- Introducción
- Ubicando el objeto de
estudio - Teorías del
Malestar Mediático - Teorías de la
Movilización Política - Dimensiones
básicas para la discusión - Conclusiones y retos
futuros de la investigación - Referencias
- Notas
Introducción, Ubicando el objeto de estudio,
Teorías
del Malestar Mediático, Teorías de la
Movilización Política, Dimensiones
básicas para la discusión, Conclusiones y retos
futuros de la investigación.
Resumen
El presente trabajo
pretende plantear el estado de la
cuestión de los estudios que, enmarcados dentro de las
teorías de los efectos de la comunicación política, se han venido
ocupando en las últimas décadas de desencriptar la
compleja relación entre la extensión de los
patrones de desafección política entre los
ciudadanos de las democracias contemporáneas, por un lado,
y las dinámicas con las que los medios de
comunicación vienen ocupándose de los asuntos
de carácter político, por
otro.
Una vez planteado el modo en el que se han ido
cristalizando las posiciones en relación al objeto de
estudio, se expondrán en prospectiva los retos a los que
politólogos y expertos en comunicación han de enfrentarse para
superar los límites de
diversa naturaleza que
se han ido sedimentando en el área.
Palabras clave: Comunicación
política, Malestar mediático, Desafección
política.
Abstract
This piece of work tries to depict the state of the
odds of an area that, framed within the theories of the effects
in political communication, during last decades has been focused
on understanding the difficult relationship between, by one hand,
the extension of political disaffection feelings among the
citizens of contemporary democracies and, by the other hand, the
dynamics that defined the way media has treated political
issues.
Once the way that different positions have been
consolidated as to the topic under study is stated, the
challenges that political and media scientists have to face in
order to overcome diverse limits that have been accumulated in
this discipline will be presented from a prospective point of
view.
Key words: Political communication, Media
malaise, Political disaffection.
Artículo: recibido, junio 24 de 2005;
aprobado, noviembre 1 de 2005.
Al día de hoy, el estudio de la compleja
relación entre la política y los procesos
comunicativos encuentra acomodo en un espacio donde convergen
diversas disciplinas y se articula bajo la etiqueta de
comunicación política.
Los medios de
comunicación han pasado de tener un papel transitorio en
proceso
político a determinar de forma efectiva la práctica
totalidad de sus dimensiones, lo cual hace de esta época
un período especialmente convulso y cambiante. Las
consideraciones actuales destacan el lugar central que los medios
de comunicación ocupan en la vida política y los
comportamientos a ella inherentes. De este modo, son frecuentes
los esfuerzos creativos de algunos académicos que, con
mayor o menor fortuna, han venido intentando bautizar esta nueva
realidad política definida, aún más si cabe,
por la centralidad de lo mediático; Mediacracia
(Phillips, 1975), Videopoder (Sartori, 1992),
Democracia de la opinión
pública (Minc, 1995), Democracia centrada en
los medios (Swanson, 1995: 9), Democracia de
audiencias (Manin, 1998: 267-287), Principado
mediático (Colomé, 2001). Por lo tanto, han
empezado a producirse en los países democráticos
una serie de importantes acontecimientos que cambiarán de
forma dramática las relaciones entre la
comunicación y la política (Swanson, 1995:
3).
La convicción de que los procesos de
comunicación política han favorecido la mengua del
compromiso cívico de los
ciudadanos de forma concluyente, poniendo en peligro la
estabilidad de los sistemas
políticos democráticos, o al menos mermando su
equilibrio, se
ha convertido en una creencia sólida entre
académicos y periodistas, en especial en el contexto
estadounidense. En las últimas décadas, desde los
setenta aproximadamente, los medios de comunicación
protagonizan una transformación específica que les
coloca en una situación sin precedentes. Como consecuencia
de la liberalización del sector, e impulsado con
posterioridad por la aplicación de las nuevas
tecnologías al ámbito de la
comunicación, se produce la proliferación de
canales comerciales alternativos que comienzan a desplazar, y en
muchos casos a sustituir, a los tradicionales canales
públicos. Estas sinergias, especialmente intensas en el
mundo televisivo, inducen un cambio en los
contenidos mediáticos con el objeto de captar unas
audiencias cada vez más difíciles de seducir. La
evolución hacia planteamientos más
amarillistas, sensacionalistas, espectaculares y negativos, se ha
interpretado como uno de los principales causantes de los
sentimientos de alejamiento de los ciudadanos con respecto al
proceso político en general, es decir, de la
difusión de las actitudes de
desafección política.
No obstante, los resultados de investigaciones
llevadas a cabo en los últimos años parecen retar
estas ideas tan establecidas y suponen un desafío para el
ámbito de estudio de la comunicación
política. La novedad de estos nuevos estudios que plantean
como hipótesis lo contrario, esto es, que los
medios de comunicación no tienen tal implicación en
la creciente falta de compromiso con lo político de los
ciudadanos, e incluso que éstos producen efectos
movilizadores en la población, radica en la
diferenciación analítica contemplada, la cual les
hace distinguir entre los diferentes soportes (televisión, prensa, radio, e Internet) y entre los
diferentes tipos de programación (entretenimiento e
informativa).
Por lo tanto, la investigación en
comunicación política ha venido produciendo en las
últimas décadas hallazgos contradictorios en
relación a la conexión entre la forma en la que se
cubren los asuntos políticos en los medios de
comunicación y las actitudes políticas
que manifiestan los ciudadanos.
Este trabajo parte de la convicción de que existe
un peso significativo de los medios de comunicación en la
configuración de la cultura
política de los ciudadanos. Sin embargo, lo que se plantea
es la ausencia de acuerdo sobre en el sentido en el que se
produce esta influencia, esto es, ¿generando compromiso
cívico o narcotizando a los ciudadanos? La
intención de estas líneas es la de plantear el
estado de la cuestión de las aportaciones que, desde un
punto de vista sesgado a planteamientos fundamentalmente
teóricos, se han ocupado de identificar el grado y sentido
de la implicación de los medios de comunicación en
la extensión casi incontrolada de los sentimientos de
desafección en relación con lo político.
Asimismo, se intentarán identificar tentativamente los
caminos por los que la investigación en este campo
habría de dirigirse con el objeto de superar las
limitaciones y las dificultades que se han venido
acumulando.
Bajo la denominación de las "Teorías de
los Efectos" se encuentran una multiplicidad de
interpretaciones que comparten un espacio general; la información mediática puede in-
fluir en los receptores, esto es, el público, a
través de varios canales. Esencialmente éstos son
el estableciendo de las prioridades en relación con los
asuntos públicos -Teorías del
Agenda-Setting-, la determinación de las
preferencias partidistas del electorado ?Teorías de la
Persuasión-, y el suministro de la oferta de los
recursos
necesarios, del tipo que sea, para movilizar o desmovilizar al
personal
?Teorías de la (Des)movilización
política.
El último grupo de
razonamientos sobre los efectos mediáticos, en este caso
sobre la actitud de
compromiso político de los ciudadanos, cobra un especial
interés
en un contexto político como el presentado por las
democracias contemporáneas, tanto si son consolidadas como
si tienen pendientes estos procesos.
Este conjunto de interpretaciones toma como punto de
partida de la capacidad de los medios para producir
consecuencias, de una u otra naturaleza, en uno u otro sentido,
en el funcionamiento cotidiano del sistema
político.
De esa forma, los medios de comunicación quedan
conformados como verdaderos actores influyentes en la vida
política, si bien la condición de esos efectos es
muy controvertida y complicada de establecer, sin duda, como se
adelantaba en el comienzo, los medios influyen pero ¿en
qué dirección? La discusión entre las
teorías de la desmovilización política,
denominadas también teorías del malestar
mediático (media malaise) o videomalestar
(videomalaise) 1, y las recientes
reinterpretaciones que argumentan lo contrario, esto es, la
movilización política, nos permite explorar esta
compleja interacción.
