- Sin
razonamientos - Masoquismo y
degeneración - Perverso coqueteo con
Dios - Enfrentamiento obligado
con nosotros mismos - Flagelación mental
forzada - Hemos
caído como borregos
La fe no es más que la negación de la
razón.
El ser humano siempre ha tratado de encontrar ese algo
que está más allá del ser humano mismo y le
ha llamado Dios o Verdad; pero también lo ha nombrado con
miles de otros nombres y denominaciones.
Sabiendo de antemano que ese algo es desconocido, sin
mejor explicación, continúa buscándolo
frenéticamente. Y este comportamiento
humano es imposible de entenderlo.
El ser humano busca ese algo y lo ha nombrado de acuerdo
a su propio entorno y medio en el que vive; pero lo que lo
caracteriza es que se ha visto obligado, por la curiosa
circunstancia de no poder
definirlo, a creer en eso desconocido por medio de lo que ha dado
en llamar fe.
Hemos cultivado la fe pues nos ha permitido creer
aún sin comprender la verdad de las cosas.
Creemos en algo sin verlo por la fe.
Y las personas tienen fe en un ideal o en un salvador,
sin importar los miles de salvadores que se han hecho acreedores
a la fe en ellos.
Una de las reacciones inmediatas que engendra la fe es
invariablemente la violencia, la
cual es generada porque hemos aceptado que lo que creemos es la
única verdad, que no puede haber otra y mucho menos otras.
Todo aquello que no esté adentro de nuestra particular
creencia es malo y es imposible que tenga algo bueno, por eso
mismo. Todo lo que no sea igual a lo que creemos debe de ser malo
y pecaminoso, por lo tanto, tenemos la obligación de
eliminar lo que no concuerde con nuestras creencias y con nuestra
fe.
Esta reacción violenta, a nuestros impulsos
íntimos, es la consecuencia de la imposición de una
mentira más grande que cualquier catedral o templo
Cristiano cuando nuestros guías espirituales nos dicen que
sólo la nuestra es la buena.
Si nos preguntamos ¿qué es lo que
realmente hace el ser humano en esta planeta? y si vemos a
nuestro derredor, la lógica
y el sentido común nos responden que estamos
viviendo.
¿Significa algo la vida?.
Habiendo tanta confusión en la vida que nos rodea
es bueno preguntarnos al respecto; ya que si estamos viviendo
entre violencia, brutalidad, revoluciones, guerras,
división religiosa, diferentes ideologías, variedad
de naciones y tantas y tantas cosas más, claro y por
supuesto que debemos averiguar que cosa es esto que llamamos
vivir.
En lo que podemos estar de acuerdo es que la vida es la
única actividad que hacemos sin ningún adiestramiento
previo. Nacemos y empezamos, inmediatamente, a experimentar la
actividad de vivir; y nos vamos acomodando, diariamente, de
acuerdo a los intereses que nos rodean, que van desde los
personales, familiares, hasta los políticos y sociales,
pasando por un extenso etc.
Se nos cultiva en la fe con la firme convicción
que lo que hagamos, o pensemos, nos llevará hasta la
obtención de cualquier cosa o algo que imaginemos. Claro
que eso algo sigue siendo un intangible y muchas veces
incomprensible para nuestra mente.
Y sin embargo luchamos por llegar a lo que la fe nos
asegura nos espera; nadie duda de ello y actuamos y nos movemos
por la fe.
¡Qué barbaridad!, hemos actuado sin ninguna
pizca de razonamiento.
Al ir cultivando la fe, que otros nos han metido en
mente y sentimientos, inmediatamente tenemos que objetivizarla y
la focalizamos en alguien o en algo. Así es como hemos
llegado a tener fe en un salvador, en una creencia, un libro, un
ideal, ya sea este social, político, como
religioso.
Así es como empiezan y han empezado los grandes
problemas de
la humanidad, por la imposición de la fe.
Y así surge la violencia, el odio y desarraigo
entre los seres humanos, pues si estamos convencidos de algo, por
lógica sólo buscamos aquello que tenga que ver con
lo que creemos y obligamos a los que nos rodean a estar en lo
nuestro, sin importar y sin respetar el derecho ajeno.
Por supuesto que estamos motivados a desear que esa
satisfacción que nos provoca el hecho de creer firmemente
en algo deba ser compartida. Hay algo, adentro de los creyentes,
que los impulsa a buscar que otros se sumen a su gozo personal. Y
defienden su posición y creencia sin dudar un momento que
haciendo y poniéndolo en práctica los demás,
lo que ya nosotros hacemos, ellos obtendrían los mismos
beneficios y su salvación eterna; como ya la tenemos
asegurada nosotros.
Ese proceso
violento continúa, pues nos volvemos compulsivos por la fe
y la defendemos a capa y espada; y por supuesto, nos atrevemos a
amenazar a otras personas con las más delirantes y
enfermizas consecuencias por no hacernos caso.
Cualquier persona con su fe
tan firme se enajena, fanatiza y adquiere, invariablemente, el
complejo de redención; y es incapaz de llegar a
comprender, y mucho menos procesar, el motivo por el cual tantos
y tantos seres humanos no se han dado cuenta de su grave
error.
Es cuando estas personas se imponen el deber divino de
abrirles los ojos a los que viven en pecado y de rescatar de ese
profundo abismo en el que se desenvuelven. Y surge la violencia
en el santo nombre del dios bíblico, del personal y
único dios de los fanatizados cristianos.
