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Desafectos y medios de comunicación




Enviado por Óscar G. Luengo



Monografía destacada

     

    Sumario

    Introducción, Ubicando el objeto de estudio,
    Teorías
    del Malestar Mediático, Teorías de la
    Movilización Política, Dimensiones
    básicas para la discusión, Conclusiones y retos
    futuros de la investigación.

    Resumen

    El presente trabajo
    pretende plantear el estado de la
    cuestión de los estudios que, enmarcados dentro de las
    teorías de los efectos de la comunicación política, se han venido
    ocupando en las últimas décadas de desencriptar la
    compleja relación entre la extensión de los
    patrones de desafección política entre los
    ciudadanos de las democracias contemporáneas, por un lado,
    y las dinámicas con las que los medios de
    comunicación vienen ocupándose de los asuntos
    de carácter político, por
    otro.

    Una vez planteado el modo en el que se han ido
    cristalizando las posiciones en relación al objeto de
    estudio, se expondrán en prospectiva los retos a los que
    politólogos y expertos en comunicación han de enfrentarse para
    superar los límites de
    diversa naturaleza que
    se han ido sedimentando en el área.

    Palabras clave: Comunicación
    política, Malestar mediático, Desafección
    política.

    Abstract

    This piece of work tries to depict the state of the
    odds of an area that, framed within the theories of the effects
    in political communication, during last decades has been focused
    on understanding the difficult relationship between, by one hand,
    the extension of political disaffection feelings among the
    citizens of contemporary democracies and, by the other hand, the
    dynamics that defined the way media has treated political
    issues.

    Once the way that different positions have been
    consolidated as to the topic under study is stated, the
    challenges that political and media scientists have to face in
    order to overcome diverse limits that have been accumulated in
    this discipline will be presented from a prospective point of
    view.

    Key words: Political communication, Media
    malaise, Political disaffection.

    Artículo: recibido, junio 24 de 2005;
    aprobado, noviembre 1 de 2005.

     

    Introducción

    Al día de hoy, el estudio de la compleja
    relación entre la política y los procesos
    comunicativos encuentra acomodo en un espacio donde convergen
    diversas disciplinas y se articula bajo la etiqueta de
    comunicación política.

    Los medios de
    comunicación han pasado de tener un papel transitorio en
    proceso
    político a determinar de forma efectiva la práctica
    totalidad de sus dimensiones, lo cual hace de esta época
    un período especialmente convulso y cambiante. Las
    consideraciones actuales destacan el lugar central que los medios
    de comunicación ocupan en la vida política y los
    comportamientos a ella inherentes. De este modo, son frecuentes
    los esfuerzos creativos de algunos académicos que, con
    mayor o menor fortuna, han venido intentando bautizar esta nueva
    realidad política definida, aún más si cabe,
    por la centralidad de lo mediático; Mediacracia
    (Phillips, 1975), Videopoder (Sartori, 1992),
    Democracia de la opinión
    pública
    (Minc, 1995), Democracia centrada en
    los medios
    (Swanson, 1995: 9), Democracia de
    audiencias
    (Manin, 1998: 267-287), Principado
    mediático
    (Colomé, 2001). Por lo tanto, han
    empezado a producirse en los países democráticos
    una serie de importantes acontecimientos que cambiarán de
    forma dramática las relaciones entre la
    comunicación y la política (Swanson, 1995:
    3).

    La convicción de que los procesos de
    comunicación política han favorecido la mengua del
    compromiso cívico de los
    ciudadanos de forma concluyente, poniendo en peligro la
    estabilidad de los sistemas
    políticos democráticos, o al menos mermando su
    equilibrio, se
    ha convertido en una creencia sólida entre
    académicos y periodistas, en especial en el contexto
    estadounidense. En las últimas décadas, desde los
    setenta aproximadamente, los medios de comunicación
    protagonizan una transformación específica que les
    coloca en una situación sin precedentes. Como consecuencia
    de la liberalización del sector, e impulsado con
    posterioridad por la aplicación de las nuevas
    tecnologías al ámbito de la
    comunicación, se produce la proliferación de
    canales comerciales alternativos que comienzan a desplazar, y en
    muchos casos a sustituir, a los tradicionales canales
    públicos. Estas sinergias, especialmente intensas en el
    mundo televisivo, inducen un cambio en los
    contenidos mediáticos con el objeto de captar unas
    audiencias cada vez más difíciles de seducir. La
    evolución hacia planteamientos más
    amarillistas, sensacionalistas, espectaculares y negativos, se ha
    interpretado como uno de los principales causantes de los
    sentimientos de alejamiento de los ciudadanos con respecto al
    proceso político en general, es decir, de la
    difusión de las actitudes de
    desafección política.

    No obstante, los resultados de investigaciones
    llevadas a cabo en los últimos años parecen retar
    estas ideas tan establecidas y suponen un desafío para el
    ámbito de estudio de la comunicación
    política. La novedad de estos nuevos estudios que plantean
    como hipótesis lo contrario, esto es, que los
    medios de comunicación no tienen tal implicación en
    la creciente falta de compromiso con lo político de los
    ciudadanos, e incluso que éstos producen efectos
    movilizadores en la población, radica en la
    diferenciación analítica contemplada, la cual les
    hace distinguir entre los diferentes soportes (televisión, prensa, radio, e Internet) y entre los
    diferentes tipos de programación (entretenimiento e
    informativa).

    Por lo tanto, la investigación en
    comunicación política ha venido produciendo en las
    últimas décadas hallazgos contradictorios en
    relación a la conexión entre la forma en la que se
    cubren los asuntos políticos en los medios de
    comunicación y las actitudes políticas
    que manifiestan los ciudadanos.

    Este trabajo parte de la convicción de que existe
    un peso significativo de los medios de comunicación en la
    configuración de la cultura
    política de los ciudadanos. Sin embargo, lo que se plantea
    es la ausencia de acuerdo sobre en el sentido en el que se
    produce esta influencia, esto es, ¿generando compromiso
    cívico o narcotizando a los ciudadanos? La
    intención de estas líneas es la de plantear el
    estado de la cuestión de las aportaciones que, desde un
    punto de vista sesgado a planteamientos fundamentalmente
    teóricos, se han ocupado de identificar el grado y sentido
    de la implicación de los medios de comunicación en
    la extensión casi incontrolada de los sentimientos de
    desafección en relación con lo político.
    Asimismo, se intentarán identificar tentativamente los
    caminos por los que la investigación en este campo
    habría de dirigirse con el objeto de superar las
    limitaciones y las dificultades que se han venido
    acumulando.

     

    Ubicando el objeto de
    estudio

    Bajo la denominación de las "Teorías de
    los Efectos
    " se encuentran una multiplicidad de
    interpretaciones que comparten un espacio general; la información mediática puede in-
    fluir en los receptores, esto es, el público, a
    través de varios canales. Esencialmente éstos son
    el estableciendo de las prioridades en relación con los
    asuntos públicos -Teorías del
    Agenda-Setting-, la determinación de las
    preferencias partidistas del electorado ?Teorías de la
    Persuasión-, y el suministro de la oferta de los
    recursos
    necesarios, del tipo que sea, para movilizar o desmovilizar al
    personal
    ?Teorías de la (Des)movilización
    política.

    El último grupo de
    razonamientos sobre los efectos mediáticos, en este caso
    sobre la actitud de
    compromiso político de los ciudadanos, cobra un especial
    interés
    en un contexto político como el presentado por las
    democracias contemporáneas, tanto si son consolidadas como
    si tienen pendientes estos procesos.

    Este conjunto de interpretaciones toma como punto de
    partida de la capacidad de los medios para producir
    consecuencias, de una u otra naturaleza, en uno u otro sentido,
    en el funcionamiento cotidiano del sistema
    político.

    De esa forma, los medios de comunicación quedan
    conformados como verdaderos actores influyentes en la vida
    política, si bien la condición de esos efectos es
    muy controvertida y complicada de establecer, sin duda, como se
    adelantaba en el comienzo, los medios influyen pero ¿en
    qué dirección? La discusión entre las
    teorías de la desmovilización política,
    denominadas también teorías del malestar
    mediático (media malaise) o videomalestar
    (videomalaise) 1, y las recientes
    reinterpretaciones que argumentan lo contrario, esto es, la
    movilización política, nos permite explorar esta
    compleja interacción.

