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Tipología de urnas electrónicas. Su necesidad y justificación



     

    Abstract

    El presente trabajo
    intenta ofrecer un marco inicial de análisis para el estudio jurídico de
    los diversos sistemas de
    voto
    electrónico. Se ofrece una tipología de estas
    tecnologías y se reflexiona sobre la verdadera necesidad
    de su implantación en los actuales sistemas electorales
    tanto de países con democracias ya consolidadas como en
    naciones con sistemas políticos emergentes.

     

    1.
    Introducción

    Era lógico prever que las nuevas
    tecnologías terminarían incidiendo en los
    ámbitos electorales ya que se trata de herramientas
    con tal capacidad de penetración que pocos espacios, si
    alguno, pueden permanecer ajenos. Es por ello que, desde hace
    unos años, existe un creciente interés
    por la posibilidad de realizar votaciones vinculantes de forma
    enteramente electrónica. Los problemas
    hallados en Estados Unidos
    durante las últimas presidenciales aceleraron, por otra
    parte, un proceso que ya
    venía impulsándose desde diversos
    sectores.

    Hasta ahora los esfuerzos se han centrado en el desarrollo
    tecnológico, pero, una vez alcanzada cierta madurez, es
    hora de que otras especialidades científicas aporten sus
    conocimientos para que la implantación del voto
    electrónico pueda ser efectiva. Debe advertirse, en este
    sentido, que toda innovación técnica debe ir
    acompañada de estudios sociales
    –politológicos, jurídicos, etc.— ya que
    lo contrario equivaldría a una aplicación
    precipitada y a un seguro
    fracaso.

    Dentro de esta segunda fase, es preciso, como
    mínimo, desarrollar los tres siguientes apartados:
    establecimiento de una tipología precisa de las
    modalidades existentes de votación electrónica,
    tomar en consideración la oportunidad de introducir estos
    procedimientos
    destacando las ventajas e inconvenientes genéricos que
    pueden aportar y, por último, analizar las
    garantías y requisitos legales que deberían reunir.
    El presente trabajo aborda, de forma inicial, los dos primeros
    temas (para el tercero, cfr. BARRAT ESTEVE, 2004 y COUNCIL OF
    EUROPE, 2004).

     

    2. El voto
    electrónico: conceptos y
    tipología

    La utilización de medios
    informáticos en los procesos
    electorales no constituye, hoy en día, ninguna novedad ya
    que, pese a que ciertas acciones
    siguen realizándose de forma manual, muchas
    otras cuentan ya con sofisticada tecnología.
    Así, por ejemplo, la totalización del resultado
    (cfr. RIERA JORBA, 2003) se realiza normalmente de forma
    electrónica, aunque siempre resta un respaldo en papel con
    el que pueden verificarse los datos
    proporcionados.

    De esta forma, los estudios sobre el voto
    electrónico no suelen referirse a las fases ya
    informatizadas, sino a la introducción de dispositivos
    electrónicos en el corazón
    mismo del proceso electoral, es decir, en el momento en el que
    ciudadano emite su voto. Hoy en día tal operación
    se realiza mediante la introducción de una hoja de papel
    en una urna, pero cabe la posibilidad de que tal operación
    se informatice. Este trabajo adopta precisamente este sentido
    restrictivo de voto electrónico y analiza diversas
    modalidades. Empezaremos ofreciendo una clasificación
    inicial de los diferentes tipos existentes.

    A nuestro entender, la primera variable a tener en
    cuenta consiste en distinguir entre entornos oficialmente
    controlados o no. Los primeros se encuentran en las casillas
    tradicionales de votación o, en general, en cualquier otro
    lugar que cuente con suficiente supervisión a cargo de la
    administración organizadora de la consulta. De todas
    formas, una de las grandes potencialidades del voto
    electrónico consiste en poder ejercer
    el derecho de sufragio desde
    cualquier lugar. Las nuevas tecnologías
    permitirían, en este sentido, emitir el voto desde
    cualquier país, desde casa, desde el trabajo o,
    por ejemplo, desde un locutorio de Internet. Cabe pensar, en
    definitiva, en un voto electrónico emitido desde una
    casilla parecida a las actuales –entorno controlado—
    o desde cualquier otro lugar –entorno no
    controlado.

