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Comentarios sobre "La Economía de la Antigüedad" de Moses Finley




Enviado por Pedro Quiroux



     

     

    Primero: Comentarios sobre
    "La Economía de la Antigüedad" de Moses
    Finley.

    1

    Moses Immanuel Finley (Nueva York, 1912 – Cambridge,
    1986), historiador estadounidense, inició su carrera en la
    Universidad de Columbia, y en el
    City College de Nueva York, mudándose luego a Inglaterra, donde ejerció
    como docente en la Universidad de Cambridge, para ser finalmente
    nombrado director del Darwin College. Entre sus obras
    se encuentran "La esclavitud en la Antigüedad
    clásica" (1960), "La economía de la Antigüedad"
    (1973), "Economía y sociedad en la antigua
    Grecia " (1981). Que haya
    tenido que emigrar de los estados unidos durante la
    guerra fría, perseguido
    por el gobierno macartista, es
    símbolo de su ideología, vinculada con
    el pensamientos denominado de izquierda.

     

    2.

    Finley realiza estudio sobre la economía de la
    antigüedad, que cierne al análisis entre los
    años 1000 A.C. y 500 D.C. de los territorios ocupados por el
    mundo grecorromano, esto es, desde el océano Atlántico
    hasta los bordes del Cáucaso, y desde Inglaterra y el Rin en
    el norte hasta una línea meridional que corría a lo
    largo de los límites del Sahara y luego
    hasta el Golfo Pérsico, eje norte-sur de cerca de 2.800
    kilómetros (sin contar Inglaterra), 4.532.000
    kilómetros cuadrados que llegó a tener una población de entre 50 y
    60 millones. Siendo éste un mundo de economía
    pre-capitalistas, propone no utilizar ideas y conceptos modernos
    de análisis propios de la actualidad, sino emplear modelos que respondan a las
    realidades propias de la época, dejando de lado así
    todo tipo de anacronismos. De esta manera, tendrá en cuenta
    (e intentará demostrar) que el mundo que estudia no estaba
    compuesto por un conglomerado enorme de mercados interconectados, sino
    que la economía estaba inmersa en un complejo socio cultural
    mayor, con lineamientos psicológicos y políticos que le
    daban unidad, y donde coexistían variaciones internas con
    respecto a la estructura social, a las
    formas de posesión de la tierra, el sistema laboral, etc. El planteo de
    preguntas pertinentes es lo que permitirá realizar un
    acercamiento acorde a lo que fue la economía en la
    antigüedad. Este argumento de lo inaplicable al mundo
    antiguo de un análisis centrado en el mercado fue sostenido por
    Max Weber, siendo este autor
    una de las principales fuentes del marco teórico de Finley.
    También es una idea muy "weberiana" el análisis que
    hace el autor centrándose no en clases sociales, sino teniendo
    en cuenta aspectos tales como los de orden y estatus: son estos
    elementos, empleados a lo largo del texto, los que dan cuenta de
    la diferenciación social, haciendo referencia no sólo a
    la posición económica de las personas, sino ligada
    ésta a factores políticos e ideológicos. Asimismo,
    la conceptualización de las ciudades de la antigüedad
    como centros de consumo, mas no de producción, es una idea
    que retoma de Weber. Por otro lado, las
    variantes que utiliza para analizar el trabajo asalariado,
    teniendo en cuenta la abstracción que este supone del
    trabajo de un hombre, aparte de su persona y del producto de su labor, y el
    análisis de la "conciencia de estatus" (por
    homologación a la conciencia de clase), son de clara
    filiación marxista, siendo esta corriente la otra gran
    influencia que marca el trabajo de este
    historiador.

     