Ese es el clásico proceso religioso, vigente, por
supuesto, en los grupos
practicantes compuesto por sectas, hermandades y
cofradías.
Nos han alienado para enfrentarnos con la vida y hoy
muchos son esclavos de las normas
religiosas; para vivir nos han impuesto una
manera de conducirnos y de actuar de acuerdo al medio ambiente
religioso en el cual hemos crecido. Somos pobres, ricos,
miserables, católicos, protestantes, ateos, nuevos
pensadores, comunistas, capitalistas, guatemaltecos, rusos,
suecos, chilenos, etc.
Nos han impuesto una especie de guía de conducta basada
en la tradición social que heredamos y nos han dejado
convertidos en ciudadanos de segunda categoría; somos el
resultado de las influencias y no tenemos nada nuevo adentro de
nosotros mismos.
Nada de lo nuestro es original y siempre habrá
alguien o algo que nos diga, guíe o informe
cuál es la mejor forma de conducirnos y cuáles son
las cosas que debemos hacer, porque esas son las cosas
correctas.
Al ver de esta manera el mundo que nos envuelve,
también hay que apreciar que somos nosotros mismos, en la
gran mayoría de los casos, los que buscamos
frenéticamente que otros nos guíen y que se nos
diga qué es lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto,
lo positivo y negativo.
Asimilamos y procesamos la información obtenida desechando lo que no
está de acuerdo al patrón de conducta programado en
nosotros y nos alejamos de lo que choca con nuestra fe y en lo
que creemos. Por lo tanto nuestro actuar es automático,
mecánico y programado.
Ya no hay tiempo para
pensar o escudriñar, o simplemente para dudar.
Todo aquello que no está de acuerdo con nuestro
particular patrón de conducta y con la forma como nos
impusieron que teníamos que ver el mundo que nos rodea, es
absolutamente incorrecto. Y así vamos cerrando poco a poco
el círculo vicioso que nos aleja de otros seres humanos,
algunos de ellos haciendo lo mismo con nosotros y otros debido a
su propia programación particular, peleando con medio
mundo por convencerlos de hacer lo correcto.
¡Qué ignominia y qué ingrato
proceder religioso!.
Hay que concluir que esto nos ha hecho poco o nada
genuinos y para nada creativos. Simplemente hay que aceptar que
somos como máquinas
procesando un programa sujeto a
la fe y a la diversidad de creencias y no creencias; nos
satisface sólo lo que concuerda con y en lo que creemos y
rechazamos violenta y descaradamente, sin ninguna
contemplación, todo aquello ajeno a lo nuestro.
Asistimos exclusivamente a los lugares cristianos y
leemos únicamente lo relacionado con el código
moral que nos
impusieron.
Continúan muchos seres humanos inmersos en el
lago de su propia conducta moral y se saturan exclusivamente en
sus aguas, bebiendo sólo de ellas; creyendo, torpes de
ellos, que si hay otros lagos diferentes a este suyo, deben tener
agua
envenenada y diabólica. Y la realidad es que aquellos que
beben de lagos diferentes también creen que el de los
otros es el malo y pecaminoso.
Todos contra todos.
Desconfianza mutua entre seres humanos; burla y
violencia entre hermanos y división total por la fe y las
creencias impuestas.
¡La fe es la que nos separa! Y lo que creemos como
verdad es lo que nos aparta de la realidad de la vida.
Ese programa que procesamos nos ha hecho individuos de
clase inferior
y nos sentimos defectuosos, pecadores y con un valor
mínimo. Si nos comparamos en la bolsa de valores
de la vida, nuestras acciones valen
poca cosa.
¿Por qué no nos cotizamos alto y caro?.
Simplemente estamos devaluados por las creencias y la fe. Y
actualmente la gran mayoría de seres humanos hemos vivido
guiados por lo que otros nos han dicho o hecho; sin poder negar
que hay algo en nosotros que nos impulsa a hacer lo que
normalmente hacemos.
Hay algo puesto ya en nuestro ser que nos obliga, por
medio de la tradición, el folclor y las costumbres
religiosas, a actuar como simples robots y creemos como realidad,
y hasta que son nuestras, esas inclinaciones, tendencias y
actuaciones que tenemos ante los hechos de la vida; pero,
incapaces de entenderlo, somos la consecuencia inevitable de las
influencias y creencias de otros.
Estamos vacíos y no tenemos nada
nuestro.
¡Somos unos simples borregos!.
El hombre y
la mujer han
practicado, por imposición de toda clase de
líderes, los ritos, dogmas y la repetición de
patrones que hoy son fácil de observar en la vida diaria
de los seres humanos de cualquier lugar. Eso sí,
reprimiendo la íntima naturaleza
humana, argumentando para ello, con amenazantes consecuencias
para el tontuelo que no lo haga. Y han llevado a crear, en el ser
humano, un sentimiento de necesitar esa porquería
dándole el venerable nombre de fe.
Así es como han atado nuestros pensamientos y
desbordado las pasiones del ser humano. En pocas palabras nos han
torturado el cuerpo, la mente y nuestros íntimos
sentimientos.
Los líderes religiosos nos tienen abatidos y nos
han obligado a renunciar a la convivencia pacífica. Hemos
sido simples títeres por la fe y hoy no somos seres
humanos libres, fraternos y completos, hoy fácilmente nos
tienen divididos en católicos, protestantes, rusos,
chinos, pobres, ricos.
