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El trasvase de desigualdades de clase y etnia entre mujeres



     

     

    Resumen

    La concentración de las mujeres immigrantes
    extracomunitarias en los servicios de proximidad hace efectiva la
    triple discriminación laboral
    —por razón de clase social, género y
    etnia— a la que se enfrenta este colectivo en la sociedad
    receptora. El artículo pretende explicar esta
    posición en el mercado de
    trabajo a
    partir del estudio del «contexto de recepción
    », teniendo en cuenta la influencia de los factores
    institucionales y, en especial, el análisis de la estructura de
    la demanda del
    mercado de trabajo. La adopción
    de la perspectiva de género a lo largo del
    análisis, pone en evidencia las relaciones patriarcales y
    el trasvase de cargas reproductivas entre mujeres de distinta
    clase social y origen étnico.

    Palabras clave: servicios de proximidad,
    género, triple discriminación, inmigración extracomunitaria, contexto de
    recepción.

    Abstract

    The transfer of class and ethnic group inequalities
    among women: the caring jobs
    The concentration of non-EU
    immigrant women in «caring jobs» indicates a triple
    labour discrimination —based on social class, gender and
    ethnic group— in the receiving society.

    The article gives a general overview of the position of
    non-EU immigrant women in the Spanish labour market, from the
    analysis of «reception context», taking into
    consideration the influence of institutional factors and,
    particularly, the structure of the labour demand. The adoption of
    a gender perspective throughout the analysis evidences
    patriarchal relationships and the transfer of reproductive work
    among women from different social class and ethnic
    group.

    Key words: caring jobs, gender, triple labour
    discrimination, non-EU immigration, reception context.

     

    1.
    Introducción

    El principal objetivo de
    este artículo es estudiar la migración
    femenina desde la perspectiva de la triple discriminación
    laboral —por razón de clase, género y
    etnia— a la que se enfrenta este colectivo en la sociedad
    de acogida, a partir del análisis de la inserción
    laboral de la mujer
    inmigrante en los servicios de proximidad o servicios de la vida
    diaria, que pueden definirse como aquellas actividades
    remuneradas destinadas a satisfacer las necesidades de las
    personas y de las familias, que aparecen, en la actualidad, en la
    vida cotidiana de las sociedades
    occidentales (Torns, 1996). Algunos de estos servicios
    están fuertemente vinculados al cuidado de las personas
    (sobre todo de ancianos y enfermos) y otros tienen que ver con la
    esfera doméstica (trabajo doméstico a domicilio,
    gestión
    del hogar) (Torns, 1997, 1999a).

    La Comisión Europea (1995) destaca la
    rápida expansión que han experimentado este tipo de
    servicios en Europa, con una
    tasa de crecimiento anual que se sitúa entre el 4% y el
    7%. Ello les convierte en uno de los ámbitos de
    creación de empleo
    más activos dentro de
    los denominados «nuevos yacimientos de empleo», que
    engloban las nuevas ocupaciones que están surgiendo en el
    capitalismo
    avanzado para satisfacer nuevas necesidades y dar respuesta a las
    transformaciones sociales (Torns, 1997). El crecimiento de los
    servicios de proximidad se debe a la creciente
    externalización del trabajo reproductivo por parte de las
    nuevas clases medias urbanas de las sociedades occidentales. De
    hecho, la mercantilizacion del trabajo doméstico-familiar
    siempre ha existido, de la mano de la figura del criado o criada
    y del servicio
    doméstico —éste último, nutrido en
    España
    básicamente de mujeres jóvenes procedentes de
    áreas rurales—. Sin embargo, su incremento masivo
    actual tiene mucho que ver con los cambios
    sociodemográficos y económicos ocurridos en las
    últimas décadas en las sociedades occidentales,
    tales como el envejecimiento de la población, la creciente
    participación femenina en el mercado de trabajo, una nueva
    gestión del tiempo en el
    interior del núcleo familiar y, por último, la
    crisis
    fiscal del
    Estado del
    bienestar en el marco del neoliberalismo
    predominante.

    Dicho proceso de
    externalización de las tareas de reproducción social genera y la
    invisibilidad, que no son absorbidas por la mujer trabajadora
    autóctona, lo que genera una creciente demanda de mujeres
    inmigrantes extracomunitarias para llevarlas a cabo. Es en este
    contexto en el que debe enmarcarse la creciente
    feminización de los flujos
    migratorios hacia España. La demanda de fuerza de
    trabajo en los servicios de proximidad constituye un claro
    exponente de las tesis de
    Sassen (1993), según las cuales la transformación
    de las economías en los países occidentales genera,
    especialmente en las grandes ciudades y en las global
    cities,
    concentraciones considerables de trabajo de servicios
    mal remunerados para sostener los nuevos estilos de vida de la
    creciente mano de obra profesional (servicio doméstico,
    otros servicios personales…). Esta situación corre el
    riesgo de
    convertir los servicios de proximidad, profundamente asociados a
    la precariedad, la invisibilidad, el desprestigio social y la
    servitud, en un «nicho laboral» para las mujeres
    inmigrantes, con el consiguiente trasvase de desigualdades de
    clase y etnia dentro del propio colectivo de mujeres (Torns,
    1996, 1997, 1999a).