    Esta primera distinción es fundamental ya que la
    elección de uno u otro entorno implica la aparición
    de problemáticas distintas. Así, por ejemplo,
    mientras un entorno controlado nos permite excluir la posibilidad
    de coerción inmediata, votar desde el hogar o desde el
    lugar de trabajo deja la puerta abierta a posibles extorsiones.
    Por otra parte, la identificación del votante
    también debe plantearse de forma distinta ya que en un
    entorno no controlado no existe la posibilidad de mostrar, como
    se hace actualmente, una acreditación tradicional de la
    identidad.

    Si nos fijamos en la primera de las modalidades, es
    decir, en el caso de voto en entornos controlados, hallaremos
    tres tipos susceptibles de ser aplicados: papeletas
    ópticas, computadoras
    –con propiedades táctiles o no— y dispositivos
    telefónicos. Mientras estos últimos solo funcionan
    lógicamente en modo remoto, es decir, transmitiendo
    instantáneamente los datos de cada casilla a una central,
    los dos primeros pueden funcionar tanto en modo remoto como
    local. En este último caso, cada casilla opera de forma
    aislada hasta el final de la jornada, realiza el escrutinio,
    confecciona el acta definitiva de resultados y se transmiten los
    datos de forma tradicional –una llamada convencional de
    teléfono— o de forma telemática a través de conexiones
    adecuadamente protegidas. En el caso de entornos no controlados,
    solamente sería admisible el voto remoto mediante
    Internet, telefonía u otros aparatos análogos.
    Se ofrece a continuación una descripción inicial de cada uno de estos
    sistemas.

    Las papeletas ópticas constituyen sistemas muy
    parecidos a los actuales ya que sigue utilizándose papel y
    urnas tradicionales para votar. La única novedad consiste
    en que tales papeletas llevan incorporado un dispositivo
    electrónico que permite que sus datos sean registrados por
    un lector óptico existente en la embocadura de la urna.
    Encontramos un ejemplo de esta tecnología en las
    últimas elecciones a Rector de la Universidad del
    País Vasco. En esa ocasión, el consorcio
    empresarial Demotek, impulsado por el Gobierno vasco,
    utilizó, ya de modo vinculante, sus urnas
    electrónicas basadas en lectores ópticos de
    papeletas (cfr. RENIU, 2004 y DEMOTEK, 2004).

    En segundo lugar, las computadoras suponen ya la
    supresión de las papeletas tradicionales como medio de
    votación, aunque resulta posible que tales máquinas
    emitan un comprobante en papel una vez iniciado el proceso. Tal
    sistema consiste
    en que el ciudadano opera, mediante botones, lápiz
    óptico o con la mano, ante una pantalla en la que se
    muestran las diversas opciones en juego. Una
    muestra de
    este sistema operando en modo local se experimentó en
    cinco localidades catalanas durante las últimas elecciones
    autonómicas. Correspondió a Indra la labor
    de implementarlo. Por otra parte, en esos mismos comicios,
    la empresa
    catalana Scytl posibilitó, de forma experimental,
    el voto remoto desde entornos no controlados para ciertos
    electores residentes en el extranjero (cfr. BARRAT / RENIU,
    2004).

    Por último, la referencia a dispositivos
    telefónicos alude a las diferentes generaciones de
    aparatos actualmente existentes en este ámbito, aunque es
    sabido que la convergencia tecnológica que implica la
    revolución
    digital tiende a difuminar las fronteras entre un teléfono
    y una computadora,
    es decir, los mecanismos incluidos en el apartado anterior. La
    localidad granadina de Jun, con el asesoramiento de Indra,
    permitió el voto teléfonico en una prueba realizada
    en marzo de forma simultánea a las elecciones
    parlamentarias andaluzas (cfr. BARRAT ESTEVE, 2004a). Por otra
    parte, Scytl, Accenture y el Ayuntamiento de
    Madrid
    también habilitaron un sistema parecido en la consulta
    popular celebrada el pasado junio bajo la denominación de
    MadridParticipa (cfr. BARRAT / RENIU, 2004a).

