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Perón Vs Perón – La construcción simbólica del adversario político en el discurso peronista: elecciones presidenciales 2003 (página 2)




Enviado por Mat�as Marini



Partes: 1, 2, 3, 4

En aquella entrevista
como caudillo provincial, Menem recuperaba
claramente los ejes discursivos centrales del peronismo
histórico: la patria, la lucha contra el imperialismo
estadounidense, los liberales ("apátridas"), la
búsqueda continua de la soberanía política, la independencia
económica y la justicia
social. En los últimos meses del gobierno de
Alfonsín el peronismo acusó al radicalismo por las
privatizaciones de empresas
estatales que tenían a Rodolfo Terragno como
impulsor.

1.2. Breve historial discursivo y mediático
del peronismo

En el plano del enunciado, de los contenidos del
discurso,
resulta complejo identificar las constantes o establecer los
patrones del peronismo a lo largo de sus cambios en la historia del siglo XX. La
mutación de las condiciones económicas tanto
locales como internacionales ha hecho que los cuatro gobiernos
peronistas (1946-55, 1973-74 y 1989-99 y 2002-) adaptaran sus
políticas de gobierno de acuerdo a la
posición de poder de otros
actores socio-económicos con gran injerencia en el campo
político: los sindicatos (la
Confederación General del Trabajo), los
industriales (la Unión Industrial Argentina), el sector
rural (la Sociedad Rural
Argentina), la economía regional y
mundial (incluidos los organismos internacionales de crédito) y los medios de
comunicación. En este sentido, los discursos
políticos del peronismo han variado en relación con
las condiciones de producción
.

Sin desdibujar completamente su identidad
comunicativa ante la sociedad, el peronismo ha logrado mantener
en el tiempo un
importante sector de votantes cautivos o tradicionales, a pesar
de condiciones económicas que en los años noventa
empobrecieron objetivamente al sector social beneficiario del
peronismo histórico (la clase
trabajadora y de menores recursos). Como
indica Ricardo Sidicaro,

"En los años 90, cuando la gestión peronista en lugar de distribuir
beneficios sociales realizó políticas que
condujeron al retroceso de la situación económica
de los sectores populares, no declinaron de manera notoria los
votos por el oficialismo provenientes de la parte de la
ciudadanía de menores recursos. […] el
decenio de Menem planteó una constatación: con su
sufragio por
el peronismo los individuos pertenecientes a los medios
populares expresan conductas electorales tradicionales que no
se veían modificadas en términos cuantitativos
por la pérdida de los niveles de bienestar, ya que en
esos años, […] el gobierno les quitó ingresos,
ocupación, salud y educación" (Sidicaro, 2002:
244).

Este fenómeno explica quizá la habilidad
comunicativa del peronismo (sumado a su importante aparato
partidario) para mantener su imagen primigenia
de movimiento
político garante de la justicia social contra la inequidad
generada por la connivencia entre el Estado y un
sector de privilegiado de poder social. El peronismo ha
readaptado sus tácticas discursivas de acuerdo con las
posiciones relativas que en el campo político ocuparon los
actores arriba mencionados. Cada nuevo contexto ha ido dibujando
en el horizonte político del peronismo otros adversarios,
otros enemigos. En 1982 la Comisión Económica del
Partido Justicialista presentó un texto
prologado por Antonio Cafiero en el que se lee:

"La visión liberal del Estado tiende a
contenerlo en un mínimo de acción neutralizándolo con
respecto a las tensiones que existen en la sociedad […].
La concepción justicialista del Estado abandona
la neutralidad liberal, que es intervención a favor de
los poderosos, y participa […] en las cuestiones sociales,
económicas y culturales, como poder supletivo e
integrador" [el destacado es nuestro] (en Sidicaro
op. cit.: 149).

Siguiendo similar línea discursiva, en 1986,
mientras gobernaba la provincia de La Rioja, el entonces
precandidato presidencial por el peronismo, Carlos Menem,
declaraba ante la prensa sus ideas
y proyectos para la
Argentina. Entrevistado por Gustavo Beliz, quien luego
sería su ministro del Interior, Menem respondió
[las preguntas del periodista se destacan en
cursiva
]:

  • "¿Que propone de distinto el
    peronismo
    ?
  • Un diverso tratamiento de la deuda
    externa, una actitud
    auténticamente soberana que debe traducirse, por
    ejemplo, en la nacionalización del comercio
    exterior y de los depósitos bancarios.
  • Me imagino la cara de un liberal al escuchar
    esto… Y la de muchos compañeros suyos, a los que ni
    se les ocurre proponer medidas así.
  • Sí, porque desgraciadamente el liberalismo y el vaciamiento ideológico
    son algo que también está muy cerca de nuestro
    movimiento. […] Nosotros tenemos una mayor
    concepción social de la economía. [Los
    radicales
    ] piensan que eliminar la inflación es la
    panacea, y ni siquiera reparan que cualquier proceso de
    desarrollo
    presenta como condición ineludible una
    inflación del 60 por ciento anual promedio
    . Los
    liberales la hacen bien: cuando son gobierno destruyen el rol
    del Estado, con la excusa de achicarlo. Cuando son
    oposición tiene tela para cortar: se quejan de lo mal
    que funciona el Estado.
    Así arruinaron YPF, por ejemplo. La sociedad necesita
    una guía fuerte, y eso no puede surgir sin un
    Estado fuerte
    . Lo contrario implica caer en una de las
    grandes zonceras argentinas: `achicar el Estado es agrandar
    la Nación.´ Los militares, con este
    eslogan, destruyeron la Nación y el Estado. […] Algunos
    solucionan todo muy fácil: quieren privatizar empresas
    y racionalizar cien mil empleados públicos. No piensan
    en el costo
    social de semejante operación, en la desocupación que eso generaría"
    [el destacado es nuestro].

 

Por entonces, el senador Eduardo Menem aseguraba
que

"La soberanía nacional no se
vende
, no tiene precio, no
se enajena, ni se la debe poner en peligro […] ¿Por
qué buscamos afuera lo que podemos tener en nuestro
país? El justicialismo no les ha puesto ni les
pondrá jamás una bandera de remate (a esas
empresas) porque está en juego la
soberanía del Estado" [el destacado es
nuestro
] (citado en Sebreli, 2002: 421).

Una vez a cargo del Poder
Ejecutivo Nacional, Carlos Menem supo adaptarse a un contexto
local e internacional que no ofrecía demasiado margen para
el proyecto
nacionalista que propugnaba. En su gestión se privatizaron
gran parte de los activos del
Estado, la deuda externa creció a niveles más
elevados que durante la última dictadura militar
con motivo del financiamiento
para mantener el modelo de
Convertibilidad, y el crecimiento de la desocupación
alcanzó índices históricos. Los costos sociales
del modelo conducido por Menem fueron tan drásticos como
el liberalismo que criticó en su tiempo de
gobernador.

