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El evangelio de Judas y el conocimiento sobre Jesús



    Monografía destacada

    1. El evangelio de Judas y el
      disparate revestido de criterio
      científico
    2. El Evangelio de Judas es
      un documento anticristiano
    3. El Nuevo Testamento es la
      única versión fiable para todo lo concerniente a
      Jesucristo y a su obra de salvación
    4. El conocimiento de
      Jesús

    El evangelio de Judas
    y el disparate revestido de criterio
    científico.

    Al final de la década de los setenta fue hallado
    en Egipto
    un códice
    escrito en el dialecto sahídico, del idioma

    copto, en el que aparece un texto que se
    creía perdido y que parece corresponder al "Evangelio de
    Judas", mencionado en la literatura patrística
    antigua. Dicho texto, que forma parte de un códice en el
    que hay otras tres obras gnósticas, ha sido datado por
    varios métodos,
    entre ellos el del carbono14,
    estableciéndose para el mismo una fecha de redacción aproximada entre la última
    mitad del siglo III y la primera del siglo IV d.C.

    El papiro se encuentra muy deteriorado ya que algunas
    partes del texto se han perdido y otras se conservan sólo
    fragmentariamente. Sólo 26 de las 66 páginas de que
    consta el códice corresponden al "Evangelio de Judas". De
    las 13 que han podido traducirse hasta aquí, se desprende
    que se trata de unas presuntas revelaciones que Jesús hizo
    en privado a Judas tres días antes de la Pascua, en las
    que Judas Icariote es presentado como el discípulo
    favorito de Jesús que entrega a su maestro a los romanos
    siguiendo las órdenes del propio Jesús.

    En este año de 2006 la
    National Geographic Society
    hizo público a bombo y platillo su trabajo de
    restauración y traducción del manuscrito. Sus conclusiones
    ha llevado a la prensa a dar un
    tratamiento sensacionalista al asunto de manera que se han dicho
    entre otras las siguientes cosas: 1) El evangelio según
    Judas sería uno de los descubrimientos
    arqueológicos más sensacionales de los tiempos
    modernos. 2) Diversas pruebas han
    demostrado que, en cuanto a la antigüedad del texto, su
    autenticidad está fuera de toda duda. 3) Judas Iscariote
    ha sido un hombre
    vilipendiado durante dos mil años, el papiro
    revelaría la verdadera relación de Cristo con Judas
    y que en realidad fue todo un héroe. 4) La Iglesia
    alberga el temor de que el manuscrito ponga patas arriba muchas
    de las creencias más profundamente arraigadas del cristianismo.
    ¿Qué tenemos que decir ante esto?

    1.
    El Evangelio de Judas es un documento
    anticristiano.

    El documento original, del cual el encontrado en Egipto
    es sólo una copia del siglo IV, fue compuesto a final del
    siglo II d.C. Sabemos por los Padres de la Iglesia,

    Ireneo de Lyón,
    Epifanio de Salamis y
    Teodoreto de Ciro, que el Evangelio de
    Judas es un texto gnóstico tardío, rechazado y
    condenado como apócrifo y herético por la
    Iglesia.

    Este documento apócrifo es semejante a la
    mayoría de los hallados en
    Nag Hammadi
    en 1945,
    y como la mayoría de los textos gnósticos no
    trasmite tradiciones que se remontan al Jesús
    histórico, sino que son reelaboraciones posteriores, en
    clave esotérica, que reinterpretan los relatos
    evangélicos más antiguos de manera que concuerden
    con creencias particulares o sincréticas, tan apartadas de
    la visión consensuada del dogma cristiano que podemos
    afirmar, sin temor a equivocarnos, que eran
    anticristianas.

    Que los gnósticos no eran cristianos es algo
    evidente en sus escritos. Su doctrina iba dirigida a una
    élite capaz de salvarse a sí misma mediante
    la gnosis
    o conocimiento
    introspectivo de lo divino. Esta capacidad de conocimiento era
    para ellos superior a la fe y al sacrificio de Cristo, por lo que
    los iniciados gnósticos no esperaban obtener la gracia del
    perdón y salvación mediante el arrepentimiento y la
    fe en Cristo. Según ellos el hombre
    puede salvarse a sí mismo mediante una mística
    secreta de la salvación en la que se mezclan
    sincréticamente ideas orientales y de la filosofía
    griega, principalmente platónica.