    Dada la multiplicidad de métodos,
    estudios de caso, técnicas
    de investigación y bases culturales desde los cuales este
    fenómeno ha sido investigado, se encuentra una complejidad
    añadida a la hora de identificar pautas teóricas
    más o menos generalizables dado que, como asegura Marcus
    Maurer (2003), se trata de un viejo problema hasta cierto punto
    sin resolver en la medida en que ambas perspectivas están
    apoyadas en evidencia empírica solvente. Por lo tanto, aun
    consciente de la dificultad que entraña el etiquetado de
    las diferentes corrientes concurrentes en este rincón de
    la investigación en comunicación política,
    dado que algunos recientes estudios vienen a redirigir elementos
    determinados por las discusiones teóricas
    previas2, se presentará la contribución
    de los trabajos más influyentes de cada perspectiva, es
    decir, aquellos que se constituyen como los estudios
    clásicos del área, y la aportación de los
    últimos análisis sobre el tema, que son cada vez
    más numerosos y, en la mayoría de los casos,
    presentan serios avances alternativos en este campo concreto de
    las teorías de los efectos.

    De esta forma, se ha de insistir en plantear cierta
    precaución dado que se entra en un lugar teórico
    especialmente convulso puesto que, como se ha venido adelantando,
    las dos teorías que se enfrentan hallan apoyo y
    validación, no sólo en una dimensión
    teórica, esto es, en la asistencia de explicaciones
    plausibles basadas en la observación, sino también en un
    plano empírico como consecuencia de la aplicación
    del método
    científico.

     

    Teorías del Malestar
    Mediático

    El origen de este conjunto teórico, media
    malaise
    , es de alguna forma impreciso. quizás, la base
    de estas interpretaciones se encuentre en las reflexiones de Kurt
    Lang y Gladys Lang (1966). Estos autores fueron pioneros en
    sugerir los vínculos entre el incremento de los canales
    informativos y la generalización de los sentimientos de
    desconexión con el proceso político, en este caso
    norteamericano. Desde su punto de vista, el proceder de la
    televisión a la hora hacer la cobertura de las
    noticias de
    naturaleza política podría afectar las
    orientaciones fundamentales del electorado hacia las piezas
    institucionales públicas principales, incluyendo el
    Gobierno. Los
    programas
    emitidos por la televisión, razonaban, acentúan los
    elementos conflictivos del proceso político, lo cual
    fomenta el cinismo de las audiencias.

    Sin embargo, esta primera aportación no tuvo
    demasiado impacto en la comunidad
    científica puesto que se proponía en un contexto
    todavía dominado por el paradigma de
    los efectos mínimos descrito en las líneas
    anteriores; la voz de los Lang quedó marginada en ese
    momento, en parte porque el consenso sobre la comunicación
    política radicaba en que los medios de comunicación
    tenían sólo unos efectos mínimos en la
    opinión pública (Norris, 2000: 5). En cualquier
    caso, su contribución no puede caer en olvido puesto que
    esta obra acaba configurándose como la primera referencia
    en los estudios del área, sin tener en cuenta el impacto
    académico que tuvo en primera instancia, y quizá
    uno de sus elementos de impulso definitivos.

    Tenemos que esperar hasta 1967 para ver el primer
    texto
    académico que unía los términos malestar y
    televisión. Fue el famoso politólogo Robert Dahl
    (1967: 967) en un artículo titulado "The City and the
    Future of Democracy
    " ("La ciudad y el futuro de la democracia"),
    el que parecía presagiar la intensa actividad intelectual
    que iba a surgir en los años siguientes alrededor
    precisamente de esos dos elementos, el desencanto o malestar
    político y los medios de comunicación.

    De este modo, poco a poco, un nuevo conjunto de
    consideraciones empezaba a hacerse un hueco y a cuestionar el
    paradigma dominante durante esos años de la década
    de los sesenta. La idea de que los medios de comunicación
    adquirían más peso del que se había podido
    estimar hasta el momento se iba forjando con más fuerza entre
    las cada vez más numerosas publicaciones
    científicas; Paul Weaver, por ejemplo, aseguraba que los
    formatos informativos de la televisión fomentaban
    desinterés (en el mejor de los casos) o rechazo
    cínico (en el peor) hacia las instituciones
    nacionales (Weaver, 1972: 74).

    No obstante, el año 1976 fue vital en el desarrollo y
    posterior consolidación de las teorías del
    malestar. De hecho, muchos de los estudios que se han realizado
    en este campo toman este año como la referencia inaugural
    a la que hacer mención. En este año Michael
    Robinson (1976), popularizaba el término
    videomalaise o videomalestar3 a raíz de
    una influyente investigación que tomó forma en el
    artículo titulado "Public Affairs Television and the
    Growth of Political Malaise: The Case of The Selling of the
    Pentagon"
    ("Los asuntos públicos en la
    televisión y el crecimiento del malestar político:
    El caso de la venta del
    Pentágono").

    El análisis de este documento nos permite la
    primera precisión de un concepto
    teórico que se había nutrido de tentativas
    más o menos influyentes en el pasado inmediato, pero que
    se verá impulsado de forma definitiva a partir de entonces
    con celeridad (García Luengo, 2002: 93). Esta primera
    referencia surge de la elaboración de un proyecto de
    carácter empírico que combina metodología procedente de la
    sicología experimental con técnicas de
    análisis de datos
    estadísticos4.

    El análisis de esta primera aportación de
    Robinson nos lleva a identificar seis factores, distinguidos pero
    interrelacionados entre sí, con el objeto de explicar el
    crecimiento del videomalestar (Robinson, 1976: 426):

    1) la magnitud y forma anómalas de la audiencia
    televisiva,

    2) las percepciones públicas sobre la
    credibilidad de los programas,

    3) el carácter interpretativo de la cobertura
    informativa,

    4) el énfasis en lo negativo de los informativos
    televisivos,

    5) el acento en el conflicto y la
    violencia de
    los reportajes, y

    6) el sesgo anti-institucional de los programas
    informativos de la televisión.

    Todos estos elementos confluían a la hora de
    fomentar la desafección política generalizada, la
    frustración, el cinismo y el malestar.

    Por lo tanto, la existencia de una "audiencia
    inadvertida" (aquella que no busca las noticias sino que se topa
    con ellas) particularmente vulnerable y numerosa, los altos
    niveles de credibilidad de los que goza la televisión como
    fuente de información política, el carácter
    interpretativo que los medios proyectan sobre los asuntos
    políticos que, además, dadas las exigencias del
    formato televisivo, presentan una tendencia natural a resaltar lo
    negativo, lo perjudicial, lo contencioso, lo anti-insituticional,
    lo controvertido, lo violento, lo conflictivo y, en definitiva,
    todo lo maléfico, son las dimensiones clave a
    través de las cuales se cristaliza el
    videomalestar.

    Así se puede señalar el estudio de
    Robinson como el punto de partida desde el cual numerosos autores
    comienzan a acusar a los medios en general como los responsables
    del alejamiento político de los ciudadanos. Estos
    investigadores han seguido esta línea de interpretación, parcialmente apoyados en
    una argumentación lógica
    y en parte apoyados en investigación empírica
    contrastable, para concluir que la televisión
    específicamente es la responsable de la desconfianza y la
    desafección política de las audiencias, con una
    particular intensidad del caso norteamericano.

    "Robinson presentó datos para mostrar que la
    gente que se entregó básicamente a la
    televisión para informarse sobre los asuntos
    públicos […] tendió a ser más
    cínica sobre las instituciones públicas y
    más dudosa de su propia capacidad política, que
    aquellos que utilizaron otros medios"
    (Hallin, 1994:
    40).

    Joseph Cappella insiste en esta cuestión
    apuntando que, desde 1960, la cobertura informativa de la
    política en general, especialmente durante las
    campañas electorales y con más intensidad en el
    caso norteamericano, se ha convertido predominantemente en
    estratégica, esto es, fundamentalmente interpretativa en
    detrimento de las cualidades descriptivas, y concentrada en mayor
    medida en cuales son los puntos débiles de los candidatos
    más que en sus méritos y virtudes (2002: 234-235).
    Por ejemplo, en esta línea Philippe Maarek denuncia la
    tendencia natural de los periodistas a dedicar un mayor tiempo y una
    atención más pormenorizada a los
    políticos que cambian de opinión (Nadeau y Giasson,
    2003: 8). Este conjunto de argumentos, ya presente en las
    primeras obras del malestar mediático, es el que se
    esgrime para razonar la constante caída del compromiso
    cívico de los ciudadanos durante las últimas
    décadas. Desde este enfoque teórico, son los
    desafectos coincidentemente los que más medios de
    comunicación consumen, esencialmente
    televisivos.

