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La construcción de la identidad israelí: Génesis, problemáticas y contradicciones de una idea. El caso del nacionalismo judío




Enviado por Andrés Criscaut



Partes: 1, 2, 3

    1. Lo judío como plataforma
      política
    2. De
      naciones, izquierdas y sionistas
    3. El
      sionismo y sus proyecciones
    4. Conclusión
    5. Referencias
      bibliográficas

    "Todo está en saber hasta
    dónde se extiende el territorio de la
    identidad,

    y en dónde comienza el de la
    diferencia (…)"

    Tzvetan Todorov (2003, pág.
    115)

    INTRODUCCIÓN

    Luego del atentado a la embajada de Israel en Buenos Aires,
    durante una entrevista a
    Yasser Arafat un periodista argentino le preguntó el por
    qué de las repercusiones de un conflicto tan
    alejado de la realidad local. Más allá de la
    novedad del atentado, del desinterés y de la poca información sobre el conflicto
    palestino-israelí que había en ese momento en la
    Argentina, Arafat respondió, casi ofuscado, que no hay
    país, sociedad ni
    persona de
    este mundo que pueda estar exenta de lo que ocurra en Medio
    Oriente, en ese centro histórico de la civilización
    occidental.

    Fueron esas palabras, así como ese tono profundo
    y casi religioso como fueron dichas, lo que impulsa este trabajo.
    Desgranar ese mensaje, intentar comprender que en aquel
    rincón del planeta algunos creyeron, y creen, en una
    intrincada y compleja madeja de intereses, ilusiones,
    sentimientos y pasiones. Y que el desconocimiento de este
    conflicto, quizás hoy más que nunca, hasta puede
    ser una cuestión de vida o muerte para
    cualquier persona, en el lugar que sea. El vacío de los
    atentados a la Embajada de Israel en 1989 y a la
    Asociación de Mutuales Israelitas Argentinas (AMIA), en
    1992 no fueron señales
    en vano. Ellas fueron un elemento de una realidad ya por entonces
    anticipada. El nuevo presente de un Mundo moldeando no ya en un
    "choque de civilizaciones", sino en un nuevo "choque de
    fundamentalismos".

    No se trata de plantear, sostener y corroborar
    ningún tipo de hipótesis, sino simplemente de poder dar a
    entender que este conflicto resiste y se adapta a todo tipo de
    interpretación: político,
    económico, ideológico, social, cultural y hasta
    psicológico.

    De esta manera trasciende ampliamente un sólo
    tipo de lectura e
    interpretación y clama por un análisis mucho más amplio e
    interdisciplinario. Sin embargo el abanico de recursos y
    discursos es
    tan amplio que amenaza en sí mismo cualquier intento o
    síntesis por esclarecer esta
    problemática. Las variadas líneas de lectura de
    este proceso son
    como telarañas de un cristal roto que amenaza en cualquier
    momento con fragmentar todo el mapa internacional. Medio Oriente
    está justo en ese centro donde convergen todas estas
    fracturas.

    Es desde esa incomprensión, distorsión e
    "inabarcabilidad" que se tiene del conflicto, desde esas
    márgenes de los imaginarios que rigen el comportamiento
    social, desde esa política letal del
    "nosotros" y del "ellos", que este trabajo intenta resaltar
    algunos aspectos que aporten a la comprensión de un
    conflicto sumamente intrincado y comprometidamente
    globalizado.

    Hoy, desde la realidad del siglo XXI, estos
    contrapuestos pueden ser vistos como la primera línea de
    fractura anticipada de una suerte de pugna de pasiones y
    fantasías, pero también con fuertes componentes de
    lucha de clases, de ideologías, de religiones y de
    fanatismos.

    La casi perenne y obscena persistencia de este conflicto
    ya no puede interpretarse sólo con los elementos
    analíticos que brinda la política internacional:
    desde septiembre del 2001 sin duda comenzó una aparente
    "nueva dimensión" en la arena de las relaciones
    internacionales, mucho más etérea,
    fantasmagórica e impredecible que las "Lógica"
    que reinaba en la Guerra Fría o durante el Gran
    Juego
    del la "Belle Époque". La particularidad
    de Medio Oriente aporta muchos de estos nuevos elementos que hoy
    están en juego en la
    política internacional y que permiten la
    comprensión desde un nuevo enfoque mucho más amplio
    e interdisciplinario. Este aparente "sin sentido" que viene
    teniendo el mundo del siglo XXI, esta "ilógica" o "locura"
    religiosa y fundamentalista, es algo de larga data en esta
    región. No por nada se revive el fantasma de las Cruzadas,
    un fantasma que recorre la política internacional y la
    tiñe de esa antigua dinámica de Medio Oriente.

    Este trabajo también intenta definir un poco
    mejor esa tenue y conflictiva línea que separa ese
    reflejo, casi automático y muscular, que hace un
    sinónimo del volátil término "judío"
    del difuso gentilicio "israelí". Un intento por
    deshilvanar ese profundo simplismo de los estereotipos
    nacionales; de esos laberínticamente laxos, poderosos y
    propagables conceptos que claman a gritos su llenado de
    contenido. Comprender la ilusión que hace de un ruso un
    ruso, o de Francia un
    país. Ver el entramado de ese texto
    nacional, producto de un
    artesanado de imaginarios, y que producen ese dulce, adormecedor
    y apacible relato de "ser parte" y de "pertenecer".

