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El régimen político de las democracias excluyentes. El caso de la República Argentina



     

     

    1. INTRODUCCIÓN.
    LA
    DEMOCRACIA
    EXCLUYENTE

    Este trabajo
    corrige la interpretación central que sobre la
    naturaleza y
    función
    de la democracia argentina intenté elaborar en un
    artículo anterior (A. Pucciarelli, 2000). En esa
    ocasión, definí el tema con un interrogante y bajo
    la forma de una disyuntiva: ¿la democracia actual de la
    Argentina es, como se desprende de la mayoría de los
    análisis existentes, impotente para generar
    las condiciones sociales mínimas de su buen
    funcionamiento, o es la generadora de un régimen
    político cómplice del nuevo modelo de
    dominación social neoliberal, como parece sugerir el
    análisis más detallado del rol que ha venido
    cumpliendo en la gestación y legitimación de ese modelo implantado en el
    país, durante la década del noventa? Los datos
    empíricos obtenidos en una detallada investigación del proceso
    electoral de fines del año 1999, que dio lugar a la
    última sucesión presidencial, me aportaron
    elementos suficientes para transformar el segundo término
    de la interrogación en una nítida
    conclusión: el contenido y los procedimientos
    políticos de la democracia han jugado un rol fundamental
    en la aceptación y legitimización, por medio del
    consenso electoral, de las profundas reformas estructurales
    implantadas durante ese período.

    Investigaciones posteriores, referidas a la
    relación entre práctica política y gestión
    estatal del gobierno
    consagrado en esas elecciones, iniciadas en el año 2000,
    me han obligado a elaborar una conclusión sensiblemente
    diferente: el régimen democrático reconstruido a
    comienzos de la década del ochenta ha superado las
    indefiniciones de la etapa de transición y ha logrado una
    razonable estabilidad en el momento actual, de un modo paradojal:
    negando su contenido. Ya no pensamos en la existencia de
    democracias "bobas", imperfectas, impotentes o de baja
    intensidad; tampoco en democracias sólo corruptas e
    ineficientes enganchadas por complicidad o comprometidas por
    omisión con la degradación social, sino en otra
    cosa sensiblemente diferente: en la expansión de un nuevo
    entramado político institucional que, acompañando
    la exclusión
    social con la expropiación y el despojo de todo
    aquello que constituye la identidad
    social, cultural y política de los sectores subalternos,
    se transforma en un estratégico instrumento de producción del proceso de
    declinación económica, decadencia social y
    descomposición institucional que ha venido sufriendo el
    país durante los últimos 25 años.

    Instituto de Investigaciones
    Gino Germani. Universidad de
    Buenos
    Aires.

     

    En este caso, el término general
    "expropiación" no se refiere a la ganancia que surge de la
    explotación del trabajo ajeno, propia de la
    organización social de la producción
    capitalista, ni a ninguna otra forma de apropiación
    "tradicional" asociada a ella, sino al "despojo", es decir a la
    exacción de bienes ya
    obtenidos y a la eliminación de conquistas sociales ya
    consagradas, consideradas una parte del sistema de
    pertenencias de los sectores sociales expropiados, los
    "despojados". Aunque la mayor cantidad de bienes expropiados son
    de carácter económico
    (ocupación, salario directo,
    salario indirecto, etc.) los procesos que
    culminan en la exacción y el despojo no son procesos
    predominantemente económicos, son fundamentalmente
    político estatales.

    A pesar de ello, todavía no se ha analizado el
    papel que ha jugado el régimen político del sistema
    propiamente democrático en la realización de esos
    objetivos,
    eliminando resistencias
    potenciales y haciendo definitivamente viable un severo plan de reformas
    estructurales que, a pesar de atentar directamente contra el
    sistema de intereses económicos, sociales,
    políticos y culturales de los sectores populares, fue
    impuesto sin
    generar oposiciones serias ni conflictos
    perdurables. Esa gran ausencia explica, seguramente, el hecho de
    que no se haya visualizado todavía un hecho fundamental
    para la adecuada comprensión de la relación entre
    sociedad y
    política en nuestra época: a diferencia de otras
    formas de exacción del trabajo ajeno, la
    "expropiación" genera "despojo" a través de
    mecanismos explícitos que no pueden mantenerse velados ni
    ocultos, como sabemos que ocurre con los primeros. Por esa
    razón, el elenco gubernamental ha debido desarrollar
    complejas estrategias
    políticas y discursivas que, en la aparente
    simplicidad con que se presentan, ocultan una hasta ahora
    indescifrable red de pactos secretos,
    relaciones espurias y diversos tipos de anormales y amorales
    arreglos interinstitucionales, como la ha demostrado, entre otras
    tantas cosas, el denominado "escándalo de los sobornos en
    el Senado de la Nación"( O. Rígoli,
    2000).

    Sabido es que durante toda la gestión menemista,
    y aún en el momento actual, la clase obrera y
    los sectores más directamente perjudicados por la
    aplicación sistemática de "políticas de
    expropiación", sirvieron de soporte
    político-electoral del nuevo bloque social dominante
    dirigido por el menemismo y que dieron consenso explícito
    a la dirección neoliberal-conservadora, adoptada
    por el gobierno durante toda la década del noventa.
    Sostuvieron pertinazmente con su opinión, con su
    desmovilización, con su retaceado apoyo a los
    tímidos intentos de oposición, generados por
    algunos grupos
    sindicales, movimientos sociales y pequeños partidos
    políticos minoritarios la orientación
    política del gobierno peronista y, cada vez que fueron
    convocados, apoyaron con su voto la implantación de
    medidas específicas que redujeron brutalmente sus
    anteriores conquistas. Hace un tiempo, Luiz
    Ignacio Lula da Silva, después de su última
    derrota electoral como candidato a presidente del Brasil,
    planteó tal contradicción bajo la forma de un
    interrogante. Parafraseando sus términos podría
    presentarse del siguiente modo ¿Por qué
    razón en este encuadre democrático actual, la
    víctimas pierden su propia memoria, olvidan
    su trayectoria, desestiman las propias luchas del pasado y apoyan
    políticamente o votan periódicamente a sus verdugos
    directos y más evidentes? O, planteando la misma
    cuestión con una pespectiva diferente :¿cómo
    actúa la política y el gobierno democrático
    para orientar conductas que atacan los propios intereses de las
    clases populares, logrando el apoyo a movimientos, partidos y
    candidatos que los contradicen explícitamente?

    Llevada a su límite, la política
    expropiadora diseñada por nuestro Estado y
    ejecutada por una gran variedad de actores diversos, genera en
    los sectores más desposeídos de la sociedad una
    grave situación de exclusión temporal que se
    está convirtiendo últimamente, al calor de los
    sucesivos planes de ajuste y reiteradas crisis
    económicas, en una grave situación de
    exclusión permanente, en pleno proceso de
    expansión. La lógica
    del despojo amplía el campo de la pobreza,
    transforma una parte de la pobreza en
    indigencia y marginalidad y a
    la marginalidad indigente en exclusión. Por esa causa, es
    sumamente probable que uno de los rasgos definitorios de la
    sociedad argentina del momento actual y fuente de una gran
    variedad de problemas
    sociales diversos tenga plena relación con la construcción de situaciones de
    exclusión, en las que se combinan en forma diversa la
    privación material y el despojo de su autonomía
    personal y de
    todo aquello que formaba parte de su poder
    simbólico. Por lo tanto, el despojo viene a ser respecto
    del modelo político-democrático, lo que la corrupción
    al modelo corporativo-estatal; el
    empobrecimiento-exclusión al proceso de decadencia social
    y la desocupación, el endeudamiento, la
    concentración-extranjerización del capital, etc.,
    al modelo de acumulación neoliberal.

    Para hacer patente la enorme responsabilidad que tiene la producción
    política democrática en ese proceso, es decir en la
    articulación que hoy observamos entre despojo material y
    despojo simbólico de los sectores populares, denominamos
    "Democracias Excluyentes" a este nuevo tipo de democracias
    productoras de diversas modalidades de marginalidad,indigencia y
    exclusión social.

     

    2. LA DEMOCRACIA EXCLUYENTE Y
    LA CRISIS DE LA POLITICA.

    El modo de hacer política que sustentó el
    proceso de consolidación del sistema democrático
    durante su último período de reconstrucción,
    ha generado una enorme cantidad de contradicciones y para la
    mayoría de los analistas políticos se halla
    sumergido, ahora, en una grave crisis provocada por la virtual
    extinción de los antiguos pactos de representación,
    lo cual pone, a su vez, en crisis al núcleo central del
    sistema democrático. En el pasado, la
    representación política se construyó a
    partir de grados relativamente altos de articulación entre
    los partidos políticos y las identidades sociales
    colectivas que, a través de un complejo proceso de
    interacción, realizaron el trabajo de
    lo que se ha denominado "agregación de demandas", un vasto
    sistema interactivo que transformó en símbolos, rituales, ideas y proyectos
    políticos a las aspiraciones más o menos difusas
    que surgieron en su seno. Por esa causa, el pacto
    implícito de delegación de poder que
    contenía la representación electoral se hallaba
    pleno de contenido, no era el producto
    exclusivo de una campaña electoral, era el punto de
    llegada de una larga historia de mutua
    compenetración entre los grupos y los partidos y, a la
    vez, el comienzo de una fase superior por la cual el trabajo
    institucional del "representante" permitía establecer,
    generalmente, condiciones favorables para un posible pacto
    futuro. (M. Novaro, 1999; F.Hagopian, 2000)

    En nuestras democracias actuales, ese vínculo se
    ha transformado, se ha desnaturalizado, se ha desvanecido o, en
    los casos más extremos, ha sido sencillamente eliminado.
    La modificación radical que se ha producido en el mundo de
    los representables (heterogeneización de las estructuras
    sociales, disolución de las antiguas identidades de clase,
    desvanecimiento de antiguos actores sociales, cambios en el
    contenido y en la diversidad de las demandas, etc.) ha modificado
    el sentido y, especialmente, la dirección de la
    representación, concebida como agregación de
    demandas producidas en el seno de la sociedad. Sin negar que este
    complejo conjunto de factores esté condicionando el
    contenido y la dinámica de la política en
    democracia, gravitando cada uno de ellos de un modo que
    será necesario investigar sistemáticamente en el
    futuro, nosotros queremos resaltar que los aspectos más
    determinantes del cambio de lo
    político y de la política, en el momento actual,
    son diferentes y deben ser pensados con otra perspectiva
    analítica.

