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Actitudes ante los inmigrantes: discriminación o trato igualitario




Enviado por Colectivo Ioé




    Monografía destacada

    Colectivo Ioé1

     

    1. Conductas racistas y
    estereotipos dominantes

    En España el
    fenómeno racista tiene raíces históricas
    profundas. Desde la antigüedad España fue lugar de
    cruce, de confrontación y también de convivencia
    entre el sur de Europa y el norte
    de África. El intercambio fue especialmente intenso entre
    los siglos VIII y XVI, período en el que musulmanes,
    cristianos y judíos
    convivieron en la península ibérica. El año
    1492 marca un hito
    clave en la historia española.
    Por una parte culmina el proceso de
    "reconquista" frente al dominio
    musulmán. Por otra, se produce el "descubrimiento" de
    América
    y comienza el proceso de colonización de los nuevos
    dominios. Pero, además, en esta época surge
    el Estado
    español
    que se plantea, no sólo como unidad política, sino como
    unidad cultural, religiosa y lingüística. Los musulmanes, los
    judíos y los gitanos deben convertirse a la religión
    católica o, en caso contrario, abandonar el país.
    Los pobladores de América, portadores de importantes
    culturas autóctonas, deben también reconocer la
    autoridad de
    los reyes de España, bautizarse y aprender a hablar en
    lengua
    castellana. La primera orden de expulsión de los
    judíos se produjo en 1492, la de los musulmanes en 1501.
    Los judíos representaban casi el 10% de la población y un tercio en las ciudades
    más importantes. Los musulmanes eran mayoría en el
    sur de España.

    El éxodo de estos dos pueblos fue continuo, a
    través de Marruecos, dando lugar a una limpieza
    étnica sistemática que se remató ya en el
    siglo XVII con la expulsión –y a veces el
    asesinato– de 300.000 moriscos en Aragón y
    Valencia.

    Casi cuatro siglos después, España se
    encuentra de nuevo con el fenómeno de la inmigración y la pluralidad cultural.
    Permanecen algunos restos del pasado –sobre todo los
    prejuicios contra los "moros"– pero las circunstancias han
    cambiado. Desde 1986 España forma parte de la Unión
    Europea y en la vida económica prevalecen la
    mundialización y el neoliberalismo. En esta intervención me voy
    a referir a las prácticas y las ideologías racistas
    en la España actual. Primero ofreceré los
    resultados de algunas encuestas y
    estudios cualitativos, y después intentaré
    presentar una interpretación global en torno a la
    discriminación de los inmigrantes, es
    decir, en torno al racismo.

    El colectivo que tradicionalmente ha sufrido más
    el racismo es la etnia gitana,
    perseguida institucionalmente desde los Reyes Católicos
    hasta la segunda mitad del siglo XX pero nunca expulsados del
    país como los judíos o los musulmanes.
    Todavía actualmente la mayoría "paya" considera a
    los gitanos como un grupo
    más problemático que los inmigrantes extranjeros.
    Por otra parte, durante los años 60 y 70 la imagen del
    extranjero no estaba cargada de connotaciones negativas; todo lo
    contrario, a través de la figura de los turistas, el
    extranjero aparecía como paradigma de
    lo moderno, de la libertad, el
    ocio y la opulencia económica2. Las medidas
    restrictivas a la entrada de inmigrantes impuestas por el
    gobierno en
    1985 no respondían a un estado de la
    opinión
    pública sino a las necesidades políticas
    derivadas de la
    estrategia de
    integración en la Unión Europea. Ese
    mismo año 1985 se produjo el acuerdo de Schengen, grupo en
    el que entraría España ocho años
    después, en 1993. Todavía en 1989 más del
    20% de los encuestados por el Centro de Investigaciones
    Sociológicas carecía de opinión sobre
    cuestiones referidas a la inmigración. Muchos
    españoles no tenían opinión definida porque
    en España había muy pocos inmigrantes (1% de la
    población en 1985, 2,3% en situación regular en el
    año 2000).

