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Techno-sexual landscapes: Un paseo por los nuevos escenarios tecnosexuales



     

     

    ABSTRACT

    Partiendo del libro de Angel Gordo y Richard
    Cleminson (Techno-sexual landscapes: changing relations between
    technology and sexuality) y, trazando un repaso a sus propuestas
    fundamentales, planteamos algunas problematizaciones de los usos
    de los chats en relación a la formación de la
    subjetividad moderna y a las vinculaciones entre las
    conversaciones electrónicas y las relaciones sexuales. El libro
    nos sirve como marco teórico y anclaje
    metodológico en los que insertar una reflexión sobre
    las dislocaciones que las nuevas tecnologías
    producen en la noción de individuo moderno, sujeto
    social o sexualidad. La lectura del mismo es
    utilizada para sentar las bases epistemológicas sobre las
    que poder afrontar un posterior
    estudio de los efectos sociales de las tecnologías
    digitales. El intento de conformar una disciplina sociológica
    asociada a los chats se planteará en forma de preguntas que
    interroguen qué tipo de marcos interpretativos pueden o
    deben utilizarse en esta empresa.

    Introducción:

    "Tecnología" y "sexualidad" rara vez han
    sido observadas simultáneamente. Las ciencias sociales y el mundo
    académico, con sus rígidas miradas clasificatorias, las
    han considerado siempre objetos separados, espacios
    independientes. Esta pretensión de categorizar lo social
    simplificando y aislando fenómenos ha dejado en el tintero
    sociológico muchos temas sin tratar. Gran cantidad de
    prácticas y procesos han quedado olvidados
    en los repliegues formados por las rigurosas divisiones y las
    estrictas acotaciones entre disciplinas: zonas oscuras,
    controvertidas y silenciadas por la ceguera inocente (o no tanto)
    de la cultura occidental. Angel
    Gordo y Richard Cleminson, en su último libro (Gordo y
    Cleminson, 2004), nos invitan a un viaje por uno de estos
    "no-lugares sociológicos": la relación recíproca e
    interdependiente entre los sistemas tecnológicos y la
    sexualidad. Una relación que es histórica y
    contingente, que ha producido imbricaciones cambiantes y sinuosas
    pero, al fin y al cabo, de efectos palpables y reales (materiales). Tecnologías
    y relaciones sexuales, nos descubre el libro, se superponen, se
    limitan y se refuerzan según ocasiones, según culturas
    y según coordenadas temporales.

    Para dar cuenta y fijar los puntos calientes de tal
    trasvase o correspondencia hay que recurrir a herramientas de hilo fino y
    metodologías ad hoc. Análisis genealógico
    (1) y cultural studies en estado puro se combinan con
    potencia para hacer resonar los
    ecos históricos de ciertos espacios y tiempos, para entender
    el presente desde una reconstrucción no lineal y no
    determinista del acercamiento entre artefactos tecnológicos
    y sexualidades sociales. Al fin y al cabo, cada objeto tiene su
    metodología. Los autores
    reconocen que podrían haber optado por otras sendas más
    transitadas y sencillas para abordar su objetivo: estudiar las nuevas
    (bio)tecnologías de reproducción asistida,
    analizar los affaires que surgen en los chats,
    contemplar el tratamiento mediático del SIDA o deconstruir
    semióticamente los anuncios de coches en los que alguna
    modelo despampanante se
    insinúa sensualmente. Sin embargo, la apuesta es más
    arriesgada: dirigen su catalejo a combinaciones de técnica y
    sexualidad que han quedado atrapadas en el pasado, que nos
    revelan sentidos aparentemente nimios pero ricos en
    enseñanzas. Serían casos de estudio falsamente
    asépticos que, en su pretendida inocuidad o insignificancia,
    transpiran gran cantidad de pistas e intuiciones
    sociológicas. Estos casos encajan en tres "momentos
    analíticos" o tres (2) episodios clave por los que transitan
    Ángel Gordo y Richard Cleminson en su libro: i) los tiempos
    medievales y el florecimiento de monasterios y molinos, ii) la
    urbanización e industrialización de los siglos XIX y XX
    con la extensión del ferrocarril y iii) el "presente-futuro"
    en el que nos hallamos. En cada uno de ellos, debido a su
    especificidad histórica, se localizarán dinámicas
    cambiantes entre la técnica y la socialización.