    El análisis del vaciamiento de las ideas,
    propuestas y estrategias políticas que ha difundido el
    periodismo
    especializado y ha analizado más sistemáticamente
    un pequeño conjunto de trabajos académicos, debe
    considerarse rigurosamente válido si con ello se hace
    referencia a la política pública, es decir, al modo
    en que se entrecruzan discursos,
    imágenes, acciones y
    actores en ese escenario predominantemente massmediático
    que hoy convoca pasivamente a la mayor parte de la ciudadanía. Utilizando nuevas estrategias,
    sobresaturadas de imágenes, vaciadas de información sustantiva y reflexiones
    enriquecedoras, los mensajes políticos inscriptos en el
    espacio público entremezclan, confunden y, en definitiva,
    escamotean precisamente todo aquello que resulta esencial e
    imprescindible para "comprender", para definir problemas,
    para identificar necesidades, para ubicar interlocutores, para
    apelar a instituciones,
    para construir organizaciones,
    para generar conductas y proyectar acciones. De ese modo, la
    política pública que sustenta la reproducción de las leyes del
    juego
    democrático ha sido despojada y el espacio público,
    espacio de intercambios, confrontaciones, luchas,
    elaboración de proyectos y definición de problemas
    en el pasado, está vacío, ya no tiene relevancia ni
    puede generar nuevos significados capaces de contrabalancear el
    efecto devastador que ha tenido el arrollador avance del
    espectáculo electoral telemático, las estrategias
    de marketing y el
    reemplazo de la opinión-participación militante,
    por los sondeos de opinión y la encuestología. (R.
    Pasquini Durán, 2001)

    Pero la crisis de la práctica política
    pública en democracia, no obedece a una crisis de
    definición de la política misma como instrumento de
    elaboración de proyectos o, aún más, como
    elemento sustantivo de transformación de la realidad, tal
    como lo plantean Garretón y Lechner en los trabajos ya
    citados, sino que la crisis es una imagen, el rasgo
    más sobresaliente, el modo más directamente
    perceptible en que se presenta un proceso obscuro, todavía
    ambiguo y contradictorio que ha sido difícil de
    desentrañar hasta el momento. La política no se
    empobrece, se enriquece cambiando de función y de
    contenido en la medida que responde a la existencia de un nuevo
    tipo de correlación de fuerzas en la sociedad argentina y
    a la necesidad de prevenir y neutralizar la enorme cantidad de
    conflictos potenciales que está generando, como veremos,
    la consolidación del tipo de democracia excluyente que hoy
    impera en el país.

    En efecto, a la luz de la
    impresionante sucesión de acontecimientos acaecidos
    durante los dos últimos años, no es arriesgado
    afirmar que la decadencia de la política pública,
    como parte de la decadencia general de la sociedad, se define por
    cuatro rasgos: el pragmatismo,
    la inmediatez, la eliminación de las propuestas y del
    debate
    político y la frivolización del trabajo
    político electoral. Estos rasgos no forman parte, sin
    embargo, de una nueva estrategia de
    vaciamiento, sino de ocultamiento de los renovados contenidos
    actuales de la política. Ocultamiento que toma la forma, o
    es presentado, como pérdida, es decir como
    desvanecimiento, cuando en realidad es todo lo contrario. Si se
    analiza el trabajo político realizado por el muy reducido
    sector privilegiado de esta sociedad, agrupado alrededor de la
    nueva clase dominante, aparece un nuevo entramado de relaciones,
    anteriormente desconocido, entre nuevos protagonistas centrales
    de la política (fundaciones, consultoras, calificadoras
    financieras, organismos de control
    internacional, etc.) y viejas instituciones tradicionales,
    especialmente modificadas para el desempeño de los nuevos roles que requiere
    la oportunidad (sindicatos,
    corporaciones, partidos políticos, etc.). Todas ellas
    coordinadas, o por lo menos fuertemente supervisadas, por nuevos
    y viejos organismos internacionales (FMI, Banco Mundial,
    Grupo de los
    Siete, etc.) preocupados por asegurar la capacidad de pago y la
    solvencia a corto plazo de los países fuertemente
    endeudados. Creciendo unos, autotransformándose, otros y
    adaptándose, la mayoría, a la necesidad de cambiar
    la política junto con el cambio de la sociedad, del Estado
    y del contexto internacional, crearon un centro hegemónico
    de poder que, por de los muy importantes cambios producidos en el
    imaginario de la sociedad, resulta, hasta ahora, inexpugnable, a
    pesar del estado de decadencia y crisis en que ha sumido a la
    mayoría del país.

    Su fortaleza se deriva, valga la aparente paradoja, de
    su imagen de debilidad, de su crisis pública y de su
    incapacidad para generar alternativas viables a la interminable
    sucesión de políticas de reducción de bienes
    y conquistas populares que constituyen la esencia de las
    estrategias gubernamentales neoliberales.Como es sabido, esa
    estrategia del "ajuste" interminable ha generado un estado de
    descomposición y decadencia social, que afecta a la
    inmensa mayoría de la población y, por esa causa, debería
    entrar en natural contradicción con el contenido de las
    ofertas que deben atraer la voluntad de las mayorías
    electorales. Se presenta como debilidad e impotencia y se oculta
    detrás de las supuestas crisis de la política y del
    sistema
    político porque no halla un mejor modo de resolver
    favorablemente esa contradicción.

    Vista desde esa perspectiva, la crisis de
    representación es un hecho real e indiscutible, pero esa
    crisis no conduce necesariamente hacia la crisis de la
    política ni del sistema político. Por el contrario,
    la crisis de representación se constituye en un punto de
    partida y en un componente central de las nuevas formas de hacer
    política de contenido antipopular, en medio de un sistema
    democrático que se funda en el respeto de la
    voluntad popular expresada en periódicas consultas
    electorales. Se relaciona, entonces, con la drástica
    ruptura que han hecho los dos grandes partidos tradicionales con
    su propio pasado, en el cual representaban dos fuertes
    subculturas defensoras del progreso y del bienestar popular y con
    la disolución de los grandes liderazgos
    carismáticos que le permitieron ocupar el centro de la
    escena política durante la mayor parte del siglo
    anterior.

     

    3. LA
    CORPORATIVIZACIÓN Y LAS CRISIS DE LEGITIMIDAD DEL SISTEMA
    POLÍTICO.

    En la investigación anterior, ya citada, sobre
    las formas en que fue realizada la campaña política
    de la última contienda electoral, logramos identificar
    algunos de los rasgos empíricos del modo en que se ha
    "construido" esa crisis, y de la función que ella cumple
    en la armonización del funcionamiento político
    institucional que caracteriza a nuestra democracia actual.
    Agrupamos esos fenómenos alrededor de dos grandes procesos
    fundamentales: la corporativización del sistema
    político y la desafección política de la
    mayoría de la sociedad. Aunque los tratamos como partes
    mutuamente implicadas de un mismo conjunto, las relaciones que
    establecimos entre ellos nos llevaron a la conclusión de
    que nos hallábamos frente a un nuevo tipo de democracia
    que denominamos "democracia cómplice", para resaltar
    aquello que constituía, a nuestro juicio, su
    característica central: justificar, a través de
    instrumentos y procedimientos simbólicos, el proceso de
    decadencia social que acompañaba su consolidación
    durante el denominado período de transición.
    Posteriormente, comprobamos que la "justificación
    simbólica" era muy importante pero constituía
    sólo un fragmento menor de ese otro crucial proceso de
    "despojo simbólico" que hemos descripto en el
    capítulo anterior.

    Veamos, primero, algunas de las características
    del proceso de "corporativización" de las prácticas
    y de los actores de la política democrática.
    Transformados en protagonistas dominantes, casi exclusivos de
    procesos electorales de base massmediática, en los que la
    sociedad se aviene a seleccionar candidatos sin exigir ni
    ejercitar la discusión y el desarrollo de
    proyectos políticos diferentes, los principales
    protagonistas de esta nueva situación comienzan a
    desarrollar un nuevo sistema de reglas políticas
    destinado, primordialmente, a la preservación de los
    mecanismos ya establecidos de la competencia
    electoral y al desarrollo de nuevos criterios implícitos
    de convivencia institucional que van adquiriendo mayor valor por
    sí mismas que por el modo en que facilitan el cumplimiento
    de la función social que tienen asignadas. Así,
    comienzan a generar un conjunto de intereses específicos
    de la profesión electoral institucional que se vuelve
    mucho más fuerte y determinante que los intereses que
    deberían ligar a cada uno de ellos con sus respectivos
    representados, dando lugar a un previsible proceso de
    autonomización de necesidades y objetivos que alimenta, a
    su vez, la formación de un nuevo tipo de espíritu
    corporativo. El espíritu corporativo produce, por tanto,
    una insalvable contradicción: aquéllos que fueron
    elegidos para pensar y actuar en la representación de
    intereses diversos de la sociedad, y encontrar en la
    instituciones gubernamentales su modo de enfrentamiento y
    conciliación, se transforman en todo lo contrario.
    Constituyen un cuerpo faccioso y autorreferente que subordina
    toda forma de representación de intereses diversificados
    de la sociedad, a la necesidad compartida por la mayoría
    de sus miembros de asegurar la supervivencia y
    reproducción "del cuerpo"
    político-electoral-institucional.

