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Extranjería, nacionalidad, ciudadanía




Enviado por Colectivo Ioé



     

     

    I. La preocupación por
    la
    inmigración: ¿síntoma o
    desplazamiento?

    La realización de jornadas de debate, foros
    de encuentro y espacios de intercomunicación acerca de las
    cuestiones ligadas a la inmigración parecen un hecho
    positivo. Sin duda, el intercambio y el debate pueden ayudarnos a
    encontrar pistas para la acción
    social transformadora de la realidad, que a buen seguro no nos
    resulta del todo acogedora, puesto que nos tomamos la "molestia"
    de acudir a estos foros. Se trata, pues, de hablar y debatir
    acerca de la inmigración. Sin embargo, no me parece
    oportuno entrar directamente al tema, sin levantar antes la vista
    y mirar algo más allá, sin alejarnos demasiado del
    entorno social inmediato.

    Según los datos oficiales,
    más o menos ajustados, pero en todo caso indicativos del
    orden de magnitud, a finales de 2001 en Euskadi había
    96.000 desempleados (cifras de la Encuesta de
    Población Activa) y menos de 20.000
    extranjeros (estadísticas de residentes extranjeros), no
    todos inmigrantes "económicos". Desde la perspectiva de la
    población autóctona –la que mayoritariamente
    acude a jornadas y debates o adquiere publicaciones
    especializadas- existen vínculos mucho más fuertes
    con los desempleados, que son nuestros parientes, amigos,
    vecinos, o nosotros mismos; en cambio, con
    los inmigrantes las relaciones son bastante más
    débiles, esporádicas e incluso
    inexistentes.

    A pesar de ello, soy de la opinión que un
    foro de reflexión
    sobre el desempleo
    atraería a menos personas que otro –como
    éste- dedicado a las cuestiones vinculadas a la
    inmigración de origen extranjero. Y ésta
    sería una primera cuestión para la
    reflexión: ¿qué es lo que está
    focalizando nuestro interés
    sobre la inmigración?, ¿se trata del tema de
    moda?, ¿es
    una manifestación de espíritu solidario que se
    vuelca sobre este colectivo como podría hacerlo respecto a
    cualquier otro? ¿es una forma de canalizar nuestro
    compromiso cívico ante la
    frustración e impotencia que encontramos en otros
    ámbitos?.

    Los interrogantes pueden multiplicarse, y la respuesta
    no será seguramente unívoca. Lo importante, creo,
    es que de entrada deberíamos situarnos nosotros mismos
    como parte de la cuestión a reflexionar: el problema, el
    objeto, la cuestión no son "ellos" (los inmigrantes), en
    todo caso, no solamente "ellos", sino las cuestiones sociales y
    políticas que atraviesan el campo social
    que nos concierne a todos. Por eso, para situarnos con la
    perspectiva necesaria conviene dar un rodeo, ampliar el campo de
    visión.

     

    II. El escenario general:
    crecimiento y precariedad en un mundo jerarquizado y
    militarizado

    Las sociedades
    vasca y española han experimentado transformaciones
    importantes durante las últimas décadas del siglo
    XX. De modo muy resumido, podemos sintetizarlos comparando dos
    "modelos"
    sociales: el que se configuró en los años ’60
    y ’70 y el que surgió en las dos últimas
    décadas del siglo XX y llega hasta nuestros
    días.

    El primero de ellos se caracterizó por la
    urbanización e industrialización, acompañada
    de fuertes migraciones internas (en esa época Euskadi se
    constituyó en "polo de desarrollo" y
    ámbito receptor de inmigrantes) y exteriores
    (fundamentalmente hacia países europeos), la puesta en
    marcha de algunos elementos del Estado
    protector (seguro de desempleo, sistema
    público de seguridad
    social, enseñanza pública) y de la norma de
    consumo obrero
    (sostenido por la extensión del empleo
    asalariado, los créditos al consumo, la vivienda protegida,
    etc.). Tras el fin del franquismo se extendió la
    regulación y protección estatal, a través de
    la concertación laboral entre
    sindicatos y
    patronales, el desarrollo de competencias
    autonómicas, la extensión del sistema de
    jubilaciones, la cobertura sanidad universal, o el aumento de la
    edad de escolarización obligatoria. Este contexto
    generó la percepción
    mayoritaria de que era posible el "peno empleo" y que las
    posibilidades de "progreso", o movilidad social ascendente,
    estaban al alcance de los sectores populares. Se extendía
    la imagen de que
    se vivía en una "sociedad de
    clases medias", que crecía en sus franjas intermedias y se
    estrechaba en sus extremos inferior (la pobreza como
    un residuo a extinguir) y superior (disminución de las
    élites oligárquicas). Gráficamente, este
    modelo social
    podría ejemplificarse con la imagen de una
    cebolla.

