñido con la educación y moral
    familiar dada.

    No existe, en todo el Planeta, persona cuerda y con
    todos sus sentidos en buen estado, que
    permitiera o que procediera a quemar a un hijo por alguna falta o
    mala acción.

    ¡No lo hay!.

    ¿Y entonces pues?.

    ¿Qué mente calenturienta, enferma, ruina,
    perversa y depravada nos ha metido el cuento
    más increíble que DIOS, NUESTRO CREADOR, puede
    permitirse la libertad criminal de condenarnos al Fuego Eterno y
    a la perdición completa en cuerpo, alma y
    espíritu?.

    Por favor.

    O Dios es Amor o Dios es
    Odio y Maldad.

    Si pregonan, a grito batiente, nuestros líderes
    espirituales que Dios es la Bondad y que es nuestro Padre;
    ¡cómo entonces estos santos varones nos dicen, por
    otra parte, que este mismo Dios es el que nos condena y nos manda
    al más espantoso de los suplicios y castigos que puedan
    existir, como lo es el Fuego Eterno!.

    Creo que aquí vale muy bien la pena volver a
    citar los versos de Savonarola.

    En su mezquina estupidez el hombre, se
    forja un Dios indigno de alabanza, ebrio de odio, cólera
    y venganza, terrible y sanguinario como él.

    Y ahora dejemos que sea nuestro sentido común el
    que nos diga muy internamente si DIOS puede castigarnos,
    condenarnos, perdonarnos, hacernos milagros, oír nuestras
    súplicas a través de oraciones y rezos, y que
    además de todo esto, puede tomar partido por uno u otro
    ser humano.

    Debe ser nuestro sentido común el que nos
    dé la pauta para continuar creyendo que Dios, el
    Todopoderoso, el Innombrable, sea para nosotros incomprensible
    (por tener el ser humano una mente finita, limitada y mortal) o
    creer que Dios es el remedo de reyezuelo oriental ebrio de
    odio, cólera y venganza, terrible y sanguinario como el
    hombre mismo es.

    Pero no importa nada cual sea nuestra
    decisión.

    DIOS, EL TODO, EL INNOMBRABLE, no puede tomar partido ni
    a favor y mucho menos en contra nuestra.

    Cualquiera que sea la opción que
    escojamos.

    Imaginemos cómo es EL DIOS VERDADERO, no el Dios
    de la Biblia ni el Dios de ninguna otra religión, que en su
    INFINITA BONDAD ha permitido que la Iglesia, la
    Religión, el Rito, el Dogma y los líderes
    espirituales hayan hecho de ÉL la más grotesca de
    las caricaturas presentándonos a un perverso ser,
    depravado y castigador, por supuesto que comprensible para el ser
    humano, y que hemos terminado por aceptar como aquel SER que nos
    creó y nos hizo, como el ser lleno de atributos bondadosos
    pero que al menor descuido de sus criaturas puede cambiar y
    convertirse en la bestia más abominable y criminal que uno
    pueda imaginarse.

    ¡Qué GRANDE y ÚNICO es DIOS que ha
    permitido que se le tome por ese ser insignificante,
    colérico y malvado de las Sagradas Escrituras!.

    La Religión y la Iglesia nos presentan a un Dios
    amoroso, pero a la vez rencoroso, celoso y desamorado.

    Nos exponen uno perdonador, pero a la vez incapaz de
    evitar el crimen, el pecado y las malas acciones del ser humano
    que llega a su altar a pedir perdón por el pecado, crimen
    o mala acción cometida en contra de otra persona; cuando
    no en contra de la sociedad
    completa.

    Nos exhiben a una entidad misericordiosa, pero a la vez
    torpe, olvidadiza y criminalmente cómplice del pecador,
    que perdona al criminal una y mil veces y que es torpe y que se
    olvida por completo de la víctima y de toda su familia no
    digamos de la sociedad completa.

    Nos proclaman a un Dios milagroso, pero a la vez sordo,
    mudo, ciego y carente del más mínimo deseo de
    ayudar al ser humano en general.