    Entrando en los tres momentos
    analíticos:

    De esta forma, las arquitecturas medievales ideadas para
    distanciar sexos y regular celibatos en los monasterios
    medievales se convierten en la primera estación del viaje
    (pp. 35-56). Un mundo (el europeo entre los siglos IX y XIV) en
    el que la férrea moral eclesiástica se
    enfrenta al reto de disciplinar espacios y sujetos nuevos. Pero
    también donde los monasterios dúplices (mixtos) o
    molinos de viento, entendidos como lugares de reunión
    popular, monjes heterodoxos, brujas y alquimistas que dominan
    artes y químicas, etc., sirven como semilla de la innovación
    tecnológica que se vive en la revolución industrial siglos
    más tarde (se siguen aquí algunas de las aportaciones
    de Lewis Munford (3) sobre la cultura pre-tecnológica). Los
    hábitos religiosos medievales no sólo suponían
    códigos de conducta severos sino
    también el principio de usos, técnicas y saberes que,
    compartidos y difuminados, dieron lugar a posteriores
    invenciones. Algo relativamente similar a lo que Weber apuntaba sobre la
    racionalización ascética del protestantismo calvinista
    y su repercusión en la formación del primer capitalismo (Weber, 1997): en
    las regulaciones (o contra-regulaciones) religiosas medievales
    del comportamiento individual se
    forman las simientes o condiciones de posibilidad de ciertos
    fenómenos sociales históricamente posteriores (4). El
    ethos medieval no vivió de espaldas al cambio tecnológico, ni
    mucho menos, sino que combinó recursos y personas de manera que
    la materialidad y la espiritualidad de las comunidades medievales
    aportaron experiencias comunitarias innovadoras. El capítulo
    rompe así con los tópicos que dibujan la Edad Media como una fase
    transitoria, primitiva o antitecnológica, mostrando la
    mediación de ciertos enclaves tecnológicos en los
    encuentros y reuniones sociales.

    En la misma línea, en el suroeste francés, los
    cátaros se erigen en los auténticos transgresores de
    los siglos XII y XIII tanteando los límites y las severas
    prohibiciones impuestas por Roma; herejes que exploraban
    fronteras afiladas sobre las que se construían las
    "sexualidades normales" de la época. Numerosas órdenes
    monásticas (cátaros, sarracenos, judíos, etc.)
    suponían un desafío al orden feudal-eclesiástico,
    a la vez que introducían y manejaban nuevos conocimientos
    técnicos y cosmogonías. El texto describe el intercambio
    constante entre esas órdenes religiosas controvertidas, la
    vida técnico-material del momento y las sexualidades
    reguladas imperantes. Son, señalan los autores, los
    "aspectos productivos" de los monasterios y de la época
    medieval, tildada de oscura para la historiografía moderna,
    los que más tarde se plasmarán en desarrollos
    tecnológicos o los que sirven de fondo para encuentros
    populares y sexuales. En la misma estela, algo más tarde,
    las brujas se hacen protagonistas al convertirse
    simultáneamente en magas, en objetos del oscuro deseo
    masculino y en especuladoras de una alquimia desconocida, capaces
    (en la imaginación popular) de volar sobre artefactos de
    limpieza (escobas); personajes en los que la tentación, la
    regulación sexual de la iglesia y las tecnologías
    rudimentarias para elevarse en el cielo se intercalan; figuras
    estereotipadas donde se superponen técnica y sexualidad. En
    este caso, la relación con los dispositivos
    técnológicos marca y estigmatiza las estampas
    malditas ("desviadas") del momento.