Con marcadas modificaciones a los que habían sido
los postulados del peronismo histórico, el nuevo rumbo de
la economía impreso por Menem-Cavallo

"llevó hasta sus últimas consecuencias
las políticas de apertura y desregulación
económica ensayadas desde 1975. Se liberaron los
precios,
[…] se liberó casi por completo la importación, y en la misma medida se
eliminó la promoción industrial. El estado
renunció a toda regulación sobre el mercado
financiero. La nueva política alcanzó
también al mercado laboral: se
avanzó en la flexibilización de los contratos de
trabajo, al tiempo que se reglamentaba restrictivamente el
derecho de huelga y se
reducía la capacidad de negociación de las grandes organizaciones
sindicales" (Romero, 1994: pp. 368, 369).

Según observó el sociólogo Victor
Armony de la Universidad de
Quebec en Montreal,

"el fenómeno Menem resulta difícil de
comprender: se trata de un presidente que fue elegido por sus
promesas populistas y nacionalistas (plenos empleo,
proteccionismo y salariazo), que aplicó medidas
diametralmente opuestas a su plataforma partidaria (privatización, desregulación,
apertura de los mercados) y
que fue recompensado por el electorado, no sólo una,
sino varias veces" (2002:326).

A la luz de la citada
entrevista y la posterior acción política de Menem
es dable sostener que todo discurso construye, según las
condiciones del campo político en que opera, al menos tres
"entidades" enunciativas: la imagen del que habla (el
enunciador), la figura del opositor (el otro) y la imagen de
aquél a quien se habla (el destinatario o perceptor). En
el contexto del acto de enunciación se configuran
entonces estas dos entidades del imaginario (enunciador y
perceptor), las imágenes
de la fuente y del destino del mensaje elaborado por el discurso
político. El lenguaje
(aquí el discurso político) construye la imagen de
las personas que lo utilizan.

Esta distinción permite que, en diferentes
momentos, el emisor/enunciador (sea éste partido
político –institución- o individuo)
pueda construir imágenes diferentes de sí mismo
(Sigal y Verón, op. cit.: 23). Este ha sido el caso
de Menem en particular, y del peronismo en general.
Recuérdese que según las palabras del peronista
Antonio Cafiero "la concepción justicialista del
Estado abandona la neutralidad liberal". El rol del Estado
durante la gestión de Menem, ¿fue entonces la
negación del justicialismo o un indicio de cómo los
discursos se adaptan a las variables del
campo político dado? ¿Fue acaso una muestra de la
imposibilidad teórica de definir al peronismo como
ideología?

La importancia de los medios de comunicación en el campo político se
explica en gran parte por el modo en que la progresiva
mediatización de la sociedad imprime cambios en la
estrategia
comunicativa de los actores políticos.

En este sentido, la investigación de los discursos sociales y
políticos resulta concomitante con la investigación
de los procesos de
mediatización de las sociedades. La
presencia de los medios forma parte de las estrategias de
los actores políticos para definir sus posiciones desde el
discurso. Los medios son soportes discursivos. El estudio
de la posición discursiva de los actores dentro del campo
político guarda correspondencia con el modo en que
éste es afectado por la evolución de los soportes mediáticos (Sigal y Verón, op.
cit.
: 11). Al decir de Jesús
Martín-Barbero:

"Más que a sustituir, la mediación
televisiva o radial ha entrado a constituir, a hacer
parte de la trama de los discursos y de la acción
política misma, ya que lo que esa mediación
produce es la densificación de las dimensiones
simbólicas, rituales y teatrales que siempre tuvo la
política. […] En los medios se hace, y no
sólo se dice, la política" (2002:
314).

1.2.1. Perón, el
enunciador absoluto

La aparición del fenómeno peronista en la
arena política argentina coincidió temporalmente
con el auge del paradigma de
masas en los estudios internacionales de la
comunicación. La hipótesis de la Aguja Hipodérmica (o
Bala Mágica) intentó demostrar cómo el
Estado podía disponer de un monolítico dispositivo
comunicativo para diseñar sus mensajes masivos con
pretensiones de lograr un efecto uniforme sobre todos los
receptores.

El paradigma de masas coincide con la figura de grandes
líderes políticos que aparecían como
emisores únicos y enunciadores totales que
construían sus imágenes gracias a la ausente
descentralización del sistema de
medios de
comunicación masiva. Desde la psicología, fue el
conductismo el
soporte para explicar la relación directamente
proporcional del estímulo-respuesta, mensaje-efecto, en
los discursos de masas.

Gran parte de la vida política del movimiento
peronista se desarrolló en torno de la
persona de un
líder
político que hizo de su figura la de un enunciador
absoluto capaz de encarnar y representar colectivos abstractos
como Patria, Pueblo y Trabajadores. Juan Domingo
Perón construyó una performance de
político radial, de hombre de
radio
caracterizado por extensas alocuciones admonitorias posibles
gracias a un sistema estatal de medios de comunicación con
protagonismo de la radiofonía. Si bien hizo su
aparición tecnológica en el primer gobierno
peronista, la
televisión como soporte de la llamada
videopolítica adquirió su rol central
más tarde, en la década del ochenta, sobre todo a
partir de la campaña del radical Raúl
Alfonsín y la llegada de profesionales de la
comunicación en la gestión de las campañas
(entre ellos, el fallecido David Ratto y el publicista Gabriel
Dreyfus).

La personalización del discurso no fue
sólo patrimonio
exclusivo del rasgo carismático del propio Perón
(siguiendo, en este caso, los ítems estudiados por
Max Weber como
el atractivo personal, las
conductas que satisfacen demandas colectivas, las proezas
particulares, etcétera), sino también de su
capacidad discursiva para encarnar colectivos abstractos que los
peronistas destinatarios del mensaje identificarían
sólo con su presencia (nosotros los peronistas,
nosotros los argentinos, nosotros los
trabajadores
).

El lenguaje
político de Perón tuvo la capacidad de ampliar el
concepto de
ciudadanía más allá de los derechosvico-políticos para incorporar su
dimensión socio-económica, los llamados derechos de
tercera generación. A partir de allí, le
otorgó al obrero conciencia de
grupo, de
clase, y no ya de individuo atomizado y aislado.

"Perón les habló como a una fuerza
social cuya organización y vigor propios eran vitales
para que él pudiera afirmar con éxito, en el plano del Estado, los
derechos de ellos. Él era su vocero, y sólo
podía tener éxito en la medida en que ellos se
unieran y organizaran. Continuamente subrayó
Perón la fragilidad de los individuos y lo arbitrario
del destino humano, y por lo tanto la necesidad de los
trabajadores de depender solamente de su propia voluntad para
materializar sus derechos" (James, 1990: 32).

El liderazgo
político de Perón cumplió el rol de un
operador de mecanismos constructores de relaciones sociales: con
sus adversarios, con sus adherentes, con entidades abstractas o
imaginarias. Un liderazgo comunicativo que logró operar
desde el discurso la idea de alianzas sociales entre sectores
diversos, estrategia que fue retomada por Carlos Menem y su
consenso social gracias a los efectos reales y simbólicos
de la Convertibilidad.

El control que el
primer gobierno peronista (1946-1955) ejerció sobre la
prensa le permitió gozar de una relación
privilegiada con las masas obreras que constituyeron la primera
base social de este movimiento que Perón supo crear desde
sus tres cargos durante el gobierno de Edelmiro Julián
Farrell.