    3

    Las ideas sustanciales van a ir girando en torno al valor que el autor otorga a
    los determinantes psicológicos como lineamientos de acción en la
    antigüedad. Así, la moral será un factor
    esencial para comprender todas las actitudes, y no será
    prescindible en ningún elemento. De esta manera, al comenzar
    analizando las profesiones (y su valoración) que enumera
    Cicerón, determina que el valor de las mismas
    corresponderá al status moral que se le otorgaba a
    quienes las ejercían: en esta escala de valores, y teniendo en cuenta
    la importancia ideológica que tenía la libertad, se encontraba en un
    extremo la agricultura (la posesión
    de tierra significaba ciudadanía e independencia económica),
    y en el otro el trabajo asalariado. El trabajo dependiente era de
    un estatus moral bajo, lo que lleva al autor a determinar el
    valor imprescindible de los esclavos, tanto en la estructura económica como
    en la estructura social. Observa Finley que el trabajo esclavo no
    significaba una baja en la productividad; al tiempo que trabajaban junto a
    algunos hombres libres (donde se advierte la inexistencia de
    competencias entre estos
    distintos órdenes, debido a la desorganización de los
    segundos); llegaban en algunos casos a participar en la administración del
    trabajo, lo que marca la pasividad de la aristocracia. Plantea,
    finalmente, que la decadencia de la esclavitud como
    institución llegó a la par de la decadencia de las
    clases bajas, donde una amplia gama de estatus reemplazó a
    la anterior dicotomía de pequeños campesinos y
    esclavos. La disparidad en la distribución social de las
    cargas fue inequitativa cayendo el grueso de los impuestos sobre el pequeño
    campesino, quien tuvo que
    recurrir al trabajo asalariado. Fue este un proceso inverso al que
    había determinado el surgimiento de la
    esclavitud.

    Continuando, y volviendo a la excelencia moral de la
    agricultura, Finley resalta el valor moral y material que
    tenía la posesión de tierra, y la consiguiente avidez
    por la misma que existía tanto entre grandes terratenientes
    ciudadanos, como en pequeños campesinos (para los primeros
    era sinónimo de ausencia de ocupación, de libertad,
    para los segundos significaba labor incesante). Existía
    asimismo una brecha que se extendía entre las posesiones de
    los anteriormente nombrados, y un continuo crecimiento del
    tamaño de las posesiones (incluso a pesar de legislaciones
    como las leyes de Graco). Entre los
    pequeños productores, el tamaño de las parcelas y de
    las familias en ellas empleadas, llevaba muchas veces a una
    ineficiencia productiva por el desempleo crónico de la mano
    de obra. En este caso, circunstancias que pudieran haber animado
    al pequeño campesino a ir al mercado, no podían ser
    aprovechadas, ya que las tierras mejor situadas para esto (por su
    cercanía a campamentos del ejército, o a templos de
    culto, o a poblados mayores) eran ocupadas por grandes
    terratenientes, por lo que a los pequeños campesinos solo
    les quedaba lugar para una producción de subsistencia. Por
    otro lado, debido al gran tamaño de sus posesiones y a sus
    reservas, como al influjo que pudieran suscitar sobre decisiones
    políticas, los grandes
    terratenientes quedaban al margen de las crisis, aunque tenían un
    enfoque cualitativamente igual a los problemas y las posibilidades
    de cultivo que los campesinos, hecho que se explica por la
    ausencia de mejoras técnicas. En el campo
    reinaba el tradicionalismo, no había lugar para
    innovaciones:

    "…El poderoso influjo del hogar campesino, las
    actitudes hacia el trabajo y la administración, el
    débil mercado urbano, las satisfactorias ganancias del
    régimen de tierras existente, quizá las dificultades
    inherentes a la organización y administración de una
    numerosa fuerza de trabajo esclava
    (…), todos estos eran contra-incentivos para el cambio…"
    (Finley, 1973:
    160).

    Incluso el único incentivo a la obtención de
    tierras pasaba por un dictado moral, no como inversión
    económica-racional, no había mercado de bienes raíces, y
    sólo se compraban tierras que eran ganga (oportunidades
    depreciadas).

    Por otro lado, con respecto al análisis de las
    ciudades de la antigüedad, Finley propone que la diferencia
    principal de estas con las del medioevo es la producción
    para la exportación: éste
    elemento se encuentra ausente en la antigüedad. Las ciudades
    que funcionaron como puerto de transferencia de comercio, y las ciudades con
    economía mixta, fueron casos singulares: en su mayoría
    se trató de ciudades de granjeros absentistas, con intereses
    en la tierra. La dificultad en las comunicaciones restringió
    a cada ciudad a obtener la alimentación de su hinterland
    circundante, desarrollando así una relación
    simbiótica entre el campo y la ciudad. El transporte por agua fue un estímulo para
    el crecimiento de las ciudades (y de nuevas ciudades), pero
    apareció sólo cuando las ciudades habían crecido,
    no estimuló el crecimiento de estas, no fue incentivado por
    el mercado. Los campesinos constituían un mercado
    débil, que no fomentó el desarrollo, el predominio de
    la autosuficiencia fue un freno a la producción para la
    exportación. También fueron freno a la iniciativa de
    producción el limitado uso de la moneda, la ausencia de
    crédito (se tomaban
    préstamos sólo para el consumo), incluso el bajo
    estatus otorgado a las personas que desarrollaban el comercio y
    la manufactura (la elite no
    estaba dispuesta a hacerlo ya que estaba inhibida por los
    valores morales predominante),
    por lo que los que lo realizaron no eran los de mayor potencial y
    no desarrollaron técnicas. Nadie veía ninguna virtud en
    el progreso técnico: "…El progreso técnico, el
    crecimiento económico, la
    productividad y aun la eficiencia no han sido objetivos importantes desde el
    principio de los tiempos. Mientras pudo mantenerse un estilo de vida aceptable
    –se definiera como se definiera- otros valores ocuparon el
    primer plano…"
    (Finley, 1973: 207).

