Techno-sexual landscapes: Un paseo por los nuevos escenarios tecnosexuales
- Un paseo
por los nuevos escenarios tecnosexuales - Entrando en los tres
momentos analíticos - Epílogo
cibersociológico: Preguntas abiertas para una
"sociología de los chats" - Bibliografía
- Notas
ABSTRACT
Partiendo del libro de Angel Gordo y Richard
Cleminson (Techno-sexual landscapes: changing relations between
technology and sexuality) y, trazando un repaso a sus propuestas
fundamentales, planteamos algunas problematizaciones de los usos
de los chats en relación a la formación de la
subjetividad moderna y a las vinculaciones entre las
conversaciones electrónicas y las relaciones sexuales. El libro
nos sirve como marco teórico y anclaje
metodológico en los que insertar una reflexión sobre
las dislocaciones que las nuevas tecnologías
producen en la noción de individuo moderno, sujeto
social o sexualidad. La lectura del mismo es
utilizada para sentar las bases epistemológicas sobre las
que poder afrontar un posterior
estudio de los efectos sociales de las tecnologías
digitales. El intento de conformar una disciplina sociológica
asociada a los chats se planteará en forma de preguntas que
interroguen qué tipo de marcos interpretativos pueden o
deben utilizarse en esta empresa.
"Tecnología" y "sexualidad" rara vez han
sido observadas simultáneamente. Las ciencias sociales y el mundo
académico, con sus rígidas miradas clasificatorias, las
han considerado siempre objetos separados, espacios
independientes. Esta pretensión de categorizar lo social
simplificando y aislando fenómenos ha dejado en el tintero
sociológico muchos temas sin tratar. Gran cantidad de
prácticas y procesos han quedado olvidados
en los repliegues formados por las rigurosas divisiones y las
estrictas acotaciones entre disciplinas: zonas oscuras,
controvertidas y silenciadas por la ceguera inocente (o no tanto)
de la cultura occidental. Angel
Gordo y Richard Cleminson, en su último libro (Gordo y
Cleminson, 2004), nos invitan a un viaje por uno de estos
"no-lugares sociológicos": la relación recíproca e
interdependiente entre los sistemas tecnológicos y la
sexualidad. Una relación que es histórica y
contingente, que ha producido imbricaciones cambiantes y sinuosas
pero, al fin y al cabo, de efectos palpables y reales (materiales). Tecnologías
y relaciones sexuales, nos descubre el libro, se superponen, se
limitan y se refuerzan según ocasiones, según culturas
y según coordenadas temporales.
Para dar cuenta y fijar los puntos calientes de tal
trasvase o correspondencia hay que recurrir a herramientas de hilo fino y
metodologías ad hoc. Análisis genealógico
(1) y cultural studies en estado puro se combinan con
potencia para hacer resonar los
ecos históricos de ciertos espacios y tiempos, para entender
el presente desde una reconstrucción no lineal y no
determinista del acercamiento entre artefactos tecnológicos
y sexualidades sociales. Al fin y al cabo, cada objeto tiene su
metodología. Los autores
reconocen que podrían haber optado por otras sendas más
transitadas y sencillas para abordar su objetivo: estudiar las nuevas
(bio)tecnologías de reproducción asistida,
analizar los affaires que surgen en los chats,
contemplar el tratamiento mediático del SIDA o deconstruir
semióticamente los anuncios de coches en los que alguna
modelo despampanante se
insinúa sensualmente. Sin embargo, la apuesta es más
arriesgada: dirigen su catalejo a combinaciones de técnica y
sexualidad que han quedado atrapadas en el pasado, que nos
revelan sentidos aparentemente nimios pero ricos en
enseñanzas. Serían casos de estudio falsamente
asépticos que, en su pretendida inocuidad o insignificancia,
transpiran gran cantidad de pistas e intuiciones
sociológicas. Estos casos encajan en tres "momentos
analíticos" o tres (2) episodios clave por los que transitan
Ángel Gordo y Richard Cleminson en su libro: i) los tiempos
medievales y el florecimiento de monasterios y molinos, ii) la
urbanización e industrialización de los siglos XIX y XX
con la extensión del ferrocarril y iii) el "presente-futuro"
en el que nos hallamos. En cada uno de ellos, debido a su
especificidad histórica, se localizarán dinámicas
cambiantes entre la técnica y la socialización.