    Más adelante (pp. 77-96) nos topamos con las
    convulsiones que sufren las sociedades occidentales por la
    entrada en escena del capitalismo industrial, sacudida que, en el
    despliegue de lo fabril-urbano, deshace y rehace gran cantidad de
    lazos sociales. Es esa modernidad temprana, con sus
    conmociones y vapuleos existenciales que lúcidamente
    detallaran, cada uno a su manera, los Simmel o Benjamin: momento
    también en que la vida social comienza a ser "tecnologizada"
    masivamente. Si bien en el periodo medieval podemos atrevernos a
    afirmar sin mucha equivocación que la tecnología estaba
    emplazada en zonas concretas, en áreas específicas, el
    siglo XIX se encarga de extenderla y democratizarla,
    especialmente tras el descubrimiento del "nuevo mundo", las
    colonizaciones y un mejorado transporte de masas que
    recalcula las distancias terráqueas (reduciendo el espacio
    geográfico). Los sujetos sexuados comienzan a verse
    envueltos en dispositivos técnicos insólitos hasta la
    fecha, a usar y ser usados por la tecnología moderna. En ese
    escenario, la presencia de la "bruja", por ejemplo, sigue
    funcionando desplazada, ya sea encarnada en otros sujetos
    (indígenas, por ejemplo) o invisiblemente, y actuando como
    tope para el desarrollo de la cultura
    hegemónica. En el nuevo centro histórico, la ciudad,
    las clases sociales emergentes
    redefinen su sexualidad al contacto con trenes, máquinas de vapor,
    penicilina, globos aerostáticos o máquinas de escribir.
    Una profusión progresiva de cachivaches que se van
    insertando en la vida social de una manera radicalmente nueva,
    alterando la estructura socio-sexual de la
    época.

    Son en concreto los trenes,
    según nos relata el libro, los vehículos tanto del
    nuevo transporte terrícola como de un nuevo modo de
    existencia relacional y sexual. En los vagones de finales del XIX
    y principios del XX se comienza
    a articular novedosamente género y nuevas
    tecnologías del transporte de humanos, coquetería y
    raíles, seducción y vapor, normas de etiqueta y
    ferrocarriles. La aparición de un objeto técnico como
    los trenes, y su relación con la conformación de una
    regulación fuerte de las relaciones sexuales, ha sido
    ninguneada hasta la fecha. La facilidad con la que dicho medio
    produce "encuentros" y conexiones de gente distanciada
    geográficamente induce un simbolismo erótico nuevo
    (siguiendo aquí a Baudrillard). Estaciones y vagones, son
    "espacios intermedios", casi "no-lugares" (Augé, 2004)
    públicos en los que las mezclas raciales e
    inter-clase generaron cambiantes
    formas de relación. Las locomotoras atropellaron y
    arrasaron, metafóricamente, los viejos modos de vida,
    haciendo aflorar miedos, ansiedades, nervios, vértigos,
    desviaciones sexuales y esperanzas. Las normas de etiqueta
    surgidas al calor de los trenes,
    implícitas o explícitas, tácitas o públicas,
    son algo crucial ya que, los autores afirman, se van grabando
    lentamente en los cuerpos y en las mentes, actuando como
    líneas disciplinarias de construcción de
    subjetividad (una idea muy foucaultiana). Concretando en un
    ejemplo: las mujeres inicialmente tuvieron prohibido por la
    vigilante moral social de la época corresponder miradas,
    ceder asientos o mostrarse excesivamente en dichos lugares (se
    analizan en este caso normas de etiqueta escritas).

    Merece la pena señalar que una de las novedades que
    Ángel Gordo y Richard Cleminson aportan es vincular las
    "tecnologías del yo" (Foucault, 1996) con las
    tecnologías de objetos y artefactos, con los manejos y usos
    de técnicas concretas. La creación del self
    moderno estaría íntimamente ligada a la tecnología
    en un sentido amplio, algo que no ha sido suficientemente
    enfatizado por los seguidores y continuadores de la línea
    foucaultiana. La Modernidad se abre con un nuevo modo de sujetar
    sujetos (Ibáñez), de definirlos y conformarlos
    (sexualmente también) a través de su relación con
    ciertas innovaciones, dispositivos, aparatos, elementos
    técnicos y objetos. No sólo a través del dinero (Simmel) o en la
    fábrica (Marx), sino también a
    través del transporte, de las máquinas, de los ingenios
    y de los artilugios técnicos que comienzan a ver la luz desde el siglo XVIII.
    Éste es uno de los meollos del libro: la génesis de la
    subjetividad moderna tiene mucho que ver con la historia material de la tecnología. Los
    sujetos sociales de la modernidad son fruto de una
    combinación entre lo simbólico y lo material donde la
    tecnología tiene un papel esencial. Nuestro "yo" y nuestra
    identidad se conforman
    también en la utilización de la técnica, en la
    relación cotidiana con los productos del homo
    faber
    . Una de las aportaciones del texto es interrogar este
    fenómeno y contribuir a rellenar un hueco "mal tapado" que
    las ciencias sociales tenían
    desde hace tiempo.