    Finalmente, y con respecto a la relación del
    Estado con la economía,
    Finley argumenta que favorecían al Estado prácticas
    morales honoríficas como la liturgia y el summae honorarie,
    que lo eximían de gastar en el mantenimiento de las clases
    bajas (los acaudalados debían realizar donaciones).
    Asimismo, resalta el valor de las provincias al otorgarle
    ingresos pagando impuestos.
    Continuando, se opone a la idea de un Estado con políticas
    económicas: en su lugar propone ver los intereses de esas
    acciones políticas, que
    tuvieron consecuencias económicas. Así, objeta la idea
    de Rougé de que el imperio se preocupó por los
    problemas económicos mediante políticas
    económicas; Finley propone que el imperio se limitó a
    satisfacer necesidades materiales, pero que nunca
    llevó a cabo políticas con objetivos económicos,
    lo que demuestra mediante varios aspectos: el análisis de
    los impuestos (los cuales no eran usado como palancas
    económicas, ni fomentaban la producción), la falta de
    previsión económica (opciones de inversión no se
    elegían racionalmente, sino según la tradición),
    la falta de política de acuñación (lo que
    determinó la ausencia de recursos públicos), y
    finalmente las medidas tomadas con respecto a los pobres (nunca
    estructurales, sino temporales –como la entrega gratuita de
    grano o el envío a colonias-). Estas características
    son así propias de un Estado que no interviene (y no
    confundir con laissez faire) en la
    economía.

     

    4

    Las conclusiones a las que llega se corresponden con lo
    planteado como hipótesis: la
    economía de la antigüedad no habría estado
    compuesta por un conglomerado de mercados interconectados, ya que
    la economía de la antigüedad no existía en tanto
    que mercados separados unidos por una complementariedad
    utilitaria, sino que un amplio conjunto de valores morales
    habrían determinado el accionar económico de un mundo
    unido por un marco socio-cultural similar. No habría habido
    una racionalidad económica que haya movido a las personas a
    actuar, a elegir la profesión, a comerciar (como tampoco al
    Estado), sino que fueron valores morales los determinantes en
    estos aspectos. Finley propone para finalizar, que la estructura
    política y social, el sistema de valores profundamente
    arraigado e institucionalizado, y la organización y
    explotación de sus fuerzas productivas, fueron claves para
    decretar el fin del mundo antiguo: en varios pasajes de su
    libro llama la atención sobre el
    tradicionalismo reinante como elemento principal, habría
    sido este mismo factor el que no le permitió adecuarse a los
    cambios sucedidos.

     

    5

    La metodología que emplea es
    interesante, basándose en la formulación de preguntas
    pertinentes; analiza fuentes primarias, elementos como el
    vocabulario (para demostrar que no había sinónimos en
    el mundo antiguo de nuestros comunes "fuerza de trabajo" y
    "mercado", por ejemplo), cita a varios autores
    contemporáneos (Gomme, Rougé) para discrepar con ellos
    y argumentar; se podría llegar a objetar la ausencia de un
    capítulo final de conclusiones, pero estas son marcadas a lo
    largo de todo el trabajo. La estructuración del texto es
    adecuada e incentiva a la lectura, planteando en un
    primer momento los conceptos a utilizar, y realizando luego un
    desarrollo conciso y claro. La bibliografía que utiliza es vasta e
    interesante (las notas al pie sirven para comprender su
    utilización), sólo puede objetarse la ausencia de un
    índice bibliográfico (lo que se espera sea una falta en
    ésta copia empleada, no así en el original). El texto
    resulta así ameno, coherente, y muy interesante.