Es decir que somos miserables.
Lo peor es que guardamos una pasmosa conformidad y la
gran mayoría estamos de acuerdo con todo esto que nos
divide, pues hemos llegado a aceptar lo que el medio ambiente nos
proporciona. Y creemos, equivocadamente, pero más que todo
ingenuamente, que al actuar y desenvolvernos como lo estamos
haciendo, experimentamos la actividad de vivir.
¡Qué equivocados estamos!.
Se nos dio el guión de esta obra en que
participamos y se nos impuso papeles y roles que hemos llegado a
aceptar como la realidad misma.
¡Qué gran absurdo!.
Pero ¿cómo no estar de acuerdo con ese rol
que escenificamos? si no hemos tenido la menor oportunidad de ver
más allá de nuestras narices ¡qué
podemos esperar entonces!.
Nuestra mente, que quiere escapar del dolor, de la
aflicción y de la tradición, ya está
firmemente conforme con la disciplina que
se nos ha impuesto.
Por mucho que nos creamos libres y que nos digamos de la
nueva era, o de mente amplia y abierta; por mucho que busquemos,
solamente vamos encontrando lo que esté de acuerdo con
nuestra ya distorsionada realidad mental impuesta. Porque es
distorsión creernos libres y de la nueva era. Es
desviación creernos de mente amplia y abierta o andar en
la búsqueda de la famosa verdad, y no digamos cuando nos
ponemos metas.
La única meta que el ser humano debe imponerse es
¡no tener ninguna meta y no andar buscando!, pues cuando
buscamos solamente vamos vagando de templo en templo, de un
líder a
otro, de una mentira a otra peor.
Lamentablemente ya nos acostumbramos a vernos, unos a
otros, como insensibles, incapaces, torpes y mezquinos; y no
podemos aceptar que los otros son un reflejo nuestro, pues somos
lo mismo. Por ejemplo, si pensamos que tenemos un cáncer
localizado en el hígado, somos incapaces de aceptar que
todo nuestro cuerpo tiene cáncer, aún y esté
localizado en un área pequeña de dicho
órgano; ese mal influye en todo nuestro cuerpo, en nuestro
alrededor y hasta en nuestra familia, amigos,
país y en fin, este pequeño cáncer del
hígado afecta a la raza humana por completo.
Este es el modo correcto de comprender la vida y todo lo
que ello implica. Que otros no tengan nuestra misma fe no los
hace diferentes. Si los otros son torpes, incapaces, insensibles
y mezquinos, y hasta clase aparte, nosotros también los
somos.
Dejamos de ser diferentes, para convertirnos en iguales
y fraternos seres humanos, solamente cuando eliminamos las
divisiones religiosas, políticas,
sociales y culturales, que son las que nos separan y nos hacen
parecer diferentes y hasta clase aparte.
¡Así de sencillo!.
La fe es una palabra y acción
que deberíamos de eliminar, no sólo de nuestro
vocabulario, sino de nuestra mente y sentimientos; y que
tendríamos que remplazarla por el sentido común que
es el que nos permite la pequeña libertad de
empezar a ver el mundo que nos rodea tal cual es.
Es una amarga realidad para muchos, pero es la verdad,
que al mundo no podemos cambiarlo; que es lo que lamentablemente
nos han enseñado por tantos siglos cuando, por medio de la
fe, todas las doctrinas han insistido en que ese es el
único camino hacia Dios.
Al mundo hay que aprender a verlo tal cual es, sin
ninguna otra imagen impuesta
por los intereses personales y grupales de algunos más
vivos que otros que así consiguen sus aviesos
fines.
Sólo por medio de nuestro maravilloso sentido
común, que es la llave maestra en nuestras vidas, nos
permitiremos aprender a ver nuestra realidad, buena o mala, pero
al fin y al cabo nuestra. Cualquier decisión que debamos
asumir, si tenemos el terror sacro en nuestra vida, será
imposible que sea la adecuada, correcta y la que nos impulse en
nuestro desarrollo
integral.
Claro y por supuesto que cualquier decisión que
tomemos por medio del sentido común estará basada
en experiencias, consejos o por la guía de otras personas;
pero la diferencia con meter a la fe en nuestras vidas es muy
sencilla de ver.
La fe nos obliga, aún si anteponemos nuestros
mayores deseos, para no llegar a sufrir las consecuencias
terribles del tipo apocalíptico. Es decir que nos
obligamos para quedar protegidos de algún sufrimiento
hipotético.
Por el otro lado el sentido común no obliga a
nada; simplemente tenemos un hecho, como el de estar ante un gran
peligro, sólo por la lógica y el sentido
común lo superamos y nuestra mente, cuerpo y sentimientos,
reaccionan inmediatamente al peligro que nos asecha.
Y aquí quiero compartir con ustedes un recuerdo
que me causa mucha pena, pues tengo el caso de una tía,
por parte de mi padre, que en el lugar en donde vivían
hubo una lluvia intensa y llegaron a avisarles que se
venía una correntada de lodo, piedras y basura desde
las laderas de la montaña vecina; que era imprescindible
que evacuaran el lugar lo antes posible.
Mi fanatizada tía, su esposo e hijos, que
practicaban el cristianismo
evangélico, aturdida y engañada por su fe
religiosa, decidieron, involucrando a sus hijos menores de edad,
que su gran fe los tenía que salvar del peligro inminente.