    Si se aproxima un poco la mirada puede descubrirse,
    además, que durante su desarrollo el proceso de
    corporativización del elenco político fue creando
    una amplia red de relaciones diversas y entrecruzadas que ha dado
    lugar a la creación de una especie de
    megacorporación, compuesta por varias
    instancias.

    La instancia estrictamente política es la
    más visible porque en ella se reúnen los elencos,
    las conductas y los procedimientos que permiten la
    reproducción de la "corporación
    político-partidaria", en esa nueva situación de
    virtual extinción de los pactos representativos. La
    ruptura del pacto se produce en el mismo momento en que se
    acentúa el control monopólico de su aparato
    partidario sobre los procedimientos electorales y
    hacen posibles esos falsos
    compromisos de representación, utilizados como vías
    de acceso casi exclusivo hacia el poder gubernamental. Para
    amortiguar esa contradicción, los partidos se vuelven
    fantasmales, se desvinculan de la gente, no recogen ni politizan
    las demandas, evitan los controles sobre su gestión y
    abandonan toda forma de orientación ideológica y de
    dirección política sobre sus elencos de
    representantes y funcionarios. La autoneutralización del
    Partido Radical, gestionada cotidianamente por su presidente, el
    Dr. Alfonsín, para "no entorpecer" una gestión
    gubernamental que va contra todos sus postulados y promesas
    electorales, es tan ostentosa y permanente que de ser, como se
    suponía al principio, una disposición
    táctica para congelar un problema irresuelto entre Partido
    y Gobierno, ha pasado a formar parte de un proceso de
    "vaciamiento" político ideológico, similar al que
    sufrió el Justicialismo una década atrás y
    del cual no ha podido, por otra parte, recuperarse nunca
    más. Por esa razón, las conductas de moral dudosa y
    los "manejos" espurios que siempre formaron parte de la
    dinámica global de los partidos políticos se quedan
    sin contrapeso, se vuelven ahora totalmente dominantes y
    adquieren dimensiones totalmente desproporcionadas. Surge , de
    ese modo, un nuevo perfil del partido político
    caracterizado, entre otros rasgos, por el aislamiento social, las
    conductas autopreservativas, la eliminación de las ideas y
    del debate político, la fulminante expansión de las
    concepciones "posibilistas", el desplazamiento de la ética
    política, la imposición de la ingeniería electoral, la organización masmediática, la
    manipulación de las instituciones, la formas perversas de
    vinculación con la clientela electoral en la luchas
    internas, el internismo y las formas degradas y vacías de
    reclutamiento
    y promoción de los nuevos tipos de
    militantes.

    Puede incluir elementos aún mas perversos, como
    la corrupción individual, colectiva, etc.,
    pero no los requiere inevitablemente: la corporación
    partidaria puede mantener un correcto código
    ético pero no por ello generar esa diferencia de intereses
    que niega su origen y desnaturaliza su función social. El
    actual presidente del Partido Radical, que es por la
    generación a que pertenece y por su actuación
    protagónica en los últimos cuarenta años, un
    testigo privilegiado de este proceso de mutación de los
    partidos políticos, lo dice explícitamente: "Esta
    puja entre política y mercado es
    fuerte. Para ganarla, se necesita de la convicción que dan
    los ideales y los partidos han perdido esos ideales, han perdido
    todo. Las marejadas ultraliberales han producido un efecto
    catastrófico dentro de las fuerzas políticas,
    mercantilizándolas. Para nosotros, es especialmente
    desastroso porque el radicalismo nació luchando contra las
    oligarquías económicas y hoy ha conformado una
    oligarquía política: los que se acercan a la
    política ya lo hacen pensando en la rentabilidad… no existe el fervor militante. No
    hay una pegatina que no se tenga que pagar, no hay una pintada
    que no se tenga que pagar. No hay mística, ni militancia"(
    R. Alfonsín, 2001).

    Asociada con todo esto, se puede identificar,
    también, una instancia político institucional,
    relacionada con la gestión de las medidas tomadas en el
    gobierno y el Estado. Ha
    sido constituida por una densa trama secreta, o semisecreta, de
    acuerdos entre funcionarios, jueces, legisladores, gobernantes,
    políticos, etc., destinados a tomar cierto tipo de
    iniciativas legislativas; a frenar otras, cuando lesionan
    intereses defendidos por lobbystas profesionales; a aprobar
    iniciativas "impopulares" del Poder
    Ejecutivo o a promocionar toda clase de decisiones
    gubernamentales. Un sistema de acuerdos espurios que
    comenzó a ventilarse públicamente el día en
    que uno de sus más conspicuos representantes
    decidió denunciar la existencia de sobornos a un grupo de
    legisladores, para obtener la aprobación de una onerosa
    modificación a la ley de trabajo
    vigente, en el Senado de la Nación.
    Un estudio detallado de esos acontecimientos confirmaría,
    con datos específicos, la existencia de este suprasistema
    que recorre horizontalmente a todos los cuerpos partidarios y
    gubernamentales (M. Granovsky, 2001).

    Podría mostrar, también, cómo, a
    través de su evolución, la población percibe, por
    un lado, su existencia, y descree, por el otro, de que su poder y
    sus manejos arbitrarios puedan ser efectivamente modificados. La
    evidencia de la corrupción genera impotencia, su
    transformación en un intrigante espectáculo
    mediático crea indiferencia y desafección. Esos
    mismos datos dejarían entrever, igualmente, las
    características y la enorme envergadura del poder
    político y social que ha ido acumulando la
    corporación y la forma en que lo ha usado para volverse
    prácticamente impenetrable a las críticas que le
    llegaron desde todos los sectores y, especialmente, para seguir
    manteniendo en secreto los pactos que dieron lugar a los
    "arreglos" que hicieron posible la aprobación de esa ley,
    requerida por el Poder Ejecutivo. Mostraría,
    también, la rapidez de reflejos que tiene el cuerpo para
    cerrarse sobre sí mismo y generar pactos de silencio entre
    la mayoría de sus miembros; sobre sus procedimientos
    secretos, destinados a perpetuar su impunidad o,
    en el peor de los casos, dilatar y tergiversar enjuiciamientos y
    eludir sanciones políticas a quienes han tenido
    comportamientos fuertemente asociados con el delito y la
    corrupción. Dejaría entrever, en suma, que la
    complejísima red de complicidades que lo sostiene ha
    generado una especie de malla de seguridad que le
    permite sobrevivir cómodamente, sustrayendo del debate
    político sustantivo su propio cuestionamiento.

    Las redes anteriores parecen
    hallar su último sustento, justificación y
    explicación en la aparición del nuevo conglomerado
    político, institucional y empresarial que da forma a la
    tercera instancia y define, a su vez, la naturaleza de un nuevo
    tipo de Estado. La degradación de los procedimientos
    políticos y gubernamentales no sólo se relaciona
    con la construcción de una nueva forma de poder
    político institucional, también se han convertido
    en pieza fundamental de una nueva forma de colusión entre
    la gestión de los negocios
    privados y la
    administración de los intereses públicos, todo
    lo cual ha dado lugar a la constitución de un nuevo tipo de clase
    dominante y a la recreación
    de un nuevo bloque de poder político estatal. Dentro de
    este bloque, es muy dificultoso escindir, como se hacía en
    el pasado, entre el núcleo compuesto por la comunidad
    propiamente empresaria, dedicada a acumular excedentes sociales a
    través de sus negocios privados y, aquél otro que,
    desde la administración de instituciones
    estratégicas del Estado, los promueve y facilita, legal e
    ilegalmente. Aunque sabemos que la nueva clase dominante es
    dirigida por un núcleo sumamente poderoso, enclavado en
    los negocios financieros, resulta muy difícil dilucidar en
    qué circunstancias el descomunal crecimiento de las
    ganancias obtenidas durante la última década por
    los grandes bancos y las
    grandes empresas
    privatizadas ha sido generado por la realización de
    negocios más o menos normales en el mercado o es el
    producto de una serie de "arreglos" establecidos entre ellos y la
    corporación político gubernamental.

    En esos "arreglos", parece existir un constante juego de
    ida y vuelta, donde se entremezclan funcionarios, iniciativas,
    estrategias, intereses y hasta las propias instituciones
    públicas y privadas. Todos parecen obtener sus objetivos,
    el crecimiento de los negocios, la acumulación
    súbita de capital, el enriquecimiento injustificable,
    etc., por medio del manejo ilícito de los poderes
    estatales. Pero, aunque están convergiendo en la
    formación de un mismo bloque, tienen distinto origen, se
    manejan con diferentes procedimientos y ejercen distinta
    función: unos, provienen del campo empresario y
    son especialistas en la acumulación de capital propiamente
    dicho y, otros, provienen del campo político y son
    especialistas en la acumulación de capital político
    electoral. Entre ambos, han constituido una especie de gigantesca
    asociación ilícita que controla y administra un
    nuevo tipo de Estado, plagado de instituciones que tienen como
    misión
    fundamental favorecer el desarrollo de ganancias privadas de
    carácter extraordinario o cuasi monopólicas (H.
    Notchef, 2001). Ganancias que por su propia naturaleza van en
    oposición a los intereses generales de la sociedad pero
    que, a la vez, necesitan ser legitimizadas por ella misma a
    través del consenso, por lo menos pasivo, que le otorga su
    participación en periódicos procesos electorales,
    organizados por los grandes partidos tradicionales. Cada cual
    pone lo suyo y, en función de ello, se define el reparto
    de los réditos obtenidos. Las evidencias
    aportadas por las últimas investigaciones muestran un
    estado de colusión tan complejo que vuelve casi imposible
    e inútil el intento de diferenciación. Son
    beneficios económicos, políticos y sociales que se
    apropia un sector muy reducido de la sociedad por medio de un
    nuevo tipo de ejercicio entremezclado de las formas de poder, de
    un nuevo modo de subordinar la función del Estado a sus
    estrategias de acumulación.