    En definitiva, los observadores adscritos a esta
    corriente del malestar mediático aseguran que, lejos de
    informar y movilizar al público, la cobertura informativa
    promueve el cinismo del público y la apatía
    política, en definitiva, la desafección
    política. La exposición
    a las noticias de los medios limita el aprendizaje
    sobre política, erosiona la confianza en los
    líderes políticos y en las instituciones
    gubernamentales, y reduce la movilización política:
    "Las teorías del videomalestar argumentan que los valores
    dominantes y los sesgos estructurales de los informativos
    producen una cobertura de campaña dominada por los
    resultados de los sondeos ?quién va ganando-, por los
    escándalos personales, por la estrategia
    cínica de los informadores, donde la falta de un detallado
    y documentado debate sobre
    los problemas
    serios de las políticas públicas brilla por su
    ausencia
    " (Norris et al, 1999: 97-98).

    Esta perspectiva del videomalestar, la cual se puede
    considerar suficientemente consolidada a finales de los
    años ochenta y principios de los
    noventa, disfruta de una particular aplicabilidad en el contexto
    político norteamericano o, más en concreto, en el
    contexto electoral norteamericano. Los principales estudios que
    dotaron de robustez teórica las posiciones del malestar
    mediático, tomaban los medios de comunicación y el
    sistema
    político norteamericanos como centro de reflexión
    (Robinson, 1976; Postman, 1991; Patterson, 1994, 1996; Fallows,
    1996; Cappella y Jamieson, 1996, 1997). La producción es muy amplia y tiene una gran
    variedad, tanto metodológica como en cuanto a soportes
    mediáticos se refiere: periódicos, documentales
    televisivos, campañas electorales televisadas, etc.
    Además, los estudios se centran en un régimen de
    práctica exclusividad a los períodos de
    campaña electoral, precisamente porque los procesos de
    comunicación política son más intensos y los
    flujos de información sobre lo público son muy
    abundantes durante estos ciclos. Sin embargo, estas
    teorías también comienzan a emplearse en la
    realidad política europea, coincidiendo con la denominada
    ola de americanización de la política (Norris et
    al, 1999).

    Pero realmente, ¿Qué es lo que ha cambiado
    en el panorama mediático para que la comunidad
    científica haya reflexionado tanto sobre las nuevas
    implicaciones políticas de los procesos comunicativos?
    ¿Cuáles son las dinámicas involucradas en
    estos procesos descritos? Retomando las precisiones con las que
    se abría este trabajo, se puede decir que el
    funcionamiento ordinario de los medios de comunicación
    provoca alineación y desafección políticas
    en el público. Esta hipótesis
    presupone que 1) en una etapa anterior, sin delimitar aún,
    la actividad de los medios no provocaba estos efectos concretos,
    o si los provocaba no era con tanta intensidad, y 2) que el
    cambio en el quehacer mediático coincide con el desplome
    de los niveles de compromiso ciudadano para con lo
    político. Esta variación levanta sospecha sobre la
    conexión y la dependencia de estas dos variables, la
    independiente y la dependiente.

    En una primera aproximación, se observa como
    algunos expertos (Miller et al, 1979: 67; Patterson, 1994: 19;
    Hallin, 1994: 58-86; Norris, 2000: 282) insisten en la
    importancia de dos acontecimientos históricos, y de su
    cobertura informativa por parte de los medios, en la
    evolución de la comunicación política.
    Según estas interpretaciones, la guerra de Vietnam
    y el escándalo Watergate, a finales de la
    década de los sesenta y principios de los setenta,
    significaron un punto de inflexión clave en la trayectoria
    mediática. La cultura informativa en el contexto
    norteamericano quedó transformada con estos dos
    acontecimientos, moviéndose hacia posiciones condicionadas
    por una visión confrontada de lo político y lo
    periodístico, por una cobertura marcadamente negativa de
    los períodos electorales, y por la elección de un
    marco estratégico a la hora de informar sobre las
    campañas; Vietnam y Watergate marcaron el momento
    en el que la prensa se puso en contra de los políticos
    (Patterson, 1996: 21).

    Tomando los razonamientos propuestos desde las
    posiciones del media malaise, el argumento iría
    como sigue; la actitud informativa de los medios se transforma
    profundamente tras los sucesos de Vietnam y Watergate,
    moviéndose a posiciones más negativas y de
    confrontación con el mundo de lo político, por lo
    que las audiencias, cada vez más numerosas, asimilan ese
    negativismo que revierte en unas mayores cuotas de
    alineación política.

    Por lo tanto, a partir de mediados de los setenta se
    puede considerar de forma clara consolidado este nuevo
    patrón actitudinal mediático centrado
    básicamente en la cobertura antigubernamental (Miller et
    al, 1979: 67), sobre el cual comenzará a generarse una
    considerable actividad académica.

    "Las reglas de los reporteros cambiaron con Vietnam
    y Watergate
    […]. El venenoso efecto de Vietnam y
    Watergate en la relación entre periodistas y
    políticos no se ha disipado. El sesgo
    antipolítico de la prensa que salió del armario
    hace dos décadas ha permanecido
    " (Patterson, 1994:
    19).

    En este sentido, de nuevo, se puede destacar el
    protagonismo de las investigaciones llevadas a cabo bajo el
    paraguas de la comunidad científica norteamericana cuyo
    objeto de estudio es precisamente el contexto
    estadounidense5. Por ello, se debe tener presente este
    sesgo, sobre todo en el período inicial de estas
    corrientes, a la hora de plantear el análisis.

    En el último tercio de siglo, por consiguiente,
    se pueden observar varios desarrollos esenciales en el mundo de
    la comunicación post-Vietnam y
    post-Watergate que van a determinar la evolución
    posterior del panorama mediático en general, y su estilo
    de cobertura en concreto. Estos acontecimientos, los cuales
    presentan altos niveles de interconexión, son la
    liberalización de los mercados de la
    comunicación y la multiplicación de los canales
    comerciales o de titularidad privada, por un lado, y la
    "espectacularización" o "sensacionalización" de los
    contenidos, incluyendo los de naturaleza política, con el
    objetivo de
    alcanzar los mayores índices de audiencia, por
    otro.

    En cualquier caso, las posiciones que resultan tienen
    una postura común: las prácticas llevadas a cabo en
    comunicación política en general, tanto por los
    medios como por los partidos
    políticos en campaña, amenazan la
    cohesión de la sociedad civil en
    términos de conocimiento
    sobre asuntos públicos, confianza en el gobierno, y
    activismo político, esto es, contribuyen a extender los
    sentimientos de desafección política.

    Ya metidos en la década de los noventa, se
    encuentran otros autores que han venido a confirmar estas
    posiciones respecto a otras dimensiones de la desafección
    política, como podría ser la del compromiso
    asociativo. Es el caso de Robert Putnam (2002), quien a partir de
    mediados de los noventa publica una serie de influyentes trabajos
    sobre el decremento del capital social
    o, en sus propios términos, el proceso de
    "decapitalización social", señalando a los
    medios de comunicación, la televisión de
    nuevo6, como responsables de esta
    tendencia.

    El propio Putnam estima en su hipótesis que la
    televisión es la responsable de este desplome en
    aproximadamente un 25 por ciento, si bien señala que esto
    se puede ver distorsionado al alza por interaccionar con el
    cambio generacional, otra de las dimensiones incluidas en la
    tentativa explicativa (Putnam, 2002: 382-383). Las razones
    esgrimidas por este autor son, como se planteará
    más adelante con detalle, con más detalle, la
    competencia de la
    televisión por una disponibilidad temporal ya escasa, los
    efectos psicológicos que inhiben la participación
    social, y los contenidos televisivos que acaban carcomiendo las
    motivaciones cívicas (Putnam, 2002: 317).

    "Al concluir el siglo XX los norteamericanos ve
    más televisión, la ven de manera más
    habitual y generalizada, y la ven más a menudo solos; y
    ven programas asociados específicamente a la
    pérdida del compromiso cívico[…]. Entre los que
    se da la máxima probabilidad de
    abandono de la vida cívica y social son precisamente los
    más caracterizados por esta dependencia del
    entretenimiento por televisión […]. Los grandes
    consumidores de estas nuevas formas de entretenimiento son sin
    duda personas aisladas, pasivas y distantes de sus
    comunidades"
    (Putnam, 2002: 330).