    Con el objetivo de analizar los condicionantes de la
    ubicación de la mujer inmigrante en los servicios de
    proximidad, se aplica aquí la propuesta teórica de
    Portes y Böröcz (1992). Ambos autores mantienen que la
    incorporación de los inmigrantes en la sociedad receptora
    depende sólo parcialmente de las características de
    los inmigrantes, de modo que sus distintas trayectorias laborales
    se explican, básicamente, a partir de una serie de
    factores contextuales que configuran el «contexto de
    recepción», junto a la influencia de las comunidades
    étnicas preexistentes o redes sociales, que no van a
    ser tratadas en estas páginas2.

    Las características del mercado de trabajo
    español,
    la estructura de la demanda y los contenidos de la política migratoria
    son los principales factores contextuales y constituyen el eje
    central del artículo.

    Aunque la perspectiva del «contexto de
    recepción» puede resultar excesivamente determinista
    y difumina la heterogeneidad de trayectorias laborales,
    circunstancias y orígenes de las mujeres inmigrantes,
    constituye un instrumento conceptual eficaz, capaz de destacar
    los factores estructurales que influyen en el conjunto de mujeres
    inmigrantes, sin que ello signifique que todas ellas se
    conviertan automáticamente en
    «víctimas», condenadas a la
    explotación, y que no existan estrategias
    individuales capaces de superar todos estos condicionantes o
    parte de ellos.

    Este artículo recoge la primera fase de una
    investigación todavía no concluida,
    por lo que los resultados presentados sólo proceden de las
    fuentes
    estadísticas, concretamente de las
    estadísticas de permisos de trabajo a trabajadores
    extranjeros y de la Encuesta de
    Población Activa (EPA)3. La inexistencia de
    datos sobre el
    número de trabajadoras inmigrantes asalariadas en empresas de
    servicios de proximidad y el hecho de que la mayor parte de los
    empleos de este colectivo tengan lugar bajo el régimen de
    dependencia persona a
    persona4 y no en empresas de servicios, ha determinado
    que en este estudio sólo se utilicen los permisos de
    trabajo en el servicio doméstico como indicador de la
    presencia de las mujeres inmigrantes en los servicios de
    proximidad. Por lo tanto, van a estudiarse aquellas trabajadoras
    que prestan sus servicios en el hogar del empleador, a cambio de una
    retribución monetaria y/o en especie. Esta opción
    sólo recoge una parte de los servicios de proximidad;
    justamente aquellas actividades con mayor connotación
    servil —el cuidado de las personas y el trabajo
    doméstico a domicilio—, dejando al margen muchas
    nuevas ocupaciones en empresas de servicios que están
    surgiendo alrededor de estas «nuevas» necesidades y
    que van a ser recogidas en futuras fases del estudio.

     

    2. Feminización de los
    flujos migratorios e inserción laboral de la mujer
    inmigrante en los servicios de proximidad

    En España, desde mediados de los ochenta, se
    asiste a una feminización de los flujos migratorios
    extracomunitarios, de manera que constituyen el 44,1% del total
    de residentes extranjeros en el Régimen General a
    31/12/1997 (OPI, 1998). La composición de las mujeres
    extracomunitarias residentes según nacionalidades nos
    muestra el
    marcado predominio de las mujeres marroquíes (con un 26,1%
    del total de mujeres), a pesar de que no se trata de un flujo
    especialmente feminizado, seguidas de mujeres procedentes de
    distintos países latinoamericanos (Perú,
    República Dominicana, Colombia), con
    flujos migratorios fuertemente feminizados y, en menor medida, de
    las mujeres filipinas y de las mujeres chinas (OPI, 1998). La
    elevada tasa de actividad de estas mujeres inmigrantes y el hecho
    de que con frecuencia emigren solas, siendo pioneras del proceso
    migratorio, indica que no siempre se trata de una
    inmigración sólo de arrastre, sino también
    de mujeres que han emigrado por consideraciones
    básicamente económicas.

    El análisis de las principales ramas de actividad
    en las que se insertan los hombres y las mujeres inmigrantes con
    permiso de trabajo permite detectar una fuerte segregación
    ocupacional por sexos. Es decir, al reducido abanico de
    actividades a las que están relegados los y las
    trabajadoras inmigrantes, debe añadírsele la
    segregación ocupacional por razones de género,
    situando a las mujeres en el último escalafón de la
    estructura ocupacional: el servicio doméstico.

    Los datos muestran un 47,7% del total de las mujeres
    trabajadoras ocupadas en el servicio doméstico y un 8,2%
    en la hostelería. Los trabajadores masculinos, por el
    contrario, presentan una mayor dispersión de actividades
    que las mujeres, repartiéndose entre la agricultura
    (15,7%), la construcción (10,7%), la hostelería
    (10,1%), el comercio
    (9,8%) y el servicio doméstico (6,3%) (OPI, 1998). La
    feminización del servicio doméstico se hace
    todavía más patente al comprobar que el 84,4% de
    los extranjeros afiliados y en alta en el Régimen Especial
    de Empleados de Hogar de la Seguridad
    Social son mujeres (OPI, 1999). Pero el volumen de
    mujeres inmigrantes que trabajan en el servicio doméstico
    difícilmente puede estimarse a partir de los permisos de
    trabajo concedidos, puesto que existe un importante colectivo de
    mujeres inmigrantes irregulares que trabajan en el sector sin
    contrato de
    trabajo y que no aparecen contabilizadas en las
    estadísticas.