Y que Dios en su infinita bondad no permitiría que unos
creyentes tan llenos de espiritualidad como ellos sufrieran
ninguna consecuencia.
Optaron por quedarse adentro de su casa orando a Dios
para que nada les sucediese.
Cuentan los últimos vecinos que les vieron que mi
tía y su familia únicamente pusieron papeles y
toallas en las rendijas de puertas y ventanas esperando, por su
gran fe, que el peligro no los tocaría.
¿Qué creen que pasó?.
Pues que sencilla y lamentablemente murieron todos ellos
pavorosamente golpeados, mutilados, politraumatizados y
ahogados.
¿Y el milagro y el Dios en el que les
enseñaron a confiar y a creer?.
Por lo que pasó ¡muy bien
gracias!.
Pero y ¿su fe?.
¡Los mató!.
Además que esa fe ya les había arrebatado
toda posibilidad de duda, dejándoles solamente la
ilusión, vanidosa, egoísta y presuntuosa de que
DIOS, no el dios bíblico, al que confunden con EL TODO,
detendría todo el proceso natural, provocado por las
intensas y constantes lluvias, exclusivamente para salvarlos a
ellos, quienes manifestaban su fe con ese acto de inmolarse por
su Dios.
¿Sirvió de algo la profunda oración
que elevaron hacia el dios de la Santa Biblia?.
¡Qué va! No sirvió para
nada.
La fe obliga, al que dice tenerla y practicarla, a que
alguien o algo externo a nosotros intervenga, no nos pertenece y
es una condicionante del medio externo que nos han
impuesto.
Por el contrario el sentido común fluye
naturalmente de adentro de nosotros mismos, es nuestro, nos
pertenece.
El sentido común representa el poder creativo del
ser humano y, como es genuino es parte de la naturaleza de las
personas.
Ninguno nacemos con fe y al imponérnosla nos
limitan en nuestra creatividad y
libertad.
La fe provoca los conflictos y
el sentido común nos saca de ellos.
Y la fe es y ha sido el motivo más grande que ha
provocado en nuestras naciones desorden, divisiones,
desequilibrio y por sobre todo el terrible e inhumano subdesarrollo
y, como nos han obligado a andar en busca de una verdad que
alguien nos dará, como ésta nunca llega, nos
frustra pues nunca aparece la famosa realidad aparte.
Nos hemos embarcado muy fácilmente cuando se nos
promete una mejor vida, ya sea material, en lo político y
no digamos en la parte social; pero remachan, por sobre todo, en
lo espiritual y en el campo religioso.
Es increíble observar cómo nos comportamos
ante el ofrecimiento de llegar a tener una vida espiritual
agradable y parecemos autómatas siguiendo a uno y otro
oferente.
Un gran porcentaje de los seres humanos hemos rechazado
toda forma de abuso, tiranía y despotismo, lo mismo que a
las dictaduras políticas, pero adentro de nosotros mismos,
muy adentro, hemos dejado la puerta abierta -¡y de par en
par!- permitiendo que el abuso, la tiranía y el despotismo
de otro ser humano nos cambien no sólo nuestra manera de
pensar sino que también nuestra propia forma de
vivir.
A través de los líderes religiosos que,
con su impuesta tiránica fe, no nos han dado el chance de
elegir o de rechazar lo que nos quieren imponer, pues hacen uso
de la sutileza más grande que hay y juegan con la posible
salvación del borrego que cae en sus tenebrosas redes.
Si no aceptamos la fe que nos imponen y todo lo que ello
implica, sencillamente no tendremos el derecho a entrar al
Paraíso ni a estar con el Dios de la Santa Biblia y
seremos, por el contrario, llevados al Infierno con el
Maligno.
¿Qué mente preparada desde la más
tierna infancia, como
lo han hecho con la humanidad, puede resistirse al
terrorífico argumento que nos dan?.
¡Qué prefiere usted!.
¿El cielo o el Infierno?.
No hay ninguna salida posible.
Y no nos la dan.
La escogencia sólo tienen dos caminos, Dios y la
salvación o el Diablo y la perdición
eterna.
Se han cuidado muy bien, nuestros piadosos
líderes religiosos, que ni por asomo nos imaginemos que
ambos caminos son tan falsos como lo han sido nuestros
guías espirituales, iglesias y las religiones que defienden,
imponen y dirigen.
Ni el más cruel de los padres de familia
terrenos, como muy bien los podemos ser usted o yo, o cualquier
otro sobre la faz de la Tierra,
castigaríamos quemando a cualquiera de nuestros hijos por
haber cometido alguna tremenda picardía o acto
reñido con la educación y moral
familiar dada.
No existe, en todo el Planeta, persona cuerda y con
todos sus sentidos en buen estado, que
permitiera o que procediera a quemar a un hijo por alguna falta o
mala acción.
¡No lo hay!.
¿Y entonces pues?.
¿Qué mente calenturienta, enferma, ruina,
perversa y depravada nos ha metido el cuento
más increíble que DIOS, NUESTRO CREADOR, puede
permitirse la libertad criminal de condenarnos al Fuego Eterno y
a la perdición completa en cuerpo, alma y
espíritu?.
Por favor.
O Dios es Amor o Dios es
Odio y Maldad.