Entrando en los tres momentos
analíticos:
De esta forma, las arquitecturas medievales ideadas para
distanciar sexos y regular celibatos en los monasterios
medievales se convierten en la primera estación del viaje
(pp. 35-56). Un mundo (el europeo entre los siglos IX y XIV) en
el que la férrea moral eclesiástica se
enfrenta al reto de disciplinar espacios y sujetos nuevos. Pero
también donde los monasterios dúplices (mixtos) o
molinos de viento, entendidos como lugares de reunión
popular, monjes heterodoxos, brujas y alquimistas que dominan
artes y químicas, etc., sirven como semilla de la innovación
tecnológica que se vive en la revolución industrial siglos
más tarde (se siguen aquí algunas de las aportaciones
de Lewis Munford (3) sobre la cultura pre-tecnológica). Los
hábitos religiosos medievales no sólo suponían
códigos de conducta severos sino
también el principio de usos, técnicas y saberes que,
compartidos y difuminados, dieron lugar a posteriores
invenciones. Algo relativamente similar a lo que Weber apuntaba sobre la
racionalización ascética del protestantismo calvinista
y su repercusión en la formación del primer capitalismo (Weber, 1997): en
las regulaciones (o contra-regulaciones) religiosas medievales
del comportamiento individual se
forman las simientes o condiciones de posibilidad de ciertos
fenómenos sociales históricamente posteriores (4). El
ethos medieval no vivió de espaldas al cambio tecnológico, ni
mucho menos, sino que combinó recursos y personas de manera que
la materialidad y la espiritualidad de las comunidades medievales
aportaron experiencias comunitarias innovadoras. El capítulo
rompe así con los tópicos que dibujan la Edad Media como una fase
transitoria, primitiva o antitecnológica, mostrando la
mediación de ciertos enclaves tecnológicos en los
encuentros y reuniones sociales.
En la misma línea, en el suroeste francés, los
cátaros se erigen en los auténticos transgresores de
los siglos XII y XIII tanteando los límites y las severas
prohibiciones impuestas por Roma; herejes que exploraban
fronteras afiladas sobre las que se construían las
"sexualidades normales" de la época. Numerosas órdenes
monásticas (cátaros, sarracenos, judíos, etc.)
suponían un desafío al orden feudal-eclesiástico,
a la vez que introducían y manejaban nuevos conocimientos
técnicos y cosmogonías. El texto describe el intercambio
constante entre esas órdenes religiosas controvertidas, la
vida técnico-material del momento y las sexualidades
reguladas imperantes. Son, señalan los autores, los
"aspectos productivos" de los monasterios y de la época
medieval, tildada de oscura para la historiografía moderna,
los que más tarde se plasmarán en desarrollos
tecnológicos o los que sirven de fondo para encuentros
populares y sexuales. En la misma estela, algo más tarde,
las brujas se hacen protagonistas al convertirse
simultáneamente en magas, en objetos del oscuro deseo
masculino y en especuladoras de una alquimia desconocida, capaces
(en la imaginación popular) de volar sobre artefactos de
limpieza (escobas); personajes en los que la tentación, la
regulación sexual de la iglesia y las tecnologías
rudimentarias para elevarse en el cielo se intercalan; figuras
estereotipadas donde se superponen técnica y sexualidad. En
este caso, la relación con los dispositivos
técnológicos marca y estigmatiza las estampas
malditas ("desviadas") del momento.
