Monografias.com > Lengua y Literatura
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

El escritor y su obra: El pensamiento de Marcos Aguinis




Enviado por Renzo Mancinelli



    1. Esquema
      biográfico
    2. El ensayo de Marcos
      Aguinis

    I Esquema
    biográfico

    Aguinis nació en Córdoba, Argentina, el
    trece de enero de 1935. En Nuevos Diálogos (1998) Aguinis
    habla brevemente de sus padres. Nos cuenta que en 1928 su padre
    llegó a Buenos Aires con
    veintidós años, con apenas una maleta, e
    inmediatamente consiguió un trabajo de
    hombreador en Dock Sud. Cuando se enteró de que en Cruz
    del Eje, en la provincia de Córdoba, tenía
    parientes lejanos que procedían también de
    Besarabia (lo que ahora es la República Moldava),
    decidió mudarse allí en busca de apoyo.

    Tanto Marcos como su padre trabajaron en una venta de muebles
    a plazos que había empezado su abuelo. Aguinis describe a
    su padre como un hombre
    comprensivo, bondadoso, alegre y generoso. Cree que fue por
    reacción a la excesiva prudencia de su padre, por lo que
    se convirtió en un hombre tan sumamente
    temerario.

    Sin embargo, heredó de su padre el amor a la
    literatura y la
    música, y
    el hedonismo en general. Cuando el pequeño Marcos se
    negaba a comer, su padre le convencía por medio de
    cuentos que
    inventaba. Aunque su formación académica fue breve,
    su padre era un ávido lector y se había suscrito a
    un diario en idish, la lengua que se
    hablaba en casa. El español lo
    aprendió con ciertas dificultades.

    Su madre, más osada, severa y más
    controladora, tuvo en cambio la
    oportunidad de estudiar en la escuela
    secundaria en Europa, en donde
    aprendió varias lenguas: rumano, rusos, francés y
    latín. Había llegado a la Argentina tras numerosas
    peripecias en las que se habían perdido maletas y giros
    postales para
    los pasajes. En uno de los diálogos con monseñor
    Laguna, comenta que sus padres eran tan pobres que tuvieron que
    improvisar una cuna con un cajón de frutas.

    Aguinis cree que heredó de su padre la excesiva
    indulgencia con sus hijos. Era Marita, su esposa, la que
    debía poner orden, aunque era sumamente cariñosa
    con sus hijos. Dice, además, de sus padres que eran
    religiosos, pero nunca fueron estrictos.

    En cuanto a sus inicios en la lectura,
    como no le gustaba leer, su madre lo hizo miembro de la Biblioteca
    Popular Jorge Newbery, que estaba cerca de su casa. En su
    juventud
    decidió estudiar magisterio y se mudó a
    Córdoba para matricularse a los quince años en el
    Colegio Nacional Deán Funes, en donde había
    estudiado el Che Guevara.
    Su vocación literaria continuó gracias a su Bar
    Mitzvá, que lo inició en la lectura de las
    Sagradas Escrituras.

    A partir de entonces creció su curiosidad
    religiosa, y se dedicó a leer libros sobre
    la Biblia e Israel en la
    Biblioteca Popular, como El candelabro enterrado de Stefan Zweig,
    la Historia de la
    religión
    de Israel de Caledonio Nin y Silva, El Hijo del Hombre de Emil
    Ludwig, Mahoma y el Corán de Rafael Cansinos Assens, la
    Historia, La vida de Jesús y Páginas
    autobiográficas de Ernest Renán etc. Fue en este
    último libro donde
    encontró las dudas de Renán sobre su fe.

    Hoy en día Aguinis se considera agnóstico,
    aunque cree que "la religión cumple y cumplirá una
    tarea maravillosa al contribuir al orden anímico del
    mundo. La gente necesita consuelo, sentido y moral" (Nuevos
    Diálogos 79).

    En su niñez hubo de sufrir la intolerancia y la
    discriminación a causa de su origen
    judío. Le llamaban "rusito" y algunos profesores
    insultaban a los judíos
    en clase. Pronto
    se fue enterando de las masacres de los campos de
    concentración, en los que pereció toda la familia de
    su padre y los parientes de su madre que quedaron allí. En
    su pubertad le
    encantaban la literatura, la música y la pintura. Como
    se explica en la introducción de Marcos
    Aguinis. Aproximación a su vida y obra (1995), a los
    diez años decidió estudiar piano, llegó a
    dar conciertos, a escribir un ballet y "a los diecinueve
    años su maestro de piano le aconsejaba "dejar todo" y
    continuar su carrera musical en los Estados Unidos"
    (6). Pero Aguinis se inclinaba más por la
    literatura.

    Escribió varios cuentos a los doce años, e
    incluso una novela de
    doscientas páginas, titulada El Oriental. Más
    adelante, decidió estudiar medicina para
    "conocer mejor al hombre" (Marcos Aguinis. Aproximación a
    su vida y obra 7). Durante esta etapa de sus estudios,
    comenzó a investigar la vida de Maimónides,
    médico y humanista judío del S. XII con el que
    Aguinis se identifica casi como si fuera su reencarnación.
    Ambos nacieron en Córdoba (española y argentina),
    aunque con ocho siglos de distancia. A los veinte años
    publica Maimónides, un sabio de avanzada, un "pecado de
    juventud" que tiene la intención de corregir y
    reeditar.

    Sus primeras ilusiones por la psiquiatría,
    neurología y el psicoanálisis acabaron en decepciones. Al
    acabar la carrera de medicina a los veintitrés años
    aceptó una beca para estudiar neurocirugía en
    Buenos Aires. Más tarde, completó sus estudios en
    el Hospicio de la Salpétrière de Francia y en
    las ciudades alemanas de Friburgo y Colonia, gracias a una beca
    de la Fundación Alexander von
    Humboldt. Allí recopila información para sus novelas
    Refugiados, Crónica de un palestino y La cruz invertida,
    por la que recibió el Premio Planeta en 1970, siendo la
    primera vez que se concedía a un extranjero.

    Se dedicó catorce años a esta especialidad
    y al volver de Europa, defendió su tesis doctoral
    en la Universidad de
    Córdoba. Poco tiempo
    después, se casó y se mudó a Río
    Cuarto, donde ejerció la neurocirugía en la
    Clínica Regional del Sud once años y publicó
    sus primeras novelas.