La novedad, el acontecimiento, incurría por
entonces en la definición incluida en el marco conceptual,
donde se expone cómo la construcción de la noticia supo ser un
proceso regulado por el Estado para evitar cambios en el statu
quo
o una merma de la autoridad y
poder político. La circulación de la información puede amenazar a los poderes
constituidos. "La preparación de la opinión
pública de un país soberano es parte de la
soberanía que ejerce el gobierno y no puede cederla al
extranjero sin verse incurso en el delito de alta
traición", afirmó Perón (Sirvén,
1984: 15).

El complemento de la presencia lejana, casi
mística del líder en sus apariciones radiales y
gráficas, fue la búsqueda por
utilizar a los géneros radiofónicos como herramientas
de cohesión social. Así, el radio teatro, cuyos
guiones eran supervisados por el gobierno con la concurrencia de
artistas relevantes como Enrique Santos Discepolo, fueron un
invalorable instrumento de socialización política. En cada
entrega o capítulo, las historias retrataban de modo
maniqueo las relaciones entre la clase trabajadora, de pocos
recursos, y el grupo social adinerado, históricamente
favorecido por el Estado anterior al peronismo, según
definió el mismo Perón.

El nuevo Estado peronista venía a desmantelar la
injusticia social y a balancear las estructuras
sociales de poder. A través de los medios, el peronismo
fue dando vida a sus históricos interlocutores
válidos, tanto positivos como negativos. En aquel contexto
fueron apareciendo los descamisados, la
oligarquía, los políticos, el
imperialismo (este último colectivo fue en un
momento identificado comunicativamente de modo singular en la
figura del ex embajador estadounidense Spruille Braden, acusado
por Perón de resumir todos los males augurados por la
oposición).

1.2.2. Comunicar desde el exilio

Durante los diecisiete años y medio de exilio de
Perón se da en la Argentina uno de los pocos casos en el
mundo de un líder que protagoniza la vida política
de una nación estando ausente de los medios de
comunicación, al contrario del período 1946-1955.
La ausencia de Perón entre los años 1955 y 1973
hizo desaparecer del espacio público el acto de
enunciación
, entendido como la presencia
corpórea identificable del emisor del mensaje.

Al amparo de la
distancia física
de Perón, se multiplicaron los enunciadores
políticos que pugnaban por la legitimidad como portadores
de la palabra oficial del líder radicado en Venezuela y
finalmente en España. Se
potenciaron los líderes políticos del peronismo
provincial y las ramas sindicales, se gestaron el vandorismo, las
misivas de John William Cooke desde Cuba y,
más tarde, la Juventud
Peronista y Montoneros.

En el exilio la palabra de Perón ya no
podía ser pública (decretos de las dictaduras
prohibían que se lo nombrara explícitamente), a
diferencia de la suerte de monopolio que
durante su gestión presidencial había logrado
gestar para sostener su comunicación gubernamental.
Aquí se produjo el primer desfase entre el acto de
enunciación y el acto de recepción que, en el
discurso de Perón, se habían caracterizado por
haber coincidido temporalmente.

El acto de enunciación del líder,
otrora delimitado en un tiempo y un espacio, se tornó
impreciso. La enunciación pública del peronismo de
la proscripción fue por momentos inequívoca,
ambigua y hasta ilegítima según los grupos que
buscaban el monopolio de la verdad en la reconstrucción
discursiva del movimiento político. La anarquía de
representantes y enunciadores debilitó las posibilidades
de establecer un contrato de veredicción desde el
discurso político. "Una de las propiedades fundamentales
de todo discurso político, el de ser enunciado
necesariamente desde una posición de verdad, es
constantemente puesto en jaque en la situación de
circulación de cartas o
instrucciones: cada enunciación puede ser verdadera o no
serlo" (Sigal y Verón, op. cit.: 119).

En aquel estadio de desordenado flujo comunicativo cada
sector del peronismo creyó ver en Perón un gesto de
aprobación o consentimiento para su acción
política. El regreso del líder al país
ofreció como corolario una masacre entre peronistas por
lograr un lugar de preponderancia en un movimiento que en sus 18
años de proscripción gestó diferentes y
hasta por momentos antitéticos proyectos políticos.
¿Fue aquélla una táctica comunicativa de
Perón para mantener el liderazgo del movimiento,
según la máxima maquiavélica "divide y
reinarás"? ¿Se debió a la imposibilidad de
designar un interlocutor válido en Argentina y supletorio
de Perón? ¿Fue una errónea interpretación de los llamados
"auténticos representantes" de los sectores
enfrentados?

Históricamente, los intentos de construir un
"peronismo sin Perón", como el encarado por el
sindicalista metalúrgico Augusto Timoteo Vandor en la
década del ’60, fueron abortados en poco tiempo.
Presente o ausente en la escena nacional, la figura del
líder rigió verticalmente las acciones del
movimiento. Tan rica en significados fue la verba de Perón
que en cada intervención discursiva cada una de sus
palabras podían interpretarse como justificativo e impulso
para grupos peronistas antagónicos. "Elevó el
ejercicio de la ambigüedad hasta una forma
artística", escribió Joseph Page, biógrafo
de Perón (Sebreli, op. cit., 235). Tendencias de
izquierda y derecha tenían por referente al mismo
líder que ampliaba la base de su movimiento a fuerza de
desatar pugnas intestinas que pusieron en riesgo el control
y la unidad de la militancia.

"Cuando se hacen dos bandos peronistas, yo hago el
Padre Eterno: los tengo que arreglar a los dos. Yo no
puedo meterme a favor de uno o del otro, aunque alguien tenga
razón. A mí solamente me interesa que no se
dividan […] Por eso, en mi función de
conductor superior, si me embanderase pasaría a meterme en
la conducción táctica" (Conducción
política
, en clase del 12.04.1951, citado en Feinmann,
1998: 42). Pero el Perón de 1973 retornó para
"descender" en la historia. Dejó de ser el
artífice, el gran demiurgo de un movimiento con varios
rostros, el conductor de todo el conjunto. Desde Ezeiza,
abandonó la estrategia para pasar a la
táctica. "La patria peronista" del sindicalismo y
los grupos de derecha; "la patria socialista" de los Montoneros.
Pero en su retorno, Perón abandona el conjunto y se acerca
desde su breve gobierno a la derecha peronista, en directo
enfrenamiento con el otro sector. Debilitado el mito gestado
desde Madrid, este
"segundo" Perón es una pieza, un instrumento más
del movimiento peronista, ya no su indiscutido
conductor.

1.2.3. Un giro copernicano: la impronta
menemista

Ante las elecciones de octubre de 1983, que significaban
el retorno a la democracia, el
peronismo se presenta como el partido mayoritario e invencible.
Era el primer proceso electoral luego de la muerte de
Perón, y el partido estaba presidido desde el exilio por
su viuda, María Estela Martínez (Isabel). Luego de
las pujas internas por determinar la fórmula presidencial,
y ante la ausencia (y el silencio) de Isabelita, se llegó
a la conclusión de que Italo Argentino Luder, ex
presidente interino en 1975, sería quien represente al
justicialismo en la transición hacia la democracia.
Apoyado por las 62 Organizaciones lideradas por el
metalúrgico Lorenzo Miguel, Luder le había ganado
la puja a Antonio Cafiero, uno de los líderes del
Movimiento de Unidad, Solidaridad y
Organización (MUSO). Su compañero de fórmula
fue Deolindo Bittel, compañero de Cafiero en el MUSO y
representante del partido en la Multipartidaria. El peronismo
continuaba su organización vertical y no realizaba
internas.

