Aguinis nació en Córdoba, Argentina, el
trece de enero de 1935. En Nuevos Diálogos (1998) Aguinis
habla brevemente de sus padres. Nos cuenta que en 1928 su padre
llegó a Buenos Aires con
veintidós años, con apenas una maleta, e
inmediatamente consiguió un trabajo de
hombreador en Dock Sud. Cuando se enteró de que en Cruz
del Eje, en la provincia de Córdoba, tenía
parientes lejanos que procedían también de
Besarabia (lo que ahora es la República Moldava),
decidió mudarse allí en busca de apoyo.
Tanto Marcos como su padre trabajaron en una venta de muebles
a plazos que había empezado su abuelo. Aguinis describe a
su padre como un hombre
comprensivo, bondadoso, alegre y generoso. Cree que fue por
reacción a la excesiva prudencia de su padre, por lo que
se convirtió en un hombre tan sumamente
temerario.
Sin embargo, heredó de su padre el amor a la
literatura y la
música, y
el hedonismo en general. Cuando el pequeño Marcos se
negaba a comer, su padre le convencía por medio de
cuentos que
inventaba. Aunque su formación académica fue breve,
su padre era un ávido lector y se había suscrito a
un diario en idish, la lengua que se
hablaba en casa. El español lo
aprendió con ciertas dificultades.
Su madre, más osada, severa y más
controladora, tuvo en cambio la
oportunidad de estudiar en la escuela
secundaria en Europa, en donde
aprendió varias lenguas: rumano, rusos, francés y
latín. Había llegado a la Argentina tras numerosas
peripecias en las que se habían perdido maletas y giros
postales para
los pasajes. En uno de los diálogos con monseñor
Laguna, comenta que sus padres eran tan pobres que tuvieron que
improvisar una cuna con un cajón de frutas.
Aguinis cree que heredó de su padre la excesiva
indulgencia con sus hijos. Era Marita, su esposa, la que
debía poner orden, aunque era sumamente cariñosa
con sus hijos. Dice, además, de sus padres que eran
religiosos, pero nunca fueron estrictos.
En cuanto a sus inicios en la lectura,
como no le gustaba leer, su madre lo hizo miembro de la Biblioteca
Popular Jorge Newbery, que estaba cerca de su casa. En su
juventud
decidió estudiar magisterio y se mudó a
Córdoba para matricularse a los quince años en el
Colegio Nacional Deán Funes, en donde había
estudiado el Che Guevara.
Su vocación literaria continuó gracias a su Bar
Mitzvá, que lo inició en la lectura de las
Sagradas Escrituras.
A partir de entonces creció su curiosidad
religiosa, y se dedicó a leer libros sobre
la Biblia e Israel en la
Biblioteca Popular, como El candelabro enterrado de Stefan Zweig,
la Historia de la
religión
de Israel de Caledonio Nin y Silva, El Hijo del Hombre de Emil
Ludwig, Mahoma y el Corán de Rafael Cansinos Assens, la
Historia, La vida de Jesús y Páginas
autobiográficas de Ernest Renán etc. Fue en este
último libro donde
encontró las dudas de Renán sobre su fe.
Hoy en día Aguinis se considera agnóstico,
aunque cree que "la religión cumple y cumplirá una
tarea maravillosa al contribuir al orden anímico del
mundo. La gente necesita consuelo, sentido y moral" (Nuevos
Diálogos 79).
En su niñez hubo de sufrir la intolerancia y la
discriminación a causa de su origen
judío. Le llamaban "rusito" y algunos profesores
insultaban a los judíos
en clase. Pronto
se fue enterando de las masacres de los campos de
concentración, en los que pereció toda la familia de
su padre y los parientes de su madre que quedaron allí. En
su pubertad le
encantaban la literatura, la música y la pintura. Como
se explica en la introducción de Marcos
Aguinis. Aproximación a su vida y obra (1995), a los
diez años decidió estudiar piano, llegó a
dar conciertos, a escribir un ballet y "a los diecinueve
años su maestro de piano le aconsejaba "dejar todo" y
continuar su carrera musical en los Estados Unidos"
(6). Pero Aguinis se inclinaba más por la
literatura.
Escribió varios cuentos a los doce años, e
incluso una novela de
doscientas páginas, titulada El Oriental. Más
adelante, decidió estudiar medicina para
"conocer mejor al hombre" (Marcos Aguinis. Aproximación a
su vida y obra 7). Durante esta etapa de sus estudios,
comenzó a investigar la vida de Maimónides,
médico y humanista judío del S. XII con el que
Aguinis se identifica casi como si fuera su reencarnación.
Ambos nacieron en Córdoba (española y argentina),
aunque con ocho siglos de distancia. A los veinte años
publica Maimónides, un sabio de avanzada, un "pecado de
juventud" que tiene la intención de corregir y
reeditar.
Sus primeras ilusiones por la psiquiatría,
neurología y el psicoanálisis acabaron en decepciones. Al
acabar la carrera de medicina a los veintitrés años
aceptó una beca para estudiar neurocirugía en
Buenos Aires. Más tarde, completó sus estudios en
el Hospicio de la Salpétrière de Francia y en
las ciudades alemanas de Friburgo y Colonia, gracias a una beca
de la Fundación Alexander von
Humboldt. Allí recopila información para sus novelas
Refugiados, Crónica de un palestino y La cruz invertida,
por la que recibió el Premio Planeta en 1970, siendo la
primera vez que se concedía a un extranjero.
Se dedicó catorce años a esta especialidad
y al volver de Europa, defendió su tesis doctoral
en la Universidad de
Córdoba. Poco tiempo
después, se casó y se mudó a Río
Cuarto, donde ejerció la neurocirugía en la
Clínica Regional del Sud once años y publicó
sus primeras novelas.
Su esposa fue Ana María Meirovich, de sobrenombre
Marita, a la que conoció a los veintinueve años.