     

    Segundo: Lienhard, Martin. La
    voz y su huella.

    Ediciones Casa de las Américas. Ciudad de La
    Habana, Cuba, 1990

    El quinto centenario de la llegada de los españoles
    al continente americano, constituye el contexto histórico
    para la aparición de varios textos referidos al tema. En la
    víspera del nuevo milenio, muchos escritores decidieron
    realizar estudios sobre un proceso por demás conflictivo:
    dada la necesidad de consensuar opiniones, y ante el avance de
    la globalización y la
    transformación del mundo en una aldea global, han aparecido
    paradigmas que buscan
    encontrar nuevos resultados e interpretaciones en el complejo
    choque de culturas, más allá del genocidio. Es dentro
    de este esquema de producciones que se inserta el texto de
    Martín Lienhard, donde la construcción de un nuevo
    paradigma, la literatura escrita alternativa, servirá
    para comprender los procesos de aculturación
    bilaterales. El autor reconoce que la expresión oral es
    fundamental en las subsociedades indígenas que analiza, pero
    es su intención demostrar que estas se sirven de la escritura europea para
    expresar una visión alternativa a la producida por
    occidente. Serán estos escritos híbridos, por la doble
    influencia cultural que reciben al expresar en un sistema de
    escritura europeo un sistema de valores indígena, el punto
    de partida para el análisis de una literatura alternativa no
    tenida en cuenta, y servirá como modelo para analizar otras
    sociedades.

    Es interesante la forma que utiliza Lienhard para
    delimitar su campo de estudio: no utiliza la división
    espacial por países ni la periodización de la historia criolla, tampoco las
    periodizaciones basadas en las evoluciones estéticos
    culturales europeas: tiene en cuenta el espacio de acuerdo a las
    grandes áreas culturales delimitadas por las civilizaciones
    pre-hispánicas (mesoamérica, andes y área
    tupí-guaraní), y divide el tiempo de acuerdo a los
    cambios sufridos en las subsociedades indígenas que
    tendrán influencia en la representación oral, y por lo
    tanto, en las literaturas escritas. Pero hay que mencionar que
    dicha división temporal (5 momentos: *primeros contactos
    entre europeos y autóctonos, *institucionalización de
    las relaciones coloniales y resistencias "indias",
    *reformas coloniales y movimientos insurreccionales del siglo
    XVIII, * "segunda conquista": la ofensiva latifundista del siglo
    XIX, * "indigenismos" intelectuales y movimientos
    étnico-sociales modernos) está tenida de cierto
    etnocentrismo (que junto al evolucionismo se observan en todo el
    texto) al plantearse siempre los períodos como respuestas
    ante influencias europeas, y no tener en cuenta modificaciones
    propias que puedan surgir del seno de estas sociedades. No hay
    siquiera mención de alguna etapa pre-hispánica, donde
    ocurrieron la mayoría de los sucesos
    históricos-culturales que serán objeto de la
    producción oral, y por lo tanto de la producción
    escriptual alternativa. Temporalmente se irán sucediendo
    diversos avances en la incorporación indígena de la
    escritura occidental, donde el autor denota tanto imposición
    europea, como apropiación indígena, siendo así la
    aculturación un proceso mixto, donde a pesar de la
    primacía hegemónica de un sector se observa
    también interés del otro.

    En el primero de estos momentos –la llegada y
    desestructuración de los grandes imperios-, en el que el
    autor coloca el punto cero de la producción literaria
    americana, es donde el etnocentrismo (euro centrismo en este
    caso) se observa en su punto álgido: no hay mención de
    sojuzgamiento militar, de genocidio ni de etnocidio (ambos
    nefastos, tanto por la desaparición física como por la destrucción de
    identidades y la eliminación de toda herencia cultural; estos
    términos recién apareces en la página 117,
    refiriéndose al avance latifundista que produjo la guerra de castas), sino que
    estos son subsumidos bajo la fetichización de la escritura
    que habría maravillado a los nativos. De esta manera la
    coerción deja su lugar al consenso, en la creación de
    nuevas identidades.