Dada la multiplicidad de métodos,
estudios de caso, técnicas
de investigación y bases culturales desde los cuales este
fenómeno ha sido investigado, se encuentra una complejidad
añadida a la hora de identificar pautas teóricas
más o menos generalizables dado que, como asegura Marcus
Maurer (2003), se trata de un viejo problema hasta cierto punto
sin resolver en la medida en que ambas perspectivas están
apoyadas en evidencia empírica solvente. Por lo tanto, aun
consciente de la dificultad que entraña el etiquetado de
las diferentes corrientes concurrentes en este rincón de
la investigación en comunicación política,
dado que algunos recientes estudios vienen a redirigir elementos
determinados por las discusiones teóricas
previas2, se presentará la contribución
de los trabajos más influyentes de cada perspectiva, es
decir, aquellos que se constituyen como los estudios
clásicos del área, y la aportación de los
últimos análisis sobre el tema, que son cada vez
más numerosos y, en la mayoría de los casos,
presentan serios avances alternativos en este campo concreto de
las teorías de los efectos.
De esta forma, se ha de insistir en plantear cierta
precaución dado que se entra en un lugar teórico
especialmente convulso puesto que, como se ha venido adelantando,
las dos teorías que se enfrentan hallan apoyo y
validación, no sólo en una dimensión
teórica, esto es, en la asistencia de explicaciones
plausibles basadas en la observación, sino también en un
plano empírico como consecuencia de la aplicación
del método
científico.
Teorías del Malestar
Mediático
El origen de este conjunto teórico, media
malaise, es de alguna forma impreciso. quizás, la base
de estas interpretaciones se encuentre en las reflexiones de Kurt
Lang y Gladys Lang (1966). Estos autores fueron pioneros en
sugerir los vínculos entre el incremento de los canales
informativos y la generalización de los sentimientos de
desconexión con el proceso político, en este caso
norteamericano. Desde su punto de vista, el proceder de la
televisión a la hora hacer la cobertura de las
noticias de
naturaleza política podría afectar las
orientaciones fundamentales del electorado hacia las piezas
institucionales públicas principales, incluyendo el
Gobierno. Los
programas
emitidos por la televisión, razonaban, acentúan los
elementos conflictivos del proceso político, lo cual
fomenta el cinismo de las audiencias.
Sin embargo, esta primera aportación no tuvo
demasiado impacto en la comunidad
científica puesto que se proponía en un contexto
todavía dominado por el paradigma de
los efectos mínimos descrito en las líneas
anteriores; la voz de los Lang quedó marginada en ese
momento, en parte porque el consenso sobre la comunicación
política radicaba en que los medios de comunicación
tenían sólo unos efectos mínimos en la
opinión pública (Norris, 2000: 5). En cualquier
caso, su contribución no puede caer en olvido puesto que
esta obra acaba configurándose como la primera referencia
en los estudios del área, sin tener en cuenta el impacto
académico que tuvo en primera instancia, y quizá
uno de sus elementos de impulso definitivos.
Tenemos que esperar hasta 1967 para ver el primer
texto
académico que unía los términos malestar y
televisión. Fue el famoso politólogo Robert Dahl
(1967: 967) en un artículo titulado "The City and the
Future of Democracy" ("La ciudad y el futuro de la democracia"),
el que parecía presagiar la intensa actividad intelectual
que iba a surgir en los años siguientes alrededor
precisamente de esos dos elementos, el desencanto o malestar
político y los medios de comunicación.
De este modo, poco a poco, un nuevo conjunto de
consideraciones empezaba a hacerse un hueco y a cuestionar el
paradigma dominante durante esos años de la década
de los sesenta. La idea de que los medios de comunicación
adquirían más peso del que se había podido
estimar hasta el momento se iba forjando con más fuerza entre
las cada vez más numerosas publicaciones
científicas; Paul Weaver, por ejemplo, aseguraba que los
formatos informativos de la televisión fomentaban
desinterés (en el mejor de los casos) o rechazo
cínico (en el peor) hacia las instituciones
nacionales (Weaver, 1972: 74).
No obstante, el año 1976 fue vital en el desarrollo y
posterior consolidación de las teorías del
malestar. De hecho, muchos de los estudios que se han realizado
en este campo toman este año como la referencia inaugural
a la que hacer mención. En este año Michael
Robinson (1976), popularizaba el término
videomalaise o videomalestar3 a raíz de
una influyente investigación que tomó forma en el
artículo titulado "Public Affairs Television and the
Growth of Political Malaise: The Case of The Selling of the
Pentagon" ("Los asuntos públicos en la
televisión y el crecimiento del malestar político:
El caso de la venta del
Pentágono").
El análisis de este documento nos permite la
primera precisión de un concepto
teórico que se había nutrido de tentativas
más o menos influyentes en el pasado inmediato, pero que
se verá impulsado de forma definitiva a partir de entonces
con celeridad (García Luengo, 2002: 93). Esta primera
referencia surge de la elaboración de un proyecto de
carácter empírico que combina metodología procedente de la
sicología experimental con técnicas de
análisis de datos
estadísticos4.
El análisis de esta primera aportación de
Robinson nos lleva a identificar seis factores, distinguidos pero
interrelacionados entre sí, con el objeto de explicar el
crecimiento del videomalestar (Robinson, 1976: 426):
1) la magnitud y forma anómalas de la audiencia
televisiva,
2) las percepciones públicas sobre la
credibilidad de los programas,
3) el carácter interpretativo de la cobertura
informativa,
4) el énfasis en lo negativo de los informativos
televisivos,
5) el acento en el conflicto y la
violencia de
los reportajes, y
6) el sesgo anti-institucional de los programas
informativos de la televisión.
Todos estos elementos confluían a la hora de
fomentar la desafección política generalizada, la
frustración, el cinismo y el malestar.
Por lo tanto, la existencia de una "audiencia
inadvertida" (aquella que no busca las noticias sino que se topa
con ellas) particularmente vulnerable y numerosa, los altos
niveles de credibilidad de los que goza la televisión como
fuente de información política, el carácter
interpretativo que los medios proyectan sobre los asuntos
políticos que, además, dadas las exigencias del
formato televisivo, presentan una tendencia natural a resaltar lo
negativo, lo perjudicial, lo contencioso, lo anti-insituticional,
lo controvertido, lo violento, lo conflictivo y, en definitiva,
todo lo maléfico, son las dimensiones clave a
través de las cuales se cristaliza el
videomalestar.
Así se puede señalar el estudio de
Robinson como el punto de partida desde el cual numerosos autores
comienzan a acusar a los medios en general como los responsables
del alejamiento político de los ciudadanos. Estos
investigadores han seguido esta línea de interpretación, parcialmente apoyados en
una argumentación lógica
y en parte apoyados en investigación empírica
contrastable, para concluir que la televisión
específicamente es la responsable de la desconfianza y la
desafección política de las audiencias, con una
particular intensidad del caso norteamericano.
"Robinson presentó datos para mostrar que la
gente que se entregó básicamente a la
televisión para informarse sobre los asuntos
públicos […] tendió a ser más
cínica sobre las instituciones públicas y
más dudosa de su propia capacidad política, que
aquellos que utilizaron otros medios" (Hallin, 1994:
40).
Joseph Cappella insiste en esta cuestión
apuntando que, desde 1960, la cobertura informativa de la
política en general, especialmente durante las
campañas electorales y con más intensidad en el
caso norteamericano, se ha convertido predominantemente en
estratégica, esto es, fundamentalmente interpretativa en
detrimento de las cualidades descriptivas, y concentrada en mayor
medida en cuales son los puntos débiles de los candidatos
más que en sus méritos y virtudes (2002: 234-235).
Por ejemplo, en esta línea Philippe Maarek denuncia la
tendencia natural de los periodistas a dedicar un mayor tiempo y una
atención más pormenorizada a los
políticos que cambian de opinión (Nadeau y Giasson,
2003: 8). Este conjunto de argumentos, ya presente en las
primeras obras del malestar mediático, es el que se
esgrime para razonar la constante caída del compromiso
cívico de los ciudadanos durante las últimas
décadas. Desde este enfoque teórico, son los
desafectos coincidentemente los que más medios de
comunicación consumen, esencialmente
televisivos.