Era licenciada en derecho y en Ciencias
Económicas. En Río Cuarto nacieron tres de sus
cuatro hijos: Hernán, Gerardo David, Ileana Ethel y
Luciana Beatriz. Marita falleció como consecuencia de una
hemorragia en la base encefálica.
A los cuarenta años decidió renunciar a la
neurocirugía decepcionado tras participar en el Congreso
Mundial de Roma.
Trabajó para el Congreso Judío Latinoamericano con
sede en Buenos Aires, para el que organizó un Coloquio
sobre Pluralismo Cultural. A los cuarenta y dos años se
vio obligado a renunciar también a ese trabajo y
decidió dedicarse al estudio del psicoanálisis. Sus
recursos
económicos provenían entonces de las conferencias y
cursos que dictaba. En aquella época escribió El
combate perpetuo, a petición de una institución
para el rescate de desaparecidos.
En Río Cuarto publicó otras novelas,
escribió Cantata de los diablos e inició La
conspiración de los idiotas, novela en que criticaba el
clima
paranoico creado por la dictadura.
Más tarde se dedicó a escribir cuentos que
reuniría en Operativo siesta. En 1981 dirige la revista
Búsqueda de un país moderno y termina por
comprometerse directamente en la política argentina.
Tras la guerra de las
Malvinas
escribe su temeraria Carta esperanzada
a un General. Más adelante, publica Profanación del
amor, en donde
establece paralelismos entre los acontecimientos
sociopolíticos del país y los problemas
sentimentales de un romance.
El gobierno de
Raúl Alfonsín lo nombró subsecretario de
Cultura de la
Nación,
y dos años después pasó a ser secretario de
Estado. Fue
presidente y creador del PRONDEC (Programa Nacional
de Democratización de la Cultura), cuya idea fue elogiada
por la UNESCO y apoyada por la ONU. De sus
contactos con el pueblo argentino como político en activo,
nace su ensayo Un
país de novela, viaje hacia la mentalidad de los
argentinos. Otro ensayo lo seguiría pronto, El valor de
escribir. Viajó a Lima para recoger información que
utilizaría en su excepcional novela La gesta del marrano.
Otro ensayo influido por el Elogio de la locura, de Erasmo,
seguiría a esta novela, Elogio de la Culpa. En él
analiza la resurrección del nazismo y de las
guerras
étnicas.
Otros dos libros de fecundos diálogos con
Monseñor Justo Laguna fueron editados posteriormente:
Diálogos sobre la Argentina y el fin del milenio (1996) y
Nuevos Diálogos (1998) y una novela que no tardó en
convertirse en la número en ventas de
Argentina, La matriz del
infierno (1997). En esta novela sobre el nazismo Aguinis no se
limita a criticar el gobierno de Hitler, sino
también el respaldo indirecto a la política nazi,
por parte de los países que debían haberle hecho
frente. También se critica la actitud de la
Iglesia
Católica institucional frente al genocidio llevado a cabo
por el nazismo alemán.
Además del Premio Planeta, cuenta entre sus
numerosos premios y honores con el Gran Premio de Honor de la
Sociedad
Argentina de Escritores, la Plaqueta de Plata de la Agencia EFE
(1986), y el gobierno de Francia lo declaró Caballero de
las Letras y las Artes en 1988.
II
El amplio temario del pensamiento de Marcos Aguinis
refleja en cierto modo la valentía, variedad y
originalidad de sus novelas. Un rasgo común a la
mayoría de los temas analizados es el espíritu
reconciliador que los une. En sus novelas y sus ensayos,
Aguinis trata de desvelar los errores históricos para
evitar que volvamos a repetirlos. La mirada al pasado
histórico en busca de respuestas es también
común a toda su obra. La búsqueda de la justicia–tanto en el momento presente como en la
historia, la solidaridad con
el oprimido, la denuncia de la hipocresía y el rechazo del
monopolio de
la verdad, son temas que protagonizan sus ensayos, novelas y
cuentos.
Aguinis dedica una parte importante de su obra
ensayística a la crítica
de los abusos de las Fuerzas Armadas argentinas. Tanto en su
libro Carta esperanzada a un general. Puente sobre el abismo
(1983), como en la Nueva carta esperanzada a un general (1996) su
objetivo es
establecer un diálogo
sincero con la cúpula militar. Pero ya antes, en la cuarta
sección de El valor de escribir (1985), Aguinis
había analizado la resistencia y el
pensamiento bajo la presión
autoritaria.
En esta última obra Aguinis asegura,
primeramente, que no es justo afirmar que todos los argentinos
son culpables de los desastres a consecuencia de la dictadura:
"La distribución masiva y generosa de la culpa
es un negocio magnífico para los responsables
básicos" (124). Para él, fueron inocentes los
soldados que perdieron la vida en las Malvinas, los ciudadanos
que fueron reprimidos, los trabajadores cuyos sueldos se vieron
reducidos.
Una de sus aportaciones más originales es su
impresión de que la represión dictatorial es una
herencia de
los actos de la Inquisición. El artículo "Caza de
brujas," entronca con su novela La gesta del marrano (1991): del
verdugo inquisitorial descrito en la novela nace el
torturador de ahora. En ambas etapas históricas existe
idéntica motivación: "La cacería no busca
sólo matar brujas, sino imponer la convicción
profunda de que existen, Y son las responsables de todas las
desgracias. Encontrarlas y quemarlas tranquiliza y brinda un gran
beneficio adicional: convencer de que el aparato represivo es
más necesario que nunca" (132). El torturador ansía
humillar y destruir el cuerpo humano,
porque lo odia. Vive, como explica Aguinis en el ensayo "La
tortura y el desprecio," acosado por el miedo: "Está
esclavizado por una perversión tiránica que le
promete satisfacción y paz después de cada
sesión. Pero le dura poco, ya que necesita repetirla"
(187). En realidad, forma parte del engranaje de un sistema
fundamentado en la falta de respeto al ser
humano, en el que para humillar al de abajo, el sujeto busca
respaldo en sus superiores.
