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El miedo y el renacimiento de lo fantástico



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    1. Espejos
      lejanos
    2. El miedo y la
      razón
    3. Una época
      interesante

    Lo que llamamos mundo contemporáneo es un ciclo
    abierto, inconcluso. Y, aunque para algunos analistas, sus
    profundas y veloces modificaciones permiten hablar ya de una
    "Edad Nueva", la transición está todavía en
    marcha. Muchas corrientes de pensamiento y
    actitudes ante
    la vida ?de larga duración? permanecen vigentes, a veces
    en lucha con otra nuevas, haciendo de la realidad cotidiana un
    todo confuso en donde los "grandes relatos" ya no explican
    nada y las pasadas utopías dan paso a la desconfianza y al
    pesimismo generalizado.

    El ideal decimonónico de "Progreso" se ha
    diluido; apareciendo un terreno libre al descontento, a la
    impotencia y al escepticismo, que suelen manifestarse a
    través de comportamientos violentos y/o espiritualistas,
    encapsulando soluciones de
    compromiso ingenuas, falsamente optimistas, individualistas y
    profundamente irracionales.

    Un renovado fanatismo religioso ?que sorprende?suplanta
    al fanatismo político ideológico de décadas
    pasadas. Propuestas milenaristas, exacerbado materialismo y
    una New Age que
    promete salidas fáciles e individuales al dolor, son
    algunas de las muchas máscaras que diagnostican un miedo
    profundo, impulsor de una búsqueda desesperada de nuevos
    senderos; ya que los recorridos no son tan seguros como se
    creía. Parecería observarse un retorno al
    pensamiento mágico de antaño.

    El fetiche, arrumbado antes en el sótano, ocupa
    hoy su sitial junto a la computadora
    de última generación, y denota con su presencia la
    falta de confianza en el hombre y
    sus modernísimos recursos. La
    iconografía contemporánea ?incluyendo en ella al
    cine y
    la
    televisión? dejan traslucir una verdadera "Edad del
    Miedo
    ".

    El diablo está presente, el Mal vuelve a
    corporizarse como antaño para justificar un morboso gusto
    por la sangre y la
    violencia, que
    hasta en los dibujos
    animados son evidentes. Magos, gurúes, videntes y brujos,
    avatares y hasta bondadosos extraterrestres o ángeles
    guardianes han decidido, en este reciente siglo XXI, abandonar
    sus guaridas y luminosas nubes para darnos una mano. Y es notable
    el eco que han tenido en las empresas
    editoriales. Basta con recorrer cualquier librería para
    advertirlo.

    El progreso técnico no ha venido
    acompañado con adelantos morales y éticos, y la
    sociedad
    actual lejos está de haber alcanzado ese mundo ideal
    soñado por algunos optimistas del siglo XVIII. El hambre
    sigue matando a diario a miles de seres humanos, el hombre no ha
    olvidado la guerra ?como
    suponía Condorcet? y la
    contaminación, nuevas enfermedades y un renovado
    racismo
    parecerían ser síntomas de que la razón he
    dejado de ser un instrumento válido para controlar y
    entender la realidad. Fundamentalismos de distinto signo renuevan
    una concepción "maravillosa" del universo, en
    donde lo sobrenatural se convierte en solución y regla del
    confuso mundo en que vivimos.

    ESPEJOS
    LEJANOS

    Los siglos XIV y XV constituyeron un tiempo de
    transición, de cambios graduales y crisis de la
    cosmovisión medieval. Una nueva etapa se inauguraba en
    occidente dando lugar a una época muchas veces
    contradictoria, de tendencias y líneas espirituales,
    económicas y políticas,
    diferentes; en donde lo viejo y lo nuevo se debatían un
    lugar.

    Lo viejo, intentando eludir la realidad concreta,
    aspirando a una realización trascendente y manteniendo la
    fragmentación del poder
    político, el privilegio y la jerarquía. Lo nuevo,
    estimando más el mundo que el Más Allá,
    promovía el naturalismo, el individualismo, la
    comprobación experimental y el poder
    político-económico del nuevo estamento social de
    entonces: la burguesía.

    A diferencia del Medioevo, un nuevo tipo de acción
    caracterizó a la modernidad; una
    acción dirigida a satisfacer las necesidades terrenales
    del hombre, así como al conocimiento y
    control de la
    naturaleza. El
    arte plástico,
    la literatura y
    la filosofía del Renacimiento son
    pruebas
    evidentes de esa tendencia.