Más adelante (pp. 77-96) nos topamos con las
convulsiones que sufren las sociedades occidentales por la
entrada en escena del capitalismo industrial, sacudida que, en el
despliegue de lo fabril-urbano, deshace y rehace gran cantidad de
lazos sociales. Es esa modernidad temprana, con sus
conmociones y vapuleos existenciales que lúcidamente
detallaran, cada uno a su manera, los Simmel o Benjamin: momento
también en que la vida social comienza a ser "tecnologizada"
masivamente. Si bien en el periodo medieval podemos atrevernos a
afirmar sin mucha equivocación que la tecnología estaba
emplazada en zonas concretas, en áreas específicas, el
siglo XIX se encarga de extenderla y democratizarla,
especialmente tras el descubrimiento del "nuevo mundo", las
colonizaciones y un mejorado transporte de masas que
recalcula las distancias terráqueas (reduciendo el espacio
geográfico). Los sujetos sexuados comienzan a verse
envueltos en dispositivos técnicos insólitos hasta la
fecha, a usar y ser usados por la tecnología moderna. En ese
escenario, la presencia de la "bruja", por ejemplo, sigue
funcionando desplazada, ya sea encarnada en otros sujetos
(indígenas, por ejemplo) o invisiblemente, y actuando como
tope para el desarrollo de la cultura
hegemónica. En el nuevo centro histórico, la ciudad,
las clases sociales emergentes
redefinen su sexualidad al contacto con trenes, máquinas de vapor,
penicilina, globos aerostáticos o máquinas de escribir.
Una profusión progresiva de cachivaches que se van
insertando en la vida social de una manera radicalmente nueva,
alterando la estructura socio-sexual de la
época.
Son en concreto los trenes,
según nos relata el libro, los vehículos tanto del
nuevo transporte terrícola como de un nuevo modo de
existencia relacional y sexual. En los vagones de finales del XIX
y principios del XX se comienza
a articular novedosamente género y nuevas
tecnologías del transporte de humanos, coquetería y
raíles, seducción y vapor, normas de etiqueta y
ferrocarriles. La aparición de un objeto técnico como
los trenes, y su relación con la conformación de una
regulación fuerte de las relaciones sexuales, ha sido
ninguneada hasta la fecha. La facilidad con la que dicho medio
produce "encuentros" y conexiones de gente distanciada
geográficamente induce un simbolismo erótico nuevo
(siguiendo aquí a Baudrillard). Estaciones y vagones, son
"espacios intermedios", casi "no-lugares" (Augé, 2004)
públicos en los que las mezclas raciales e
inter-clase generaron cambiantes
formas de relación. Las locomotoras atropellaron y
arrasaron, metafóricamente, los viejos modos de vida,
haciendo aflorar miedos, ansiedades, nervios, vértigos,
desviaciones sexuales y esperanzas. Las normas de etiqueta
surgidas al calor de los trenes,
implícitas o explícitas, tácitas o públicas,
son algo crucial ya que, los autores afirman, se van grabando
lentamente en los cuerpos y en las mentes, actuando como
líneas disciplinarias de construcción de
subjetividad (una idea muy foucaultiana). Concretando en un
ejemplo: las mujeres inicialmente tuvieron prohibido por la
vigilante moral social de la época corresponder miradas,
ceder asientos o mostrarse excesivamente en dichos lugares (se
analizan en este caso normas de etiqueta escritas).
Merece la pena señalar que una de las novedades que
Ángel Gordo y Richard Cleminson aportan es vincular las
"tecnologías del yo" (Foucault, 1996) con las
tecnologías de objetos y artefactos, con los manejos y usos
de técnicas concretas. La creación del self
moderno estaría íntimamente ligada a la tecnología
en un sentido amplio, algo que no ha sido suficientemente
enfatizado por los seguidores y continuadores de la línea
foucaultiana. La Modernidad se abre con un nuevo modo de sujetar
sujetos (Ibáñez), de definirlos y conformarlos
(sexualmente también) a través de su relación con
ciertas innovaciones, dispositivos, aparatos, elementos
técnicos y objetos. No sólo a través del dinero (Simmel) o en la
fábrica (Marx), sino también a
través del transporte, de las máquinas, de los ingenios
y de los artilugios técnicos que comienzan a ver la luz desde el siglo XVIII.
Éste es uno de los meollos del libro: la génesis de la
subjetividad moderna tiene mucho que ver con la historia material de la tecnología. Los
sujetos sociales de la modernidad son fruto de una
combinación entre lo simbólico y lo material donde la
tecnología tiene un papel esencial. Nuestro "yo" y nuestra
identidad se conforman
también en la utilización de la técnica, en la
relación cotidiana con los productos del homo
faber. Una de las aportaciones del texto es interrogar este
fenómeno y contribuir a rellenar un hueco "mal tapado" que
las ciencias sociales tenían
desde hace tiempo.