    De más está indicar que de allí se
    extrae la substancia que alimenta la serie también
    interminable de mecanismos individuales y colectivos de
    corrupción ocasional, periódica o
    sistemática. Todas las formas y todos los niveles de
    corrupción política, empresarial y estatal
    están en ese bloque presentes, pero no es la
    corrupción sino la "colusión" lo que define tanto
    al bloque social dominante y a la forma del Estado, como al
    carácter "neoprebendario" que adquiere el modelo de
    acumulación de capital. Este Estado es, además, el
    artífice, el conductor, el principal protagonista del
    proceso de redistribución regresiva del ingreso, de
    empobrecimiento y de exclusión social, que caracterizamos
    anteriormente, a través de un perverso mecanismo, su
    autodestruccción. El sistema político en que se
    apoya y le aporta las cuotas mínimas imprescindibles de
    legitimidad es, a su vez, el responsable principal del
    vaciamiento ideológico, del "despojo" en el nivel
    simbólico, o sea, de la producción política
    que intenta profundizar y expandir el proceso de
    "desafección" de los sectores populares, hasta sumirlo, a
    través de la sensación de impotencia, en un estado
    casi permanente de inanición, en espectador pasivo y
    desvaído, incapaz de reaccionar

    En efecto, la contracara del proceso de
    corporativización es la desafección, un
    fenómeno desarrollado en nuestro trabajo ya citado,
    tomando como base las ideas expuestas hace un tiempo por algunos
    analistas del proceso de transición democrática (L.
    Paramio, 1993) pero que continúa escazamente analizado
    todavía. Hace referencia a un proceso que se desarrolla en
    forma fragmentaria y ambigua y afecta las conductas, actitudes y
    valoraciones de los ciudadanos comunes respecto al valor y la
    eficacia de la
    política, concebida como práctica de
    transformación de lo social. Se desarrolla en tres etapas:
    la desafiliación, el desinterés y la
    desafección propiamente dicha. La desafiliación
    parece ser uno de los primeros signos
    distintivos de las nuevas democracias, supone la
    disolución de los lazos de fidelidad política
    tradicional de una parte de la sociedad con un tipo determinado
    de agrupación político electoral; el antiguo
    "partidario" rompe las relaciones de pertenencia y elabora una
    nueva relación de referencia que significa mayor independencia
    y el desarrollo de un espíritu crítico para evaluar
    su desempeño específico en cada circunstancia
    particular. Cuando la independencia y la aplicación de
    juicio crítico producen reiteradas evaluaciones negativas,
    puede producir un desplazamiento de la preferencia electoral
    hacia otras agrupaciones, pero ese desplazamiento no va
    acompañado de nuevas reafiliaciones sino de una creciente
    convicción de que el fracaso político del partido
    de referencia es parte del fracaso de todo el sistema. En ese
    caso, se produce una especie de cambio de grado: la
    desafiliación se trasforma en desinterés, en el
    momento en que el ciudadano comienza a considerar la oferta
    electoral como irrelevante, como una especie de juego de simulación
    que, en unos casos, omite dar respuesta, en otros, tergiversa los
    términos y, en el resto, oculta deliberadamente los
    problemas que le interesan a la gente.

    Lo que une ambos movimientos, la
    corporativización del elenco político y la
    tendencia a la desafección de la mayoría de los
    ciudadanos, es otro proceso igualmente significativo: la compleja
    producción de nuevos significados, generados en su
    transcurso por la actuación política mediante la
    elaboración de un nuevo tipo de discurso
    consagratorio y la eliminación de todo tipo de discurso
    anticipatorio; fenómeno que rompe con las experiencias del
    pasado y abre el campo a las nuevas actividades del antiguo
    dirigente-representante convertido, ahora en
    operador-corporativo. En efecto, aunque se presentan y son vistos
    como parte de un frívolo elenco especializado en hacer
    atractivo el reiterado espectáculo electoral vacío
    de contenido político de esta democracia, los candidatos,
    los representantes y los gobernantes, convenientemente asistidos
    por un verdadero ejército de técnicos, asesores y
    especialistas extraídos del sector empresario, ha
    demostrado poseer una enorme capacidad para remodelar la
    subjetividad de un enorme sector multiclasista de la sociedad y
    generar una compleja ideología de aceptación resignada de
    la decadencia y el despojo que ha generado, a su vez, un consenso
    pasivo pero consistente respecto de la consolidación de la
    democracia desigualitaria y excluyente. Este complejo operativo
    cotidiano se apoya en una compleja articulación de
    actores, acciones, representaciones y discursos guiados por una
    casi exclusiva lógica de convencimiento y
    subordinación: un tipo de chantaje
    político-cultural, de fuertes consecuencias
    psicológicas, que no sólo se halla dirigida a la
    aceptación del despojo sino que se convierte en un despojo
    en sí mismo.

    Visto con esa perspectiva, el sistema político no
    parece estar en crisis porque haya perdido una naturaleza que
    podría llegar a recuperar, sino porque ha sufrido una
    profunda mutación en la cual la producción
    escenificada y permanente de su crisis se enarbola como un
    elemento fundamental de su reproducción y del cumplimiento
    de una de sus funciones
    fundamentales, la generación de "desafección". En
    vez de convertirse en el núcleo disparador de la
    restauración de los derechos sociales
    severamente conculcados durante la dictadura
    militar, los nuevos representantes del poder popular
    democrático, más allá de sus intenciones,
    operaron en sentido contrario, diseñando un nuevo tipo de
    régimen político-democrático fuertemente
    asociado a la implantación, consolidación y
    reproducción del proyecto
    neoliberal que articuló en un solo proceso de
    declinación económica, endeudamiento externo,
    decadencia social, y despojo material con crisis,
    subordinación y despojo de la política en el marco
    institucional de la democracia. Por hallarnos inmersos en ese
    proceso desde hace mucho tiempo, es posible que la
    profundización actual de la crisis económica y
    política se haya transformado también en una crisis
    ideológico-cultural: lo que comenzó con
    desafiliación de los partidos y continuó
    después como desinterés respecto a la
    políticas "inoperantes", surgidas desde dentro del sistema
    político, se está transformando en algo mucho
    más riesgoso, de imprevisibles consecuencias: la
    desafección respecto a "lo político", es decir, a
    la política misma entendida como instrumento de
    modificación de la realidad social.

    Los medios
    utilizados para generar esa crisis y esa sensación de
    extinción de la política no son, por tanto, una
    anomalía, no sorprenden por haber sido la consecuencia no
    buscada de un funcionamiento interinstitucional naturalmente
    imperfecto que ahora toma rasgos perversos e irracionales por
    efecto de la agudización de la decadencia. Es otra cosa,
    es un nueva modalidad creada por la corporación en todos
    sus niveles para generar un nuevo tipo de consenso. Un consenso
    "neutralizante" que no brinda adhesión por acuerdo
    explícito o implícito con la realidad y los
    discursos existentes sino por resignación, por
    hastío, por aceptación de que en la larga batalla
    por la preeminencia social, sostenida durante largas
    décadas, los sectores populares empujados hacia el
    empobrecimiento y la marginación ya no tienen capacidad
    alguna para enfrentar con posibilidades de éxito a
    los poderes constituidos en todos los niveles de la vida social.
    A la exitosa prédica sobre el crecimiento incontenible de
    los recursos y el
    poder controlado por los poderosos en el nuevo contexto de
    la
    globalización se suma también el "chantage"
    empresarial-gubernamental, una muy exitosa herramienta de
    apelación y de extorsión, que analizaremos
    más adelante, y que ha brindado muy buenos resultados
    cuando hubo que explicar las inevitables causas "externas" de la
    expropiación y el despojo.

    De donde podemos afirmar que la política no
    está vacía ni está en crisis, ha sufrido una
    mutación, ha cambiado de función y contenido: en
    lugar de potenciar y proyectar la lucha social,
    jerarquizándola, busca inhibirla produciendo impotencia,
    resignación, desaliento y la nueva creencia de que la
    democracia sólo sirve para seleccionar elencos
    administrativos que no tienen la obligación de respetar
    pacto representativo alguno. Gobernantes que utilizan su escasa
    iniciativa política para mantener calmos a los inversores
    financieros, para satisfacer la exigencias de sus instituciones
    representativas y para asegurar la consecución de un orden
    donde la lógica de los mercados marca la
    relaciones de fuerza que han
    hecho posible, de un lado, el despojo de la mayoría y, del
    otro, la inconcebible concentración de la propiedad, el
    capital, los ingresos y el
    poder en un sector cada vez más minoritario y
    retrógrado de la sociedad.

     

    4. LA ELIMINACIÓN DEL
    DEBATE PÜBLICO Y LA ELABORACIÓN PRIVADA Y SEMISECRETA
    DE LA POLÍTICA.

    Todo lo anterior se basa, como hemos dicho, en una
    radical transformación de las estrategias de los partidos
    políticos en la disputa electoral y de los elencos
    gubernamentales en la instancia político institucional. Lo
    que conocemos como frivolización del trabajo
    político es parte de un nuevo proceso que tiene dos
    grandes componentes: de un lado, es tributario de la privatización del trabajo político
    y, del otro, el resultado de una nueva estrategia de ocultamiento
    del contenido de la política que toma la forma, o que es
    presentado, como pérdida, es decir, como vaciamiento. En
    efecto, la política no dejó de ocupar ni por un
    instante su tradicional rol estratégico en la
    fijación de metas y contenidos. Pero esa política
    creadora, aunque retrógrada, se convirtió en
    práctica de un sólo sector de la sociedad, se
    elaboró en secreto y fue, además, privatizada. Como
    constituye el fundamento de la expropiación y el despojo
    es, también, inconfesable.