    El Hombre, apoyado en su renovado espíritu
    de empresa y en el
    incipiente predominio de la razón, se sintió
    confiado y creyó ser el centro del universo. Creó
    reglas universales, inauguró un mundo racional y, durante
    los siglos XVII y XVIII, terminó exiliando al milagro, lo
    extraordinario y lo sobrenatural al terreno de lo
    imposible.

    Como es lógico, muchos siguieron defendiendo los
    viejos ideales de contemplación, ascetismo y
    renunciación, advirtiéndose así una clara
    reacción al cambio
    ,especialmente durante los siglos XVI y XVII. El historiador
    francés Jean Delumeau explicó cómo
    antiguamente "lo nuevo" carecía del prestigio que hoy
    tiene. Por el contrario, novedad, angustia y miedo iban juntos,
    de la mano. Basta observar el grabado de cobre hecho
    por Durero en 1514, titulado "La Melancolía", para
    advertir el drama de aquella confrontación.

    René Huyghe en El Arte y el Hombre,
    escribió:

    "Si el abandono del sistema
    intelectual propio de una cultura
    implica fatalmente un retorno a la naturaleza y a la realidad
    [Renacimiento], no elaborado por el pensamiento, pronto se
    suscita la incertidumbre, la inquietud y la angustia. El drama de
    una nueva conciencia puesta
    al desnudo, con el misterio reencontrado del mundo, asusta
    (…)".

    Y ese temor se hace concreto en
    las figuras del Diablo y las brujas, mucho más
    terroríficos que antes, a causa de la omnipresente
    sensación de inseguridad.

    Varios factores actuaron sobre la coyuntura
    histórica de Europa
    Occidental, alentando y exacerbando la sensación de
    fragilidad y temor. Activas desde el siglo XIV, la peste negra,
    las hambrunas y malas cosechas, el repliegue de la agricultura,
    las revueltas campesinas y urbanas, el peligro turco, el Gran
    Cisma (1378-1417) y la posterior Reforma protestante, encausaron
    la imaginación angustiada del mundo europeo hacia una
    lista de males, explicados y pensados ?en gran medida? por las
    clases dirigentes (la Iglesia y
    el estado). El
    juicio final, el hereje y el Anticristo, junto con las brujas y
    el Demonio, se convirtieron en temas cotidianos.

    La reacción no se dejó esperar,
    desembocando en violencia física y
    psicológica. La Gran Caza de Brujas de los siglos XVI y
    XVII, la Inquisición y la Reforma ?tanto protestante como
    católica? desplegaron un enorme abanico de teorías
    y prácticas extirpativas. También en América, en esa misma época, el
    poder político de la colonia, organizaba y ponía en
    funcionamiento las llamadas "visitas de extirpación de
    idolatrías", tendientes a hacer desaparecer las creencias
    y el panteón precolombino del Nuevo Mundo.

    Demonólogos, tanto laicos como religiosos,
    tuvieron un enorme éxito
    editorial. Obras como el Maleus Maleficarum (El
    Martillo de las Brujas
    ) de 1486; La Demonomanía de
    las Brujas
    , escrita por Jean Bodin en 1580; Demonolatrie
    Libri Tres
    , de Nicolás Remy, en 1595; o la
    Inconstancia de los Ángeles
    Malos y de los Demonios
    , redactado por Pierre de Lancre, en
    1612 ?entre tantísimo otros textos? tuvieron numerosas
    ediciones, apoyando así actitudes intolerantes y
    desembocando en juicios sumarísimos, torturas y
    matanzas.

    Un mundo inestable buscaba seguridad, en su
    intento por abrazar y mantener una visión del mundo ya en
    crisis. Se debía evitar el castigo divino, por las
    faltas
    cometidas. De ahí la necesidad de objetivar la angustia en
    distintos chivos expiatorios, llámense judíos,
    musulmanes, protestantes o idólatras
    americanos.

    EL
    MIEDO Y LA RAZON

    Pero Los prodigios del Maligno no eran
    interpretados ni vividos de la misma manera en todas
    partes.

    El mundo urbano, concentrando en gran parte a la cultura
    letrada; y el mundo rural, con sus tradiciones orales y
    supervivencias del paganismo antiguo, reaccionaron de distinta
    manera ante el amenazante cambio. Incluso, muchos historiadores
    se han preguntado si el mundo rural realmente experimentó
    profundas inseguridades antes de ver invadido su
    imaginario por la influencia aculturadora de las clases
    dirigentes y urbanas de la sociedad.

    Los estudios publicados por Roger Caillois y Jacques Le
    Goff, pueden aclarar un poco este panorama.