    La crisis del
    modelo capitalista de posguerra se tradujo en el estado
    español a
    finales de los ‘70, entre otros rasgos, en los siguientes:
    el fin de las migraciones internas, una importante crisis
    industrial, la aparición y crecimiento del desempleo
    estructural masivo, la pérdida de empleo fijo y su
    reemplazo por puestos de trabajo
    temporales y precarios, además de un freno relativo a la
    acción protectora del Estado. El resultado es una
    creciente segmentación social: entre asalariados
    fijos y precarios, subempleados y parados de larga
    duración, clases medias ascendentes junto a sectores
    estancados o con movilidad social descendente. Paralelamente, una
    parte de los derechos garantizados por el
    estado pasan a ser prestaciones
    delegadas en instituciones
    y organizaciones
    sociales, en una dinámica que tiende a dejar en manos de la
    voluntariedad elementos que venían constituyendo la base
    de la ciudadanía social. Cuestiones como la
    pobreza (ahora
    bajo la nueva etiqueta de exclusión) que
    parecían desterradas de la agenda pública se
    instalan con fuerza
    acrecentada. En estas circunstancias crecen las actitudes
    defensivas (incluyendo cierto tipo de movilizaciones sociales) y
    el temor a las "novedades" en el ámbito social. Volviendo
    a la imagen gráfica que hemos utilizado, la antigua
    cebolla se ha ido estrangulando en su parte central, segmentando
    a asalariados fijos y con poder
    adquisitivo respecto de una amplia franja de precarios,
    subempleados y desocupados; por debajo, no desaparece la pobreza
    extrema mientras que por arriba se desarrollan sectores de
    cuadros profesionales y técnicos, y por encima de
    éstos, los grupos dirigentes
    –que ahora tienen cada vez una composición
    transnacional-, que son los que ajustan las clavijas al conjunto
    social. La antigua cebolla se ha transformado en algo más
    parecido a una guitarra o un contrabajo3.

    Los procesos
    sociales descritos en el ámbito estatal están
    relacionados con el modo específico de inserción en
    el orden internacional, que también ha experimentado
    transformaciones de gran calado. También de forma sucinta
    podemos hablar del tránsito de un período dominado
    por la bipolaridad y la guerra
    fría, a otro caracterizado por una globalización jerarquizada y militarizada.
    La crisis del modelo de desarrollo de posguerra (sistema
    fordista, estado protector) de mediados de los 70 dio lugar a una
    nueva estrategia,
    basada en el relanzamiento de los márgenes de ganancia,
    paralelo a un recorte de conquistas sociales. El llamado neoliberalismo
    no produjo tanto el desmantelamiento de la regulación
    estatal como su reorientación a favor de estrategias de
    acumulación de capital, el
    ejemplo paradigmático es el paso del Welfare al Workfare
    norteamericano, a través de la masivas inversiones
    estatales en la industria de
    guerra durante
    los ‘80. Este fortísimo proceso de
    concentración impulsó, por un lado, la "revolución
    tecnológica" basada en la informática y las comunicaciones
    y, por otro, aceleró la quiebra de la
    U.R.S.S. A partir de entonces se difunde la imagen de un mundo
    crecientemente "globalizado", como si se tratara de una estructura
    reticular horizontal, pluriforme y relativamente abierta, a la
    que los distintos espacios mundiales se irían
    "incorporando", de forma más o menos exitosa o
    accidentada. Esta imagen tiene, no obstante, mucho de construcción ideológica y de
    propaganda, en
    tanto que tiende a ocultar una dinámica de creciente
    jerarquización (desigualdades norte/ sur), un mayor
    control (por parte de entidades transnacionales como la
    OMC, el FMI, o el BM, en
    las que el multilateralismo se ve reducido a los intereses de un
    puñado de gobiernos y empresas
    multinacionales) y un poder militar concentrado (la
    constitución de los Estados Unidos
    como única gran potencia). La
    imagen de horizontalidad y "globalidad" tiende, pues, a difuminar
    las dinámicas de estructuración vertical,
    acumulación de poder e incremento de las
    desigualdades.