    Ello explica en última instancia, la
    exacerbación del vaciamiento ideológico y de la
    representación mediática que caracterizó a
    la última campaña electoral. Dentro de ese
    contexto, totalmente despolitizado ¿qué proyecto
    propuso La Alianza? Y, en función de ello
    ¿qué significado puede atribuírsele al voto
    de la mayoría que le permitió obtener un triunfo
    tan significativo?. Como se ha afirmado reiteradamente, la
    votación adversa al peronismo, que
    terminó con una década de hegemonía del
    proyecto menemista, traía un doble mensaje:
    recuperación de la ética política, mediante
    la reforma moral de la gestión gubernamental y freno al
    proceso de estancamiento económico-decadencia social que,
    aunque parecía haberse vuelto endémico pero
    manejable, estaba agravándose peligrosamente por los
    efectos directos e indirectos que generaba el mantenimiento
    de la convertibilidad monetaria en el nuevo contexto regional,
    dominado por los efectos de la última devaluación brasileña. A pesar de
    expresar una difusa aspiración al cambio, la propuesta no
    parecía compleja ni irrealizable: modificar la tendencia
    al estancamiento y frenar el proceso de expropiación pero
    sin cambiar ninguno de los grandes pilares del modelo existente
    (R. Terragno, 2000; N. Casullo, 2000; M. Bonasso,
    2000)

    Por las presiones ejercidas desde el establecimiento
    financiero nacional e internacional, esas iniciales y
    débiles convicciones se transformaron, súbita e
    inesperadamente, en todo lo contrario, en una agresiva ofensiva
    antipopular destinada a extraer recursos de esos sectores para
    arrojar un poco de agua en el
    desierto, es decir, para reducir en parte el importante
    déficit fiscal
    heredado del gobierno anterior. Pero, como ya ha sido
    suficientemente demostrado, el déficit no era un problema
    de coyuntura ni la consecuencia principal de administraciones
    dispendiosas, expresaba una vez más las consecuencias
    generadas por un conjunto de problemas estructurales de la
    economía
    que al no haber sido resueltos en el marco de las
    políticas de desregulación, privatización y
    reducción del Estado llevadas a cabo durante el
    período presidencial anterior, se habían agravado
    muy sensiblemente. En ese nuevo contexto, el modelo neoliberal
    heredado estaba siendo aceptado por la mayoría de los
    políticos de la Alianza gobernante porque, a pesar de ser
    injusto socialmente, se había mostrado razonablemente
    exitoso en el plano económico. Poco tiempo después,
    la agudización del estancamiento económico,
    combinado con el agravamiento de la cuestión social,
    ponían en evidencia que había llegado a su
    agotamiento, se convertía en un modelo aún
    más injusto pero, además, inviable. "La estrategia
    ,adoptada por la Argentina entre la hiperinflación de Alfonsín y la
    convertibilidad de Menem ha hecho
    implosión", afirmaba, en ese momento, un periodista
    especializado (J. Nudler, 2000)

    En claro contraste con lo que había venido
    ocurriendo durante la década del noventa, en situaciones
    "de ajuste" similares, el paquete de nuevas medidas expropiadoras
    con que se presentó en sociedad el gobierno de la Alianza
    produjeron un efecto sensiblemente diferente. En ese nuevo
    contexto, la profundización de las políticas
    neoliberales del Ministro Machinea y, especialmente, la
    elevación de impuestos y la
    reducción forzada de salarios
    estatales, no sólo generaron frustración y
    desconcierto entre quienes la votaron con esperanza de que
    produjera un cambio, sino que marcaron el comienzo y la
    rápida generalización de una nueva
    sensación: el país estaba apresado en un
    círculo vicioso irresoluble, agravado, ahora, por la
    inesperada insistencia del nuevo gobierno en continuar aplicando
    viejas fórmulas de ajuste que ya parecían
    definitivamente agotadas. Una aparentemente inexplicable
    inconsistencia de la política pública que
    aparecía nuevamente condicionada por políticas
    gestadas y pactadas, en secreto, con los organismos
    internacionales, ante la necesidad de afrontar, también en
    secreto, el cúmulo de nuevos problemas agregados por la
    aceleración del proceso de declinación
    económica, decadencia social y descomposición
    institucional. En efecto, tal como lo venían
    señalando en forma aislada algunos analistas
    económicos, aunque negado sistemáticamente por la
    clase política, la recuperación de la actividad
    económica, semiparalizada por la prolongada crisis que,
    estando latente, desató la devaluación de la moneda
    brasileña, se había vuelto definitivamente
    incompatible con el mantenimiento de la convertibilidad
    monetaria, con la magnitud actual del endeudamiento, con el
    indetenible deterioro del mercado interno y con el incesante
    agravamiento de la nueva "cuestión social de la
    Argentina", asociada al crecimiento de la delincuencia y
    a la amenaza latente de estallido social .

    Como muestra de la
    máxima impotencia en que lo sumerge la adopción
    de esa estrategia, a medida que los cuatro grandes problemas se
    van volviendo inconmensurables e inmanejables, el Gobierno se
    refugia en la realización de una serie de operaciones de
    ingeniería financiera, destinadas solamente a impedir el
    agravamiento de la situación heredada. Mientras tanto,
    apuesta a que el mero transcurso del tiempo vaya generando un
    "milagro del mercado", una especie de reactivación
    económica que aún en el caso de producirse
    sería tan endeble y circunstancial como la precaria
    sensación de alivio asociada a ella. En ese contexto, los
    discursos elusivos, las referencias fragmentarias, la
    imposición de temas no trascendentes y aún el
    propio ocultamiento pasaron a formar parte de una vasta
    conspiración de silencio respecto de las causas profundas
    y de los efectos ya permanentes de la perversa retroalimentación que, desde hace un largo
    tiempo, se ha venido estableciendo con el déficit de la
    balanza de pagos
    externa, la política
    monetaria, el achicamiento del mercado interno, el
    estancamiento económico y el crecimiento exponencial del
    endeudamiento externo. (M. Seoane y otros, 2001; L.
    Bermúdez, 2001)

    La engañosa unanimidad respecto al mantenimiento
    de la convertibilidad que recorrió la campaña
    presidencial comenzó a mostrar sus núcleos
    hondamente conflictivos cuando el Ministro Machinea le dio status
    político, al denunciar el acoso que esa firme estrategia
    gubernamental sufría desde dos flancos opuestos: la
    propuesta de devaluación y su contraria, la propuesta de
    dolarización. En realidad, el problema de
    la política monetaria comenzaba a ingresar en la escena
    pública porque estaba expresando el nuevo tipo de
    enfrentamiento que se daba entre fracciones diferentes del gran
    capital. Pero también aquí comenzó a imperar
    la lógica de la privatización-secretización
    de la política, pues el importante conflicto
    social en desarrollo alrededor de los distintos intereses
    empresariales, que se enhebran con el cambio de la
    política monetaria y sus consecuencias, no alcanza a
    ocupar, ni siquiera por un instante, el centro del debate
    político ni el cruzamiento visible de las razones y
    consecuencias de las estrategias que estaban en juego( H.
    Verbitzky, 2.001). El problema era y sigue siendo crucial, pero
    la cerrada negativa de la clase política a hacerse cargo
    de la cuestión, deja como única alternativa el
    actual discurso semivacío y elusivo del Ministro Cavallo,
    así como también su superficial e ineficaz
    política de aumento de la competitividad
    dirigida a algunos sectores productivos, mediante la
    disminución de impuestos combinada con rebaja de costos
    salariales. En lugar del diagnóstico, la reflexión y el
    enfrentamiento de visiones y propuestas se lanza,
    esporádicamente, el discurso apabullante y catastrofista,
    justificador de la inanición y la impotencia. "Lo que hay,
    o el caos"… "si salimos de la convertibilidad, caemos en
    cesación de pagos", dice uno de los asesores principales
    del nuevo Ministro de Economía (H. Liendo,
    2001)

    Lo mismo puede afirmarse de los discursos (o de la
    ominosa ausencia de análisis, propuestas y discursos)
    sobre la relación de muto condicionamiento que se produce
    entre mantenimiento de la "convertibilidad" y mayor
    "endeudamiento"(A.Calcagno y E.Calcagno, 2.000; E.Basualdo
    2.001), o de los mensajes escandalosos pero superficiales
    respecto a la naturaleza y las causas del permanente agravamiento
    de la desocupación, de la pobreza y del conjunto de nuevas
    lacras que constituyen la nueva "cuestión social" en la
    argentina (H.Verbitzky, 2.000; M.Helgfort,2.000)

    Política monetaria, endeudamiento, déficit
    externo, redistribución regresiva del ingreso asociada a
    la política
    fiscal y déficit fiscal son los componentes centrales
    de una crisis económica que reconoce una causa anterior y
    fundamental, el déficit de la dotación, de la
    acumulación y de la inversión de capital y que,
    retroalimentándose perversamente, explican el atraso, la
    inestabilidad, la vulnerabilidad, el estancamiento y la
    declinación de la economía en la actualidad. Sin
    embargo, ninguna de las múltiples conexiones que explican
    la naturaleza del estado de estancamiento, declinación y
    crisis que signan a la economía y a la sociedad han sido
    incorporadas al discurso público ni a la oferta electoral.
    Algo similar ocurre con el ocultamiento de problemas menos
    acuciantes pero igualmente graves, tales como la
    aceleración del proceso de desindustrialización, el
    rol central de las empresas monopólicas de servicios y su
    relación con el comportamiento
    de la nueva cúpula empresaria extranjerizada y
    superconcentrada, la crisis de las economías regionales y
    su relación con la debilidad del sector exportador,
    además de aquéllos, menos ocultos, que conforman la
    acentuación del estado de decadencia social, como el
    decrecimiento y deterioro del conjunto de los servicios prestados
    por el Estado (salud, educación, seguridad,
    previsión social, etc.)