Si pregonan, a grito batiente, nuestros líderes
espirituales que Dios es la Bondad y que es nuestro Padre;
¡cómo entonces estos santos varones nos dicen, por
otra parte, que este mismo Dios es el que nos condena y nos manda
al más espantoso de los suplicios y castigos que puedan
existir, como lo es el Fuego Eterno!.
Creo que aquí vale muy bien la pena volver a
citar los versos de Savonarola.
En su mezquina estupidez el hombre, se
forja un Dios indigno de alabanza, ebrio de odio, cólera
y venganza, terrible y sanguinario como él.
Y ahora dejemos que sea nuestro sentido común el
que nos diga muy internamente si DIOS puede castigarnos,
condenarnos, perdonarnos, hacernos milagros, oír nuestras
súplicas a través de oraciones y rezos, y que
además de todo esto, puede tomar partido por uno u otro
ser humano.
Debe ser nuestro sentido común el que nos
dé la pauta para continuar creyendo que Dios, el
Todopoderoso, el Innombrable, sea para nosotros incomprensible
(por tener el ser humano una mente finita, limitada y mortal) o
creer que Dios es el remedo de reyezuelo oriental ebrio de
odio, cólera y venganza, terrible y sanguinario como el
hombre mismo es.
Pero no importa nada cual sea nuestra
decisión.
DIOS, EL TODO, EL INNOMBRABLE, no puede tomar partido ni
a favor y mucho menos en contra nuestra.
Cualquiera que sea la opción que
escojamos.
Imaginemos cómo es EL DIOS VERDADERO, no el Dios
de la Biblia ni el Dios de ninguna otra religión, que en su
INFINITA BONDAD ha permitido que la Iglesia, la
Religión, el Rito, el Dogma y los líderes
espirituales hayan hecho de ÉL la más grotesca de
las caricaturas presentándonos a un perverso ser,
depravado y castigador, por supuesto que comprensible para el ser
humano, y que hemos terminado por aceptar como aquel SER que nos
creó y nos hizo, como el ser lleno de atributos bondadosos
pero que al menor descuido de sus criaturas puede cambiar y
convertirse en la bestia más abominable y criminal que uno
pueda imaginarse.
¡Qué GRANDE y ÚNICO es DIOS que ha
permitido que se le tome por ese ser insignificante,
colérico y malvado de las Sagradas Escrituras!.
La Religión y la Iglesia nos presentan a un Dios
amoroso, pero a la vez rencoroso, celoso y desamorado.
Nos exponen uno perdonador, pero a la vez incapaz de
evitar el crimen, el pecado y las malas acciones del ser humano
que llega a su altar a pedir perdón por el pecado, crimen
o mala acción cometida en contra de otra persona; cuando
no en contra de la sociedad
completa.
Nos exhiben a una entidad misericordiosa, pero a la vez
torpe, olvidadiza y criminalmente cómplice del pecador,
que perdona al criminal una y mil veces y que es torpe y que se
olvida por completo de la víctima y de toda su familia no
digamos de la sociedad completa.
Nos proclaman a un Dios milagroso, pero a la vez sordo,
mudo, ciego y carente del más mínimo deseo de
ayudar al ser humano en general.
Si no, veamos cuántos crímenes, guerras,
violaciones, narcotráfico, niños
abandonados, mujeres abusadas y violadas, países saqueados
por sus líderes y dirigentes políticos, caos,
desorden, miseria y perversidad reina y campea libremente por el
mundo entero.
Naciones que en su mayoría son practicantes y
creyentes.
Y entonces cabe preguntarnos muchas cosas al
respecto.
¿Y el ser que hace milagros y que aún
antes que nosotros le pidamos ya sabe lo que
necesitamos?.
¡En donde Diablos está por Dios
Santo!.
¿Qué pasa con las oraciones,
súplicas, sacrificios, ofrendas,
procesiones, romerías, cadenas de oración de los
grupos?.
¡Qué sucede con la sencilla pero sincera
súplica que una madre hace al Dios bíblico, a ese
ser que nos han impuesto como uno milagroso y que pide por su
hijo, nieto o por la familia
completa para salud, trabajo y por
sobre todo el pan de los suyos!.
Lamentable y muy tristemente hay que gritarlo ¡NO
PASA NADA!.
Pero si nunca ha pasado nada.
Todo queda igual o peor por la grande y terrible
frustración derivada de la no-respuesta a las
súplicas tan humillantes que se hacen por la gente
más pobre y misérrima de nuestros países
cristianizados.
Ahora veamos lo mejor del negocito
bíblico.
¿Qué es lo que nosotros podemos esperar
del Yahvé de la Biblia?.
Y nos encontramos con una verdadera sorpresa ante esta
interrogante.
¡Nada!.
Y si, siendo Israel el pueblo
que Dios Padre escogió personal y expresamente, tal y como
nos lo jura la Biblia, y nosotros nos enteramos, y está
documentado, que durante la Segunda Guerra
Mundial recibió el pueblo israelita el más
horroroso de los suplicios de parte de los nazis, será
cosa para tomarlo muy en cuenta si nos comparamos con los
verdaderos hijos de Yahvé.
Allí, cuentan los documentos y los
testimonios personales de los que sufrieron y vieron los horrores
que les hicieron a los hebreos, ellos, los judíos,
imploraban, rogaban y se sofocaron pidiendo la
intervención del Dios de sus padres; cientos de miles de
seres humanos, niños y ancianos, oraron pidiendo que su
Dios particular, ese mismo Dios de las Sagradas Escrituras, el
Dios de Abraham, de Moisés, de Isaías,
Jeremías, Salomón, de David, y el Padre de
Jesucristo –como hoy lo toman millones de incautos- parara
la continuada masacre que experimentaban en los campos de
concentración.