El PJ sentía seguro el triunfo
en las presidenciales. Luder había manifestado que "ser
candidato peronista es tener la certeza de ser presidente". Pero
el justicialismo habría hecho una mala lectura de la
realidad. Según Silvio Waisbord "el peronismo
todavía creía que las viejas identidades
políticas y culturales que lo convirtieron en el ganador
de cualquier batalla electoral durante cuatro décadas
estaban intactas" (Waisbord, 1995: 32). Pero esa misma confianza
en su poder de convocatoria le jugaría en contra. Al
respecto, Luder declaró más tarde:

"Intenté un discurso político dirigido a
todos los sectores sociales, pero reconozco, y se lo
decía a los justicialistas, que ellos hacían un
discurso dirigido a los peronistas, creyendo ingenuamente que
era suficiente. Yo les decía que estaban en un
triunfalismo ingenuo […]. La clientela política
habitual, una convocatoria a invocar las viejas lealtades no es
suficiente en una elección presidencial" (en Waisbord,
op. cit.: 30).

Pero esa confianza en la historia y en los
números de afiliación no fue suficiente, y
Raúl Alfonsín se impuso el 30 de octubre de 1983.
Esto significaba además un cambio en la
faz de la comunicación política. El peronismo,
que había mantenido la exclusividad de los actos en
espacios públicos, en torno a la figura de Perón y
basándose en la simbología de los rituales
oficiales del Día de la Lealtad y el Día de los
Trabajadores, perdió ese monopolio para compartirlo con
Alfonsín.

La televisión
y las técnicas
de marketing
comercial aplicadas al mensaje político no eran
herramientas reconocidas explícitamente por el peronismo.
Los sindicalistas creían que estos factores traicionaban
los principios del
partido.

Ellos aún priorizaban la relación directa
del líder político con las masas. Según la
opinión de Héctor Cámpora sobre su
elección presidencial en 1973: "La campaña del
Frente [Frente Justicialista de Liberación Nacional,
Frejuli
] fue única y las otras fuerzas
políticas quedaron en buena medida confinadas a los medios
de comunicación. Es que el peronismo había ganado
la calle, y no quedaba espacio para nadie más". En 1983 el
candidato Ítalo Luder hizo saber su desinterés por
la publicidad
profesional cuando dijo en un programa de
televisión que no tenía agencia y
que confiaba más en su fogoneada intuición de
político que en la destreza de los publicitarios (Borrini,
2003: 87, 105). El peronismo marcaba el desdén por los
medios de comunicación como herramienta de
comunicación política con la ciudadanía.
Este antecedente hacía que las relaciones entre
política y comunicación profesional nunca fueran
para el Partido Justicialista una cuestión de fácil
conciliación.

Sin embargo, en su mencionada campaña a
gobernador, Antonio Cafiero había convocado a varios
diseñadores y publicistas con el objeto de no dejar lugar
alguno para la improvisación y el azar. El grupo de
trabajo convocado rediseñó incluso el escudo
peronista, innovándolo, y estableció un modelo
similar de pintadas callejeras con el propósito de
unificar las acciones proselitistas del aparato
cafierista.

En estas elecciones a gobernador bonaerense de 1987 se
comenzó a hacer uso de la televisión y la
publicidad, en detrimento de la enunciación
pública
, característica del viejo peronismo. A
pesar de que Antonio Cafiero se impone al candidato radical Juan
Manuel Casella en Buenos Aires, los gremialistas defensores de la
tradición partidaria siguen mostrando desagrado hacia el
advenimiento de la videopolítica.

Pero la campaña presidencial de 1989,
protagonizada por Carlos Menem, conservó poco de los
elementos utilizados por Cafiero dos años atrás. El
candidato riojano otorgó privilegio a los contactos
personales por medio de recursos más artesanales como la
puesta en marcha por la vía pública del
Menemóvil, los masivas "ñoquiadas" (Borrini, op.
cit.
: pp. 188, 189) y las giras por el interior del
país montando caballos. Estos recursos proselitistas, que
en los hechos significaron un retroceso para la
comunicación profesional, permitieron la victoria de Menem
al adaptarse a la
personalidad del candidato y dada la situación de
extrema crisis
económica del país.

Aquella campaña presidencial del peronismo para
las elecciones de 1989 reforzó la práctica de
estrategias que tienen como objetivo
acercarse (no acercar) a los votantes. La apatía del
electorado hacia la clase política hace que éste se
aleje de las tareas proselitistas. De esta manera, los actos
públicos pierden protagonismo en beneficio de las
caravanas, en donde el candidato va hacia los votantes. El
justicialismo hizo la lectura del
electorado que no había hecho en 1983, donde la confianza
en su estructura
partidaria le jugó en contra. Notaron que había que
buscar a la gente en vez de convocarla a actos multitudinarios al
estilo de los rituales de Perón en espacios
públicos. Además, era necesario atraer a los votos
independientes, reacios a concurrir a mítines
partidarios.

Para pelear su reelección en 1995, Carlos Menem
evaluó la necesidad de acudir al asesoramiento profesional
para lo que contrató a la agencia Ayer
Vázquez.
En vísperas de las elecciones, una
propaganda con
la imagen del candidato con traje rezaba "No detengamos la
historia, Menem 1995", en referencia a la reforma del Estado
iniciada en su gestión y cuya segunda parte tendría
lugar en el siguiente período presidencial. Las
alternativas rupturistas, como la de
Bordón-Álvarez, no lograron hacer mella sobre
Menem, a pesar de la buena elección del Frente País
Solidario. Otro anuncio nominaba las obras públicas ya
terminadas (con sus respectivas imágenes, como la Ruta 40
a Esquel en la provincia de Chubut y la Ruta 234 de Pichi Traful
en Neuquén) y las proyectadas para el período
1995-1999.

Por su parte, la imagen que el radicalismo reflejaba en
la sociedad argentina de 1995 había quedado marcada por la
anticipada renuncia de Alfonsín a su mandato en 1989, la
escalada de la hiperinflación, el desorden civil de los
últimos meses de gobierno y la firma el 14 de noviembre de
1994 del llamado "Pacto de Olivos", acuerdo entre los dos
partidos tradicionales de la Argentina para reformar la Constitución Nacional, lo que
permitió la reelección de Menem, otorgó
autonomía a la ciudad de Buenos Aires,
creó el Consejo de la Magistratura, otorgó entidad
a los partidos
políticos y agregó un senador por
provincia.

Aquel acuerdo entre las fuerzas políticas
históricas del país difundió por doquier en
las pantallas la imagen del ex presidente y por entonces jefe de
la UCR, Raúl Alfonsín, junto a Carlos Menem
paseándose por los patios de la residencia presidencial de
Olivos, concertando los pormenores del pacto. El modelo
económico neoliberal de Menem había logrado
eliminar la inflación, un mal endémico de la
economía
argentina, fuertemente asociado a la imagen de
Alfonsín y su partido centenario. El considerable consenso
social y mediático suscitado por el Plan de
Convertibilidad que el 2 de abril 1991 puso en marcha el ex
ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo,
morigeró considerablemente la autoridad moral del
radicalismo como oposición y alternativa electoral. La UCR
dejaba por entonces de ser un interlocutor válido de la
sociedad para convertirse en el garante de la continuidad del
modelo económico de Carlos Menem. Su posición
contestataria la retomaría en 1997, con el impulso crucial
del Frepaso, liderado por Carlos "Chacho"
Álvarez.