    En su visión dualista, los gnósticos
    veían la materia como
    el anclaje y origen del mal, por lo que no podían concebir
    las dos naturalezas de Jesucristo
    (divina y humana), ya que para ellos la materia era
    contaminante. Esto les llevaba a formular la doctrina del "cuerpo
    aparente de Cristo", que establece que Jesucristo no era
    más que un espíritu con apariencia de un cuerpo
    material (docetismo).
    Otros grupos
    gnósticos sostenían que Jesucristo fue un hombre
    corriente que en algún momento fue adoptado por una
    fuerza divina
    (adopcionismo).

    Según la doctrina gnóstica, Jesucristo
    pretendía transmitir a los espíritus de las
    personas el principio del autoconocimiento, de modo que sus almas
    se salvasen por sí mismas al liberarse de la materia. El
    apóstol Juan condenaría estas enseñanzas
    como anticristianas al decir: "Todo espíritu que no
    confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios"
    (1
    Jn 4.1-3).

    En consecuencia, el evangelio apócrifo de Judas
    encontrado en Egipto no es más que una copia del siglo IV
    de un documento gnóstico anticristiano de final del siglo
    II. Es un documento tardío que perteneció a un
    grupo marginal
    y sectario que se hizo una fuente normativa a su medida, en
    abierta oposición al cristianismo fundado en las
    escrituras apostólicas del siglo I. Por tanto afirmar que
    su "hallazgo es uno de los descubrimientos arqueológicos
    más sensacionales de los tiempos modernos" es un absurdo
    descomunal.

    De lo único que no hay duda es que el texto en
    cuestión es un "auténtico documento apócrifo
    del siglo IV", que no tiene más valor que el
    de documentar algunos de los sincretismos que se dieron en la
    antigüedad entre el cristianismo, el paganismo oriental y la
    filosofía griega.

    Durante los primeros siglos no había duda en el
    seno de la Iglesia sobre cuales eran los libros
    normativos para el cristianismo. El surgimiento de grupos
    sectarios, con creencias que no podían fundamentarse en
    los evangelios y epístolas de los apóstoles de
    Jesucristo, les lleva a fabricar sus propias versiones de los
    hechos, atribuyendo su autoría a algún miembro del
    grupo apostólico, como medio de tener una autoridad
    documental en la que avalar sus enseñanzas. Es por esa
    razón que la Iglesia se movilizó rechazando las
    nuevas reinterpretaciones como apócrifas y fijando los
    criterios para establecer el canon o lista de los libros
    considerados inspirados y normativos.

    2. El Nuevo Testamento
    es la única versión fiable para todo lo
    concerniente a Jesucristo y a su obra de
    salvación.

    En las listas apostólicas el nombre de Judas
    siempre aparece al final, generalmente acompañado de una
    descripción sobre su infame acción:
    "el que le entregó" (Mr 3.14-19), "que llegó a ser
    traidor" (Lc 6.16). El término Iscariote que
    acompaña a su nombre procede del hebreo
    ’îš q‛rîyot, cuyo
    significado es "hombre de Queriot", en relación con la
    ciudad moabita de este nombre mencionada en (Jer 48.24) o con la
    ciudad al sur de Hebrón que aparece en (Jos 15.25), de una
    de las cuales era originario Judas con toda probabilidad.

    Los evangelios le presentan como una persona incapaz
    de discernir la importancia de ciertas acciones de
    gran contenido en fe y espiritualidad (Mr 14.3-9), como un hombre
    hipócrita que aparentaba interés
    por las personas pobres, llegando a enjuiciar a María por
    su noble acción al ungir a Jesús con un costoso
    perfume (Jn 12.4-5), cuando en realidad su única
    intención era aprovecharse de su condición de
    tesorero del grupo apostólico (Jn 13.29) para apropiarse
    del dinero que
    habían puesto bajo su custodia (Jn 12.6).

    Llevado por su ambición y avaricia acude
    secretamente a los principales sacerdotes para traicionar a
    Jesús (Mt 26.14-16), vendiéndole por treinta piezas
    de plata y escogiendo el beso como señal para su entrega.
    Los evangelistas Lucas y Juan añaden el detalle de que
    Satanás estaba detrás de las malévolas
    acciones de Judas (Jn 13.27) (Lc 22.3-6).