    En último lugar, parece conveniente resaltar un
    prolijo análisis bastante reciente sobre este mismo
    aspecto desarrollado entre 1998 y 2001 por Marcus Maurer (2003),
    profesor en la
    Universidad de
    Mainz. La contribución de esta investigación es
    inmensa, dado que emplea no sólo un análisis
    empírico bastante complejo, sino porque maneja unos datos
    que permiten cierto avance en el área. Además, la
    exactitud y validez empírica de este estudio es
    extraordinaria puesto que el autor combina la realización
    de los procedimientos
    estadísticos ya mencionados con la elaboración de
    un detallado análisis de contenido mediático.
    Maurer toma la oscilación de la satisfacción con el
    funcionamiento de la democracia en la ciudad de Mainz, medida
    durante tres años en seis tomas de datos diferentes, para
    comprobar caso por caso el peso específico de, en primer
    lugar, la exposición a noticias políticas
    televisivas y, en segundo término, el negativismo con el
    que éstas se emitieron. Las conclusiones a las que llega
    este autor vienen a confirmar que las noticias esencialmente
    negativas son mucho más efectivas a la hora de reducir la
    implicación cívica de los ciudadanos, que las
    noticias neutrales o positivas a la hora de incrementar este
    mismo indicador. Por lo tanto, y salvando las distancias marcadas
    por los objetivos
    concretos y las variables específicas de esta
    investigación, los hallazgos vienen a confirmar las
    posiciones del malestar mediático puesto que la
    negatividad con la que se emiten esos mensajes políticos
    acaba determinando el nivel de compromiso
    político.

    Resumiendo, las teorías del media malaise
    sostienen dos asunciones medulares: 1) que los procesos de
    comunicación política tienen un impacto
    significativo sobre el compromiso cívico de los ciudadanos
    y 2) que esa repercusión se produce en una
    dirección negativa o, en otras palabras, que la falta de
    compromiso social para con el proceso político está
    determinado por el proceso de comunicación
    política.

     

    Teorías de la
    Movilización Política

    La posición propuesta por las teorías del
    media malaise es rectificada por un conjunto de trabajos
    científicos cuyos resultados se han agrupado bajo la
    etiqueta de lo que se ha coincidido en denominar
    "Teorías de la Movilización
    Política
    ". Si bien es cierto, estas recientes
    interpretaciones no vienen a aniquilar toda la
    contribución anterior. No obstante, formulan unas
    matizaciones de naturaleza substancial que cuestionan el discurso
    central del videomalestar (García Luengo: 2002:
    95).

    En otras palabras, sugieren que los medios de
    comunicación contemporáneos tienen un impacto
    significativo en el público, este punto lo comparte con el
    malestar mediático, pero a diferencia de éste en
    una dirección positiva, esto es, manteniendo y promoviendo
    el compromiso y la participación democráticos, esto
    es, "custodiando" la afección
    democrática.

    Indagando en los orígenes de las teorías
    de la movilización política, se puede decir que
    éstas aparecen en la escena académica con una gran
    influencia en la década de los noventa (Holtz-Bacha, 1990;
    Norris, 1996, 2000; Newton, 1998),
    tras la publicación de los productos de
    investigaciones más o menos específicas, que dan
    como resultado este corpus teórico. Se podría
    afirmar que los primeros trabajos en esta dirección, y en
    cierta medida los que siguen desarrollándose con
    posterioridad en esta misma línea argumental, surgen como
    consecuencia del contraste de las hipótesis del malestar
    mediático. Por lo tanto, se puede asegurar que las
    teorías de la movilización son resultado más
    bien directo de la falsación de la mayoría de las
    hipótesis subyacentes propuestas por el
    videomalestar.

    Uno de los principales escritos a los que se hace
    referencia para dotar de contenido esta posición de la
    movilización política, es el publicado en 1990 por
    la profesora alemana Christina Holtz-Bacha, en el cual se
    presenta una revisión de las teorías del malestar
    mediático a través de la contrastación
    empírica del caso de Alemania
    Occidental. Sin duda, uno de los hallazgos más destacables
    de este análisis es el hecho de que la exposición a
    los noticiarios televisivos y a los periódicos de
    información general, no estaba relacionada con la
    presencia de las dimensiones configuradoras de la
    desafección política. Esto supuso una brecha en la
    producción teórica que había venido gozando
    de gran aceptación en la academia, en especial la
    estadounidense, puesto que cuestionaba la principal de las
    asunciones del malestar mediático; la exposición a
    determinados medios, incluyendo los televisivos, podría no
    estar relacionada con la apatía, el cinismo y la
    desafección para con lo político. En concreto, la
    Holtz-Bacha aseguraba en esta publicación que, entre las
    variables de exposición mediática, sólo se
    podían señalar a la exposición a contenidos
    de entretenimiento, tanto televisivos como escritos, como buen
    predictor de la alineación y la desafección
    política. En consecuencia, una nueva posibilidad de
    interpretaciones sobre la relación de estas variables
    parecía abrirse en el mundo de la investigación en
    comunicación política.

    Un poco más avanzada la década de los
    noventa, emergen en la escena académica estudios que
    vienen a corroborar las dificultades de hacer una
    universalización tan tajante sobre el efecto
    narcotizador de la exposición mediática en
    general. Keneth Newton (1998), profesor en la Universidad de
    Essex, es otro de los autores que contribuyen especialmente a la
    reformulación del videomalestar y la consolidación
    de las teorías de la movilización
    política.

    Este autor actualiza también las aportaciones de
    las figuras más destacadas del malestar mediático
    para poder chequear
    la situación existente en el caso de Gran Bretaña.
    De nuevo, la tendencia que se venía adelantando se viene a
    confirmar con la evidencia elaborada por Newton. En primer lugar,
    no existe prueba de que el malestar político esté
    asociado con la exposición elevada a los medios
    televisivos en general. En segundo lugar, la lectura
    frecuente de periódicos de información general
    está conectada de forma significativa con indicadores de
    conocimiento, entendimiento e interés políticos, es
    decir, con dimensiones de movilización política,
    independientemente de que afecte a un número reducido de
    la población.

    En tercer lugar, el consumo de
    noticias televisivas de carácter político presenta
    una tendencia similar a la anterior, aunque algo más
    débil, pese a que comprende a un mayor número de
    ciudadanos. Por lo tanto, según las conclusiones avanzadas
    por este autor los datos referidos a este país no muestran
    una conexión reveladora entre consumo mediático, el
    grado de malestar político y el descendente capital
    social.

    De alguna u otra forma lo que estas interpretaciones
    iniciales estiman es que basta con diferenciar algunas
    categorías analíticas para poder llegar a la
    conclusión de que las teorías del malestar
    mediático no son aplicables tal y como han venido siendo
    formuladas. Fundamentalmente, el fondo radica en distinguir entre
    los efectos positivos y negativos de los diferentes medios,
    mensajes, audiencias y efectos (Norris et al, 1999: 99). En este
    sentido, por ejemplo, el colectivo de consumidores habituales de
    informativos televisivos y de lectores regulares de prensa
    informativa se muestra
    más proclive a estar bien informado, interesado y
    comprometido con la vida política. Por el contrario, los
    ciudadanos que se exponen a programas sensacionalistas más
    orientados al entretenimiento suelen presentar altas cotas de
    desafección, cinismo, y alineación
    políticos.

    Cabe indicar la importancia de una teoría
    que, si bien queda enmarcada dentro de las teorías de la
    movilización, adquiere una entidad propia al conllevar una
    serie de avances con respecto a las genéricas; la
    "Teoría del Círculo Virtuoso" (Norris,
    2000). Pese a proponer una perspectiva similar a las otras
    contribuciones de las teoría de la movilización
    política y objetar las conclusiones del malestar
    mediático, la teoría del círculo virtuoso,
    propuesta por la politóloga Pippa Norris, comporta una
    vuelta más de tuerca y aporta una elaboración
    teórica más completa. Una de las deducciones
    principales del circulo virtuoso reside en afirmar que, tras el
    examen de la evidencia empírica derivada del
    análisis de los datos referentes Estados Unidos y
    Europa
    Occidental, la atención a las noticias en general, y a las
    emitidas por televisión concretamente, no se constituye
    como factor que contribuya a la erosión
    del apoyo difuso al sistema político, ni a la
    extensión de los sentimientos de desafección
    política. Al contrario, aquellos expuestos de forma
    consistente a los informativos y a las campañas
    electorales, se presentan como los mejor documentados en
    términos políticos, los que más
    confían en el gobierno y el sistema político, y los
    más participativos en términos electorales
    (García Luengo, 2002: 97).