    Su esposa fue Ana María Meirovich, de sobrenombre
    Marita, a la que conoció a los veintinueve años.
    Era licenciada en derecho y en Ciencias
    Económicas. En Río Cuarto nacieron tres de sus
    cuatro hijos: Hernán, Gerardo David, Ileana Ethel y
    Luciana Beatriz. Marita falleció como consecuencia de una
    hemorragia en la base encefálica.

    A los cuarenta años decidió renunciar a la
    neurocirugía decepcionado tras participar en el Congreso
    Mundial de Roma.
    Trabajó para el Congreso Judío Latinoamericano con
    sede en Buenos Aires, para el que organizó un Coloquio
    sobre Pluralismo Cultural. A los cuarenta y dos años se
    vio obligado a renunciar también a ese trabajo y
    decidió dedicarse al estudio del psicoanálisis. Sus
    recursos
    económicos provenían entonces de las conferencias y
    cursos que dictaba. En aquella época escribió El
    combate perpetuo, a petición de una institución
    para el rescate de desaparecidos.

    En Río Cuarto publicó otras novelas,
    escribió Cantata de los diablos e inició La
    conspiración de los idiotas, novela en que criticaba el
    clima
    paranoico creado por la dictadura.
    Más tarde se dedicó a escribir cuentos que
    reuniría en Operativo siesta. En 1981 dirige la revista
    Búsqueda de un país moderno y termina por
    comprometerse directamente en la política argentina.
    Tras la guerra de las
    Malvinas
    escribe su temeraria Carta esperanzada
    a un General. Más adelante, publica Profanación del
    amor, en donde
    establece paralelismos entre los acontecimientos
    sociopolíticos del país y los problemas
    sentimentales de un romance.

    El gobierno de
    Raúl Alfonsín lo nombró subsecretario de
    Cultura de la
    Nación,
    y dos años después pasó a ser secretario de
    Estado. Fue
    presidente y creador del PRONDEC (Programa Nacional
    de Democratización de la Cultura), cuya idea fue elogiada
    por la UNESCO y apoyada por la ONU. De sus
    contactos con el pueblo argentino como político en activo,
    nace su ensayo Un
    país de novela, viaje hacia la mentalidad de los
    argentinos. Otro ensayo lo seguiría pronto, El valor de
    escribir. Viajó a Lima para recoger información que
    utilizaría en su excepcional novela La gesta del marrano.
    Otro ensayo influido por el Elogio de la locura, de Erasmo,
    seguiría a esta novela, Elogio de la Culpa. En él
    analiza la resurrección del nazismo y de las
    guerras
    étnicas.

    Otros dos libros de fecundos diálogos con
    Monseñor Justo Laguna fueron editados posteriormente:
    Diálogos sobre la Argentina y el fin del milenio (1996) y
    Nuevos Diálogos (1998) y una novela que no tardó en
    convertirse en la número en ventas de
    Argentina, La matriz del
    infierno (1997). En esta novela sobre el nazismo Aguinis no se
    limita a criticar el gobierno de Hitler, sino
    también el respaldo indirecto a la política nazi,
    por parte de los países que debían haberle hecho
    frente. También se critica la actitud de la
    Iglesia
    Católica institucional frente al genocidio llevado a cabo
    por el nazismo alemán.

    Además del Premio Planeta, cuenta entre sus
    numerosos premios y honores con el Gran Premio de Honor de la
    Sociedad
    Argentina de Escritores, la Plaqueta de Plata de la Agencia EFE
    (1986), y el gobierno de Francia lo declaró Caballero de
    las Letras y las Artes en 1988.

    II

    El ensayo de Marcos
    Aguinis

    El amplio temario del pensamiento de Marcos Aguinis
    refleja en cierto modo la valentía, variedad y
    originalidad de sus novelas. Un rasgo común a la
    mayoría de los temas analizados es el espíritu
    reconciliador que los une. En sus novelas y sus ensayos,
    Aguinis trata de desvelar los errores históricos para
    evitar que volvamos a repetirlos.
    La mirada al pasado
    histórico en busca de respuestas es también
    común a toda su obra. La búsqueda de la justicia–tanto en el momento presente como en la
    historia, la solidaridad con
    el oprimido, la denuncia de la hipocresía y el rechazo del
    monopolio de
    la verdad, son temas que protagonizan sus ensayos, novelas y
    cuentos.

    Aguinis dedica una parte importante de su obra
    ensayística a la crítica
    de los abusos de las Fuerzas Armadas argentinas. Tanto en su
    libro Carta esperanzada a un general. Puente sobre el abismo
    (1983), como en la Nueva carta esperanzada a un general (1996) su
    objetivo es
    establecer un diálogo
    sincero con la cúpula militar. Pero ya antes, en la cuarta
    sección de El valor de escribir (1985), Aguinis
    había analizado la resistencia y el
    pensamiento bajo la presión
    autoritaria.

    En esta última obra Aguinis asegura,
    primeramente, que no es justo afirmar que todos los argentinos
    son culpables de los desastres a consecuencia de la dictadura:
    "La distribución masiva y generosa de la culpa
    es un negocio magnífico para los responsables
    básicos" (124). Para él, fueron inocentes los
    soldados que perdieron la vida en las Malvinas, los ciudadanos
    que fueron reprimidos, los trabajadores cuyos sueldos se vieron
    reducidos.

    Una de sus aportaciones más originales es su
    impresión de que la represión dictatorial es una
    herencia de
    los actos de la Inquisición. El artículo "Caza de
    brujas," entronca con su novela La gesta del marrano (1991): del
    verdugo inquisitorial descrito en la novela nace el
    torturador de ahora. En ambas etapas históricas existe
    idéntica motivación: "La cacería no busca
    sólo matar brujas, sino imponer la convicción
    profunda de que existen, Y son las responsables de todas las
    desgracias. Encontrarlas y quemarlas tranquiliza y brinda un gran
    beneficio adicional: convencer de que el aparato represivo es
    más necesario que nunca" (132). El torturador ansía
    humillar y destruir el cuerpo humano,
    porque lo odia. Vive, como explica Aguinis en el ensayo "La
    tortura y el desprecio," acosado por el miedo: "Está
    esclavizado por una perversión tiránica que le
    promete satisfacción y paz después de cada
    sesión. Pero le dura poco, ya que necesita repetirla"
    (187). En realidad, forma parte del engranaje de un sistema
    fundamentado en la falta de respeto al ser
    humano, en el que para humillar al de abajo, el sujeto busca
    respaldo en sus superiores.