    En este último período, desde las
    instancias de poder que configuran la llamada "comunidad
    internacional" se intenta imponer un modelo que resultaría
    de obligado cumplimiento para los países del sur. En la
    práctica éste pasa por implementar los famosos
    "planes de ajuste estructural" impulsados por el Fondo Monetario
    Internacional, y someter las expectativas de desarrollo social
    a las exigencias de los grandes centros financieros. Así,
    bajo la consigna del pago de la deuda externa se
    reduce la escasa protección estatal a la población,
    sectores enteros de la producción se vuelven "inviables" y no
    competitivos, no cesa de incrementarse la crisis social y, con
    ella, las expectativas de buena parte de la población de
    emigrar hacia las sociedades prósperas. Pero aquí,
    la creciente liberalización de flujos que
    caracterizaría a la
    globalización nos muestra su
    carácter profundamente asimétrico:
    El flujo de capitales, casi completamente liberalizado,
    muestra un saldo neto favorable al "Norte" (los países
    ricos obtienen más de lo que invierten en las naciones
    pobres); por tanto, los flujos dominantes se mueven en la
    dirección Sur-Norte. En cambio, el
    intercambio mercantil va principalmente de Norte a Sur,
    debido a que las instancias transnacionales imponen el desarme
    arancelario a los segundos pero no a los primeros, que recurren a
    con frecuencia medidas proteccionistas (como la Política Agraria
    Común de la Unión
    Europea). Por su parte, los flujos de personas van…
    donde pueden. Por una parte, la extendida imagen de
    "invasión" que predomina en el Norte no da cuenta de la
    gran importancia de las migraciones Sur-Sur; tampoco tiene en
    cuenta cómo los países del Norte promueven
    frecuentemente inmigraciones de mano de obra cualificada,
    aprovechando los recursos
    formativos existentes en países menos desarrollados;
    además, bajo la propaganda contra la criminalidad
    organizada (mafias de tráfico de
    personas) y la supuesta relación entre
    inmigración y delincuencia
    se va construyendo la imagen del extranjero peligroso,
    operación que culpabiliza a las víctimas, borrando
    todo rastro de las responsabilidades del "Norte" en la
    movilización de las migraciones contemporáneas. En
    todo caso, parece importante interrogarnos sobre cuál es
    la coherencia de políticas que liberan los flujos de
    capital, reclaman el desarme arancelario y,
    simultáneamente, pretenden cerrar sus fronteras al
    desplazamiento de personas.

    ¿Liberalismo,
    cinismo, nuevo imperialismo?

    III. La inmigración
    extranjera: el caso específico de Euskadi en el marco del
    estado español: ¿cuestión de
    número?

    Tras este rodeo inicial podemos centrarnos directamente
    en el tema que nos convoca. La inmigración extranjera
    ¿nos afecta? ¿en qué medida?
    ¿cuáles son sus características? No es este
    el lugar para realizar un análisis pormenorizado, por tanto, me
    limitaré a señalar algunos rasgos que nos
    permitan:

    1) ir un poco más allá de las opiniones
    surgidas de experiencias limitadas y de la resonancia que tienen
    los mensajes mediáticos, y

    2) señalar algunas peculiaridades del "modelo
    inmigratorio" de Euskadi respecto a otras zonas del estado
    español.

    En primer lugar, prestemos atención a la magnitud del fenómeno.
    Claro que para medirlo tenemos, primero, que saber de qué
    estamos hablando. Etimológicamente "inmigrante extranjero"
    es toda persona que
    reside en un país proveniente de otro.

    Según esta definición, podemos constatar
    que en la década comprendida entre 1991 y 2001 el
    número de personas extranjeras en situación de
    residencia regular se incrementó un 207% en toda España (de
    360.655 a 1.109.060) mientras que en Euskadi lo hizo en un
    más discreto 107% (de 9.412 a 19.515). El resultado de
    estas evoluciones dispares significó que el conjunto de
    extranjeros que viven en el País Vasco representan un
    porcentaje menor respecto al conjunto del estado, en la
    actualidad (1,8%) que en 1991 (2,6%). Atendiendo tanto al
    volumen como a
    la composición de la inmigración podemos constatar
    que existen diferentes modelos migratorios territoriales. Por
    ejemplo, Baleares y Alicante se caracterizan por una mayor
    densidad
    (proporción de extranjeros sobre la población
    total) y el predominio de extranjeros de países del
    "primer mundo"; en Madrid y
    Almería, en cambio, la densidad alta está
    acompañada por mayorías del "tercer mundo"
    (latinoamericanos en Madrid, africanos en Almería); en
    cambio, Euskadi se caracteriza por una baja densidad y una
    composición más equilibrada de la población
    extranjeras (56% del tercer mundo, 44% del primero).