En definitiva, los observadores adscritos a esta
corriente del malestar mediático aseguran que, lejos de
informar y movilizar al público, la cobertura informativa
promueve el cinismo del público y la apatía
política, en definitiva, la desafección
política. La exposición
a las noticias de los medios limita el aprendizaje
sobre política, erosiona la confianza en los
líderes políticos y en las instituciones
gubernamentales, y reduce la movilización política:
"Las teorías del videomalestar argumentan que los valores
dominantes y los sesgos estructurales de los informativos
producen una cobertura de campaña dominada por los
resultados de los sondeos ?quién va ganando-, por los
escándalos personales, por la estrategia
cínica de los informadores, donde la falta de un detallado
y documentado debate sobre
los problemas
serios de las políticas públicas brilla por su
ausencia" (Norris et al, 1999: 97-98).
Esta perspectiva del videomalestar, la cual se puede
considerar suficientemente consolidada a finales de los
años ochenta y principios de los
noventa, disfruta de una particular aplicabilidad en el contexto
político norteamericano o, más en concreto, en el
contexto electoral norteamericano. Los principales estudios que
dotaron de robustez teórica las posiciones del malestar
mediático, tomaban los medios de comunicación y el
sistema
político norteamericanos como centro de reflexión
(Robinson, 1976; Postman, 1991; Patterson, 1994, 1996; Fallows,
1996; Cappella y Jamieson, 1996, 1997). La producción es muy amplia y tiene una gran
variedad, tanto metodológica como en cuanto a soportes
mediáticos se refiere: periódicos, documentales
televisivos, campañas electorales televisadas, etc.
Además, los estudios se centran en un régimen de
práctica exclusividad a los períodos de
campaña electoral, precisamente porque los procesos de
comunicación política son más intensos y los
flujos de información sobre lo público son muy
abundantes durante estos ciclos. Sin embargo, estas
teorías también comienzan a emplearse en la
realidad política europea, coincidiendo con la denominada
ola de americanización de la política (Norris et
al, 1999).
Pero realmente, ¿Qué es lo que ha cambiado
en el panorama mediático para que la comunidad
científica haya reflexionado tanto sobre las nuevas
implicaciones políticas de los procesos comunicativos?
¿Cuáles son las dinámicas involucradas en
estos procesos descritos? Retomando las precisiones con las que
se abría este trabajo, se puede decir que el
funcionamiento ordinario de los medios de comunicación
provoca alineación y desafección políticas
en el público. Esta hipótesis
presupone que 1) en una etapa anterior, sin delimitar aún,
la actividad de los medios no provocaba estos efectos concretos,
o si los provocaba no era con tanta intensidad, y 2) que el
cambio en el quehacer mediático coincide con el desplome
de los niveles de compromiso ciudadano para con lo
político. Esta variación levanta sospecha sobre la
conexión y la dependencia de estas dos variables, la
independiente y la dependiente.
En una primera aproximación, se observa como
algunos expertos (Miller et al, 1979: 67; Patterson, 1994: 19;
Hallin, 1994: 58-86; Norris, 2000: 282) insisten en la
importancia de dos acontecimientos históricos, y de su
cobertura informativa por parte de los medios, en la
evolución de la comunicación política.
Según estas interpretaciones, la guerra de Vietnam
y el escándalo Watergate, a finales de la
década de los sesenta y principios de los setenta,
significaron un punto de inflexión clave en la trayectoria
mediática. La cultura informativa en el contexto
norteamericano quedó transformada con estos dos
acontecimientos, moviéndose hacia posiciones condicionadas
por una visión confrontada de lo político y lo
periodístico, por una cobertura marcadamente negativa de
los períodos electorales, y por la elección de un
marco estratégico a la hora de informar sobre las
campañas; Vietnam y Watergate marcaron el momento
en el que la prensa se puso en contra de los políticos
(Patterson, 1996: 21).
Tomando los razonamientos propuestos desde las
posiciones del media malaise, el argumento iría
como sigue; la actitud informativa de los medios se transforma
profundamente tras los sucesos de Vietnam y Watergate,
moviéndose a posiciones más negativas y de
confrontación con el mundo de lo político, por lo
que las audiencias, cada vez más numerosas, asimilan ese
negativismo que revierte en unas mayores cuotas de
alineación política.
Por lo tanto, a partir de mediados de los setenta se
puede considerar de forma clara consolidado este nuevo
patrón actitudinal mediático centrado
básicamente en la cobertura antigubernamental (Miller et
al, 1979: 67), sobre el cual comenzará a generarse una
considerable actividad académica.
"Las reglas de los reporteros cambiaron con Vietnam
y Watergate […]. El venenoso efecto de Vietnam y
Watergate en la relación entre periodistas y
políticos no se ha disipado. El sesgo
antipolítico de la prensa que salió del armario
hace dos décadas ha permanecido" (Patterson, 1994:
19).
En este sentido, de nuevo, se puede destacar el
protagonismo de las investigaciones llevadas a cabo bajo el
paraguas de la comunidad científica norteamericana cuyo
objeto de estudio es precisamente el contexto
estadounidense5. Por ello, se debe tener presente este
sesgo, sobre todo en el período inicial de estas
corrientes, a la hora de plantear el análisis.
En el último tercio de siglo, por consiguiente,
se pueden observar varios desarrollos esenciales en el mundo de
la comunicación post-Vietnam y
post-Watergate que van a determinar la evolución
posterior del panorama mediático en general, y su estilo
de cobertura en concreto. Estos acontecimientos, los cuales
presentan altos niveles de interconexión, son la
liberalización de los mercados de la
comunicación y la multiplicación de los canales
comerciales o de titularidad privada, por un lado, y la
"espectacularización" o "sensacionalización" de los
contenidos, incluyendo los de naturaleza política, con el
objetivo de
alcanzar los mayores índices de audiencia, por
otro.
En cualquier caso, las posiciones que resultan tienen
una postura común: las prácticas llevadas a cabo en
comunicación política en general, tanto por los
medios como por los partidos
políticos en campaña, amenazan la
cohesión de la sociedad civil en
términos de conocimiento
sobre asuntos públicos, confianza en el gobierno, y
activismo político, esto es, contribuyen a extender los
sentimientos de desafección política.
Ya metidos en la década de los noventa, se
encuentran otros autores que han venido a confirmar estas
posiciones respecto a otras dimensiones de la desafección
política, como podría ser la del compromiso
asociativo. Es el caso de Robert Putnam (2002), quien a partir de
mediados de los noventa publica una serie de influyentes trabajos
sobre el decremento del capital social
o, en sus propios términos, el proceso de
"decapitalización social", señalando a los
medios de comunicación, la televisión de
nuevo6, como responsables de esta
tendencia.
El propio Putnam estima en su hipótesis que la
televisión es la responsable de este desplome en
aproximadamente un 25 por ciento, si bien señala que esto
se puede ver distorsionado al alza por interaccionar con el
cambio generacional, otra de las dimensiones incluidas en la
tentativa explicativa (Putnam, 2002: 382-383). Las razones
esgrimidas por este autor son, como se planteará
más adelante con detalle, con más detalle, la
competencia de la
televisión por una disponibilidad temporal ya escasa, los
efectos psicológicos que inhiben la participación
social, y los contenidos televisivos que acaban carcomiendo las
motivaciones cívicas (Putnam, 2002: 317).
"Al concluir el siglo XX los norteamericanos ve
más televisión, la ven de manera más
habitual y generalizada, y la ven más a menudo solos; y
ven programas asociados específicamente a la
pérdida del compromiso cívico[…]. Entre los que
se da la máxima probabilidad de
abandono de la vida cívica y social son precisamente los
más caracterizados por esta dependencia del
entretenimiento por televisión […]. Los grandes
consumidores de estas nuevas formas de entretenimiento son sin
duda personas aisladas, pasivas y distantes de sus
comunidades" (Putnam, 2002: 330).