La campaña de Duhalde en 1999 estuvo desgastada
por la contemporánea intención de Menem de obtener
su segunda reelección como presidente. Esto obligó
al bonaerense a retrasar el lanzamiento oficial de su
campaña y embarcarse en un extenso enfrentamiento judicial
y mediático con su ex compañero de fórmula
en 1989. El desorden del equipo de campaña se vio agravado
por el cambio de agencia publicitaria a mitad de camino. Duhalde
cambió a De Luca Publicidad y Equipos de Difusión
por el brasileño Duda Mendonça, ex asesor de la
triunfal campaña de Fernando Henrique Cardoso en Brasil y de
José Manuel de la Sota en Córdoba, cuando en
diciembre de 1997 logró quebrar quince años de
gobernación radical. Otro aporte internacional para el
bonaerense fue el del asesor James Carville, colaborador de Bill
Clinton, quien a mediados de 1998 le aconsejó la
convocatoria a un plebiscito en su provincia para asestar un duro
golpe a la intención reeleccionista de Menem. Entre los
colaboradores de la campaña de Duhalde estaba la
legisladora Cristina Fernández de Kirchner.

Cierta incoherencia del proselitismo duhaldista
tocó su punto más álgido cuando el candidato
buscó su posicionamiento
político mediante una embestida pública contra el
sector financiero, cuestionó los costos que el pago de la
deuda externa tenía sobre la recuperación
económica y abogó por la condonación de la
misma a los países más pobres. La embestida de
Duhalde contra el sistema, que la Alianza y De la Rúa
nunca cuestionaron durante su campaña,
provocó por parte del referente económico del
bonaerense, Jorge Remes Lenicov, continuas intervenciones
públicas para equilibrar el discurso político del
candidato, asegurando entonces "el compromiso del justicialismo
de honrar el pago de la deuda externa, mantener la
convertibilidad y respetar la política de privatizaciones,
para no desentonar con las promesas de la Alianza" (Borrini,
op. cit.: 194).

1.2.3.1. Menem presidente

A poco de asumir la Presidencia en 1989 y luego de haber
avanzado erráticamente en estrategias económicas
que no se consolidaban definitivamente, Carlos Menem
inició un gran proceso de privatización de empresas
estatales entre las que estaban los medios de
comunicación. Históricamente, el peronismo
había retenido para sí la gestión estatal de
los medios. En 1973 y por acción de José
López Rega las emisoras privatizadas por la gestión
de Pedro Eugenio Aramburu fueron re-estatizadas
compulsivamente.

Durante la
administración nacional de Menem, en cambio, la
libertad de
prensa conoció su época de mayor vigor en un
contexto democrático. Incluso la figura del desacato, que
penaba a periodistas que criticasen a las autoridades
políticas, fue derogada durante este período. Nunca
en la Argentina el periodismo y
los medios gozaron de tanta libertad para criticar y objetar las
acciones del poder político.

Este nuevo escenario mediático imprimió su
registro en el
campo político al alimentar una cultura de la
espectacularización de la política argentina en la
que el menemismo hizo un uso constante de los shows
televisivos y de figuras del mundo artístico como respaldo
propagandístico de su acción de gobierno. Respecto
de la profusa lógica
de la aparición mediática empleada por Carlos
Menem, el periodista Carlos Ulanovsky reseñó que el
ex mandatario

"hizo su campaña presidencial de 1989 como un
viejo caudillo: a caballo, con poncho y patillas, recorriendo
pueblo por pueblo todo el país. Pero después de
ganar las elecciones se convirtió en el gobernante
más mediático de todos. Bailó con
Mirtha Legrand y con la odalisca Fairuz, comió los
tallarines con Tato Bores, cantó con Susana
Giménez, jugó a todos los deportes y
publicitó todas las marcas.

"Condujo el programa Tiempo Nuevo, cuando al
periodista Bernardo Neustadt lo tuvieron que operar.

"Ubicó a Gerardo Sofovich a su diestra, como si
se tratara de un funcionario más. Modificó su
look para dar mejor en televisión.

"Los medios tienen para él tanto peso
político que los confunde con la oposición: cada
vez que puede arremete contra ellos sugiriendo cómo
tendrían que informar.

"Su último mensaje mediático fue:
‘Antes los políticos golpeaban las puertas de los
cuarteles, ahora golpean las de los canales de
televisión" (Ulanovsky, 1999: 92).

Progresivamente, el formato del discurso político
ha ido identificándose con el modelo propuesto por los
medios. Este acoplamiento estructural entre ambos activó,
según Martín-Barbero, dos dispositivos de
desfiguración de la política: el de la
espectacularización y el de la
sustitución:

"El primero vacía a la política de su
substancia: al predominar la forma sobre el fondo, el medio
sobre le mensaje, el discurso político se transforma en
puro gesto e imagen, capaces de provocar
reacciones –cambiar la intención de voto,
modificar súbitamente los porcentajes de
adhesión- pero no de alimentar la deliberación
[…]. Confundida con el discurso publicitario la palabra
del candidato es sometida a la fragmentación que impone
el medio […]. El segundo se desprende […] de la
hegemonía de la imagen sustituyendo la realidad:
[…] el política va interiorizando la
función comunicativa hasta vivir de la imagen que
proyecta más que de las ideas u objetivos
del partido que representa" (op. cit.:
312-313).

Carlos Menem logró desacralizar el espacio
político inaugurado por la figura conciliadora,
mística y siempre por encima de las internas del General
(como se escribió arriba, esta figura de Perón se
resquebrajó con su regreso en 1973 y su público
enfrentamiento con la izquierda del movimiento). Con su
inclusión en la lógica comunicativa de los medios
masivos, Menem reforzó la videopolítica y
terminó por secularizar la relación Estado-medios,
característica de los precedentes gobiernos
peronistas.

En el plano discursivo, Menem ya no se propuso encarnar
los abstractos absolutos y las entidades imaginarias del
discurso de Perón (la Patria, los Trabajadores, los
Argentinos, el Pueblo), incluso hasta se esforzó por
desarticular gran parte del imaginario simbólico del
peronismo histórico. Como analiza Juan José
Sebreli, "con el líder carismático
desaparecía el otro sujeto del movimientismo, el
‘pueblo’, considerado como una unidad
homogénea, como una entidad ontológica
supraindividual" (2002: 437).

En sus campañas políticas para obtener la
reelección presidencial se limitó a señalar
las bondades del Plan de Convertibilidad, haciendo
hincapié en las posibilidades de comprar
electrodomésticos y automóviles en cuotas fijas y
sin interés.
Además, hizo de su vida privada y sus preferencias
personales un rasgo distintivo de su personalidad
política, fundiendo el hombre
público con el privado.