    Claro que ante esta descripción puede objetarse: extranjería no es sinónimo de
    inmigración, porque –como ha sostenido ya Manuel
    Delgado en estas mismas jornadas- la inmigración es una
    producción social "que se aplica, no a los inmigrantes
    reales, sino a algunos de ellos", a los que se inviste de ciertas
    características negativas" (extranjero, intruso, pobre,
    inferior o atrasado, etc.)4. De esta manera, lo
    "socialmente admitido" es que no hablamos de extranjería
    sino de una parte de estas poblaciones; así se produce una
    cierta invisibilidad de los extranjeros procedentes de
    países "ricos" y una sobreexposición de los
    originarios del "sur". Y aquí conviene no olvidar que las
    percepciones más o menos espontáneas de la
    población vienen reforzadas, cuando no preconfiguradas,
    por las intervenciones estatales, que construyen e impulsan tales
    diferencias5.

    Ante la "evidencia" de las imágenes
    socialmente construidas no es fácil asimilar datos como
    los siguientes: no es verdad que los europeos del "norte" vivan
    en España sólo como rentistas en busca de un
    clima
    agradable: la mayoría son personas activas que "ocupan"
    puestos de trabajo, escolares, recursos sanitarios, etc. Por
    ejemplo, en el sistema de Seguridad Social
    había, a finales de 2001, 170.000 cotizantes de
    países del Espacio Económico Europeo frente a
    176.000 africanos y 165.000 latinoamericanos; mientras que en las
    escuelas hay 30.000 alumnos del "primer mundo", sobre un total de
    107.000 alumnos
    extranjeros.

    En todo caso, partiendo de observaciones de sentido
    común podría argumentarse que la comunidad
    autónoma del País Vasco está en mejores
    condiciones que otras para establecer políticas dirigidas
    a lograr una inserción no conflictiva y más
    favorable a los derechos de los ciudadanos de origen extranjero.
    ¿Por qué?, pus porque estamos ante una
    población numéricamente reducida que,
    además, en buena parte se compone de personas de
    países de la Unión Europea. En ese sentido, tanto
    el esfuerzo presupuestario como los posibles "costes
    electorales", derivados de posibles resistencias y
    rechazos de la población autóctona, podrían
    ser limitados. Sin embargo, con ser esto cierto, también
    es necesario tener en cuenta que no es el número la clave
    de estos asuntos; una prueba de ello es que las percepciones
    ciudadanas y el debate se instalan en términos similares
    por doquier, haya o no presencia destacada de colectivos
    inmigrantes. Por tanto, los márgenes de maniobra
    políticos y ciudadanos dependen de los términos en
    que se construya la imagen acerca de lo que representa este
    fenómeno social. Y ello requiere reflexión sobre
    algunas cuestiones de fondo. Señalemos aquí un par
    de ellas.

     

    IV. Inmigración,
    ciudadanía y democracia

    En un primer abordaje, parece fácil establecer
    líneas divisorias respecto a las actitudes hacia los
    inmigrantes. De un lado, los xenófobos y racistas
    declarados; de otro, quienes muestran solidaridad,
    respeto o
    conmiseración por estas personas. Sin embargo, la
    pretendida claridad de estas fronteras comienza a diluirse cuando
    profundizamos algo en el asunto. Porque, ¿cuántos
    de los que nos situamos en el segundo grupo
    estaríamos dispuestos a admitir la plena igualdad de
    derechos de los inmigrantes, en tanto ciudadanos de esta
    sociedad? Aquí suele producirse la colisión entre
    dos principios que,
    habitualmente, suelen considerarse como legítimos y
    complementarios pero que, lógica
    y prácticamente, están en conflicto. Por
    una parte, en tanto democráticas, estas sociedades
    se sustentan e argumentos como la igualdad ante la ley y el
    principio de "una persona un voto". Por otra, en tanto
    sociedades-estado nacionales6, se da por
    supuesto que la legitimidad ciudadana corresponde
    únicamente (o en primer lugar) a "los del país" y
    sólo de forma subsidiaria, y siempre condicional, a "los
    de fuera". Así, lo que desde el segundo punto de vista
    aparece como legítimo e incuestionable ("prioridad a los
    de casa") choca con los postulados democráticos (igualdad
    de derechos de todos los ciudadanos). En definitiva, nos
    encontramos ante la necesidad de pensar y redefinir los conceptos
    de ciudadanía y democracia,
    desvinculándolos de alguna manera de la "nacionalidad
    de origen" y refiriéndolas bien a una ciudadanía
    universal o bien a una que se base en el criterio de la
    residencia. Cuestión que, como no se nos escapa, dista de
    ser simple y que nos sitúa ante contradicciones que no
    pueden de ninguna manera reducirse al simple esquema racismo/
    antirracismo que mencionábamos al comienzo de este
    apartado.