    En contraste, en el evangelio apócrifo de Judas
    se hace una valoración positiva de la figura de

    Judas Iscariote al presentarle como el
    discípulo favorito de Jesús que cumple sus
    órdenes, entregándole a unas autoridades romanas
    que fueron un mero instrumento para la liberación de su
    espíritu encarcelado mediante el sufrimiento, todo ello en
    conformidad con la doctrina dualista gnóstica.

    Esta reivindicación del perverso Judas no
    sorprende a aquellos que sabemos cual era el grupo
    gnóstico que elaboró el "Evangelio de Judas". Se
    llamaban a sí mismo los cainitas, nombre que
    proviene de aquel malvado y fraticida Caín que mató
    a su hermano Abel en el Génesis, en quien ellos vieron "la
    más alta potencia y la
    fuerza más consistente". Los cainitas, que eran una
    de las sectas gnósticas más libertinas del momento,
    afirmaban que, dependiendo la salvación únicamente
    de la gnosis del alma, no era
    relevante el comportamiento
    del cuerpo, el cual no estaba sujeto a ninguna atadura moral y era
    libre para toda clase de
    goces.

    Una de las cosas que parece evidente, con todo el
    revuelo que se ha armado con el "Evangelio de Judas", es que
    vivimos en tiempos difíciles para las enseñanzas y
    creencias cristianas basadas en las Sagradas Escrituras. Es
    curioso que quienes no creen en la Biblia, a pesar de ser un
    documento muy antiguo y fiable, están dispuestos a creer
    fanáticamente y defender dogmáticamente cualquier
    otra cosa, por muy absurda que sea, con tal que ésta
    contradiga la visión que de Jesucristo o del Evangelio
    tenemos los cristianos, aunque para ello tengan que basarse en
    documentos
    tardíos y apócrifos. Así ha sucedido con la
    obra El Código
    Da Vinci
    de Dan Brown. ¡Esto es el colmo del
    disparate!

    Los cristianos no tenemos miedo a que la mentira
    disfrazada de ciencia o de
    best-seller literario socave nuestras creencias, porque nuestra
    fe es un don de Dios que nos lleva a Jesús en el poder del
    Espíritu
    Santo. Nuestra percepción
    de Cristo como Salvador, y nuestra forma de entender la vida y lo
    que hay tras ella, se funda en una Escrituras, la Biblia, cuyo
    poder transformador es algo que queda evidenciado por millones de
    personas en todo el mundo, tanto en el pasado como en el
    presente. La mentira y el absurdo sólo encuentran
    corazones receptivos en aquellos que, viviendo de espaldas a
    Dios, necesitan legitimar ante sí mismos que andan por el
    camino correcto.

    El
    conocimiento de Jesús

    Desde los primeros siglos de nuestra era, sobre todo a
    partir del siglo IV, surgieron diferentes herejías
    cristológicas o conceptos extraños sobre la persona
    u obra de Cristo. Para entender él por qué
    ocurrió tal cosa es necesario recordar que la iglesia
    primitiva estaba inmersa en un proceso de
    búsqueda de una concepción de Cristo que hiciese
    justicia a los
    siguientes aspectos: 1) Su verdadera y propia deidad; 2) Su
    verdadera y propia humanidad; 3) La unión de la humanidad
    y la deidad en una sola persona; y 4) La adecuada
    distinción entre la deidad y la humanidad en una sola
    persona. Como dice L. Berkhof "todas las herejías
    cristológicas que surgieron en la Iglesia de los primeros
    siglos, se originaron en el fracaso de combinar todos estos
    elementos en la formulación doctrinal de la verdad.
    Algunos negaban, totalmente o en parte, la verdadera deidad
    propia de Cristo (Ebionitas, Alogitas, Monarquianos
    dinámicos y Arrianos), y otros disputaban totalmente, o en
    parte, su verdadera y propia humanidad (Docetistas,
    Gnósticos y Modalistas)."