    La parte final del texto (pp. 99-113) apunta a una
    recopilación de sugerencias, intuiciones e hipótesis arrancadas de
    los casos históricos que, recicladas en tiempo presente, nos
    puedan sugerir vías de desarrollo y proyección para la
    sociedad informacional
    moderna. El tercer escenario es, pues, nuestro presente que mira
    al futuro. ¿Encontraremos idénticas enseñanzas
    sobre brujas y trenes en el ciberespacio, en los videojuegos o en las
    tecnologías inalámbricas? Seguramente sí. Erotismo
    y tecnología hace tiempo que deambulan dados de la mano, tal
    y como la película Crash (David Cronnenberg, 1995),
    analizada en el libro (pp. 23 y 24), reflejó no sin cierta
    polémica y malestar. Nuestro tiempo actual observa
    atónito la reescritura de la relación mente-cuerpo en
    torno a las nuevas
    tecnologías digitales que permiten ya casi integrar humanos
    y máquinas. La imagen mistificada y mágica
    que los ordenadores tienen actualmente ha rejuvenecido cierto
    "paganismo tecnológico" digno de mencionar. Los encuentros
    sexuales mediados por redes de ordenadores están de plena
    actualidad, por ejemplo. Precisamente, es por ello que, sólo
    al día de hoy, se dan las condiciones de posibilidad de una
    pregunta incisiva y abierta sobre la
    "tecno-sexualidad".

    En definitiva, el libro demuestra cómo las
    tecnologías son una parte integral de significados y
    prácticas sociales y culturales, de nuestros modos de
    representar y representarnos, de los mismos sujetos. Molinos
    medievales, monasterios, trenes o chats son lugares donde
    no sólo se tejen amores, celos, "cuidados de sí"
    (Foucault), afectos, comportamientos de género o rupturas
    sino relaciones sociales en un sentido amplio, mediadas y
    reguladas por técnicas que, a su vez, son modificadas en su
    uso. Son espacios bulliciosos y efervescentes donde los agentes
    sociales habitan, se constituyen y viven intensamente. Lo que nos
    indica que la fractura que trazan las ciencias entre lo natural y
    lo social, entre hombres y máquinas, entre lo biológico
    y lo cultural, entre el cuerpo y la tecnología, hace tiempo
    que se ha difuminado quedando borrosa, como no se han cansado de
    anunciar los así etiquetados "post-humanistas" (Latour, Law,
    Callon o, especialmente, Haraway (5)). Si los nuevos dispositivos
    han menguado la distancia entre cuerpo y técnica, poco
    sentido tiene plantear las viejas dicotomías y
    taxonomías que separan nítidamente la naturaleza animal de la
    cultura socialmente construida. El viejo concepto de cuerpo, definido como
    objeto preciso de contornos fijos e inmutables, ha dejado de
    existir en su hibridación con el resto de objetos sociales
    (técnicos y no técnicos).

    El libro, en definitiva, busca arrojar luz sobre esas
    encrucijadas en las que sexualidad y tecnología se
    entrelazan, rastrear los cruces de caminos que han sido velados
    por la corrección moral occidental y que ocultan materia prima para las
    ciencias sociales de alta calidad. Para ello, los autores
    construyen un dispositivo teórico (idénticamente a
    términos como "biopolítica" o "cyborg") en el
    último capítulo: la "tecno-sexualidad" (p. 106), una
    "metáfora" que se forma por sedimentación de ejemplos
    empíricos (es decir, toma cuerpo en la historia) y que da
    cuenta de las relaciones entre la cultura simbólica y la
    materialidad técnica. No pretende ser un ente
    ontológico que, a modo de espíritu absoluto hegeliano,
    dirija la historia o la desglose exhaustivamente. Es un
    término que abre y problematiza el punto cardinal de las
    relaciones relatadas mostrando, como dicen los autores, que no
    hay "lugares neutros o seguros" (p. 113). Este tipo de
    trabajos exploratorios han enriquecido los estudios sociales de
    la ciencia y la
    tecnología que, en los últimos años, han abierto
    sus horizontes de miras a campos, sorprendente e injustamente, no
    abordados o teorizados.