    Sin embargo, los resultados de la regularización
    de 1991 –que proporcionaron papeles a unos 130.000
    indocumentados– y la captura de algunas pateras en las
    costas mediterráneas, a raíz de imponer el visado a
    los marroquíes para hacer turismo en el mismo
    año 1991, alimentaron la hoguera de los medios de
    comunicación social dando lugar al discurso
    –falso– de la avalancha de inmigrantes sobre
    España. Un discurso que fue fomentado por el ministerio
    del interior que utilizó la ley de Seguridad
    Ciudadana para detener de forma indiscriminada a inmigrantes
    "del Sur", sólo por su aspecto exterior. En 1992 se
    produjo el asesinato de una inmigrante dominicana que
    vivía, junto con otros compatriotas, de forma precaria en
    una discoteca abandonada en Madrid. Sus
    autores: un grupo de ideología nazi dirigido por un
    policía en activo. Aunque para las autoridades estos
    grupos son una
    de tantas "tribus urbanas", situadas al mismo nivel que los
    forofos de un tipo de música particular,
    diversas entidades sociales han denunciado la peligrosidad del
    entramado ultraderechista, que utiliza el discurso de la xenofobia como
    banderín de enganche. Pero las mayorías sociales y
    políticas se consuelan constatando que en España el
    fascismo
    organizado no tiene un referente político claro y carece
    de expresión parlamentaria. De todas formas, este
    asesinato constituyó una señal de alarma y
    permitió la puesta en marcha de diversas iniciativas y
    campañas bajo la bandera del
    anti–racismo.

    Pero ni el fascismo organizado ni el antirracismo
    militante reflejan las actitudes
    mayoritarias entre la población autóctona. Las
    diversas encuestas realizadas periódicamente3
    vienen mostrando que se establece una jerarquía entre
    grupos extranjeros, que coloca en los primeros puestos a los
    europeos comunitarios seguidos por los latinoamericanos, y en los
    últimos lugares a los africanos negros y
    marroquíes. Los asiáticos y europeos del Este
    figuran en posiciones intermedias (cuando los investigadores no
    olvidan preguntar por ellos4). La mayoría de
    los encuestados no cree que en España haya demasiados
    inmigrantes, aunque en seis años se ha duplicado el
    porcentaje de los que afirman tal cosa (del 12% al 28%) y
    más del 15% piensa que aquí hay más
    extranjeros que en Alemania,
    Francia o
    Italia. De esta
    sobrevaloración del tamaño de la inmigración
    surge que alrededor del 20% de la población afirme que
    ésta "acabará provocando que España pierda
    su identidad";
    sin embargo, más del 60% rechaza tal
    afirmación.

    Más de la mitad afirma que sólo se
    deberían admitir trabajadores de otros países
    cuando no haya españoles para cubrir esos puestos de
    trabajo.
    Existen también opiniones contradictorias, sustentadas por
    una mayoría de los encuestados: más del 70%
    sostiene que los extranjeros realizan trabajos que los
    españoles rechazan, simultáneamente alrededor del
    60% sostiene que quitan puestos de trabajo a los
    españoles; la mitad afirma que también hacen
    descender del salario de los
    autóctonos al aceptar retribuciones
    menores5.

    Los estudios de opinión muestran también
    que la mayoría de la población respalda algunas de
    las decisiones tomadas por el gobierno central: limitar la
    entrada de inmigrantes económicos, establecimiento de
    cupos y promoción de la integración de los
    nuevos trabajadores, aunque algo más del 50% condiciona
    estas medidas al hecho de que los inmigrantes tengan o consigan
    trabajo. En otras palabras: se acepta la presencia de los que
    tengan empleo,
    siempre que no lo "quiten" a los autóctonos, pero hay
    rechazo a asumir una población de extranjeros
    desocupados
    (no obstante, un 20% es partidario de permitir la
    entrada de inmigrantes sin subordinarla a la situación de
    empleo en España). Una vez sentadas estas premisas la
    mayoría de los autóctonos apoya, de forma
    creciente, que los inmigrantes tengan derechos sociales: educación
    pública, sanidad gratuita, vivienda digna, trabajo en
    igualdad de
    condiciones, etc. En cambio, si la
    pregunta se refiere sólo a los irregulares un 30% afirma
    que no deben tener derecho a ninguna prestación social,
    aunque la mayoría admite que se les atienda en casos de
    emergencia, especialmente en el ámbito sanitario y
    educativo. Con todo, existe una opinión mayoritaria
    favorable a facilitar su regularización, a la que se opone
    un 20% partidario de la inmediata expulsión de este
    colectivo (posición oficial del gobierno actual).
    Contrastando los datos de
    opinión en el ámbito de la Unión Europea se
    observa que en España existe una opinión más
    favorable a la ampliación de derechos de los inmigrantes,
    mientras que en la mayoría de los demás
    países la tendencia tiende a favorecer un recorte de los
    mismos.