    Si no, veamos cuántos crímenes, guerras,
    violaciones, narcotráfico, niños
    abandonados, mujeres abusadas y violadas, países saqueados
    por sus líderes y dirigentes políticos, caos,
    desorden, miseria y perversidad reina y campea libremente por el
    mundo entero.

    Naciones que en su mayoría son practicantes y
    creyentes.

    Y entonces cabe preguntarnos muchas cosas al
    respecto.

    ¿Y el ser que hace milagros y que aún
    antes que nosotros le pidamos ya sabe lo que
    necesitamos?.

    ¡En donde Diablos está por Dios
    Santo!.

    PERVERSO COQUETEO
    CON DIOS

    ¿Qué pasa con las oraciones,
    súplicas, sacrificios, ofrendas,
    procesiones, romerías, cadenas de oración de los
    grupos?.

    ¡Qué sucede con la sencilla pero sincera
    súplica que una madre hace al Dios bíblico, a ese
    ser que nos han impuesto como uno milagroso y que pide por su
    hijo, nieto o por la familia
    completa para salud, trabajo y por
    sobre todo el pan de los suyos!.

    Lamentable y muy tristemente hay que gritarlo ¡NO
    PASA NADA!.

    Pero si nunca ha pasado nada.

    Todo queda igual o peor por la grande y terrible
    frustración derivada de la no-respuesta a las
    súplicas tan humillantes que se hacen por la gente
    más pobre y misérrima de nuestros países
    cristianizados.

    Ahora veamos lo mejor del negocito
    bíblico.

    ¿Qué es lo que nosotros podemos esperar
    del Yahvé de la Biblia?.

    Y nos encontramos con una verdadera sorpresa ante esta
    interrogante.

    ¡Nada!.

    Y si, siendo Israel el pueblo
    que Dios Padre escogió personal y expresamente, tal y como
    nos lo jura la Biblia, y nosotros nos enteramos, y está
    documentado, que durante la Segunda Guerra
    Mundial recibió el pueblo israelita el más
    horroroso de los suplicios de parte de los nazis, será
    cosa para tomarlo muy en cuenta si nos comparamos con los
    verdaderos hijos de Yahvé.

    Allí, cuentan los documentos y los
    testimonios personales de los que sufrieron y vieron los horrores
    que les hicieron a los hebreos, ellos, los judíos,
    imploraban, rogaban y se sofocaron pidiendo la
    intervención del Dios de sus padres; cientos de miles de
    seres humanos, niños y ancianos, oraron pidiendo que su
    Dios particular, ese mismo Dios de las Sagradas Escrituras, el
    Dios de Abraham, de Moisés, de Isaías,
    Jeremías, Salomón, de David, y el Padre de
    Jesucristo –como hoy lo toman millones de incautos- parara
    la continuada masacre que experimentaban en los campos de
    concentración.

    ¿Cuántas gargantas, antes de morir
    salvajemente ahogadas, envenenadas, quemadas o por cualquier otro
    de los métodos
    nazis, no fue su último hálito y palabras un grito
    desgarrador y desesperado pidiendo que su Dios los ayudara tal y
    como el Libro Sagrado les relataba hizo en otras oportunidades
    con sus ascendientes?.

    Si ese fue el cruel comportamiento
    de Dios Padre con su propio pueblo santo de Israel
    ¡qué no nos esperará a nosotros simples
    metidos y arrimados adentro del Dios de la Biblia!.

    No hay que olvidarnos que fueron más de seis
    millones de judíos, parte del pueblo muy amado y escogido
    por Yahvé, los que fueron tremendamente masacrados y
    cobardemente asesinados; pero eso sí bajo los amorosos y
    bondadosos ojos de Dios.

    Por eso nos preguntábamos ¿será
    posible que con nosotros, que no somos ni por asomo parte del
    pueblo escogido, podrá Dios Padre ser
    diferente?.

    ¿Se nos dará otro trato un poco más
    gentil y amable?.