La parte final del texto (pp. 99-113) apunta a una
recopilación de sugerencias, intuiciones e hipótesis arrancadas de
los casos históricos que, recicladas en tiempo presente, nos
puedan sugerir vías de desarrollo y proyección para la
sociedad informacional
moderna. El tercer escenario es, pues, nuestro presente que mira
al futuro. ¿Encontraremos idénticas enseñanzas
sobre brujas y trenes en el ciberespacio, en los videojuegos o en las
tecnologías inalámbricas? Seguramente sí. Erotismo
y tecnología hace tiempo que deambulan dados de la mano, tal
y como la película Crash (David Cronnenberg, 1995),
analizada en el libro (pp. 23 y 24), reflejó no sin cierta
polémica y malestar. Nuestro tiempo actual observa
atónito la reescritura de la relación mente-cuerpo en
torno a las nuevas
tecnologías digitales que permiten ya casi integrar humanos
y máquinas. La imagen mistificada y mágica
que los ordenadores tienen actualmente ha rejuvenecido cierto
"paganismo tecnológico" digno de mencionar. Los encuentros
sexuales mediados por redes de ordenadores están de plena
actualidad, por ejemplo. Precisamente, es por ello que, sólo
al día de hoy, se dan las condiciones de posibilidad de una
pregunta incisiva y abierta sobre la
"tecno-sexualidad".
En definitiva, el libro demuestra cómo las
tecnologías son una parte integral de significados y
prácticas sociales y culturales, de nuestros modos de
representar y representarnos, de los mismos sujetos. Molinos
medievales, monasterios, trenes o chats son lugares donde
no sólo se tejen amores, celos, "cuidados de sí"
(Foucault), afectos, comportamientos de género o rupturas
sino relaciones sociales en un sentido amplio, mediadas y
reguladas por técnicas que, a su vez, son modificadas en su
uso. Son espacios bulliciosos y efervescentes donde los agentes
sociales habitan, se constituyen y viven intensamente. Lo que nos
indica que la fractura que trazan las ciencias entre lo natural y
lo social, entre hombres y máquinas, entre lo biológico
y lo cultural, entre el cuerpo y la tecnología, hace tiempo
que se ha difuminado quedando borrosa, como no se han cansado de
anunciar los así etiquetados "post-humanistas" (Latour, Law,
Callon o, especialmente, Haraway (5)). Si los nuevos dispositivos
han menguado la distancia entre cuerpo y técnica, poco
sentido tiene plantear las viejas dicotomías y
taxonomías que separan nítidamente la naturaleza animal de la
cultura socialmente construida. El viejo concepto de cuerpo, definido como
objeto preciso de contornos fijos e inmutables, ha dejado de
existir en su hibridación con el resto de objetos sociales
(técnicos y no técnicos).
El libro, en definitiva, busca arrojar luz sobre esas
encrucijadas en las que sexualidad y tecnología se
entrelazan, rastrear los cruces de caminos que han sido velados
por la corrección moral occidental y que ocultan materia prima para las
ciencias sociales de alta calidad. Para ello, los autores
construyen un dispositivo teórico (idénticamente a
términos como "biopolítica" o "cyborg") en el
último capítulo: la "tecno-sexualidad" (p. 106), una
"metáfora" que se forma por sedimentación de ejemplos
empíricos (es decir, toma cuerpo en la historia) y que da
cuenta de las relaciones entre la cultura simbólica y la
materialidad técnica. No pretende ser un ente
ontológico que, a modo de espíritu absoluto hegeliano,
dirija la historia o la desglose exhaustivamente. Es un
término que abre y problematiza el punto cardinal de las
relaciones relatadas mostrando, como dicen los autores, que no
hay "lugares neutros o seguros" (p. 113). Este tipo de
trabajos exploratorios han enriquecido los estudios sociales de
la ciencia y la
tecnología que, en los últimos años, han abierto
sus horizontes de miras a campos, sorprendente e injustamente, no
abordados o teorizados.