    Epílogo
    cibersociológico: Preguntas abiertas para una "
    sociología de los
    chats"

    El libro termina planteando la novedosa presencia de las
    nuevas tecnologías (biotecnologías o Proyecto Genoma Humano y chat o "conversaciones
    electrónicas") como escenario privilegiado para el estudio
    de las relaciones entre tecnología y sexualidad. Dejando
    momentáneamente de lado el aspecto biotecnológico,
    ¿inaugurarán las charlas virtuales una nueva fase de
    interacción entre el
    ámbito técnico y las relaciones interpersonales?
    ¿Qué metamorfosis sufrirá la subjetividad social
    ante la, cada vez más importante, conexión telemática entre
    individuos? ¿Se está convirtiendo el chateo o la
    mensajería instantánea en una forma preeminente o
    hegemónica de socialización de género? Las
    respuestas, a partir del libro, se adivinan pero no se condensan
    aún en ninguna afirmación rotunda. Una vez que el texto
    nos ha colocado alineados hacia el presente, debemos valernos de
    las herramientas y metodologías aportadas para mirar lo
    actual. En ese sentido, el libro puede funcionar perfectamente
    como un "programa de investigación", un esquema
    detallado de actuación sociológica. Nos invita a
    estirar sus argumentos o perspectivas a otros casos de estudio o
    fenómenos empíricos. El texto ofrece, a partir de sus
    genealogías, una propuesta epistemológica para abordar
    los efectos sociales de las tecnologías contemporáneas.
    Es por ello que ponerse a la tarea de estudiar el mundo de las
    charlas virtuales, en sus versiones clásicas (IRCs) o de
    mensajerías instantáneas (Messenger y demás),
    tiene un fuerte sentido desde la óptica desarrollada. No
    obstante, ¿qué límites o fronteras tiene esta
    mirada? ¿Existen otras escuelas, corrientes o aportaciones
    teóricas que converjan con las que hemos visto?
    ¿Habría que complementar esta perspectiva (típica
    de muchos cultural studies) con una teorización sobre
    el poder (como parece hizo Foucault finalmente)? ¿Sería
    necesario apuntalar el enfoque con un fondo (una teoría social) sobre el
    que encajar las piezas históricas a riesgo de encorsetar lo
    empírico en un metarrelato monolítico?.

    Otro de los temas que emergen intuitivamente es la idea
    de que la tecno-sexualidad que describen Angel Gordo y Richard
    Cleminson tiene visos de verse acelerada y acentuada en los
    años venideros. La significación social y la presencia
    cotidiana creciente de las tecnologías (digitales,
    especialmente) son cada vez mayores en nuestras vidas. Nuestro
    día a día, el conocernos y el conocer el mundo,
    están mediados incesantemente por artefactos digitales y
    tecnológicos. ¿Constituirán, entonces, los
    chats uno de estos "escenarios" (tecno-sexuales (6)) o
    tarimas sobre las que los actores sociales construyen su modo de
    ver (y actuar) el (y sobre) el mundo? ¿La importancia de los
    mismos será recalcada y enfatizada con el paso del tiempo o
    estamos ya en su momento de máximo esplendor?
    ¿Pertenecemos a un momento histórico (y, por tanto,
    analítico) dominado incontestablemente por el mundo
    chat?.

    Idénticamente, en los chats ¿seremos
    testigos de muchos de los fenómenos y acontecimientos que se
    mencionan en el libro: regulación normativa (normas de
    etiqueta y comportamiento), disciplinas, jerarquías
    simbólicas, sexuación de espacios y erotización de
    tecnologías, creación de figuras desviadas, nuevas
    formas de interacción, etc.? Por ejemplo, en cada canal,
    encontramos códigos de conducta compartidos, actividades
    sancionadas, actitudes proscritas,
    vocabulario o lenguajes propios, relaciones de poder, reglas de
    seducción, simbologías eróticas, pautas de
    dominación, autoridad, compañerismo,
    comportamientos diferenciados según variables
    sociodemográficas (género, edad, clase, etc.). Es
    decir, ¿podremos distinguir claramente un cúmulo de
    fenómenos sociales tradicionales que, mediatizados por una
    tecnología comunicativa, tomen un tinte o cariz diferente u
    observaremos "lo mismo de siempre" pero bajo un decorado
    futurista-digital?