    A pesar de la pluralidad de cronologías,
    circunstancias, trayectorias laborales, orígenes
    geográficos, económicos, sociales y culturales que
    presentan las mujeres inmigrantes en España, en la que no
    se detiene este artículo, los datos presentados sugieren
    la existencia de una serie de condicionantes estructurales que
    inciden de manera específica en el conjunto del colectivo
    de mujeres trabajadoras extracomunitarias, relegándolas a
    un «nicho laboral» muy concreto del
    mercado de trabajo: los servicios de proximidad. El uso del
    «contexto de recepción» como instrumento
    conceptual, que a continuación se presenta, permite
    identificar cuáles son estos condicionantes y de
    qué modo se hace efectiva su influencia.

     

    3. El contexto de
    recepción: un mercado de trabajo
    sexuado

    Sin ánimos de ofrecer un análisis
    exhaustivo de las características del mercado de trabajo
    español, sí vamos a enumerar brevemente los
    aspectos que hacen posible comprender el marco estructurador de
    la situación laboral de las mujeres inmigrantes en
    España.

    La llegada del modelo de
    acumulación basado en la «flexibilidad»,
    así como la preeminencia del sector terciario, el aumento
    del nivel educativo de la población activa —sobre
    todo de las mujeres— y la incapacidad de generar un nivel
    de empleo adecuado al crecimiento de la población en edad
    de trabajar, constituyen los rasgos más destacados. Como
    consecuencia, la tasa de paro
    española supera con creces la media europea y en los
    últimos años se ha asistido a una rápida
    precarización del empleo, por medio de la
    proliferación de contratos de
    trabajo a tiempo determinado, de la facilitación de los
    despidos y de la extensión de la economía informal
    (Prieto, 1994; Martín Artiles, 1997).

    Este contexto de precarización y segmentación del mercado de trabajo es el
    marco en el que tiene lugar la discriminación laboral de
    la población inmigrante y su ubicación en los
    escalafones más bajos de la estructura ocupacional o
    «etnoestratificación» del mercado de trabajo.
    En primer lugar, los trabajadores inmigrantes están
    destinados a aceptar aquellas actividades rechazadas por una
    fuerza de trabajo española cada vez más exigente en
    sus apetencias y menos proclive a realizar trabajos manuales no
    cualificados, arriesgados, sucios y mal pagados, a pesar de la
    fuerte incidencia del paro. En segundo lugar, la fuerza de
    trabajo inmigrante tiene acceso a ocupaciones en las que los
    autóctonos también concurren, pero los inmigrantes
    son discriminados positivamente por el hecho de aceptar peores
    condiciones de trabajo —muchas veces bajo formas de
    economía informal—, lo que permite el abaratamiento
    de costes, alcanzar mayor flexibilidad y frenar la
    inflación (Solé, 1995).

    Pero para la mujer inmigrante, a su condición de
    inmigrante en el mercado de trabajo deben
    añadírsele, además, las desigualdades de
    género de la que son víctimas el conjunto de
    mujeres en la sociedad receptora. A pesar del acelerado aumento
    de la participación femenina en el mercado de trabajo
    desde 1985, con una tasa de actividad que ha crecido del 30,9% en
    1987 al 37,6% en 1997, según datos de la EPA, las
    desigualdades de género siguen presentes, desde el momento
    en que la tasa de actividad femenina es una de las más
    bajas de la UE y que buena parte del aumento de mujeres activas
    ha ido directamente a engrosar las filas del paro —con un
    52,8% de mujeres dentro de la población en paro y con una
    tasa de paro femenina de 28,3%, que casi dobla a la masculina
    (16,1%), en base a los datos de la EPA de 1997.

    Las mujeres son discriminadas en el mercado de trabajo
    de las sociedades occidentales en base a la asunción
    patriarcal que considera que el rol natural de la mujer
    está en la esfera reproductiva, por lo que va a ser menos
    productiva que un hombre en
    determinados trabajos remunerados y, además, su actividad
    se va a ver negativamente afectada por sus responsabilidades
    familiares, en términos de movilidad, estabilidad y
    eficiencia. La
    concentración primordial de la mujer en el área de
    la reproducción la convierte en trabajadora secundaria o
    ausente en el área de la producción.

    Pero al margen de la fuerte incidencia de la inactividad
    y del paro entre las mujeres occidentales, los procesos de
    terciarización han ido acompañados de una fuerte
    feminización del mercado de trabajo español
    —sobre todo en los servicios poco cualificados— que
    ha permitido evidenciar todavía más los procesos de
    segregación ocupacional que padecen las mujeres. El 63% de
    las mujeres ocupadas se concentran en seis sectores de actividad
    (comercio y reparaciones, sanidad y servicios sociales, enseñanza, inmobiliaria y servicios a
    empresas, hostelería y servicio doméstico),
    según datos de la EPA de 1997. Se trata, sin lugar a
    dudas, de sectores de actividad con una fuerte tasa de
    feminización.