    Para evitar el peligro de caer en tales aberraciones, el
    respeto debe reinar tanto en la vida política de un
    país, como en el hogar de la familia pues,
    según el autor, el desprecio con la picana tiene su
    paralelo en el desprecio con la palabra.

    En contraste con el autoritarismo activo del dictador,
    existe el autoritarismo pasivo, que es protagonizado por el
    dominado. Recorre el panorama nacional desde la violencia
    doméstica, a los métodos de
    enseñanza (el cultivo de la memoria),
    las corrupciones y la violencia en el deporte, hasta la discriminación laboral. En el
    subconsciente de las masas pervive la obediencia a los mandatos
    autoritarios. Como explica en Nuevos Diálogos, el
    autoritarismo pasivo "se refiere a quien lo sufre. Es la
    víctima que baja la cabeza, y lo hace de buen talante. Es
    quien presiente la orden y la cumple antes de que se la
    comuniquen, es quien hace por el opresor más de lo que
    éste reclama o espera. El autoritarismo pasivo se
    manifiesta en la nostalgia por los regímenes fuertes y
    caprichosos, paternalistas" (242).

    Debe reinar, en definitiva, el respeto mutuo que
    significa la democracia.
    Lamentablemente, como vemos en el cuento
    "Consorcio en la tempestad," incluido en su colección Y la
    rama llena de frutos, el miedo lleva a la sociedad a una
    irremisible falta de solidaridad.

    Al nepotismo y las "coimas" que envenenan la justicia
    social y que Aguinis denomina el "orden jurídico
    paralelo," se ha de oponer el respeto a la Constitución argentina. En la misma
    línea, contra la manipulación de la opinión
    pública típica de los estados totalitarios,
    propone el periodismo
    sincero y valiente que se alzará en defensor de la
    justicia y la libertad. Otro
    mito contra el
    que se debe luchar es el uso de esquemas y generalizaciones al
    hablar de los pueblos, pues "las prácticas inquisitoriales
    y los totalitarismos se nutren, precisamente, del cercenamiento
    del matiz" (148).

    Una de las grietas fundamentales que caracteriza a las
    Fuerzas Armadas, según él, es su incapacidad para
    admitir ningún género de
    crítica. Aguinis les recuerda que los grandes militares de
    la historia, agradecían los consejos de quienes
    señalaban sus errores, y recomienda que revisen su actitud
    y los errores cometidos en beneficio de su propia imagen. Considera
    absurdo, lógicamente, el que la dictadura militar
    crea tener la capacidad de decidir cuándo está el
    pueblo maduro para la democracia.

    Su ensayo trata de sacar a la luz la falsedad
    de los instrumentos disuasorios que usan los sistemas
    autoritarios, entre los que menciona el fútbol, como
    versión moderna del "pan y circo" romano. Por medio de
    todos estos mecanismos, la dictadura convierte al país en
    un gigantesco jardín de infancia,
    aniña al ciudadano. En el caso argentino, la guerra de las
    Malvinas, como el fútbol, se utilizó para distraer
    a las masas de los verdaderos problemas.

    En Carta esperanzada a un general. Puente sobre el
    abismo Aguinis trata de establecer un diálogo con un
    general anónimo, con el que trata de establecer puentes de
    comunicación, a pesar de reconocer
    amargamente que su monopolio de la fuerza lo
    convierte en árbitro del derecho.

    El militar, según el autor, es un patriota que
    busca el bien de la nación;
    sin embargo, comete el error de desconfiar del patriotismo de las
    masas, a las que cree que debe controlar con vigilancia y
    correctivos. Los gobiernos militares convierten el país
    entero en un cuartel en donde se debe educar al ciudadano. La
    persona
    autoritaria necesita controlar, exteriorizar su sufrimiento en el
    otro, sometiéndolo: "persigue eterna e inútilmente,
    con el afán de matar afuera el Satanás que habita
    en sus entrañas" (110).

    El hombre creó la institución militar,
    pero se ha dejado subyugar por ella. Su existencia se hace
    necesaria debido a la presencia de militares en los países
    vecinos. Sin enemigos dejaría de existir, por eso se
    encargan de detectarlos o incluso inventarlos.

    El gran problema, según Aguinis, reside en la
    formación rígida e intolerante que recibe el
    militar y que termina por mutilar su personalidad,
    reducir su autoestima y
    acentuar su dependencia. Las instituciones
    militares no sólo fuerzan al individuo a
    actuar de una manera que no conduce al éxito,
    sino que dan ascensos a personas con problemas intelectuales
    y de personalidad. Aguinis propone, en cambio, las opciones que
    brinda la psicopedagogía, como evitar la
    segregación y ofrecer cambios de ambiente.

    En la mente del soldado, la sumisión
    acrítica a un superior le da tranquilidad, y la
    resignación de sus compañeros justifica la suya.
    Por el contrario, los delitos de los
    demás le irritan porque suponen una tentación. El
    método
    sadomasoquista triunfa en las organizaciones
    militares porque promueve "obediencia ciega, desplazamiento de la
    agresión y necesidad permanente de oprimir a un grupo
    infraprivilegiado para sentirse superiores" (119). A otro nivel,
    el militar padece, además, de una "obscenidad puritana":
    sus relaciones de pareja son relaciones de poder donde
    debe asegurar su virilidad.

    Se elige esta carrera como refugio de la agresividad y
    el miedo a la libertad. Una vez allí, su hostilidad debe
    aumentar a la vez que no se puede descargar contra lo que dicta
    el instinto. Con la guerra se puede descargar en el otro todo el
    mal que se lleva dentro de una manera "legítima." Aguinis
    atribuye el miedo al cambio político o económico
    que caracteriza a los militares, a una neurosis
    obsesiva. Recurren al golpe de Estado
    en lugar de esperar pacientemente a que la sociedad misma
    restablezca el equilibrio.
    Obsesivamente, piensan que el "orden" lo curará todo.
    Síntomas de esta neurosis son la obsesión por la
    apariencia, la limpieza y el orden. Los desfiles pomposos son
    parte de los ritos que ayudan a calmar la ansiedad,
    enfocándose en pequeñeces que desvían la
    atención del verdadero problema.