    Este enfoque, al igual que el resto de las
    teorías de la movilización, recupera la
    tradición de la Escuela de
    Columbia la cual concebía a los medios como ejecutores de
    una fuerza positiva sobre la democracia, como elementos
    fundamentales para la consecución de una
    profundización democrática efectiva. Si bien se
    trata de una contribución esencialmente teórica,
    sus conclusiones son muy consistentes y compatibles con
    detallados resultados de carácter empírico que se
    proporcionan en el volumen en
    cuestión, los cuales se conforman sin duda como una
    encomiable evidencia científica de apoyo a su
    posición. El problema de darle una validez a la
    teoría del círculo virtuoso, y en realidad a
    cualquiera de las dos teorías alternativas presentes en
    está área, videomalestar y movilización,
    reside en el hecho de que los efectos de los procesos
    comunicativos son difusos y operan acumulativamente a lo largo de
    una vida de exposición a los informativos, más que
    ser un impacto particular de un mensaje concreto, lo cual nos
    remite de nuevo a las discusiones de las que se hablaba en el
    apartado anterior sobre las complicaciones inherentes a los
    procesos de transmisión, formación y
    afirmación de la cultura política de los
    ciudadanos.

    La autora rescata como base de sus consideraciones
    respecto al tema, la gran lacra observada en los estudios que han
    intentado durante décadas descifrar la lógica
    temporal de la influencia de los medios de comunicación en
    la cristalización de actitudes comprometidas con la vida y
    el proceso políticos, es decir, el establecimiento del
    sentido de la causalidad (Nye, 1997: 6; Pfau, Moy, et al, 1998:
    741).

    La superación de esta problemática,
    presente como se insistía con anterioridad en el caso de
    la cultura política, plantea una gran cantidad de
    dificultades técnicas, metodológicas y
    epistemológicas (Cappella, 2002: 235), por la complejidad
    de la naturaleza específica del proceso de
    comunicación per se. En definitiva, Pippa Norris
    viene a proponer una solución planteada, en algunos casos
    con anterioridad, no sólo en otros campos, como se
    insistía al presentar la noción de cultura
    política, sino también en el propio terreno de la
    comunicación, como se adivinaba en algunos
    volúmenes dedicados al análisis en profundidad de
    esta interconexión (Cappella y Jamieson, 1996: 83; Pfau,
    Moy, et al, 1998, 741; Moy y Pfau, 2000: 31-48; (Hooghe, 2002: 7;
    Putnam, 2002: 293).

    "¿Es el negativismo mediático el que
    reduce la confianza pública, o son los
    políticamente cínicos los que se sumergen en esas
    fuentes de
    comunicación masiva que reflejan sus actitudes?
    Probablemente ambas
    " (Pfau, Moy, et al, 1998:
    741).

    "La investigación sobre el impacto de los
    medios se parece al dilema del huevo y la gallina, y con la
    dimensión del consumo mediático es muy
    común que la dirección de la causalidad
    permanezca sin determinar"
    (Hooghe, 2002: 7).

    Norris propone en este sentido un arreglo circular,
    insistiendo en que el proceso de comunicación
    política puede entenderse como un círculo virtuoso
    (Norris, 2000: 315-319), como contraposición a la idea de
    círculo vicioso, puesto que a largo plazo refuerza el
    activismo de los activos, el
    interés de los interesados, el
    conocimiento de los ilustrados7, el compromiso de
    los comprometidos, el entendimiento de los competentes o, en
    definitiva, la afección de los afectos. Precisamente al
    observarse el funcionamiento del mecanismo como un
    círculo, como una espiral, se puede hablar de una doble
    direccionalidad; el más informado políticamente, el
    que más confía y el más participativo, es el
    que más se expone a la cobertura mediática de los
    asuntos públicos; aquellos que más expuestos
    están a la cobertura mediática de los asuntos
    públicos, se hacen más comprometidos con el sistema
    político.

    Sin embargo, después de hacer un recorrido por
    las contribuciones teóricas más influyentes, de
    alguna forma es trivial entretenerse en localizar el origen de
    esta dependencia o conexión, precisamente por las
    evidentes dificultades técnicas y metodológicas,
    según algunos autores imposibilidad efectiva (Zukin, 1981:
    382), encontradas en este empeño. En definitiva, lo
    significativo, lo trascendente de verdad, es que la
    exposición a los medios no está relacionada con la
    desafección política.

    "Los más versados en cuestiones
    políticas, los que más confían, y los
    más participativos, se muestran más proclives a
    atender la cobertura informativa sobre asuntos públicos.
    Y aquellos más atentos a la cobertura sobre asuntos
    públicos se comprometen más con la vida
    pública"
    (Norris, 2000, 317).

    Básicamente, pues, la contribución de
    Norris a las teorías de la movilización radica de
    forma fundamental en ese paso adelante en el intento de encontrar
    una solución a las limitaciones existentes para establecer
    las direcciones causales, sin menoscabo del valioso trabajo de
    análisis que también presenta.

     

    Dimensiones básicas
    para la discusión

    Lo que parece interpretarse de todas estas reflexiones
    planteadas es que para llevar a cabo un riguroso análisis
    de la relación existente entre, por un lado, la
    exposición mediática y, por otro, el grado de
    implicación o compromiso político, es necesario
    contemplar una serie de elementos que, sin duda, nos van a dar
    una visión más completa y exacta de la
    problemática bajo examen.

    En primer lugar, es fundamental, como se venía
    adelantado, la distinción entre los diferentes soportes
    mediáticos. Las teorías del videomalestar mostraron
    una particular deferencia por el análisis de la
    televisión en concreto, lo cual derivó en muchos
    casos en conclusiones cuando menos incompletas. Los
    planteamientos más actuales que acaban por establecer una
    corriente alternativa a la del malestar mediático, han
    venido contemplando un análisis diferenciado de otros
    soportes como la radio, la
    prensa escrita e, incluso, Internet (Uslaner, 2000). Esta
    concreción encuentra justificación en la diferencia
    potencial que parece observarse en relación con el perfil
    de las audiencias en cada caso. En este sentido, puede haber
    claros contrastes entre la televisión y los
    periódicos de información general.

    En segundo lugar, se hace esencial diferenciar entre los
    contenidos, partiendo de una distinción entre los de
    carácter informativo (esencialmente noticias) y los de
    entretenimiento.

    En este punto se hallan algunas limitaciones
    conceptuales puesto que el solapamiento observado hace complicado
    diferenciar estos contenidos, sobre todo desde un plano
    práctico. Si bien se puede diferenciar entre
    entretenimiento, publicidad,
    pseudo-noticias y noticias, también se debe reconocer que
    en muchos casos los contenidos de carácter no-informativo,
    también incluyen elementos importantes de noticias e
    información relacionada con la política, es decir,
    tienen significado político8.

    "No es la forma sino los contenidos
    mediáticos lo que es más importante: el
    tratamiento serio y en profundidad de las noticias, tanto en
    los medios
    electrónicos como en los impresos, puede informar y
    movilizar, mientras que un tratamiento superficial y
    sensacionalista podría inducir a malestar"
    (Newton,
    1998: 5).

    "La exposición a la información de
    naturaleza política tanto en la televisión como
    en los medios impresos, está relacionada con una
    visión menos alienada de lo político y con
    mayores niveles de participación
    política.

    Por el contrario, la alineación y la baja
    participación tienden a estar asociadas con la
    exposición a contenidos relacionados con el
    entretenimiento en medios escritos y televisivos
    "
    (Holtz-Bacha, 1990: 81).

    En relación con la distinción de los
    diversos soportes, cabe mencionar con una atención
    especial un ámbito de análisis emergente con gran
    fuerza en los últimos años, dados los crecientes
    niveles de difusión que este soporte está
    experimentando, lo que sin duda va a determinar la
    investigación en comunicación política en un
    futuro no muy lejano. Nos referimos al fenómeno de
    Internet. Este soporte concreto, aún conscientes de los
    obstáculos analíticos que contiene su examen,
    está cada vez más presente en investigaciones
    académicas enmarcadas en este lugar de la
    comunicación política.