    Este proceso de segregación horizontal es el
    resultado de la existencia de actividades consideradas
    «femeninas» en el imaginario social, en las que
    mayormente las mujeres prolongan sus habilidades como madres,
    esposas y cuidadoras, adquiridas a través de la socialización diferencial de género.
    Las mujeres trabajadoras se sitúan así en los
    estratos más bajos de la estructura ocupacional, en
    aquellas actividades más precarizadas, menos remuneradas y
    menos valoradas socialmente, Además de la
    segregación, otros rasgos que acompañan la mayor
    presencia femenina en el mercado de trabajo español son la
    discriminación salarial (Peinado, 1991) y su
    sobrerrepresentación en los contratos de trabajo
    «atípicos» (temporalidad y tiempo parcial),
    así como en la economía informal (Torns,
    1999a).

    Estos datos dibujan un escenario en el que, según
    Torns (1998: 42), «la imagen del obrero
    fordista-taylorista desaparece y va siendo substituida por un
    empleado de los servicios […] ese empleado es en su
    mayoría una empleada que, dado el cambio de género,
    siempre tiene peores salarios y peores
    condiciones de trabajo». En consecuencia, no es que la
    mujer, como grupo
    subordinado que intenta acceder al mercado de trabajo —al
    igual que los colectivos de jóvenes y de
    inmigrantes—, sea reclutada para aquellas ocupaciones
    más subordinadas, existentes a priori, sino que es el
    propio mercado de trabajo el que se estructura a partir de las
    relaciones patriarcales, de manera que tanto las relaciones
    laborales (contratos a tiempo parcial, temporalidad…), como
    las condiciones de trabajo (salarios, posibilidades de promoción…) se definen y redefinen
    constantemente en función
    del género.

     

    4. El contexto de
    recepción: la demanda de servicios de proximidad como
    respuesta a «nuevas» necesidades
    sociales

    Las razones que explican el crecimiento de la demanda de
    los servicios de proximidad se derivan del incremento de una
    serie de necesidades de servicios encuadrables bajo la idea de
    «proximidad» (personal y
    familiar). Estas necesidades obedecen a una serie de factores,
    entre los que destacan los cambios ocurridos en la familia, a
    consecuencia de la creciente participación femenina en el
    mercado de trabajo; los cambios sociodemográficos, de los
    que el envejecimiento de la población es el principal
    protagonista y, finalmente, la crisis del Estado del bienestar
    (Torns, 1995, 1997; Lallement, 1998). Para comprender la
    creciente demanda en torno a los
    servicios de proximidad, debe analizarse la dificultad de
    compatibilizar la doble adscripción de la mujer
    autóctona a la esfera productiva y a la reproductiva. Es
    aquí donde aparecen «nuevos» espacios para la
    ocupación de mujeres inmigrantes.

    Los cambios políticos, sociales y
    económicos acontecidos en los últimos años
    han provocado importantes transformaciones en la familia
    española, sobre la base de la emancipación del
    colectivo de mujeres. La generación de mujeres
    españolas de menos de cuarenta años ha
    protagonizado una verdadera revolución, tanto en el terreno laboral
    como en el reproductivo (Garrido, 1992). A pesar de la baja tasa
    de actividad femenina en España, ésta presenta una
    gran variabilidad por edades, de modo que mientras que un 74,5%
    de las mujeres entre 25 y 29 años son activas, las que
    tienen entre 50 y 54 años no alcanzan el 36% (frente a un
    88,6% de tasa de actividad masculina para estas edades),
    según datos de la EPA de 1997. Se asiste, pues, a una
    clara ruptura generacional. La confluencia de los cambios
    políticos y económicos en ciertos períodos
    convierte la edad en una variable clave para comprender la forma
    en que las mujeres se integran en la sociedad. Sin lugar a dudas,
    la expansión del sistema
    educativo constituye uno de los elementos más
    determinantes, puesto que la participación femenina en el
    auge de la enseñanza formal es el instrumento clave para
    entender su inserción activa en la producción
    extradoméstica (Garrido, 1992).

    Pero de todo ello no debe inferirse que la
    incorporación de la mujer al mercado de trabajo se haya
    producido en las últimas décadas. De hecho, la gran
    mayoría de mujeres de clase baja han realizado desde la
    industrialización diversos trabajos remunerados (en las
    fábricas, de sirvientas…). Lo que sí es nuevo es
    el cambio cultural profundo que tiene lugar a partir de los
    años sesenta, con el resultado de que las mujeres pasen de
    trabajar por necesidad a hacerlo básicamente por
    elección. Hasta entonces, el modelo de trabajo de la mujer
    (de clase media) implicaba casarse y quedarse en casa, ejerciendo
    de esposa y madre, de manera que se impuso el ethos de la
    familia burguesa y de la mujer ama de casa. El empleo voluntario
    de la mujer casada era visto como algo vergonzoso que significaba
    el abandono de sus responsabilidades familiares. Con la
    «revolución silenciosa» de las mujeres cae la
    tasa de fecundidad, aumenta su acceso a la educación
    superior y la clase media femenina pasa a participar
    activamente en el mercado laboral, de modo que se liberan de
    muchas de las predeterminaciones atribuidas al género
    femenino (Carrasco, 1998). Las nuevas generaciones de mujeres
    jóvenes se incorporan al mercado de trabajo y ya no
    están dispuestas a abandonar sus empleos en el momento de
    formar una familia.