    En el dictador se reúnen por antonomasia todas
    las condiciones anteriores. El dictador alcanza la cima de su
    escalada, pero la ambición no termina allí, sino
    que aumenta: "La desvalorización de base, el imborrable
    sometimiento que le habían impuesto en su
    juventud, las carencias afectivas, todo ello estimula una
    insaciable voracidad a partir de tener el país en sus
    manos" (174).

    Otra peculiaridad de lo militar, es el significado
    especial que tiene el honor entre los militares: se sobrevalora y
    acaba sobreponiéndose a los demás valores
    morales y dirigiendo la conducta por
    encima del sentido común y de la lógica.

    Lo mismo ocurre con las guerras: se presenta el honor
    del país, del ejército o de los dirigentes como
    excusa, soslayando causas políticas
    y económicas. El militar debe aprender en la academia a
    conciliar el estímulo de la agresividad con la
    prohibición a liberarla; ello se ve reflejado en la
    agresividad del saludo, en la manera de presentar armas. Por otra
    parte, los oficiales de hoy en día carecen del respaldo
    social de otras épocas, cuando provenían de
    familias acomodadas. Ahora tratan de subir en la escala social por
    medio de las bodas.

    Aguinis cree, igualmente, que muchos jóvenes
    eligen la carrera militar para resolver sus dudas sexuales,
    optando así por el camino de la represión, que
    muchas veces se compensa con el sadismo. Su inmadurez sexual les
    hace reprimir toda expresión pública de la sexualidad,
    aunque más tarde sus víctimas, cuando las
    interrogan y torturan, sufren tratos vejatorios.

    El autor cree que se debe distinguir entre autoridad y
    autoritarismo. La autoridad es necesaria, saludable, aliada de la
    vida y el amor, implica madurez; en cambio, el autoritarismo es
    innecesario, obliga a la regresión, es un instrumento de
    muerte y el
    resentimiento. En cuanto al heroísmo de la muerte en
    combate, tan alabado en la profesión castrense, Aguinis
    argumenta: "El hombre
    lucha contra ella o se somete a ella. Pero el sometimiento no se
    expresa en los pocos casos de suicidio sino
    también en los "involuntarios" que se disfrazan de
    accidentes,
    heroísmo o amor a la guerra" (246).

    La Nueva carta esperanzada a un general se publica trece
    años después y en ella rectifica de algunos errores
    de cálculo
    cometidos en la primera carta.

    En la actualidad, los militares no alientan a sus hijos
    para que sigan el ejemplo de la vocación paterna. Se
    mencionan, asimismo, las actuales misiones de paz, en las que se
    trata de evitar la guerra y los esfuerzos de los altos mandos por
    imponer la ética. Los
    acontecimientos se ponen al día, y se ponen de manifiesto
    las precarias condiciones en que se hallan las fuerzas armadas.
    Los sueldos son bajos, falta la
    motivación, y el dinero
    recibido sólo alcanza para pensiones, sueldos y
    hospitales. Aun así, Aguinis destaca la inutilidad de los
    gastos militares
    cuando no existe el enemigo y concibe la posibilidad de que la
    Argentina acabe definitivamente por suprimir sus Fuerzas Armadas.
    Por otra parte, la educación del
    militar también ha cambiado: ahora debe estudiar, por
    ejemplo, derecho
    internacional y los derechos
    humanos.

    No obstante, continúa el disentimiento. El
    anónimo militar parece haber insistido en que la sociedad
    es responsable de los defectos de las Fuerzas Armadas: "Si la
    sociedad es autoritaria, corrupta, ajurídica y
    discriminatoria, sus Fuerzas Armadas no pueden ser diferentes"
    (25). La respuesta de Aguinis es que esto explica las causas del
    comportamiento, pero no lo justifica ni lo
    exculpa. En este sentido, en otro de sus ensayos, Elogio de la
    culpa (1993), Aguinis profundiza en las virtudes y peligros de la
    culpa desde varios enfoques: jurídicos, religioso,
    literarios, antropológicos, psicoanalíticos y
    sociológicos.

    El autor concluye que debería perfeccionarse la
    culpa y reconsiderarla, pues es absolutamente necesaria para el
    bienestar de las sociedades. La
    culpa funciona como mecanismo regulador que podría reducir
    la cantidad de crímenes y atrocidades. Ahora bien, cuando
    se da en exceso, el sentimiento de culpa puede ser responsable de
    comportamientos masoquistas, autodestructivos y
    depresivos.

    Otra de las explicaciones propuestas por el militar, es
    la ubicuidad de la burocracia. Y la
    tercera, es el distanciamiento entre teoría
    y práctica pues, según el general, en el reglamento
    se incluye la enseñanza de la autocrítica y la
    reflexión. En este apartado, Aguinis reconoce su
    admiración por el giro en materia
    educativa que representa el libro norteamericano, Arte del mando
    naval, que se usa en Argentina, si bien advierte de la dificultad
    que tiene el ciudadano al intentar asociar tal instrucción
    con las atrocidades cometidas.

    El autor ensalza el gesto del teniente general
    Martín Balza, quien aseguró en la
    televisión argentina que delinque quien vulnera la
    Constitución Nacional, imparte órdenes inmorales o
    cumple órdenes inmorales. Entre los cambios positivos en
    la
    organización, destaca la puesta en práctica del
    servicio
    militar voluntario y las posibilidades de ingreso para la mujer. En
    conclusión, para eliminar la crisis actual
    propone cuatro opciones: 1) que nada cambie. 2) aumentar el
    presupuesto. 3)
    suprimir las Fuerzas Armadas. 4) FFAA pequeñas y bien
    capacitadas.

    En El valor de escribir, además del ya
    mencionado, predominan otros ámbitos temáticos
    entre los que destacan el quehacer literario y su mundo–que da
    título al libro–, el psicoanálisis y el
    judaísmo. En el primer apartado presenta la escritura como
    un freno a la muerte, pues concede la inmortalidad del
    pensamiento del autor o de un pueblo. Ese es el caso, por
    ejemplo, del pueblo judío, cuyo texto sagrado
    deviene en reflejo de la divinidad. La escritura, además,
    conlleva un alto grado de responsabilidad debido no sólo a su
    carácter duradero, sino también a la
    frecuencia con que el texto se convierte en compromiso,
    especialmente en la América
    latina. De entre los ensayos que circulan en torno a este tema
    destaca el que estudia el fenómeno del
    best-seller.