¿Cuántas gargantas, antes de morir
salvajemente ahogadas, envenenadas, quemadas o por cualquier otro
de los métodos
nazis, no fue su último hálito y palabras un grito
desgarrador y desesperado pidiendo que su Dios los ayudara tal y
como el Libro Sagrado les relataba hizo en otras oportunidades
con sus ascendientes?.
Si ese fue el cruel comportamiento
de Dios Padre con su propio pueblo santo de Israel
¡qué no nos esperará a nosotros simples
metidos y arrimados adentro del Dios de la Biblia!.
No hay que olvidarnos que fueron más de seis
millones de judíos, parte del pueblo muy amado y escogido
por Yahvé, los que fueron tremendamente masacrados y
cobardemente asesinados; pero eso sí bajo los amorosos y
bondadosos ojos de Dios.
Por eso nos preguntábamos ¿será
posible que con nosotros, que no somos ni por asomo parte del
pueblo escogido, podrá Dios Padre ser
diferente?.
¿Se nos dará otro trato un poco más
gentil y amable?.
¡Cuál es la poderosísima
razón que nos hace seguir tan ciegamente orando, pidiendo
y suplicando la intervención del Dios bíblico y
practicando los rituales, dogmas y demás payasadas que la
Religión nos ha impuesto!.
Sólo hemos visto un Dios mudo, ciego y sordo
que se esconde, que a la voz del creyente no responde, si en
su altar no hay encaje y oropel.
Basta con ver a nuestro derredor para enfrentarnos con
el mundo real en el que vivimos.
Ahora bien, que hay gente sincera que piense en los
milagros que Dios le mandó después de orarle,
sí, las hay y en eso se queda; puesto que la inmensa
mayoría de los miles de pedigüeños no ha
recibido nada más a cambio de sus
oraciones que grandes frustraciones por no obtener nada de lo que
han pedido.
Pero nos falta ver lo peor.
No se crean.
Nos dicen los líderes y dirigentes religiosos que
no recibimos nada a cambio porque no oramos con fe, que porque
somos malos y pecadores a los ojos de Dios y por lo tanto el Dios
bondadoso no nos concede nada de lo que pedimos.
Muy bien.
Para taparles la boca a cada uno de los guías
espirituales, llámense curas, sacerdotes, pastores,
obispos o papas, sólo basta con hacer un pequeño
paso y que nos traslademos al Nuevo Testamento, busquemos en el
Evangelio de Mateo en 7:7 al 11 para que leamos, asombrados, la
verdad de lo que siempre ha sido la oración y peticiones a
Dios.
Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe;
y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
¿O qué hombre entre vosotros, que si su hijo le
pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, le
dará una serpiente?. Pues si vosotros, aun siendo malos,
sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos
¿cuánto más vuestro Padre que está en
los cielos dará cosas buenas a los que le
pidan?.
Muy bien.
¿Por donde empezamos?.
¿Lo hacemos burlándonos, riéndonos?
O ¡llorando por el desengaño brutal!.
¡Y además aceptando, pues no hay de otra,
que Jesús nos mintió de manera
flagrante!.
O seremos capaces de exculpar al ingenuo de Jesucristo,
por repetir como loro una máxima fuera de la realidad,
producto de la
excitación que provoca la arenga política.
Pero releamos un poco más despacio y
concienzudamente meditado todo el alcance de la nada despreciable
oferta que nos
hace Nuestro Señor Jesucristo.
Porque una cosa es lo que realmente vemos,
experimentamos y compartimos en la vida diaria, diferente a la
demagogia politiquera de Jesús.
El Maestro nos está prometiendo algo
sólidamente concreto y
seguro de
obtener.
Pero a ojo de buen cubero más parece como que nos
habla un demagogo de la más baja calaña, aunque no
hay demagogo que no lo sea, pues su promesa central lejos de
cumplirse por parte de Nuestro Padre que está en los
cielos, y nunca ha sido realidad para nadie en estos más
de dos mil años de cristiandad, nos tienen enredados en
una enmarañada problemática mental, emocional y
hasta energética.
¿Qué es lo que nos promete y asegura
Jesús?.
Nos refiere Mateo que el Maestro enseñó la
Regla de Oro de la
Oración y sin ninguna (¡léase bien!) SIN
NINGUNA CONDICIÓN pedida por el Dios bíblico que
los seres humanos pedigüeños tuviéramos que
cumplir para ser merecedores de cualquier cosa que le
pidiéramos a Nuestro Padre.
En ningún momento se nos piden condiciones como
tener fe, ser buenos con nuestros semejantes, practicar una
determinada religión, no pecar, cumplir con los
mandamientos, asistir a la iglesia, respetar y ayudar a
sacerdotes, mojes, pastores o líder espiritual alguno, o
que ayunemos, rezar plegarias, adorar y venerar imágenes o
santos, que tengamos que aceptar y adorar a una lejana,
hipotética y enfermiza Santísima Trinidad o
aún a la Madre de Dios.
¡Nada de eso!.
Y nada de otras locuras y pantomimas, como las que nos
han impuesto los que se dicen representantes del Dios
bíblico, que de su perversa boca ha salido todo lo que se
nos pide que tenemos que hacer como condicionantes para recibir
cualquier cosa que le pidamos a Nuestro Señor.