    Los evangelios apócrifos son otras formas
    pervertidas de presentar a Jesús. Estos son escritos de
    fecha muy posterior al tiempo
    histórico de los sucesos narrados por ellos. Sus autores
    suelen escribir con un seudónimo, generalmente el nombre
    de un apóstol. Nos muestran relatos triviales y
    extravagantes sobre la vida de Jesús. Como ejemplo tomemos
    una muestra del
    evangelio apócrifo de la infancia de
    Jesús del Seudo Tomas (de final del s. II). El autor
    presenta a Jesús de niño haciendo pájaros de
    barro y echándoles a volar, dejando seco al hijo de
    Anás el escriba, matando a un muchacho que tropezó
    con él, dejando ciegos a quienes no estaban de acuerdo con
    la muerte del
    joven anterior, etc. Todo este "evangelio" nos presenta a un
    Jesús iracundo, travieso y orgulloso que utiliza sus
    poderes para divertirse, para mostrar su disgusto o para hacer
    daño a
    alguien que le ha importunado. Los demás evangelios
    apócrifos son igualmente absurdos.

    Más recientemente, Ernesto Renán
    (1823-1892), un estudiante de teología que apostató
    de la fe y vocación cristiana cuando tenía 23
    años, se dedicó, en palabras de J. Ribera, a
    "derramar luz en torno a la falsa
    leyenda del cristianismo… fue una piqueta demoledora contra la
    Iglesia". Escribió un libro sobre la
    vida de Jesús en el que afirmó que los evangelios
    están "plagados de errores y de
    contrasentidos".

    Partiendo de ese presupuesto,
    diseñó una biografía de
    Jesús en la que lo redujo a un gran hombre: "nadie
    sobrepujará a Jesús", dijo; un hombre en la
    categoría de los "semidioses", que dio a la humanidad un
    ejemplo maravilloso: "en él se reconcentró cuanto
    de noble y bueno se contiene en nuestra naturaleza ".
    Renán negó en su obra todo lo sobrenatural en la
    vida de Jesús, negó su divinidad, negó el
    poder desplegado en sus milagros, negó su
    resurrección sobre la muerte. El
    Jesús de Renán no es el Verbo eterno, no es el Hijo
    de Dios, ni tampoco es el Salvador del mundo; es sólo un
    gran hombre al que admiró como tal: "y todos los siglos
    proclamarán que entre los hijos de los hombres no ha
    nacido ninguno que pueda comparársele".

    Otras obras más actuales que nos muestran
    perversiones sobre la persona y vida de Jesús son los
    libros: El caballo de Troya y El Bluf o la Estafa de
    Cachemira, y las películas: Jesucristo Súper
    Star y La última tentación de Jesús. En
    todas estas obras sus autores nos presentan a un Jesús
    descafeinado, desprovisto de sus atributos divinos y
    sobrenaturales tanto como de su humanidad perfecta. Nos presentan
    a un Jesús patético, unas veces, y otras a un
    Jesús digno de admiración pero cuya obra, mensaje y
    poder no trasciende a su muerte. Este es el engaño de
    Satanás para aquellos que, ciegos por el pecado, viven de
    espaldas a Dios.

    Si queremos conocer a Jesús debemos hacerlo a
    través del testimonio apostólico. Esto no significa
    que no existan otras evidencias de
    la historicidad de Jesús. Muchos son los testimonios
    seculares que dejan fuera de toda duda este hecho. Veamos algunas
    muestras de ello en las fuentes
    seculares: El historiador romano Cornelio Tácito, que
    nació entre el 52 y el 54 d.C., al escribir del reinado de
    Nerón, alude a la muerte de Cristo y a la existencia de
    los cristianos de Roma. (Anales
    XV.44). Tácito hace una más amplia referencia al
    cristianismo en un fragmento de sus Historias, en relación
    con el incendio del templo de Jerusalén en el año
    70 d.C., preservado por Sulpicio Severo (Crónicas
    II.30.6). El satírico del siglo segundo, Luciano,
    habló con desdén de Cristo y de los cristianos. El
    historiador judío Flavio Josefo, que nació el 37
    d.C., hace una referencia a Jesús en (Antigüedades
    XVIII.3.3) y otra a Santiago, el hermano de Jesús, en
    (Antigüedades XX.9.1). Suetonio, 120 d.C., es otro
    historiador romano que cita a Jesús (Vida de Claudio
    25.4). El gobernador de Bitinia en Asia Menor,
    Plinio Segundo o Plinio el Menor, (112 d.C.) escribió al
    emperador Trajano pidiéndole consejo de cómo tratar
    a los cristianos (Epístolas X.96). La carta de Mara
    Bar-Serapio, es un interesante documento de después del 73
    d.C. en el que este autor sirio escribe desde la prisión a
    su hijo Serapio para alentarle en la búsqueda de la
    sabiduría. Le menciona diferentes sabios entre los cuales
    incluye a Jesús (1.114). Los Talmudes judíos
    también hacen referencia a Jesús en muchas
    ocasiones. (Babilonia Sanhedrín 43a).