Su habilidad para tratar con la prensa fue adecuada para
un nuevo entorno en donde la palabra del líder
político ya no era lineal, omnipresente y directa hacia el
destinatario, sino más bien mediada constantemente por un
periodismo tan fuerte como el poder político. Si el
discurso de Perón se caracterizó por la
alocución, el modelo de Menem fue el de la
conversación. Como señala Silvia Tabachnik
en su estudio "El menemismo en escena", la
conversación es el género de
interacción discursiva que Menem impuso
como formato genérico dominante en el medio televisivo,
desplazando las formas antagónico-argumentativas de la
discusión mediante recursos como el sarcasmo, el
comentario displicente, la apelación a todo tipo de
fórmulas cristalizadas (clisés, lugares comunes) o
sentencias pronunciadas como inapelables. Una operación
recurrente de la estrategia discursiva de Menem fue "el uso
frecuente de la autorreferencial como instancia última de
legitimación de decisiones o actos de
gobierno que comprometieron a la sociedad en su conjunto" (2002:
334).

El protagonismo de los medios audiovisuales y del
periodismo impuso nuevas reglas discursivas a la
comunicación política, a veces reduciendo la
autonomía del poder político para decidir sus
estrategias frente al electorado o a la opinión
pública.

Una de las reglas más importantes,
señaladas por Eliseo Verón, fue la referida al
acercamiento de la mirada del espectador, un acercamiento que
comenzó a ser privilegio de los periodistas en su rol de
mediadores del discurso político (cuando no de operadores
y hacedores). A excepción de la campaña oficial,
"el político no me mira a los ojos sino de modo indirecto,
a través del periodista. El contacto entre su mirada y la
mía se verifica en el contexto de la interfaz
política/información" (1998: 129). Estas nuevas
reglas de mediación, aplicadas sobre el político
que no dominaba por completo el proceso de enunciación
audiovisual, lejos estuvieron de constituir un obstáculo
contra la mencionada habilidad de Menem para relacionarse
favorablemente con los medios como soporte discursivo.

La búsqueda de "fallas en la comunicación"
como chivo expiatorio para suplir los errores en la
gestión política fue una constante del radicalismo
de Alfonsín (quien aludía no ser comprendido por
los demás actores político-económicos y cuyo
ministro de Economía Juan Carlos Pugliese pronunció
la célebre frase "Les hablé con el corazón y
me contestaron con el bolsillo") y de De la Rúa
("¡Qué lindo es dar buenas noticias!",
anunciaba en uno de sus spots como presidente), que
también se reiteró en el menemismo. El
epítome de esta tendencia lo protagonizó el mismo
De la Rúa cuando, luego de la reactivación de la
causa judicial por sobornos en el Senado de la Nación para
la aprobación de la Ley de Reforma
Laboral en el año 2000, el ex presidente radical dijo que
"en el programa de Tinelli empezó la crisis de mi
gobierno." Como otrora, cuando el entorno del radical Arturo
Illia responsabilizó en 1966 a la revista
Tía Vicenta y sus caricaturas del Presidente por la
caída del gobierno nacional.

Luego de su primer traspié electoral en octubre
de 1997, el discurso televisivo por Cadena Nacional pronunciado
por el ex presidente Carlos Menem la noche misma de la derrota de
su partido omitió mencionar el resultado de los comicios.
Menem sólo hizo referencia a los éxitos
acuñados por su gestión, poniendo en evidencia el
microclima político que el ex Presidente era capaz de
generar para ponerse a salvo, a la vez que significaba un intento
por despegarse del fracaso de Eduardo Duhalde quien
reconoció ser "el padre de la derrota".

El Gobierno nacional evitó explicar el fracaso a
partir de sus propias falencias y hasta llegó a buscar
fundamentos en un supuesto déficit en la
comunicación, dejando a las claras la importancia que su
administración le concedía a las
formas de expresión simbólica de su
gestión.

"El riesgo de sustituir la política por la
comunicación y por la imagen es un flaco servicio que
se le hace a la política. Pero ignorar que la
política es también diálogo,
proximidad, simpatía mediática, hablar y escuchar
al pueblo, también es un error" (Del Rey Morató,
op. cit.: 154-155).

1.3. Referencias bibliográficas del marco
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2.
Los hechos, los dichos, los actores

2.1. Antecedentes políticos de las elecciones
presidenciales de 2003

El 19 de diciembre de 2001, cuando todos los medios
esperaban que De la Rúa pronunciara su renuncia de un
momento para el otro, mientras afuera de la Casa Rosada la
agitación social iba en aumento; el ex presidente radical,
luego de un silencio que no se condecía con la diligencia
de la prensa, convocó a una conferencia para
instar al justicialismo a "asumir el rol que la historia le
demandaba" y se dignase a conceder su apoyo inmediato para un
gobierno de coalición ante la emergencia
nacional.

Como si de un discurso más se tratara, De la
Rúa dijo: "Una pronta respuesta del justicialismo, sin
embargo, es necesaria; no puede seguir el cuadro de violencia en
la calle que arriesga situaciones más peligrosas". Desde
el Congreso nacional el diputado Humberto Roggero, presidente del
bloque justicialista, le hizo saber a De la Rúa que su
partido no estaba dispuesto a ninguna clase de alianza de
gobierno. "De ninguna manera el justicialismo va a prestar ni
hombres ni nombres a ninguna política de co-gobierno en la
República Argentina", fueron las definitivas palabras de
Roggero. Así, el justicialismo le pasaba la factura al
radicalismo que en 1976, mediante la figura de Ricardo
Balbín, le hizo saber al gobierno peronista de Isabel que
no tenía soluciones
para evitar su inminente derrocamiento por los
militares.

El gobierno de la Alianza poco había hecho para
revertir la derrota electoral de octubre de 2001, la primera
auditoría ciudadana a un gobierno que
atravesaba la mitad de su período. "No perdimos porque no
tuvimos candidatos" fue uno de los argumentos públicos de
De la Rúa para no hacerse cargo de la derrota. El avance
de poder de Eduardo Duhalde y la Unión Industrial
Argentina (UIA) -el llamado "Partido de la devaluación"- resumida en la figura de
Ignacio de Mendiguren, ya tenía un considerable tiempo de
gestación. La renuncia de De la Rúa
descomprimió parcialmente una situación
política que de allí en más el peronismo
encauzaría casi exclusivamente, sin otro contendiente que
él mismo.

La frustración aliancista esparció en la
opinión pública con más intensidad la idea
de que la gobernabilidad de la Argentina es transversal al
peronismo. "A la Argentina le está haciendo falta un
liderazgo que no tuvimos desde 1999 en adelante, le está
haciendo falta gobernabilidad. Esto es cualquier cosa menos
peronismo", dijo Menem en referencia al gobierno de Eduardo
Duhalde (13.02.2003, en Costa Salguero).