    Sin embargo, y con mucha probabilidad por la falta de
    bases de datos
    que permitan una adecuada exploración, las conclusiones
    que van apareciendo en el plano científico no parecen
    acordar el tipo de conexión entre los internautas y la
    desafección política. Algunos estudios (Uslaner,
    2000: 21-22) insisten en que no hay evidencia suficiente para
    asegurar que la exposición a Internet genera, o deja de
    generar, ánimos de desconfianza pública, y que las
    posibilidades asociativas que abre este medio no compiten con las
    tradicionales formas de asociacionismo, por lo que se interpreta
    que no contribuye a restringir el capital social. Otros
    análisis revelan la amenaza que supone para el capital
    social la proliferación de las denominadas
    "ciber-comunidades", las cuales sí acaban compitiendo con
    las formas tradicionales de asociacionismo. Este hecho sugiere
    que la investigación sobre Internet debe enfocarse no
    sobre las horas de consumo, sino sobre el objetivo con el que se
    conecta el usuario a la Red. Otro de los aspectos
    que se resalta es la compatibilidad de este formato con el resto
    de soportes clásicos, es decir, que la existencia de
    nuevos canales de información no desplaza a los
    tradicionales medios de comunicación (Norris, 2002: 9). En
    cualquiera de los casos, las investigaciones planteadas
    recientemente en este terreno se encuentran en un lugar
    común: las dificultades analíticas que este tipo de
    proyectos
    presentan al encontrarnos con problemas de solapamiento.
    Finalmente, se debe mencionar que Internet no gozaba de una
    difusión tan alta como la de hoy cuando se consolidan las
    reflexiones que institucionalizan las teorías del
    malestar, lo que impide tratar este soporte a los investigadores
    circunscritos en esta corriente, los cuales se centran de forma
    principal en la televisión, el medio considerado entonces
    de más repercusión.

    Con el cambio de siglo, coincidiendo con la
    pérdida de ese protagonismo del contexto mediático
    de los Estados Unidos en favor de otras unidades de
    análisis, el número de investigaciones que
    concluyen estos mismos resultados no hace sino multiplicarse. La
    variedad de países a los que se le aplica la misma
    lógica de análisis, muchas de las veces aplicando
    una perspectiva comparada, y la diversidad metodológica
    que se recogen en estos estudios es digna de mención.
    Voltmer y Schmitt-Beck (2001), deciden comprobar cuál es
    el peso específico de los medios informativos en los
    complejos procesos de consolidación democrática
    tanto en Latino América9, como en el Sur y Este
    de Europa, llegando a la conclusión de que la
    exposición mediática en los países bajo
    examen está positivamente relacionada con eficacia interna
    de los ciudadanos, con la movilización cognitiva, con la
    participación activa, y con la evaluación
    positiva de los actores e instituciones democráticos;
    "No hay casi evidencia empírica que apoye un malestar
    inducido desde los medios […]. En contra de muchos que critican
    los beneficios mediáticos para garantizar la viabilidad
    democrática, este estudio empírico presentado
    apunta a un papel positivo de los medios en el proceso de
    consolidación democrática
    " (Voltmer y
    Schmitt-Beck, 2001: 23).

    El desarrollo de este campo de estudio ha producido la
    ampliación de los contextos de aplicación de este
    mismo tipo de análisis. En este sentido, se encuentran
    estudios que intentan explorar estas mismas conexiones en el
    contexto electoral de las denominadas consultas de segundo orden,
    como por ejemplo los referéndums (Vreese y Semetko, 2002)
    o las elecciones para la selección
    de los miembros integrantes del Parlamento Europeo (Schoenbach y
    Lauf, 2002), que contribuyen a verificar las mismas
    hipótesis en escenarios distintos.

    Uno de los principales puntos de fractura entre las
    teorías del malestar mediático y las de la
    movilización, reside en los efectos perversos para la
    democracia en general, y para el grado en el que se involucran
    los ciudadanos en ella específicamente, del supuesto
    negativismo10 proyectado por los medios. Paul Martin
    incluso llega a argumentar que no existe ninguna razón
    para que, en el caso concreto de la participación
    política electoral, esta dinámica impida una concurrencia masiva a
    las urnas: la extensión de ese negativismo impacta en una
    percepción política que asume que
    existe mucho en juego, lo que
    revierte de forma directa en la generalización de una
    conciencia de
    cambio o permanencia que, asimismo, acaba derivando en el aumento
    de la participación en las urnas (Martin, 2001: 25). Esta
    teoría ha gozado de gran aplicabilidad en la historia electoral
    española de las últimas dos
    décadas.

    Además, las teorías de la
    movilización son compatibles de alguna forma con una
    interpretación downsoniana de la participación
    política en general, y de la participación
    electoral más concretamente, la información
    provista desde los agentes mediáticos facilitan el proceso
    por el cual los ciudadanos asimilan la información
    requerida para poder participar, lo que implica para el
    público un "ahorro" en
    términos de tiempo y esfuerzo. Consiguientemente, si se
    interpreta el voto en función de
    un frío cálculo de
    costes y beneficios, como expresa la conocida propuesta de la
    elección racional, se puede argumentar que los medios nos
    ahorran el trance de tener que gestionar procesos
    específicos por cuenta propia con el objeto de adquirir la
    información de carácter político necesaria
    que nos permita una participación documentada en el
    proceso político.

    Por otro lado, los autores circunscritos a esta escuela
    le conceden una gran relevancia a los niveles educativos y al
    grado de cualificación intelectual del público a la
    hora de estudiar los efectos que los procesos comunicativos en el
    ámbito de lo político pudieran provocar.

    En este sentido, la combinación del incremento de
    los niveles educativos, por un lado, y del más
    fácil acceso a mayores cantidades de información
    política, por otro, han favorecido la movilización
    ciudadana, tanto en el nivel cognitivo como en el del comportamiento.

    Uno de los espacios donde se han introducido ciertos
    cambios de estrategia ha afectado al elenco de variables que
    tradicionalmente se han considerado como independientes. En
    primera estancia, destacan en este sentido las variables que
    podrían encajar dentro de las dimensiones donde toman
    forma los clásicos controles sociodemográficos. Sin
    embargo, se ha encontrado estudios experimentales donde se ha
    explorado el papel del nivel educativo en la reacción ante
    el negativismo de los medios, que confirman la actuación
    de esta variable en la superación de la denominada "laguna
    de conocimiento" ("Knowledge Gap"). También Michael
    Pfau, Patricia Moy y sus colegas reconocen el papel del
    conocimiento previo como antídoto para disminuir la tendencia
    decreciente de confianza en las instituciones públicas
    (Pfau, Moy, et al, 1998: 739-740). En este mismo sentido, se
    puede ver como otros estudios ejecutan la conversión de lo
    que en las observaciones habituales de área han
    considerado variables dependientes (indicadores de la
    desafección política) en variables intervinientes,
    esto es, en variables que, junto a las variables independientes
    mediáticas, ejercen una clara influencia en el rendimiento
    de la desafección. En este sentido, se pueden destacar los
    estudios de Peer, Malthouse y Calder (2003) donde consideran el
    interés en la política como dimensión que
    intercede significativamente en las dinámicas de
    interrelación de entre variables dependientes e
    independientes, o la investigación propuesta por
    Schoenbach y Lauf (2002) donde también chequean el
    patrón de interconexión observado entre el consumo
    de televisión y la participación electoral, con la
    actuación del interés político como
    dimensión intermedia.

    Otro ejemplo más en esta línea, lo
    representa el trabajo de
    Kang y Kwak (2003), donde los autores plantean con éxito
    en su análisis multinivel no sólo la
    implicación de las variables de exposición
    mediática en la participación cívica de los
    ciudadanos, sino también la mediación significativa
    de algunas variables residenciales, como por ejemplo la
    extensión temporal de la residencia en el mismo
    vecindario.

    También se han encontrado algunos estudios que se
    concentran en determinados colectivos susceptibles de ser, tras
    la aplicación de análisis estadísticos,
    especialmente desafectos.

    Es el caso de los grupos de edad
    más jóvenes, quizá más vulnerables en
    el proceso de exposición a los medios y a su eventual
    negatividad.

    Éstos tienen básicamente el objeto de
    comprobar si los efectos movilizadores, o narcotizantes, de los
    medios se produce por igual en todas las cohortes de edad. Este
    es el caso del estudio presentado por Joe Cutbirth
    (2003).