    Estas mujeres, a diferencia de sus predecesoras, desean
    compatibilizar sus aspiraciones familiares con sus aspiraciones
    profesionales, y ya no de forma secuencial, sino
    simultáneamente, a sabiendas de que las posibilidades de
    reincorporación al mercado de trabajo tras una ruptura de
    la biografía laboral son limitadas (Meil,
    1995).

    Una de las cuestiones estratégicas es la forma en
    que la mujer compatibiliza la dedicación al trabajo en el
    mercado laboral y en el hogar. Contrariamente a las perspectivas
    optimistas que prevalecen en los años sesenta, en las que
    se cree que el desarrollo de
    la actividad femenina y la independencia
    económica de las mujeres conllevará nuevos repartos
    de tareas, la distribución de tareas entre hombres y
    mujeres ha sufrido pocos cambios (Fougeyrollas-Schwebel,
    1995).

    Mientras las mujeres invierten su tiempo entre familia y
    trabajo remunerado, con una percepción
    del tiempo circular, el hombre
    sigue manteniendo su participación exclusiva en el mercado
    laboral, alternándolo con los momentos de ocio. La mujer
    se ve irremediablemente condenada a realizar una doble jornada,
    con lógicas de organización incompatibles entre sí,
    y a padecer el estrés
    psicológico que esta situación genera, conocida
    como «doble presencia» (Balbo, 1994). Aunque entre
    las generaciones más jóvenes y con mayor nivel
    educativo se observan mayores cotas de igualdad entre
    hombres y mujeres en la esfera reproductiva y una
    separación de roles no tan rígida, todavía
    queda mucho camino por recorrer. Las nuevas generaciones
    masculinas son conscientes de que deben colaborar en el hogar,
    pero el problema reside en que esta actitud se
    limita a ofrecer una «ayuda» puntual, y es la mujer
    la que señala cuáles son las tareas a
    desempeñar y cómo deben realizarse. Por lo tanto, a
    pesar del discurso de
    que lo «correcto» es romper con la división
    sexual del trabajo, la práctica cotidiana lo contradice.
    Diversos estudios sobre usos del tiempo y desigualdad entre
    hombres y mujeres confirman esta constatación (Izquierdo,
    1988; Ramos, 1990; Page, 1996; Carrasco, 1997). Por lo tanto,
    puede concluirse que la mayor participación de la mujer en
    la esfera productiva en los últimos años supone una
    reducción de su presencia horaria en la vida familiar, sin
    una paralela reducción de las cargas
    domésticas.

    De ese modo, la transferencia de tareas y de
    responsabilidades reproductivas se acaba efectuando entre las
    propias mujeres de la familia y las mujeres en general,
    trazándose una especie de división del trabajo
    entre las mujeres a lo largo del ciclo vital
    (Fougeyrollas-Schewebel, 1995: 94) Buena parte de las tareas
    reproductivas son asumidas por las mujeres de más de
    cuarenta años, ya sea cuidando a sus nietos o a las
    personas mayores dependientes. Se trata de mujeres que o bien no
    han trabajado nunca de manera remunerada, o bien están
    jubiladas.

    La demanda de servicios de proximidad o servicios de la
    vida diaria nace del conflicto ante
    la dificultad de conciliar ambas «presencias» y la
    necesidad de responder a las exigencias diarias del trabajo
    reproductivo. Es en este contexto donde se plantea la
    mercantilización o externalización de lo que hasta
    ahora había sido simplemente trabajo no remunerado, por
    parte de las mujeres trabajadoras de clase media. La falta de un
    reparto equitativo de las tareas reproductivas provoca el declive
    de la idealizada complementariedad de los roles conyugales
    segregados y se hace visible la importancia del trabajo
    domésticofamiliar o reproductivo para satisfacer las
    necesidades de las personas. Entre los sectores de la
    población con más nivel educativo se asiste a una
    nueva gestión del tiempo en el interior del núcleo
    familiar y a un nuevo concepto de
    «calidad de
    vida», de manera que resulta más práctico
    y menos conflictivo recurrir al trabajo externo para llevar a
    cabo las tareas reproductivas, que intentar distribuirlas entre
    hombres y mujeres dentro de la unidad familiar. De esa manera, el
    recurso a los servicios de proximidad no contribuye sólo a
    suavizar la sobrecarga laboral de la mujer, sino también a
    paliar los conflictos
    entre la pareja y mantener la cohesión
    familiar.

    En base a los resultados obtenidos en una encuesta a los
    hogares catalanes5, si bien la autoproducción
    de los servicios habituales a las personas y hogares es la
    tónica dominante, el grado de insatisfacción supera
    el 10% en la atención a personas dependientes y en la
    limpieza del hogar, lo que genera un importante potencial de
    demanda insatisfecha futura que van a cubrir los servicios de
    proximidad (Jiménez, 1999).