     

    5. EL MENSAJE
    POSIBILISTA

    Por su propia naturaleza y por el evidente fracaso en
    lograr los objetivos propuestos, los proyectos transformadores
    de la concepción neoliberal hace tiempo que sólo
    concitan la adhesión de una minoría de la
    población; no pueden generar consensos mayoritarios ni
    aportar una base de legitimidad estatal más o menos
    permanente. Por eso obligan a diseñar una minuciosa
    división del trabajo en el seno mismo de la
    corporación: son elaborados en semisecreto dentro de las
    nuevas usinas privadas de proyectos específicos
    (consultoras, fundaciones, organismos internacionales, etc.), son
    presentadas, difundidas y justificadas abiertamente por los
    nuevos especialistas mediáticos (periodistas especializados,
    consultores, etc.) y son astutamente escamoteadas a la
    consideración política a través de una serie
    de discursos elusivos por los dirigentes de los partidos
    políticos, especialmente en los períodos
    electorales

    Esta nueva modalidad de "hacer política",
    despojándola de todo su real potencial transformador, se
    basa en la sofisticada construcción y en la insistente
    reproducción de un mensaje a la sociedad que denominamos
    "el mensaje de la impotencia" y que constituye, por otra parte,
    uno de los componentes fundamentales de los procesos que tienden
    a trasformar, como vimos, la "desafiliación" en
    "desafección" . El mensaje de la impotencia tiene, por
    tanto, tres objetivos: el objetivo
    inmediato es organizar exitosamente el espectáculo
    electoral, frivolizándolo, vaciándolo de contenido.
    El objetivo específico es la justificación de cada
    una de la serie de medidas estatales que conducen directamente a,
    o que permiten, la ejecución de las medidas expropiadoras
    que alimentan la estrategia del despojo. El objetivo mediato es
    más trascendente, tiene efectos más profundos y
    duraderos: se trata de lograr que adquiera carácter
    dominante en la representación de nuestra identidad una
    vieja premisa, definitoria de los mecanismos de
    construcción de hegemonía: "nos convertimos en
    aquello que creemos, o que nos hacen creer, que somos",
    aún cuando eso que creemos o que nos inducen a creer sea
    fragmentario, interesadamente deformado o directamente falso y se
    nos convierta en una imagen de efectos perversos que destruye
    toda posibilidad de generar sentimientos de identidad y
    autonomía y de transformar potencialidades ocultas en la
    capacidad de proyectar y llevar adelante proyectos de cambios
    sociales e individuales. Se basa, como veremos, en la
    "naturalización" de un proceso histórico de
    pérdidas y derrotas de los sectores populares que se ha
    trasformado actualmente en una situación de
    indefección. Desde esa posición de
    indefección se traslada toda, absolutamente toda, la
    capacidad de modelar el destino propio y ajeno a una nueva
    generación de poderes indefinidos, omnímodos y
    misteriosos, es decir, inidentificables, que marcan el rumbo de
    nuestro universo y se
    expresan a través de sus "intermediarios", nuestros
    amigables aunque temibles interlocutores políticos.(D.
    Scavino, 1999)

    Este reconocimiento del no-poder de los sectores
    populares y de las organizaciones sociales y políticas que
    pretenden representarlos, tratando de resguardar sus intereses y
    sus derechos adquiridos, alimenta de un modo cada vez más
    extendido un nuevo tipo de mensaje y un nuevo modo de definir el
    alcance y la función de la política en democracia
    que denominaremos "el posibilismo"; un fenómeno
    ideológico político que se alimenta de una mezcla
    de proporciones cambiantes entre "hipocresía", "cinismo" y
    "pragmatismo".

    A pesar de sus innumerables variaciones, "el
    posibilismo" se construye alrededor de tres ejes centrales: la
    producción de un complejo y multivariado mensaje de
    inanición e impotencia que denominaremos "imposibilista",
    la trasformación de esa ideología imposibilista en
    "sentido común", es decir, en un criterio que se halla
    inadvertidamente presente en los procesos de
    representación y análisis de la realidad social
    circundante y, por último, en la transformación de
    la impotencia que genera esa creencia o esa convicción
    "imposibilista" en la base de un también complejo,
    multivariado y opaco proceso de "chantage" político
    respecto a los problemas de la gobernabilidad y de la estabilidad
    del régimen democrático.

    La rapidez con que se ha difundido y penetrado esta
    forma hoy dominante de representación de la realidad en
    diversos sectores de nuestra sociedad se debe a una
    múltiple combinación de factores, de entre los
    cuales tendremos en cuenta aquí sólo algunos,
    aquellos que forman parte del complejo operativo de
    alusión-elusión-negación de problemas que es
    producido en casi todas las instancias institucionales y no
    institucionales de la sociedad, el sistema político y el
    Estado y que se alimenta y se "enriquece", además, por
    medio de su propia reiteración, haciendo desfilar
    persistentemente una serie ininterrumpida de símbolos,
    ideas, nociones, representaciones, estructuras argumentativas,
    axiomas "naturalizados", imágenes, procedimientos
    políticos y criterios valorativos. Las formas en que
    algunas de estas variantes son construidas o los modos en que las
    variantes pueden ser combinadas entre sí, nos brindan lo
    que podríamos denominar las subespecies generadoras de la
    ideología imposibilista.

    A diferencia del neoliberalismo, la ideología imposibilista
    no es explícitamente justificatoria de la existencia de
    estructuras de explotación, de dominación o de
    poder en la sociedad; tampoco considera que la desigualdad
    social refleja, a su modo, inevitable y positivamente, las
    diferencias de aptitudes, de capacidades y de actitudes de
    individuos o de grupos entre sí. Condena, a veces
    explícitamente, las múltiples situaciones de
    injusticia que alimentan la expansión de las desigualdades
    materiales,
    sociales y culturales. Su razonamiento parece tener siempre
    presente el problema de la injusta distribución de la riqueza y, en su punto
    más extremo, puede ensayar, incluso, algún discurso
    de carácter igualitario. Su particularidad no reside en la
    definición de objetivos, ni en la enunciación de
    sus valores, sino
    en otra cosa, en el diagnóstico que elabora respecto de
    las nuevas propiedades actuales de las estructuras de
    dominación y la imposibilidad que tienen actualmente las
    clases subalternas, y también los Estados nacionales, de
    modificarlas a causa de las férreas relaciones de poder
    que han construido y consolidado, operando desde el ámbito
    del mercado.

    El supuesto general de la ideología imposibilista
    es, precisamente, que las transformaciones tecnológicas,
    económicas, culturales e institucionales producidas en el
    mundo durante los últimos veinte años han
    eliminado, en la práctica, todas las formas de
    autonomía y libertad que
    las clases subordinadas habían logrado obtener durante la
    compleja historia de luchas y enfrentamientos protagonizada a lo
    largo de todo el siglo anterior. Una pérdida que ha
    influido sustancialmente en la extinción de cierto tipo de
    ideología, en la desaparición de la idea de
    proyecto político, en la radical transformación de
    sus anteriores portadores, las organizaciones corporativas y los
    partidos políticos y, sobre todo, en la pérdida de
    funciones, de autonomía y de poder del Estado.

    La ideología imposibilista se define, entonces,
    por el contenido del diagnóstico que elabora: los
    poderosos son más ricos, poderosos y autónomos en
    todo sentido, a la vez que el resto de los mortales tienen atado
    su destino a los modos en que aquéllos ejercen ese poder y
    definen los rasgos de las nuevas sociedades.
    Por lo que hemos visto, ese modo de ejercer el poder desde los
    diferentes monopolios económicos, sociales y
    políticos que controlan, los vuelve más pobres,
    menos necesarios, más heterónomos, con mucho menos
    capacidad para discutir las condiciones que les imponen los
    poderosos y sin ninguna capacidad para construir alguna otra
    forma de poder alternativo. A pesar de sus diferentes variantes,
    es siempre un discurso conservador, inmovilista, articulado a la
    reproducción de lo ya existente, receptor pasivo y
    acrítico de las innumerables restricciones que presenta la
    realidad actual y justificador de la inanición, derivada
    del reconocimiento del margen casi nulo que hoy existe para
    construir cursos de acción
    alternativos y proyectos que, por ser diferentes, devienen en
    proyectos imposibles. Es un discurso negativo que no convence,
    que no se apoya en importantes núcleos racionales ni
    desarrolla argumentos atrayentes, es un discurso que asusta, que
    ensombrece, que minimiza, que nos hace sentir mucho menos de lo
    que fuimos y mucho más de lo que seremos. Es, en
    definitiva, un discurso de muerte.

    Por reunir estas características, se ha
    convertido en el mensaje preferido de la fracción
    propiamente política del elenco megacorporativo,
    responsables de construir una oferta política capaz de
    atraer al mayor número de electores. Si tenemos en cuenta
    que la mayor fuente de legitimidad del Estado corporativizado ha
    sido, hasta ahora, el consenso y la participación
    electoral, el discurso posibilista es un discurso de
    mediación simbólica que genera formas de
    representación y de reflexión adaptadas, a su vez,
    al papel de mediación y disimulo respecto de las
    estrategias generadas en el seno del poder que ejercen partidos,
    representantes y operadores varios del sistema político.
    Con el avance de la crisis general, desatada en los dos
    últimos años, el "imposiblismo" se ha difundido
    mucho más que en la década pasada, se ha convertido
    en el único recurso justificatorio de las políticas
    oficiales y también de las actitudes de
    acompañamiento cómplice de la oposición.
    Pero, esa especie de uso indiscriminado de la
    justificación posibilista, que puede hallarse hasta en la
    presentación de las más pequeñas decisiones
    estatales y en el discurso de los funcionarios más
    insignificantes, ha comenzado a mostrar la naturaleza de la
    verdaderas intenciones que los alimentan, las grandes falencias
    de su estrategia argumentativa y el tipo de parálisis
    institucional que está provocando (G. O´Donnell,
    2000; R. Terragno, 2000a).