    Desde una postura consecuentemente democrática el
    horizonte que debería plantearse a los inmigrantes es el
    del pleno acceso a la ciudadanía: en tanto personas que se
    radican en esta sociedad deberían poder acceder a un
    estatuto formal libre de discriminaciones.

    Esto pasa por la plena vigencia de sus derechos
    políticos
    . Hoy este enunciado aparece como un objetivo de
    máximos pero, en realidad, debiera ser un mínimo
    desde la perspectiva democrática, puesto que se trata
    apenas de la garantía formal de poder defender sus
    derechos en pie de igualdad, de ninguna manera una
    garantía material de su real acceso a la
    igualdad7. De todas maneras este reconocimiento
    "meramente formal" tendría consecuencias de importancia:
    por ejemplo, permitiría afrontar el paternalismo que suele
    implicar la relación autóctonos/ inmigrantes,
    legitimar la presencia de estos en todos los ámbitos
    ciudadanos, incluso reducir la necesidad de atención
    diferenciada para los mismos (hoy "objeto de atención" de
    servicios
    sociales y de grupos solidarios) y redefinir algunas agendas
    políticas (pensemos, por ejemplo, en cómo
    podría afectar a la política municipal de
    segregación urbana practicada en El Ejido el derecho de
    voto de la población inmigrante).

    Sin embargo, no parece que este debate esté
    actualmente en el centro de la "cuestión migratoria".
    ¿A qué se debe este sintomático silencio?
    Entre las posibles respuestas a este interrogante nos interesa
    mencionar dos. En primer lugar, la "naturalización" de la
    concepción nacional de las sociedades, que da por
    supuestas cuestiones como el vínculo necesario entre un
    pueblo-un estado, la adscripción de las poblaciones a
    determinados territorios, o la centralidad de los estados
    nacionales. En la práctica los discursos
    universalistas o cosmopolitas son meros epifenómenos que
    no calan en profundidad en la firmeza con que se arraiga la
    concepción "nacional". Cuestión que no puede
    despacharse con la formulación de algunas consignas
    más o menos originales. Como señalaré
    más adelante, esto nos sitúa de ello en las
    contradicciones que caracterizan al núcleo del capitalismo
    contemporáneo.

    En segundo lugar, las actitudes de temor y rechazo hacia
    los inmigrantes por parte de sectores importantes de la
    población autóctona. El miedo a lo desconocido, a
    la "contaminación" e incluso a ser dominados
    (por pobres, bárbaros, salvajes, infieles…) no son
    sólo prejuicios o cuestiones explicables por la psicología de las
    multitudes. Por el contrario, se ven azuzados por inseguridades
    mucho más concretas, como el temor a un deterioro de las
    condiciones de vida materiales
    (por ejemplo, a perder el empleo o los recursos asistenciales del
    estado, debido a la competencia de
    los recién legados). Esto es
    lo que podríamos denominar como el síndrome de
    la cola y los colados
    : muchas personas autóctonas
    sienten que llevan mucho tiempo
    esperando turno para disfrutar algo de la prosperidad que
    caracteriza al capitalismo desarrollado; de repente nos dicen que
    llegan oleadas de gente a apuntarse al reparto ¡y que,
    además, no quieren guardar turno! (es aquí donde
    cala el mensaje de la "invasión", aun en situaciones en
    que las cifras de nuevos flujos
    migratorios no lo corrobore). Los que esperamos nuestro turno
    en la cola "sabemos" que los que llegan son "poco civilizados", y
    que sus necesidades pueden impulsarlos a no guardar las normas debidas.
    Además, las autoridades nos dicen que peligra el reparto
    (la estructura de la cola -si "ellos" no respetan las normas- y
    la consecución de las recompensas, que no
    alcanzarán para todos) e incluso nuestros escasos bienes y la
    propia seguridad personal (puesto
    que muchos de ellos son delincuentes).

    Ante esta situación, construida pero real, se
    abren distintas posibilidades: a) unos buscarán impedir
    que lleguen nuevas "oleadas", para que no alteren el sistema de
    turnos (que tanto nos ha costado conseguir; b) otros
    preferirán ordenar la llegada, informar a los
    recién llegados, ayudarlos, asesorarlos… para que sepan
    colocarse en el último lugar de la cola, o incluso crear
    colas específicas para ellos; c) un tercer sector
    favorecerá que algunos se mezclen en la cola con nosotros;
    incluso les cederá puestos solidariamente, aunque no en
    todas las clase de colas
    (sí en la del empleo, no en las del poder, etc.). Aunque
    las consecuencias prácticas de cada una de estas
    respuestas son diferentes, es importante tener presente que todas
    comparten unos fundamentos comunes: no se cuestiona la
    legitimidad del sistema de colas (se da por supuesta la "escasez", la
    idoneidad del sistema de "guardar turnos", y la prioridad de unos
    sobre otros). Lo que no parece estar en cuestión es
    ¿no existe la posibilidad de estructurar otro sistema de
    "reparto social"?