    Cuando se pregunta por los atributos negativos que
    dificultarían la integración, se menciona para el
    caso de los latinoamericanos la delincuencia,
    para los polacos las diferencias culturales, para los de
    África negra la diferencia racial, y para los
    marroquíes todas esas dificultades (raza, cultura y
    delincuencia). La imagen del "moro", largamente labrada por
    siglos de conflictiva historia, aparece como el paradigma del
    extranjero "otro". Por lo demás, la mayoría de los
    encuestados se muestra
    partidaria de restringir las entradas de inmigrantes, pero
    también de facilitar su acceso a una serie de derechos
    sociales (seguro de
    desempleo,
    sanidad, vivienda, etc.) y bastante menos al reconocimiento de su
    especificidad cultural, que debiera ser abandonada o bien
    conservada en el ámbito privado.

     

    2. Para comprender la
    lógica
    de la discriminación

    La reflexión que se viene realizando en Europa en
    torno al rechazo a los inmigrantes se suele englobar bajo
    el concepto de
    "racismo". Sin embargo, esta palabra no se utiliza en su
    acepción estricta6 sino en un sentido
    más amplio –equivalente a xenofobia–, y sirve
    para designar un conjunto de comportamientos
    discriminatorios
    que no siempre tienen un referente
    físicobiológico.

    De hecho, varios autores sostienen que hoy predomina un
    "nuevo racismo" que no habla de razas sino de culturas y
    que, bajo el pretexto de defender la diversidad cultural, predica
    la separación entre ellas (cada uno en su país) o
    bien la segregación en guetos de los
    diferentes7.

    En este caso "los otros" son ciertos colectivos a los
    que se atribuyen determinadas características (nacionalidad,
    etnia, cultura, etc.) que permiten configurarlos, no sólo
    como diferentes, sino como inferiores en
    algún sentido.

    El objetivo
    preferente de ese racismo sin razas al que aludimos son
    precisamente los inmigrantes. Sin embargo, la
    inmigración es un objeto ilusorio del racismo, pues
    éste incluye a varios colectivos autóctonos, como
    las minorías étnicas con problemas de
    integración social o los descendientes de inmigrantes
    nacidos en España, y deja fuera a una gran parte de los
    extranjeros, como los procedentes de países más
    desarrollados que España8, o los
    políticos y profesionales de alto nivel procedentes de
    cualquier país que trabajan en empresas
    multinacionales o pertenecen al cuerpo diplomático,
    etc.

    En el estudio realizado utilizamos la categoría
    de discriminación, entendiendo por tal cualquier
    postergación, segregación o
    minusvaloración
    que un grupo ejerce sobre otro cuando
    tal proceso excluyente viene asociado a una diferencia
    entre ambos colectivos. Las personas particulares son
    discriminadas, al margen de sus valores y
    comportamientos individuales, por su adscripción a tales
    grupos marcados por esa diferencia9.

    Categorías
    discriminantes y opciones alternativas

    La discriminación tiene lugar entre dos polos
    asimétricos: el grupo discriminante –activo,
    dominante– y el grupo discriminado –pasivo,
    dominado–. Implica, por tanto, una práctica de
    poder
    que
    produce un estatus de inferioridad en las víctimas de la
    discriminación. Cuando la relación entre las partes
    se produce en pie de igualdad, no de dominación, cabe
    hablar de confrontación o competitividad, no de exclusión de un grupo
    sobre otro.

