A partir del lenguaje,
desde pequeños los hombres aprenden a relacionar el
sexo de una
persona con
las cualidades que se esperan de la misma: si es hombre
deberá ser fuerte, valiente, destacado en las actividades
físicas, competente en esferas públicas; por el
contrario, si es mujer,
deberá ser débil, sumisa, bella, competente en la
esfera privada. Así, según la sexualidad de
una persona, la sociedad estructurará su función,
sus capacidades, su vida; éste universo
conceptual fue naturalizado a lo largo de la historia occidental,
sirviendo tanto para analizarse, como para analizar a otras
sociedades. Pero a principios de la
década de 1960, el comienzo de la lucha feminista
introdujo el concepto de
género, para superar los encasillamientos que otorgan los
roles sociales.
Así el género fue empezado a se utilizado
como el organizador de la identidad
sexual, un componente más de la
organización social, por lo que debe ser reconocido,
desnaturalizado y estudiado junto a las categorías de
clase social,
raza y etnicidad, para lograr un más acertado estudio de
las sociedades. La utilización de la categoría de
género, no como sinónimo de mujeres, sino como la
relación entre hombres y mujeres, es decir, de acuerdo al
valor que la
sociedad otorga a cada uno de ellos, y comprendiendo este valor
como histórico, social, y de ninguna manera universal o
eterno, empezó así a emplearse para lograr un
análisis histórico libre de
preconceptos y prejuicios.
El objetivo de
este trabajo es
interpretar la definición de género que introduce
Joan W. Scott (en su artículo El género: una
categoría útil para el análisis
histórico), para a partir de ésta analizar los
artículos sobre relaciones de género y papel de la
mujer en la sociedad mexica, de Susan Kellogg (en su
artículo El cuarto de la mujer: algunos aspectos de las
relaciones de género en Tenochtitlán en el
período prehispánico tardío) y Louise M.
Burkhart (en su artículo Las Mujeres Mexica en el
Frente Hogareño. Trabajo Doméstico y Religión en el
México
Azteca); intentando demostrar la hipótesis de que mientras estas autoras
reconocen la utilización del género como
estructurante de las relaciones sociales, a través de la
valorización equitativa e igualitaria del mismo; en su
intento por demostrar el paralelismo de género terminan
ocultando el carácter jerárquico que el
género conlleva, dado su papel de legitimador de
relaciones sociales signadas por diferencias de poder.
Joan Scott propone que su definición de
género está formada por dos proposiciones
interconectadas:
"…el género es un elemento constitutivo de las
relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los
sexos y el género es una forma primaria de relaciones
significantes de poder…" (Scott; 1990: 44)
En la primer proposición el género es
introducido como integrante de las relaciones sociales basadas en
diferencias sexuales, presente en cuatro elementos constitutivos
de éstas: -en símbolos culturales y mitos
(Adán y Eva), -en conceptos normativos, (doctrinas
religiosas, educativas, legales) que afirman el significado de
varón y mujer (o sea, interpretaciones de los mitos), -en
instituciones
y organizaciones
sociales, quedando superado el uso restrictivo del género
al sistema de
parentesco, al incluir también el mercado de
trabajo, la educación y la
política,
y –en la construcción de la identidad subjetiva de
los individuos. Así es recortado el campo de trabajo por
Joan Scott, siendo rastreables en estos elementos las relaciones
de género (así como también relaciones de
clase o raza): las relaciones sociales quedan permeadas de
relaciones de género.