    Una vez expuesta de forma somera la tipología de
    votaciones electrónicas, conviene reflexionar sobre la
    conveniencia real de introducir tales innovaciones en un
    ámbito tan delicado como el de la expresión de la
    voluntad popular.

     

    3. El ordenamiento
    jurídico-electoral ante las innovaciones
    tecnológicas

    El primer interrogante que deberíamos solventar
    consiste en saber si realmente es necesario que los actuales
    sistemas electorales modifiquen su estructura e
    incorporen las últimas novedades técnicas.
    La respuesta no debe basarse en un ingenuo optimismo
    tecnológico ya que tal actitud nos
    arrastraría fácilmente a un escenario en el que la
    técnica se convertiría en un fin en si misma
    cuando, en realidad, los objetivos y
    prioridades de cualquier modelo
    electoral deben ser otros. La regulación electoral
    deberá, en definitiva, cambiarse solamente si conseguimos
    demostrar que las nuevas herramientas son útiles para
    mejorar la expresión de la voluntad popular e incentivar
    los canales de participación ciudadana.

    Cabe recordar, de todos modos, que el presente trabajo
    aborda únicamente la eventual repercusión de las
    nuevas tecnologías en el momento de la votación de
    tal forma que no se analizan otros posibles aspectos como la
    actualización técnica del resto de gestiones
    necesarias en todo proceso electoral. Por ejemplo, tanto la
    transmisión y recuento de los resultados como la
    elaboración del padrón requieren ingentes recursos
    informáticos, pero ambas cosas no forman parte de este
    estudio ya que no afectan, al menos en sentido estricto, al
    momento en el que ciudadano deposita su voto. Nuestro objetivo
    consiste en saber si ese aspecto concreto,
    simbolizado hoy en día, entre otros elementos, por la
    presentación de una acreditación física de la
    identidad, la urna transparente o la existencia de un lugar
    reservado para marcar la papeleta, necesita realmente una
    modernización tecnológica o quizás basta con
    la estructura logística actual.

    La solución dependerá en gran medida del
    escenario político-electoral al que debamos enfrentarnos y
    deberemos tomar en consideración diferentes variables.
    Puede suceder, en primer lugar, que nos hallemos ante un
    sólido sistema electoral en el que no exista necesidad ni
    jurídica ni ciudadana de introducir grandes reformas. Es
    lo que sucede, por ejemplo, en la mayoría de países
    europeos donde el debate
    electoral se centra en la fórmula elegida (proporcional,
    mayoritaria, etc.), pero no en la implementación
    práctica del sistema. Se trata de modelos que
    han ido puliendo sus defectos hasta alcanzar unos procedimientos
    ampliamente aceptados. Ante tales ejemplos, ¿es realmente
    prioritario introducir mecanismos electrónicos de
    votación? ¿No estaríamos quizás
    asumiendo un riesgo excesivo
    que podría desacreditar un sistema de probada fiabilidad
    como el actual?

    A mi entender, se trata de preocupaciones acertadas y
    razonables ya que nos hallamos ante ámbitos sumamente
    delicados en los que está en juego la expresión de
    la voluntad soberana de los ciudadanos. No sería, por lo
    tanto, prudente aplicar innovaciones cuyas consecuencias no hayan
    sido suficientemente valoradas y contrastadas. Aun así,
    estimo que existen diversas razones que aconsejan una
    introducción pausada de sistemas electrónicos de
    votación.