    El hecho de escribir libros a la medida de las
    editoriales lleva a Aguinis a afirmar que "por diversos enlaces
    se llega a la conclusión de que el ‘vendido’
    no sólo es el texto, sino el autor" (26). Los ingredientes
    necesarios para un best-seller, según él, son el
    sexo, la
    violencia y adentrarse en el mundo de la corrupción
    y la ilusión del poder. Este fenómeno es un reflejo
    de la sociedad de consumo y se
    ha llegado a calificar como un nuevo género literario. Al
    mismo tiempo, este tipo de literatura refleja los intereses de
    los países dominantes, su dominio
    económico y cultural, y contribuye a la marginación
    de las demás regiones del planeta. Responde, por
    último, al deseo de evasión y autodesprecio, al
    "miedo a reconocernos en los autores que hablan de nosotros
    mismos" (31).

    Pasando al tema del psicoanálisis, en "El regreso
    de Superman" Aguinis (como ya hizo Ariel Dorfman con los
    personajes del Pato Donald, el Llanero solitario y el elefante
    Babar) se adentra en el mundo de la historieta y contrasta a su
    protagonista con el héroe de la mitología clásica. Tras
    señalar las coincidencias en cuanto al nacimiento del
    héroe mítico, llega a la conclusión de que
    mientras éste es rebelde y propicia avances para el
    género humano, aquél se pierde en aventuras
    espectaculares, pero sin transcendencia. El tercero de los
    ensayos de la colección ha de leerse en relación
    con su novela La conspiración de los idiotas.

    Desde su posición de neurocirujano y
    psicoanalista, ataca los usos y abusos de la neurocirugía
    y los psicofármacos, y propone el psicoanálisis
    como posible alternativa: "la enfermedad es parte del mismo
    sujeto, es la búsqueda de un nuevo equilibrio–todo lo
    perjudicial que se quiera–, pero que no se soluciona simplemente
    con una amputación o el garrotazo de una droga" (74).
    La curación consiste en entender los síntomas no en
    eliminarlos. Analiza también la frecuente
    asociación que se suele hacer entre genio y locura: "la
    relativa libertad para alejarse del mundo exterior y sumergirse
    en las vastas ondas del Ello
    sería una explicación de algunos desajustes que
    puntean la conducta de muchos artistas" (81). Este
    artículo es imprescindible para comprender el cuento
    "Pentagrama de fuego," incluido en Y la rama llena de
    frutos.

    La tercera parte de El valor de escribir se centra en
    los mitos y
    contramitos del judío. Con algunos ejemplos de Shakespeare y
    Lope de Vega, Aguinis demuestra que no es el judío real
    quien inspira esa literatura ni los sentimientos antisemitas,
    sino el judío mítico: usurero, asesino de niños,
    bebedor de sangre. No
    obstante, tan peligroso como el mito es la reacción del
    contramito–el judío genial, santo, creador y
    fraternal–porque conlleva los mismos errores del mito: la
    simplificación y el maniqueísmo.

    Por ejemplo, el pretender que los más grandes
    creadores y personajes de todos los campos eran judíos. El
    judío, sostiene Aguinis, es como el resto de los mortales,
    ni diablo ni ángel. Para acabar de una vez con los
    prejuicios, el ser humano debe aceptar que la palabra "otros"
    forma parte del pronombre "nosotros": "El antisemita deja de
    odiar al judío en la medida que logra armonizar partes de
    sí mismo que le horrorizan. Sólo cuando alcanza la
    paz con su propio ser deja de necesitar la víctima en
    quien descargar su intensa producción de veneno" (103).

    En cuanto al temor profundo que se tienen árabes
    y judíos, trata de llegar a la etiología del
    problema por medio de un breve estudio histórico de la
    opresión y frustración histórica de ambas
    comunidades. Los árabes fueron un pueblo oprimido y
    humillado primero por los turcos y, después de la Guerra Mundial
    por los aliados, encabezados por Gran Bretaña. En medio de
    su frustración se escoge a los judíos como chivo
    expiatorio; sin embargo, este diminuto enemigo consigue
    derrotarlos. La ira acumulada en siglos de desastres a manos de
    tártaros, españoles, turcos y franceses, se ve
    concentrada en el nuevo enemigo que amenaza su tierra y su
    cultura: Israel. Los judíos, por su parte, fueron
    traicionados por la comunidad
    internacional durante el Holocausto (lo
    que constituye uno de los pilares de su novela La matriz del
    infierno) y después por las Naciones Unidas,
    que les habían prometido la protección de Israel.
    Una vez más sobreviven tras la Guerra de los Seis
    Días: perder la guerra hubiera supuesto su
    desaparición.

    El otro de los grandes ejes temáticos de la
    colección es la consolidación de la democracia. La
    democracia, en opinión de Aguinis, es un proceso
    sufrido, dado que el pueblo liberado mantiene, a veces, su
    mentalidad de esclavo. No obstante, es necesario evitar la queja
    improductiva y fortificar la libertad para que no reaparezcan
    "salvadores de la patria." La ideología de la cultura democrática,
    para Marcos Aguinis, debe desarrollar el respeto a la alteridad y
    la libertad de
    expresión. Para ello considera fundamental
    descentralizar la Argentina: "El paternalismo porteño
    tiene consecuencias nefastas porque, desde un enfoque cruel,
    reproduce el vínculo metrópoli poli-colonia" (217).
    Forma parte de la desconfianza en el pluralismo que nace,
    según el autor, de la inquisición española y
    de la inseguridad en
    los propios valores
    típica de la mente colonizada.

    En Un país de novela. Viaje hacia la mentalidad
    de los argentinos, Marcos Aguinis trata de deconstruir, desde su
    puesto de protagonista como argentino, la mentalidad de sus
    compatriotas. El desvelamiento de la psicología del
    argentino surge, básicamente, de un repaso de la historia
    del país, así como del análisis del vocabulario y expresiones, y
    de los diferentes tipos, arquetipos y mitos. En opinión de
    Aguinis, es en el pasado donde podemos encontrar
    información sobre nuestro porvenir.