    Luego, durante la imposición del colonialismo, el
    autor propone como primeras manifestaciones de las literaturas
    alternativas latinoamericanas la producción indígena de
    crónicas (ejemplificada en el capítulo 5°),
    memoriales y cartas dirigidas a la elite,
    así como la función de informantes de
    los cronistas europeos. Lienhard reconoce que los autores
    indígenas como los informantes correspondían a las
    elites (no muy representativas de la cultura oral-popular), pero
    encuentra en estos una actitud distinta a la
    sumisión a la nueva cultura hegemónica: las elites se
    apropiarían de la escritura europea, como forma de demostrar
    a las nuevas autoridades que son capaces de escribir en su
    idioma, como forma de hablarles de igual a igual, al tiempo que
    realizan quejas y pedidos en nombre de la comunidad. Pero no menciona que
    en tanto informantes, las respuestas otorgadas son inducidas por
    las preguntas, y modificadas por la visión del cronista, por
    lo que poco representativas pueden ser de la visión
    indígena. Y si los indígenas tuvieron la necesidad (al
    comienzo en las cartas y crónicas) de emplear la escritura
    para justificar y reclamar ante los europeos su presencia y
    derechos, esto es porque los
    europeos ya los habían vencido. No fueron los europeos
    quienes tuvieron que re-adaptar su sistema de significación
    para comunicarse con los indígenas, porque no fueron los
    vencidos.

    La cultura oral indígena era central para estas
    comunidades, pues la transmisión oral implicaba la
    importancia de la comunicación
    interpersonal en la herencia cultural (en el circulo de
    comunidades), al tiempo que el acceso a la notación
    pictográfica sólo a las elites demostraban las
    diferencias sociales, y permitían la modificación y
    reinterpretación de la historia (en mesoamérica
    historia cíclica). Este sistema era concordante con una
    cosmovisión indígena del mundo, cosmovisión en la
    que no entraba la producción de textos escriptuales
    alfabéticos. De esta manera, la adopción de la escritura
    demuestra cómo la cosmovisión europea triunfa sobre la
    indígena, pero no por consenso, sino por coerción,
    llevada de la mano de la fuerza militar.

    Por otra parte, en el análisis que hace el autor
    para demostrar la aculturación como proceso previo a la
    construcción de las literaturas alternativas
    latinoamericanas, propone que un primer paso fue la
    aculturación lingüística, donde
    el idioma receptor empezaría tomando prestado léxico y
    extendiendo el significado de los nombres, para seguir luego
    mediante modificaciones fonéticas y morfológicas
    superficiales, y terminar incorporando el vocabulario básico
    del idioma europeo y adaptándose a su sintaxis. Este tipo de
    aculturación pretende no sólo domesticar la lengua sino también el
    pensamiento: su fracaso en
    esta última empresa se ve en la falla de la
    aculturación religiosa, la resistencia religiosa de los
    indígenas era lo que realmente demostraba su individualidad
    e historia, su identidad. Si bien el autor
    expone las resistencias a la imposición religiosa, donde se
    puede observar la importancia de la religión para las sociedades
    indígenas, plantea la imposición idiomática como
    más pasiva, aceptada y festejada por las dos culturas.
    Nuevamente deja de lado la coerción como motor de la aculturación
    idiomática, plausible de ser observada por ser tangible
    auditivamente (cosa imposible de realizar con la religión,
    por su carácter
    psicológico).

    Continuando, hay una crítica que no se puede
    dejar de mencionar, ya que sobrevuela todo el texto un halo de
    evolucionismo

    "…Para un letrado europeo o europeizado resulta
    difícil imaginar una literatura oral bajo otro aspecto que
    no sea el de una práctica cultural anticuada, repetitiva
    (…) Estamos acostumbrados, desde la antigüedad
    helénica, a considerarla como la etapa más arcaica de
    una expresión verbal humana que evoluciona inexorablemente
    hacia formas cada vez más sofisticadas de la escritura
    (…) La cultura oral, en una palabra, se nos figura
    incompatible con la modernidad…"

    (pág. 333-334, subrayado agregado)