Para evitar el peligro de caer en tales aberraciones, el
respeto debe reinar tanto en la vida política de un
país, como en el hogar de la familia pues,
según el autor, el desprecio con la picana tiene su
paralelo en el desprecio con la palabra.
En contraste con el autoritarismo activo del dictador,
existe el autoritarismo pasivo, que es protagonizado por el
dominado. Recorre el panorama nacional desde la violencia
doméstica, a los métodos de
enseñanza (el cultivo de la memoria),
las corrupciones y la violencia en el deporte, hasta la discriminación laboral. En el
subconsciente de las masas pervive la obediencia a los mandatos
autoritarios. Como explica en Nuevos Diálogos, el
autoritarismo pasivo "se refiere a quien lo sufre. Es la
víctima que baja la cabeza, y lo hace de buen talante. Es
quien presiente la orden y la cumple antes de que se la
comuniquen, es quien hace por el opresor más de lo que
éste reclama o espera. El autoritarismo pasivo se
manifiesta en la nostalgia por los regímenes fuertes y
caprichosos, paternalistas" (242).
Debe reinar, en definitiva, el respeto mutuo que
significa la democracia.
Lamentablemente, como vemos en el cuento
"Consorcio en la tempestad," incluido en su colección Y la
rama llena de frutos, el miedo lleva a la sociedad a una
irremisible falta de solidaridad.
Al nepotismo y las "coimas" que envenenan la justicia
social y que Aguinis denomina el "orden jurídico
paralelo," se ha de oponer el respeto a la Constitución argentina. En la misma
línea, contra la manipulación de la opinión
pública típica de los estados totalitarios,
propone el periodismo
sincero y valiente que se alzará en defensor de la
justicia y la libertad. Otro
mito contra el
que se debe luchar es el uso de esquemas y generalizaciones al
hablar de los pueblos, pues "las prácticas inquisitoriales
y los totalitarismos se nutren, precisamente, del cercenamiento
del matiz" (148).
Una de las grietas fundamentales que caracteriza a las
Fuerzas Armadas, según él, es su incapacidad para
admitir ningún género de
crítica. Aguinis les recuerda que los grandes militares de
la historia, agradecían los consejos de quienes
señalaban sus errores, y recomienda que revisen su actitud
y los errores cometidos en beneficio de su propia imagen. Considera
absurdo, lógicamente, el que la dictadura militar
crea tener la capacidad de decidir cuándo está el
pueblo maduro para la democracia.
Su ensayo trata de sacar a la luz la falsedad
de los instrumentos disuasorios que usan los sistemas
autoritarios, entre los que menciona el fútbol, como
versión moderna del "pan y circo" romano. Por medio de
todos estos mecanismos, la dictadura convierte al país en
un gigantesco jardín de infancia,
aniña al ciudadano. En el caso argentino, la guerra de las
Malvinas, como el fútbol, se utilizó para distraer
a las masas de los verdaderos problemas.
En Carta esperanzada a un general. Puente sobre el
abismo Aguinis trata de establecer un diálogo con un
general anónimo, con el que trata de establecer puentes de
comunicación, a pesar de reconocer
amargamente que su monopolio de la fuerza lo
convierte en árbitro del derecho.
El militar, según el autor, es un patriota que
busca el bien de la nación;
sin embargo, comete el error de desconfiar del patriotismo de las
masas, a las que cree que debe controlar con vigilancia y
correctivos. Los gobiernos militares convierten el país
entero en un cuartel en donde se debe educar al ciudadano. La
persona
autoritaria necesita controlar, exteriorizar su sufrimiento en el
otro, sometiéndolo: "persigue eterna e inútilmente,
con el afán de matar afuera el Satanás que habita
en sus entrañas" (110).
El hombre creó la institución militar,
pero se ha dejado subyugar por ella. Su existencia se hace
necesaria debido a la presencia de militares en los países
vecinos. Sin enemigos dejaría de existir, por eso se
encargan de detectarlos o incluso inventarlos.
El gran problema, según Aguinis, reside en la
formación rígida e intolerante que recibe el
militar y que termina por mutilar su personalidad,
reducir su autoestima y
acentuar su dependencia. Las instituciones
militares no sólo fuerzan al individuo a
actuar de una manera que no conduce al éxito,
sino que dan ascensos a personas con problemas intelectuales
y de personalidad. Aguinis propone, en cambio, las opciones que
brinda la psicopedagogía, como evitar la
segregación y ofrecer cambios de ambiente.
En la mente del soldado, la sumisión
acrítica a un superior le da tranquilidad, y la
resignación de sus compañeros justifica la suya.
Por el contrario, los delitos de los
demás le irritan porque suponen una tentación. El
método
sadomasoquista triunfa en las organizaciones
militares porque promueve "obediencia ciega, desplazamiento de la
agresión y necesidad permanente de oprimir a un grupo
infraprivilegiado para sentirse superiores" (119). A otro nivel,
el militar padece, además, de una "obscenidad puritana":
sus relaciones de pareja son relaciones de poder donde
debe asegurar su virilidad.
Se elige esta carrera como refugio de la agresividad y
el miedo a la libertad. Una vez allí, su hostilidad debe
aumentar a la vez que no se puede descargar contra lo que dicta
el instinto. Con la guerra se puede descargar en el otro todo el
mal que se lleva dentro de una manera "legítima." Aguinis
atribuye el miedo al cambio político o económico
que caracteriza a los militares, a una neurosis
obsesiva. Recurren al golpe de Estado
en lugar de esperar pacientemente a que la sociedad misma
restablezca el equilibrio.
Obsesivamente, piensan que el "orden" lo curará todo.
Síntomas de esta neurosis son la obsesión por la
apariencia, la limpieza y el orden. Los desfiles pomposos son
parte de los ritos que ayudan a calmar la ansiedad,
enfocándose en pequeñeces que desvían la
atención del verdadero problema.
En el dictador se reúnen por antonomasia todas
las condiciones anteriores. El dictador alcanza la cima de su
escalada, pero la ambición no termina allí, sino
que aumenta: "La desvalorización de base, el imborrable
sometimiento que le habían impuesto en su
juventud, las carencias afectivas, todo ello estimula una
insaciable voracidad a partir de tener el país en sus
manos" (174).
Otra peculiaridad de lo militar, es el significado
especial que tiene el honor entre los militares: se sobrevalora y
acaba sobreponiéndose a los demás valores
morales y dirigiendo la conducta por
encima del sentido común y de la lógica.
Lo mismo ocurre con las guerras: se presenta el honor
del país, del ejército o de los dirigentes como
excusa, soslayando causas políticas
y económicas. El militar debe aprender en la academia a
conciliar el estímulo de la agresividad con la
prohibición a liberarla; ello se ve reflejado en la
agresividad del saludo, en la manera de presentar armas. Por otra
parte, los oficiales de hoy en día carecen del respaldo
social de otras épocas, cuando provenían de
familias acomodadas. Ahora tratan de subir en la escala social por
medio de las bodas.
Aguinis cree, igualmente, que muchos jóvenes
eligen la carrera militar para resolver sus dudas sexuales,
optando así por el camino de la represión, que
muchas veces se compensa con el sadismo. Su inmadurez sexual les
hace reprimir toda expresión pública de la sexualidad,
aunque más tarde sus víctimas, cuando las
interrogan y torturan, sufren tratos vejatorios.
El autor cree que se debe distinguir entre autoridad y
autoritarismo. La autoridad es necesaria, saludable, aliada de la
vida y el amor, implica madurez; en cambio, el autoritarismo es
innecesario, obliga a la regresión, es un instrumento de
muerte y el
resentimiento. En cuanto al heroísmo de la muerte en
combate, tan alabado en la profesión castrense, Aguinis
argumenta: "El hombre
lucha contra ella o se somete a ella. Pero el sometimiento no se
expresa en los pocos casos de suicidio sino
también en los "involuntarios" que se disfrazan de
accidentes,
heroísmo o amor a la guerra" (246).
La Nueva carta esperanzada a un general se publica trece
años después y en ella rectifica de algunos errores
de cálculo
cometidos en la primera carta.
En la actualidad, los militares no alientan a sus hijos
para que sigan el ejemplo de la vocación paterna. Se
mencionan, asimismo, las actuales misiones de paz, en las que se
trata de evitar la guerra y los esfuerzos de los altos mandos por
imponer la ética. Los
acontecimientos se ponen al día, y se ponen de manifiesto
las precarias condiciones en que se hallan las fuerzas armadas.
Los sueldos son bajos, falta la
motivación, y el dinero
recibido sólo alcanza para pensiones, sueldos y
hospitales. Aun así, Aguinis destaca la inutilidad de los
gastos militares
cuando no existe el enemigo y concibe la posibilidad de que la
Argentina acabe definitivamente por suprimir sus Fuerzas Armadas.
Por otra parte, la educación del
militar también ha cambiado: ahora debe estudiar, por
ejemplo, derecho
internacional y los derechos
humanos.
No obstante, continúa el disentimiento. El
anónimo militar parece haber insistido en que la sociedad
es responsable de los defectos de las Fuerzas Armadas: "Si la
sociedad es autoritaria, corrupta, ajurídica y
discriminatoria, sus Fuerzas Armadas no pueden ser diferentes"
(25). La respuesta de Aguinis es que esto explica las causas del
comportamiento, pero no lo justifica ni lo
exculpa. En este sentido, en otro de sus ensayos, Elogio de la
culpa (1993), Aguinis profundiza en las virtudes y peligros de la
culpa desde varios enfoques: jurídicos, religioso,
literarios, antropológicos, psicoanalíticos y
sociológicos.
El autor concluye que debería perfeccionarse la
culpa y reconsiderarla, pues es absolutamente necesaria para el
bienestar de las sociedades. La
culpa funciona como mecanismo regulador que podría reducir
la cantidad de crímenes y atrocidades. Ahora bien, cuando
se da en exceso, el sentimiento de culpa puede ser responsable de
comportamientos masoquistas, autodestructivos y
depresivos.
Otra de las explicaciones propuestas por el militar, es
la ubicuidad de la burocracia. Y la
tercera, es el distanciamiento entre teoría
y práctica pues, según el general, en el reglamento
se incluye la enseñanza de la autocrítica y la
reflexión. En este apartado, Aguinis reconoce su
admiración por el giro en materia
educativa que representa el libro norteamericano, Arte del mando
naval, que se usa en Argentina, si bien advierte de la dificultad
que tiene el ciudadano al intentar asociar tal instrucción
con las atrocidades cometidas.
El autor ensalza el gesto del teniente general
Martín Balza, quien aseguró en la
televisión argentina que delinque quien vulnera la
Constitución Nacional, imparte órdenes inmorales o
cumple órdenes inmorales. Entre los cambios positivos en
la
organización, destaca la puesta en práctica del
servicio
militar voluntario y las posibilidades de ingreso para la mujer. En
conclusión, para eliminar la crisis actual
propone cuatro opciones: 1) que nada cambie. 2) aumentar el
presupuesto. 3)
suprimir las Fuerzas Armadas. 4) FFAA pequeñas y bien
capacitadas.
En El valor de escribir, además del ya
mencionado, predominan otros ámbitos temáticos
entre los que destacan el quehacer literario y su mundo–que da
título al libro–, el psicoanálisis y el
judaísmo. En el primer apartado presenta la escritura como
un freno a la muerte, pues concede la inmortalidad del
pensamiento del autor o de un pueblo. Ese es el caso, por
ejemplo, del pueblo judío, cuyo texto sagrado
deviene en reflejo de la divinidad. La escritura, además,
conlleva un alto grado de responsabilidad debido no sólo a su
carácter duradero, sino también a la
frecuencia con que el texto se convierte en compromiso,
especialmente en la América
latina. De entre los ensayos que circulan en torno a este tema
destaca el que estudia el fenómeno del
best-seller.
El hecho de escribir libros a la medida de las
editoriales lleva a Aguinis a afirmar que "por diversos enlaces
se llega a la conclusión de que el ‘vendido’
no sólo es el texto, sino el autor" (26). Los ingredientes
necesarios para un best-seller, según él, son el
sexo, la
violencia y adentrarse en el mundo de la corrupción
y la ilusión del poder. Este fenómeno es un reflejo
de la sociedad de consumo y se
ha llegado a calificar como un nuevo género literario. Al
mismo tiempo, este tipo de literatura refleja los intereses de
los países dominantes, su dominio
económico y cultural, y contribuye a la marginación
de las demás regiones del planeta. Responde, por
último, al deseo de evasión y autodesprecio, al
"miedo a reconocernos en los autores que hablan de nosotros
mismos" (31).
Pasando al tema del psicoanálisis, en "El regreso
de Superman" Aguinis (como ya hizo Ariel Dorfman con los
personajes del Pato Donald, el Llanero solitario y el elefante
Babar) se adentra en el mundo de la historieta y contrasta a su
protagonista con el héroe de la mitología clásica. Tras
señalar las coincidencias en cuanto al nacimiento del
héroe mítico, llega a la conclusión de que
mientras éste es rebelde y propicia avances para el
género humano, aquél se pierde en aventuras
espectaculares, pero sin transcendencia. El tercero de los
ensayos de la colección ha de leerse en relación
con su novela La conspiración de los idiotas.
Desde su posición de neurocirujano y
psicoanalista, ataca los usos y abusos de la neurocirugía
y los psicofármacos, y propone el psicoanálisis
como posible alternativa: "la enfermedad es parte del mismo
sujeto, es la búsqueda de un nuevo equilibrio–todo lo
perjudicial que se quiera–, pero que no se soluciona simplemente
con una amputación o el garrotazo de una droga" (74).
La curación consiste en entender los síntomas no en
eliminarlos. Analiza también la frecuente
asociación que se suele hacer entre genio y locura: "la
relativa libertad para alejarse del mundo exterior y sumergirse
en las vastas ondas del Ello
sería una explicación de algunos desajustes que
puntean la conducta de muchos artistas" (81). Este
artículo es imprescindible para comprender el cuento
"Pentagrama de fuego," incluido en Y la rama llena de
frutos.
La tercera parte de El valor de escribir se centra en
los mitos y
contramitos del judío. Con algunos ejemplos de Shakespeare y
Lope de Vega, Aguinis demuestra que no es el judío real
quien inspira esa literatura ni los sentimientos antisemitas,
sino el judío mítico: usurero, asesino de niños,
bebedor de sangre. No
obstante, tan peligroso como el mito es la reacción del
contramito–el judío genial, santo, creador y
fraternal–porque conlleva los mismos errores del mito: la
simplificación y el maniqueísmo.
Por ejemplo, el pretender que los más grandes
creadores y personajes de todos los campos eran judíos. El
judío, sostiene Aguinis, es como el resto de los mortales,
ni diablo ni ángel. Para acabar de una vez con los
prejuicios, el ser humano debe aceptar que la palabra "otros"
forma parte del pronombre "nosotros": "El antisemita deja de
odiar al judío en la medida que logra armonizar partes de
sí mismo que le horrorizan. Sólo cuando alcanza la
paz con su propio ser deja de necesitar la víctima en
quien descargar su intensa producción de veneno" (103).
En cuanto al temor profundo que se tienen árabes
y judíos, trata de llegar a la etiología del
problema por medio de un breve estudio histórico de la
opresión y frustración histórica de ambas
comunidades. Los árabes fueron un pueblo oprimido y
humillado primero por los turcos y, después de la Guerra Mundial
por los aliados, encabezados por Gran Bretaña. En medio de
su frustración se escoge a los judíos como chivo
expiatorio; sin embargo, este diminuto enemigo consigue
derrotarlos. La ira acumulada en siglos de desastres a manos de
tártaros, españoles, turcos y franceses, se ve
concentrada en el nuevo enemigo que amenaza su tierra y su
cultura: Israel. Los judíos, por su parte, fueron
traicionados por la comunidad
internacional durante el Holocausto (lo
que constituye uno de los pilares de su novela La matriz del
infierno) y después por las Naciones Unidas,
que les habían prometido la protección de Israel.
Una vez más sobreviven tras la Guerra de los Seis
Días: perder la guerra hubiera supuesto su
desaparición.
El otro de los grandes ejes temáticos de la
colección es la consolidación de la democracia. La
democracia, en opinión de Aguinis, es un proceso
sufrido, dado que el pueblo liberado mantiene, a veces, su
mentalidad de esclavo. No obstante, es necesario evitar la queja
improductiva y fortificar la libertad para que no reaparezcan
"salvadores de la patria." La ideología de la cultura democrática,
para Marcos Aguinis, debe desarrollar el respeto a la alteridad y
la libertad de
expresión. Para ello considera fundamental
descentralizar la Argentina: "El paternalismo porteño
tiene consecuencias nefastas porque, desde un enfoque cruel,
reproduce el vínculo metrópoli poli-colonia" (217).
Forma parte de la desconfianza en el pluralismo que nace,
según el autor, de la inquisición española y
de la inseguridad en
los propios valores
típica de la mente colonizada.
En Un país de novela. Viaje hacia la mentalidad
de los argentinos, Marcos Aguinis trata de deconstruir, desde su
puesto de protagonista como argentino, la mentalidad de sus
compatriotas. El desvelamiento de la psicología del
argentino surge, básicamente, de un repaso de la historia
del país, así como del análisis del vocabulario y expresiones, y
de los diferentes tipos, arquetipos y mitos. En opinión de
Aguinis, es en el pasado donde podemos encontrar
información sobre nuestro porvenir.
En su labor de historiador, comienza con los hallazgos
arqueológicos, las dispersadas tribus indígenas y
la época de la colonia. Del desarraigo y la
marginación que sufre el indígena y su baja
autoestima nace, según el autor, la base de la precaria
identidad
argentina. El resentimiento perdura desde la época de las
encomiendas y las mitas: "Cada latinoamericano–cada
argentino–es el campo de confrontación entre un
conquistador y un indígena, entre un triunfador y un
vencido" (53). El odio a la diferencia ya existía antes de
la conquista; las ganas de hacer desaparecer al otro–ya sea
infiel, moro o judío–continúa hasta nuestros
días y se trata de un rasgo general de la humanidad, no de
una cultura. Es, en realidad, una forma de descargar el
autodesprecio. Cuando no se logra expulsar ese desprecio se
acepta la condición de inferioridad. Del Virreinato del
Río de la Plata llega hasta la independencia.
Con Juan Manuel de Rosas comienzan
los gobiernos dictatoriales, que continuarán con el
general Uriburu de la "década infame," el elegido
democráticamente, Juan Domingo Perón,
Onganía, Videla y el llamado Proceso de
Reorganización Nacional, que derriba el gobierno de Isabel
Perón. Contempla, asimismo, períodos presidenciales
como los de Rivadavia, Hipólito Irygoyen y Raúl
Alfonsín. Los dictadores que, según Aguinis,
heredaron de los caudillos lo que los caudillos tomaron de los
encomendadores, son procesados por violaciones contra los
derechos humanos
bajo el gobierno de Alfonsín, hasta que en diciembre de
1986 se vota la ley del "punto
final." Por último, el episodio de la Guerra de las
Malvinas acaba, según el autor, beneficiando a la
Argentina, pues evita posibles futuros enfrentamientos
bélicos con Chile o Brasil.
De entre los rasgos típicos del argentino destaca
la irresponsabilidad: se achaca la causa de los males nacionales
a otro, ya sea el gobierno, el imperialismo,
la dependencia, el patrón, etc. Según el autor "no
hay duda que en el complejo entramado nacional e internacional
juegan las presiones de intereses que nos convierten en
víctimas de sus ciegos apetitos. Pero no son ellos siempre
y únicamente los autores: también lo somos
nosotros. Y de nosotros depende que resulte difícil
someternos" (22).
Apunta, igualmente, el fatalismo y el escepticismo, como
males nacionales. El decaimiento general se suele atribuir a la
crisis económica, pero al menos, por primera vez se tiene
conciencia plena
de la crisis. En el estudio de los tipos argentinos, figura en
primer lugar al gaucho, que es "en alguna medida el argentino que
posiblemente no queremos ser y, no obstante, somos demasiado"
(83). Seguidamente, caracteriza al argentino engreído que
se hace notar en el extranjero, y que corresponde al tipo
porteño que la gente de provincias no soporta, pero que en
la intimidad es capaz de reconocer sus defectos. Lo
acompaña el vivo bonaerense (también conocido como
canchero, piola, rompedor, rana, madrugador, púa y
pierna), que exhibe una intrepidez imparable. Se caracteriza por
su perspicacia e ingenio, también llamados "viveza
criolla."
No cree en la justicia ni en la ley, desdeña el
esfuerzo y tiene pánico
al ridículo que lo pueda desenmascarar. Lo contrario del
vivo es el zonzo. El compadre es la voz de la verdadera justicia
frente a la ley de la policía. Hereda del gaucho su
sentido del honor y viste de negro por su intimidad con la
muerte. Desprecia el trabajo y
defiende a toda costa al caudillo de la parroquia. Por
asociación, el compadrito es un mal imitador del compadre.
Necesita atención y por eso se rodea de aduladores. En
lugar de un cuchillo como el compadre, el compadrito usa un
revólver. No es querido ni respetado y, a menudo, se
convierte en proxeneta. El compadrón es aun más
despreciable por su deslealtad y cobardía. Es el
típico vigilante de locales y soplón de
comisarías. Y cierra el grupo de los tipos el malevo, que
abusa de las mujeres y de los débiles, deja que encarcelen
a inocentes y se asusta fácilmente.
Como Octavio Paz en
El laberinto de la soledad, Aguinis intenta llegar a la esencia
de lo argentino por medio del análisis del vocabulario y
las expresiones. Así, los actos del vivo se denominan
avivadas y consisten en poner fuera de combate ("madrugar") al
otro antes de que pueda reaccionar. Debe "jorabarlo,"
sorprenderlo, paralizarlo, lo que nos recuerda al estudio de la
palabra chingar por parte del mexicano. La diversión del
vivo es la cachada: humillar cobarde y resentidamente a alguien
al que se denomina "punto," delante de un público que le
aplauda.
Otro elemento de análisis lo constituyen los
personajes arquetípicos, entre los que enumera al Che
Guevara, Jorge Luis
Borges, Sarmiento, San Martín y Carlos Gardel. Los
contrasta con los mitos nacionales, como el del presidente
constitucional Juan Domingo Perón, quien llegó a
erigir una especie de dictadura legalista. Perón es un
militar que sabe ganarse la simpatía de los obreros, y
apoyarse a un mismo tiempo en el sindicalismo y
en el ejército. En cambio, su verdadera inspiración
está en el fascismo europeo.
Gracias a un enorme aparato propagandístico y un eficaz
uso de la radio, se gana
el apoyo de las masas. Por otro lado, presenta a Evita
Perón, quien a pesar de su indudable carisma y de su
incansable actividad, fomentó el inmovilismo y el
carácter paternal y autoritario del
régimen.
En opinión de Aguinis, con su Fundación no
hizo sino acentuar los hábitos de la dependencia. No
obstante, sus agradecidos beneficiarios la elevan a la estatura
de heroína y mártir. Por último, trata de
desmitificar al mismo país: la Argentina "no es el
Canaán de la leche y la
miel que celebraba Rubén
Darío, ni la pampa desbordante de un ganado que se
cría solo, ni la tierra
donde se escupe y brota una flor, ni el sitio donde ‘se
hace la América,’ ‘se gana lo que se
quiere,’ ‘sobra la comida’ y ‘con una
buena cosecha se resuelven todos los problemas’"
(244).
Otros hitos que diseñan la imagen de la Argentina
en el exterior son el parecido de Buenos Aires a París, la
Pampa, las madres de la Plaza de Mayo, los desaparecidos, el
exilio de mediados de los años 70, la guerrilla y el
fútbol. Pero sobre todos, uno de los grandes hitos en la
psicología nacional es el tango.
Corresponde a la parte dramática y melancólica del
argentino, y define al país real. Los primeros tangos
tienen una notable carga sexual y, con frecuencia, una gran dosis
de crítica social. Se contrasta con el humor y la
alegría de candombé, milongas y malambos. Nunca
habría triunfado en la Argentina sin el visto bueno
internacional. El tango ayuda al asentamiento del lunfardo,
lengua de los barrios bajos que sirve de testimonio de la
amalgama de culturas.
El espíritu humanístico y pluralista del
autor se hace más perceptible aún, cuando se leen
conjuntamente las dos expresiones que protagonizan su obra: la
narrativa y el ensayo. Así, el ensayo Un país de
novela nos ayuda a comprender más nítidamente sus
conceptos de "mente colonizada" y "cultura del desprecio," que
son la base de su gran novela La gesta del marrano. La
caracterización abstracta del militar que encontramos en
Carta esperanzada a un general. Puente sobre el abismo y Nueva
carta esperanzada a un general, se hace más humana y
aprehensible con el análisis de la actitud de los
militares en La cruz invertida y la lectura de La matriz del
infierno.
Al mismo tiempo, los párrafos de estos ensayos
que describen la necesidad de crear enemigos ficticios, aclaran
lo grotesco del argumento de La conspiración de los
idiotas. Del mismo modo, la traición de la comunidad
internacional al pueblo judío durante el Holocausto, que
se denuncia en El valor de escribir, prefigura esta última
novela.
De manera parecida, las incógnitas que despierta
su novela La conspiración de los idiotas pueden aclararse
con la lectura del tercero de los ensayos de esa misma
colección. Sin duda, las ideas expresadas en
Diálogos sobre la Argentina y el fin del milenio, y en su
segunda parte, Nuevos diálogos, esclarecen varios aspectos
de La cruz invertida. Lo mismo ocurre con varios de sus cuentos:
"Pentagrama de fuego," incluido en Y la rama llena de frutos, se
hace más lógico al leer el estudio del binomio
genio/locura que se hace, una vez más, en El valor de
escribir y así sucesivamente. No en vano, la
mayoría de sus novelas tienen un importante componente
ensayístico. El corpus completo de la obra de Marcos
Aguinis lo convierte en uno de los pensadores más
lúcidos y creativos de la Argentina y del mundo hispano.
Los dos libros de entrevistas
con Monseñor Laguna son testimonio tanto de su ingente
cultura como de su sencillez, que lo han convertido en uno de los
autores más leídos y queridos de la
Argentina.
© José Luis
Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con
fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines,
deberá obtener los permisos que en cada caso
correspondan.
Marcos Aguinis
Ignacio López-Calvo
California State University, Los Angeles
Marcos Aguinis ha escrito las siguientes novelas:
Refugiados. Crónica de un palestino (1969), La cruz
invertida (1970), Cantata de los diablos (1972), La
conspiración de los idiotas (1978), Profanación del
amor (1989), La gesta del marrano (1991) y La matriz del infierno
(1997). En La cruz invertida se ejemplifica la
politización de algunos sectores de la Iglesia, que se
deciden por el compromiso directo en la renovación de unas
relaciones sociales inaceptables moralmente, aún
desafiando la autoridad de sus superiores eclesiásticos.
El mismo título revela, con tres palabras, su postura
crítica hacia la actitud de la Iglesia tradicional. El
interés
de los nuevos sacerdotes, Carlos Samuel Torres y Agustín
Buenaventura, en la lucha contra la injusticia hace que los
identifiquemos inevitablemente con el concepto de
hombre nuevo
que proponían los pensadores de la
liberación.
Por su parte, La conspiración de los idiotas
presenta un estudio psicológico del perturbado
protagonista, Natalio Comte, quien cree que los
oligofrénicos forman parte de una organización secreta que gobierna el mundo.
La obra representa, además, una crítica del
ambiente paranoico creado en torno al segundo peronismo y
acentuado con la Dictadura. Por su parte, El combate perpetuo es
una novela histórica o–como explica Aguinis–"biografía con ritmo
de novela," con el almirante Guillermo Brown como héroe.
Sus temas principales son la libertad, la persecución
religiosa y la opresión económica e intelectual, en
el marco de los enfrentamientos entre ingleses e irlandeses. Su
siguiente novela, Profanación del amor es un relato que
presenta la degeneración de los sentimientos afectivos de
una pareja, Felipe y Tesi, como microcosmos de la actitud de la
sociedad argentina, encaminada hacia el desastre.
La gesta del marrano es una obra que dibuja la presencia
del Tribunal de la Santa Inquisición en América y
los sufrimientos y crisis de identidad del protagonista,
Francisco Maldonado da Silva, a causa de su ascendencia
judía. La Inquisición tortura a su padre, quien se
verá obligado a abjurar de su religión, fingirse
converso y resignarse a llevar un sambenito el resto de sus
días. Pero él evoluciona desde la vergüenza
por su ascendencia hasta el orgullo de ser judío, lo que
motiva su arresto por el Tribunal del Santo Oficio y un
encarcelado de trece años, en los que se dedicará a
pensar y a alentar a otros prisioneros.
Sus esfuerzos acaban heroicamente en la hoguera en el
Auto de Fe de 1639. Como el mismo autor explica, "una novela
ambientada en otra época lo que busca es entender mejor la
época que vivimos ahora." Por último, en La matriz
del infierno lo que en un principio parece un estudio de las
tensiones ideológicas en Argentina y Alemania en
los años treinta, se convierte pronto en un
psicoanálisis del individuo contemporáneo y de las
instituciones que él mismo ha creado y ahora lo subyugan.
Se trata, en fin, de una relectura de la historia vivida y
sufrida por el individuo, que se ve atrapado en medio de la
férrea estructura de
las ideologías, las instituciones y la indolencia
internacional.
La novela no se limita a criticar el gobierno de Hitler,
sino también el respaldo indirecto a la política
nazi, por parte de los países que debían haberle
hecho frente. También se critica la actitud de la Iglesia
Católica institucional frente al genocidio llevado a cabo
por el nazismo alemán. Tras la mención de aislados
casos que constituyen la excepción, la voz narrativa acusa
explícitamente al Vaticano de haber optado por asegurar su
propia supervivencia, obviando la muerte de millones de
personas.
No es difícil ver la conexión existente a
lo largo de su obra narrativa entre los distintos sistemas de
opresión. El monopolio de la verdad, los métodos de
tortura, la discriminación y persecución de la
Santa Inquisición, nos llevan a las tácticas nazis
y éstas a las dictaduras latinomericanas. En líneas
generales, su literatura tiene un carácter
profético en el sentido de que critica los errores y
denuncia las injusticias del pasado y del presente, a fin de
prevenir tragedias futuras. Aguinis también ha publicado
varias colecciones de cuentos, como Operativo siesta (1978),
Importancia por contacto (1983) y la recopilación Y la
rama llena de frutos. Todos los cuentos (1986), que reúne
los cuentos de los anteriores más "La torre del amor,"
aparecido en una antología titulada Cuentos de provincia
(1974), y "Sebastián," que apareció previamente en
el
periódico La Nación (1982). Su obra participa,
asimismo, del género biográfico con
Maimónides, un sabio de avanzada (1963) y El combate
perpetuo (1981), una biografía novelada sobre el almirante
Brown. La editorial Sudamericana ha publicado dos libros de
diálogos entre Monseñor Justo Laguna y Marcos
Aguinis titulados Diálogos sobre la Argentina y el fin del
milenio (1996) y Nuevos Diálogos (1998).
En cuanto al ensayo, que es lo que nos ocupará en
este capítulo, Aguinis cuenta con varias colecciones Carta
esperanzada a un general. Puente sobre el abismo (1983), El valor
de escribir (1985). Un país de novela. Viaje hacia la
mentalidad de los argentinos (1988) y Elogio de la culpa (1993) y
Nueva carta esperanzada a un general (1996). Ha publicado,
además, otros libros de menor renombre como Brown y
Memorias de
una siembra: Utopía y práctica del PRONDEC
(Programa Nacional de Democratización de la Cultura),
otros nueve opúsculos que tratan cuestiones como el
PRONDEC, el judaísmo, la democracia y las ONG
(Organizaciones No Gubernamentales), veinticuatro
artículos literario-psicoanalíticos y cuarenta
escritos en revistas y suplementos literarios. Para concluir,
Aguinis es autor de diez prólogos y diecisiete ensayos y
narraciones incluidos en antologías.
Refugiados. Buenos Aires: Losada S.A., 1969; Refugiados:
Crónica de un palestino. Buenos Aires: Biblioteca
Universal Planeta, 1976.
Todos los cuentos. Buenos Aires: Sudamericana,
1995.
La cruz invertida. Barcelona: Planeta, 1970. (55.000
ejemplares); 9 ediciones, 1971; 11a y 12 ed.1972; 22a.,
1992.
La cruz invertida. Buenos Aires: Sudamericana-Planeta,
1984.
La cruz invertida. Buenos Aries: Planeta, 5a ed., 1990.
La cruz invertida. Premios Planeta 1967-70.
Cantata de los diablos. Barcelona: Planeta, 1972. Buenos
Aires: Biblioteca Universal Planeta, 2a edición, 1978.
La conspiración de los idiotas. Buenos Aires:
Emecé, 3a. edición, 1982; 4a edición,
1986.
Profanación del amor. Barcelona: Planeta, 1982;
Buenos Aires: Planeta, 1989.
La gesta del marrano. Buenos Aires: Planeta, 1991; 2a
ed., 1991.
La gesta del marrano. Barcelona: Planeta,
1992.
La gesta del marrano. Barcelona: RBA Editores, Narrativa
actual (80,000 ejemplares).
La matriz del infierno. Buenos Aires: Sudamericana,
1997.
Operativo siesta. Buenos Aires: Biblioteca Universal
Planeta, 1977.
Importancia por contacto. Buenos Aires: Biblioteca
Universal Planeta, 2a edición, 1993.
Y la rama llena de frutos: todos los cuentos. Buenos
Aires: Sudamericana-Planeta, 1986.
Maimónides, un sabio de avanzada. Buenos Aires:
IWO-Instituto científico judío, 1963.
El combate perpetuo. Buenos Aires: Sudamericana-Planeta,
1981.
Diálogos sobre la Argentina y el fin del milenio.
(Junto a Monseñor Justo Laguna) Buenos Aires:
Sudamericana, 1996.
Nuevos Diálogos. (Junto con Monseñor Justo
Laguna). Buenos Aires: Sudamericana, 1998.
Carta esperanzada a un general: puente sobre el abismo.
Buenos Aires: Sudamericana-Planeta, 1983; 4a edición,
1984, 179 págs.
El valor de escribir. Buenos Aires:
Sudamericana-Planeta, 1985.
Un país de novela. Viaje hacia la mentalidad de
los argentinos. Buenos Aires: Planeta, 1988.
Elogio de la culpa. Buenos Aires: Planeta, 1993. 2a
edición, 1994.
Nueva carta esperanzada a un general. Buenos Aires:
Sudamericana, 1996.
Brown. Buenos Aires: Ediciones Daia, 1977.
Memorias de una siembra: Utopía y práctica
del PRONDEC (Programa Nacional de Democratización de la
Cultura). Buenos Aires: Planeta, 1990.
Ignacio López-Calvo
California State University, Los Angeles