En último lugar, parece conveniente resaltar un
prolijo análisis bastante reciente sobre este mismo
aspecto desarrollado entre 1998 y 2001 por Marcus Maurer (2003),
profesor en la
Universidad de
Mainz. La contribución de esta investigación es
inmensa, dado que emplea no sólo un análisis
empírico bastante complejo, sino porque maneja unos datos
que permiten cierto avance en el área. Además, la
exactitud y validez empírica de este estudio es
extraordinaria puesto que el autor combina la realización
de los procedimientos
estadísticos ya mencionados con la elaboración de
un detallado análisis de contenido mediático.
Maurer toma la oscilación de la satisfacción con el
funcionamiento de la democracia en la ciudad de Mainz, medida
durante tres años en seis tomas de datos diferentes, para
comprobar caso por caso el peso específico de, en primer
lugar, la exposición a noticias políticas
televisivas y, en segundo término, el negativismo con el
que éstas se emitieron. Las conclusiones a las que llega
este autor vienen a confirmar que las noticias esencialmente
negativas son mucho más efectivas a la hora de reducir la
implicación cívica de los ciudadanos, que las
noticias neutrales o positivas a la hora de incrementar este
mismo indicador. Por lo tanto, y salvando las distancias marcadas
por los objetivos
concretos y las variables específicas de esta
investigación, los hallazgos vienen a confirmar las
posiciones del malestar mediático puesto que la
negatividad con la que se emiten esos mensajes políticos
acaba determinando el nivel de compromiso
político.
Resumiendo, las teorías del media malaise
sostienen dos asunciones medulares: 1) que los procesos de
comunicación política tienen un impacto
significativo sobre el compromiso cívico de los ciudadanos
y 2) que esa repercusión se produce en una
dirección negativa o, en otras palabras, que la falta de
compromiso social para con el proceso político está
determinado por el proceso de comunicación
política.
Teorías de la
Movilización Política
La posición propuesta por las teorías del
media malaise es rectificada por un conjunto de trabajos
científicos cuyos resultados se han agrupado bajo la
etiqueta de lo que se ha coincidido en denominar
"Teorías de la Movilización
Política". Si bien es cierto, estas recientes
interpretaciones no vienen a aniquilar toda la
contribución anterior. No obstante, formulan unas
matizaciones de naturaleza substancial que cuestionan el discurso
central del videomalestar (García Luengo: 2002:
95).
En otras palabras, sugieren que los medios de
comunicación contemporáneos tienen un impacto
significativo en el público, este punto lo comparte con el
malestar mediático, pero a diferencia de éste en
una dirección positiva, esto es, manteniendo y promoviendo
el compromiso y la participación democráticos, esto
es, "custodiando" la afección
democrática.
Indagando en los orígenes de las teorías
de la movilización política, se puede decir que
éstas aparecen en la escena académica con una gran
influencia en la década de los noventa (Holtz-Bacha, 1990;
Norris, 1996, 2000; Newton, 1998),
tras la publicación de los productos de
investigaciones más o menos específicas, que dan
como resultado este corpus teórico. Se podría
afirmar que los primeros trabajos en esta dirección, y en
cierta medida los que siguen desarrollándose con
posterioridad en esta misma línea argumental, surgen como
consecuencia del contraste de las hipótesis del malestar
mediático. Por lo tanto, se puede asegurar que las
teorías de la movilización son resultado más
bien directo de la falsación de la mayoría de las
hipótesis subyacentes propuestas por el
videomalestar.
Uno de los principales escritos a los que se hace
referencia para dotar de contenido esta posición de la
movilización política, es el publicado en 1990 por
la profesora alemana Christina Holtz-Bacha, en el cual se
presenta una revisión de las teorías del malestar
mediático a través de la contrastación
empírica del caso de Alemania
Occidental. Sin duda, uno de los hallazgos más destacables
de este análisis es el hecho de que la exposición a
los noticiarios televisivos y a los periódicos de
información general, no estaba relacionada con la
presencia de las dimensiones configuradoras de la
desafección política. Esto supuso una brecha en la
producción teórica que había venido gozando
de gran aceptación en la academia, en especial la
estadounidense, puesto que cuestionaba la principal de las
asunciones del malestar mediático; la exposición a
determinados medios, incluyendo los televisivos, podría no
estar relacionada con la apatía, el cinismo y la
desafección para con lo político. En concreto, la
Holtz-Bacha aseguraba en esta publicación que, entre las
variables de exposición mediática, sólo se
podían señalar a la exposición a contenidos
de entretenimiento, tanto televisivos como escritos, como buen
predictor de la alineación y la desafección
política. En consecuencia, una nueva posibilidad de
interpretaciones sobre la relación de estas variables
parecía abrirse en el mundo de la investigación en
comunicación política.
Un poco más avanzada la década de los
noventa, emergen en la escena académica estudios que
vienen a corroborar las dificultades de hacer una
universalización tan tajante sobre el efecto
narcotizador de la exposición mediática en
general. Keneth Newton (1998), profesor en la Universidad de
Essex, es otro de los autores que contribuyen especialmente a la
reformulación del videomalestar y la consolidación
de las teorías de la movilización
política.
Este autor actualiza también las aportaciones de
las figuras más destacadas del malestar mediático
para poder chequear
la situación existente en el caso de Gran Bretaña.
De nuevo, la tendencia que se venía adelantando se viene a
confirmar con la evidencia elaborada por Newton. En primer lugar,
no existe prueba de que el malestar político esté
asociado con la exposición elevada a los medios
televisivos en general. En segundo lugar, la lectura
frecuente de periódicos de información general
está conectada de forma significativa con indicadores de
conocimiento, entendimiento e interés políticos, es
decir, con dimensiones de movilización política,
independientemente de que afecte a un número reducido de
la población.
En tercer lugar, el consumo de
noticias televisivas de carácter político presenta
una tendencia similar a la anterior, aunque algo más
débil, pese a que comprende a un mayor número de
ciudadanos. Por lo tanto, según las conclusiones avanzadas
por este autor los datos referidos a este país no muestran
una conexión reveladora entre consumo mediático, el
grado de malestar político y el descendente capital
social.
De alguna u otra forma lo que estas interpretaciones
iniciales estiman es que basta con diferenciar algunas
categorías analíticas para poder llegar a la
conclusión de que las teorías del malestar
mediático no son aplicables tal y como han venido siendo
formuladas. Fundamentalmente, el fondo radica en distinguir entre
los efectos positivos y negativos de los diferentes medios,
mensajes, audiencias y efectos (Norris et al, 1999: 99). En este
sentido, por ejemplo, el colectivo de consumidores habituales de
informativos televisivos y de lectores regulares de prensa
informativa se muestra
más proclive a estar bien informado, interesado y
comprometido con la vida política. Por el contrario, los
ciudadanos que se exponen a programas sensacionalistas más
orientados al entretenimiento suelen presentar altas cotas de
desafección, cinismo, y alineación
políticos.
Cabe indicar la importancia de una teoría
que, si bien queda enmarcada dentro de las teorías de la
movilización, adquiere una entidad propia al conllevar una
serie de avances con respecto a las genéricas; la
"Teoría del Círculo Virtuoso" (Norris,
2000). Pese a proponer una perspectiva similar a las otras
contribuciones de las teoría de la movilización
política y objetar las conclusiones del malestar
mediático, la teoría del círculo virtuoso,
propuesta por la politóloga Pippa Norris, comporta una
vuelta más de tuerca y aporta una elaboración
teórica más completa. Una de las deducciones
principales del circulo virtuoso reside en afirmar que, tras el
examen de la evidencia empírica derivada del
análisis de los datos referentes Estados Unidos y
Europa
Occidental, la atención a las noticias en general, y a las
emitidas por televisión concretamente, no se constituye
como factor que contribuya a la erosión
del apoyo difuso al sistema político, ni a la
extensión de los sentimientos de desafección
política. Al contrario, aquellos expuestos de forma
consistente a los informativos y a las campañas
electorales, se presentan como los mejor documentados en
términos políticos, los que más
confían en el gobierno y el sistema político, y los
más participativos en términos electorales
(García Luengo, 2002: 97).