    ¡Cuál es la poderosísima
    razón que nos hace seguir tan ciegamente orando, pidiendo
    y suplicando la intervención del Dios bíblico y
    practicando los rituales, dogmas y demás payasadas que la
    Religión nos ha impuesto!.

    Sólo hemos visto un Dios mudo, ciego y sordo
    que se esconde, que a la voz del creyente no responde, si en
    su altar no hay encaje y oropel.

    Basta con ver a nuestro derredor para enfrentarnos con
    el mundo real en el que vivimos.

    Ahora bien, que hay gente sincera que piense en los
    milagros que Dios le mandó después de orarle,
    sí, las hay y en eso se queda; puesto que la inmensa
    mayoría de los miles de pedigüeños no ha
    recibido nada más a cambio de sus
    oraciones que grandes frustraciones por no obtener nada de lo que
    han pedido.

    Pero nos falta ver lo peor.

    No se crean.

    Nos dicen los líderes y dirigentes religiosos que
    no recibimos nada a cambio porque no oramos con fe, que porque
    somos malos y pecadores a los ojos de Dios y por lo tanto el Dios
    bondadoso no nos concede nada de lo que pedimos.

    Muy bien.

    Para taparles la boca a cada uno de los guías
    espirituales, llámense curas, sacerdotes, pastores,
    obispos o papas, sólo basta con hacer un pequeño
    paso y que nos traslademos al Nuevo Testamento, busquemos en el
    Evangelio de Mateo en 7:7 al 11 para que leamos, asombrados, la
    verdad de lo que siempre ha sido la oración y peticiones a
    Dios.

    Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
    llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe;
    y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
    ¿O qué hombre entre vosotros, que si su hijo le
    pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, le
    dará una serpiente?. Pues si vosotros, aun siendo malos,
    sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos
    ¿cuánto más vuestro Padre que está en
    los cielos dará cosas buenas a los que le
    pidan?.

    Muy bien.

    ¿Por donde empezamos?.

    ¿Lo hacemos burlándonos, riéndonos?
    O ¡llorando por el desengaño brutal!.

    ¡Y además aceptando, pues no hay de otra,
    que Jesús nos mintió de manera
    flagrante!.

    O seremos capaces de exculpar al ingenuo de Jesucristo,
    por repetir como loro una máxima fuera de la realidad,
    producto de la
    excitación que provoca la arenga política.

    Pero releamos un poco más despacio y
    concienzudamente meditado todo el alcance de la nada despreciable
    oferta que nos
    hace Nuestro Señor Jesucristo.

    Porque una cosa es lo que realmente vemos,
    experimentamos y compartimos en la vida diaria, diferente a la
    demagogia politiquera de Jesús.

    El Maestro nos está prometiendo algo
    sólidamente concreto y
    seguro de
    obtener.

    Pero a ojo de buen cubero más parece como que nos
    habla un demagogo de la más baja calaña, aunque no
    hay demagogo que no lo sea, pues su promesa central lejos de
    cumplirse por parte de Nuestro Padre que está en los
    cielos, y nunca ha sido realidad para nadie en estos más
    de dos mil años de cristiandad, nos tienen enredados en
    una enmarañada problemática mental, emocional y
    hasta energética.

    ¿Qué es lo que nos promete y asegura
    Jesús?.

    Nos refiere Mateo que el Maestro enseñó la
    Regla de Oro de la
    Oración y sin ninguna (¡léase bien!) SIN
    NINGUNA CONDICIÓN pedida por el Dios bíblico que
    los seres humanos pedigüeños tuviéramos que
    cumplir para ser merecedores de cualquier cosa que le
    pidiéramos a Nuestro Padre.

    En ningún momento se nos piden condiciones como
    tener fe, ser buenos con nuestros semejantes, practicar una
    determinada religión, no pecar, cumplir con los
    mandamientos, asistir a la iglesia, respetar y ayudar a
    sacerdotes, mojes, pastores o líder espiritual alguno, o
    que ayunemos, rezar plegarias, adorar y venerar imágenes o
    santos, que tengamos que aceptar y adorar a una lejana,
    hipotética y enfermiza Santísima Trinidad o
    aún a la Madre de Dios.

