Colectivo Ioé1
- 1. Conductas racistas y
estereotipos dominantes - 2. Para comprender la
lógica de la discriminación - Categorías
discriminantes y opciones alternativas - 3.
Notas
1. Conductas racistas y
estereotipos dominantes
En España el
fenómeno racista tiene raíces históricas
profundas. Desde la antigüedad España fue lugar de
cruce, de confrontación y también de convivencia
entre el sur de Europa y el norte
de África. El intercambio fue especialmente intenso entre
los siglos VIII y XVI, período en el que musulmanes,
cristianos y judíos
convivieron en la península ibérica. El año
1492 marca un hito
clave en la historia española.
Por una parte culmina el proceso de
"reconquista" frente al dominio
musulmán. Por otra, se produce el "descubrimiento" de
América
y comienza el proceso de colonización de los nuevos
dominios. Pero, además, en esta época surge
el Estado
español
que se plantea, no sólo como unidad política, sino como
unidad cultural, religiosa y lingüística. Los musulmanes, los
judíos y los gitanos deben convertirse a la religión
católica o, en caso contrario, abandonar el país.
Los pobladores de América, portadores de importantes
culturas autóctonas, deben también reconocer la
autoridad de
los reyes de España, bautizarse y aprender a hablar en
lengua
castellana. La primera orden de expulsión de los
judíos se produjo en 1492, la de los musulmanes en 1501.
Los judíos representaban casi el 10% de la población y un tercio en las ciudades
más importantes. Los musulmanes eran mayoría en el
sur de España.
El éxodo de estos dos pueblos fue continuo, a
través de Marruecos, dando lugar a una limpieza
étnica sistemática que se remató ya en el
siglo XVII con la expulsión –y a veces el
asesinato– de 300.000 moriscos en Aragón y
Valencia.
Casi cuatro siglos después, España se
encuentra de nuevo con el fenómeno de la inmigración y la pluralidad cultural.
Permanecen algunos restos del pasado –sobre todo los
prejuicios contra los "moros"– pero las circunstancias han
cambiado. Desde 1986 España forma parte de la Unión
Europea y en la vida económica prevalecen la
mundialización y el neoliberalismo. En esta intervención me voy
a referir a las prácticas y las ideologías racistas
en la España actual. Primero ofreceré los
resultados de algunas encuestas y
estudios cualitativos, y después intentaré
presentar una interpretación global en torno a la
discriminación de los inmigrantes, es
decir, en torno al racismo.
El colectivo que tradicionalmente ha sufrido más
el racismo es la etnia gitana,
perseguida institucionalmente desde los Reyes Católicos
hasta la segunda mitad del siglo XX pero nunca expulsados del
país como los judíos o los musulmanes.
Todavía actualmente la mayoría "paya" considera a
los gitanos como un grupo
más problemático que los inmigrantes extranjeros.
Por otra parte, durante los años 60 y 70 la imagen del
extranjero no estaba cargada de connotaciones negativas; todo lo
contrario, a través de la figura de los turistas, el
extranjero aparecía como paradigma de
lo moderno, de la libertad, el
ocio y la opulencia económica2. Las medidas
restrictivas a la entrada de inmigrantes impuestas por el
gobierno en
1985 no respondían a un estado de la
opinión
pública sino a las necesidades políticas
derivadas de la
estrategia de
integración en la Unión Europea. Ese
mismo año 1985 se produjo el acuerdo de Schengen, grupo en
el que entraría España ocho años
después, en 1993. Todavía en 1989 más del
20% de los encuestados por el Centro de Investigaciones
Sociológicas carecía de opinión sobre
cuestiones referidas a la inmigración. Muchos
españoles no tenían opinión definida porque
en España había muy pocos inmigrantes (1% de la
población en 1985, 2,3% en situación regular en el
año 2000).