Este enfoque, al igual que el resto de las
teorías de la movilización, recupera la
tradición de la Escuela de
Columbia la cual concebía a los medios como ejecutores de
una fuerza positiva sobre la democracia, como elementos
fundamentales para la consecución de una
profundización democrática efectiva. Si bien se
trata de una contribución esencialmente teórica,
sus conclusiones son muy consistentes y compatibles con
detallados resultados de carácter empírico que se
proporcionan en el volumen en
cuestión, los cuales se conforman sin duda como una
encomiable evidencia científica de apoyo a su
posición. El problema de darle una validez a la
teoría del círculo virtuoso, y en realidad a
cualquiera de las dos teorías alternativas presentes en
está área, videomalestar y movilización,
reside en el hecho de que los efectos de los procesos
comunicativos son difusos y operan acumulativamente a lo largo de
una vida de exposición a los informativos, más que
ser un impacto particular de un mensaje concreto, lo cual nos
remite de nuevo a las discusiones de las que se hablaba en el
apartado anterior sobre las complicaciones inherentes a los
procesos de transmisión, formación y
afirmación de la cultura política de los
ciudadanos.
La autora rescata como base de sus consideraciones
respecto al tema, la gran lacra observada en los estudios que han
intentado durante décadas descifrar la lógica
temporal de la influencia de los medios de comunicación en
la cristalización de actitudes comprometidas con la vida y
el proceso políticos, es decir, el establecimiento del
sentido de la causalidad (Nye, 1997: 6; Pfau, Moy, et al, 1998:
741).
La superación de esta problemática,
presente como se insistía con anterioridad en el caso de
la cultura política, plantea una gran cantidad de
dificultades técnicas, metodológicas y
epistemológicas (Cappella, 2002: 235), por la complejidad
de la naturaleza específica del proceso de
comunicación per se. En definitiva, Pippa Norris
viene a proponer una solución planteada, en algunos casos
con anterioridad, no sólo en otros campos, como se
insistía al presentar la noción de cultura
política, sino también en el propio terreno de la
comunicación, como se adivinaba en algunos
volúmenes dedicados al análisis en profundidad de
esta interconexión (Cappella y Jamieson, 1996: 83; Pfau,
Moy, et al, 1998, 741; Moy y Pfau, 2000: 31-48; (Hooghe, 2002: 7;
Putnam, 2002: 293).
"¿Es el negativismo mediático el que
reduce la confianza pública, o son los
políticamente cínicos los que se sumergen en esas
fuentes de
comunicación masiva que reflejan sus actitudes?
Probablemente ambas" (Pfau, Moy, et al, 1998:
741).
"La investigación sobre el impacto de los
medios se parece al dilema del huevo y la gallina, y con la
dimensión del consumo mediático es muy
común que la dirección de la causalidad
permanezca sin determinar" (Hooghe, 2002: 7).
Norris propone en este sentido un arreglo circular,
insistiendo en que el proceso de comunicación
política puede entenderse como un círculo virtuoso
(Norris, 2000: 315-319), como contraposición a la idea de
círculo vicioso, puesto que a largo plazo refuerza el
activismo de los activos, el
interés de los interesados, el
conocimiento de los ilustrados7, el compromiso de
los comprometidos, el entendimiento de los competentes o, en
definitiva, la afección de los afectos. Precisamente al
observarse el funcionamiento del mecanismo como un
círculo, como una espiral, se puede hablar de una doble
direccionalidad; el más informado políticamente, el
que más confía y el más participativo, es el
que más se expone a la cobertura mediática de los
asuntos públicos; aquellos que más expuestos
están a la cobertura mediática de los asuntos
públicos, se hacen más comprometidos con el sistema
político.
Sin embargo, después de hacer un recorrido por
las contribuciones teóricas más influyentes, de
alguna forma es trivial entretenerse en localizar el origen de
esta dependencia o conexión, precisamente por las
evidentes dificultades técnicas y metodológicas,
según algunos autores imposibilidad efectiva (Zukin, 1981:
382), encontradas en este empeño. En definitiva, lo
significativo, lo trascendente de verdad, es que la
exposición a los medios no está relacionada con la
desafección política.
"Los más versados en cuestiones
políticas, los que más confían, y los
más participativos, se muestran más proclives a
atender la cobertura informativa sobre asuntos públicos.
Y aquellos más atentos a la cobertura sobre asuntos
públicos se comprometen más con la vida
pública" (Norris, 2000, 317).
Básicamente, pues, la contribución de
Norris a las teorías de la movilización radica de
forma fundamental en ese paso adelante en el intento de encontrar
una solución a las limitaciones existentes para establecer
las direcciones causales, sin menoscabo del valioso trabajo de
análisis que también presenta.
Dimensiones básicas
para la discusión
Lo que parece interpretarse de todas estas reflexiones
planteadas es que para llevar a cabo un riguroso análisis
de la relación existente entre, por un lado, la
exposición mediática y, por otro, el grado de
implicación o compromiso político, es necesario
contemplar una serie de elementos que, sin duda, nos van a dar
una visión más completa y exacta de la
problemática bajo examen.
En primer lugar, es fundamental, como se venía
adelantado, la distinción entre los diferentes soportes
mediáticos. Las teorías del videomalestar mostraron
una particular deferencia por el análisis de la
televisión en concreto, lo cual derivó en muchos
casos en conclusiones cuando menos incompletas. Los
planteamientos más actuales que acaban por establecer una
corriente alternativa a la del malestar mediático, han
venido contemplando un análisis diferenciado de otros
soportes como la radio, la
prensa escrita e, incluso, Internet (Uslaner, 2000). Esta
concreción encuentra justificación en la diferencia
potencial que parece observarse en relación con el perfil
de las audiencias en cada caso. En este sentido, puede haber
claros contrastes entre la televisión y los
periódicos de información general.
En segundo lugar, se hace esencial diferenciar entre los
contenidos, partiendo de una distinción entre los de
carácter informativo (esencialmente noticias) y los de
entretenimiento.
En este punto se hallan algunas limitaciones
conceptuales puesto que el solapamiento observado hace complicado
diferenciar estos contenidos, sobre todo desde un plano
práctico. Si bien se puede diferenciar entre
entretenimiento, publicidad,
pseudo-noticias y noticias, también se debe reconocer que
en muchos casos los contenidos de carácter no-informativo,
también incluyen elementos importantes de noticias e
información relacionada con la política, es decir,
tienen significado político8.
"No es la forma sino los contenidos
mediáticos lo que es más importante: el
tratamiento serio y en profundidad de las noticias, tanto en
los medios
electrónicos como en los impresos, puede informar y
movilizar, mientras que un tratamiento superficial y
sensacionalista podría inducir a malestar" (Newton,
1998: 5).
"La exposición a la información de
naturaleza política tanto en la televisión como
en los medios impresos, está relacionada con una
visión menos alienada de lo político y con
mayores niveles de participación
política.
Por el contrario, la alineación y la baja
participación tienden a estar asociadas con la
exposición a contenidos relacionados con el
entretenimiento en medios escritos y televisivos"
(Holtz-Bacha, 1990: 81).
En relación con la distinción de los
diversos soportes, cabe mencionar con una atención
especial un ámbito de análisis emergente con gran
fuerza en los últimos años, dados los crecientes
niveles de difusión que este soporte está
experimentando, lo que sin duda va a determinar la
investigación en comunicación política en un
futuro no muy lejano. Nos referimos al fenómeno de
Internet. Este soporte concreto, aún conscientes de los
obstáculos analíticos que contiene su examen,
está cada vez más presente en investigaciones
académicas enmarcadas en este lugar de la
comunicación política.