Por otra parte, Scott plantea también que el
género es una forma primaria de relaciones significantes
de poder: así expresado, funciona como campo a
través del cual se articula el poder, en relaciones
jerárquicas. Retoma las ideas de Foucault acerca
de la desconcentración del poder, su liquidez, la
atomización del mismo, y su circulación a
través de relaciones sociales, donde el género
participa activamente determinando el sentido de dichas
relaciones; siguiendo a Bourdieu acata su postulado de que los
conceptos de género estructuran la percepción
y la organización de la vida social,
estableciendo diferencias en la distribución del poder; cita a Godelier
para expresar la función legitimadora del género en
las diferencias relativas al sexo entre los cuerpos, donde nada
tiene que ver con la sexualidad, sino con construcciones
sociales. El género funcionará legitimando
relaciones sociales basadas en jerarquías de poder, donde
la interpretación de los conceptos femenino y
masculino será suministrada por el género,
facilitando éste
"…un modo de decodificar el significado y de
comprender las complejas conexiones entre varias formas de
interacción humana…" (Scott, 1990:
49)
De acuerdo con todo esto, la definición de
género que otorga Scott es lo suficientemente amplia y
determinante para no acotarse a la simple necesidad de emprender
el estudio de las mujeres junto con el resto de la historia
intentando con esto establecer un paralelismo –y la
resultante igualdad–
entre los sexos: el género aquí es un producto del
devenir histórico, creado en la sociedad resultado de las
relaciones sociales, históricamente dado y mutable con el
tiempo,
traducido en un conjunto de símbolos, conceptos e
instituciones, y legitimador de las relaciones de poder que
tiñen estas relaciones sociales, donde las diferencias de
poder se pueden analizar desde las relaciones de género,
siendo estos conceptos inseparables. Por lo tanto, junto a las
categorías de raza, etnicidad y clase, es necesario
deconstruir y analizar la categoría de género para
lograr un correcto estudio de las sociedades y de la
historia.
Por su parte, tanto Susan Kellogg como Louise Burkhart
se proponen analizar las relaciones de género en
mesoamérica, partiendo de la hipótesis de la
complementariedad y la igualdad de funciones
desempeñadas por mujeres y hombres. Para estas autoras,
que buscan romper con la estaticidad de pretender un
ámbito público masculino y un acotado ámbito
privado femenino separados, la división del trabajo
determina espacios distintos pero complementarios, donde la
significación social de los trabajos realizados por
hombres y mujeres es igualitaria: oponiéndose a la
jerarquización social donde la mujer es ama de casa y
el hombre es
soldado, observan en las mujeres cargos simbólicamente
igualitarios a los masculinos, y asimismo complementarios, siendo
hombres y mujeres las contrapartes de una unidad, dependiente los
unos de los otros.
"…Las relaciones complementarias de género
eran frecuentemente expresadas a través de estructuras
paralelas de pensamiento,
idioma y acción
en las cuales los hombres y las mujeres eran concebidos, y a
través de ellas jugaban roles diferentes pero paralelos e
igualmente necesarios…" (Kellogg; 1995: 3)
Louise Burkhart plantea que tanto el hogar femenino como
los trabajos que estas realizan estaban cargados de
significaciones religiosas, diferenciándose así de
las nociones europeas de empresa
doméstica y sumisión femenina. El hogar estaba
construido como un espacio femenino, donde la mujer era la actriz
principal, unida a este por su "cordón umbilical",
encargada de mantener el fuego dentro del mismo, y donde incluso
era ella quien lo detentaba en caso de matrimonio,
pasando a vivir en su interior sus nuevos parientes.
Era simbólicamente el hogar a la mujer como el
campo de batalla al hombre, ámbitos complementarios,
siendo el regular desempeño de las funciones dentro de estos
idílicamente igualitarios. Las tareas que realizaba una
mujer, relacionadas con el hogar, estaban análogamente
cargadas de significaciones: la autora analiza las actividades de
barrer, confección de ofrendas,
cocinar y la producción textil como
emblemáticamente cargadas de significación,
similares por esto a las realizadas por los hombres –la
guerra-.
Ya sea barriendo, ofrendando, cocinando o tejiendo, las
mujeres estaban cumpliendo obligaciones
religiosas, cuyo contenido era necesario para el éxito
en la vida, así como complementarias, y por lo tanto
necesarias, para el triunfo de los hombres en la guerra. La
diferenciación entre esfera pública y privada queda
superada por la interpretación de estas no a la manera de
occidente, donde una es jerárquicamente más
significativa que la otra, sino como dos componentes de una
unidad; las tareas realizadas por hombres y mujeres son asimismo
componentes de una unidad.
"…Ambas escenas, la casa y la batalla, estaban
íntimamente y esencialmente unidas en una, como mujer y
hombre, en el hecho de ser dos partes de una dualidad en la cual
realmente eran uno, pese a vestir atuendos diferentes y cargar
distintos báculos…." (Burkhart; 1997:21)
Continuando con esta línea de pensamiento, Susan
Kellogg también propone ver las relaciones de
género en Tenochtitlán aplicando el concepto de
paralelismo, siendo así fundamental la complementariedad
de géneros; al tiempo que reconoce no una única
mujer, sino distintas mujeres según la clase social.