     

    V. Los límites de
    la ciudadanía: precariedad vs. derechos
    formales

    Si, a pesar de estas dificultades, defendemos los
    derechos de ciudadanía plena para los inmigrantes nos
    topamos con otro problema: la competencia –entre pobres-
    por recursos escasos. Aquí la opción por los
    inmigrantes puede generar rechazo y resentimiento de parte de las
    franjas de población que viven en situación
    precaria o están atemorizadas por el riesgo de perder
    calidad de
    vida. Fijándonos obsesivamente en un colectivo
    "excluido" (los inmigrantes del "Sur") y reivindicando sus
    derechos ciudadanos, podemos olvidarnos de la situación
    social de franjas importantes de la población
    autóctona que viven precariamente en la situación
    actual, y de una acción que apunte a la globalidad de las
    causas de estos problemas
    (estatales e internacionales).

    No olvidemos que vivimos en el modelo social tipo
    "guitarra", que la llamada flexibilización no afecta
    sólo a los sectores más precarizados, sino que
    expone a sectores crecientes de población a situaciones de
    inestabilidad. En la dinámica actual, las intervenciones a
    favor de los inmigrantes corre el riesgo de constituirse en una
    estrategia unidireccional, bienintencionada, que puede tener
    resultados catastróficos. En el mejor de los casos,
    reivindicando los derechos de la inmigración,
    podríamos llegar a un modelo "multiculturalista", en el
    que florezcan cien flores (marchitas), constituidas por zonas
    étnicamente homogéneas, sin contacto de unas con
    las otras, compitiendo por recursos crecientemente
    escasos.

    En tal caso, los derechos formalmente reconocidos a los
    extranjeros sólo añadirían un componente
    social más a un escenario signado por la competencia, la
    desconfianza y las prácticas excluyentes. Probablemente,
    muchos de los inmigrantes conseguirían una "integración en la precariedad"
    –viviendo como una parte de los autóctonos-,
    configurándose como sujetos débiles,. Susceptibles
    de ser las víctimas propiciatorias de la anunciada "guerra
    de civilizaciones" que tanto se agita desde ciertos
    círculos de pensamiento
    hegemónico.

    Por tanto, nos encontramos ante lo que parece un
    callejón sin salida. Nos planteamos inicialmente
    confrontar con los discursos excluyentes (tipo Le Pen) que
    argumentan contra la presencia de extranjeros arguyendo que estos
    atentan contra las condiciones de vida de los autóctonos.
    En un primer momento se aduce que no es así, puesto que el
    grueso de los inmigrantes (del "Sur", claro) ocupan puestos de
    trabajo que los autóctonos rechazan. Sin embargo, movidos
    por nuestra postura solidaria, reivindicamos la plena igualdad de
    derechos de los nuevos miembros de nuestras sociedades. Si lo
    conseguimos, habremos derribado las barreras formales que
    permiten a los inmigrantes… competir libremente con los nativos
    por puestos de trabajo y recursos sociales. Con lo cual
    acabaremos dando la razón al discurso
    xenófobo que habíamos combatido. Así, la
    situación parece abocarnos a una de estas dos situaciones:
    a) o nos conformamos con que los inmigrantes se sitúen en
    las peores circunstancias sociales (la parte inferior de la
    "guitarra"), o b) defendiendo sus derechos, alimentamos la
    reacción intolerante de sectores de la población
    autóctona. ¿Tenemos salidas a este dilema?
    ¿Hay formas de responder con rotundidad al discurso
    gubernamental que nos tilda de "progres trasnochados", que no
    hacemos sino alentar inconscientemente el crecimiento de la
    ultraderecha?.

     

    VI. La inmigración: un
    espejo de aumento

    La cuestión planteada dista de ser simple.
    Precisamente porque nos devuelve a la complejidad de los
    problemas de la sociedad en su conjunto. En este sentido, la
    estrategia de promover cambios sociales desde una parcela
    limitada (en nuestro caso la población inmigrante) nos
    muestra claramente sus límites. En realidad, la
    inmigración nos devuelve la imagen de nuestra propia
    realidad social, aumentada y exacerbada, puesto que podemos
    observar, concentrados en ciertas poblaciones, espacios y
    períodos cortos de tiempo, procesos que atraviesan al
    conjunto de la sociedad, aunque de formas más
    atenuadas.

