- Ofensiva y fracaso de
la iniciativa popular - Razones de la
debilidad - La dispersión de
las estrategias - Los desafíos de
las fuerzas contrahegemónicas - Un futuro
incierto
Durante los dos últimos meses se han incorporado
al escenario político nacional dos nuevos e importantes
elementos: el ciclo de la rebelión popular iniciada el 20
de diciembre ha comenzado a agotarse sin haber podido modificar
ni conmover siquiera a ninguna de las instancias
estratégicas de la rígida estructura del
poder
político corporativo gestado durante el largo
período anterior; ante esa comprobación una buena
parte de la sociedad
argentina ha comenzado a habituarse a sobrellevar penosa y
resignadamente los efectos de una compleja "crisis
orgánica" que agrega a la destrucción
económica y la decadencia social un agudo proceso de
descomposición institucional.
A la total ilegitimidad política de las
estructuras y
elencos comprometidos con la instauración del anterior
consenso neoliberal se suma ahora un enorme vacío de
representación política de las demandas generadas
por las organizaciones
populares durante la rebelión que ha sido "sabiamente"
aprovechado por el gobierno nacional
para organizar su retirada e iniciar un proceso de
recomposición, sin legitimación, del régimen
político tradicional. Ha utilizado para ello una
amañada y parcial convocatoria electoral destinada a
elegir en un plazo perentorio una nueva fórmula
presidencial que, a pesar de sus defectos, de los objetivos que
encubre y del estado de
descomposición de los partidos
políticos que pone en evidencia parece haber sido bien
aceptada por una gran parte de la sociedad.
La convocatoria modificó el escenario
político, quitó la iniciativa a las organizaciones
populares y les planteó en términos urgentes un
problema crucial que pese a su decisiva importancia había
sido prácticamente desestimado: cómo elaborar desde
la lucha social sectorial objetivos políticos convergentes
y diseñar a partir de ellos una amplia convocatoria de
unidad política capaz, a la vez, de articular en un solo
movimiento los
aportes de cada una y aunar en un solo tipo de respuesta
electoral, diferente y claramente opositora, a las voluntades de
cambio
crecientes pero aún dispersas.
Ofensiva y fracaso de la
iniciativa popular
Cuando el problema irresuelto había comenzado a
producir grandes discusiones internas y una ríspida
polémica entre las distintas organizaciones, surgió
una propuesta que neutralizó temporalmente el
enfrentamiento. Por iniciativa de algunas de ellas, se
conformó un grupo con las
más importantes organizaciones populares y partidos de
izquierda y centro izquierda que trató de enfrentar el
desafío lanzado por el elenco corporativo
político-gubernamental impulsando un ambicioso proyecto que
hubiera podido modificar el estado
existente de correlación de fuerzas entre ambos bandos si
no hubiera resultado ser, además de audaz, inconsistente.
Se trató de poner en marcha una gran ofensiva popular de
carácter nacional destinada a forzar la
suspensión de la convocatoria electoral e imponer en la
práctica la consigna "que se vayan todos", máxima e
insistente reivindicación de las luchas sociales
anteriores.
Para ello se diseñó un amplio plan de
movilizaciones que comenzó promisoriamente pocos
días después con importantes manifestaciones en
distintos lugares del país y culminó en una gran
concentración de gente en la Plaza Congreso de la Ciudad
de Buenos Aires.
Sin embargo, la amplitud de la convocatoria no pudo disimular que
el nivel de consenso y coordinación de las organizaciones
responsables se hallaba inexplicablemente muy por debajo de las
exigencias de la acción.
A pesar de la gran cantidad de gente reunida y de la necesidad de
justificar, explicar y traducir políticamente la consigna
general, no se emitieron discursos
debido a que los organizadores no pudieron ponerse de acuerdo en
la designación y el orden de exposición
de los oradores.
La primera experiencia puso en evidencia que el esfuerzo
unitario sólo había logrado reunir en un mismo
ámbito territorial y con una misma consigna un conjunto de
fuerzas segmentadas, compartimentadas y además
enmudecidas, tan heterogéneas o divergentes que no
habían podido satisfacer los requisitos mínimos de
una dinámica política como esa: no
pudieron elaborar un breve discurso
compartido y mucho menos mostrar un elenco mínimo de
dirigentes representativos. En el lapso posterior, algunos
referentes mediáticos de distintas agrupaciones
trataron de cubrir ese vacío explicando "al público
televidente" el sentido de la iniciativa y, de ese modo, la
apelación mediática volvió a reemplazar
nuevamente a la convocatoria política.