    Por lo tanto, determinadas labores reproductivas son
    rechazadas también por las mujeres, a consecuencia de su
    escasa valoración, y son transferidas, aunque sin dejar de
    supervisarlas, a otras mujeres con menos recursos
    económicos, a cambio de más tiempo para la familia
    o el ocio, o de mayor dedicación al trabajo fuera del
    hogar, en un mercado laboral cada vez más competitivo y
    «masculinizado». La pregunta clave es saber
    quién va a realizar estas tareas de «servidor».
    El incremento del nivel educativo de las mujeres
    autóctonas ha aumentado su «nivel de
    aceptación» de las condiciones de trabajo por debajo
    del cual tenderían a considerar sus oportunidades de
    empleo «socialmente» inaceptables (Villa, 1990: 312).
    A las mujeres de las clases medias urbanas, 5. Encuesta realizada
    en 1998 por la Fundació CIREM, en el marco del Libro Blanco
    de los Nuevos Yacimientos de Ocupación en
    Catalunya.

    con un nivel de formación reglada elevado, el
    mercado laboral les ofrece mejores oportunidades de trabajo que
    hace unos años y, a pesar de las elevadas tasas de paro
    que acechan al colectivo femenino, no están dispuestas a
    realizar unas actividades, los servicios de proximidad, que son
    socialmente consideradas una prolongación del trabajo
    reproductivo y que resultan emblemáticas de la
    discriminación por razón de género. Por lo
    tanto, la demanda de empleadas domésticas crece al mismo
    tiempo que disminuye la oferta. Es
    aquí donde aparece un «nicho laboral» que van
    a ocupar las mujeres autóctonas con menos recursos
    económicos y, en especial, las mujeres inmigrantes, que
    llegan a España atraídas por la fuerte demanda. En
    consecuencia, los servicios de proximidad están muy lejos
    de la metáfora «yacimientos de empleos»,
    cargada de ideología, ya que en el fondo no son
    más que una transferencia del servicio doméstico
    tradicional (Lallement, 1998).

    Otra fuente importante de necesidades por satisfacer es
    el resultado del proceso de envejecimiento de la población
    que atenaza a todas las sociedades industrializadas. Para el
    conjunto de la UE, en 1992 había un 13,5% de la
    población con más de 65 años (Laville, 1992:
    353). En base a cifras aproximadas del censo de población
    de 1991, las personas mayores de 65 años suponen
    prácticamente el 14% de la población
    española y un total de 5,5 millones de individuos
    (INSERSO, 1995a: 31). Según datos de una encuesta
    realizada por el CIS en 19976, alrededor del
    27% de las personas mayores requieren de algún tipo de
    ayuda de otra persona para poder realizar
    alguna de las actividades de su vida cotidiana (vestirse,
    lavarse, ir al servicio, tomar medicación, andar, realizar
    las tareas domésticas…). Este porcentaje constituye una
    clara aproximación a la dependencia de este colectivo,
    así como a la importancia de la contribución de la
    familia en este ámbito.

    En un Estado del bienestar como el español, en el
    que las tareas de cuidado no han sido asumidas por los servicios
    sociales públicos y en el que la tasa de actividad
    femenina aumenta aceleradamente en las generaciones de mujeres
    más jóvenes, a corto plazo va a producirse una
    escasez de
    mujeres «disponibles » para poder ocuparse
    directamente de las personas mayores. Cada vez es más
    frecuente que las familias de las clases medias urbanas, con
    ambos cónyuges trabajando en el mercado de trabajo,
    precisen de trabajadoras domésticas para atender a las
    personas mayores, asistiéndose a una creciente
    mercantilización de las tareas de
    cuidado7.

    Un tercer factor es el incremento de la demanda de
    servicios clásicos del Estado del bienestar, vinculados a
    la atención de los niños y
    al cuidado de las personas adultas dependientes. Este aumento de
    la demanda choca con la revisión del Estado del bienestar
    que está teniendo lugar en toda Europa desde los
    años setenta, a partir de la concienciación sobre
    los límites
    del conjunto de prestaciones
    que han ido asumiendo los poderes públicos y el
    redescubrimiento de la familia como alternativa menos costosa y
    más eficaz para atender a las personas que requieren
    cuidados8. Las políticas
    de ajuste y de contención del gasto
    público suponen una reducción significativa del
    gasto social en este tipo de servicios. En un Estado del
    bienestar poco desarrollado como el español, basado en un
    régimen del bienestar profundamente
    «familista»9, las actuales tendencias
    familiarizadoras conllevan consecuencias mucho más
    alarmantes para las mujeres españolas, ya que se asiste a
    una crisis del Estado del bienestar sin que previamente se hayan
    desarrollado suficientemente las prestaciones sociales. A pesar
    de que en el Estado del
    bienestar español las familias nunca han dejado de ser las
    proveedoras directas de buena parte de los servicios sociales
    —rasgo definitorio del «modelo católico»
    o «modelo del sur», característico de los
    países del sur de Europa (Abrahamson, 1995)—, la
    velocidad de
    los cambios sociales y económicos mencionados ha
    transformado profundamente el rol de las mujeres y la estructura
    familiar de la sociedad española.