    A pesar de lo que el "prisma nacional" nos diga, los
    inmigrantes no son elementos externos al sistema social: viven,
    producen y se reproducen en estas sociedades; la fantasía
    de quitarlos del medio, para eliminar problemas no es más
    que eso: fantasía irrealizable. Son síntoma, a la
    vez que actores, de procesos sociales que nos incluyen y
    desbordan a todos. Muestran, por ejemplo, la inestabilidad
    constitutiva de este ordenamiento social, en el que el "progreso"
    (identificado con crecimiento
    económico) exige la continua reestructuración
    de las formas productivas y de la fuerza de trabajo.

    Sea con migraciones campo-ciudad (como las de los
    ’50 y ’60), sea con la incorporación de nuevos
    segmentos de población al mercado de
    trabajo (como la de las mujeres en los ’80), o con la
    llegada de mano de obra extranjera (especialmente a partir de los
    ’90), la pretendida estabilidad de las poblaciones
    trabajadoras se ve permanentemente puesta en cuestión. Si,
    además, a esto le sumamos un deterioro de derechos
    sociales conseguidos en períodos anteriores, es de esperar
    que se extiendan sentimientos más o menos difusos de
    malestar social.

    Una de las cuestiones centrales que plantea este
    malestar social es la dificultad para identificar las causas de
    los problemas, que se sitúan en un nivel de
    abstracción que resulta inasible para buena parte de la
    población: el mundo de las grandes finanzas
    internacionales, los organismos transnacionales, las
    burocracias supraestatales, etc. Ante esta aparente dictadura del
    "mundo de la abstracción" existe la tendencia de oponerle
    la "alternativa de lo concreto". Por
    un lado, ese es un componente de la nueva ultraderecha europea,
    que denuncia a burocracia
    comunitaria en nombre de los intereses de la nación,
    o a la especulación financiera a favor de las actividades
    directamente productivas, etc.

    Desde postulados ideológicos muy diferentes,
    buena parte del (mal) llamado movimiento
    antiglobalización postula la centralidad de los pueblos,
    la agricultura
    biológica, el medio
    ambiente, etc., otras modalidades de "lo concreto". A nuestro
    juicio, esta forma de plantear la cuestión no logra
    trascender las categorías impuestas por las propias formas
    de socialidad capitalista8. Pero ésta es una
    cuestión que nos llevaría muy lejos.

    Lo que conviene retener aquí es que el malestar
    que inducen los flujos migratorios internacionales no se derivan
    (sólo) de falta de información, de supuestas invariantes
    psicológicas ante lo desconocido o de estereotipos
    ideológicos, sino que se asientan en procesos sociales
    "objetivos",
    relacionados con la permanente movilización y
    reconfiguración de la sociedad que producen las formas
    capitalistas, especialmente aceleradas en el actual
    período de "globalización". Por ello, la
    inmigración nos remite – necesariamente- al modelo
    de capitalismo contemporáneo y a las respuestas que puedan
    erigirse socialmente al mismo. En ese sentido, no cabe olvidar
    que los movimientos de extrema derecha han expresado
    históricamente una reacción (bien que en extremo
    reaccionaria) hacia algunas formas del capitalismo9, y
    que si no surgen movimientos sociales que se hagan cargo
    –en otra dirección- de dicho malestar, nuestras
    actuales proclamas a favor de un derecho de ciudadanía
    universal pueden convertirse en un boomerang que azuze nuevamente
    a la extrema derecha.

    Por ello, ante la pusilánime estrategia del
    "virgencita, que me quede como estoy", consistente en no dar
    pasto a los ultras a costa de combatir l inmigración, cabe
    la perspectiva –ingrata y aún no explicitada- de
    integrar la cuestión migratoria dentro del contexto en el
    que efectivamente se constituye: el de las sociedades del
    capitalismo global.

     

    Bibliografía

    COLECTIVO IOÉ, Trabajadores, inmigrantes
    ciudadanos
    , Universitat de Valencia, (Patronato Sud Nord),
    1999.

    DELGADO RUIZ, Manuel, "¿Quién puede ser
    inmigrante en la ciudad?".

    POSTONE, M., "La lógica del antisemitismo", en POSTONE y otros, La crisis
    del estado-nación.
    Antisemitismo, racismo, xenofobia
    , Alikornio, Barcelona,
    2001, pág 19.

     

    Notas

    1. Publicado en Exclusión social y diversidad
    cultural
    , Gakoa, Donosita, 2003.

    2. Miembro de Colectivo Ioé. http://www.nodo50.org/ioe/ e-mail:

    3. Obviamente, la plasticidad de las imágenes
    visuales no da cuenta de la complejidad de las estructuras
    sociales. Conviene resaltar que se trata sólo de un
    recurso "visual" que permite destacar el cambio que se ha
    producido, pero no dar cuenta de todos sus matices. Por ejemplo,
    más que una dualización entre "instalados" y
    "precarios" existen diversos ejes de segmentación, nunca
    establecidos de forma estable y cerrada, que desdibujarían
    en buena medida la imagen de la guitarra.