    ¡Nada de eso!.

    Y nada de otras locuras y pantomimas, como las que nos
    han impuesto los que se dicen representantes del Dios
    bíblico, que de su perversa boca ha salido todo lo que se
    nos pide que tenemos que hacer como condicionantes para recibir
    cualquier cosa que le pidamos a Nuestro Señor.

    ¡Qué diferente!.

    ¿No es verdad?.

    El engañado y mentiroso Jesús, porque se
    atrevió a lanzar una promesa falsa que nunca se ha
    cumplido, nos deja este compromiso con una seguridad y
    propiedad tal
    que no hay duda que a su vez él fue un engañado
    más.

    Y sin ir muy lejos, el propio Jesucristo murió
    vilmente engatusado por su Padre, como lo iremos comprobando en
    estas tan ilustrativas páginas.

    Pues bien, como estábamos diciendo, el
    engañado y mentiroso de Jesús en sencillas,
    comprensibles y muy claras palabras nos promete y nos asegura que
    cualquier (¡óigase y léase bien!)
    cualquier ser humano, (no importa raza, condición
    socio económica, nacionalidad,
    ideas políticas, comportamiento bueno, regular o malo,
    género
    y mucho menos importa la creencia religiosa) cualquiera
    (nos deja dicho Nuestro Señor Jesucristo) que pida, se
    le dará. Cualquiera que busque
    (nos repite el Maestro)
    hallará. Porque todo aquel que pida, recibirá; y
    el que busca, hallará; y el que llama, se le
    abrirá.

    Hagamos una pequeña pausa por
    acá.

    Tampoco se nos ha puesto ni limitación ni
    condición sobre lo que podemos pedir.

    Cualquier deseo, bueno o malo, eso no importa,
    según la promesa de Jesús, será una realidad
    palpable y gozable para el pedigüeño.

    O sea que, por más descabellado que pueda
    parecernos lo que ansiemos, nos dice Mateo, ¡Dios Padre nos
    lo concederá!.

    Y nos volvemos a encontrar con otra de las falsedades, a
    todas luces visible, sobre una promesa del Dios bíblico,
    mejor dicho sobre otra de la muchas promesas de Yahvé, que
    nunca se han cumplido ¡ni se cumplirán!.

    ¿Continúa engañado vilmente
    Jesús?.

    Pero si Dios Nuestro Señor engaña a su
    hijo muy amado en quien tiene gran complacencia
    ¿qué diablos esperamos nosotros que al parecer no
    somos ni hijos bastardos ni hijastros del Yahvé sangriento
    y criminal, el Padre de Jesús?.

    Y para rematar con broche de oro nos dice el Maestro:
    Pues si vosotros, aún siendo malos, sabéis dar
    buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto
    más vuestro Padre que está en los cielos
    dará cosas buenas a los que le pidan?.

    Primero que nada apuntemos la gran contradicción
    que Jesús afirma sucederá.

    Y veamos que él nos dice que el Dios
    bíblico es vuestro Padre que está en los
    cielos,
    refiriéndose, sin duda, a que el Dios de la
    Religión Cristiana, y de todas sus interpretaciones, es
    Padre de todos los seres humanos en general.

    ¿En qué quedamos por fin?.

    ¿Es Jesús el Hijo Unigénito de Dios
    Padre o es otro simple hijo de Yahvé?.

    ¿Y por qué él mismo se contradice
    al afirmar ser Hijo del Hombre?.

    Y, si todos somos hijos de Dios Padre, incluyendo a
    Jesucristo como otro más sin ningún atributo
    especial, no digamos divino y menos que sea la Segunda Persona de
    la Santísima Trinidad, entonces ¿en qué
    papel quedan los delirantes líderes religiosos que han
    vociferado por siglos que Jesús es el Hijo
    Unigénito de Dios?.

