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Las islas Malvinas y la acción psicológica




Enviado por Candela Klein



    1. Acción
      psicológica
    2. El nacimiento del Estado
      Argentino
    3. La trampa del gobierno
      militar
    4. Nacionalismo y
      patrioterismo
    5. Conclusión
    6. Bibliografía

    Introducción

    Los dos de abril se repiten ritos ya tradicionales que
    se están convirtiendo en autóctonos. La
    televisión bombardea viejos slogans, aparecen algunas
    escarapelas con olor a naftalina y se limpian plazas desusadas y
    olvidadas para poner palcos oportunistas y poder agorar
    oratorias patrioteras.
    Nos acordamos nuevamente que las Malvinas son
    argentinas y nos quedamos con el sabor amargo en la boca por lo
    que perdimos.

    Pero algunas consideraciones son saludables. ¿Las
    perdimos? ¿Alguna vez las tuvimos?
    ¿Estábamos en condiciones de reclamarlas?
    ¿Estamos?
    Echar luz sobre estos
    puntos es necesario. Es tiempo de que
    perdamos el miedo a la crítica
    y la objetividad y dejemos de considerar como traidor a la patria
    a aquel que lo haga. Es necesario, primero porque es sano dudar
    hasta de nuestras mayores certezas y, segundo, para que el sabor
    amargo sea más digerible. Ése es el objetivo de
    este escrito.

    Acción
    psicológica

    Esta demostrado que los 2.000.000 Km2 que componen el
    actual territorio continental argentino fueron conquistados
    partiendo de cero, a través de una lucha armada de
    más de cien años, enfrentando toda clase de
    enemigos, resistencias y
    obstáculos.

    Es de destacar el importantísimo papel que cupo a
    Buenos Aires y
    las Provincias Unidas en el logro de la hegemonía en el
    río de la Plata y en la conquista de territorios
    sudamericanos para la independencia
    y constitución de las repúblicas del
    nuevo mundo poniendo en evidencia las conquistas argentinas
    realizadas en el curso de dos siglos en las tierras y mares del
    lejano sur atlántico y antártico.

    Como lo ha enseñado Carlos Escudé en
    varios de sus escritos, la población argentina ha estado
    sometida desde hace más de setenta años a una
    deliberada, persistente e insidiosa acción
    psicológica de la misma índole de la que se
    practicó sobre los pueblos de Alemania e
    Italia bajo
    Hitler y
    Mussolini, con respecto a las reales e imaginarias
    reivindicaciones territoriales de esos países.

    En colegios, cuarteles, academias y oficinas; por
    radio,
    cine, prensa y televisión, desde la infancia hasta
    la senectud, se ha martillado y remachado en la cabeza de los
    argentinos la doctrina de que a partir de su independencia su
    país ha sufrido sucesivas desmembraciones territoriales,
    algunas de ellas irreversibles, como las de los territorios que
    ocupan Paraguay,
    Uruguay y
    Bolivia, que
    habríamos debido recibir como presuntos herederos
    legítimos del Virreinato del Rió de la Plata, y
    otras que justificarían hasta el recurso extremo de la
    guerra, con su
    secuela de muerte,
    destrucción, odio y sufrimiento, como las que versan sobre
    algunos islotes en la zona del canal de
    Beagle caso en el cual estuvimos a punto de ir a la guerra
    con Chile en 1978 de no haber sido por la mediación papal
    desesperada.

    Con menos convicción en cuanto a su efectiva
    conquista por las armas, pero con
    igual perseverancia, se ha inculcado a los argentinos el articulo
    de fe de que son propietarios exclusivos de un vasto sector del
    continente antártico, cuya obligatoria inserción
    despoja de realismo y
    perspectiva a los mapas de la
    república cuyo extenso territorio real (es decir, el que
    se extiende desde La Quiaca hasta Tierra del
    Fuego) queda empequeñecido y descentrado por el
    artificioso injerto del descomunal triangulo invertido que se
    supone tan argentino como la pampa o los valles
    calchaquíes.