¡Qué diferente!.
¿No es verdad?.
El engañado y mentiroso Jesús, porque se
atrevió a lanzar una promesa falsa que nunca se ha
cumplido, nos deja este compromiso con una seguridad y
propiedad tal
que no hay duda que a su vez él fue un engañado
más.
Y sin ir muy lejos, el propio Jesucristo murió
vilmente engatusado por su Padre, como lo iremos comprobando en
estas tan ilustrativas páginas.
Pues bien, como estábamos diciendo, el
engañado y mentiroso de Jesús en sencillas,
comprensibles y muy claras palabras nos promete y nos asegura que
cualquier (¡óigase y léase bien!)
cualquier ser humano, (no importa raza, condición
socio económica, nacionalidad,
ideas políticas, comportamiento bueno, regular o malo,
género
y mucho menos importa la creencia religiosa) cualquiera
(nos deja dicho Nuestro Señor Jesucristo) que pida, se
le dará. Cualquiera que busque (nos repite el Maestro)
hallará. Porque todo aquel que pida, recibirá; y
el que busca, hallará; y el que llama, se le
abrirá.
Hagamos una pequeña pausa por
acá.
Tampoco se nos ha puesto ni limitación ni
condición sobre lo que podemos pedir.
Cualquier deseo, bueno o malo, eso no importa,
según la promesa de Jesús, será una realidad
palpable y gozable para el pedigüeño.
O sea que, por más descabellado que pueda
parecernos lo que ansiemos, nos dice Mateo, ¡Dios Padre nos
lo concederá!.
Y nos volvemos a encontrar con otra de las falsedades, a
todas luces visible, sobre una promesa del Dios bíblico,
mejor dicho sobre otra de la muchas promesas de Yahvé, que
nunca se han cumplido ¡ni se cumplirán!.
¿Continúa engañado vilmente
Jesús?.
Pero si Dios Nuestro Señor engaña a su
hijo muy amado en quien tiene gran complacencia
¿qué diablos esperamos nosotros que al parecer no
somos ni hijos bastardos ni hijastros del Yahvé sangriento
y criminal, el Padre de Jesús?.
Y para rematar con broche de oro nos dice el Maestro:
Pues si vosotros, aún siendo malos, sabéis dar
buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto
más vuestro Padre que está en los cielos
dará cosas buenas a los que le pidan?.
Primero que nada apuntemos la gran contradicción
que Jesús afirma sucederá.
Y veamos que él nos dice que el Dios
bíblico es vuestro Padre que está en los
cielos, refiriéndose, sin duda, a que el Dios de la
Religión Cristiana, y de todas sus interpretaciones, es
Padre de todos los seres humanos en general.
¿En qué quedamos por fin?.
¿Es Jesús el Hijo Unigénito de Dios
Padre o es otro simple hijo de Yahvé?.
¿Y por qué él mismo se contradice
al afirmar ser Hijo del Hombre?.
Y, si todos somos hijos de Dios Padre, incluyendo a
Jesucristo como otro más sin ningún atributo
especial, no digamos divino y menos que sea la Segunda Persona de
la Santísima Trinidad, entonces ¿en qué
papel quedan los delirantes líderes religiosos que han
vociferado por siglos que Jesús es el Hijo
Unigénito de Dios?.
Por cualquiera de las dos opciones por la que nos
decidamos creer, es decir por la de Hijo Unigénito, o un
hijo más como cualquiera de nosotros, simples pecadores,
Jesús queda muy, pero muy mal parado.
Y peor quedan, por haberlos desenmascarado y
desacreditado, la Iglesia, la Religión Cristiana y sus
miles de sectas y denominaciones, así como sus mentirosos
y difamadores sacerdotes, pastores, monjes, monjas y hasta los
mal llamados Primeros Padres de la Iglesia.
Ahora sí podemos retomar el hilo de lo que
teníamos.
Nos habíamos quedado comentando el
versículo 11, el cual leeremos nuevamente para
comentarlo.
Pues si vosotros, aún siendo malos,
sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos
¿cuánto más vuestro Padre que está en
los cielos dará cosas buenas a los que le
pidan?.
¡Agarrémonos fuertemente ante
esto!.
¿Qué les parece?.
Jesús afirma la maldad innata en el ser humano y
además nos dice que esa maldad no importa.
Esta frase es sumamente elocuente pues si vosotros,
aún siendo malos, sabéis dar buenas dádivas
a vuestros hijos, hay que recordar el lugar en el que estaba
Jesús diciéndola.
Él, Nuestro Señor, se está
dirigiendo a una multitud que le había seguido y se
encontraba dando su famoso Sermón del Monte, y no es
solamente a sus discípulos que les habla de esa manera; es
a una muchedumbre en donde muchos de ellos son, como eran las
características de esa población, supersticiosos, religiosos y en
fin de todas las denominaciones habidas y por haber.
Y es a esa amalgama de seres humanos a quienes va
dirigido el mensaje y el reconocimiento antes
apuntado.
Jesús usa un ejemplo para que entiendan la gran
bondad de Dios y les dice que cualquier cosa que se le pida El se
las concederá; y para que comprendan todo el alcance de la
propuesta les pone el ejemplo clásico de cualquier padre
de familia.