    Cabe señalar, en primer lugar, que los procesos
    electorales no pueden quedar recluidos en un marco
    tecnológicamente anacrónico ya que
    ofrecerían una imagen poco
    adaptada a la sociedad
    actual. Como señala Michael REMMERT «modernising how
    people vote will not, per se, improve democratic participation
    but failure to do so is likely to weaken the credibility and
    legitimacy of democratic institutions» (2003: lám.
    34). Tal apuesta no puede, en todo caso, ignorar el
    funcionamiento correcto de muchos sistemas electorales. Se trata,
    en definitiva, de mantener una alerta constante para que, sin
    renunciar a los éxitos y estabilidad ya alcanzados, los
    procesos electorales vayan incorporando las tecnologías
    que caracterizan nuestra época.

    Por otro lado, el voto electrónico puede ser
    enormemente útil para determinados sectores de la sociedad
    –ejs.: ciudadanos discapacitados, residentes
    ausentes—. Se trata de colectivos que suelen encontrar
    muchas trabas para ejercer su derecho a votar y las nuevas
    herramientas tecnológicas, si se diseñan
    acertadamente, pueden servir para facilitar su
    participación. Así, por ejemplo, ambos grupos
    podrían votar remotamente e incluso, en casos como el de
    los invidentes, los dispositivos electrónicos
    podrían facilitar su votación presencial de forma
    autónoma.

    En tercer lugar, los sistemas electrónicos de
    votación pueden aportar una polivalencia y flexibilidad
    hasta ahora desconocidas. Hoy por hoy, la logística
    electoral comporta unos costes económicos, temporales y
    humanos que dificultan la celebración frecuente de
    consultas ciudadanas de diverso tipo. En cambio,
    algunos modelos de voto electrónico –no todos—
    simplifican sobremanera tal dinámica y permiten aventurar un futuro en
    el que puedan ofrecerse a los ciudadanos mayores instrumentos de
    participación.

    Por último, suele señalarse que la tasa de
    participación podría aumentar con la
    implantación de procedimientos electrónicos. Se
    afirma que la utilización de nuevas tecnologías
    haría más atractiva la votación y que
    determinados segmentos de la población muy abstencionistas, como los
    jóvenes, podrían cambiar de actitud con estas
    medidas. Lo cierto, sin embargo, es que no existen estudios
    concluyentes. Mientras que algunas experiencias han demostrado
    que el voto electrónico permite aumentar la
    participación otras ofrecen resultados contrarios. A
    título indicativo, cabe incluir entre las primeras las
    pruebas
    realizadas con ocasión de las últimas elecciones
    catalanas en las que se permitió a ciertos residentes
    ausentes, entre ellos los catalanes de México,
    utilizar experimentalmente Internet para votar. Pues bien, el
    número de participantes superó, en un 226%, al de
    los votantes oficiales (cfr. BARRAT / RENIU, 2004: § 3 /
    tabla 3). Por el contrario, otras experiencias arrojan tasas muy
    bajas como, por ejemplo, la reciente consulta popular celebrada
    en Madrid [0,63% del total del electorado (cfr. BARRAT / RENIU,
    2004a)], aunque la ausencia de precedentes dificulta la
    comparación y, en consecuencia, la determinación de
    si son realmente las nuevas tecnologías las que provocan
    mucha o poca participación. Existen asimismo numerosas
    variables que influyen en estos resultados ya que no es lo mismo,
    por ejemplo, una consulta o unas elecciones representativas.
    Tampoco es lo mismo que los sistemas electrónicos
    actúen de forma única o complementaria e influye,
    por último, el método
    empleado ya que no presentan el mismo grado de dificultad
    sistemas basados en el voto remoto en entornos no controlados que
    los modelos de papeleta óptica.

    Puede señalarse, como conclusión, que, aun
    hallándonos antes países con sistemas electorales
    plenamente fiables, la introducción de nuevas
    tecnologías puede reportar, siempre que se haga con la
    debida prudencia, resultados favorables para el enriquecimiento
    de los mecanismos de participación ciudadana.