    El más somero análisis histórico revela que estas
    afirmaciones dogmáticas, que han ido adquiriendo un
    carácter sacro indiscutible, son altamente
    cuestionables cuando no directamente falsas. Con respecto al
    mito del
    desmembramiento, es de lectura
    imprescindible el brillante trabajo del
    coronel (RE) Rómulo Menéndez "Las conquistas
    territoriales argentinas" (Bs. As. 1982), donde se demuestra
    acabadamente que, lejos de haber perdido territorio, el actual
    estado argentino es el fruto de una persistente y efectiva
    acción expansiva que a lo largo de un siglo multiplico por
    lo menos tres veces el territorio nacional originario.

    El nacimiento del
    Estado Argentino

    Históricamente, hay que tomar en
    consideración, sin mayores ambiciones revisionistas,
    ¿dónde nace el Estado
    Argentino?. La mayoría de los autores nacionales
    consideran que, si bien 1853 fue una fecha importante, el Estado
    nace en 1862 con Pavón, lo que significó la
    anexión de Buenos Aires y la enmienda de la
    Constitución.
    Pero el Estado que nacía no era consecuencia de la colonia
    que se iba. (Incluso recordemos el trabajo que
    le costó a esa colonia establecerse y mantenerse en
    Malvinas por la famosa Cuestión del Pacífico y la
    previa fundación francesa, por más de que eran
    aliados en el Pacto de Familia)
    El Estado naciente partía de cero. Considerar al Estado
    Argentino naciente como mero heredero del saliente es una falacia
    que, según Rómulo Menéndez es necesario
    evitar.
    Por otro lado, la ocupación inglesa fue pública,
    conocida, pacífica y con ánimos de
    dominación. No hubo respuesta Argentina ni mucho menos
    reclamos sino hasta muy entrado el siglo XX. Y vaya otra observación, si bien la por entonces
    Sociedad de
    Naciones existía, no había mecanismos efectivos ni
    reglas claras para elevar ningún reclamo serio, menos si
    afectaban a los intereses de las potencias "centrales".
    Aún así, la bilateralidad estaba permitida, pero
    los reclamos no llegaron.
    En cuanto a la ocupación inglesa de Malvinas, se enmarca
    en la figura de la Adquisición por Prescripción,
    que es un medio derivativo de adquisición territorial ya
    desusado y propio de tiempos en los que la explosión de
    los medio de comunicación de investigación y de transporte
    aún no hacía sentir sus efectos, y en la tierra
    quedaba algo de res nulis.
    Según esta figura, pasado un determinado período de
    tiempo sin haberse efectuado los reclamos pertinentes (en este
    caso del joven Estado Argentino), el territorio en
    cuestión pasa a manos del ocupante, si se quiere,
    interpretando el derecho que tanto no le debe interesar al
    "invadido".

    La trampa del
    gobierno
    militar

    Todos conocemos que el gobierno militar interno
    argentino estaba en franca decadencia. Que la crisis humana
    y social también estaba haciéndose
    económica, era y es sabido por todos, que la falta de
    cohesión interna se hacía sentir a balazos y
    torturas.

    En este escenario, e intentando un manotón
    desesperado, se echó mano a Malvinas, quizás como
    se podría haber manipulado otro elemento emotivo. El
    gobierno decidió echar mano a un elemento básico de
    la política:
    la creación y demonización de un enemigo externo
    para solucionar faltas de
    apoyo y cohesión interna. Y ahí entró
    Malvinas. Y ahí entro el eslogan que hoy seguimos
    repitiendo los dos de abril.

    El proceso fue
    simple: se busca un elemento emotivo con algo de base, se lo
    multiplica ad infinitum, se utiliza la educación nacional
    y la prensa (en un ejemplo claro de lo que en política se
    considera como regla de la transfusión), se actúa y
    se cohesiona. Si los resultados de la arrojada empresa son
    positivos, se jactan de haber interpretado el deseo popular y, si
    no lo son, se procede a la victimización y al determinismo
    de su gestión. Nuestros militares siguieron el
    manual al pie
    de la letra.
    Por más que la condena pública sea generalizada
    para con las gestiones y los gobiernos castrenses argentinos,
    seguir postulando que las Malvinas son argentinas es caer en una
    justificación que no merecen.