    4. DELGADO RUIZ, Manuel, ¿Quién puede
    ser inmigrante en la ciudad?
    , en esta misma obra.

    5. La regulación jurídica distingue entre
    extranjeros "comunitarios" y "extracomunitarios"; a su vez, estos
    últimos pueden estar adscritos al régimen
    Comunitario o al General (los primeros no requieren de permiso de
    trabajo para desempeñar actividad laboral). Entre los
    regulares, existe una gradación en función de
    la duración del tipo de permiso otorgado (desde un
    año a la residencia permanente) y también existen
    diversas modalidades de acceso a la nacionalidad española.
    Por otra parte, las referencias al "tráfico" de personas
    se vuelcan sólo hacia los extracomunitarios, puestos que
    los ciudadanos de la U.E. tienen libertad de
    movimientos, mientras que los actos de delincuencia parecen
    atribuibles sólo a los inmigrantes no comunitarios,
    circunstancia no corroborada por las propias estadísticas
    policiales.

    6. Aunque la situación no es la misma, en muchos
    aspectos, en una nación-estado que en otra que no pueda
    ejercer su autodeterminación, para la cuestión
    que estamos tratando
    no existen diferencias
    sustanciales.

    Por tanto, a efectos del recorte de derechos de los
    extranjeros resulta indiferente que se trate del estado
    español como de un eventual estado vasco (lo único
    que eventualmente cambiaría sería la
    configuración de las poblaciones "nacional" y
    "extranjera").

    7. Por otra parte, se trataría de reconocer
    derechos de los ciudadanos, no de colectivos, grupos o
    etnias, fantasma que suele agitarse partiendo de la hipótesis de que "ellos" constituyen una
    masa internamente homogénea y extraña respecto a
    "nosotros", como si al tener oportunidad de ejercer derechos
    políticos fueran a actuar de forma unívoca y
    diferenciada. En todo caso, si se llegara a ese resultado
    sería por el resultado de prácticas de
    exclusión y separación: la existencia de
    comunidades étnicas segregadas no es una realidad vigente,
    un dato de partida, sino el eventual resultado de determinadas
    estrategias sociales y políticas.

    8. Haciendo una –necesaria- referencia a
    postulados teóricos relativamente olvidados, puede
    resultar oportuno cuestionar la aparente claridad y
    oposición entre estos dos términos
    (abstracción / concreción).

    Según una interpretación que nos obre otras
    perspectivas de análisis e intervención,
    estaríamos ante una distorsión de la realidad,
    producida por el fetichismo propio de la sociedad
    capitalista: "Uno de los aspectos del fetiche es que las
    relaciones sociales capitalistas no se manifiestan como tales;
    más aún, se presentan de forma antinómica,
    como oposición de lo abstracto y lo concreto. Y puesto que
    las dos caras de la antinomia son objetivadas, cada una aparece
    como casi natural: la cara abstracta toma la forma de leyes naturales
    ‘objetivas’ y la cara concreta aparece como naturaleza
    puramente material" (POSTONE, M., "La lógica del
    antisemitismo", en POSTONE y otros, La crisis del
    estado-nación. Antisemitismo, racismo, xenofobia
    ,
    Alikornio, Barcelona, 2001, pág. 29). Por tanto, lo
    pretendidamente "natural" no es ningún elemento exterior
    al sistema sino que es inmanente al mismo y, por ello, no puede
    constituirse en alternativa al mismo.

    9. En este sentido cabe recordar los componentes
    obreristas de las S.A. nazis o ciertas manifestaciones iniciales
    del fascismo
    italiano, dirigidas contra la "plutocracia", las
    oligarquías y el poder patronal. En otro contexto, y
    salvando las distancias, el "inexplicable" desplazamiento de
    votos desde el Partido Comunista francés al Movimiento
    nacional de Le Pen tiene ese trasfondo común, basado en
    las "políticas de lo concreto" como supuestas
    salvaguardias contra los abusos de la
    abstracción.

     

    Walter Actis

    Colectivo Ioe
    Equipo de investigación sociológica ubicado en
    Madrid y compuesto por Carlos Pereda, Walter Actis y Miguel
    Ángel de Prada.
    URL: http://www.nodo50.org/ioe/
    El contenido del presente trabajo está
    gobernado por la siguiente Licencia de Creative Commons:
    ver
    http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0

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