     

    5. El contexto de
    recepción: los factores institucionales

    Siguiendo los planteamientos de Portes y
    Böröcz (1992), las actitudes de
    los gobiernos receptores hacia la inmigración y las
    medidas legales adoptadas son un eje esencial del contexto de
    acogida, por cuanto organizan las oportunidades vitales de las
    personas inmigrantes. Desde el ámbito legal se define el
    «campo de posibilidades» de la inserción de la
    fuerza de trabajo inmigrante en el mercado de trabajo, proceso
    denominado «discriminación institucional»
    (Cachón, 1995). Por el simple hecho de ser extranjero (no
    comunitario), las posiciones que pueden ocuparse en el mercado de
    trabajo están determinadas negativamente, ya sea porque el
    «marco institucional» fija el campo de
    no-circulación de la fuerza de trabajo inmigrante —a
    través del recurso a la «situación nacional
    de empleo»— o bien porque el Estado ratifica lo que
    el mercado ya ha fijado como campo de oportunidades laborales de
    los inmigrantes —a través de los
    contingentes—. Es así como la política
    migratoria favorece la reclusión de los trabajadores
    extranjeros en unos sectores de actividad determinados,
    caracterizados por presentar las peores condiciones de trabajo,
    contribuyendo a la flexibilización y a la
    etnoestratificación del mercado de trabajo.

    Este «marco institucional de la
    discriminación» actúa de distinta manera
    según se trate de hombres inmigrantes o de mujeres
    inmigrantes, en conjunción con factores propios de las
    relaciones de género y con la existencia de un mercado de
    trabajo claramente sexuado. Uno de los efectos más
    destacados es la promoción de la migración femenina
    fundamentalmente de carácter laboral, como respuesta a la
    demanda en el mercado de trabajo de trabajadoras para
    determinadas actividades dentro de los servicios de proximidad.
    El establecimiento de un contingente anual desde 1993 inaugura
    esta lógica
    y es el ejemplo más fehaciente de que la política
    migratoria está regida por el imperativo de gestión
    del mercado de trabajo. Según Oso (1998: 118), «la
    política de cupos es de especial interés
    para el estudio de la migración femenina, puesto que
    supone la aceptación a nivel institucional de la
    existencia de una demanda de mano de obra para el servicio
    doméstico que será cubierta principalmente por
    mujeres».

    Por consiguiente, el propio «marco
    institucional» no sólo delimita legalmente la
    denominada «etnoestratificación», sino que,
    además, es copartícipe en la configuración
    de un mercado de trabajo sexuado para la fuerza de trabajo
    inmigrante, relegando a las mujeres a las actividades
    típicamente «femeninas » más proclives
    a la invisibilidad y a la explotación. Esta
    situación repercute claramente en la composición de
    los flujos migratorios y en las estrategias migratorias,
    ejerciendo un efecto de atracción (pull) que sirve
    de estímulo para que las mujeres inmigrantes sean pioneras
    de la cadena migratoria, a sabiendas de que la política
    migratoria española les ofrece mayores posibilidades que a
    los hombres para regularizar su situación
    jurídica.

    En consecuencia, el Estado recurre a la
    inmigración femenina del Tercer Mundo en ausencia de una
    política familiar adecuada que permita a la mujer
    trabajadora autóctona conciliar
    «profesión» y «familia», dada la
    escasez de fuerza de trabajo autóctona dispuesta a
    emplearse en estas tareas. Desde esta perspectiva, el reclutamiento
    de trabajadoras extranjeras supone «subvencionar» un
    servicio privado de atención de los niños y de las
    personas mayores dependientes (Stasiulis y Bakan,
    1997).

     

    6. La mujer inmigrante en los
    servicios de proximidad y la triple discriminación
    laboral

    Desde una perspectiva de género y partiendo de un
    «contexto de recepción» basado en un mercado
    de trabajo profundamente segmentado por razón de la etnia,
    donde las mujeres son relegadas a determinadas actividades y
    categorías profesionales (segregación horizontal y
    vertical) y con una fuerte demanda de fuerza de trabajo para
    llevar a cabo las tareas de la reproducción social, la
    mujer inmigrante es triplemente discriminada en el mercado de
    trabajo, resultado de la articulación de los procesos de
    discriminación por razón de clase, género y
    etnia (Morokvasic, 1984; Boyd, 1984). Esta triple
    discriminación sitúa a la mujer inmigrante en
    aquellos «nichos laborales» que la mujer
    autóctona rechaza por ser emblemáticos de la
    discriminación de género, reforzándose
    todavía más la repartición sexuada de la
    ocupación y las desigualdades de clase y de etnia (Torns,
    1997, 1999b). De ese modo, las trabajadoras extranjeras aparecen
    como recurso para llenar un vacío en el mercado
    laboral.

    La incorporación de la perspectiva de
    género al análisis de la inserción laboral
    de la mujer inmigrante permite constatar que, a pesar que el
    conjunto de la población inmigrante extracomunitaria
    padece la «etnoestratificación» del mercado de
    trabajo, el abanico de posibilidades de las mujeres inmigrantes
    es mucho más reducido que el de los hombres inmigrantes y
    son ellas las que ocupan el último escalafón: el
    servicio doméstico.

    Por otro lado, de la comparación de la
    inserción laboral de las mujeres inmigrantes con la de las
    mujeres autóctonas se desprende que, si bien ambos
    colectivos son discriminados en el mercado de trabajo por
    razón de su género, las trabajadoras inmigrantes
    padecen la segregación ocupacional de manera más
    acuciante, ubicándose mayormente en aquellas actividades
    «femeninas» socialmente más desvalorizadas,
    mal pagadas y con una fuerte connotación
    «servil»: el servicio doméstico. Ello no
    significa que las mujeres autóctonas no estén
    presentes en los servicios de proximidad, sino tan solo que la
    concentración de trabajadoras inmigrantes en estas
    actividades es mucho mayor, en términos relativos, que la
    de mujeres autóctonas10.

    Los servicios de proximidad son actividades intensivas
    en fuerza de trabajo, poco productivas y poco rentables, con
    costes laborales muy elevados. Desde una lógica meramente
    productivista, ciega al enorme valor social
    de estas tareas, los obstáculos inherentes a su
    mercantilización favorecen la ocupación de los
    grupos
    excluidos del mercado de trabajo —léase mujeres e
    inmigrantes—, bajo formas de ocupación
    atípicas (contratos temporales, contratos a tiempo
    parcial…), con un salario reducido,
    un fuerte desprestigio social e impregnadas de referentes
    doméstico-serviles.

    La mujer inmigrante trabajadora es recibida en la
    sociedad receptora con el prejuicio de
    que sólo está capacitada para realizar las tareas
    vinculadas a la reproducción social, en base a que su
    condición de mujer le confiere este tipo de
    cualificaciones tácitas o informales, independientemente
    de su nivel de estudios y de su experiencia profesional previa.
    Por su doble condición de inmigrante procedente de
    países pobres y, además, mujer, se le supone un
    bagaje cultural similar, profundamente desvalorizado, que
    contrapone su carácter «tradicional» y
    «subdesarrollado», definido a partir de estereotipos
    como la «docilidad», la «paciencia» y la
    «subordinación», al de la mujer occidental,
    más moderna y emancipada (Oso, 1998). Es justamente la
    falta de reconocimiento de las cualificaciones que requieren
    muchas de estas actividades —especialmente las no
    vinculadas al cuidado de las personas— lo que impide su
    profesionalización y dificulta que las
    trabajadoras de estos servicios sean consideradas
    «profesionales que prestan servicios» y no meras
    «servidoras » (Torns, 1997, 1999b).

    De ese modo, el empleo de mujeres inmigrantes
    extracomunitarias en los servicios de proximidad permite
    identificar un trasvase de desigualdades de clase y etnia entre
    las propias mujeres, por lo que se enmascara el mito del
    «nuevo igualitarismo dentro de la pareja» y el
    patriarcado sigue subyaciendo inalterado detrás de las
    estructuras
    domésticas y del empleo remunerado (Torns, 1995b, 1999a;
    Lutz, 1997). Para las mujeres de las sociedades occidentales con
    recursos económicos, que persiguen una carrera profesional
    y al mismo tiempo deben atender a su familia, recurrir a una
    mujer con escasos recursos económicos o a una inmigrante
    extracomunitaria se presenta como la mejor solución para
    mercantilizar parte del trabajo reproductivo y proveerse de un
    servicio barato que, de otra forma, no
    tendrían.

     

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    Notas

    1. Este artículo recoge parte de los resultados
    de la Memoria de
    Doctorado titulada La internacionalización de la
    reproducción o el trasvase de desigualdades de clase y
    etnia entre mujeres. La mujer inmigrante en los «servicios
    de proximidad» en España,
    presentada en el
    Departamento de Sociología de la Universitat
    Autònoma de Barcelona y dirigida por la doctora Carlota
    Solé, a la que agradezco sus consejos y todo su
    apoyo.

    2. Un estudio pionero en la aplicación del
    «contexto de recepción» al análisis de
    la inserción laboral de la población inmigrante en
    España lo constituye la tesis doctoral de Herranz
    (1996).

    3. En una fase posterior del estudio se llevarán
    a cabo «grupos de discusión» con mujeres
    inmigrantes que trabajan en los servicios de proximidad y con las
    mujeres autóctonas que consumen dichos
    servicios.

    4. Régimen Especial de Empleados de Hogar de la
    Seguridad Social.

    6. Citada en CES (1997).

    7. Según datos del INSERSO (1995b), alrededor de
    un 6% de las personas mayores dependientes recibe ayuda
    remunerada procedente de una trabajadora
    doméstica.

    8. Abrahamson (1995) utiliza el término
    welfare mix o «sociedad del bienestar» para
    referirse al proceso de revalorización de la familia, del
    mercado y de las organizaciones
    voluntarias desde los poderes públicos, como
    expresión de la conveniencia de que sean varios los
    sectores responsables del bienestar —mercantil, estatal,
    informal y voluntario.

    9. El concepto «familismo» hace referencia a
    la existencia de redes de solidaridad
    familiar y de parentesco, en las cuales el papel de los
    familiares y parientes —léase mujeres— es
    fundamental para garantizar el soporte, la cohesión y, en
    definitiva, el bienestar.

    10. No debemos olvidar que el empleo de trabajadoras
    domésticas ha sido desde siempre una práctica
    distintiva de las familias con recursos económicos y que
    el servicio doméstico interno era un trabajo extendido
    entre las mujeres autóctonas de procedencia
    rural.

    Sònia Parella Rubio (*)

    (*) Universitat Autònoma de Barcelona.
    Departament de Sociologia

     

     

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