    Veamos ahora cuáles son los rasgos más
    visibles de algunas de sus formas específicas.

    1. "El imposibilismo puro". Trata de paralizar las
    débiles formas de resistencia
    social y de enfrentamiento político que han venido
    generando algunos de los grupos damnificados por la gran ofensiva
    expropiadora del Estado y del sector empresarial, provocando
    terror hacia un futuro aún peor que el menguado presente.
    Se apoya, primero, en la construcción de un
    diagnóstico del estado de correlación de fuerzas
    actual absolutamente dominado por la fortaleza e impunidad de los
    poderes ya constituidos. Continúa demostrando que, al
    contrario de lo que ocurre con esos poderes, la
    fragmentación social, la pérdida de identidad, la
    falta de iniciativa y la insistencia en definir enfrentamientos y
    utilizar métodos de
    acción anticuados y obsoletos sólo puede conducir a
    una derrota de efectos mucho más devastadores que los que
    ha venido generando la ofensiva expropiadora. Haciendo referencia
    al célebre enfrentamiento de los escuadrones de la
    caballería polaca a las divisiones blindadas alemanas, en
    momentos de la invasión a ese país, durante
    la segunda guerra
    mundial, el columnista J. Nielsen (2000) plantea, en una
    magnífica exposición, los problemas que enfrenta esta
    forma de pensamiento.
    En un artículo denominado, precisamente, "La
    caballería polaca", dice: "Pero ya estamos en el
    año 2000. (La huelga
    general), lejos de obligar al gobierno a humanizar el modelo, al
    golpearlo, lo privan de alguna posibilidad de atenuar el impacto
    de las transformaciones que están en marcha. Ante cada
    nuevo indicio de que la Argentina se resiste a entregarse
    plenamente al orden globalizado que, a pesar de todo está
    consolidándose, el mercado reacciona bajándole el
    pulgar, forzando al gobierno de turno a tratar de aplacarlo con
    medidas aún más feroces". La conclusión
    lógica que el lector extrae de su largo razonamiento es
    siempre la misma: es justo pero imposible; el intento es
    simpático pero estéril y peligroso; es necesario
    adecuar la magnitud de la demanda a los
    medios para obtenerlas; es necesario, pero sumamente riesgoso
    porque puede provocar represalias de efectos aún
    peores.

    2. El "Imposibilismo cínico". Con esta
    calificación, hacemos referencia a su intención de
    ocultar deliberadamente, mediante un discurso sumamente
    coherente, ciertos datos de la realidad o ciertas intenciones
    que, de volverse evidentes, pueden perjudicar los intereses
    inmediatos o el desarrollo de estrategias de acción a los
    que ese razonamiento se refiere. Es construido a partir de una
    falsificación, una omisión o una mentira evidente.
    Una de las más breves y elocuentes ilustraciones de esta
    modalidad de introducir impunemente, en medio de un razonamiento,
    la mentira más cruda y evidente, lo brinda la siguiente
    justificación del Presidente De la Rúa. En el
    escueto discurso donde anuncia la disminución del 15% de
    los salarios de los empleados estatales, implementado para lograr
    un equilibrio
    absoluto de las cuentas fiscales,
    plantea la cuestión del siguiente modo: este recorte de
    salarios no es un "ajuste", es decir, una disminución de
    los ingresos de los sectores sociales directa e indirectamente
    afectados por la medida, un "ajuste" sería la consecuencia
    de una devaluación de la moneda porque en ese caso se
    "metería la mano en el bolsillo de la gente". Como se ve,
    nos hallamos frente a una falacia: la devaluación es
    expropiatoria porque sustrae ingresos a través de la
    inflación y la modificación de los precios
    relativos en el mercado, pero la reducción directa y
    unilateral de salarios a los empleados públicos no es
    confiscatoria porque, suponemos que supone el Presidente, no se
    obtiene a través de los mismos mecanismos que desata la
    devaluación inflacionaria.( F. De la Rúa,
    2001)

    Para no reiterar el contenido negativo y "aterrador" de
    las otras modalidades del imposibilismo, la influyente
    tecnocracia política, íntimamente ligada a los
    organismos internacionales y comprometida con la gestión
    gubernamental, ha comenzado a elaborar este tipo de razonamiento
    que pretende ser realista, positivo y progresista pero que se
    trasforma, por su método de
    construcción, en un discurso mistificador e
    increíblemente cínico. Puede ser considerado,
    también, como una nueva especie de ideología
    justificatoria de cierto sector progresista-periférico que
    anida en los partidos tradicionales. La derecha, en cambio, no
    necesita ser cínica, se apoya en los postulados de la
    sociedad de mercado para proponer medidas aún más
    radicales.

    Da por sentado que la grave situación de
    decadencia social que viven los países periféricos en general y la Argentina en
    particular es un hecho irreversible que no puede ser modificado
    sino asumido como un dato incontrastable de esta nueva realidad.
    La función de la política será, entonces,
    eliminar las conquistas sociales existentes y trasformar o
    eliminar las instituciones ligadas a ellas para dar lugar a la
    aplicación de un nuevo tipo de justicia
    distributiva. Es un nuevo criterio de reducción de los
    gastos o de
    despojo de antiguos derechos adquiridos, justificada por la
    necesidad de redistribuir lo existente entre esos
    derechohabientes y un gran sector social que ya ha sido
    expropiado y, por esa causa, ha quedado totalmente excluido de
    esos "beneficios". Es un intento de hacer pasar la
    reducción de ese gasto estatal, o la virtual
    liquidación de alguna de esas instituciones, por la
    necesidad de introducir reformas que generen la
    incorporación de esos sectores ya excluidos dentro de un
    nuevo esquema que, de concretarse, genera un anteriormente
    desconocido mecanismo de nivelación hacia abajo, de
    movilidad ocupacional y social descendente. Un planteo que omite
    considerar a esos excluidos como víctimas de un muy
    injusto proceso de despojo que la política debe reparar,
    tratando de reintroducir por diversos medios a los excluidos
    dentro del sistema que ellos están administrando. Esa
    omisión transforma a la decadencia en un hecho "natural" y
    a la exclusión en un hecho irreversible. Puede ser
    verificado analizando, entre otros, el discurso del Ministro A.
    Flamarique destinado justificar la introducción de reformas a la ley laboral
    existente. En esa ocasión, el proyecto de
    "flexibilización" habíase convertido en una
    condición ineludible del FMI para negociar nuevos
    préstamos, condición que fue negada y encubierta
    con el argumento de que tal "flexibilización" deterioraba
    las condiciones de contratación existentes pero iba a
    generar, como contrapartida, un importante aumento de la demanda
    de trabajo y una reducción de la desocupación. Con
    la misma lógica, razona P. Gerchunoff, jefe de asesores
    del Ministerio de Economía, para justificar una nueva
    reducción de los aportes estatales al régimen de
    previsión social. También Caputo, Secretario de
    Ciencia y
    Técnica, para justificar la eliminación de la
    "carrera de investigador" en el Consejo Nacional de Ciencia y
    Tecnología y Colombo, Jefe del Gabinete de Ministros,
    para explicar la necesidad de provocar un ahorro de
    gastos mediante la reforma-achicamiento-modernización de
    la estructura del
    Estado. Puede verse el análisis crítico de este
    tipo de argumentación en un artículo publicado por
    un Diputado Nacional de la Alianza gobernante (A.
    González, 2000).

    3. "El imposibilismo hipócrita". A diferencia de
    la anterior, esta forma de imposibilismo no se basa en un
    razonamiento sino en un mensaje más complejo, compuesto
    precisamente por la contradicción flagrante que el
    receptor percibe entre el contenido de ciertos discursos
    específicos y la conducta
    institucional de representantes, dirigentes y partidos. Funciona
    del siguiente modo: se construye una visión, un
    diagnóstico o una propuesta de transformación de
    alguna de la innumerable cantidad de situaciones
    específicas y de iniciativas gubernamentales que nos han
    llevado al estado actual de decadencia y, luego, se la niega en
    los hechos tomando decisiones políticas que favorecen la
    aprobación de las situaciones e iniciativas criticadas y
    obstaculizan el desarrollo de proyectos contrarios o
    alternativos. En el momento de explicar tales incongruencias, se
    apela siempre al mismo recurso: la inesperada aparición de
    factores externos amenazantes e incontrolables que obligan a
    ceder para evitar males mayores, dejando de lado los objetivos
    originales para una nueva oportunidad en la que el contexto
    general o la correlación de fuerzas políticas
    resulte mas favorable. El denominado "pacto de Olivos" entre el
    ex presidente Raúl Alfonsín y el entonces
    presidente Carlos Menem, que destrabó los procedimientos
    institucionales que permitieron la reelección posterior de
    este último, constituye un ejemplo paradigmático,
    pero no el único.

    Otra variante del mismo procedimiento
    puede hallarse en la naturaleza casi permanente del doble
    discurso de los más altos dirigentes del Frepaso,
    después de haberse integrado el gobierno de la Alianza.
    Una fuerte evidencia la aporta, por ejemplo, el testimonio de G.
    O´Donnell, asesor del Vicepresidente Carlos Álvarez
    en cuestiones de reforma del Estado, respecto del papel que han
    jugado algunos de ellos en la elaboración y gestión
    de un proyecto de reforma de las leyes electorales, destinado a
    erradicar procedimientos que estaban quitando transparencia a esa
    instancia político institucional. Allí se comprueba
    que en el mismo momento que Carlos Álvarez trataba de
    esclarecer los sobornos en el Senado de la Nación, como
    una forma de iniciar una lucha de largo aliento con la vieja
    práctica política corporativa que terminó
    con su renuncia a la Vicepresidencia de la Nación, avalaba
    la mutilación de las reformas introducidas en la nueva ley
    electoral para no generar enfrentamientos con las "maquinarias
    partidarias".(G. O´Donnell, 2001)

    Ante el evidente fracaso de la estrategia
    socioeconómica del conservadurismo neoliberal, han
    aparecido otros ejemplares de la misma especie; sólo
    mencionaremos algunos de ellos. El más importante por sus
    efectos paralizantes es el que denominamos "imposibilismo
    apocalíptico", basado en una grosera estrategia discursiva
    que no trata de convencer con argumentos racionales sino inhibir
    con pronósticos aterradores. Puede resumirse en
    breves términos: o seguimos profundizando las
    políticas de ajuste "recomendadas" por los organismos
    internacionales, desechando toda posibilidad de modificar sus
    parámetros fundamentales, o habrá una huida masiva
    de los capitales invertidos en el país que
    producirá un colapso en la economía, con
    imprevisibles consecuencias sociales, institucionales y
    políticas. Esta forma de argumentar se emparenta,
    fuertemente, con otra variante que se funda en los intentos de
    mantener la supervivencia del denominado "pensamiento
    único". Se resume del siguiente modo: lo que proponemos es
    insuficiente, o injusto y generará resultados dudosos y
    controvertibles pero es lo mejor porque es lo único que
    tenemos; no existen propuestas alternativas.

     

    6. EL ESCENARIO Y LA
    LÓGICA DE LA EXTORSIÓN POLITICA. ELGOLPE DE
    MERCADO.

    La actuación y la transmisión de la
    ideología "posibilista" reduce, como señalamos
    más arriba, los horizontes del pensamiento y la
    acción, produce impotencia e intenta congelar todo aquello
    que no sea competencia electoral llegando, en esa
    pretensión, hasta límites
    inimaginables. En la dinámica de los conflictos de baja
    intensidad que forman parte de la controversia política
    cotidiana, busca la descalificación de los argumentos "de
    otro", a través de una nueva y simple forma de
    extorsión: aquello que afirma, hace o pretende el
    adversario no es analizado por su contenido sino por sus efectos,
    pero no por los efectos buscados en esa proposición sino
    sobre otros, sobre las consecuencias, generalmente negativas, que
    sobre la paz social, la estabilidad económica y, muy
    especialmente, sobre el comportamiento de esos poderes
    intangibles e inmodificables que anidan en los mercados y fijan
    en cada circunstancia el límite de "lo posible". El
    ejemplo más sintético de cómo se organiza
    esta estrategia extorsiva desde el mismo poder gubernamental, lo
    podemos hallar en recientes declaraciones del Presidente De la
    Rúa. Cuando tuvo que dar su opinión a los
    periodistas sobre un hecho meramente circunstancial, la
    suspensión del diálogo
    con el gobierno central adoptada por los gobernadores peronistas,
    a causa de la interrupción de los flujos financieros
    comprometidos por la Nación hacia las Provincias,
    eludió la sustancia de la cuestión,
    desestimó el análisis de sus causas y dijo: "lo
    único que se logra con estos planteos es poner nerviosos a
    los mercados y aumentar el riesgo
    país". De más está decir que bajo diversas
    variantes este tipo de argumentos, elusivo-extorsivos, son
    permanentemente reiterados, tanto con la palabra como con la
    acción, y aun con la omisión, por una enorme
    variedad de actores del elenco político gubernamental, en
    la más diversas circunstancias. El ejemplar más
    escandaloso de esta especie, lo aportó el economista
    neoliberal, G. Calvo, en un reportaje concedido en EE.UU., unos
    pocos días después. "Lo que ha aumentado el riesgo
    país en estos días han sido las caricaturas de Nik
    en el diario La Nación" (Diario
    Clarín, 2001 b)

    Aunque se emparenta con el mensaje imposibilista por sus
    objetivos, la variante extorsiva- apocalíptica se
    construye de un modo diferente; en lugar de eludir, alude de un
    modo explícito al contenido de las acciones,
    procedimientos, ideas y propuestas que pretende descalificar pero
    los deforma, le modifica su sentido y, sobre todo, magnifica sus
    efectos. La denominamos "interpretación
    apocalíptica" porque relaciona lo dicho o hecho por "el
    otro" con la generación de un futuro caótico, de
    desorden, descontrol, miseria y/o violencia
    social. El gobierno de la democracia invierte la secuencia
    tradicionalmente establecida entre la lucha política
    tomada como expresión y forma de resolución del
    conflicto social para transformarla en una nueva fuente
    generadora de frenos y obstáculos a la canalización
    política del conflicto social, mediante la amenaza y la
    extorsión que se desprende del mensaje
    apocalíptico. La actuación y la transmisión
    de la ideología "posibilista" reduce, como
    señalamos más arriba, los horizontes y produce
    impotencia, la amenaza de ingobernabilidad y caos social con su
    secuela de miseria y violencia
    incontrolable del mensaje apocalíptico se complementa con
    todo lo anterior, generando pánico
    e inanición.

    Se desarrolla a partir de una de las pocas certezas que
    atormentan a sus interlocutores, la traumática
    sucesión de derrotas militares, sociales y
    políticas en las cuales quedó involucrada la
    mayoría de la sociedad, cuando no la sobrevivencia del
    entramado social mismo durante el transcurso de los
    últimos cuarenta años. Una superposición de
    experiencias profundamente negativas que ha venido generando una
    firme convicción fuertemente compartida: los valores
    supremos a resguardar son, después del ingreso y la
    ocupación, la seguridad y la armonía social,
    garantizadas por la gobernabilidad y la estabilidad
    institucional. Todo aquello que atente seriamente, de cualquier
    modo, contra esos objetivos logrados con ingentes sacrificios y
    vigentes ahora en medio de un clima de tolerancia y paz,
    son intolerables porque vuelven a ubicar en el horizonte los
    escenarios de la incertidumbre, la inestabilidad la inseguridad y
    el temor por el futuro.

    La visión del apocalipsis se construye
    comprobando, primero, la desobediencia (es decir la
    transgresión de los límites de lo posible) y
    estableciendo, después, un vínculo simbólico
    casi directo entre esa transgresión y la amenaza de fuga
    de capitales al exterior, la descomposición
    económica, la desarticulación del sistema
    institucional y el comienzo de la disolución social. Todo
    producto de una presión no
    violenta que se ejerce desde el mercado por medios no
    coercitivos. Pero es una violencia legítima e inevitable
    porque aquello que puede ocurrir, la fuga y la
    desinversión, es producto del ejercicio legal de un
    derecho inalienable que la sociedad le ha otorgado al capital: la
    defensa unilateral de su integridad y sus beneficios dentro del
    marco exclusivo creado por las reglas que rigen el funcionamiento
    del mercado. La "ingobernabilidad" no es la consecuencia directa,
    entonces, como lo fue antaño, ni de la agudización
    del conflicto político, ni del crecimiento de las luchas
    sociales, proviene de las decisiones estratégicas que
    adopta el sector capitalista en su ámbito natural, el
    mercado. Pero el grado y el tipo de coerción institucional
    que produce depende de las características de lo que
    podríamos denominar "primeras causas" o "causas
    disparadoras" De acuerdo a lo que hemos estado viendo, estas
    causas son generadas en dos ámbitos diferentes, unas
    provienen de la lucha social y política contra la
    expropiación y el despojo y, las otras, de las presiones
    que ejercen los inversores-especuladores del sector financiero
    para asegurar altas tasas y pagos puntuales y rigurosos de las
    obligaciones
    contraídas por el Estado. Teniendo en cuenta sus rasgos
    predominantes, a las primeras las denominamos causas sociales
    internas y, a las segundas, económicas
    externas.

    Cuando esta forma de articulación entre discurso
    posibilista apocalíptico, presión del capital
    financiero y de los organismos internacionales y extorsión
    político-estatal llega a su máximo punto de
    tensión, se transforma en lo que varios analistas han
    denominado "golpe de mercado", en el momento de tratar de
    analizar situaciones en que la voracidad capitalista se combina
    con la debilidad política del elenco corporativo para
    impulsar una mayor profundización de la estrategia
    neoliberal y producir desplazamientos acordes con ese objetivo en
    el plantel gubernamental. El discurso apocalíptico y el
    "chantage" político se convierten, en tal caso, en los
    rostros visibles de un nuevo tipo de golpe de estado
    que no opera como una "invasión" externa sobre el sistema
    político y gubernamental, del tipo "golpe militar", sino
    como un desplazamiento intrainstitucional que modifica la
    composición del elenco y/o las relaciones de fuerza
    existentes en el interior del Estado. Expulsión de unos,
    neutralización y absorción de otros, encumbramiento
    del resto. En ese sentido, puede comenzar como un movimiento
    objetivo de capitales individuales, relativamente coordinado,
    pero que es convertido en un minigolpe de Estado por otros, los
    operadores políticos y económicos locales.
    Léase, grupos neoliberales insertados dentro y en las
    proximidades del Gobierno, neoliberales con gran acceso a
    medios de
    comunicación, reformistas posibilistas cínicos
    y reformistas posibilistas hipócritas asustados que
    sobreactúan sus gestos y acciones complacientes con los
    mercados y los organismos internacionales.

    Como el círculo virtuoso prometido entre
    "sacrificio-inversión-crecimiento-beneficio del
    capital-derrame al resto de la sociedad" del esquema neoliberal
    nunca ha funcionado ni puede ser retóricamente
    justificado, los funcionarios y políticos comprometidos
    con ella han implementado una perversa estrategia alternativa que
    se basa en la transformación de las dificultades
    políticas y/o económicas recurrentes de los
    últimos tiempos en un nuevo tipo de crisis
    apocalípticas que le han permitido mantenerse vigentes,
    lograr la aprobación de complejos paquetes de reformas
    antipopulares e imponerlos por el miedo o por la complicidad de
    diversos sectores sociales y políticos, debidamente
    justificada por los reiterados "estados de excepción" en
    que ingresa periódicamente la Nación.

     

    BIBLIOGRAFÍA Y
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    Alfredo Raul Pucciarelli

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