    Por cualquiera de las dos opciones por la que nos
    decidamos creer, es decir por la de Hijo Unigénito, o un
    hijo más como cualquiera de nosotros, simples pecadores,
    Jesús queda muy, pero muy mal parado.

    Y peor quedan, por haberlos desenmascarado y
    desacreditado, la Iglesia, la Religión Cristiana y sus
    miles de sectas y denominaciones, así como sus mentirosos
    y difamadores sacerdotes, pastores, monjes, monjas y hasta los
    mal llamados Primeros Padres de la Iglesia.

    Ahora sí podemos retomar el hilo de lo que
    teníamos.

    Nos habíamos quedado comentando el
    versículo 11, el cual leeremos nuevamente para
    comentarlo.

    Pues si vosotros, aún siendo malos,
    sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos
    ¿cuánto más vuestro Padre que está en
    los cielos dará cosas buenas a los que le
    pidan?.

    ¡Agarrémonos fuertemente ante
    esto!.

    ¿Qué les parece?.

    Jesús afirma la maldad innata en el ser humano y
    además nos dice que esa maldad no importa.

    Esta frase es sumamente elocuente pues si vosotros,
    aún siendo malos, sabéis dar buenas dádivas
    a vuestros hijos,
    hay que recordar el lugar en el que estaba
    Jesús diciéndola.

    Él, Nuestro Señor, se está
    dirigiendo a una multitud que le había seguido y se
    encontraba dando su famoso Sermón del Monte, y no es
    solamente a sus discípulos que les habla de esa manera; es
    a una muchedumbre en donde muchos de ellos son, como eran las
    características de esa población, supersticiosos, religiosos y en
    fin de todas las denominaciones habidas y por haber.

    Y es a esa amalgama de seres humanos a quienes va
    dirigido el mensaje y el reconocimiento antes
    apuntado.

    Jesús usa un ejemplo para que entiendan la gran
    bondad de Dios y les dice que cualquier cosa que se le pida El se
    las concederá; y para que comprendan todo el alcance de la
    propuesta les pone el ejemplo clásico de cualquier padre
    de familia.

    Y tiene sobrada razón el Maestro cuando hace esta
    muy buena comparación entre un hombre común y
    corriente, padre de familia naturalmente malo y pecador que,
    incapaz, aún y a pesar de su maldad comprobada por Dios,
    de darles piedras en vez de pan a sus hijitos, o menos de
    hacerlos merecedores de algún cruel castigo degenerado
    como sería el de quemarlos.

    Y si como nos dice el Evangelio vuestro Padre que
    está en los cielos sólo cosas buenas os
    dará
    ¿a quién se le ocurrió la
    inmunda idea que Dios nos mandará al Fuego Eterno del
    Infierno por ser malos y pecadores?.

    Si Jesús nos advierte que no importa lo malo que
    seamos ni qué clase de pecados o calidad de los
    mismos hayamos o estemos cometiendo y a pesar de eso nada cruel o
    inhumano nos pasará, habrá que tomarlo como
    cierto.

    Suponemos que Dios, el que todo lo sabe, debe saber, al
    igual que Jesús, que el hombre es malo por naturaleza y
    que tal maldad está íntimamente adentro del mismo y
    sí a Él no le importan tales pecadillos del ser
    humano como para mandarnos y hacernos realidad cualquier cosa que
    le pidamos, es menester preguntarnos ¿en dónde
    están esas maravillas y deseos por nosotros
    implorados?.

    Y planteamos esta pregunta pues son los que se dicen
    representantes de la divinidad cristiana los que, para empezar,
    nos dicen otra cosa muy distinta a la promesa de Dios
    Padre.

    Son los sacerdotes y pastores, de las diferentes
    denominaciones cristianas, los que nos han amenazado con los
    fuegos eternos del Infierno, y son ellos los que atemorizan a
    millones de sus fieles creyentes con las más aberrantes
    maldades divinas.

    ¡Qué contrasentido más grande
    éste!.