    Las diferencias entre las personas, en principio, no son
    las que producen desigualdad sino los mecanismos de
    exclusión asociados a esas diferencias. En nuestro caso a
    las diferencias de nacionalidad (que crean la
    distinción autóctono/inmigrante) se suelen
    superponer las diferencias de clase: en
    cuanto inmigrantes del Tercer Mundo padecen y/o se enfrentan a
    las barreras jurídicas de la política de
    inmigración española y a los prejuicios
    ideológicos de la opinión pública con
    respecto a las personas de otras etnias, culturas y procedencias;
    y en cuanto trabajadores se ubican mayoritariamente en empleos
    precarios y marginales Si aplicamos este planteamiento
    teórico de la discriminación al caso de los
    trabajadores inmigrantes, podemos establecer el siguiente
    esquema:

    La discriminación de los "inmigrantes" supone, en
    primer lugar, resaltar lo "diferente" de dicho colectivo en
    relación al polo discriminante (los autóctonos); de
    ahí que pueda ser una trampa el simple hecho de
    categorizar a ese colectivo por algunos rasgos diferenciadores
    que no dejan de ser circunstanciales en sus vidas (haber nacido
    en otra parte, no tener en regla un expediente administrativo,
    confesar otra religión o, simplemente, ser moreno o tener
    los ojos rasgados). Los discursos
    igualitarios, en cambio, relativizan las diferencias y resaltan
    lo que de común tienen todas las personas, como base para
    una convivencia pacífica y un intercambio
    enriquecedor.

    Las nuevas formas de racismo están ya lejos del
    racismo biológico pero eso no obsta para que subrayen las
    diferencias que presentan los extranjeros y las carguen de
    profundidad, como si demarcaran en dichas personas una
    naturaleza diferente cuya convivencia con los
    españoles estaría llena de riesgos. En
    consecuencia, los inmigrantes son calificados como
    intrusos cuando pretenden competir con los
    españoles en pie de igualdad (en derechos laborales,
    sociales o políticos). Asimismo, la cohesión social
    de la cultura autóctona se encontraría amenazada
    por la penetración incontrolada de esos "nuevos
    bárbaros"
    que entran en España ilegalmente y no
    respetan "nuestras" costumbres.

    La discriminación de los inmigrantes se
    apoya fundamentalmente en la soberanía del estado–nación
    que tiene poder para controlar las fronteras (sólo deben
    entrar los imprescindibles) y para adoptar aquellas
    políticas de asimilación que sean más
    eficaces para asegurar su integración en las pautas y
    normas
    vigentes en España. En estas condiciones, la presencia de
    inmigrantes puede ser valorada positivamente siempre que adopten
    una posición subordinada en lo político (derechos
    limitados en relación a los autóctonos) y un papel
    complementario en lo laboral (por
    ejemplo, en oficios precarios donde es escasa la oferta de mano
    obra, como empleados de hogar internos, temporeros del campo,
    peones de la construcción, etc.).

    Aunque cualquier diferencia entre colectivos puede
    desencadenar un proceso discriminatorio, en el caso de la
    inmigración concurren básicamente las siguientes
    cinco categorías:

    * La nacionalidad: documentación que acredita ser ciudadano
    o no del estado en cuyo territorio se reside. Cabe el estatus
    de doble nacionalidad
    y también la acreditación como extranjero con
    permiso de residencia y/o trabajo, que dan acceso a una parte
    de los derechos correspondientes a los nacionales. La mayor
    discriminación se produce en relación a los
    inmigrantes indocumentados.

    * La cultura: sistema de
    valores, símbolos y prácticas (donde se
    incluyen la lengua, las tradiciones, las creencias, etc.) que
    contribuye a conferir una cierta identidad social a sus
    adherentes. La discriminación se produce en
    relación a las culturas minoritarias cuando la
    mayoritaria se siente superior a aquellas, o bien si considera
    que su presencia puede contaminar o debilitar la
    cohesión social que proporciona la cultura dominante. En
    el caso de España, por ejemplo, la cultura gitana ha
    sido tradicionalmente discriminada y también lo es con
    frecuencia la cultura islámica.

    * El fenotipo: diferencias en la imagen
    corporal como el color de la
    piel, la
    forma de los ojos u otros rasgos físicos. El caso
    más frecuente de este tipo de discriminación se
    produce en relación a las personas de piel negra pero
    también aparece hacia los individuos de tez morena
    (magrebíes, indios americanos…), de ojos rasgados
    (asiáticos), etc.