Epílogo
cibersociológico: Preguntas abiertas para una "sociología de los
chats"
El libro termina planteando la novedosa presencia de las
nuevas tecnologías (biotecnologías o Proyecto Genoma Humano y chat o "conversaciones
electrónicas") como escenario privilegiado para el estudio
de las relaciones entre tecnología y sexualidad. Dejando
momentáneamente de lado el aspecto biotecnológico,
¿inaugurarán las charlas virtuales una nueva fase de
interacción entre el
ámbito técnico y las relaciones interpersonales?
¿Qué metamorfosis sufrirá la subjetividad social
ante la, cada vez más importante, conexión telemática entre
individuos? ¿Se está convirtiendo el chateo o la
mensajería instantánea en una forma preeminente o
hegemónica de socialización de género? Las
respuestas, a partir del libro, se adivinan pero no se condensan
aún en ninguna afirmación rotunda. Una vez que el texto
nos ha colocado alineados hacia el presente, debemos valernos de
las herramientas y metodologías aportadas para mirar lo
actual. En ese sentido, el libro puede funcionar perfectamente
como un "programa de investigación", un esquema
detallado de actuación sociológica. Nos invita a
estirar sus argumentos o perspectivas a otros casos de estudio o
fenómenos empíricos. El texto ofrece, a partir de sus
genealogías, una propuesta epistemológica para abordar
los efectos sociales de las tecnologías contemporáneas.
Es por ello que ponerse a la tarea de estudiar el mundo de las
charlas virtuales, en sus versiones clásicas (IRCs) o de
mensajerías instantáneas (Messenger y demás),
tiene un fuerte sentido desde la óptica desarrollada. No
obstante, ¿qué límites o fronteras tiene esta
mirada? ¿Existen otras escuelas, corrientes o aportaciones
teóricas que converjan con las que hemos visto?
¿Habría que complementar esta perspectiva (típica
de muchos cultural studies) con una teorización sobre
el poder (como parece hizo Foucault finalmente)? ¿Sería
necesario apuntalar el enfoque con un fondo (una teoría social) sobre el
que encajar las piezas históricas a riesgo de encorsetar lo
empírico en un metarrelato monolítico?.
Otro de los temas que emergen intuitivamente es la idea
de que la tecno-sexualidad que describen Angel Gordo y Richard
Cleminson tiene visos de verse acelerada y acentuada en los
años venideros. La significación social y la presencia
cotidiana creciente de las tecnologías (digitales,
especialmente) son cada vez mayores en nuestras vidas. Nuestro
día a día, el conocernos y el conocer el mundo,
están mediados incesantemente por artefactos digitales y
tecnológicos. ¿Constituirán, entonces, los
chats uno de estos "escenarios" (tecno-sexuales (6)) o
tarimas sobre las que los actores sociales construyen su modo de
ver (y actuar) el (y sobre) el mundo? ¿La importancia de los
mismos será recalcada y enfatizada con el paso del tiempo o
estamos ya en su momento de máximo esplendor?
¿Pertenecemos a un momento histórico (y, por tanto,
analítico) dominado incontestablemente por el mundo
chat?.
Idénticamente, en los chats ¿seremos
testigos de muchos de los fenómenos y acontecimientos que se
mencionan en el libro: regulación normativa (normas de
etiqueta y comportamiento), disciplinas, jerarquías
simbólicas, sexuación de espacios y erotización de
tecnologías, creación de figuras desviadas, nuevas
formas de interacción, etc.? Por ejemplo, en cada canal,
encontramos códigos de conducta compartidos, actividades
sancionadas, actitudes proscritas,
vocabulario o lenguajes propios, relaciones de poder, reglas de
seducción, simbologías eróticas, pautas de
dominación, autoridad, compañerismo,
comportamientos diferenciados según variables
sociodemográficas (género, edad, clase, etc.). Es
decir, ¿podremos distinguir claramente un cúmulo de
fenómenos sociales tradicionales que, mediatizados por una
tecnología comunicativa, tomen un tinte o cariz diferente u
observaremos "lo mismo de siempre" pero bajo un decorado
futurista-digital?