Kellogg analiza el papel de las mujeres en distintos
ámbitos: en la política, como líderes con
funciones paralelas a las masculinas (aunque no en altas
esferas), y donde el tlatoani representaba tanto un papel
femenino como masculino (complementarios); en el mercado, como
administradoras; en la religión, como sacerdotisas de
niveles inferiores, teniendo propias deidades; en el hogar,
realizando tareas productivas para mantener a su familia y para
completar el trabajo, el
tributo y las obligaciones ceremoniales del hogar.
Así, rompe con la separación de
ámbitos público y privado, observando como las
relaciones de género otorgan distintas funciones a hombres
y mujeres, cumpliendo ellas funciones semejantes a las
masculinas, complementarias y relacionadas con estas, cargadas de
una significación especial y opuesto a una
jerarquización social basada en las diferencias sexuales,
siendo esto concordante con una sociedad donde el género
genera (valga la redundancia) relaciones sociales
significativamente equitativas.
En estos trabajos, el género es utilizado
sólo como el primero de los dos conceptos que propone
Scott, sin tener en cuenta las relaciones de poder que promueven
y permite analizar. Las autoras reconocen que el género
significa las relaciones sociales, pero ven (idílica y
estructuralmente) en estas igualdad y complementariedad, dejando
de lado diferencias jerárquicas. La división del
trabajo no es simplemente dada, sino que es una
construcción social, signada por diferencias de poder, y
en una sociedad como la mexica absolutamente estructurada en
torno a la
guerra, las diferentes funciones y ámbitos entre los
hombres y mujeres, donde las autoras ven equidad,
demuestran diferencias de poder: la guerra es ámbito de
los hombres, las relaciones de género son construidas
jerárquicamente, la igualdad de funciones es sólo
aparente. Incluso Kellogg reconoce, casi en voz baja, que hay
esferas donde las mujeres no tienen acceso: prefiere decir que la
complementariedad era más común que la
inequidad.
Por otro lado, mientras Kellogg dice que hay
diferencias de clase para estudiar a las mujeres, lo que
permitiría ver cómo el género actúa
junto a otras categorías de análisis, luego en su
argumentación no nombra estas diferencias. Tanto o
más estructuralista es el planteo de Burkhart, donde los
elementos que va analizando son introducidos para argumentar la
complementariedad, resultando este procedimiento
forzado y sin tener en cuenta al genero como
relación significante de poder, sino como un simple
elemento que demuestra la igualdad hombre-mujer, siendo las
diferencias de sexos fundantes de relaciones sociales que
componen un mundo desjerarquizado e igualado a
uno.
Queda finalmente por pretender una
interpretación de los textos de Burkhart y Kellogg:
quizás el énfasis puesto en demostrar la dualidad
como explicadora de las relaciones de género, donde dos
mundos separados interactúan complementariamente, sea
producto de su intento por desnaturalizar las relaciones de
género en occidente, proponiendo un ejemplo de sociedad
más igualitaria.
Pero es necesario para este tipo de estudios tener en
cuenta las relaciones de poder que resultan del desarrollo de
las relaciones de género, tanto para interpretar las otras
sociedades (el estudio de la otredad no puede llevarse a cabo sin
una correcta interpretación del género como
estructurante de esas sociedades), como para interpretar las
propias relaciones de género occidentales, construidas
socialmente, y a deconstruir también
socialmente.
Bibliografía:
Burkhart, Louise. 1997. "Mexica Women on the Home Front:
Housework and Religion in Aztec Mexico", Indian Women of Early
Mexico, S. Schroeder, S. Wood y R. Haskett (eds.). University
of Oklahoma Press, pp. 25-54. (Traducción de la
cátedra).
Kellogg, Susan. 1995. "The Woman’s Room: Some
Aspects of Gender Relations in Tenochtitlán in the Late
Pre-Hispanic Period", Etno history 39, 2: 563-576.
(Traducción de la cátedra).
Scott, Joan. 1990. "El género: una
categoría útil para el análisis
histórico". Historia y Género: Las mujeres en la
Europa Moderna y
Contemporánea, J. Amelang y M. Nash (eds.). Valencia:
Ediciones Alfons El Magnanim, pp. 23-56.
Pedro B. Quiroux