    * La posición económica: las
    diferencias de acceso, condiciones de trabajo y
    participación en la renta están en el origen de
    diversas formas de discriminación económica y
    laboral, que afectan también a los extranjeros. No se
    discrimina, desde este punto de vista, a los inmigrantes
    "cualificados" que ocupan buenos empleos en empresas solventes,
    sino a los que se buscan la vida alternando empleos precarios y
    temporadas en paro.

    * El género: como la diferencia
    anterior, atraviesa a todos los colectivos, siendo en este caso
    la mujer la
    destinataria habitual de diversas formas de
    discriminación. "La importancia que tienen las
    relaciones de género
    en la caracterización de los flujos
    migratorios depende de lo relevante que sea el sistema de
    género en la definición de una sociedad
    dada"10, ya sea en el país de origen o en el
    de destino.

    En principio, las anteriores diferencias no tienen por
    qué conllevar discriminación; es más, pueden
    ser fuente de un intercambio enriquecedor (por ejemplo,
    evidentemente, entre los sexos pero también entre las
    naciones, las culturas y las diversas posiciones
    económicas) o bien, simplemente, ser aceptadas como
    asuntos irrelevantes para la convivencia y el mutuo
    reconocimiento (caso del color de la piel o los rasgos faciales).
    La cuestión es por qué tales diferencias dan lugar
    en algunas circunstancias a procesos discriminatorios, es
    decir, son vividas en confrontación y desde una
    relación de poder entre las partes. Nuestra respuesta a
    esta cuestión consiste en invertir la dirección de tales procesos: no
    son las diferencias las que están en el origen de la
    discriminación sino, más bien, al revés:
    las relaciones preexistentes de poder y desigualdad son las
    que desencadenan un clima de
    confrontación que utiliza las diferencias como excusa o
    coartada para ejercer el dominio
    . Tales desigualdades, a su
    vez, se suelen mover en un doble plano, material y/o
    simbólico, que se refuerzan mutuamente y dan lugar a las
    actitudes y prácticas discriminatorias (directas o
    indirectas). Por ejemplo, la discriminación sexual se
    intenta justificar desde la ideología del patriarcado, la
    discriminación de los inmigrantes desde el nacionalismo
    (ideología de la preferencia nacional), la
    discriminación cultural desde una supuesta superioridad de
    la "modernidad"
    occidental (eurocentrismo), la discriminación
    étnica desde un supuesto racismo biológico
    (primacía de la raza blanca) y la discriminación
    laboral desde el liberalismo
    económico (ideología del libre mercado).

    Las cinco diferencias apuntadas, con frecuencia
    combinadas entre sí, suelen estar presentes en la
    discriminación que padecen los hombres y las mujeres
    inmigrantes. Si se resaltan y contraponen esas diferencias, se
    construyen rápidamente discursos racistas; pero si esas
    mismas diferencias se relativizan y dan lugar a un intercambio
    mutuamente enriquecedor, se construyen también discursos
    universalistas y solidarios. A partir de diversas investigaciones
    empíricas realizadas con métodos
    cualitativos hemos detectado un amplio abanico de discursos
    sobre los inmigrantes que recogemos en el Cuadro 2. Tales
    discursos los podemos agrupar en tres grupos. Son lógicas
    analíticamente diferentes pero que en la práctica
    pueden actuar combinadas entre sí.

    a) Lógica
    nacionalista

    Diversas posiciones discursivas comparten en su
    simbología un supuesto común: la
    naturalización del estado–nación. Este
    aparece como una realidad esencial (dato incuestionable, no
    modificable) que adscribe a las poblaciones a un estatus de
    ciudadanía, determinado por su lugar de
    nacimiento. El estado (que otorga la ciudadanía) no es una
    construcción social e históricamente condicionada,
    sino la expresión de una realidad "esencial" (la nación
    /nacionalidad) y el ente encargado de defender a este cuerpo
    social. Lo normal es que cada población resida en su
    espacio estatal–nacional; las migraciones internacionales
    introducen una anomalía en este orden. Este discurso no
    alude a posibles diferencias raciales, étnicas o
    culturales; en principio es compatible con una postura
    "anti–racista", siempre que se mantenga el principio de
    que la prioridad en el acceso a los recursos
    corresponde a los nacionales
    .