Sin embargo, y con mucha probabilidad por la falta de
bases de datos
que permitan una adecuada exploración, las conclusiones
que van apareciendo en el plano científico no parecen
acordar el tipo de conexión entre los internautas y la
desafección política. Algunos estudios (Uslaner,
2000: 21-22) insisten en que no hay evidencia suficiente para
asegurar que la exposición a Internet genera, o deja de
generar, ánimos de desconfianza pública, y que las
posibilidades asociativas que abre este medio no compiten con las
tradicionales formas de asociacionismo, por lo que se interpreta
que no contribuye a restringir el capital social. Otros
análisis revelan la amenaza que supone para el capital
social la proliferación de las denominadas
"ciber-comunidades", las cuales sí acaban compitiendo con
las formas tradicionales de asociacionismo. Este hecho sugiere
que la investigación sobre Internet debe enfocarse no
sobre las horas de consumo, sino sobre el objetivo con el que se
conecta el usuario a la Red. Otro de los aspectos
que se resalta es la compatibilidad de este formato con el resto
de soportes clásicos, es decir, que la existencia de
nuevos canales de información no desplaza a los
tradicionales medios de comunicación (Norris, 2002: 9). En
cualquiera de los casos, las investigaciones planteadas
recientemente en este terreno se encuentran en un lugar
común: las dificultades analíticas que este tipo de
proyectos
presentan al encontrarnos con problemas de solapamiento.
Finalmente, se debe mencionar que Internet no gozaba de una
difusión tan alta como la de hoy cuando se consolidan las
reflexiones que institucionalizan las teorías del
malestar, lo que impide tratar este soporte a los investigadores
circunscritos en esta corriente, los cuales se centran de forma
principal en la televisión, el medio considerado entonces
de más repercusión.
Con el cambio de siglo, coincidiendo con la
pérdida de ese protagonismo del contexto mediático
de los Estados Unidos en favor de otras unidades de
análisis, el número de investigaciones que
concluyen estos mismos resultados no hace sino multiplicarse. La
variedad de países a los que se le aplica la misma
lógica de análisis, muchas de las veces aplicando
una perspectiva comparada, y la diversidad metodológica
que se recogen en estos estudios es digna de mención.
Voltmer y Schmitt-Beck (2001), deciden comprobar cuál es
el peso específico de los medios informativos en los
complejos procesos de consolidación democrática
tanto en Latino América9, como en el Sur y Este
de Europa, llegando a la conclusión de que la
exposición mediática en los países bajo
examen está positivamente relacionada con eficacia interna
de los ciudadanos, con la movilización cognitiva, con la
participación activa, y con la evaluación
positiva de los actores e instituciones democráticos;
"No hay casi evidencia empírica que apoye un malestar
inducido desde los medios […]. En contra de muchos que critican
los beneficios mediáticos para garantizar la viabilidad
democrática, este estudio empírico presentado
apunta a un papel positivo de los medios en el proceso de
consolidación democrática" (Voltmer y
Schmitt-Beck, 2001: 23).
El desarrollo de este campo de estudio ha producido la
ampliación de los contextos de aplicación de este
mismo tipo de análisis. En este sentido, se encuentran
estudios que intentan explorar estas mismas conexiones en el
contexto electoral de las denominadas consultas de segundo orden,
como por ejemplo los referéndums (Vreese y Semetko, 2002)
o las elecciones para la selección
de los miembros integrantes del Parlamento Europeo (Schoenbach y
Lauf, 2002), que contribuyen a verificar las mismas
hipótesis en escenarios distintos.
Uno de los principales puntos de fractura entre las
teorías del malestar mediático y las de la
movilización, reside en los efectos perversos para la
democracia en general, y para el grado en el que se involucran
los ciudadanos en ella específicamente, del supuesto
negativismo10 proyectado por los medios. Paul Martin
incluso llega a argumentar que no existe ninguna razón
para que, en el caso concreto de la participación
política electoral, esta dinámica impida una concurrencia masiva a
las urnas: la extensión de ese negativismo impacta en una
percepción política que asume que
existe mucho en juego, lo que
revierte de forma directa en la generalización de una
conciencia de
cambio o permanencia que, asimismo, acaba derivando en el aumento
de la participación en las urnas (Martin, 2001: 25). Esta
teoría ha gozado de gran aplicabilidad en la historia electoral
española de las últimas dos
décadas.
Además, las teorías de la
movilización son compatibles de alguna forma con una
interpretación downsoniana de la participación
política en general, y de la participación
electoral más concretamente, la información
provista desde los agentes mediáticos facilitan el proceso
por el cual los ciudadanos asimilan la información
requerida para poder participar, lo que implica para el
público un "ahorro" en
términos de tiempo y esfuerzo. Consiguientemente, si se
interpreta el voto en función de
un frío cálculo de
costes y beneficios, como expresa la conocida propuesta de la
elección racional, se puede argumentar que los medios nos
ahorran el trance de tener que gestionar procesos
específicos por cuenta propia con el objeto de adquirir la
información de carácter político necesaria
que nos permita una participación documentada en el
proceso político.
Por otro lado, los autores circunscritos a esta escuela
le conceden una gran relevancia a los niveles educativos y al
grado de cualificación intelectual del público a la
hora de estudiar los efectos que los procesos comunicativos en el
ámbito de lo político pudieran provocar.
En este sentido, la combinación del incremento de
los niveles educativos, por un lado, y del más
fácil acceso a mayores cantidades de información
política, por otro, han favorecido la movilización
ciudadana, tanto en el nivel cognitivo como en el del comportamiento.
Uno de los espacios donde se han introducido ciertos
cambios de estrategia ha afectado al elenco de variables que
tradicionalmente se han considerado como independientes. En
primera estancia, destacan en este sentido las variables que
podrían encajar dentro de las dimensiones donde toman
forma los clásicos controles sociodemográficos. Sin
embargo, se ha encontrado estudios experimentales donde se ha
explorado el papel del nivel educativo en la reacción ante
el negativismo de los medios, que confirman la actuación
de esta variable en la superación de la denominada "laguna
de conocimiento" ("Knowledge Gap"). También Michael
Pfau, Patricia Moy y sus colegas reconocen el papel del
conocimiento previo como antídoto para disminuir la tendencia
decreciente de confianza en las instituciones públicas
(Pfau, Moy, et al, 1998: 739-740). En este mismo sentido, se
puede ver como otros estudios ejecutan la conversión de lo
que en las observaciones habituales de área han
considerado variables dependientes (indicadores de la
desafección política) en variables intervinientes,
esto es, en variables que, junto a las variables independientes
mediáticas, ejercen una clara influencia en el rendimiento
de la desafección. En este sentido, se pueden destacar los
estudios de Peer, Malthouse y Calder (2003) donde consideran el
interés en la política como dimensión que
intercede significativamente en las dinámicas de
interrelación de entre variables dependientes e
independientes, o la investigación propuesta por
Schoenbach y Lauf (2002) donde también chequean el
patrón de interconexión observado entre el consumo
de televisión y la participación electoral, con la
actuación del interés político como
dimensión intermedia.
Otro ejemplo más en esta línea, lo
representa el trabajo de
Kang y Kwak (2003), donde los autores plantean con éxito
en su análisis multinivel no sólo la
implicación de las variables de exposición
mediática en la participación cívica de los
ciudadanos, sino también la mediación significativa
de algunas variables residenciales, como por ejemplo la
extensión temporal de la residencia en el mismo
vecindario.
También se han encontrado algunos estudios que se
concentran en determinados colectivos susceptibles de ser, tras
la aplicación de análisis estadísticos,
especialmente desafectos.
Es el caso de los grupos de edad
más jóvenes, quizá más vulnerables en
el proceso de exposición a los medios y a su eventual
negatividad.
Éstos tienen básicamente el objeto de
comprobar si los efectos movilizadores, o narcotizantes, de los
medios se produce por igual en todas las cohortes de edad. Este
es el caso del estudio presentado por Joe Cutbirth
(2003).