    En su labor de historiador, comienza con los hallazgos
    arqueológicos, las dispersadas tribus indígenas y
    la época de la colonia. Del desarraigo y la
    marginación que sufre el indígena y su baja
    autoestima nace, según el autor, la base de la precaria
    identidad
    argentina. El resentimiento perdura desde la época de las
    encomiendas y las mitas: "Cada latinoamericano–cada
    argentino–es el campo de confrontación entre un
    conquistador y un indígena, entre un triunfador y un
    vencido" (53). El odio a la diferencia ya existía antes de
    la conquista; las ganas de hacer desaparecer al otro–ya sea
    infiel, moro o judío–continúa hasta nuestros
    días y se trata de un rasgo general de la humanidad, no de
    una cultura. Es, en realidad, una forma de descargar el
    autodesprecio. Cuando no se logra expulsar ese desprecio se
    acepta la condición de inferioridad. Del Virreinato del
    Río de la Plata llega hasta la independencia.
    Con Juan Manuel de Rosas comienzan
    los gobiernos dictatoriales, que continuarán con el
    general Uriburu de la "década infame," el elegido
    democráticamente, Juan Domingo Perón,
    Onganía, Videla y el llamado Proceso de
    Reorganización Nacional, que derriba el gobierno de Isabel
    Perón. Contempla, asimismo, períodos presidenciales
    como los de Rivadavia, Hipólito Irygoyen y Raúl
    Alfonsín. Los dictadores que, según Aguinis,
    heredaron de los caudillos lo que los caudillos tomaron de los
    encomendadores, son procesados por violaciones contra los
    derechos humanos
    bajo el gobierno de Alfonsín, hasta que en diciembre de
    1986 se vota la ley del "punto
    final." Por último, el episodio de la Guerra de las
    Malvinas acaba, según el autor, beneficiando a la
    Argentina, pues evita posibles futuros enfrentamientos
    bélicos con Chile o Brasil.

    De entre los rasgos típicos del argentino destaca
    la irresponsabilidad: se achaca la causa de los males nacionales
    a otro, ya sea el gobierno, el imperialismo,
    la dependencia, el patrón, etc. Según el autor "no
    hay duda que en el complejo entramado nacional e internacional
    juegan las presiones de intereses que nos convierten en
    víctimas de sus ciegos apetitos. Pero no son ellos siempre
    y únicamente los autores: también lo somos
    nosotros. Y de nosotros depende que resulte difícil
    someternos" (22).

    Apunta, igualmente, el fatalismo y el escepticismo, como
    males nacionales. El decaimiento general se suele atribuir a la
    crisis económica, pero al menos, por primera vez se tiene
    conciencia plena
    de la crisis. En el estudio de los tipos argentinos, figura en
    primer lugar al gaucho, que es "en alguna medida el argentino que
    posiblemente no queremos ser y, no obstante, somos demasiado"
    (83). Seguidamente, caracteriza al argentino engreído que
    se hace notar en el extranjero, y que corresponde al tipo
    porteño que la gente de provincias no soporta, pero que en
    la intimidad es capaz de reconocer sus defectos. Lo
    acompaña el vivo bonaerense (también conocido como
    canchero, piola, rompedor, rana, madrugador, púa y
    pierna), que exhibe una intrepidez imparable. Se caracteriza por
    su perspicacia e ingenio, también llamados "viveza
    criolla."

    No cree en la justicia ni en la ley, desdeña el
    esfuerzo y tiene pánico
    al ridículo que lo pueda desenmascarar. Lo contrario del
    vivo es el zonzo. El compadre es la voz de la verdadera justicia
    frente a la ley de la policía. Hereda del gaucho su
    sentido del honor y viste de negro por su intimidad con la
    muerte. Desprecia el trabajo y
    defiende a toda costa al caudillo de la parroquia. Por
    asociación, el compadrito es un mal imitador del compadre.
    Necesita atención y por eso se rodea de aduladores. En
    lugar de un cuchillo como el compadre, el compadrito usa un
    revólver. No es querido ni respetado y, a menudo, se
    convierte en proxeneta. El compadrón es aun más
    despreciable por su deslealtad y cobardía. Es el
    típico vigilante de locales y soplón de
    comisarías. Y cierra el grupo de los tipos el malevo, que
    abusa de las mujeres y de los débiles, deja que encarcelen
    a inocentes y se asusta fácilmente.

    Como Octavio Paz en
    El laberinto de la soledad, Aguinis intenta llegar a la esencia
    de lo argentino por medio del análisis del vocabulario y
    las expresiones. Así, los actos del vivo se denominan
    avivadas y consisten en poner fuera de combate ("madrugar") al
    otro antes de que pueda reaccionar. Debe "jorabarlo,"
    sorprenderlo, paralizarlo, lo que nos recuerda al estudio de la
    palabra chingar por parte del mexicano. La diversión del
    vivo es la cachada: humillar cobarde y resentidamente a alguien
    al que se denomina "punto," delante de un público que le
    aplauda.

    Otro elemento de análisis lo constituyen los
    personajes arquetípicos, entre los que enumera al Che
    Guevara, Jorge Luis
    Borges, Sarmiento, San Martín y Carlos Gardel. Los
    contrasta con los mitos nacionales, como el del presidente
    constitucional Juan Domingo Perón, quien llegó a
    erigir una especie de dictadura legalista. Perón es un
    militar que sabe ganarse la simpatía de los obreros, y
    apoyarse a un mismo tiempo en el sindicalismo y
    en el ejército. En cambio, su verdadera inspiración
    está en el fascismo europeo.
    Gracias a un enorme aparato propagandístico y un eficaz
    uso de la radio, se gana
    el apoyo de las masas. Por otro lado, presenta a Evita
    Perón, quien a pesar de su indudable carisma y de su
    incansable actividad, fomentó el inmovilismo y el
    carácter paternal y autoritario del
    régimen.

    En opinión de Aguinis, con su Fundación no
    hizo sino acentuar los hábitos de la dependencia. No
    obstante, sus agradecidos beneficiarios la elevan a la estatura
    de heroína y mártir. Por último, trata de
    desmitificar al mismo país: la Argentina "no es el
    Canaán de la leche y la
    miel que celebraba Rubén
    Darío, ni la pampa desbordante de un ganado que se
    cría solo, ni la tierra
    donde se escupe y brota una flor, ni el sitio donde ‘se
    hace la América,’ ‘se gana lo que se
    quiere,’ ‘sobra la comida’ y ‘con una
    buena cosecha se resuelven todos los problemas’"
    (244).