Siguiendo el interrogatorio, ¿asistiremos,
además, a dos procesos sociales clásicos, dos tipos
ideales de fenómenos que tradicionalmente estiran a los
individuos en direcciones aparentemente opuestas: la
individuación y la socialización comunitaria? La
primera sería una tendencia que forzaría una
visión cada vez más solitaria, anómica, atomizada,
autista y replegada hacia la interioridad de los sujetos (Beck y
Beck- Gernsheim, 2003). La segunda, en cambio, opta por enfatizar
el papel socializador, dinámico, interactivo, conectivo e
inherentemente colectivo del uso de dichas tecnologías.
Entre ambas, el juego identitario se despliega
con todos sus fuegos de artificio. En concreto, ¿cómo
se materializan estos antagonismos en los
chats?
Tanto los monasterios como los canales chats
comparten la idea de ser "comunidades" (gemeinschaft, para
Tönnies), una grupalidad densa y especial, una "solidaridad orgánica"
(Durkheim) en las que los
miembros participan y se reconocen. Las tecnologías, en sus
diferentes versiones, permiten y facilitan las agrupaciones o la
cohesión colectiva, fortaleciendo vínculos sociales.
Pero la idea de comunidad encarna, de alguna
manera, un sentido religioso de "unidad espiritual", una
unificación no material o instrumental donde las
representaciones del mundo son comunes. En la Edad Media, el
trasfondo religioso pujaba fuerte por ello pero en una época
aparentemente secularizada, ¿qué elementos
aglutinadores tienen los chats como para facilitar esa
comunión anímica o ese sentimiento comunitario?
¿Qué función cumplen en tanto
cemento grupal para la
formación de microsociedades? ¿Qué
características tiene esa sociabilidad (estabilidad,
sustento, emotividad, racionalidad, etc.)? La idea de
"comunidades virtuales" ¿connota la aparición de
grupos sociales
específicos en los que no hay un mero intercambio
egoísta de bienes y servicios sino culturas (en un
sentido amplio), inquietudes, ideologías, necesidades,
reconocimientos, etc., o algún elemento común en torno
al cual se articulan las mismas? ¿Tienen esos grupos el mismo significado
social que poseían las comunidades heréticas de los
siglos pasados (estudiadas en el libro) pero en un formato nuevo
de sociedad laica? Más aún, ante el vendaval
globalizador, ¿realmente el compartir sentimientos y abrirse
"a los otros" funciona como trinchera y refugio existenciales? La
confesión mutua y la revelación recíproca de los
chats, ¿conforman más una "comuna hippie"
o generan una especie de nueva "familia" artificial?
Las tecnologías, podíamos decir siguiendo uno
de los ejes del libro, son lugares de encuentro, de reunión
y socialización. Las ambivalencias y ambigüedades de la
conexión, del viaje, de la interacción, del choque o
del compartir un espacio (real o virtual) no sólo las
encontramos en los molinos o en los trenes. Los salones, los
carruajes, los aviones, los baños y piscinas, los puentes y
canales o los chat-rooms pueden generar efectos
idénticos. Si, como hemos visto, para la inflexible moral
victoriana los trenes supusieron una amenaza por su mensaje
libidinal, ¿las conversaciones electrónicas pueden
significar también una dislocación de nuestros marcos
normativos e interpretativos actuales? El mundo en el que
nació el psicoanálisis, el final del
siglo XIX y la cristalización del primer capitalismo, estaba
atravesado por una serie de patologías sociales (histerias y
neurosis varias). Por
consiguiente, ¿los turbulentos días de la cultura
global revisitarán el narcisismo, como anunciaba hace
años Senett (1980)? ¿Serán los chats
lugares privilegiados para percibirlo? ¿Encontraremos en la
virtualidad de las conversaciones anónimas la
sintomatología básica de los "excesos
contemporáneos" (adicciones o anorexias, por
ejemplo)? La sociabilidad virtual parece que da pié para
divisar nítidamente los "desórdenes del carácter" y la
clínica psicológica oficial de nuestros tiempos. Si el
mundo erotizado de la "burguesía capitalista industrial" que
viajaba en los trenes era moldeado por la represión
victoriana, ¿encontraremos una nueva semiótica de las
"conductas desviadas" o una lógica de las
psicopatologías modernas conectándonos a los
chats? Las comunidades formadas alrededor de la
conversación y la confesión virtual seguramente
definirán la génesis de otras "desviaciones sociales",
de otras figuras malditas o retratos de perversiones.