    Si Jesucristo en persona se compromete, y deja
    comprometido a su Padre, y nos asegura que sólo cosas
    buenas nos vendrán de nuestras peticiones y oraciones, y
    si la gran inmensa mayoría de los pedigüeños
    nunca han recibido nada de eso, habrá que empezar a ver
    las cosas con otros ojos.

    ¿No les parece?.

    Pero los borregos cristianizados continúan en el
    fatal círculo vicioso del engaño y de la estafa
    continuada que de ellos realizan los líderes y dirigentes
    espirituales.

    Y debemos insistir.

    ¿Por qué Dios Padre no respondió,
    ni ha respondido hasta el día de hoy, a las miles y miles
    de peticiones, plegarias y oraciones hechas por los cristianos;
    unos de ellos malos, pecadores y otros buenos?.

    ¡Por qué seguimos en la miseria, violencia,
    brutalidad y pobreza
    todavía!.

    ¿No será que tenemos confundidos los
    conceptos de bueno y malo y que lo que hemos creído malo
    es lo bueno para Dios y que miserias, violencia, hambre,
    brutalidades, asesinatos y tiranías son esas cosas
    buenas
    que Jesús nos promete nos serían dadas
    por el Padre?.

    ¿Qué diablos significa eso de Dios les
    dará sólo cosas buenas a los que le
    pidan?
    .

    ¿Acaso es que los que no han pedido nada a Dios
    son los que tienen tan jodidos a los demás borregos que
    sí piden y suplican por su bienestar?.

    Y resulta muy extraño que del dicho, que leemos
    en este versículo 11, se desprenda una muy singular
    pregunta.

    ¿Qué sucede con aquellos que nada piden a
    Dios Padre?.

    ¿Lo sabrá alguno de nuestros tan listos
    curas o pastores?.

    Resumiendo lo que hemos analizado no hay otra
    conclusión más que una.

    Y es que de nada ha servido, ni ha valido la pena, la
    oración o peticiones que hemos elevado a Yahvé de
    los Ejércitos.

    Continuamos, una gran inmensa mayoría, sumidos en
    la peor de las desgracias, en miserias y en una hambruna sin
    precedentes.

    Seguimos en guerras y devastación.

    ¡En dónde están las cosas buenas que
    Jesús nos prometió se nos darían por parte
    de su Padre que está en los cielos!.

    ¡En dónde que no se miran!.

    Al contrario, hay muchas más cosas malas que nos
    rodean, y que se siguen apoderando de nosotros, que las pocas
    buenas que poco a poco se van esfumando.

    ¿Quién miente y quién es el
    falso?.

    ¿Jesús o Yahvé Saboat?.

    ¿Jesucristo por prometernos una demagógica
    ilusión cuando nos asegura pedid y se os
    dará
    ?.

    ¡O Yahvé de los Ejércitos, el Padre
    Nuestro, por no cumplir con la palabra que su Hijo Único
    nos dejó empeñada!.

    Más bien parece que Jesús no fue
    más que un simple instrumento del siempre cruel,
    degenerado y violento diosesito bíblico.

    ¿Qué pensarán los miles y miles de
    seguidores de Jesucristo ante tamaña tomadura de pelo que
    éste les diera?.

    Sin importar, por supuesto, que a su vez Yahvé le
    haya tomado el pelo y haya traicionado a su propio Hijo
    Unigénito.

    Y esto es otra cosa grave.

    ¿Quedó Jesús como un títere,
    o simplemente como un ingenuo más, y tonto útil,
    del siempre malo Padre Eterno?.

    Pero es interesante observar el convencimiento, y la
    propiedad, con la que Jesucristo deja su mensaje, pues
    allí, no hay reflejo de ninguna duda que Yahvé, su
    Padre, cumpliría con darnos todo cuanto
    pidiéramos.

    ¿Qué no le habrá prometido a
    Jesús para convencerlo, y hacer de él, un
    cándido y maleable mamarracho que, inclusive, se
    dejó sacrificar tan brutalmente en la oprobiosa
    cruz?.

     

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