    Este tipo de consideraciones tiende, por su propia
    lógica, a delimitar el campo de "lo extranjero" al de los
    inmigrantes pobres, que aparecen mucho más como
    consumidores de recursos de la sociedad autóctona que como
    productores de riqueza. Dentro de la ideología
    nacionalista surgen dos posturas diferenciadas, en función
    del estatus social:

    * Los "nacionalistas progresistas" no ven peligrar su
    situación por la presencia de inmigrantes, por tanto,
    proponen acogerlos y darles derechos, siempre subordinados a la
    situación económica del país.

    * Los "nacionalistas proteccionistas" se encuentran en
    situación de subordinación y, en algunos casos,
    de precariedad, lo que les lleva a producir un reclamo
    urgente de protección
    que excluye a los inmigrantes
    extranjeros y reduce el campo para el despliegue de discursos
    solidarios o tolerantes.

    b) Lógica
    culturalista

    Existe otra gama de posiciones ideológicas
    respecto a los extranjeros que no se articula en torno al
    argumento nacional sino al de la diferencia cultural. El
    discurso se construye a partir de dos supuestos básicos.
    En primer lugar, las culturas son universos cerrados,
    inmodificables en sus rasgos fundamentales (supuesto
    esencialista). En segundo lugar, existen culturas mutuamente
    incompatibles, que en ningún caso pueden coexistir
    pacíficamente; esta incompatibilidad es atribuida
    habitualmente a las limitaciones de ciertas culturas definidas
    como "cerradas", lo que las convierte en inferiores o atrasadas
    (supuesto de jerarquización). Dentro de la
    ideología de rechazo culturalista distinguimos tres
    discursos principales, vinculados a tres tipos de
    situación social:

    * El "etnocentrismo localista" basa su identidad en
    los vínculos con la tradición, los lazos de
    sangre (sea el
    parentesco real o la nación concebida como familia) y en
    los vínculos con la tierra.
    Fuera del círculo de los propios todo es un peligro en
    potencia;
    los de fuera sólo pueden ser aceptados en la medida en
    que se asimilen, en tanto no lo hagan hay que sospechar de
    ellos y no otorgarles derechos "excesivos"; si viven entre
    nosotros que sea siempre como minoría subordinada. Los
    extranjeros que son caracterizados como culturalmente
    incompatibles se enfrentan al rechazo abierto a su presencia
    (que no se les deje entrar, que se creen puestos de trabajo en
    sus países) o bien a la perspectiva de una
    "integración" subordinada, caracterizada por la
    asimilación cultural y la negación del pleno
    derecho de ciudadanía.

    * El "racismo obrero" es el discurso desplegado
    principalmente por una parte de las clases subordinadas que
    construyen su identidad en torno a la "normalidad". Para
    éste las distancias de clase tienen menos importancia
    que las existentes entre la mayoría normalizada y los
    grupos "asociales". La etnia gitana aparece como paradigma de
    anormalidad y desviación, y ofrece el molde sobre el que
    se articula el discurso referido a extranjeros de otras
    culturas; el trabajador responsable, moderado e integrado
    constituye el estereotipo opuesto. Desde estos presupuestos
    la diferencia cultural no tiene legitimidad alguna. Los
    "diferentes" no pueden reclamar la vigencia de sus propias
    normas pues la convivencia social depende de que todos acatemos
    la misma ley (cuyo origen y representatividad no se pone en
    cuestión); la multiplicidad debe regularse por lo
    uno, que coincide con aquello con lo cual nos
    identificamos; la identificación entre normalidad y
    racionalidad convierte la diferencia en anomalía. La
    minoría es un peligro siempre en acecho, que intenta
    imponerse a poco que encuentre situaciones favorables
    para ello. De aquí que la convivencia entre culturas
    "opuestas" se presente como indeseable; lo que debe procurarse
    es la disolución del elemento anómalo
    (dispersándolo entre gente "normal", preferiblemente
    entre las clases prósperas) o su aislamiento ("que los
    lleven a la reserva igual que los indios"), para proteger a la
    mayoría.