    En cuanto a las fuentes eclesiales, tenemos en primer
    lugar a Tertuliano, jurista-teólogo de Cartago, que en una
    defensa del cristianismo (197 d.C.) ante las autoridades romanas
    de África, hace mención del intercambio epistolar
    habido entre Tiberio y Poncio Pilato (Apología V.2). Otros
    autores cristianos de los primeros siglos serían Julio
    Africano (221 d.C.), que cita a Talo el historiador samaritano
    que menciona a Jesús en sus escritos (1.113), y Justino
    Mártir (alrededor del año 150 d.C.) que en su
    Defensa del cristianismo, ante el emperador Antonino
    Pío, hace mención del informe de Pilato
    que suponía debía estar preservado en los archivos
    imperiales. (Apología 1.48).

    Pero la fuente principal para el conocimiento de
    Jesús es el testimonio apostólico. Los
    apóstoles fueron testigos de primera mano de todo cuanto
    narran en sus escritos. Ellos oyeron, vieron y palparon todo que
    cuentan en sus escritos (1 Jn 1.1-4) (2 P 1.16-18). Durante tres
    años estuvieron con Jesús, sin separarse
    prácticamente de él. Estuvieron a su lado cuando
    predicaba, cuando sanaba, cuando reprendía, cuando
    procedía con misericordia. Estuvieron con él en los
    momentos buenos y en los malos. Ellos fueron testigos
    presenciales todo el tiempo del ministerio del Señor
    Jesús (Hch 1.8,21-22). Ellos comieron de los panes y los
    peces, ellos
    sufrieron las inclemencias del viento y el mar embravecido, ellos
    se quedaron hondamente impresionados cuando vieron salir a
    Lázaro, vivo, del sepulcro.

    Los apóstoles fueron inspirados por Dios para
    escribir todo cuanto vieron, oyeron y palparon con escrupulosa
    fidelidad (2 P 1.21). Algunos pocos escribieron lo que otros
    testigos de primera mano les contaron. Este fue el caso de Lucas,
    el médico amado, que escribió su evangelio
    probablemente por el testimonio de María (Lc 1.1-4), y el
    libro de los Hechos porque fue compañero de viaje del
    apóstol Pablo (Hch 1.1-5). La inspiración les
    libraría de error al seleccionar las fuentes. Pero la
    mayor parte, que eran testigos oculares, fueron guiados a toda la
    verdad por el Espíritu Santo (Jn 16.13), quien unas veces
    les enseñaba y otras les recordaba las cosas vistas,
    oídas y experimentadas (Jn 14.26). De esta manera fueron
    preservados de seguir cualquier cosa que no fuera la verdad (2 P
    1.16).

    Es por esto último que podemos afirmar que los
    escritos apostólicos son Palabra de Dios (2 Ti 3.15-17), y
    como tal, son un testimonio fidedigno sobre la vida de
    Jesús (Jn 21.24). El testimonio apostólico fue
    escrito por hombres que nunca se propusieron escribir cosa
    alguna. Lo hicieron porque el Señor se los mandó,
    porque el Espíritu de Dios les guió a ello, para
    que se convirtiese en la única fuente para un conocimiento
    salvador de Jesús (Jn 20.30-31). Los evangelios no
    sólo trasmiten un conocimiento sobre Jesús a nivel
    de información histórica, sino que,
    sobre todo, son un instrumento para el conocimiento en el poder
    de Dios que se traduce en la fe en él (Ro 10.17). Esta fe
    en Jesús produce salvación y vida eterna (Jn
    3.36).