    De todas formas, no todos los países ofrecen
    sistemas consolidados. Muchos Estados realizan enormes esfuerzos
    para aumentar la fiabilidad de su logística electoral,
    pero chocan reiteradamente con la corrupción, el desinterés o con el
    analfabetismo
    de segmentos importantes de la población. ¿Puede el
    voto electrónico aportar elementos positivos a esta
    preocupante situación? ¿No estaríamos
    quizás errando al pretender introducir sofisticados
    mecanismos tecnológicos en países cuyas
    prioridades, a la vista de lo expuesto, deberían ser
    otras?

    La respuesta depende tanto de la situación a la
    que nos enfrentemos como de la opción técnica
    escogida. Pensemos, en primer lugar, que, aun hallándonos
    ante países con carencias estructurales en el
    ámbito socio-electoral, pueden existir grandes diferencias
    entre ellos de tal forma que no es posible anticipar recetas
    genéricas ante cuestiones que requieren un estudio
    individualizado. Adviértase, de todos modos, que, incluso
    en los casos más extremos, el voto electrónico
    puede aportar novedades positivas.

    Tanto Brasil como la
    India pueden
    servirnos de referente ya que se trata de países donde la
    logística electoral debe enfrentarse a problemas severos.
    Su dimensión geográfica, las corruptelas, la
    extensión de la pobreza o el
    analfabetismo constituyen retos de gran magnitud para cualquier
    propuesta que pretenda desarrollar de forma democrática
    unos comicios. Pese a ello, ambos países han apostado por
    la introducción de urnas electrónicas.

    Brasil, por ejemplo, ha logrado generalizar el uso de
    votaciones electrónicas mediante pantallas táctiles
    (cfr. RIAL, 2003: § 31-47). Lo relevante del caso es que la
    modernización tecnológica ha contribuido a paliar
    algunas de las deficiencias que antes veíamos. De esta
    forma, el diseño
    de la pantalla, en el que se hace hincapié en elementos
    gráficos tales como la foto del candidato,
    ha permitido que personas analfabetas, sea de origen o
    funcionalmente, pudieran ejercer su derecho de sufragio de forma
    incluso más sencilla, intuitiva y segura que con la
    clásica papeleta. Por otro lado, el hecho de que las
    computadoras realicen un recuento automático de los votos
    puede dificultar, aunque no erradicar, los tradicionales peligros
    de corrupción electoral.

    En el caso de la India, las recientes elecciones han
    demostrado la posibilidad de habilitar sistemas
    electrónicos extraordinariamente sencillos (cfr. TECHAOS,
    2004; IDA, 2004). Aun admitiendo los eventuales defectos del
    modelo, lo novedoso de la experiencia consistió en ensayar
    unas herramientas de votación electrónica nada
    complejas, pero aptas para modernizar, sin excesivo coste, el
    proceso electoral hindú.

    Tras analizar estos ejemplos, puede concluirse que el
    ordenamiento jurídico-electoral no puede quedar al margen
    de innovaciones tecnológicas como la de los sistemas
    electrónicos de votación. Sea por la necesidad de
    no recluir los procesos representativos en un escenario caduco,
    sea por la voluntad de facilitar el voto a grupos con especiales
    dificultades como los residentes ausentes, sea por la posibilidad
    de reducir la corrupción existente, el voto
    electrónico debe estar presente en los debates electorales
    que se planteen.

    Todo ello debe hacerse lógicamente con suma
    prudencia. No caben conductas aventureras que, desconociendo las
    virtudes de los actuales sistemas, muestren excesiva ingenuidad u
    optimismo tecnológico. No es admisible, por ejemplo, que
    el fiasco electoral de Estados Unidos en las últimas
    presidenciales pretenda resolverse precipitadamente mediante la
    introducción de urnas electrónicas que no han sido
    suficientemente controladas (cfr. KOHNO, 2004). Los
    escándalos generados en los últimos meses por
    empresas como
    Diebold suponen un flaco favor a un proceso de
    modernización tecnológica que, adecuadamente
    implementado, constituye una necesidad ya imperiosa para los
    actuales sistemas democráticos.

     

    Referencias

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    Jordi Barrat Esteve

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