    * El "cosmopolitismo etnocéntrico" es el
    discurso racista de las capas sociales ilustradas; el
    cosmopolitismo sostiene que las diferencias
    fundamentales no se establecen entre ciudadanos de uno u otro
    país, sino entre grupos con distinto grado de
    civilización; en sus antípodas se sitúan quienes,
    próximos al estado salvaje, ignoran las normas
    mínimas de convivencia. Este corte atraviesa a todos los
    espacios nacionales; el discurso cosmopolita se identifica con
    las clases "cultas" de cualquier procedencia (embajadores,
    profesionales extranjeros o gitanos ricos) y desprecia a las
    clases inferiores (autóctonas o inmigradas),
    estableciendo un "racismo de clase", basado en argumentos
    culturalistas.

    Se afirma que existen universos culturales separados y
    jerarquizados. Las culturas que ponen el énfasis en el
    individualismo son definidas como "abiertas" y consideradas
    superiores. La diversidad de culturas no representa una
    pluralidad de opciones con igual entidad, sino una estructura
    jerárquica en la escala
    modernización–atraso. Por tanto, los planteamientos
    interculturalistas no tienen cabida: cuando coexisten distintas
    culturas, la superior (la propia) ha de imponerse a la inferior
    (la ajena). Así, la defensa de la modernidad desemboca en
    una postura etnocéntrica: las culturas presentadas
    como irracionales, fanáticas, no igualitarias, en suma
    peligrosas para la modernidad, han de ser controladas y/o
    segregadas; su discriminación es un acto de autodefensa
    plenamente justificado.

    c) Lógica
    igualitaria

    La tercera lógica discursiva parte de un
    igualitarismo que impugna los criterios de discriminación
    nacional o cultural, pues parte de la igualdad básica de
    los seres humanos. La lógica de los derechos humanos
    ha de ser universal sin detenerse en las fronteras estatales.
    Este postulado genérico admite distintas modulaciones, que
    generan discursos diferenciados respecto a lo extranjero, que van
    desde la igualdad de oportunidades en un mundo
    económicamente abierto hasta la crítica
    frontal al ordenamiento social:

    * El "universalismo individualista" afirma que el
    éxito
    o fracaso en la vida depende de los propios méritos,
    siempre que exista igualdad de oportunidades para todos. Por
    tanto, el control de
    fronteras no es justificable dado que limita el juego de la
    competencia
    sólo a los ciudadanos de un estado. Estamos en un mundo
    económicamente unificado, en el que cada persona ha de
    hacer valer sus capacidades. Los inmigrantes son
    individuos que merecen su oportunidad,
    independientemente de la tasa de paro que exista en el
    país de destino.

    * El "igualitarismo paternalista" parte de unos
    valores que no se ajustan a los límites
    circunscritos por el orden institucional dominante. Antes que
    las leyes, las
    fronteras o la competencia debe prevalecer la solidaridad
    entre humanos, miembros de una fraternidad universal, sea desde
    una concepción cristiana ("todos hijos del mismo padre")
    o genéricamente humanista. Por tanto, la relación
    con los extranjeros debe establecerse en pie de igualdad,
    superando los particularismos egoístas. La actitud
    solidaria que presenta esta posición no se encuentra
    exenta de cierto paternalismo, en la medida en que se
    privilegia el planteamiento de solidaridad con los pobres y
    oprimidos, desde sectores que no son pobres ni se sienten
    oprimidos. Esta circunstancia tiende a incluir al inmigrante en
    el campo más amplio de la marginación, objeto de
    protección y ayuda, pero no aparece como ciudadano con
    plena capacidad para ser titular de derechos y autoorganizar su
    vida. Desde esta perspectiva el criterio principal para
    determinar prioridades no debe ser la nacionalidad sino el
    grado de necesidad social.