En el mismo momento se generó en el interior de
cada fuerza y en el
espacio de concertación que intentaron construir en
conjunto un debate
soterrado y una disputa sobre los pasos, la metodología y los contenidos del trabajo futuro
que al no ser resueltas en ninguna dirección dejaron el movimiento a la deriva
y en franco proceso de descomposición. El aceptable nivel
de adhesión inicial se diluyó rápidamente y
el fracaso de las movilizaciones posteriores sumó el
aislamiento social al asombroso vacío conceptual,
propositivo, organizacional y aun comunicacional que
finalizó diluyendo los objetivos originales.
El movimiento pareció ser abandonado de hecho por
la mayoría de sus integrantes originales y dejó la
responsabilidad de continuar con el proyecto a
pequeñas fuerzas políticas
imposibilitadas de cumplir con esa función.
Se frustró de ese modo una iniciativa audaz pero
inoportuna que si se hubiera lanzado cuando una parte de la
población estaba comprometida directa o
indirectamente con la intensificación de la protesta,
hubiera generado grandes condiciones para comenzar a saldar lo
que ahora es una verdadera asignatura pendiente: la construcción de un nuevo espacio unitario
interfuerzas que potencie al conjunto y sirva, además,
como punto de partida del proceso de construcción de
nuevas instancias, formas y contenidos de representación
de esa parte de la sociedad que produjo la ruptura con todos los
esquemas institucionales y políticos anteriores y hoy vive
dramáticamente la ausencia de otras convocatorias
alternativas convincentes.
El fracaso es menos justificable aún si se tiene
en cuenta que la consigna "que se vayan todos", a pesar de las
grandes limitaciones que encierra y de las objeciones que
suscita, continúa contando aún hoy, según
las encuestas de
opinión, con la adhesión o, por lo menos, la
simpatía de una gran parte de la población. Por
ello, la sorpresiva debilidad de la convocatoria parece
relacionarse menos con el contenido de la consigna que con su
oportunidad, con su modo abstracto e "impolítico" de
formulación, con su metodología de
implementación y, sobre todo, con la incapacidad de apelar
adecuadamente al compromiso y la participación de la
ciudadanía por parte de sus principales
dirigentes en un momento en que había decaído
notablemente el nivel y la extensión de la protesta y
habían sido neutralizados todos los intentos de
rebelión.
Cada una de esas limitaciones obedece a causas
diferentes que requieren su propia explicación, pero se
expresan en conjunto a través de una solo efecto
principal: la exacerbación de las diferencias, el aumento
de la dispersión y la fragmentación de las estrategias
político electorales del denominado campo popular,
compuesto por ese amplio espectro organizaciones diversas que
generaron y acompañaron a la frustrada iniciativa
unitaria. La pretensión de ascender un escalón
tanto en la lucha confrontativa como en la construcción de
una instancia política superior parece haber generado lo
contrario, el descenso a niveles de injustificada controversia,
aislamiento y segmentación anteriores a los del
último punto de partida. El registro de tan
evidente retroceso ha realimentado la perplejidad y reavivado la
vieja controversia sobre las causas oscuras que, pese a las
urgencias y reclamos, llevan a esas organizaciones a crecer
levemente en el aislamiento, lejos de las disputas centrales por
el poder político institucional y sin poder diseñar
un plan de emergencia compartido para enfrentar la crisis y la
decadencia y amalgamar un bloque político y una oferta
electoral capaz de canalizar en un solo sentido la enorme
voluntad de cambio que viene manifestando de mil formas
diferentes un amplio y posiblemente mayoritario sector de la
sociedad.