    Siguiendo el interrogatorio, ¿asistiremos,
    además, a dos procesos sociales clásicos, dos tipos
    ideales de fenómenos que tradicionalmente estiran a los
    individuos en direcciones aparentemente opuestas: la
    individuación y la socialización comunitaria? La
    primera sería una tendencia que forzaría una
    visión cada vez más solitaria, anómica, atomizada,
    autista y replegada hacia la interioridad de los sujetos (Beck y
    Beck- Gernsheim, 2003). La segunda, en cambio, opta por enfatizar
    el papel socializador, dinámico, interactivo, conectivo e
    inherentemente colectivo del uso de dichas tecnologías.
    Entre ambas, el juego identitario se despliega
    con todos sus fuegos de artificio. En concreto, ¿cómo
    se materializan estos antagonismos en los
    chats?

    Tanto los monasterios como los canales chats
    comparten la idea de ser "comunidades" (gemeinschaft, para
    Tönnies), una grupalidad densa y especial, una "solidaridad orgánica"
    (Durkheim) en las que los
    miembros participan y se reconocen. Las tecnologías, en sus
    diferentes versiones, permiten y facilitan las agrupaciones o la
    cohesión colectiva, fortaleciendo vínculos sociales.
    Pero la idea de comunidad encarna, de alguna
    manera, un sentido religioso de "unidad espiritual", una
    unificación no material o instrumental donde las
    representaciones del mundo son comunes. En la Edad Media, el
    trasfondo religioso pujaba fuerte por ello pero en una época
    aparentemente secularizada, ¿qué elementos
    aglutinadores tienen los chats como para facilitar esa
    comunión anímica o ese sentimiento comunitario?
    ¿Qué función cumplen en tanto
    cemento grupal para la
    formación de microsociedades? ¿Qué
    características tiene esa sociabilidad (estabilidad,
    sustento, emotividad, racionalidad, etc.)? La idea de
    "comunidades virtuales" ¿connota la aparición de
    grupos sociales
    específicos en los que no hay un mero intercambio
    egoísta de bienes y servicios sino culturas (en un
    sentido amplio), inquietudes, ideologías, necesidades,
    reconocimientos, etc., o algún elemento común en torno
    al cual se articulan las mismas? ¿Tienen esos grupos el mismo significado
    social que poseían las comunidades heréticas de los
    siglos pasados (estudiadas en el libro) pero en un formato nuevo
    de sociedad laica? Más aún, ante el vendaval
    globalizador, ¿realmente el compartir sentimientos y abrirse
    "a los otros" funciona como trinchera y refugio existenciales? La
    confesión mutua y la revelación recíproca de los
    chats, ¿conforman más una "comuna hippie"
    o generan una especie de nueva "familia" artificial?

    Las tecnologías, podíamos decir siguiendo uno
    de los ejes del libro, son lugares de encuentro, de reunión
    y socialización. Las ambivalencias y ambigüedades de la
    conexión, del viaje, de la interacción, del choque o
    del compartir un espacio (real o virtual) no sólo las
    encontramos en los molinos o en los trenes. Los salones, los
    carruajes, los aviones, los baños y piscinas, los puentes y
    canales o los chat-rooms pueden generar efectos
    idénticos. Si, como hemos visto, para la inflexible moral
    victoriana los trenes supusieron una amenaza por su mensaje
    libidinal, ¿las conversaciones electrónicas pueden
    significar también una dislocación de nuestros marcos
    normativos e interpretativos actuales? El mundo en el que
    nació el psicoanálisis, el final del
    siglo XIX y la cristalización del primer capitalismo, estaba
    atravesado por una serie de patologías sociales (histerias y
    neurosis varias). Por
    consiguiente, ¿los turbulentos días de la cultura
    global revisitarán el narcisismo, como anunciaba hace
    años Senett (1980)? ¿Serán los chats
    lugares privilegiados para percibirlo? ¿Encontraremos en la
    virtualidad de las conversaciones anónimas la
    sintomatología básica de los "excesos
    contemporáneos" (adicciones o anorexias, por
    ejemplo)? La sociabilidad virtual parece que da pié para
    divisar nítidamente los "desórdenes del carácter" y la
    clínica psicológica oficial de nuestros tiempos. Si el
    mundo erotizado de la "burguesía capitalista industrial" que
    viajaba en los trenes era moldeado por la represión
    victoriana, ¿encontraremos una nueva semiótica de las
    "conductas desviadas" o una lógica de las
    psicopatologías modernas conectándonos a los
    chats? Las comunidades formadas alrededor de la
    conversación y la confesión virtual seguramente
    definirán la génesis de otras "desviaciones sociales",
    de otras figuras malditas o retratos de perversiones.