    * El discurso de la "solidaridad anticapitalista"
    sostiene que estamos en un sistema mundial hegemonizado por los
    intereses de las empresas y gobiernos del Norte: éstos
    impulsan los nacionalismos, la separación y conflictos
    entre culturas, y sostienen a los gobiernos más
    retrógrados en el Sur para garantizar sus privilegios y el
    mantenimiento
    de un orden injusto. Este conjunto de factores genera pobreza y,
    consecuentemente, movimientos migratorios masivos. Por tanto, si
    el sistema funciona a escala mundial, el análisis en términos nacionales no
    es válido, sólo debe de haber ciudadanos del mundo,
    sujetos de derechos por el sólo hecho de haber nacido; en
    esa lógica tampoco el argumento del paro español es
    excusa para rechazar a los inmigrantes, pues las desigualdades
    mundiales son muchos más importantes. Además, la
    convivencia desde principios
    democráticos exige el respeto a la
    diversidad cultural, junto con la condena de las desigualdades
    económicas.

     

    Notas

    1. Equipo de investigación sociológica ubicado en
    Madrid y compuesto por Carlos Pereda, Walter Actis y Miguel
    Ángel de Prada. E–mail: ioe[arroba]nodo50.org URL:
    http://www.nodo50.org/ioe/

    2. ALVITE, J.P., "Racismo e inmigración", en
    ALVITE, J.P. (coord.), Racismo, antirracismo e
    inmigración
    , Gakoa, Donostia, 1995, pág.
    89–122.

    3. Las más importantes, por su continuidad a lo
    largo del tiempo son las
    realizadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas
    (CIS), dependiente del gobierno central, y el Centro de
    Investigación sobre la Realidad Social (CIRES), financiado
    por varias entidades bancarias.

    4. También los estudios de opinión, con
    sus olvidos y preguntas, han contribuido a diseñar una
    "opinión pública" determinada. Hemos tratado la
    cuestión en COLECTIVO IOÉ, "Extranjeros y
    españoles. Más allá de opiniones y
    actitudes. Aproximación a la lógica discursiva de
    las relaciones", ponencia presentada en JORNADAS RACISMO Y
    EDUCACION: HACIA UNA EDUCACION MULTICULTURAL
    , UNIVERSIDAD DE
    VERANO ANTONIO MACHADO, Baeza, 31 de agosto–4 de septiembre
    de 1992.

    5. Otra encuesta,
    realizada en 1997 a escolares entre 13 y 19 años de edad
    (desde último curso de Primaria hasta Bachillerato y FP)
    muestra que el 15% está dispuesto a admitir más
    inmigración y el 65% prefiere una España
    pluricultural y mestiza. En el otro extremo el 10% es partidario
    de expulsar a los trabajadores extranjeros, el mismo porcentaje
    votaría a un partido similar al de Le Pen y el 26% apuesta
    por una España blanca y occidental en la que los
    inmigrantes sólo tendrían la opción de
    asimilarse completamente. Además, la mayoría (65%)
    cree que hay que impedir la entrada de nuevos trabajadores y que
    la inmigración contribuye al aumento de la delincuencia y
    la droga (42%).
    Ver CALVO BUEZAS, T., Encuesta escolar 1997, Instituto de
    la Juventud/
    Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (reseñado en EL
    MUNDO, de 3/2/1998).

    6. La definición literal de "racismo" remite a un
    fundamento biológico que incluye los siguientes puntos: 1)
    existen razas humanas diferentes; 2) las diferencias
    genético–raciales determinan características
    socioculturales; y 3) estas diferencias socioculturales
    están organizadas jerárquicamente.

    7. Ver BAKER, M., The New Racism, Junction Books,
    London, 1981; GALLISSOT, R., Misère de
    l’antirazisme
    , Éditions de
    l’Arcantère, Paris, 1985; y TAGUIEFF, R., La
    force du préjugué
    , Paris, 1987.

    8. Según las últimas cifras de extranjeros
    con residencia legal en España (diciembre de 1998), el
    45,2% procedía de países del Primer
    Mundo.

    9. Cabe también una discriminación
    positiva
    , de la que no tratamos aquí, en la que se
    produce justamente lo contrario: un trato más favorable a
    determinados colectivos en base a una diferencia que les
    perjudica en relación al resto de la
    población.

    10. GREGORIO, C., Migración femenina. Su
    impacto en las relaciones de género
    . Narcea, Madrid,
    1998, pág. 263.

     

    Colectivo Ioé
    Equipo de investigación sociológica ubicado en
    Madrid y compuesto por Carlos Pereda, Walter Actis y Miguel
    Ángel de Prada.

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