    Por otra parte, parece interesante destacar que algunos
    de los últimos estudios subrayan la tenencia en cuenta de
    otro factor que sí parece tener algo que decir en estas
    dinámicas bajo estudio. Si es cierto que los principales
    artículos provenientes de la movilización
    política aseguran que se debe diferenciar entre, primero,
    soportes mediáticos (televisión, prensa, radio,
    Internet) y, segundo, contenidos (entretenimiento e
    informativos), una última generación de
    análisis sobre el tema resalta asimismo la
    obligación para mejorar el modelo de
    análisis de la distinción entre canales en el caso
    de la televisión, esto es, entre canales privados o
    comerciales y canales públicos (Holtz- Bacha y Norris,
    2001; Hooghe, 2002). En concreto, el argumento destaca que la
    exposición a canales públicos, teóricamente
    entregados a ofrecer contenidos más culturales como
    servicio
    público, tienen unos efectos positivos en las cotas de
    afección política. Quizá esto está
    relacionado fuertemente con los contenidos, siendo la tendencia
    natural de los canales privados a proyectar contenidos
    esencialmente sensacionalistas, como estrategia para la
    búsqueda de una audiencia cada vez más preciada y
    competida. Esto explicaría, quizás, las diferencias
    entre el caso norteamericano y el europeo, donde las
    dinámicas estructurales de los medios de
    comunicación en esta dimensión concreta, son muy
    diferentes, lo que hace en algunos casos inaplicables las
    teorías del malestar mediático en el viejo
    continente.

    "Los efectos de la televisión pública
    deberían tenerse en cuenta más
    explícitamente.
    No encontramos ninguna evidencia que apoye que los canales
    públicos verdaderamente refuerzan las actitudes
    cívicas, pero al menos parece que sí tiene un
    efecto mitigante"
    (Hooghe, 2002: 21).

    También puede destacarse la concepción del
    tiempo como un juego de suma cero, hallada en algunos de las
    investigaciones. Como apuntan algunos autores, da igual el
    contenido al que las audiencias atiendan puesto que como aseguran
    entre otros Putnam (2002: 253-273) y Hooghe (2002: 3-7), el
    tiempo que los ciudadanos dedican a los medios de
    comunicación, ya sea ver la televisión, leer prensa
    o navegar por Internet, es tiempo que no pueden dedicar a
    actividades de carácter socio-político;
    "Más tiempo dedicado a la televisión signifi- ca
    menos tiempo para la vida social
    " (Putnam, 2002: 318). Pero
    esto sólo serviría para la participación
    activa de carácter político y social, puesto que a
    la hora de analizar las actitudes subjetivas hacia el sistema
    político en general, una parte muy importante de la
    desafección política, esta concepción
    temporal se convierte en inaplicable.

    Lo que se ha intentado a lo largo de estas líneas
    ha sido plantear las posiciones determinadas por cada una de las
    corrientes, insistiendo en la creciente complejidad y
    concreción de las investigaciones en este
    campo.

    Se han contemplado análisis de los diferentes
    formatos11, en las diversas dimensiones de la
    desafección12, con múltiples
    métodos13, y variadas unidades de
    análisis14. Durante este pasaje se ha
    pretendido plasmar la referencia teórica tomada como
    referencia por la comunicación política para actuar
    en este ámbito concreto de investigación. Como
    avanzaba al comienzo de este apartado, la distinción entre
    las teorías del malestar y las de la movilización
    se hace en algunos casos complicada a causa de las continuas
    matizaciones y reformulaciones observadas. Fundamentalmente, se
    han intentado simplificar las contribuciones de dos posiciones
    genéricas enfrenadas: por un lado, el primero de los
    enfoques teóricos blande los efectos negativos de los
    medios de comunicación en general, aunque de forma
    particular la televisión, en el compromiso político
    de los ciudadanos, esto es, en la desafección
    política; por otro lado, las teorías de la
    movilización planteaban que la distinción de
    contenidos, sensacionalistas e informativos, y de soportes,
    básicamente televisivos y escritos, replantea toda la
    argumentación formulada durante los años setenta
    bajo el protagonismo de Michael Robinson. Cuanto más
    específico se ha hecho el análisis, mayores
    dificultades se han observado para presentar las dos perspectivas
    como compartimentos estancos.

    Estos inconvenientes han hecho que, al menos para la
    exposición organizada, las teorías de la
    movilización se hayan concebido aquí casi como una
    categoría residual, es decir, como una especie de
    cajón de sastre donde se han incluido las aportaciones que
    han cuestionado el principal argumento del videomalestar: la
    exposición al negativismo mediático televisivo,
    independientemente de contenidos, acaba por separar a los
    ciudadanos de unas actitudes comprometidas con la vida
    política. Asimismo, se distinguen algunos análisis
    que vienen a plantear que, atendiendo a una concepción
    amplia y compuesta de la afección política, se
    podrían encontrar algunas dimensiones de esta
    noción de forma especial afectadas por la acción
    mediática, mientras que otras podrían permanecer
    casi inmunes15 (Miller, Goldenberg y Erbring, 1979).
    En este sentido, se puede comprobar que algunos autores
    encuentran evidencia empírica para las dos posiciones,
    dada la extrema complejidad de estos procesos de
    interacción socio-comunicativos en la que coinciden, e
    insisten, la mayoría de ellos16.

     

    Conclusiones y retos futuros
    de la investigación

    La fotografía
    que se ha podido obtener de la situación revela la extrema
    complejidad de la relación entre estos dos ámbitos,
    exposición mediática y desafección
    política. Durante el pasaje se han revisado las dos
    posiciones fundamentales generadas en el seno de la
    comunicación política para interpretar el
    asunto.

    Asimismo, se han identificado los principales
    obstáculos para descifrar concluyentemente la
    interacción mencionada.

    En definitiva, parece que se hace esencial en el
    análisis empírico la tenencia en cuenta de las
    diversas dimensiones de la desafección política,
    como también a la distinción de diferentes
    contenidos, tonos, soportes y contextos
    político-mediáticos en los que los medios
    actúan. Las investigaciones en esta área han dado
    diferentes resultados conforme la elección de la variable
    dependiente haya sido una u otra (el interés, el
    conocimiento, la participación, la confianza, la eficacia,
    o el entendimiento político, entre otros). Asimismo, en el
    proceso de interconexión tienen un alto grado de
    intervención los diferentes tipos de contenidos
    mediáticos (estrictamente informativos o dedicados al
    entretenimiento), el grado de negativismo de la
    información recibida, los soportes mediáticos de
    los que los ciudadanos hagan uso (prensa, televisión,
    radio, Internet) y, finalmente, el país concreto de
    referencia donde existe un contexto político y
    mediático específico y diferenciado.

    La tenencia en cuenta de todas estas dimensiones
    conlleva dificultades prácticas y operativas obvias,
    aunque nos facilitaría la tarea de hallar un modelo
    explicativo realmente completo que nos permitiese avanzar en este
    azaroso camino.

    En relación con las consideraciones de
    carácter metodológico ha de decirse que los
    estudios que tomaron como referencia la hipótesis del
    malestar mediático han trabajado de forma habitual con
    series temporales, comparando el contenido mediático y los
    datos estadísticos a nivel agregado (Patterson, 1994), o
    con experimentos que
    medían la influencia de un único estímulo
    mediático sobre un nivel concreto de la desafección
    (Capella y Jamieson, 1997). La investigación desde los
    presupuestos
    de la movilización política normalmente
    empleó datos de encuesta a
    nivel individual pero sin contar con la naturaleza de los
    contenidos (Holtz-Bacha, 1990).

    En principio, la combinación de estas dos
    estrategias
    metodológicas podría conllevar un paso adelante en
    el complejo proceso de aclarar la interconexión. En este
    sentido, parecería relevante incluir los resultados de
    análisis de contenido en el nivel individual, por ejemplo,
    vinculando el uso personal de diferentes contenidos en los medios
    a los niveles individuales de desafección, y comparando la
    diferente in- fluencia de los diversos contenidos
    mediáticos en cada país. Es cierto que esto
    requiere una colección de datos muy complicada de generar,
    puesto que se necesitaría incluir en ella el
    análisis de contenido de diversos soportes y diferentes
    medios, por un lado, y datos de encuesta sobre exposición
    mediática y medidas de desafección política,
    por otro.

    Finalmente, con el objeto de poder superar asimismo las
    restricciones ordinarias del uso de datos de encuesta en el caso
    concreto del establecimiento del sentido de la causalidad,
    sería necesario emplear panel o técnicas
    experimentales.