    El caso de las Malvinas exhibe la singularidad de
    tratarse del único territorio del cual la Argentina (o de
    lo que de ella existía en 1833) haya sido despojada por la
    fuerza. Lo
    cual no significa que los derechos argentinos sobre
    las disputadas ínsulas sean tan terminantes ni decisivos
    como nos lo quiere hacer creer la acción
    psicológica oficial (y en buena medida lo ha
    logrado).

    Para quien quiera ilustrarse seriamente sobre este tema,
    recomiendo la lectura del
    ensayo que le
    dedica Carlos Escudé en su libro "La
    Argentina vs. las grandes potencias" (Bs. As., 1986) No interesa
    aquí el cotejo de los respectivos méritos de las
    reclamaciones argentinas y británicas sobre las Malvinas,
    sino más bien mostrar cómo una cuestión que,
    dentro del conjunto de los problemas
    argentinos, es notoriamente marginal y de escasa monta ha sido
    magnificada por la propaganda
    hasta convertirla en una especie de causa sagrada, de cruzada
    redentora en la cual los argentinos deberían estar
    dispuestos a derramar hectolitros de sangre y
    sacrificar la riqueza nacional en aras de esta especie de Santo
    Erial.

    A poco que escarbemos encontraremos que el gran lavado
    de cerebro colectivo
    en esta materia
    comenzó hacia 1944, época en la que bajo el manto
    protector de una dictadura militar
    despistada pero de indudable inspiración autoritaria y
    fascista, se había apoderado de la conducción de la
    educación
    pública y de la propaganda oficial una gavilla de
    nacionalistas ultrarreaccionarlos que -en perfecta concordancia
    con las fantasías hegemonistas de la casta militar- puso
    en practica una gigantesca campaña educativa y
    propagandística destinada a crear en la conciencia
    colectiva la convicción dogmática de que las
    Malvinas "han sido, son y serán argentinas",
    proposición que no resiste el más módico
    análisis lógico, histórico o siquiera
    gramatical, y que es manifiestamente inconciliable con la
    realidad de que Gran Bretaña ejerce soberanía sobre el archipiélago
    desde 1833, en tanto que España
    mantuvo una tenua posesión -que abandonó en 1811-
    durante unas cuatro décadas, y la Confederación
    Argentina ejerció su posesión en forma asaz
    insegura durante sólo cinco años.

    Nacionalismo y
    patrioterismo

    El autoritarismo nacionalista no se alimenta de
    realidades sino de fantasías que manipula para someter, a
    la población a sus designios, generalmente funestos.
    Curiosamente, este tipo de campañas que pretende apelar a
    los más puros sentimientos patrióticos de la buena
    gente (a la vez que a las mas primarias tendencias cavernarias
    que todos llevamos adentro, más o menos escondidas), tiene
    un nefasto efecto retroalimentador, por el cual sus victimas
    iniciales (párvulos en edad escolar, soldados, empleados
    públicos, integrantes de muchedumbre) quedan tan
    infectados, por el adoctrinamiento, que lo revierten sobre los
    dirigentes de la sociedad (maestros, jefes militares, altos
    funcionarlos, legisladores), y exigen de éstos
    comportamientos acordes con el dogma que les ha sido
    inculcado.

    A su vez, los dirigentes se sienten presionados y
    obligados a actuar en consonancia con la doctrina que ya ha sido
    internalizada por la masa de la población, con lo cual se
    genera una causación circular de características
    sumamente perversas y de una peligrosidad extrema.

    Podrá arguirse que esta suerte de adoctrinamiento
    presuntamente patriótico es en el fondo inofensivo, y en
    todo caso benéfico y hasta necesario en un país
    insuficientemente consolidado como nación.
    Zarandajas de esta índole son las que condujeron a la
    criminal aventura de la ocupación militar de las islas en
    1982.

    Ni el dictador Galtieri ni sus incubos Anaya y Costa
    Méndez se habrían atrevido siquiera a pensar en
    tamaña locura, si no fuera porque tenían conciencia
    del grado de condicionamiento psicológico del pueblo
    argentino, al cabo de décadas de lavado de cerebro masivo
    (y del que ellos mismos, seguramente fueron también
    victimas).