Sin embargo, los resultados de la regularización
de 1991 –que proporcionaron papeles a unos 130.000
indocumentados– y la captura de algunas pateras en las
costas mediterráneas, a raíz de imponer el visado a
los marroquíes para hacer turismo en el mismo
año 1991, alimentaron la hoguera de los medios de
comunicación social dando lugar al discurso
–falso– de la avalancha de inmigrantes sobre
España. Un discurso que fue fomentado por el ministerio
del interior que utilizó la ley de Seguridad
Ciudadana para detener de forma indiscriminada a inmigrantes
"del Sur", sólo por su aspecto exterior. En 1992 se
produjo el asesinato de una inmigrante dominicana que
vivía, junto con otros compatriotas, de forma precaria en
una discoteca abandonada en Madrid. Sus
autores: un grupo de ideología nazi dirigido por un
policía en activo. Aunque para las autoridades estos
grupos son una
de tantas "tribus urbanas", situadas al mismo nivel que los
forofos de un tipo de música particular,
diversas entidades sociales han denunciado la peligrosidad del
entramado ultraderechista, que utiliza el discurso de la xenofobia como
banderín de enganche. Pero las mayorías sociales y
políticas se consuelan constatando que en España el
fascismo
organizado no tiene un referente político claro y carece
de expresión parlamentaria. De todas formas, este
asesinato constituyó una señal de alarma y
permitió la puesta en marcha de diversas iniciativas y
campañas bajo la bandera del
anti–racismo.
Pero ni el fascismo organizado ni el antirracismo
militante reflejan las actitudes
mayoritarias entre la población autóctona. Las
diversas encuestas realizadas periódicamente3
vienen mostrando que se establece una jerarquía entre
grupos extranjeros, que coloca en los primeros puestos a los
europeos comunitarios seguidos por los latinoamericanos, y en los
últimos lugares a los africanos negros y
marroquíes. Los asiáticos y europeos del Este
figuran en posiciones intermedias (cuando los investigadores no
olvidan preguntar por ellos4). La mayoría de
los encuestados no cree que en España haya demasiados
inmigrantes, aunque en seis años se ha duplicado el
porcentaje de los que afirman tal cosa (del 12% al 28%) y
más del 15% piensa que aquí hay más
extranjeros que en Alemania,
Francia o
Italia. De esta
sobrevaloración del tamaño de la inmigración
surge que alrededor del 20% de la población afirme que
ésta "acabará provocando que España pierda
su identidad";
sin embargo, más del 60% rechaza tal
afirmación.
Más de la mitad afirma que sólo se
deberían admitir trabajadores de otros países
cuando no haya españoles para cubrir esos puestos de
trabajo.
Existen también opiniones contradictorias, sustentadas por
una mayoría de los encuestados: más del 70%
sostiene que los extranjeros realizan trabajos que los
españoles rechazan, simultáneamente alrededor del
60% sostiene que quitan puestos de trabajo a los
españoles; la mitad afirma que también hacen
descender del salario de los
autóctonos al aceptar retribuciones
menores5.
Los estudios de opinión muestran también
que la mayoría de la población respalda algunas de
las decisiones tomadas por el gobierno central: limitar la
entrada de inmigrantes económicos, establecimiento de
cupos y promoción de la integración de los
nuevos trabajadores, aunque algo más del 50% condiciona
estas medidas al hecho de que los inmigrantes tengan o consigan
trabajo. En otras palabras: se acepta la presencia de los que
tengan empleo,
siempre que no lo "quiten" a los autóctonos, pero hay
rechazo a asumir una población de extranjeros
desocupados (no obstante, un 20% es partidario de permitir la
entrada de inmigrantes sin subordinarla a la situación de
empleo en España). Una vez sentadas estas premisas la
mayoría de los autóctonos apoya, de forma
creciente, que los inmigrantes tengan derechos sociales: educación
pública, sanidad gratuita, vivienda digna, trabajo en
igualdad de
condiciones, etc. En cambio, si la
pregunta se refiere sólo a los irregulares un 30% afirma
que no deben tener derecho a ninguna prestación social,
aunque la mayoría admite que se les atienda en casos de
emergencia, especialmente en el ámbito sanitario y
educativo. Con todo, existe una opinión mayoritaria
favorable a facilitar su regularización, a la que se opone
un 20% partidario de la inmediata expulsión de este
colectivo (posición oficial del gobierno actual).
Contrastando los datos de
opinión en el ámbito de la Unión Europea se
observa que en España existe una opinión más
favorable a la ampliación de derechos de los inmigrantes,
mientras que en la mayoría de los demás
países la tendencia tiende a favorecer un recorte de los
mismos.
Cuando se pregunta por los atributos negativos que
dificultarían la integración, se menciona para el
caso de los latinoamericanos la delincuencia,
para los polacos las diferencias culturales, para los de
África negra la diferencia racial, y para los
marroquíes todas esas dificultades (raza, cultura y
delincuencia). La imagen del "moro", largamente labrada por
siglos de conflictiva historia, aparece como el paradigma del
extranjero "otro". Por lo demás, la mayoría de los
encuestados se muestra
partidaria de restringir las entradas de inmigrantes, pero
también de facilitar su acceso a una serie de derechos
sociales (seguro de
desempleo,
sanidad, vivienda, etc.) y bastante menos al reconocimiento de su
especificidad cultural, que debiera ser abandonada o bien
conservada en el ámbito privado.
2. Para comprender la
lógica
de la discriminación
La reflexión que se viene realizando en Europa en
torno al rechazo a los inmigrantes se suele englobar bajo
el concepto de
"racismo". Sin embargo, esta palabra no se utiliza en su
acepción estricta6 sino en un sentido
más amplio –equivalente a xenofobia–, y sirve
para designar un conjunto de comportamientos
discriminatorios que no siempre tienen un referente
físicobiológico.
De hecho, varios autores sostienen que hoy predomina un
"nuevo racismo" que no habla de razas sino de culturas y
que, bajo el pretexto de defender la diversidad cultural, predica
la separación entre ellas (cada uno en su país) o
bien la segregación en guetos de los
diferentes7.
En este caso "los otros" son ciertos colectivos a los
que se atribuyen determinadas características (nacionalidad,
etnia, cultura, etc.) que permiten configurarlos, no sólo
como diferentes, sino como inferiores en
algún sentido.
El objetivo
preferente de ese racismo sin razas al que aludimos son
precisamente los inmigrantes. Sin embargo, la
inmigración es un objeto ilusorio del racismo, pues
éste incluye a varios colectivos autóctonos, como
las minorías étnicas con problemas de
integración social o los descendientes de inmigrantes
nacidos en España, y deja fuera a una gran parte de los
extranjeros, como los procedentes de países más
desarrollados que España8, o los
políticos y profesionales de alto nivel procedentes de
cualquier país que trabajan en empresas
multinacionales o pertenecen al cuerpo diplomático,
etc.
En el estudio realizado utilizamos la categoría
de discriminación, entendiendo por tal cualquier
postergación, segregación o
minusvaloración que un grupo ejerce sobre otro cuando
tal proceso excluyente viene asociado a una diferencia
entre ambos colectivos. Las personas particulares son
discriminadas, al margen de sus valores y
comportamientos individuales, por su adscripción a tales
grupos marcados por esa diferencia9.
Categorías
discriminantes y opciones alternativas
La discriminación tiene lugar entre dos polos
asimétricos: el grupo discriminante –activo,
dominante– y el grupo discriminado –pasivo,
dominado–. Implica, por tanto, una práctica de
poder que
produce un estatus de inferioridad en las víctimas de la
discriminación. Cuando la relación entre las partes
se produce en pie de igualdad, no de dominación, cabe
hablar de confrontación o competitividad, no de exclusión de un grupo
sobre otro.
Las diferencias entre las personas, en principio, no son
las que producen desigualdad sino los mecanismos de
exclusión asociados a esas diferencias. En nuestro caso a
las diferencias de nacionalidad (que crean la
distinción autóctono/inmigrante) se suelen
superponer las diferencias de clase: en
cuanto inmigrantes del Tercer Mundo padecen y/o se enfrentan a
las barreras jurídicas de la política de
inmigración española y a los prejuicios
ideológicos de la opinión pública con
respecto a las personas de otras etnias, culturas y procedencias;
y en cuanto trabajadores se ubican mayoritariamente en empleos
precarios y marginales Si aplicamos este planteamiento
teórico de la discriminación al caso de los
trabajadores inmigrantes, podemos establecer el siguiente
esquema:
La discriminación de los "inmigrantes" supone, en
primer lugar, resaltar lo "diferente" de dicho colectivo en
relación al polo discriminante (los autóctonos); de
ahí que pueda ser una trampa el simple hecho de
categorizar a ese colectivo por algunos rasgos diferenciadores
que no dejan de ser circunstanciales en sus vidas (haber nacido
en otra parte, no tener en regla un expediente administrativo,
confesar otra religión o, simplemente, ser moreno o tener
los ojos rasgados). Los discursos
igualitarios, en cambio, relativizan las diferencias y resaltan
lo que de común tienen todas las personas, como base para
una convivencia pacífica y un intercambio
enriquecedor.
Las nuevas formas de racismo están ya lejos del
racismo biológico pero eso no obsta para que subrayen las
diferencias que presentan los extranjeros y las carguen de
profundidad, como si demarcaran en dichas personas una
naturaleza diferente cuya convivencia con los
españoles estaría llena de riesgos. En
consecuencia, los inmigrantes son calificados como
intrusos cuando pretenden competir con los
españoles en pie de igualdad (en derechos laborales,
sociales o políticos). Asimismo, la cohesión social
de la cultura autóctona se encontraría amenazada
por la penetración incontrolada de esos "nuevos
bárbaros" que entran en España ilegalmente y no
respetan "nuestras" costumbres.
La discriminación de los inmigrantes se
apoya fundamentalmente en la soberanía del estado–nación
que tiene poder para controlar las fronteras (sólo deben
entrar los imprescindibles) y para adoptar aquellas
políticas de asimilación que sean más
eficaces para asegurar su integración en las pautas y
normas
vigentes en España. En estas condiciones, la presencia de
inmigrantes puede ser valorada positivamente siempre que adopten
una posición subordinada en lo político (derechos
limitados en relación a los autóctonos) y un papel
complementario en lo laboral (por
ejemplo, en oficios precarios donde es escasa la oferta de mano
obra, como empleados de hogar internos, temporeros del campo,
peones de la construcción, etc.).
Aunque cualquier diferencia entre colectivos puede
desencadenar un proceso discriminatorio, en el caso de la
inmigración concurren básicamente las siguientes
cinco categorías:
* La nacionalidad: documentación que acredita ser ciudadano
o no del estado en cuyo territorio se reside. Cabe el estatus
de doble nacionalidad
y también la acreditación como extranjero con
permiso de residencia y/o trabajo, que dan acceso a una parte
de los derechos correspondientes a los nacionales. La mayor
discriminación se produce en relación a los
inmigrantes indocumentados.
* La cultura: sistema de
valores, símbolos y prácticas (donde se
incluyen la lengua, las tradiciones, las creencias, etc.) que
contribuye a conferir una cierta identidad social a sus
adherentes. La discriminación se produce en
relación a las culturas minoritarias cuando la
mayoritaria se siente superior a aquellas, o bien si considera
que su presencia puede contaminar o debilitar la
cohesión social que proporciona la cultura dominante. En
el caso de España, por ejemplo, la cultura gitana ha
sido tradicionalmente discriminada y también lo es con
frecuencia la cultura islámica.
* El fenotipo: diferencias en la imagen
corporal como el color de la
piel, la
forma de los ojos u otros rasgos físicos. El caso
más frecuente de este tipo de discriminación se
produce en relación a las personas de piel negra pero
también aparece hacia los individuos de tez morena
(magrebíes, indios americanos…), de ojos rasgados
(asiáticos), etc.
* La posición económica: las
diferencias de acceso, condiciones de trabajo y
participación en la renta están en el origen de
diversas formas de discriminación económica y
laboral, que afectan también a los extranjeros. No se
discrimina, desde este punto de vista, a los inmigrantes
"cualificados" que ocupan buenos empleos en empresas solventes,
sino a los que se buscan la vida alternando empleos precarios y
temporadas en paro.
* El género: como la diferencia
anterior, atraviesa a todos los colectivos, siendo en este caso
la mujer la
destinataria habitual de diversas formas de
discriminación. "La importancia que tienen las
relaciones de género
en la caracterización de los flujos
migratorios depende de lo relevante que sea el sistema de
género en la definición de una sociedad
dada"10, ya sea en el país de origen o en el
de destino.
En principio, las anteriores diferencias no tienen por
qué conllevar discriminación; es más, pueden
ser fuente de un intercambio enriquecedor (por ejemplo,
evidentemente, entre los sexos pero también entre las
naciones, las culturas y las diversas posiciones
económicas) o bien, simplemente, ser aceptadas como
asuntos irrelevantes para la convivencia y el mutuo
reconocimiento (caso del color de la piel o los rasgos faciales).
La cuestión es por qué tales diferencias dan lugar
en algunas circunstancias a procesos discriminatorios, es
decir, son vividas en confrontación y desde una
relación de poder entre las partes. Nuestra respuesta a
esta cuestión consiste en invertir la dirección de tales procesos: no
son las diferencias las que están en el origen de la
discriminación sino, más bien, al revés:
las relaciones preexistentes de poder y desigualdad son las
que desencadenan un clima de
confrontación que utiliza las diferencias como excusa o
coartada para ejercer el dominio. Tales desigualdades, a su
vez, se suelen mover en un doble plano, material y/o
simbólico, que se refuerzan mutuamente y dan lugar a las
actitudes y prácticas discriminatorias (directas o
indirectas). Por ejemplo, la discriminación sexual se
intenta justificar desde la ideología del patriarcado, la
discriminación de los inmigrantes desde el nacionalismo
(ideología de la preferencia nacional), la
discriminación cultural desde una supuesta superioridad de
la "modernidad"
occidental (eurocentrismo), la discriminación
étnica desde un supuesto racismo biológico
(primacía de la raza blanca) y la discriminación
laboral desde el liberalismo
económico (ideología del libre mercado).
Las cinco diferencias apuntadas, con frecuencia
combinadas entre sí, suelen estar presentes en la
discriminación que padecen los hombres y las mujeres
inmigrantes. Si se resaltan y contraponen esas diferencias, se
construyen rápidamente discursos racistas; pero si esas
mismas diferencias se relativizan y dan lugar a un intercambio
mutuamente enriquecedor, se construyen también discursos
universalistas y solidarios. A partir de diversas investigaciones
empíricas realizadas con métodos
cualitativos hemos detectado un amplio abanico de discursos
sobre los inmigrantes que recogemos en el Cuadro 2. Tales
discursos los podemos agrupar en tres grupos. Son lógicas
analíticamente diferentes pero que en la práctica
pueden actuar combinadas entre sí.
Diversas posiciones discursivas comparten en su
simbología un supuesto común: la
naturalización del estado–nación. Este
aparece como una realidad esencial (dato incuestionable, no
modificable) que adscribe a las poblaciones a un estatus de
ciudadanía, determinado por su lugar de
nacimiento. El estado (que otorga la ciudadanía) no es una
construcción social e históricamente condicionada,
sino la expresión de una realidad "esencial" (la nación
/nacionalidad) y el ente encargado de defender a este cuerpo
social. Lo normal es que cada población resida en su
espacio estatal–nacional; las migraciones internacionales
introducen una anomalía en este orden. Este discurso no
alude a posibles diferencias raciales, étnicas o
culturales; en principio es compatible con una postura
"anti–racista", siempre que se mantenga el principio de
que la prioridad en el acceso a los recursos
corresponde a los nacionales.
Este tipo de consideraciones tiende, por su propia
lógica, a delimitar el campo de "lo extranjero" al de los
inmigrantes pobres, que aparecen mucho más como
consumidores de recursos de la sociedad autóctona que como
productores de riqueza. Dentro de la ideología
nacionalista surgen dos posturas diferenciadas, en función
del estatus social:
* Los "nacionalistas progresistas" no ven peligrar su
situación por la presencia de inmigrantes, por tanto,
proponen acogerlos y darles derechos, siempre subordinados a la
situación económica del país.
* Los "nacionalistas proteccionistas" se encuentran en
situación de subordinación y, en algunos casos,
de precariedad, lo que les lleva a producir un reclamo
urgente de protección que excluye a los inmigrantes
extranjeros y reduce el campo para el despliegue de discursos
solidarios o tolerantes.
Existe otra gama de posiciones ideológicas
respecto a los extranjeros que no se articula en torno al
argumento nacional sino al de la diferencia cultural. El
discurso se construye a partir de dos supuestos básicos.
En primer lugar, las culturas son universos cerrados,
inmodificables en sus rasgos fundamentales (supuesto
esencialista). En segundo lugar, existen culturas mutuamente
incompatibles, que en ningún caso pueden coexistir
pacíficamente; esta incompatibilidad es atribuida
habitualmente a las limitaciones de ciertas culturas definidas
como "cerradas", lo que las convierte en inferiores o atrasadas
(supuesto de jerarquización). Dentro de la
ideología de rechazo culturalista distinguimos tres
discursos principales, vinculados a tres tipos de
situación social:
* El "etnocentrismo localista" basa su identidad en
los vínculos con la tradición, los lazos de
sangre (sea el
parentesco real o la nación concebida como familia) y en
los vínculos con la tierra.
Fuera del círculo de los propios todo es un peligro en
potencia;
los de fuera sólo pueden ser aceptados en la medida en
que se asimilen, en tanto no lo hagan hay que sospechar de
ellos y no otorgarles derechos "excesivos"; si viven entre
nosotros que sea siempre como minoría subordinada. Los
extranjeros que son caracterizados como culturalmente
incompatibles se enfrentan al rechazo abierto a su presencia
(que no se les deje entrar, que se creen puestos de trabajo en
sus países) o bien a la perspectiva de una
"integración" subordinada, caracterizada por la
asimilación cultural y la negación del pleno
derecho de ciudadanía.
* El "racismo obrero" es el discurso desplegado
principalmente por una parte de las clases subordinadas que
construyen su identidad en torno a la "normalidad". Para
éste las distancias de clase tienen menos importancia
que las existentes entre la mayoría normalizada y los
grupos "asociales". La etnia gitana aparece como paradigma de
anormalidad y desviación, y ofrece el molde sobre el que
se articula el discurso referido a extranjeros de otras
culturas; el trabajador responsable, moderado e integrado
constituye el estereotipo opuesto. Desde estos presupuestos
la diferencia cultural no tiene legitimidad alguna. Los
"diferentes" no pueden reclamar la vigencia de sus propias
normas pues la convivencia social depende de que todos acatemos
la misma ley (cuyo origen y representatividad no se pone en
cuestión); la multiplicidad debe regularse por lo
uno, que coincide con aquello con lo cual nos
identificamos; la identificación entre normalidad y
racionalidad convierte la diferencia en anomalía. La
minoría es un peligro siempre en acecho, que intenta
imponerse a poco que encuentre situaciones favorables
para ello. De aquí que la convivencia entre culturas
"opuestas" se presente como indeseable; lo que debe procurarse
es la disolución del elemento anómalo
(dispersándolo entre gente "normal", preferiblemente
entre las clases prósperas) o su aislamiento ("que los
lleven a la reserva igual que los indios"), para proteger a la
mayoría.
* El "cosmopolitismo etnocéntrico" es el
discurso racista de las capas sociales ilustradas; el
cosmopolitismo sostiene que las diferencias
fundamentales no se establecen entre ciudadanos de uno u otro
país, sino entre grupos con distinto grado de
civilización; en sus antípodas se sitúan quienes,
próximos al estado salvaje, ignoran las normas
mínimas de convivencia. Este corte atraviesa a todos los
espacios nacionales; el discurso cosmopolita se identifica con
las clases "cultas" de cualquier procedencia (embajadores,
profesionales extranjeros o gitanos ricos) y desprecia a las
clases inferiores (autóctonas o inmigradas),
estableciendo un "racismo de clase", basado en argumentos
culturalistas.
Se afirma que existen universos culturales separados y
jerarquizados. Las culturas que ponen el énfasis en el
individualismo son definidas como "abiertas" y consideradas
superiores. La diversidad de culturas no representa una
pluralidad de opciones con igual entidad, sino una estructura
jerárquica en la escala
modernización–atraso. Por tanto, los planteamientos
interculturalistas no tienen cabida: cuando coexisten distintas
culturas, la superior (la propia) ha de imponerse a la inferior
(la ajena). Así, la defensa de la modernidad desemboca en
una postura etnocéntrica: las culturas presentadas
como irracionales, fanáticas, no igualitarias, en suma
peligrosas para la modernidad, han de ser controladas y/o
segregadas; su discriminación es un acto de autodefensa
plenamente justificado.
La tercera lógica discursiva parte de un
igualitarismo que impugna los criterios de discriminación
nacional o cultural, pues parte de la igualdad básica de
los seres humanos. La lógica de los derechos humanos
ha de ser universal sin detenerse en las fronteras estatales.
Este postulado genérico admite distintas modulaciones, que
generan discursos diferenciados respecto a lo extranjero, que van
desde la igualdad de oportunidades en un mundo
económicamente abierto hasta la crítica
frontal al ordenamiento social:
* El "universalismo individualista" afirma que el
éxito
o fracaso en la vida depende de los propios méritos,
siempre que exista igualdad de oportunidades para todos. Por
tanto, el control de
fronteras no es justificable dado que limita el juego de la
competencia
sólo a los ciudadanos de un estado. Estamos en un mundo
económicamente unificado, en el que cada persona ha de
hacer valer sus capacidades. Los inmigrantes son
individuos que merecen su oportunidad,
independientemente de la tasa de paro que exista en el
país de destino.
* El "igualitarismo paternalista" parte de unos
valores que no se ajustan a los límites
circunscritos por el orden institucional dominante. Antes que
las leyes, las
fronteras o la competencia debe prevalecer la solidaridad
entre humanos, miembros de una fraternidad universal, sea desde
una concepción cristiana ("todos hijos del mismo padre")
o genéricamente humanista. Por tanto, la relación
con los extranjeros debe establecerse en pie de igualdad,
superando los particularismos egoístas. La actitud
solidaria que presenta esta posición no se encuentra
exenta de cierto paternalismo, en la medida en que se
privilegia el planteamiento de solidaridad con los pobres y
oprimidos, desde sectores que no son pobres ni se sienten
oprimidos. Esta circunstancia tiende a incluir al inmigrante en
el campo más amplio de la marginación, objeto de
protección y ayuda, pero no aparece como ciudadano con
plena capacidad para ser titular de derechos y autoorganizar su
vida. Desde esta perspectiva el criterio principal para
determinar prioridades no debe ser la nacionalidad sino el
grado de necesidad social.
* El discurso de la "solidaridad anticapitalista"
sostiene que estamos en un sistema mundial hegemonizado por los
intereses de las empresas y gobiernos del Norte: éstos
impulsan los nacionalismos, la separación y conflictos
entre culturas, y sostienen a los gobiernos más
retrógrados en el Sur para garantizar sus privilegios y el
mantenimiento
de un orden injusto. Este conjunto de factores genera pobreza y,
consecuentemente, movimientos migratorios masivos. Por tanto, si
el sistema funciona a escala mundial, el análisis en términos nacionales no
es válido, sólo debe de haber ciudadanos del mundo,
sujetos de derechos por el sólo hecho de haber nacido; en
esa lógica tampoco el argumento del paro español es
excusa para rechazar a los inmigrantes, pues las desigualdades
mundiales son muchos más importantes. Además, la
convivencia desde principios
democráticos exige el respeto a la
diversidad cultural, junto con la condena de las desigualdades
económicas.
1. Equipo de investigación sociológica ubicado en
Madrid y compuesto por Carlos Pereda, Walter Actis y Miguel
Ángel de Prada. E–mail: ioe[arroba]nodo50.org URL:
http://www.nodo50.org/ioe/
2. ALVITE, J.P., "Racismo e inmigración", en
ALVITE, J.P. (coord.), Racismo, antirracismo e
inmigración, Gakoa, Donostia, 1995, pág.
89–122.
3. Las más importantes, por su continuidad a lo
largo del tiempo son las
realizadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas
(CIS), dependiente del gobierno central, y el Centro de
Investigación sobre la Realidad Social (CIRES), financiado
por varias entidades bancarias.
4. También los estudios de opinión, con
sus olvidos y preguntas, han contribuido a diseñar una
"opinión pública" determinada. Hemos tratado la
cuestión en COLECTIVO IOÉ, "Extranjeros y
españoles. Más allá de opiniones y
actitudes. Aproximación a la lógica discursiva de
las relaciones", ponencia presentada en JORNADAS RACISMO Y
EDUCACION: HACIA UNA EDUCACION MULTICULTURAL, UNIVERSIDAD DE
VERANO ANTONIO MACHADO, Baeza, 31 de agosto–4 de septiembre
de 1992.
5. Otra encuesta,
realizada en 1997 a escolares entre 13 y 19 años de edad
(desde último curso de Primaria hasta Bachillerato y FP)
muestra que el 15% está dispuesto a admitir más
inmigración y el 65% prefiere una España
pluricultural y mestiza. En el otro extremo el 10% es partidario
de expulsar a los trabajadores extranjeros, el mismo porcentaje
votaría a un partido similar al de Le Pen y el 26% apuesta
por una España blanca y occidental en la que los
inmigrantes sólo tendrían la opción de
asimilarse completamente. Además, la mayoría (65%)
cree que hay que impedir la entrada de nuevos trabajadores y que
la inmigración contribuye al aumento de la delincuencia y
la droga (42%).
Ver CALVO BUEZAS, T., Encuesta escolar 1997, Instituto de
la Juventud/
Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (reseñado en EL
MUNDO, de 3/2/1998).
6. La definición literal de "racismo" remite a un
fundamento biológico que incluye los siguientes puntos: 1)
existen razas humanas diferentes; 2) las diferencias
genético–raciales determinan características
socioculturales; y 3) estas diferencias socioculturales
están organizadas jerárquicamente.
7. Ver BAKER, M., The New Racism, Junction Books,
London, 1981; GALLISSOT, R., Misère de
l’antirazisme, Éditions de
l’Arcantère, Paris, 1985; y TAGUIEFF, R., La
force du préjugué, Paris, 1987.
8. Según las últimas cifras de extranjeros
con residencia legal en España (diciembre de 1998), el
45,2% procedía de países del Primer
Mundo.
9. Cabe también una discriminación
positiva, de la que no tratamos aquí, en la que se
produce justamente lo contrario: un trato más favorable a
determinados colectivos en base a una diferencia que les
perjudica en relación al resto de la
población.
10. GREGORIO, C., Migración femenina. Su
impacto en las relaciones de género. Narcea, Madrid,
1998, pág. 263.
Colectivo Ioé
Equipo de investigación sociológica ubicado en
Madrid y compuesto por Carlos Pereda, Walter Actis y Miguel
Ángel de Prada.
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