Y tiene sobrada razón el Maestro cuando hace esta
muy buena comparación entre un hombre común y
corriente, padre de familia naturalmente malo y pecador que,
incapaz, aún y a pesar de su maldad comprobada por Dios,
de darles piedras en vez de pan a sus hijitos, o menos de
hacerlos merecedores de algún cruel castigo degenerado
como sería el de quemarlos.
Y si como nos dice el Evangelio vuestro Padre que
está en los cielos sólo cosas buenas os
dará ¿a quién se le ocurrió la
inmunda idea que Dios nos mandará al Fuego Eterno del
Infierno por ser malos y pecadores?.
Si Jesús nos advierte que no importa lo malo que
seamos ni qué clase de pecados o calidad de los
mismos hayamos o estemos cometiendo y a pesar de eso nada cruel o
inhumano nos pasará, habrá que tomarlo como
cierto.
Suponemos que Dios, el que todo lo sabe, debe saber, al
igual que Jesús, que el hombre es malo por naturaleza y
que tal maldad está íntimamente adentro del mismo y
sí a Él no le importan tales pecadillos del ser
humano como para mandarnos y hacernos realidad cualquier cosa que
le pidamos, es menester preguntarnos ¿en dónde
están esas maravillas y deseos por nosotros
implorados?.
Y planteamos esta pregunta pues son los que se dicen
representantes de la divinidad cristiana los que, para empezar,
nos dicen otra cosa muy distinta a la promesa de Dios
Padre.
Son los sacerdotes y pastores, de las diferentes
denominaciones cristianas, los que nos han amenazado con los
fuegos eternos del Infierno, y son ellos los que atemorizan a
millones de sus fieles creyentes con las más aberrantes
maldades divinas.
¡Qué contrasentido más grande
éste!.
Si Jesucristo en persona se compromete, y deja
comprometido a su Padre, y nos asegura que sólo cosas
buenas nos vendrán de nuestras peticiones y oraciones, y
si la gran inmensa mayoría de los pedigüeños
nunca han recibido nada de eso, habrá que empezar a ver
las cosas con otros ojos.
¿No les parece?.
Pero los borregos cristianizados continúan en el
fatal círculo vicioso del engaño y de la estafa
continuada que de ellos realizan los líderes y dirigentes
espirituales.
Y debemos insistir.
¿Por qué Dios Padre no respondió,
ni ha respondido hasta el día de hoy, a las miles y miles
de peticiones, plegarias y oraciones hechas por los cristianos;
unos de ellos malos, pecadores y otros buenos?.
¡Por qué seguimos en la miseria, violencia,
brutalidad y pobreza
todavía!.
¿No será que tenemos confundidos los
conceptos de bueno y malo y que lo que hemos creído malo
es lo bueno para Dios y que miserias, violencia, hambre,
brutalidades, asesinatos y tiranías son esas cosas
buenas que Jesús nos promete nos serían dadas
por el Padre?.
¿Qué diablos significa eso de Dios les
dará sólo cosas buenas a los que le
pidan?.
¿Acaso es que los que no han pedido nada a Dios
son los que tienen tan jodidos a los demás borregos que
sí piden y suplican por su bienestar?.
Y resulta muy extraño que del dicho, que leemos
en este versículo 11, se desprenda una muy singular
pregunta.
¿Qué sucede con aquellos que nada piden a
Dios Padre?.
¿Lo sabrá alguno de nuestros tan listos
curas o pastores?.
Resumiendo lo que hemos analizado no hay otra
conclusión más que una.
Y es que de nada ha servido, ni ha valido la pena, la
oración o peticiones que hemos elevado a Yahvé de
los Ejércitos.
Continuamos, una gran inmensa mayoría, sumidos en
la peor de las desgracias, en miserias y en una hambruna sin
precedentes.
Seguimos en guerras y devastación.
¡En dónde están las cosas buenas que
Jesús nos prometió se nos darían por parte
de su Padre que está en los cielos!.
¡En dónde que no se miran!.
Al contrario, hay muchas más cosas malas que nos
rodean, y que se siguen apoderando de nosotros, que las pocas
buenas que poco a poco se van esfumando.
¿Quién miente y quién es el
falso?.
¿Jesús o Yahvé Saboat?.
¿Jesucristo por prometernos una demagógica
ilusión cuando nos asegura pedid y se os
dará?.
¡O Yahvé de los Ejércitos, el Padre
Nuestro, por no cumplir con la palabra que su Hijo Único
nos dejó empeñada!.
Más bien parece que Jesús no fue
más que un simple instrumento del siempre cruel,
degenerado y violento diosesito bíblico.
¿Qué pensarán los miles y miles de
seguidores de Jesucristo ante tamaña tomadura de pelo que
éste les diera?.
Sin importar, por supuesto, que a su vez Yahvé le
haya tomado el pelo y haya traicionado a su propio Hijo
Unigénito.
Y esto es otra cosa grave.
¿Quedó Jesús como un títere,
o simplemente como un ingenuo más, y tonto útil,
del siempre malo Padre Eterno?.
Pero es interesante observar el convencimiento, y la
propiedad, con la que Jesucristo deja su mensaje, pues
allí, no hay reflejo de ninguna duda que Yahvé, su
Padre, cumpliría con darnos todo cuanto
pidiéramos.
¿Qué no le habrá prometido a
Jesús para convencerlo, y hacer de él, un
cándido y maleable mamarracho que, inclusive, se
dejó sacrificar tan brutalmente en la oprobiosa
cruz?.
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