Por otra parte, parece interesante destacar que algunos
de los últimos estudios subrayan la tenencia en cuenta de
otro factor que sí parece tener algo que decir en estas
dinámicas bajo estudio. Si es cierto que los principales
artículos provenientes de la movilización
política aseguran que se debe diferenciar entre, primero,
soportes mediáticos (televisión, prensa, radio,
Internet) y, segundo, contenidos (entretenimiento e
informativos), una última generación de
análisis sobre el tema resalta asimismo la
obligación para mejorar el modelo de
análisis de la distinción entre canales en el caso
de la televisión, esto es, entre canales privados o
comerciales y canales públicos (Holtz- Bacha y Norris,
2001; Hooghe, 2002). En concreto, el argumento destaca que la
exposición a canales públicos, teóricamente
entregados a ofrecer contenidos más culturales como
servicio
público, tienen unos efectos positivos en las cotas de
afección política. Quizá esto está
relacionado fuertemente con los contenidos, siendo la tendencia
natural de los canales privados a proyectar contenidos
esencialmente sensacionalistas, como estrategia para la
búsqueda de una audiencia cada vez más preciada y
competida. Esto explicaría, quizás, las diferencias
entre el caso norteamericano y el europeo, donde las
dinámicas estructurales de los medios de
comunicación en esta dimensión concreta, son muy
diferentes, lo que hace en algunos casos inaplicables las
teorías del malestar mediático en el viejo
continente.
"Los efectos de la televisión pública
deberían tenerse en cuenta más
explícitamente.
No encontramos ninguna evidencia que apoye que los canales
públicos verdaderamente refuerzan las actitudes
cívicas, pero al menos parece que sí tiene un
efecto mitigante" (Hooghe, 2002: 21).
También puede destacarse la concepción del
tiempo como un juego de suma cero, hallada en algunos de las
investigaciones. Como apuntan algunos autores, da igual el
contenido al que las audiencias atiendan puesto que como aseguran
entre otros Putnam (2002: 253-273) y Hooghe (2002: 3-7), el
tiempo que los ciudadanos dedican a los medios de
comunicación, ya sea ver la televisión, leer prensa
o navegar por Internet, es tiempo que no pueden dedicar a
actividades de carácter socio-político;
"Más tiempo dedicado a la televisión signifi- ca
menos tiempo para la vida social" (Putnam, 2002: 318). Pero
esto sólo serviría para la participación
activa de carácter político y social, puesto que a
la hora de analizar las actitudes subjetivas hacia el sistema
político en general, una parte muy importante de la
desafección política, esta concepción
temporal se convierte en inaplicable.
Lo que se ha intentado a lo largo de estas líneas
ha sido plantear las posiciones determinadas por cada una de las
corrientes, insistiendo en la creciente complejidad y
concreción de las investigaciones en este
campo.
Se han contemplado análisis de los diferentes
formatos11, en las diversas dimensiones de la
desafección12, con múltiples
métodos13, y variadas unidades de
análisis14. Durante este pasaje se ha
pretendido plasmar la referencia teórica tomada como
referencia por la comunicación política para actuar
en este ámbito concreto de investigación. Como
avanzaba al comienzo de este apartado, la distinción entre
las teorías del malestar y las de la movilización
se hace en algunos casos complicada a causa de las continuas
matizaciones y reformulaciones observadas. Fundamentalmente, se
han intentado simplificar las contribuciones de dos posiciones
genéricas enfrenadas: por un lado, el primero de los
enfoques teóricos blande los efectos negativos de los
medios de comunicación en general, aunque de forma
particular la televisión, en el compromiso político
de los ciudadanos, esto es, en la desafección
política; por otro lado, las teorías de la
movilización planteaban que la distinción de
contenidos, sensacionalistas e informativos, y de soportes,
básicamente televisivos y escritos, replantea toda la
argumentación formulada durante los años setenta
bajo el protagonismo de Michael Robinson. Cuanto más
específico se ha hecho el análisis, mayores
dificultades se han observado para presentar las dos perspectivas
como compartimentos estancos.
Estos inconvenientes han hecho que, al menos para la
exposición organizada, las teorías de la
movilización se hayan concebido aquí casi como una
categoría residual, es decir, como una especie de
cajón de sastre donde se han incluido las aportaciones que
han cuestionado el principal argumento del videomalestar: la
exposición al negativismo mediático televisivo,
independientemente de contenidos, acaba por separar a los
ciudadanos de unas actitudes comprometidas con la vida
política. Asimismo, se distinguen algunos análisis
que vienen a plantear que, atendiendo a una concepción
amplia y compuesta de la afección política, se
podrían encontrar algunas dimensiones de esta
noción de forma especial afectadas por la acción
mediática, mientras que otras podrían permanecer
casi inmunes15 (Miller, Goldenberg y Erbring, 1979).
En este sentido, se puede comprobar que algunos autores
encuentran evidencia empírica para las dos posiciones,
dada la extrema complejidad de estos procesos de
interacción socio-comunicativos en la que coinciden, e
insisten, la mayoría de ellos16.
Conclusiones y retos futuros
de la investigación
La fotografía
que se ha podido obtener de la situación revela la extrema
complejidad de la relación entre estos dos ámbitos,
exposición mediática y desafección
política. Durante el pasaje se han revisado las dos
posiciones fundamentales generadas en el seno de la
comunicación política para interpretar el
asunto.
Asimismo, se han identificado los principales
obstáculos para descifrar concluyentemente la
interacción mencionada.
En definitiva, parece que se hace esencial en el
análisis empírico la tenencia en cuenta de las
diversas dimensiones de la desafección política,
como también a la distinción de diferentes
contenidos, tonos, soportes y contextos
político-mediáticos en los que los medios
actúan. Las investigaciones en esta área han dado
diferentes resultados conforme la elección de la variable
dependiente haya sido una u otra (el interés, el
conocimiento, la participación, la confianza, la eficacia,
o el entendimiento político, entre otros). Asimismo, en el
proceso de interconexión tienen un alto grado de
intervención los diferentes tipos de contenidos
mediáticos (estrictamente informativos o dedicados al
entretenimiento), el grado de negativismo de la
información recibida, los soportes mediáticos de
los que los ciudadanos hagan uso (prensa, televisión,
radio, Internet) y, finalmente, el país concreto de
referencia donde existe un contexto político y
mediático específico y diferenciado.
La tenencia en cuenta de todas estas dimensiones
conlleva dificultades prácticas y operativas obvias,
aunque nos facilitaría la tarea de hallar un modelo
explicativo realmente completo que nos permitiese avanzar en este
azaroso camino.
En relación con las consideraciones de
carácter metodológico ha de decirse que los
estudios que tomaron como referencia la hipótesis del
malestar mediático han trabajado de forma habitual con
series temporales, comparando el contenido mediático y los
datos estadísticos a nivel agregado (Patterson, 1994), o
con experimentos que
medían la influencia de un único estímulo
mediático sobre un nivel concreto de la desafección
(Capella y Jamieson, 1997). La investigación desde los
presupuestos
de la movilización política normalmente
empleó datos de encuesta a
nivel individual pero sin contar con la naturaleza de los
contenidos (Holtz-Bacha, 1990).
En principio, la combinación de estas dos
estrategias
metodológicas podría conllevar un paso adelante en
el complejo proceso de aclarar la interconexión. En este
sentido, parecería relevante incluir los resultados de
análisis de contenido en el nivel individual, por ejemplo,
vinculando el uso personal de diferentes contenidos en los medios
a los niveles individuales de desafección, y comparando la
diferente in- fluencia de los diversos contenidos
mediáticos en cada país. Es cierto que esto
requiere una colección de datos muy complicada de generar,
puesto que se necesitaría incluir en ella el
análisis de contenido de diversos soportes y diferentes
medios, por un lado, y datos de encuesta sobre exposición
mediática y medidas de desafección política,
por otro.
Finalmente, con el objeto de poder superar asimismo las
restricciones ordinarias del uso de datos de encuesta en el caso
concreto del establecimiento del sentido de la causalidad,
sería necesario emplear panel o técnicas
experimentales.