    Las limitaciones constantes que se han encontrado para
    poder determinar de forma definitiva la controvertida
    relación entre las dos dimensiones bajo examen, quedaban
    ya recogidas por Cliff Zukin hace más de dos
    décadas, al asegurar que la cuestión de si los
    medios de comunicación han contribuido al aumento del
    malestar político probablemente no sea nunca
    satisfactoriamente contestada (1981: 382). Este trabajo nace con
    esa vocación, con la voluntad de señalar diferentes
    vías para avanzar en el complicado camino de descifrar
    esta trama, intentando superar las barreras que se han acumulado
    durante décadas en este rincón de la
    investigación en comunicación política. Por
    ello, para salvar las carencias presentadas por algunos de los
    trabajos más relevantes circunscritos en esta área
    de estudio, se apuesta por la complementariedad de propuestas
    teóricas, la incorporación de diferentes enfoques y
    la combinación de diversas estrategias empíricas,
    con el objeto de la superación de estos límites y
    con la con- fianza de la contribución de estas reflexiones
    al fragoso camino que lleva recorrido la comunicación
    política.

     

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    Notas

    1. A lo largo del trabajo se manejarán los
    términos "teorías de la desmovilización",
    "teorías del malestar mediático" y "teorías
    del videomalestar". Salvo las pequeñas matizaciones
    contempladas en el texto, podrán considerarse
    sinónimos los tres conceptos, usándose en la
    mayoría de los casos indistintamente.

    2. En este sentido, destaca el ejemplo de un
    análisis desarrollado por Claes H. De Vreese y Holli A.
    Semetko (2002). Estos autores estudian el papel de los medios en
    el cinismo y el compromiso políticos alrededor de la
    campaña electoral con ocasión del referéndum
    de aprobación de la moneda europea única en
    Dinamarca en el año 2000. Tras el desarrollo de la
    investigación, llegan a unas conclusiones que parcialmente
    apoyan las dos perspectivas, la del videomalaise y la de
    la movilización. Por un lado, observaron que cuanto
    más expuestos estaban los daneses a noticias
    estratégicas, mayores cotas de cinismo político
    mostraban. Por otro lado, la exposición mediática a
    este mismo tipo de noticias no supuso ninguna reducción de
    la movilización política o, en otras palabras, el
    consumo de medios en este caso concreto no está
    relacionado con el desinterés, la desmovilización o
    la participación política en su vertiente
    electoral.

    3. La discusión entre los términos
    videomalestar y malestar mediático, obedece simplemente a
    los soportes comunicativos que han dominado en los diferentes
    períodos de la evolución de la comunicación
    política. Cuando Michael Robinson acuñaba el
    término videomalestar, no hacía sino dejar
    constancia del protagonismo de la televisión en los
    estudios sobre el panorama mediático de los años
    setenta y comienzo de los ochenta. Las contribuciones posteriores
    han preferido referirse a media malaise, un término
    más completo, menos discriminante, con la intención
    de contemplar la trascendencia de otros medios como los escritos
    en este proceso de desencanto político.

    4. El trabajo del que ha sido considerado el padre del
    videomalestar fue criticado por otros autores, como Daniel Hallin
    (1994: 41) o Arthur Miller, Edie Goldenberg y Lutz Erbring (1979:
    68), precisamente por no incluir un análisis de contenido,
    dando por hecho la negatividad de los contenidos
    mediáticos: "Sin embargo, el estudio de Robinson tiene
    un error crítico. Está basado en la
    asociación entre actitudes políticas (eficacia y
    confianza en el gobierno) y informes sobre
    hábitos mediáticos (confidencia en la
    televisión frente a otros medios), pero no contiene
    medidas de lo que desde la propia posición teórica
    de Robinson se constituye como la auténtica variable
    independiente: el contenido de las noticias televisivas
    "
    (Hallin, 1994: 41) 5. A este hecho se refiere exactamente Pippa
    Norris, quien dedica un capítulo de su volumen a tratar el
    excepcionalismo americano –American Excepcionalism?-
    (Norris, 2000: 279-306).

    6. Las posiciones derivadas de las
    investigaciones son, a veces, un tanto indeterminadas y ambiguas,
    situándose entre las teorías de la
    desmovilización y las de la movilización. El caso
    de la contribución de Robert Putnam da cuenta de ello: si
    bien se puede decir que es uno de los autores de referencia del
    malestar mediático, él mismo reconoce que ajustando
    algunas categorías en el análisis, las matizaciones
    podrían acercar su perspectiva a las teorías de la
    movilización.

    7. Algunos estudios posteriores (Peer, Malthouse y
    Calder, 2003: 12) critican esta visión circular puesto que
    hay algunas categorías, como por ejemplo el conocimiento,
    en las que los que puntúan bajo lo tienen más
    fácil para incrementar estos registros tras la
    exposición mediática, que los que ya se consideran
    competentes en esa misma dimensión.

    8. Este hecho contribuye a que algunos autores
    desarrollen investigaciones en las que se explora el impacto de
    algunos formatos de entretenimiento, en las percepciones
    políticas de los ciudadanos. En este caso, destaca el
    trabajo presentado por Joe Cutbirth (2003) en la Conferencia
    Anual de la Asociación Americana de Ciencia
    Política
    (APSA).

    9. Otros de los pocos estudios que toman la realidad
    latinoamericana para desarrollar verificaciones empíricas
    en esta dirección, el desarrollado por William Portath
    (2002), no acaba por encontrar una tendencia consistente que
    conecte positivamente, tampoco negativamente, la
    exposición a la televisión en el caso argentino,
    aunque sí en el caso de Chile.

    10. A este respecto, aparecen categorías que,
    aunque no se vinculan directamente con la ambición de este
    proyecto doctoral, se advierten sistemáticamente en las
    investigaciones que dan forma a este campo de estudio.
    Éstas tienen que ver más concretamente con la
    veracidad e intencionalidad de ese negativismo, lo cual nos
    llevaría al campo de la evaluación de la actividad
    mediática, que está excluido de los objetivos de
    este estudio. ¿Es cierto que la información
    política en los medios es crecientemente negativa porque
    las instituciones democráticas son cada vez menos
    eficaces? Parece que no es un problema actitudinal sino
    substancial, ya que la desafección es la respuesta
    racional a hechos reales (Pfau y Moy, 2000: 32), o el mismo
    Marshall McLuhan declaró "las noticias reales son
    negativas
    " (Pfau y Moy, 2000: 69).

    11. Se ha podido comprobar la existencia de estudios que
    dedican exclusivamente su atención a determinados soportes
    como la televisión (Maurer, 2003), la prensa escrita
    (Miller, Goldenberg y Erbring, 1979), la radio (Pfau, Moy, et al,
    1998), Internet (Uslaner, 2000), o combinación de varios
    (García Luengo y Schreiber, 2004).

    12. Entre estas dimensiones que han recibido
    atención exclusiva se puede destacar la
    participación política (Peer, Malthouse y Calder,
    2003), la confianza política (Moy y Scheufele, 2000), o la
    satisfacción con la democracia (Maurer, 2003).

    13. Los principales métodos empleados que se han
    podido distinguir han sido el análisis estadístico
    (García Luengo, 2002; Hooghe, 2002), el análisis de
    contenido (Patterson, 1994), o la combinación de varios
    (Moy y Pfau, 2000; Martín, 2001; Vreese y Semetko,
    2002).

    14. Si bien la mayor proporción de estudios
    dedican su atención exclusiva a los Estados Unidos de
    América.

    15. Un buen ejemplo de esta particularidad descrita lo
    constituyen los estudios de Arthur Miller, Edie H. Goldenberg y
    Lutz Erbring (1979), y de Claes H. De Vreese y Holli A. Semetko
    (2002).

    16. Entre los que específicamente resaltan la
    complejidad de este terreno de la investigación en
    comunicación destacan Kenneth Newton (1998), Patricia Moy
    y Michael Pfau (2000), Claes H. De Vreese y Holli A. Semetko
    (2002), Putnam (2002), o Peer, Malthouse y Calder
    (2003).

     

    Óscar García Luengo (*)

    (*) Óscar García
    Luengo:
    Doctor en Ciencia Política
    por la Universidad Complutense de Madrid. Experto en
    Análisis de Datos por el Centro de Investigaciones
    Sociológicas. Profesor en la Universidad de Granada.
    Coordinador Académico del programa de
    "Máster Inter-Universitario en Marketing
    Político: Estrategias y Comunicación
    Política" de la misma universidad. Ha impartido docencia en la
    University of California at Berkeley, University of Saint Louis y
    la Universidad Técnica de Machala (Ecuador).

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