Para concluir, hemos comprobado en el libro estudiado
que el erotismo o la sexualización de espacios se produce
socialmente, cada vez más, en torno a enclaves de
interacción tecnológica y comunicativa. Son esos
lugares u objetos técnicos, inventos o ingenios sociales, los
que sirven como puntos de contacto o anclaje identitario y
sexual; posiciones en las que las relaciones sociales se anudan y
entretejen definiendo posibles encuentros o imposibilitando
deseados intercambios. Parajes, en definitiva, ideales para
observar la materialización histórica de la
"tecnosexualidad" o para hacer visibles las relaciones
dinámicas entre técnica y sexualidad. Ante el panorama
que se presenta, ¿tendrá, por tanto, la historia de la
sexualidad otro punto de inflexión u otra cesura en la era
Internet? Estamos aquí para
verlo.
- Aberasturi, A. y Salceda, P. (2003) Hol@, de
dónde eres?. Manual de urgencia para navegar
en los chats, Ediciones B, Barcelona. - Augé, M. (2004) Los no lugares. Espacios de
anonimato, una antropología de la
sobremodernidad, Gedisa, Barcelona. - Beck, U. y Beck-Gernsheim, E. (2003) La
individualización. El individualismo institucionalizado y
sus consecuencias sociales y políticas, Paidós,
Barcelona. - Foucault, M. (1996) Tecnologías del Yo. Y
otros textos afines, Paidós, Barcelona. - Gordo, A. y Cleminson, R. (2004) Techo-sexual
landscapes: changing relations between technology and
sexuality, Free Association Books, Londres. - Haraway, D. (1995) Ciencia, cyborgs y mujeres: la
reinvención de la naturaleza, Cátedra, Madrid. - Mayans, J. (2002) Género chat. O como la
etnografía puso un
pié en el ciberespacio, Gedisa, Barcelona. - Munford, L. (1997) Técnica y
Civilización, Alianza Editorial, Madrid. - Recio, F. (1986) "El enfoque arqueológico y
genealógico", en García Ferrando, M.,
Ibáñez, J. y - Alvira, F. (Comps) El análisis de la realidad
social. Métodos y técnicas de
investigación, Alianza Editorial, Madrid, 1986;
capítulo III.5, pp. 425 – 438. - Rozitchner, L. (2001) La cosa y la cruz. Cristianismo y capitalismo
(En torno a las «Confesiones» de San
Agustín, Losada, Buenos Aires. - Sennet, R. (1980) Narcisismo y cultura
moderna, Kairós, Barcelona. - Weber, M. (1997) La ética protestante y el
espíritu del capitalismo, Península,
Barcelona.
[1] – Nos referimos aquí a una línea
investigadora que arrancaría en Nietzsche y que alcanza, en
Michael Foucault, su máximo esplendor. En nuestro país,
son insoslayables los estudios de Fernando Álvarez-Uría
y Julia Varela. Para una introducción en castellano ver Recio
(1986).
[2] – La elección de la terna recuerda a las
clasificaciones que Michael Foucault realiza en varias de sus
obras, muchas de las cuales pueden resumirse en la cadena:
época clásica, época moderna y época
contemporánea.
[3] – Munford (1997) insiste en el papel de cierta
predisposición cultural como requisito y complemento a la
innovación
tecnológica.
[4] – Idénticamente, otros autores menos conocidos
han desarrollado tesis similares colocando el
periodo medieval como fuente de futuras transformaciones
socioeconómicas (aparte de los trabajos de Andrés
Bilbao, ver, por ejemplo, Rozitchner, 2001).
[5] – Por ejemplo, Haraway (1995).
[6] – Uno de los primeros pasos para una
"sociología de los chats" parece ser el incluirlos en dichas
categorías ("escenario tecno-sexual") como forma de
reconocer su relevancia. El segundo, intentando responder a tanta
duda, emprender su estudio desde análisis empíricos
concretos que den cuenta de sus rasgos y especificidades; o bien
en las versiones más académicas (Mayans, 2002) o
periodísticas (Aberasturi y Salceda, 2003)
El contenido del presente trabajo esta gobernado por la
siguiente Licencia de Creative Commons: ver http://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.0
Igor Sádaba Rodriguez