    Es evidente que pestes y hambrunas, mercenarios
    desocupados y guerras
    feudales crearon una clara situación de inseguridad, y
    siempre fueron causantes de miedo. Incluso el mar, el lobo y las
    tormentas ?tan bien analizados por J. Delumeau en su libro? fueron
    peligros objetivos que
    empequeñecían y desvalorizaban a un hombre que no
    controlaba suficientemente bien a la naturaleza. También
    es cierto ?y probado? que a muchos de estos fenómenos se
    les dieron explicaciones sobrenaturales que no atentaban ni
    destruían la coherencia de un universo en sí
    maravilloso.

    El encanto y la magia eran la regla y se aceptaban sin
    conflictos
    aparentes; formaban parte de la vida cotidiana. Genios buenos y
    malos ?más tarde caratulados como demonios?; talismanes,
    conjuros y adivinos no escandalizaban por su irrupción en
    el mundo real. La actual vacilación entre una
    explicación natural y otra sobrenatural no existía
    por aquel entonces. Por lo tanto, genios, hadas, filtros
    mágicos, metamorfosis, etc, traducían las flaquezas
    de la condición humana y el deseo a superarlas por medio
    de poderes superiores.

    La ciudad, por el contrario, redescubría por
    aquel tiempo el legado grecorromano y empezaba a acceder a un
    orden constante, objetivo e
    inmutable de los fenómenos, dándole a lo
    sobrenatural un carácter insólito e insoportable.
    Los prodigios ?en los que la gente creía desde
    hacía siglos? aparecieron como una ruptura y nació
    el horror. Dice Caillois que "el horror nace de la
    revelación de lo imposible
    "; y desde entonces,
    espectros, fantasmas,
    íncubos y súcubos, vampiros y brujas, poblaron el
    escenario de la noche, siendo todos interpretados como
    manifestaciones ocultas de fuerzas resueltamente
    malignas.

    La construcción simbólica de la noche
    se alteró y lo antinatural irrumpió fracturando el
    mundo real. La razón ?no precisamente dormida?
    engendró nuevos monstruos. Levantó fronteras, y
    originó temor y rechazo en donde antes no
    existían.

    UNA
    ÉPOCA INTERESANTE

    Oculto, latente, muchas veces exteriorizado con
    violencia o inculcado desde las cúpulas dirigentes, el
    miedo siempre está presente. Basta con leer un periódico,
    escuchar el discurso
    económico o las orientaciones fluctuantes de la Bolsa,
    para observar y comprender la importancia que posee esta
    "emoción-choque" en el comportamiento
    de una sociedad. Aunque no sería correcto generalizar,
    como lo hace G. Ferrero cuando escribe que "toda
    civilización es el producto de
    una larga lucha contra el miedo
    ".

    Ya sea por peligros reales o imaginarios, todos hemos
    tenido miedo alguna vez. Comúnmente desencadenado por la
    sorpresa, el miedo nace por la toma de conciencia ante un peligro
    que amenaza ?de algún modo? nuestra conservación,
    Nos traslada a un mundo de inseguridades e incertidumbres que, en
    la mayoría de los casos, suelen traducirse en reacciones
    físicas, psíquicas y colectivas que buscan
    restaurar el equilibrio
    perdido.

    Lo insólito, la novedad y la crisis de normas,
    comportamientos y valores,
    producen esa duda generalizada que prolonga la
    desorientación y la inadaptación. Y puesto que es
    imposible mantener el equilibrio interno viviendo una angustia
    constante, surge la necesidad de transformar, fragmentar y
    objetivar esa incertidumbre en miedos concretos,
    encarnándolos en algo o en alguien; y brindar así
    una chance para enfrentarlos.

    Nadie pone en duda que vivimos una época de
    acelerados cambios. La historia, dicen, parece
    estar debocada. Cosmovisiones seculares están mutando y
    nada encuentra una justificación sólida.

    En ciertos círculos, que se amplían a
    diario, el milagro, lo sobrenatural y lo fantástico
    vuelven a ser aceptados como hechos cotidianos, dando por
    tierra con el
    legado racionalista del siglo XVIII.

    Recuerdo en este instante un antigua maldición
    china que
    dice: "¡Ojalá te toque vivir una época
    interesante
    !". Pocos dudaran hoy que, en ese sentido, somos
    "malditamente afortunados".

    FJSR.-
    sotopaikikin[arroba]hotmail.com

    Noviembre de 2005

     

    Por

    Fernando Jorge Soto Roland

    Profesor en Historia

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