Un actor eje para esta idea fueron los sindicatos cuyos
dirigentes, de origen justicialista, convocaron múltiples
paros contra la gestión de Alfonsín en la figura de
Saúl Ubaldini; se mantuvieron pasivos durante el menemismo
a pesar de las privatizaciones y el sostenido crecimiento del
desempleo, y
retomaron su plan de acción con once paros que debilitaron
el gobierno de De la Rúa y Domingo Cavallo, con un
explícito llamado a la desobediencia civil promovida por
el titular de la CGT disidente, el camionero Hugo Moyano:
"¡Vamos a proponer, vamos a organizar la desobediencia
civil, compañeros!", gritó en su sexto paro contra De
la Rúa. De encabezar manifestaciones públicas,
Moyano pasó inmediatamente a alzar las manos junto al
nuevo presidente interino del país, Adolfo
Rodríguez Saá. Con Duhalde, Jorge Remes Lenicov y
la gestión del presidente de la Unión Industrial
Argentina, se produjo una devaluación de la moneda
nacional que por momentos rozó el 300% y afectó el
poder adquisitivo de los salarios. Los
sindicatos no ofrecieron oposición.

Presente o ausente (discursivamente ambas situaciones
pueden tener el mismo poder de significación), el
peronismo exige definiciones a quien gestione el Ejecutivo. Las
tendencias centrífugas del justicialismo permiten que
cíclicamente distintos sectores internos busquen la
hegemonía del partido vinculando a sus designios el
destino de gobiernos nacionales. En su interinato,
Rodríguez Saá se quedó literalmente a
oscuras cuando en la residencia presidencial de Chapadmalal un
presunto boicot del peronismo bonaerense le habría cortado
el suministro de energía
eléctrica. Desde San Luis, en una renuncia
presidencial transmitida en vivo y en directo con mala calidad de
imagen, Rodríguez Saá acusó directamente al
gobernador cordobés José Manuel de la Sota por
conspirar.

Por entonces, De la Sota buscaba posicionarse como el
candidato presidencial del PJ y en los pasillos de la Casa Rosada
durante la presidencia del puntano llegó a decir ante la
prensa que era un hombre muy joven, con ideas nuevas y ganas de
gobernar el país. Pero el cordobés tuvo escasa
proyección en las encuestas.
Previamente, Duhalde había apostado a la figura de Carlos
Reutemann, también tentado por el menemismo, quien
rechazó ambas propuestas. El gobernador de Santa Fe
contaba con una buena imagen ante el electorado. Incluso el
FMI
llegó a realizar observaciones positivas respecto de su
capacidad de gestión.

"Soy peronista y como tal me siento bien en el poder,
cómodo" fueron las palabras del justicialista misionero
Ramón
Puerta en su breve comandancia interina de la República.
Corría diciembre de 2001. El poder político se
licuaba al compás de las protestas populares y
crecía la interna del único partido capaz de poner
en regla la convulsión institucional. Con las puertas de
la Casa Rosada casi en llamas, cada gobierno parecía tan
efímero como enfurecidas eran las manifestaciones
capitalinas, amplificadas por la omnipresencia de la prensa en
cada esquina. La revista Veintitrés retrató
en su tapa a Eduardo Duhalde con la banda presidencial aferrado
al bastón, rodeado por manos que agitaban cacerolas en su
derredor. El tiempo frenético de la calle, ¿marcaba
el del poder político? ¿Eran los medios testigos de
una agitación popular o autores simbólicos de un
descontrol civil sostenido en el tiempo?

Amenazada la estabilidad del gobierno provisional e
incluso su liderazgo en el peronismo bonaerense (que por las
magnitudes del distrito electoral lo proyectaban al resto del
país), Duhalde convocó a elecciones para elegir
presidente y vicepresidente de la Nación para el 27 de
abril de 2003, luego de un enfrentamiento entre la Policía
Bonaerense y movimientos piqueteros que reclamaban la vigencia y
ampliación de los planes sociales que subsidiaban a
familias de desocupados.

El asesinato de los militantes piqueteros Maximiliano
Kosteki y Darío Santillán por acción de
miembros de la Bonaerense en la llamada por algunos medios
"masacre del Puente Pueyrredón" (26 de junio de 2002), fue
minuciosamente retratado en una infografía que el diario
Clarín reprodujo en primera plana a partir de una
serie de fotografías que mostraban la ruta del homicidio y la
actuación policial. Desde entonces, los medios dejaron de
presentar a los piqueteros como la amenaza contra la civilidad
para focalizar sobre la acción policial. Duhalde
declaró más tarde que su peor día como
presidente fue "en Avellaneda, en un enfrentamiento con la
Policía, mataron a dos militantes sociales (los piqueteros
Kosteki y Santillán). Fue muy duro. El peor día.
Uno piensa en estos militantes sociales que podían ser yo
cuando joven o cualquier chico con toda la energía de la
juventud. Por suerte [sic], los autores están
detenidos."

El adelantamiento de las elecciones presidenciales
establecido por Duhalde (cuyo período presidencial
debería haber finalizado el 10 de diciembre de 2003)
dispersó un posible estallido de su liderazgo
político y provocó una inmediata respuesta del
entonces pre-candidato justicialista Carlos Menem quien
repetía que, según los tiempos jurídicos de
la Constitución Nacional, Duhalde debía completar
el mandato trunco de De la Rúa, hasta diciembre de
2003.

Con este nuevo calendario electoral, Duhalde empezaba a
marcar los tiempos de la política y presentaba para la
estrategia del menemismo dos obstáculos:

  1. uno, de índole jurídica, según
    el cual para ocupar nuevamente la Presidencia de la
    Nación Menem debía aguardar el cumplimiento de
    un entero período presidencial de cuatro años,
    por lo que nunca podría ser designado antes de
    diciembre de 2003. Este argumento recibió varias
    críticas y contra-argumentos que argüían
    la finalización del período constitucional de
    De la Rúa desde el momento mismo de su
    dimisión.
  2. El otro obstáculo, de tipo electoral y no
    declarado públicamente por Menem, constaba en que el
    llamado a elecciones por parte de Duhalde era sólo
    para cubrir los cargos de presidente y vice, dejando intacto
    el Parlamento configurado en octubre de 2001, período
    delarruísta, con importante presencia del duhaldismo.
    Recién en diciembre de 2003 se renovarían
    efectivamente las bancas con lo que cambiaría el
    escenario de desequilibrio de poder que habría de
    enfrentar un eventual tercer gobierno de Carlos Menem. De
    vencer los comicios presidenciales de abril, Menem
    debería gobernar al menos hasta diciembre con un mapa
    político desfavorable, con clara hegemonía de
    Eduardo Duhalde.

El corolario de estos antecedentes políticos fue
el Congreso Nacional Justicialista celebrado en Lanús
el 24 de enero de 2003, cuando la mayoría duhaldista
dentro del PJ logró sustituir la interna para afiliados
(en la que el riojano tenía posibilidades de vencer) por
un sistema de pseudo lemas que habilitó la candidatura de
tres peronistas.

El electorado tendría en la elección tres
candidatos de origen justicialista, con lo que Menem veía
licuado la mayoría automática que podría
ofrecerle el aparato del partido para vencer en la primera
vuelta. Esta resolución motivó una
presentación judicial por parte del apoderado legal de
Menem con el objeto de declarar "nulo de nulidad absoluta" el
Congreso. Tal pedido no prosperó en la Justicia
Electoral.

2.2. Los operadores mediáticos, los operadores
políticos

-Si gana, ¿va a acordar con
Duhalde una convivencia?