    La importancia del conocimiento de Jesús
    está, en primer lugar, en que por él podemos
    conocer al Dios verdadero, el cual se ha revelado en su palabra y
    en su Hijo (He 1.1-2): "A Dios nadie le vio jamás; el
    unigénito Hijo, que está en el seno del Padre,
    él le ha dado a conocer"
    (Jn 1.18). A través de
    su testimonio y de sus obras podemos conocer el carácter de Dios: Su entrañable
    amor (Jn
    11.34-36); Su ira (Jn 2.13-22); Su justicia y su misericordia (Jn
    8.1-11); Su inmenso poder (Jn 11.38-44), etc. Todos los atributos
    de Dios fueron manifestados a través de la persona de
    Jesús. Es por ello que él dijo: "El que me ha
    visto a mí, ha visto al Padre"
    (Jn 14.9).

    En segundo lugar, conocer a Jesús es conocer al
    hombre que somos. Como segundo Adán (1 Co 15.45),
    Jesús nos muestra al hombre perfecto:
    "¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?"
    (Jn 8.46) (He 7.26,28), nos muestra al hombre que todos
    deberíamos ser y no somos; nos muestra que existe una gran
    diferencia entre lo que creemos ser y lo que somos en realidad:
    "El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en
    arrojar la piedra contra ella … pero ellos, al oír esto,
    acusados por su conciencia,
    salían uno a uno, comenzando desde los mas viejos hasta
    los postreros"
    (Jn 8.7-9). Con su poder y luz Jesús
    nos lleva a descubrir la terrible realidad de nuestro pecado y
    sus terribles consecuencias de manera que caigamos de rodillas
    ante él clamando: "Soy hombre pecador" (Lc 5.8), y
    suplicarle "ten misericordia de nosotros" (Lc
    17.13).

    Conocer a Jesús es, en tercer lugar, conocer la
    salvación (Mt 1.21) (Jn 1.29). La visión de nuestro
    pecado, producida por la iluminación de Jesús, es una
    visión en esperanza porque conlleva el arrepentimiento o
    reconocimiento de nuestra condición de pecador:
    "Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos
    los que merecieron nuestros hechos…";
    y la fe que ve en
    Jesús al Salvador provisto por Dios para librarnos de las
    consecuencias de nuestros pecados: "acuérdate de
    mí"
    (Lc 23.41-42). Por tanto quien conoce a
    Jesús conoce "la verdad" sobre Dios, sobre su
    pecado y sobre el modo de salir de él; quien conoce a
    Jesús conoce "el camino" para llegar al Padre, que
    no es otro que la fe en el propio Jesús (Jn 14.6-7; 3.16).
    Quien conoce a Jesús sabe que "no hay otro nombre bajo
    el cielo, dado a los hombres, por el que podamos ser salvos"

    (Hch 4.12); sabe que "no hay otro mediador entre Dios y los
    hombres"
    salvo Jesús (1 Ti 2.5). Quien cree en
    Jesús tiene vida eterna (Jn 3.16,36; 10.27-28;
    17.1-3)

    Conocer a Jesús, por último, es conocer al
    hombre que debemos ser en el "hoy" de nuestra vida. Dios nos ha
    salvado para llevarnos a ser como su Hijo, es decir, Jesús
    es el modelo hacia
    el cual Dios quiere conformarnos (Ef 4.11-13) (1 Jn 3.2-3) (Fil
    3.20-21). Él dijo: "Llevad ni yugo sobre vosotros, y
    aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
    hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es
    fácil, y ligera mi carga"
    (Mt 11.29-30). Esta
    lección fue aprendida muy bien por Pedro, unos de sus
    discípulos, cuando dijo: "Cristo padeció por
    nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus
    pisadas"
    (1 P 2.21). La "asignatura" que estudiamos los
    cristianos se llama Jesús. De él debemos aprender a
    pensar rectamente, a actuar con justicia, a proceder con amor y
    bondad y a hacer la voluntad de Dios por encima de todas las
    cosas. Cuánto más conozcamos a Jesús,
    más nos pareceremos a él: "Viendo el denuedo de
    Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del
    vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían
    estado con
    Jesús"
    (Hch 4.13). Cuanto más nos parezcamos a
    Jesús más santos seremos y más cerca
    estaremos de Dios.

     

    José Luis Fortes
    Gutiérrez

    Doctor en Teología y Licenciado en
    Historia

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