    Otros hitos que diseñan la imagen de la Argentina
    en el exterior son el parecido de Buenos Aires a París, la
    Pampa, las madres de la Plaza de Mayo, los desaparecidos, el
    exilio de mediados de los años 70, la guerrilla y el
    fútbol. Pero sobre todos, uno de los grandes hitos en la
    psicología nacional es el tango.
    Corresponde a la parte dramática y melancólica del
    argentino, y define al país real. Los primeros tangos
    tienen una notable carga sexual y, con frecuencia, una gran dosis
    de crítica social. Se contrasta con el humor y la
    alegría de candombé, milongas y malambos. Nunca
    habría triunfado en la Argentina sin el visto bueno
    internacional. El tango ayuda al asentamiento del lunfardo,
    lengua de los barrios bajos que sirve de testimonio de la
    amalgama de culturas.

    El espíritu humanístico y pluralista del
    autor se hace más perceptible aún, cuando se leen
    conjuntamente las dos expresiones que protagonizan su obra: la
    narrativa y el ensayo. Así, el ensayo Un país de
    novela nos ayuda a comprender más nítidamente sus
    conceptos de "mente colonizada" y "cultura del desprecio," que
    son la base de su gran novela La gesta del marrano. La
    caracterización abstracta del militar que encontramos en
    Carta esperanzada a un general. Puente sobre el abismo y Nueva
    carta esperanzada a un general, se hace más humana y
    aprehensible con el análisis de la actitud de los
    militares en La cruz invertida y la lectura de La matriz del
    infierno.

    Al mismo tiempo, los párrafos de estos ensayos
    que describen la necesidad de crear enemigos ficticios, aclaran
    lo grotesco del argumento de La conspiración de los
    idiotas. Del mismo modo, la traición de la comunidad
    internacional al pueblo judío durante el Holocausto, que
    se denuncia en El valor de escribir, prefigura esta última
    novela.

    De manera parecida, las incógnitas que despierta
    su novela La conspiración de los idiotas pueden aclararse
    con la lectura del tercero de los ensayos de esa misma
    colección. Sin duda, las ideas expresadas en
    Diálogos sobre la Argentina y el fin del milenio, y en su
    segunda parte, Nuevos diálogos, esclarecen varios aspectos
    de La cruz invertida. Lo mismo ocurre con varios de sus cuentos:
    "Pentagrama de fuego," incluido en Y la rama llena de frutos, se
    hace más lógico al leer el estudio del binomio
    genio/locura que se hace, una vez más, en El valor de
    escribir y así sucesivamente. No en vano, la
    mayoría de sus novelas tienen un importante componente
    ensayístico. El corpus completo de la obra de Marcos
    Aguinis lo convierte en uno de los pensadores más
    lúcidos y creativos de la Argentina y del mundo hispano.
    Los dos libros de entrevistas
    con Monseñor Laguna son testimonio tanto de su ingente
    cultura como de su sencillez, que lo han convertido en uno de los
    autores más leídos y queridos de la
    Argentina.

    © José Luis
    Gómez-Martínez

    Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con
    fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines,
    deberá obtener los permisos que en cada caso
    correspondan.

    Marcos Aguinis

    BIBLIOGRAFÍA

    Ignacio López-Calvo

    California State University, Los Angeles

    Marcos Aguinis ha escrito las siguientes novelas:
    Refugiados. Crónica de un palestino (1969), La cruz
    invertida (1970), Cantata de los diablos (1972), La
    conspiración de los idiotas (1978), Profanación del
    amor (1989), La gesta del marrano (1991) y La matriz del infierno
    (1997). En La cruz invertida se ejemplifica la
    politización de algunos sectores de la Iglesia, que se
    deciden por el compromiso directo en la renovación de unas
    relaciones sociales inaceptables moralmente, aún
    desafiando la autoridad de sus superiores eclesiásticos.
    El mismo título revela, con tres palabras, su postura
    crítica hacia la actitud de la Iglesia tradicional. El
    interés
    de los nuevos sacerdotes, Carlos Samuel Torres y Agustín
    Buenaventura, en la lucha contra la injusticia hace que los
    identifiquemos inevitablemente con el concepto de
    hombre nuevo
    que proponían los pensadores de la
    liberación.

    Por su parte, La conspiración de los idiotas
    presenta un estudio psicológico del perturbado
    protagonista, Natalio Comte, quien cree que los
    oligofrénicos forman parte de una organización secreta que gobierna el mundo.
    La obra representa, además, una crítica del
    ambiente paranoico creado en torno al segundo peronismo y
    acentuado con la Dictadura. Por su parte, El combate perpetuo es
    una novela histórica o–como explica Aguinis–"biografía con ritmo
    de novela," con el almirante Guillermo Brown como héroe.
    Sus temas principales son la libertad, la persecución
    religiosa y la opresión económica e intelectual, en
    el marco de los enfrentamientos entre ingleses e irlandeses. Su
    siguiente novela, Profanación del amor es un relato que
    presenta la degeneración de los sentimientos afectivos de
    una pareja, Felipe y Tesi, como microcosmos de la actitud de la
    sociedad argentina, encaminada hacia el desastre.

    La gesta del marrano es una obra que dibuja la presencia
    del Tribunal de la Santa Inquisición en América y
    los sufrimientos y crisis de identidad del protagonista,
    Francisco Maldonado da Silva, a causa de su ascendencia
    judía. La Inquisición tortura a su padre, quien se
    verá obligado a abjurar de su religión, fingirse
    converso y resignarse a llevar un sambenito el resto de sus
    días. Pero él evoluciona desde la vergüenza
    por su ascendencia hasta el orgullo de ser judío, lo que
    motiva su arresto por el Tribunal del Santo Oficio y un
    encarcelado de trece años, en los que se dedicará a
    pensar y a alentar a otros prisioneros.

    Sus esfuerzos acaban heroicamente en la hoguera en el
    Auto de Fe de 1639. Como el mismo autor explica, "una novela
    ambientada en otra época lo que busca es entender mejor la
    época que vivimos ahora." Por último, en La matriz
    del infierno lo que en un principio parece un estudio de las
    tensiones ideológicas en Argentina y Alemania en
    los años treinta, se convierte pronto en un
    psicoanálisis del individuo contemporáneo y de las
    instituciones que él mismo ha creado y ahora lo subyugan.
    Se trata, en fin, de una relectura de la historia vivida y
    sufrida por el individuo, que se ve atrapado en medio de la
    férrea estructura de
    las ideologías, las instituciones y la indolencia
    internacional.