El enorme debilitamiento de la ofensiva popular que ello
entraña ha generado, como decíamos, su contraparte,
una conflictiva pero muy efectiva recomposición del elenco
político estatal y un renacimiento de
la impunidad y de
las prácticas corporativas entre las cuales se inscriben
las actuales maniobras destinadas a controlar y despolitizar la
convocatoria electoral por parte del Peronismo,
último de los partidos tradicionales comprometidos con la
generación del estado de decadencia social actual que
todavía se mantiene en pie y concita un bajo pero efectivo
nivel de adhesión electoral. De cualquier modo, la
perspectiva de confrontar políticamente en nuevas
elecciones presidenciales parece haber desplazado, por ahora, del
centro de la escena, a todas las anteriores formas de
reivindicación, protesta y lucha social. Y las
organizaciones populares, los partidos políticos de
izquierda y los referentes político electorales han debido
acomodarse a esa situación diseñando sus propias
posiciones.
La dispersión de las
estrategias
En ese conjunto de respuestas diversas es donde mejor
deja su huella el actual contexto de fragmentación de las
organizaciones populares y de sus principales referentes
electorales. El ARI, la principal organización política de centro
izquierda, decide consumir todas sus energías en la
necesaria construcción de un gran aparato electoral de
alcance nacional y utilizar a su gran referente mediático
para proponer a la ciudadanía un proyecto de cambio que no
incluye participación ni militancia política y se
traduce en el establecimiento de un gran pacto
político-moral que no
llega a trascender, por definición, la mera instancia
electoral. El reciente, pequeño, pero influyente
Movimiento de Autodeterminación y Libertad,
razona de un modo exactamente opuesto. Propone continuar la lucha
por el "que se vayan todos" y darle contenido político a
través de un masivo repudio a la convocatoria electoral.
Utiliza, hasta ahora, la gran inserción mediática
que tiene su dirigente principal para lanzar una campaña
de participación electoral que en lugar de votar
positivamente o en blanco apele al voto anulado por la
inscripción de esa consigan original. El frente formado
por algunas agrupaciones de la izquierda tradicional denominado
"Izquierda Unida", que ha venido ascendiendo política y
electoralmente durante el último tiempo, no
quiere perder la oportunidad de continuar reforzando esa
tendencia e intenta colocarse ante el llamado a elecciones en una
posición intermedia. Propone armar un frente que combine
la militancia social y política en búsqueda de
nuevas estructuras de poder con la participación electoral
junto a organizaciones afines, pero incluyendo a este tipo de
participación dentro de una estrategia que no
pretenda ganar las elecciones en esta instancia, sino que las
utilice para ampliar el nivel de consenso y obtener
representantes propios que refuercen el proceso de
construcción de un nuevo agrupamiento
político.
Los desafíos de las
fuerzas contrahegemónicas
Ahora bien, aunque son sensiblemente diferentes las tres
propuestas parecen estar tratando de resolver en esta
circunstancia particular un dilema general, que no sólo
las unifica sino que las relaciona directamente con la inmensa
mayoría de las experiencias realizadas por los partidos de
izquierda que intentan fundar culturas políticas
contrahegemónicas, actuando dentro de los marcos propios
de las democracias capitalistas, centrales o periféricas.
Debido a su propia pretensión contrahegemónica
estas fuerzas se diferencian de las que actúan dentro de
los marcos culturales, políticos e institucionales ya
establecidos en que están obligadas a establecer adecuados
puntos de confluencia entre tres tipos de procesos que,
por su naturaleza y
su forma de evolución, requieren tiempos y ritmos de
maduración muy diferentes.
En efecto, la crítica
de lo existente y la demostración de que un nuevo tipo de
sociedad es beneficioso y posible, supone un largo proceso de
aprendizaje
que dilata las respuestas positivas y dificulta enormemente la
formulación de alianzas sociales y estrategias
políticas exigidas por la evolución concreta de las
distintas instancias y formas en que se disputa el poder. El
problema se vuelve mucho más complejo cuando a la
necesidad de crear una estrategia política que permita
avanzar proponiendo cambios que siendo posibles no traicionen los
objetivos contrahegemónicos originales se le suma la
necesidad de preparar una táctica electoral capaz de
adaptarse a las modalidades y urgencias de la coyuntura inmediata
sin violentar ninguna de las dimensiones anteriores.
En la Argentina del modelo
neoliberal se suman a esos tres dilemas clásicos dos
nuevos graves problemas
generados tanto por el prolongado proceso de declinación
económica y decadencia social como por su consecuencia, el
estado de colapso político institucional que caracteriza
al momento actual.