    Habría sido inexplicable, de otra manera, el
    entusiasmo futbolero con que la clase media y alta Argentina
    llenaron la plaza de Mayo para vociferar su delirio ante fatuo
    emulo del general Patton. Y, más aún, inimaginable
    la psicosis
    colectiva que se apoderó de los argentinos, el
    triunfalismo vesánico, el patrioterismo de la peor laya y,
    en fin, todos los comportamientos colectivos patológicos
    de que hicieron derroche los argentinos en esas inolvidables y
    abominables jornadas, en las que, al estilo de la plebe romana en
    el Coliseo, aullaban de alegría por la
    carbonización de soldados Ingleses o por el hundimiento de
    barcos "enemigos". Así como aplaudían con
    inconsciente safismo el envío de adolescentes
    atontados de hambre y de frío, a una muerte despiadada en
    medio del barro y de la inmundicia. Quizá el único
    acto heroico en todo el repugnante episodio haya sido la
    rendición del general Menéndez y la consiguiente
    salvación de diez mil soldados.

    Conclusión

    Por todo lo antes expuesto, es claro que las Malvinas no
    son argentinas y que caer en semejante sentencia suena a
    fanatismo emotivo, a educación con orejeras. Y sobre todo,
    tiende a justificar la locura a la que nuestros
    beneméritos estrategas decidieron arrojarse.

    Sin embargo, la misma gente que se encoleriza frente a
    este enunciado, sabe que casi con seguridad las
    Malvinas jamás serán argentinas, pero no
    está dispuesta a decirlo públicamente.

    ¿Porqué? Porque intuye que el balance de
    costos y
    beneficios personales sería negativo, ya que nadie los
    premiaría por decir la verdad, mientras que existe una
    minoría activa que los castigaría,
    acusándolos de traidores, o quitándoles el voto si
    son políticos.

    Más aún, saben que enfrentan un
    típico dilema del prisionero: si ellos dicen la verdad,
    sus adversarios (también ellos convencidos de que las
    Malvinas jamás serán argentinas) se
    envolverán en la bandera, los acusarán de
    traición, y potenciarán los costos de haber dicho
    la verdad. Sus adversarios razonan de la misma manera frente a
    ellos, y tampoco ellos dicen la verdad. Por lo tanto, la
    política exterior argentina sigue persiguiendo una
    quimera.

    La mayoría de los Constituyentes de 1994
    sabían que las Malvinas jamás serán
    argentinas, pero debido al dilema del prisionero que enfrentaban,
    sancionaron la Cláusula Transitoria Nº 1, que
    establece el mandato de intentar recuperar las islas para todo
    gobierno argentino. Gracias a ello, ahora todo estadista
    argentino que diga la verdad, viola la Constitución por
    decirla.

    Está demasiado fresco el recuerdo sobrecogedor de
    la catástrofe como para que echemos en saco roto la
    lección que de ella se deriva. Como igualmente vivido y
    cercano está todavía el peligro al que se nos
    expuso de ir a una guerra insensata contra Chile por unos
    peñascos perdidos en la inmensidad del mar. Actuemos
    entonces en consecuencia y lancemos una campaña de
    reeducación colectiva, para borrar de las mentes
    argentinas todo el conjunto de mentiras, de fantasías y de
    malas pasiones que se les ha inculcado durante tanto tiempo por
    los gobiernos totalitarios (y aun por los constitucionales, a su
    vez condicionados por la misma campaña).

    Sólo de esa manera podremos asegurarnos que no se
    repitan tan aventuras sangrientas en que nos comprometieron los
    autócratas y genocidas del pasado reciente. Las Malvinas
    no son argentinas, los pibes que murieron en ellas,
    sí.

    Bibliografía

    Menéndez, Romulo Felix, Las Conquistas
    Territoriales Argentinas, Ed. Circulo Militar, Argentina, Buenos
    Aires, 1982

    Escudé, C. La Argentina vs. Las Grandes
    Potencias, Ed. Sudamericana, Argentina, Buenos Aires,
    1986

     

     

    Candela Klein,

    Estudiante de la carrera de Ciencias
    Políticas en la UBA (Universidad De
    Buenos Aires)

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