    Para concluir, hemos comprobado en el libro estudiado
    que el erotismo o la sexualización de espacios se produce
    socialmente, cada vez más, en torno a enclaves de
    interacción tecnológica y comunicativa. Son esos
    lugares u objetos técnicos, inventos o ingenios sociales, los
    que sirven como puntos de contacto o anclaje identitario y
    sexual; posiciones en las que las relaciones sociales se anudan y
    entretejen definiendo posibles encuentros o imposibilitando
    deseados intercambios. Parajes, en definitiva, ideales para
    observar la materialización histórica de la
    "tecnosexualidad" o para hacer visibles las relaciones
    dinámicas entre técnica y sexualidad. Ante el panorama
    que se presenta, ¿tendrá, por tanto, la historia de la
    sexualidad otro punto de inflexión u otra cesura en la era
    Internet? Estamos aquí para
    verlo.

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      landscapes: changing relations between technology and
      sexuality
      , Free Association Books, Londres.
    • Haraway, D. (1995) Ciencia, cyborgs y mujeres: la
      reinvención de la naturaleza
      , Cátedra, Madrid.
    • Mayans, J. (2002) Género chat. O como la
      etnografía puso un
      pié en el ciberespacio
      , Gedisa, Barcelona.
    • Munford, L. (1997) Técnica y
      Civilización
      , Alianza Editorial, Madrid.
    • Recio, F. (1986) "El enfoque arqueológico y
      genealógico", en García Ferrando, M.,
      Ibáñez, J. y
    • Alvira, F. (Comps) El análisis de la realidad
      social. Métodos y técnicas de
      investigación
      , Alianza Editorial, Madrid, 1986;
      capítulo III.5, pp. 425 – 438.
    • Rozitchner, L. (2001) La cosa y la cruz. Cristianismo y capitalismo
      (En torno a las «Confesiones» de San
      Agustín
      , Losada, Buenos Aires.
    • Sennet, R. (1980) Narcisismo y cultura
      moderna
      , Kairós, Barcelona.
    • Weber, M. (1997) La ética protestante y el
      espíritu del capitalismo
      , Península,
      Barcelona.

     

    Notas

    [1] – Nos referimos aquí a una línea
    investigadora que arrancaría en Nietzsche y que alcanza, en
    Michael Foucault, su máximo esplendor. En nuestro país,
    son insoslayables los estudios de Fernando Álvarez-Uría
    y Julia Varela. Para una introducción en castellano ver Recio
    (1986).

    [2] – La elección de la terna recuerda a las
    clasificaciones que Michael Foucault realiza en varias de sus
    obras, muchas de las cuales pueden resumirse en la cadena:
    época clásica, época moderna y época
    contemporánea.

    [3] – Munford (1997) insiste en el papel de cierta
    predisposición cultural como requisito y complemento a la
    innovación
    tecnológica.

    [4] – Idénticamente, otros autores menos conocidos
    han desarrollado tesis similares colocando el
    periodo medieval como fuente de futuras transformaciones
    socioeconómicas (aparte de los trabajos de Andrés
    Bilbao, ver, por ejemplo, Rozitchner, 2001).

    [5] – Por ejemplo, Haraway (1995).

    [6] – Uno de los primeros pasos para una
    "sociología de los chats" parece ser el incluirlos en dichas
    categorías ("escenario tecno-sexual") como forma de
    reconocer su relevancia. El segundo, intentando responder a tanta
    duda, emprender su estudio desde análisis empíricos
    concretos que den cuenta de sus rasgos y especificidades; o bien
    en las versiones más académicas (Mayans, 2002) o
    periodísticas (Aberasturi y Salceda, 2003)

    El contenido del presente trabajo esta gobernado por la
    siguiente Licencia de Creative Commons: ver http://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.0

     

    Igor Sádaba Rodriguez

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