Uno es de carácter social y surge del avanzado
estado de descomposición en que se encuentran las
relaciones, las estructuras, las clases y las identidades
sociales del pasado. Proceso de desestructuración,
segmentación, fragmentación, marginamiento y
exclusión que ha hecho de la mayor parte de los sectores
populares algo muy semejante a esa masa social "gelatinosa" e
informe que A.
Gramsci descubrió en las sociedades
orientales de la primera parte del siglo anterior. Sólo
parece diferenciarse nuestro caso en que por la velocidad de
la disolución de la trama social que los contenía,
esa enorme masa de individuos, aislados y escindidos por la
ruptura de lazos sociales primordiales que los vinculaba a la
comunidad del
trabajo y el consumo,
mantienen todavía un vívido recuerdo de las formas
de vida que han perdido y muchos de ellos están intentando
reconstruirlos por otros medios,
especialmente alrededor de los nuevos tipos de organizaciones
reivindicativas y de trabajo solidario (Asambleas, Movimientos de
Desocupados, Cooperativas
Obreras, etc.). Pero estas formas de agrupamiento social y de
reconstrucción de identidades perdidas ya no tienen firmes
raíces sociales, son voluntarias, inestables y sumamente
heterogéneas en la medida en que los miembros se definen y
se igualan por lo que han perdido, por la privación, por
lo que ya no tienen. El lazo social que antes tuvo una
sólida raíz material ha comenzado a reconstruirse
por formas de acción voluntaria que son producidas y se
adaptan a la naturaleza de distintos tipos de clases y sectores
sociales. Allí está su riqueza y, a la vez, su
debilidad; una debilidad intrínseca que solo puede ser
neutralizada por una adecuada acción política y
cultural que aglutine a lo disperso, le dé sentido a la
acción reivindicativa inmediata y la engarce adecuadamente
con un nuevo modelo de politización participativa que
mantenga viva la expectativa de una posible reconstrucción
económica, política e institucional. Pero, y
aquí vuelve el quid de la cuestión, un proceso de
esas características en el cual la política se
define, se diseña, se organiza y se actúa con
parámetros diferentes y casi desconocidos, es en
definitiva un sistema de
ensayo y error
impuesto por
las circunstancias que parece estar requiriendo un tiempo de
maduración muy poco compatible con las exigencias de
acción político electoral inmediata generado por un
sorpresivo y tal vez exitoso intento de recomposición,
vía electoral, de un orden político institucional
que poco tiempo atrás parecía haber entrado en un
irreversible proceso de descomposición final.
El otro problema es generado por dos procesos que se
hallan íntimamente relacionados entre sí. Nos
referimos a la profunda modificación del esquema de
correlación de fuerzas sociales en favor de aquellas que
expresan los intereses y el proyecto estratégico de la
clase
dominante y, correlativamente con ello, la degradación y
el vaciamiento casi total de las instituciones
estratégicas del Estado que podrían ser utilizadas,
como en el pasado, para elaborar políticas públicas
de fomento y redistribución, destinadas a poner en
movimiento un nuevo proyecto de reconstrucción
económico y social. Esta doble cuestión implica un
nuevo desafío, un nuevo tipo de construcción
política que responda adecuadamente a los siguientes
interrogantes: ¿cómo construir un poder alternativo
al existentes capaz de enfrentar exitosamente, las resistencias,
los sabotajes y los enfrentamientos abiertos que va a producir un
reducido y homogéneo sector social que controla y puede
manipular casi todas las instancias de poder nacional e
internacional?, ¿cómo utilizar ese poder
alternativo para neutralizar la contraofensiva de los sectores
dominantes pero también reconstruir en el mismo proceso
formas de participación e instituciones de gestión
que aprovechen la energía popular canalizada en las
instancias participativas para diseñar nuevas
políticas de Estado? Es bien sabido que el poder
político generado por las mayorías electorales es
absolutamente insuficiente en estas latitudes para garantizar la
obtención de esos objetivos, ¿es conveniente
entonces lanzarse a la obtención de un triunfo electoral
si ese triunfo no contiene un mínimo nivel de
satisfacción de los requisitos anteriores?
¿Cómo debe ser encarada exitosamente una ofensiva
electoral que unifique las fuerzas que pugnan por un
significativo cambio pero dentro de un trabajo electoral que
implique un proceso de participación, de compromiso y de
desarrollo
político generador de su verdadero sustento? En
definitiva, ¿cómo debe combinarse la
articulación con la ruptura y la innovación política en el desarrollo
de procesos electorales que por su ideología, diseño
y forma de implementación persigue objetivos
diametralmente opuestos: el vaciamiento de ideas, la pasividad,
el individualismo y la desmovilización?