    Lienhard asume así el evolucionismo como modelo de
    pensamiento para pararse ante las "otras" sociedades: la ausencia
    de escritura es tratada en el texto como propio de unas
    sociedades menos evolucionadas. Este pensamiento articula su
    trabajo, donde observa una evolución desde el
    contacto europeo donde conocieron la escritura, hasta los
    trabajos de poesía autóctona en
    el área quechua del Perú de los años 80 (Arguedas,
    Dida Aguirre, Nimamango Mallqui, Huaman Manrique), cuyos motivos
    mesiánicos aparecen bajo una significación más
    "compleja". De esta manera se articulan los capítulos del
    5° al 12° (segunda mitad del texto correspondiente a
    los estudios de casos, la primer mitad corresponde a los
    planteamientos generales; esta separación es bastante
    funcional al texto, permite su mejor lectura), comenzando con la
    crónica indígena desarrollada para lectores
    bilingües y biculturales, donde los autores lograban
    "insertarse en la esfera de la literatura
    ‘universal’" (pág.187) (etnocentrismo).
    Siguiendo luego, con los trabajos de Arguedas y de Guaman Poma,
    se observará la diglosia cultural o la doble
    determinación, donde textos igualmente influenciados por dos
    culturas muestran la incompatibilidad de una cosmovisión
    indígena en un sistema de representación europeo: los
    textos se vuelven híbridos, escritos en los dos idiomas (la
    "evolución" es notable).

    A continuación, en el análisis de la
    representación escrita del homenaje ritual al inca (Juan de
    Betanzos, Tito Cusi Yupanqui y Ollantay) habrá una
    homologación entre las prácticas realizadas durante el
    homenaje, con las formas tradicionales de la poesía cantada
    en España: cantares,
    romances y villancicos, el teatro occidental; no es
    difícil observar etnocentrismo en la comparación de
    estos textos con la producción occidental como modelo,
    incluso hay cierto estructuralismo en la
    coincidencia buscada de estructuras en las dos
    culturas. Con respecto al análisis del área tupí
    guaraní, con los autores Roa Bastos y Montoya, surge la
    pulsión karaística como relación entre los dos
    textos, llamando la atención que los únicos que
    pudieron llevar a cabo la función de los karaí (lograr
    la cohesión social mediante discursos mesiánicos y
    facultades mágicas) fueron los jesuitas (nuevamente
    etnocentrismo). En Rulfo Lienhard observa la característica
    principal de la escritura alternativa: la utilización de una
    forma de tradición metropolitana para elaborar
    literariamente el discurso de un sector
    marginado. Así, a mitad del siglo XX, el autor encuentra que
    las literaturas latinoamericanas alternativas ya evolucionaron
    bastante como para poder apropiarse de otras
    formas, e ingresar en círculos más europeizados
    (continúa la evolución). Con respecto a la
    etnoficción, es observable un incipiente estructuralismo al
    hacer coincidir la europea con la latinoamericana utilizando las
    mismas categorías; y es criticable la aceptación de la
    etnoficción como transmisora de culturas orales, y por lo
    tanto como literatura alternativa latinoamericana.

    Finalmente, se puede mencionar que el título
    elegido es apropiado; la prosa, más allá de algunos
    pasajes algo confusos en el quinto capítulo, es bastante
    buena, aunque en el estudio de casos pierde el carácter
    cautivante que posee en los primero capítulos,
    volviéndose un tanto aburrida; errores tipográficos no
    se han detectados; el público esperado es académico. La
    amplia bibliografía es indicativa de uno de los motivos del
    autor por escribir el texto (explicitado en varias partes): que
    sea éste un trabajo pionero, que sigan luego otros
    investigadores, para ampliar el espectro de las literaturas
    alternativas y su implicación social (incluso pretende que
    este modelo pueda ser aplicado en otras sociedades, como la
    africana). Habrá que ver la utilidad académica- social
    que puede tener la realización este tipo de estudios, ver a
    quién le interesa continuar con el análisis de
    literaturas alternativas que no son representativas de una
    visión indígena (por moverse en el campo de otra
    cosmovisión) ni europea, ni criolla; y que tienen como
    centro estructurador el análisis (fetichizado) de
    literaturas, análisis signado por el etnocentrismo y un
    estructurado evolucionismo, que las convierte en centro de
    análisis. Para pensar queda el comentario de Diderot que
    aparece en la explicación de la etnoficción europea,
    quizá pertinente contrapunto

    "…¡Ah! ¡Maldita escritura! Perniciosa
    invención de los europeos que tiemblan a la vista de sus
    propias quimeras, que ellos se representan por la
    combinación de veintitrés figuras pequeñas,
    más aptas a perturbar el sueño de los hombres que a
    alimentarlo…."
    (Pág. 294)

     

    Pedro B. Quiroux

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