Las limitaciones constantes que se han encontrado para
poder determinar de forma definitiva la controvertida
relación entre las dos dimensiones bajo examen, quedaban
ya recogidas por Cliff Zukin hace más de dos
décadas, al asegurar que la cuestión de si los
medios de comunicación han contribuido al aumento del
malestar político probablemente no sea nunca
satisfactoriamente contestada (1981: 382). Este trabajo nace con
esa vocación, con la voluntad de señalar diferentes
vías para avanzar en el complicado camino de descifrar
esta trama, intentando superar las barreras que se han acumulado
durante décadas en este rincón de la
investigación en comunicación política. Por
ello, para salvar las carencias presentadas por algunos de los
trabajos más relevantes circunscritos en esta área
de estudio, se apuesta por la complementariedad de propuestas
teóricas, la incorporación de diferentes enfoques y
la combinación de diversas estrategias empíricas,
con el objeto de la superación de estos límites y
con la con- fianza de la contribución de estas reflexiones
al fragoso camino que lleva recorrido la comunicación
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1. A lo largo del trabajo se manejarán los
términos "teorías de la desmovilización",
"teorías del malestar mediático" y "teorías
del videomalestar". Salvo las pequeñas matizaciones
contempladas en el texto, podrán considerarse
sinónimos los tres conceptos, usándose en la
mayoría de los casos indistintamente.
2. En este sentido, destaca el ejemplo de un
análisis desarrollado por Claes H. De Vreese y Holli A.
Semetko (2002). Estos autores estudian el papel de los medios en
el cinismo y el compromiso políticos alrededor de la
campaña electoral con ocasión del referéndum
de aprobación de la moneda europea única en
Dinamarca en el año 2000. Tras el desarrollo de la
investigación, llegan a unas conclusiones que parcialmente
apoyan las dos perspectivas, la del videomalaise y la de
la movilización. Por un lado, observaron que cuanto
más expuestos estaban los daneses a noticias
estratégicas, mayores cotas de cinismo político
mostraban. Por otro lado, la exposición mediática a
este mismo tipo de noticias no supuso ninguna reducción de
la movilización política o, en otras palabras, el
consumo de medios en este caso concreto no está
relacionado con el desinterés, la desmovilización o
la participación política en su vertiente
electoral.
3. La discusión entre los términos
videomalestar y malestar mediático, obedece simplemente a
los soportes comunicativos que han dominado en los diferentes
períodos de la evolución de la comunicación
política. Cuando Michael Robinson acuñaba el
término videomalestar, no hacía sino dejar
constancia del protagonismo de la televisión en los
estudios sobre el panorama mediático de los años
setenta y comienzo de los ochenta. Las contribuciones posteriores
han preferido referirse a media malaise, un término
más completo, menos discriminante, con la intención
de contemplar la trascendencia de otros medios como los escritos
en este proceso de desencanto político.
4. El trabajo del que ha sido considerado el padre del
videomalestar fue criticado por otros autores, como Daniel Hallin
(1994: 41) o Arthur Miller, Edie Goldenberg y Lutz Erbring (1979:
68), precisamente por no incluir un análisis de contenido,
dando por hecho la negatividad de los contenidos
mediáticos: "Sin embargo, el estudio de Robinson tiene
un error crítico. Está basado en la
asociación entre actitudes políticas (eficacia y
confianza en el gobierno) y informes sobre
hábitos mediáticos (confidencia en la
televisión frente a otros medios), pero no contiene
medidas de lo que desde la propia posición teórica
de Robinson se constituye como la auténtica variable
independiente: el contenido de las noticias televisivas"
(Hallin, 1994: 41) 5. A este hecho se refiere exactamente Pippa
Norris, quien dedica un capítulo de su volumen a tratar el
excepcionalismo americano –American Excepcionalism?-
(Norris, 2000: 279-306).
6. Las posiciones derivadas de las
investigaciones son, a veces, un tanto indeterminadas y ambiguas,
situándose entre las teorías de la
desmovilización y las de la movilización. El caso
de la contribución de Robert Putnam da cuenta de ello: si
bien se puede decir que es uno de los autores de referencia del
malestar mediático, él mismo reconoce que ajustando
algunas categorías en el análisis, las matizaciones
podrían acercar su perspectiva a las teorías de la
movilización.
7. Algunos estudios posteriores (Peer, Malthouse y
Calder, 2003: 12) critican esta visión circular puesto que
hay algunas categorías, como por ejemplo el conocimiento,
en las que los que puntúan bajo lo tienen más
fácil para incrementar estos registros tras la
exposición mediática, que los que ya se consideran
competentes en esa misma dimensión.
8. Este hecho contribuye a que algunos autores
desarrollen investigaciones en las que se explora el impacto de
algunos formatos de entretenimiento, en las percepciones
políticas de los ciudadanos. En este caso, destaca el
trabajo presentado por Joe Cutbirth (2003) en la Conferencia
Anual de la Asociación Americana de Ciencia
Política (APSA).
9. Otros de los pocos estudios que toman la realidad
latinoamericana para desarrollar verificaciones empíricas
en esta dirección, el desarrollado por William Portath
(2002), no acaba por encontrar una tendencia consistente que
conecte positivamente, tampoco negativamente, la
exposición a la televisión en el caso argentino,
aunque sí en el caso de Chile.
10. A este respecto, aparecen categorías que,
aunque no se vinculan directamente con la ambición de este
proyecto doctoral, se advierten sistemáticamente en las
investigaciones que dan forma a este campo de estudio.
Éstas tienen que ver más concretamente con la
veracidad e intencionalidad de ese negativismo, lo cual nos
llevaría al campo de la evaluación de la actividad
mediática, que está excluido de los objetivos de
este estudio. ¿Es cierto que la información
política en los medios es crecientemente negativa porque
las instituciones democráticas son cada vez menos
eficaces? Parece que no es un problema actitudinal sino
substancial, ya que la desafección es la respuesta
racional a hechos reales (Pfau y Moy, 2000: 32), o el mismo
Marshall McLuhan declaró "las noticias reales son
negativas" (Pfau y Moy, 2000: 69).
11. Se ha podido comprobar la existencia de estudios que
dedican exclusivamente su atención a determinados soportes
como la televisión (Maurer, 2003), la prensa escrita
(Miller, Goldenberg y Erbring, 1979), la radio (Pfau, Moy, et al,
1998), Internet (Uslaner, 2000), o combinación de varios
(García Luengo y Schreiber, 2004).
12. Entre estas dimensiones que han recibido
atención exclusiva se puede destacar la
participación política (Peer, Malthouse y Calder,
2003), la confianza política (Moy y Scheufele, 2000), o la
satisfacción con la democracia (Maurer, 2003).
13. Los principales métodos empleados que se han
podido distinguir han sido el análisis estadístico
(García Luengo, 2002; Hooghe, 2002), el análisis de
contenido (Patterson, 1994), o la combinación de varios
(Moy y Pfau, 2000; Martín, 2001; Vreese y Semetko,
2002).
14. Si bien la mayor proporción de estudios
dedican su atención exclusiva a los Estados Unidos de
América.
15. Un buen ejemplo de esta particularidad descrita lo
constituyen los estudios de Arthur Miller, Edie H. Goldenberg y
Lutz Erbring (1979), y de Claes H. De Vreese y Holli A. Semetko
(2002).
16. Entre los que específicamente resaltan la
complejidad de este terreno de la investigación en
comunicación destacan Kenneth Newton (1998), Patricia Moy
y Michael Pfau (2000), Claes H. De Vreese y Holli A. Semetko
(2002), Putnam (2002), o Peer, Malthouse y Calder
(2003).
Óscar García Luengo (*)
(*) Óscar García
Luengo: Doctor en Ciencia Política
por la Universidad Complutense de Madrid. Experto en
Análisis de Datos por el Centro de Investigaciones
Sociológicas. Profesor en la Universidad de Granada.
Coordinador Académico del programa de
"Máster Inter-Universitario en Marketing
Político: Estrategias y Comunicación
Política" de la misma universidad. Ha impartido docencia en la
University of California at Berkeley, University of Saint Louis y
la Universidad Técnica de Machala (Ecuador).