-(Se ríe.) Le contesto con una
frase de Maquiavelo:

la política es el arte de lo
imposible
[sic].

Carlos Menem, en entrevista con La
Nación

4 de mayo de 2003

Antes y durante el período electoral aquí
estudiado, los cuadros políticos de Duhalde y Menem
negociaban la convivencia política de ambos bloques y el
reparto de los espacios de poder. En el nivel de los medios de
comunicación (la visibilidad de la política)
la estrategia era emular un enfrentamiento irreconciliable.
"Existe un pacto entre la señora Carrió y el
presidente interino", declaró Menem en referencia a un
acuerdo del Gobierno con el ARI (Alternativa para una
República de Iguales) para desplazar a algunos miembros de
la Corte Suprema de Justicia.

Aquella acusación pública del riojano
desviaba la mirada de los medios fuera del foro en donde
dialogaban ambas manifestaciones del peronismo. Ese sector era el
no visible, cuya agenda política rara vez emerge a
la superficie de los medios masivos. Desde fines de 2002, hombres
de ambos sectores armaban la agenda política que,
además de establecer el reparto de cuotas de poder,
incluía pautas para el enfrentamiento discursivo durante
la campaña, como la expresa consigna de no trasladar los
discursos al terreno judicial.

Entre los operadores de Duhalde estaban José
Pampuro (secretario general de la Presidencia), Juan Carlos
Mazzón (secretario privado de Duhalde y desde varios
años operador político clave de cualquier gobierno
de signo peronista) y Eduardo Camaño (presidente de la
Cámara baja). Por Menem actuaban Alberto Kohan y Eduardo
Bauzá (jefes de campaña en la primera vuelta), Juan
Carlos Romero (gobernador de Salta, candidato a vicepresidente y
jefe de campaña en el ballottage), José Luis
Manzano, Ramón Puerta (fuerte en el peronismo misionero y
luego apoyado por Duhalde) y Miguel Ángel Toma (ex jefe
del Servicio de Inteligencia
del Estado). Mazzón y Eduardo Fellner fueron los
encargados de lograr consensos entre los gobernadores del norte
para lograr el apoyo a Kirchner. José Pampuro, mientras
tanto, operaba en el ámbito de los intendentes duhaldistas
de la provincia de Buenos Aires.

Los equipos de gestión política permanecen
invariables por períodos más extensos que los
exhibidos en los medios de comunicación o el aquí
llamado ámbito de la visibilidad. Territorialmente,
la acción política se subdivide en regiones de
alianzas y lealtades que permite a los candidatos establecer sus
hegemonías electorales más allá de los
gobiernos que se sucedan. En el caso de Menem, si bien luego de
la primera vuelta los medios anuncian la renuncia de Kohan y
Bauzá a la jefatura de campaña (lo que dio lugar al
ascenso de Romero), ambos continuaron operando para el menemismo:
Kohan con contactos muy importantes en el sector empresarial y
Bauzá como hacedor de acuerdos
políticos.

Iniciado el camino hacia el ballottage, Menem
declaró ante los medios que había designado a
Ángel Maza (gobernador de La Rioja) como el encargado de
negociar con los gobernadores los nuevos acuerdos
políticos de cara a las elecciones del 18 de mayo. Maza
era el rostro del menemismo en La Rioja, pero fuera de ese
territorio no tenía la capacidad de operación que
demostró otro encalve político de Menem: el mismo
Romero. Estos dos gobernadores (Maza y Romero) fueron los actores
políticos del menemismo que durante el proceso electoral
estudiado se movieron como operadores para garantizar el tejido
del poder político en el norte.

El miércoles 7 de mayo, una semana antes de la
renuncia de Menem y mientras los medios ya comenzaban a difundir
la enorme ventaja en sondeos a favor de Kirchner (la consultora
Equis de Artemio López, elegida por el oficialismo,
difundió una diferencia de 58,5% contra 21,7%), Romero
planificaba un viaje a Córdoba y la región del
norte, mientras Menem se concentra en los distritos de la
provincia de Buenos Aires, bastión electoral de Kirchner,
en donde el menemismo se encontraba disperso desde el 27 de abril
en desencuentros protagonizados por Alberto Kohan, Alberto Pierri
y Luis Patti. El gobernador de Salta, con importante
hegemonía política en el noroeste, era una figura
política que se presentaba como el lazo de Menem con
importantes sectores del poder político
federal.

En el caso del gobernador tucumano Julio Miranda, meses
antes de las elecciones presidenciales, los medios en conjunto
pusieron su atención sobre los casos de desnutrición infantil de la provincia
norteña. El caso icónico lo representó una
niña que con su guardapolvo escolar y su mochila dijo ante
las cámaras que no se alimentaba todos los días y
luego comenzó a llorar. De inmediato, la pequeña
fue entrevistada por varios medios audiovisuales.

El periodista Jorge Lanata viajó hasta
Tucumán para transmitir su programa en vivo y en directo
desde un hospital provincial. El gobernador fue duramente
calificado por los editorialistas de la prensa, quienes
vinculaban el hambre de la población con los elevados gastos
políticos del aparato clientelista tucumano.

En poco tiempo, mientras los medios agotaban sus
espacios con informes
especiales sobre el hambre en Tucumán, el presidente
Duhalde envió a su esposa hasta la provincia para
implementar un plan de ayuda alimenticia que lograra frenar el
proceso de desnutrición. Con micrófono en mano
"Chiche" Duhalde reportaba periódicamente su
estadía en el norte ante las cámaras. Aquel gesto
político del presidente dejó en claro que el
gobernador Miranda era un actor clave para su estrategia
política y que nadie debería entrometerse con su
figura. A pesar de que el santacruceño perdiera en
Tucumán por tres puntos ante la fórmula
Menem-Romero, Miranda y el candidato a gobernador del oficialismo
tucumano, José Alperovich, pusieron a disposición
de Kirchner (de Duhalde) la maquinaria del Estado
provincial.

Para los medios de comunicación, especialmente la
televisión, los representantes visibles de ambos
sectores del peronismo eran, en el caso del Frente por la
Lealtad: el diputado y sobrino de Carlos Menem, Adrián
Menem, defensor de su tío en cuanto foro televisivo se
discutiera el pasado del riojano; el hermano del ex presidente,
Eduardo Menem; la diputada por La Rioja Alejandra Oviedo y el ex
comisario e intendente de Escobar, Luis Abelardo Patti, cuya
plataforma política como candidato a la gobernación
de Buenos Aires hacía hincapié casi exclusivo en la
seguridad
pública, la delincuencia y
la objeción a los llamados jueces "garantistas", quienes
juzgarían a favor de los derechos del delincuente y no de
la víctima. A favor de Menem, Patti argumentaba
irregularidades electorales en la primera vuelta, la
sustracción de boletas y hasta sugirió que el
riojano no se presentase en los comicios para evitar convalidar
un fraude.

Desde el sector de Duhalde, las batallas
mediáticas las libraba el diputado nacional y presidente
del bloque justicialista en la Cámara Baja, José
María Díaz Bancalari, uno de los promotores
públicos de la división del justicialismo en tres
pseudo lemas electorales, acto formalizado en el Congreso
Nacional Justicialista de Lanús realizado el 24 de enero
de 2003.

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