    La novela no se limita a criticar el gobierno de Hitler,
    sino también el respaldo indirecto a la política
    nazi, por parte de los países que debían haberle
    hecho frente. También se critica la actitud de la Iglesia
    Católica institucional frente al genocidio llevado a cabo
    por el nazismo alemán. Tras la mención de aislados
    casos que constituyen la excepción, la voz narrativa acusa
    explícitamente al Vaticano de haber optado por asegurar su
    propia supervivencia, obviando la muerte de millones de
    personas.

    No es difícil ver la conexión existente a
    lo largo de su obra narrativa entre los distintos sistemas de
    opresión. El monopolio de la verdad, los métodos de
    tortura, la discriminación y persecución de la
    Santa Inquisición, nos llevan a las tácticas nazis
    y éstas a las dictaduras latinomericanas. En líneas
    generales, su literatura tiene un carácter
    profético en el sentido de que critica los errores y
    denuncia las injusticias del pasado y del presente, a fin de
    prevenir tragedias futuras. Aguinis también ha publicado
    varias colecciones de cuentos, como Operativo siesta (1978),
    Importancia por contacto (1983) y la recopilación Y la
    rama llena de frutos. Todos los cuentos (1986), que reúne
    los cuentos de los anteriores más "La torre del amor,"
    aparecido en una antología titulada Cuentos de provincia
    (1974), y "Sebastián," que apareció previamente en
    el
    periódico La Nación (1982). Su obra participa,
    asimismo, del género biográfico con
    Maimónides, un sabio de avanzada (1963) y El combate
    perpetuo (1981), una biografía novelada sobre el almirante
    Brown. La editorial Sudamericana ha publicado dos libros de
    diálogos entre Monseñor Justo Laguna y Marcos
    Aguinis titulados Diálogos sobre la Argentina y el fin del
    milenio (1996) y Nuevos Diálogos (1998).

    En cuanto al ensayo, que es lo que nos ocupará en
    este capítulo, Aguinis cuenta con varias colecciones Carta
    esperanzada a un general. Puente sobre el abismo (1983), El valor
    de escribir (1985). Un país de novela. Viaje hacia la
    mentalidad de los argentinos (1988) y Elogio de la culpa (1993) y
    Nueva carta esperanzada a un general (1996). Ha publicado,
    además, otros libros de menor renombre como Brown y
    Memorias de
    una siembra: Utopía y práctica del PRONDEC
    (Programa Nacional de Democratización de la Cultura),
    otros nueve opúsculos que tratan cuestiones como el
    PRONDEC, el judaísmo, la democracia y las ONG
    (Organizaciones No Gubernamentales), veinticuatro
    artículos literario-psicoanalíticos y cuarenta
    escritos en revistas y suplementos literarios. Para concluir,
    Aguinis es autor de diez prólogos y diecisiete ensayos y
    narraciones incluidos en antologías.

    Refugiados. Buenos Aires: Losada S.A., 1969; Refugiados:
    Crónica de un palestino. Buenos Aires: Biblioteca
    Universal Planeta, 1976.

    Todos los cuentos. Buenos Aires: Sudamericana,
    1995.

    La cruz invertida. Barcelona: Planeta, 1970. (55.000
    ejemplares); 9 ediciones, 1971; 11a y 12 ed.1972; 22a.,
    1992.

    La cruz invertida. Buenos Aires: Sudamericana-Planeta,
    1984.

    La cruz invertida. Buenos Aries: Planeta, 5a ed., 1990.
    La cruz invertida. Premios Planeta 1967-70.

    Cantata de los diablos. Barcelona: Planeta, 1972. Buenos
    Aires: Biblioteca Universal Planeta, 2a edición, 1978.

    La conspiración de los idiotas. Buenos Aires:
    Emecé, 3a. edición, 1982; 4a edición,
    1986.

    Profanación del amor. Barcelona: Planeta, 1982;
    Buenos Aires: Planeta, 1989.

    La gesta del marrano. Buenos Aires: Planeta, 1991; 2a
    ed., 1991.

    La gesta del marrano. Barcelona: Planeta,
    1992.

    La gesta del marrano. Barcelona: RBA Editores, Narrativa
    actual (80,000 ejemplares).

    La matriz del infierno. Buenos Aires: Sudamericana,
    1997.

    Operativo siesta. Buenos Aires: Biblioteca Universal
    Planeta, 1977.

    Importancia por contacto. Buenos Aires: Biblioteca
    Universal Planeta, 2a edición, 1993.

    Y la rama llena de frutos: todos los cuentos. Buenos
    Aires: Sudamericana-Planeta, 1986.

    Maimónides, un sabio de avanzada. Buenos Aires:
    IWO-Instituto científico judío, 1963.

    El combate perpetuo. Buenos Aires: Sudamericana-Planeta,
    1981.

    Diálogos sobre la Argentina y el fin del milenio.
    (Junto a Monseñor Justo Laguna) Buenos Aires:
    Sudamericana, 1996.

    Nuevos Diálogos. (Junto con Monseñor Justo
    Laguna). Buenos Aires: Sudamericana, 1998.

    Carta esperanzada a un general: puente sobre el abismo.
    Buenos Aires: Sudamericana-Planeta, 1983; 4a edición,
    1984, 179 págs.

    El valor de escribir. Buenos Aires:
    Sudamericana-Planeta, 1985.

    Un país de novela. Viaje hacia la mentalidad de
    los argentinos. Buenos Aires: Planeta, 1988.

    Elogio de la culpa. Buenos Aires: Planeta, 1993. 2a
    edición, 1994.

    Nueva carta esperanzada a un general. Buenos Aires:
    Sudamericana, 1996.

    Brown. Buenos Aires: Ediciones Daia, 1977.

    Memorias de una siembra: Utopía y práctica
    del PRONDEC (Programa Nacional de Democratización de la
    Cultura). Buenos Aires: Planeta, 1990.

     

     

    Ignacio López-Calvo

    California State University, Los Angeles

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter