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Las prácticas pedagógicas en el aula: ¿Un paso a la libertad o a la dominación?



    1. La escuela un espacio formativo
      o reproductivo?
    2. El papel del alumno en el
      aula
    3. El papel del docente en el
      aula
    4. Conclusiones
    5. Bibliografía

    Introducción

    El presente ensayo
    pretende aanalizar las prácticas pedagógicas en el
    aula a partir del pensamiento de Henry A. Giroux una
    revisión del papel que asume el estudiante y docente ante
    los sistemas
    educativo como formas político-cultural que refuerza o
    conservan las relaciones de fuerza y
    reduce sus espacios para el ejercicio de su libertad.

    La actitud
    apática, desinteresada, poco crítica
    y reflexiva de nuestros estudiantes en el aula sobre los problemas
    sociales y culturales del país, su comunidad y su
    escuela
    sólo agranda los abismos de las diferencias culturales y
    políticas.

    Ante tal situación, el aula reproducen las
    relaciones dominantes vigentes teniendo como actores a
    estudiantes y docentes que
    materializan esas relaciones en las prácticas
    pedagógicas de acuerdo con la
    organización del sistema
    educativo. Eso significa que el alumno esta imposibilitado
    para ejercitar su poder, la
    critica social, hablar y sentirse responsables de lo que dicen
    porque el miedo al castigo, a la represión, a mantener al
    margen de la historia, a desarrollar su
    lenguaje, a
    formar una identidad, a
    moverse en las fronteras culturales, a expandir su
    comprensión de entorno y participar en la vida publica
    democrática.

    Por ello, me parece de gran importancia hacer que
    nuestros alumnos adopten un papel activo dentro del aula, como
    críticos principales de los modelos
    educativos, de sus docentes, de los problemas y
    las soluciones
    sociales actuales. Parece difícil, pero es una tarea que
    se debe implementar de manera urgente. Primeramente hacer que
    empiecen a reflexionar, después participar y finalmente a
    proponer soluciones a nuestros grandes dilemas
    sociales.

    La modificación de este escenario requiere de la
    participación de profesores y estudiantes, el primero
    siendo capaz de reconocerse a sí mismos en un lenguaje
    desmitificador, de manera que puedan descubrir que toda tarea
    educativa es también una tarea política. En segundo
    lugar, los profesores han de verse como agentes de una especie de
    futuro distinto, más orientado a crear que a destruir las
    posibilidades de justicia
    social.

    Los profesores necesitan un discurso
    crítico y un lenguaje de posibilidades; necesitan ser
    capaces, de alguna manera, de interrogarse sobre el carácter de lo que hacen, pero
    también necesitan ver más allá del horizonte
    de lo posible. En tercer lugar, reconocer que no se puede ser un
    intelectual público fuera de la política de
    representación.

    Una vez que reconoce le toca actuar sugiriendo diversas
    formas de práctica pedagógica en las que los
    alumnos aprendan a tomar postura, debatir y esforzarse
    colectivamente para convertirse en sujetos de la historia. En lo
    que respecta al estudiante ser capaz de hablar y escuchar sobre
    tradiciones, historias y perspectivas teóricas diversas;
    ser responsable de lo que dice, comprometerse con el mundo, de
    manera que puedan plantearse cuestiones sin temor a recibir
    castigo alguno.

    Este trabajo
    compartido dará por resultado un sentido de la justicia
    social, la democracia y
    papel mas activo dentro del proceso
    social.

    • ¿LA
      ESCUELA UN ESPACIO FORMATIVO O REPRODUCTIVO?

    Cuando hablamos de la escuela nos estamos refiriendo al
    espacio donde acuden las personas para ser educadas y ser capaces
    de seguir aprendiendo a lo largo de su vida. En este sentido, hay
    que distinguir que existen varias connotaciones sobre ella, que
    van de las muy utópicas hasta las realistas, es por ello
    que daremos un pequeño vistazo a las comunes.

    Según la herencia
    clásica, el saber por tanto la escuela, son en sí
    mismo factores de emancipación, liberación y
    promoción humana, y con reza en todos los
    contratos
    sociales y constituciones, la institución escolar
    será la encargada de la distribución de los saberes
    equitativamente, por encima de las diferencias sociales,
    sexuales, étnicas, etc. Contribuyendo a la
    extinción de las desigualdades y privilegios.

    La escuela tiene el fin de proporcionar conocimientos,
    desarrollar habilidades y actitudes que
    preparen a las personas para asumir responsablemente las tareas
    de la participación social, les permitan aprender por
    cuenta propia y tener flexibilidad para adaptarse a un mundo en
    permanente transformación que garantice la atención a las necesidades de diferentes
    grupos en
    diversos espacios y situaciones, que sea incluyente. Es decir,
    una educación que propicie la equidad,
    independientemente del medio en que vivan.

    La influencia de la escuela es necesaria por que infunde
    un progreso autónomo al educando, quien va tendiendo al
    propio desarrollo.
    Así, tanto la ayuda desde fuera, como el desarrollo
    interior de nuestras propias capacidades y la superación
    de nuestras limitaciones.

    Como habremos visto es una posición idealista de
    lo que debe ser la escuela, pues refiere un espacio donde se
    preparan personas para ser incorporadas a la sociedad, a la
    cultura, pero
    al mismo tiempo
    educados en valores como
    el respeto, ciudadanía y democracia.

    Pero la pregunta: ¿Todos los estudiantes son
    iguales en todas las escuelas y todas las escuelas son iguales
    para todos los estudiantes?
    Evidentemente no, porque las
    escuelas juegan un papel primordial en la reproducción de privilegios culturales
    donde se ven claramente las diferencias naturales sobre las
    cuales descansan los fallos selectivos y discriminatorios de esta
    institución.

    Para Pierre Bourdieu la escuela es:

    Una instancia de reproducción de las relaciones
    de sociales de dominación y, por tanto, de las formas de
    conciencia y
    representación ideológica que le dan legitimidad.
    (Bourdieu, 2002, p.98)

    En realidad, la escuela es más que un espacio de
    formación de personas para ser educados y ser capaces de
    seguir aprendiendo a lo largo de su vida. Pues en ella suceden
    representaciones de una forma de vida social donde siempre
    están implícitas relaciones de poder y de
    prácticas sociales que privilegian el
    conocimiento en proporción a una visión del
    pasado, del presente o del futuro.

    Para Giroux las escuelas inculcan histórica y
    actualmente una idea profesional meritocrática,
    racionalizando la industria del
    conocimiento
    por niveles de clase social;
    reproducen la desigualdad, el racismos, sexismo, y fragmentan las
    relaciones sociales democráticas mediante la
    enfatización en la competitividad, androcentrismo, el logocentrismo y
    el etnocentrismo cultural.

    Es porque, la escuela debe ser considerada como una
    arena política cultural, porque el aprendizaje no
    es un proceso neutral o transparente, más bien, es un
    proceso cultural e histórico en el que los grupos selectos
    son posicionados mediante relaciones asimétricas de poder
    que reproducen principios,
    valores y privilegios.

    Como institución eminentemente política,
    la escuela está profundamente involucrada en la
    reproducción de los valores
    sociales, económicos y culturales determinando las
    conductas, saberes y disposiciones vigentes, así como en
    la conservación de esas formas sociales dominantes que
    reproducen las configuraciones actuales de poder. Por tanto, las
    escuelas están organizadas principalmente de acuerdo con
    un tipo de autoridad
    directiva, procedimental y técnica.

    De ahí que sean los niños
    mejor dotados en esquemas de percepción, apreciación,
    disposiciones y acciones
    (habitus), son aquellos que heredarán el capital
    económico y sobre todo el capital cultural, en este
    último la escuela juega un papel importante.

    Por eso, hoy se hace necesario que quienes detentan
    grandes riquezas económicas, trasformen parte de ese
    capital en "inversión educativa", de tal manera que
    puedan legar a sus herederos parte de ese patrimonio
    bajo una especie de capital certificado (títulos), lo que
    permite el acceso más expedito a los puestos directivos de
    las empresas. Por
    tanto, aquí nos encontramos con una forma clásica
    de reconversión del capital económico en capital
    cultural, que a la larga redundará en mejores beneficios
    económicos en forma de salarios
    altos.

    Este suceso es evidente en cualquier país
    incluyendo el nuestro, figurando fenómenos como: las
    cuestiones relativas a la privatización de la educación, la
    lógica
    del mercado y al
    acentuado énfasis puesto sobre la competitividad y la
    realización individual. Desde esta perspectiva, el
    aprendizaje se
    reduce a satisfacer individuales necesidades de lo que se llama
    excelencia

    Pero el crecimiento masivo de la población escolarizada, debido, en otros
    factores, al acceso de todas las clases
    sociales y grupos a los circuitos
    educativos, ha producido serias transformaciones en la
    reorganización escolar, tendiendo a garantizar y mantener
    o reorientar ciertas formas de certificación y
    jerarquización social históricamente
    establecidas.

    Es por eso, que la naturaleza de
    las prácticas pedagógicas: realizadas en la
    escuela, como institución de la vida cultural, basan su
    trabajo en el ejercicio del poder simbólico y por lo tanto
    en el poder de la violencia
    simbólica que juega un papel central en la legitimación de las relaciones
    sociales.

    El poder de la violencia simbólica, ejercido en
    la educación es a través de toda práctica
    pedagógica, al igual que cualquier otro poder
    simbólico, pues logra imponerse con legitimidad en las
    significaciones, los sentidos y
    valores que se asignan a los hechos y rasgos
    característicos de todo orden sociocultural, velando las
    relaciones de fuerza de dicho orden.

    Así, toda práctica pedagógica
    ejerce alguna forma de violencia simbólica, al lograr con
    su poder arbitrario la imposición de un arbitrio cultural,
    es decir, conquistar el reconocimiento de la cultura dominante
    como cultura legitima.

    Pero, para que la práctica pedagógica sea
    eficaz, esta doble arbitrariedad debe mantenerse oculta no puede
    transparentarse en los agentes que participan de la
    comunicación pedagógica, así mismo, ni
    la manera arbitraria de imposición ni los contenidos
    arbitrario que se inculcan pueden aparecer completamente
    explicitados.

    Además, toda práctica pedagógica,
    como relaciones simbólicas de poder, es una
    relación de comunicación, que se ejercer a
    través del lenguaje, y como tal, no descansa en el
    monopolio de
    la fuerza. Se trata de una comunicación entre emisor y
    receptor (docente-alumno) que en ningún caso es
    simétrica. Al contrario de lo que se piensa el sentido
    común, lo que se transmite en la relación de
    aprendizaje no es sólo información, pues incluye lenguaje y se
    hace necesario el reconocimiento de la legitimidad de la emisor y
    de los receptores; en otros términos, es necesaria
    autoridad pedagógica del emisor (docente), que en
    cualquier circunstancia condiciona la recepción de la
    información transformándola en reproducción
    de la formación. El contenido de la información en
    el mensaje no se agota en la comunicación, pues
    generalmente la comunicación pedagógica se
    mantiene, aunque la información transmitida tiende a
    desaparecer. Este carácter de la relación
    pedagógica y el sello que le imprime la autoridad del
    profesor, se
    hacen patente en la práctica pedagógica que se vive
    en el aula día a día.

    Pero intentemos ver más allá a la escuela
    del espacio reproductivo y de relaciones dominantes vigentes, es
    también un lugar de mediación, oposición y
    donde surgen nuevas posibilidades que tienen muy en cuenta la
    producción de saber, identidades sociales y
    valores. Creamos firmemente que la escuela tiene la oportunidad
    de ampliar las capacidades humanas de los alumnos y otras que
    desarrollen la capacidad de vivir y orientarse en una democracia
    multicultural y multirracial.

    Giroux en sus escritos confiere a la escuela un papel
    importante en la formación de una ciudadanía
    crítica, que a través de un nuevo discurso
    establezca la diferencia cultural que luche para recuperar la
    vida pública democrática.

    La ciudadanía aparece directamente vinculada al
    eje de la inclusión-exclusión. Y además de
    las condiciones objetivas que la soportan (instituciones,
    políticas, servicios,
    normas) tiene
    un componente afectivo importante que se expresa en "nuevas
    sensibilidades" (Martín Barbero, 1998), que reorganizan
    los saberes tradicionales en un contexto de incertidumbre para
    ponerlos a funcionar, a veces con un sentido pragmático, a
    veces crítico, con el objeto de ganar espacios de
    inclusión y participación (Reguillo, 2000; pg.
    1)

    La enseñanza es un servicio
    público absolutamente clave en la vida de un país.
    La escuela ofrece a la nación
    la posibilidad de dedicarse por sí misma y de una manera
    reflexiva a configurar una educación dedicada a una
    ciudadanía responsable, al tiempo que apela a las
    responsabilidades de las futuras generaciones en la lucha a favor
    de la democracia. "La democracia no se hereda".

    En todo momento hay que luchar por ella. Así,
    surge esta cuestión: ¿cómo educar a los
    estudiantes para que crean que las escuelas no sólo son
    simples medios para la
    movilidad social y económica, sino que, también son
    extensiones del poder económico y político, de
    manera que diversos grupos puedan participar en el
    engrandecimiento de la nación?
    ¿Cómo educar a los estudiantes para que crean que,
    de hecho, las escuelas tienen que ser la primera línea de
    defensa de las cuestiones de equidad, justicia y
    libertad?

    La respuesta debe tener una base fundada en la libertad
    y el aprendizaje critico, porque si la escuela y los profesores
    no sientan las bases de la libertad, tendrán que aprender
    y enseñar a optar, es decir, tendrán que aprender a
    practicar lo que podemos denominar pedagogía del riesgo. Los
    estudiantes tendrán que ser educados para que
    amplíen la base cultural pública y crítica
    de la sociedad para que se pueda hacer alianzas que ocupen de
    cuestiones fundamentales para la vida en una sociedad
    democrática. Esto es, los estudiantes deben habla, hacer
    ruido,
    enzarzarse en diálogos a voces y se abrirse a distintas
    lenguas y puntos de vista. Y por último, una mayor
    diversidad en la práctica pedagógica en las que los
    alumnos aprendan a tomar postura, debatir y esforzarse
    colectivamente para convertirse en sujetos de la
    historia.

    Por lo tanto, la práctica pedagogía debe
    convierte en una actividad cívica que surja de la
    necesidad de ampliar las condiciones de la actuación
    democrática humana y para extender las formas sociales que
    amplían las capacidades humanas críticas para
    eliminar la violencia material y simbólica de la sociedad,
    en vez de cerrarlas teniendo escenario a la escuela, docentes y
    alumnos.

    El papel del alumno
    en el aula

    Para comenzar a hablar del estudiante primeramente, es
    necesario conocer la acción
    pedagógica primaria, resultado de la educación
    familiar, que ejerce los efectos más duraderos e
    irreversibles. Bourdieu la llama el habitus de clase que
    se hará presente en los aprendizajes posteriores, es decir
    acciones pedagógicas secundarias. El habitus primario
    inculcado por la familia
    será el inicio para cualquier habitus
    posterior.

    En este sentido, es de vital importancia rescatar el
    capital cultural heredado, porque juega un papel decisivo en la
    desigualdad de distribución de beneficios escolares, las
    acciones educativas formalizan y explicitan principios que operan
    en la práctica y de los cuales el estudiante ya tiene
    dominio
    previo, gracias a la socialización primaria.

    Los esquemas de valoración, los sistemas
    simbólicos, y en general, la lógica del orden
    sociocultural, varia del grupo y clase
    social del cual provenga, y se expresa como disposiciones
    (categorías de pensamiento, actitudes, aspiraciones, entre
    otras) que le permiten determinada trayectoria escolar exitosa o
    deficiente.

    Es claro, que las desigualdades e inequidades de la
    escuela no se hacen explicitas de manera simple y directa por la
    clase social de origen y mucho menos por el nivel
    económico, sino en los procesos de
    socialización a los cuales las distintas clases sociales
    someten a sus grupos para la transmisión del patrimonio
    cultural. En esa medida el aprendizaje en la escuela se encuentra
    precedida por la transmisión e inculcación de
    esquemas y estructuras de
    conocimiento, de percepción y valoración, es pocas
    palabras no hay igualdad de oportunidades frente a la
    escuela como primer inicio.

    Bourdieu, sostiene que cada clase o grupo social tiene
    una apropiación distinta del lenguaje, por lo que su
    codificación produce efectos escolares
    diferentes. El habitus lingüístico, es decir, las
    competencias y
    habilidades del uso de la lengua son un
    segmento importante del capital cultural heredado. La escuela
    tiende a valorar y legitimar el lenguaje de
    las clases dominantes (cultas) generando inequidades
    académicas evidentes.

    No hay que olvidar que la lengua es más que un
    instrumento de comunicación y que su eficacia depende
    de las condiciones sociales que la producen. La producción
    y circulación del lenguaje supone una relación
    entre la competencia
    lingüística y el mercado social que se
    expresa o compite.

    Cuando esa pedagogía primaria es transferida al
    aula a través del lenguaje y comienza la práctica
    escolar a través de un sistema de
    interacción como la clase, el proceso
    inicia con observar al docente como entorno nuestro (lo cual
    implica que también seamos observados como entorno de
    nuestro docente); pero lo que observamos son gestos, lenguaje,
    indicaciones, exteriorizaciones sociales, no pedazos de la
    conciencia.

    Por lo que el alumno empieza esa interacción cara
    a cara, donde la comunicación se encargan de liderar la
    auto descripción de sus compañeros, el
    aula, la escuela y su sociedad, comunicando o eliminando el
    espacio de su actuar. En ese instante el estudiante revela su
    individualidad, como parte de un sistema que le permite hacer uso
    de cierta libertad en razón de su integración o de fusión al
    sistema educativo.

    El proceso continua para el alumno mediante el sistema
    escolar, no neutral plagado de ideologías determinadas,
    prácticas sociales inmersas en configuraciones de poder,
    ideas mediatizadas por la historia vistas desde los intereses de
    la clase dominante, lo que lo limitará a recibir lo que el
    sistema requiere de él.

    El proceso sigue su desarrollo formando a nuestro
    estudiante como una reproducción de su historia que
    legitima y ratifica las relaciones sociales que marginan,
    imprimiéndole una imagen de como
    vivir en sociedad evidentemente concebida desde producción
    y organización del lenguaje previamente
    organizado en niveles, categorías, estrategias y
    tácticas necesarias para su enseñanza y
    aprendizaje.

    Después, con lo aprendido configurar sus
    intereses y experiencias que representen su nuevo espacio de
    conflicto
    sobre la versión de autoridad, la historia, el presente y
    el futuro que prevalecerá en la escuela.

    Y finalmente devolverá a la sociedad lo producido
    y legitimado en el aula por la interacción
    alumno-docente.

    Bajo es marco se define la actuación de nuestros
    estudiantes en el aula, por lo tanto cual es la realidad de ellos
    en la escuela.

    Muchos estudiantes provienen de familias de bajos
    ingresos,
    primera restricción para su actuar (bajo capital cultural
    heredado y por ende reducido manejo del lenguaje debido a su
    situación familiar), en su gran mayoría se
    encuentran en escuelas publicas con docentes poco preparados,
    poco críticos del sistema social y sin vocación
    educativo.

    Dicha situación es asimilada por el estudiante
    con una completa frustración por su situación
    inicial, posteriormente su confrontación con un sistema
    educativo totalmente tradicional, donde no existe una
    interacción real docente-alumno, sólo se trata de
    un monologo encabezado por el docente, el alumno asume su papel
    pasivo, no criticándolo debido a la tradición
    cultural heredada. Así, aprendieron aceptar ser
    víctimas y su situación la situación
    económica lo incrementa.

    La poca estructura
    cognitiva traslada por el docente no le permiten dimensionar los
    concepto que
    le son intentados trasmitir, y mucho menos criticarlos. Las
    habilidades aprendidas son deficientes reproducciones de los
    malos sistemas escolares llevados a la práctica
    pedagógica en el aula. Carentes de sentido y
    aplicación a la vida real de los estudiantes al momento de
    ser aprendidos.

    Su reducido lenguaje producto de su
    vida y de la calle le hace asumir de manera víceral toda
    información recibida, produciendo inversiones
    afectivas en determinados tipos de conocimientos. En este
    sentido, el conocimientos no es algo que comprender, sino que
    siempre es algo sea o no comprendido, sentido y contestado de
    forma no pensada y automáticamente.

    El choque entre el conocimiento que los alumnos observan
    y aprenden en la calle con el tradicional en el aula genera un
    tipo de identificación viceral. Es decir, el conocimiento
    de las calles es vivido y mediado a través del discurso
    afectivo no hallado en la escuela. En las calles lo importante es
    algo sentido mientras en el aula se matiza de racismo y
    logocentrismo. Ese sensación del alumno de encontrar en el
    aula un conocimiento acorde a su experiencia vivida lo hace
    aislado, abstracto y por lo que no invierte afectivo; es un
    discurso congruente con otra persona, pero no
    con él y sus códigos apropiados en la calle, los
    cuales no esta dispuesto a renunciar.

    En este sentido, sus voces son desconfinadas y
    deslegitimizadas por no pertenecer a la acción cultural
    promovida por la escuela. Es por ello, que su lucha diario se
    hace en razón a tratar de reconciliar esa disyuntiva entre
    la existencia de lo vivido en la calle, las barreras
    ideológicas y las líneas prefijadas por la
    práctica docente y social propia de la vida en el
    aula.

    La instrucción en el aula es un conocimiento
    cosificado dado de forma lineal y relativamente no problematizado
    y que coloca al estudiante en rol de receptor pasivo. La resistencia a
    este tipo de conocimiento en el aula refleja el comportamiento
    del estudiante en casa y su intento ritualizado de llevar a la
    escuela los discursos
    hibridizados y transgresivos de la calle (Everhart, 1983,
    p45)

    Es por ello, que la instrucción en el aula debe
    ser comprendida desde la teoría
    de la ideología reformulada, que
    problemátice el aula como punto de unión para la
    construcción del otro, en el que las
    diferencias raciales, sexuales se entrelacen con
    fuerza.

    La incapacidad de los estudiantes de ser alfabetos puede
    que no provenga tanto de la ignorancia más bien de un acto
    de resistencia. Es decir, cada miembro de la clase obrera u otro
    grupo marginado se niegue, consciente o inconscientemente, a
    aprender los códigos culturales y las competencias
    legitimadas por la sociedad dominante (Giroux, 1998,
    p69)

    Por lo tanto, el profesor como eje de la
    enseñanza en el aula debe establecer esta
    reconciliación entre conocimientos y llevarlos más
    allá de ello. Esto significa que la escuela debe dar
    respuesta a las condiciones sociales que capacitan o incapacitan
    a los estudiantes para aprender. Significa que los estudiantes
    necesitan oportunidades de ejercitar el poder, definir ciertos
    aspectos de su currículo, controlar ciertas condiciones
    del aprendizaje, y que se les permita correr riesgos,
    comprometerse en sistemas de autocrítica y crítica
    social sin miedo al castigo. Necesitan tener oportunidad de
    hablar y sentirse responsables de lo que dicen. Pero los
    estudiantes necesitan algo más que aprender a hablar,
    escribir y afirmar sus propias historias, necesitan aprender
    también a mantenerse en el límite de la
    trasgresión, para aprender diferentes lenguajes,
    desarrollar sus identidades y moverse en las fronteras de las
    diferencias culturales, para que así puedan expandir las
    condiciones de su propia comprensión de las diferencias,
    como fundamento de una vida pública
    democrática.

    Tratando de convertir a nuestro alumno más
    critico, reflexivo y conscientes de su situación social.
    Teniendo como directriz la libertad consciente del alumno en el
    aula. Pero para que resulten las escuelas tiene que se espacios
    seguros para
    los estudiantes. De este modo, la cuestión del aprendizaje
    se vincule a formas de activismo que realzan las posibilidades de
    vida democrática.

    EL PAPEL DEL
    DOCENTE EN EL AULA

    Empezar a hablar de los docentes es complejo, pues,
    existen de todo tipo, desde los que se entregan en cuerpo,
    corazón
    y alma, hasta
    los que tiene un poder diabólico de de nominación,
    de constitución que se ejercer sobre la
    identidad misma del estudiante, sobre su imagen de sí, y
    pueden infligir en un traumatismo terrible.

    Pero, quien es el profesor: es un ser dotado de
    autoridad pedagógica y, por lo tanto, de capacidad de
    reproducir los principios de orden cultural dominante y dominado,
    es también, toda instancia educativa que realiza un
    trabajo pedagógico. Este debe entenderse como el trabajo
    propio de inculcación progresiva de los elementos y
    prácticas de la herencia cultural, capaz de producir una
    formación larga y duradera a través de la
    escuela.

    El profesor inculca de manera intensa comportamientos,
    actividades y saberes en condiciones lógicas expresadas en
    sus prácticas pedagógicas, sin apelar
    explícitamente a normas, reglas o códigos. Es por
    ello, que el docente es precisamente un producto del trabajo
    pedagógico socialmente determinado de toda actividad
    educativa, difusa e institucional, que tiene por objeto hacer
    interiorizar modelos, significaciones y en general, las
    condiciones sociales existente para formar lo que se llama
    personalidad.

    La inculcación que se realiza toda acción
    pedagógica es generadora, no sólo de
    información sino de personalidades sociales.

    Ya hemos hablado de la realidad en la escuela a
    través de su función
    social y cuyo ejecutor es el profesor, evidentemente son claros
    sus resultados. Pero quizás, el único que puede
    hacer algo para remediar la situación es él. La
    pregunta es ¿Cómo?

    La respuesta es simple educando estudiantes con una
    sólida formación de ciudadanía
    crítica que lucha para recuperar la vida pública
    democrática.

    No es sólo hablar de valor
    vico del modo
    indicativo, supone también, sostener que cualquiera que
    sea educado críticamente se dará siempre cuenta de
    que todo acto de lucha por la democracia supone un riesgo. No
    podemos pensar simplemente en quedarnos a salvo, tranquilos,
    seguros y cómodos. La educación crítica
    requiere que profesores en conjunto con sus estudiantes,
    estén siempre en la brecha, y que caigan en la cuenta de
    que, en cierto sentido fundamental, se producen consecuencias que
    exigen pagar un precio muy
    alto. Después de todo, la lucha por la justicia y los
    principios democráticos siempre implica
    arriesgarse.

    Pero que lo primero que se tiene que hacer es:
    reconstruir el concepto de profesor como trabajador cultural, es
    decir, persona que trabaja en los distintos lugares en los que
    confluyen el conocimiento, el poder y la autoridad. Tal
    reconocimiento ayuda a reformular el carácter y el
    objetivo de la
    práctica pedagógica. En este sentido, la
    pedagogía se convierte en una actividad cívica que
    surge de la necesidad de ampliar las condiciones de la
    actuación democrática humana y para extender las
    formas sociales que amplían las capacidades humanas
    críticas para eliminar la violencia material y
    simbólica de la sociedad, en vez de cerrarlas.

    Por eso, es de suma importancia que el profesor romper
    la división entre pensamiento y acción que
    caracteriza la forma tan rígida la organización de
    escuelas y el currículos. Esta división de trabajo
    ha formado parte durante mucho tiempo de una tradición
    instrumentalista que define el trabajo docente, y que sostiene
    que los profesores no deben ejercer presiones utilizando su
    capacidad para pensar, limitándose a realizar o ejecutar
    las labores predeterminadas por el estado u
    otras instancias. Es la pedagogía del servilismo, que
    subordina la capacidad de los profesores al imperativo estricto
    de realizar los sueños y perspectivas de otros.

    Es la pedagogía del servilismo, que subordina la
    capacidad de los profesores al imperativo estricto de realizar
    los sueños y perspectivas de otros. (Giroux,
    1998)

    En segundo lugar, no podemos hablar de que los
    profesores lleguen a controlar de algún modo la
    producción del conocimiento salvo que nos ocupemos
    también de las condiciones históricas y
    estructurales en las que han trabajado y luchado. Aunque este
    factor no siempre es alcanzable debido a la carga de trabajo o en
    algunos casos no es posible transformar ciertas condiciones de
    trabajo.

    En tercer lugar, es muy importante, que no podemos
    situar simplemente a los profesores en un solo espacio, o sea, en
    el aula. Porque los profesores son también trabajadores
    culturales que necesitan estar en contacto con otros educadores
    de muchos lugares para ampliar el sentido y los lugares en los
    que se pone en práctica la pedagogía.

    Esto les brinda la oportunidad de establecer
    vínculos, ver las conexiones entre su trabajo y el de
    otros trabajadores de la cultura, y desarrollar movimientos
    sociales que puedan oponerse a los métodos de
    aprendizaje opresivo y dominante.

    En el mundo postmoderno, es esencial que los educadores
    adopten una postura que permita vincular los compromisos sociales
    con la acción pública, de manera que sirvan de
    ejemplo a sus alumnos respecto a lo que significa ser un
    "intelectual público". El intelectual
    público aborda el mundo de manera que pueda ocuparse con
    la mayor seriedad de sus problemas más acuciantes. De este
    modo, la cuestión del aprendizaje se vincula a formas de
    activismo que realzan las posibilidades de vida
    democrática.

    Más específicamente, esto significa dar a
    los profesores, estudiantes y comunidades el control de las
    condiciones para la producción del conocimiento, utilizar
    los recursos
    culturales que los estudiantes aportan a la escuela sin dejarlos
    como meros objetos de consideración romántica, unir
    las formas de representación y los contenidos de la
    enseñanza con el desarrollo de los conocimientos que han
    hecho posible la revolución
    electrónica del mundo postmoderno;
    significa también hacer que las escuelas resulten seguras
    para los estudiantes, de modo que puedan permitirse correr
    riesgos, hablar, participar abordar y poner en duda la forma de
    construir el conocimiento y con qué propósitos, y
    situarse así ellos mismos más como agentes que como
    objetos de conocimiento y poder.

    Por lo general, el discurso de los profesores no tiene
    nada que ver con la vida pública. El lenguaje que suelen
    aprender es el de las metodologías, la dirección científica, el
    profesionalismo. Es por ello apremiante, que ofrezca muchas
    más cosas, como, por ejemplo, distintos lenguajes
    políticos. Tienen que ser capaces de reconocerse a
    sí mismos en un lenguaje desmitificador, de manera que
    puedan descubrir que toda tarea educativa es también una
    tarea política. En segundo lugar, los profesores tiene que
    verse como agentes de una especie de futuro distinto, más
    orientado a crear que a destruir las posibilidades de justicia
    social.

    En tercer lugar, creo que necesitan reconocer que no se
    puede ser un intelectual público fuera de la
    política de representación. La conducta,
    experiencia y práctica del docente carecen de relieve y no
    pueden comprenderse aparte de la
    representación.

    Sólo a través de los lenguajes que
    utilizamos para representarnos e imaginarnos a nosotros mismos y
    las actividades que realizamos podemos llegar a comprender
    cómo somos, responsabilizarnos de nuestros actos y entrar
    en diálogo
    con los otros. Toda la pedagogía participa en las
    negociaciones y traducciones que se llevan a cabo en medio de
    diferentes luchas sociales, políticas y
    culturales.

    En estos procesos es fundamental el problema de la
    elaboración de un lenguaje crítico que reconozca su
    propia parcialidad, sus condiciones de existencia, historicidad y
    referentes éticos.

    CONCLUSIONES

    Hemos aproximado un poco al pensamiento de Henry A.
    Giroux entorno a su concepción de la escuela, el
    estudiante, docente y la práctica pedagógica. Y no
    ha dado por resultado que el lenguaje y la comunicación
    son el vehículo que nos hace participe desde cualquier
    óptica
    de cambio en el
    aula. Es por ello, que creemos firmemente necesario estudiar
    estos, para explorar sus consecuencias en la sociedad y la
    realidad en la escuela.

    Giroux al igual que Bordieu sostienen que el lenguaje es
    el constructor de realidades, y su materialización en el
    aula a través del a la práctica docente y es de
    aquí que el individuo se
    convierta en un producto de las estructuras de poder como un
    elemento reproductor de los intereses de una clase
    dominante.

    Evidentemente la escuela como producto de esa estructura
    social auto reproduce pensamientos, hábitos, conductas
    en sus estudiantes para que esa sociedad permanezca
    inmóvil y legitime las condiciones
    establecidas.

    Pero Giroux encontró que a través del aula
    esta situación puede cambiar mediante la
    modificación de las prácticas pedagógicas
    empleadas por el profesor en su aula. Es a través de
    hacerse consciente su función y papel dentro de este nuevo
    proceso de educación. Formando alumnos con un sentido
    critico de su funciona ciudadana y democrática al interior
    de su nación.

    El trabajo del docente es crear un lenguaje que logre
    establecer las conexiones necesarias para que el estudiante
    vincule el conocimiento de la calle con el conocimiento
    científico cambiando su apreciación afectiva y
    viceral que tiene de este. Creando nuevos código
    perfectamente asimilables y practicables por el alumno totalmente
    engarzados a las condiciones y problemas de su comunidad, de tal
    manera, que lo hagan conciente y crítico del
    entorno.

    Pero para realizar esto, primeramente, los profesores
    deben romper las estructuras de pensamiento heredadas, así
    como, las formas en que transmite esto. Como segundo paso, se
    debe establecer una nueva concepción del docente
    totalmente revalorizado. Y finalmente educar a nuestro alumnos
    para romper esquemas, ser crítico, reflexivos y concientes
    de su papel en la sociedad y el cambio.

    Terminaré con la siguiente cita de Maturana:
    Preparemos a las personas para incorporarlas a la cultura y la
    Sociedad. Pero al mismo tiempo eduquémoslas en valores
    para que se respeten así mismas y o los demás,
    ciudadanos en una sociedad democrática.

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    Omar Bandala Fonseca.

    Licenciado en Ciencias
    Políticas y Administración Pública

    Un año de la Maestría en Gestión
    Administrativa

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