Como se ve, las urgencias generadas por la
profundización de la decadencia, la agudización de
la crisis, la contraofensiva de la clase dominante y los intentos
de recomposición de un precario orden político
institucional que todavía no ha colapsado definitivamente
nos plantea muy justificadas exigencias inmediatas que, sin
embargo, ni la sociedad, con su extraordinaria
movilización y empuje, ni las fuerzas sociales y
políticas creadas o recreadas al calor de ese
proceso están en condiciones todavía de responder
adecuadamente. Las estrategias capaces de articular los tiempos
de desarrollo diferente de los procesos mencionados pueden ser
formuladas adecuadamente pero no parece posible que sean
aplicadas exitosamente porque no se han cumplido todavía
dos de sus condiciones básicas: el sector de la sociedad
interesada en ellas parece no estar dispuesto a arriesgarse, a
superar el inmovilismo o la mera protesta, y comprometerse con su
activa participación en la creación de una posible
alternativa diferente, ni las fuerzas sociales y políticas
populares pueden transformarlas con su militancia, su
organización y sus candidatos en una alternativa
creíble y convocante desde el punto de vista
político electoral. En ese plano la iniciativa está
en manos de los tradicionales partidos del sistema que, a pesar
de la enorme repulsa recibida, pueden concitar aún una
débil pero persistente adhesión
electoral.
Esa intrínseca debilidad y su consecuencia, la
incapacidad de hacer nacer de su seno un régimen dotado de
un nivel mínimo de legitimidad, es la contracara de las
falencias señaladas en los movimientos populares y produce
una especie de empate por la negativa, de mutua
compensación de carencias compartidas que tienen origen
diferente pero se conjugan para delinear un panorama
todavía muy incierto.
En este futuro abierto se están gestando
laboriosamente dos posibles proyectos
políticos alternativos y antagónicos: de un lado,
la progresiva conversión de esta democracia en
una democracia cada vez más represiva y autoritaria,
articulada a los procesos de concentración de las riquezas
y el poder que hemos venido padeciendo y a los nuevos
sueños de subordinación imperial ya diseñado
por la derecha neoliberal para las próximas etapas. Por
otro lado, el arduo y lento trabajo de construcción de un
tipo de democracia participativa y diferente que sirva de apoyo
político e institucional a un programa de
reconstrucción nacional que comience por la
redistribución del ingreso, se fortalezca con la
satisfacción de por lo menos algunas de las grandes
demandas de los movimientos populares y asocie su crecimiento
económico futuro a la rehabilitación del
aparato productivo y a la construcción de un nuevo tipo de
integración regional.
- Auyero, Javier (2002) La protesta. Retratos de la
beligerancia popular en la argentina democrática. Buenos
Aires: Editorial Los libros del
Rojas. - Bonasso, Miguel (2002) EL palacio y la calle.
Crónica de insurgentes y conspiradores. Buenos Aires:
Editorial Planeta. - Lopez Echagüe, Hernan(2.002): La política
está en otra parte. Buenos Aires: Grupo Editorial
Norma - Nun, Jose (2000) Democracia. ¿gobierno del
pueblo o gobierno de los políticos?. Buenos Aires: Fondo
de Cultura
Económica. - Cafassi, Emilio (2002): Olla a presión.
Buenos Aires: Los libros del Rojas - Pucciarelli, Alfredo (2002) La democracia que
tenemos. Declinación económica, decadencia social
y degradación política en la argentina actual.
Buenos Aires: Los libros del Rojas. - 19 y 20. Apuntes para el nuevo protagonismo social
(2002). Buenos Aires: Ediciones De mano en mano [Colectivo
Situaciones]
* Publicado en Argumentos 1 (1), diciembre de
2002
Alfredo Pucciarelli: Investigador Principal en el
Consejo de Investigaciones
Científicas y Técnicas
(CONICET) con sede en el Instituto de Investigaciones Gino
Germani. Profesor
Consulto en la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de
Buenos Aires. Profesor Extraordinario en la Facultad de
Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata
Alfredo Pucciarelli