    Porque si es indudable el aporte que varios intelectuales
    europeos de origen judío brindaron al pensamiento
    social y político, (especialmente en el campo socialistas
    de la universalidad, la equidad y la
    convivencia), es también justo mencionar que un movimiento
    gregario y excluyente como el Sionista debe ser valorado
    en otros términos.

    Su aporte debe ser visto desde el campo de las ideas
    motoras de la Historia, o de las grandes
    fantasías que modificaron el mapa político del
    Mundo. Si moralmente no hay país más justificado
    que el Estado de
    Israel, desafortunadamente el Sionismo, con su maravilloso
    mecanismo de gestión
    política internacional, nunca supo encausarse como el
    mayor de los procesos
    transnacionales y abanderarse muy tempranamente como el primer
    gran movimiento de Derechos Humamos
    internacional moderno. Y si precisamente esa fue su idea inicial,
    es lamentable lo tergiversados de los valores,
    ya que la realidad en la viaje Tierra
    Prometida, tan presentes en el imaginario social de las nuevas
    generaciones, lamentablemente empaña nuevamente con un
    tinte trágico la esperanza que había en la frase
    "el año que viene en Sión".

    Desde hace más de dos siglos "Palestina"
    comenzó a ser el campo de experimentación de
    diversas líneas de ingeniería político-social. El
    desarrollo de
    este proceso tuvo algo de anticipatorio a la nueva
    dinámica del ámbito internacional actual. Esa
    especie de Golem que se fue gestando desde aquel entonces,
    con sus marcados ingredientes quiméricos y
    mesiánicos, es el que ha perneado la nueva forma de hacer
    política a nivel internacional.

    Como en el conflicto árabe-judío, hoy, los
    mitos, las
    percepciones, el manejo de la información y el flujo de
    estereotipos creados por el actual sistema son
    más importantes que la verdad misma. Hasta
    parecería ser que la mínima cuota de credibilidad
    que necesitan las democracias para funcionar y sustentarse
    tampoco son ya necesarias. Ahí está la inexistencia
    de las armas de
    destrucción masiva iraquíes para
    corroborarlo.

    Porque si de predicciones se trata la política
    internacional, de detectar posibles conductas "racionales" de las
    sociedades,
    eso podrá ocurrir en cualquier otra parte, pero no en
    Medio Oriente desde hace mucho tiempo.

    Esa visión es la que resaltó Arafat en
    la entrevista;
    esas pequeñas líneas de orientación son las
    que este trabajo pretende abordar, y así intentar una
    lectura de ese texto que forman las "fracturas" del nuevo mapa
    internacional. Un intento de abordaje y de aproximación a
    esa zona del planeta que ha creando más Fantasías e
    Historia de la que ella misma, y la Humanidad, quizás
    puedan dominar.

    LO JUDÍO COMO
    PLATAFORMA POLÍTICA

    El despertar durante los últimos años de
    nuevos grupos
    secesionistas o de carácter autonomista, deben ser
    interpretados más como la regla, y no como la
    excepción, de los lineamientos de la política
    internacional post Guerra
    Fría. Desmenuzar sus dinámicas, sus
    "lógicas", y practicar una biopsia de estos procesos,
    particularmente en Medio Oriente, brindará algunos
    elementos para el abordaje de las posibles nuevas reglas de juego
    internacional.

    El conflicto árabe/judío, o
    palestino/israelí, pone en evidencia factores y mecanismos
    de formación de identidad, de creación de
    subjetividades y de significación histórica
    presentes en todo proceso de construcción nacional. El
    Estado de
    Israel, así como la incipiente Autoridad
    Palestina, son ambos mecanismos de formación nacional
    aún en gestación.

    Si bien a comienzos del siglo XXI estos procesos a
    simple vista podrían interpretarse como demostraciones
    tardías o perimidas de antiguas creencias nacionalistas,
    deben ser por el contrario entendidas como elementos presentes y
    aún vigentes en cualquier tipo de construcción de
    pertenencia o identidad. Entender el Sionismo dentro de sus
    propias variantes y los diferentes contextos históricos
    que lo fueron modificando es valorar una de los más
    originales y variados procesos de formación nacional,
    así como una de las etapas más conflictivas y
    originales del pensamiento político moderno.

    • REVISANDO ALGUNAS CERTEZAS

    La lucha de todo nacionalismo siempre fue un intento por
    poner una línea divisoria clara donde no existe ninguna.
    La idea de una Nación
    lleva siempre la sensación de ser parte de un ente casi
    orgánico y biológico, así como un
    eslabón en el destino histórico del conjunto al
    cual se pertenece. La práctica y el manejo de este
    discurso de
    pertenencia, de la "textualidad" del Ser nacional, fue
    magistralmente entendido y aplicado por el Sionismo, tanto en su
    impulso migratorio y colonizador como en su posterior proceso de
    state building.

    Como veremos, si bien la existencia del Estado de Israel
    es un hecho tan justificado como indiscutible, perdió
    rápidamente gran parte de sus valiosos concepto laico,
    universal y progresista que le dio origen. Como una
    profecía auto cumplida, no pudo mantenerse alejado de ese
    chovinismo nacionalista que tanto aborrecía, de ese
    segregacionismo basado en la tajante amalgama identitaria de la
    lengua, el
    suelo, la
    sangre, la
    raza y la redención histórica.

    Este largo proceso de transmutación y
    pérdida es el que actualmente desembocó en la
    política del Estado de Israel. Como se verá en este
    trabajo, es en esta constante búsqueda de
    autoafirmación de la identidad israelí dónde
    también hay que encuadrar la activa política de
    disolución del ser palestino y la cooptación de la
    diáspora judía. Comprender este
    proceso, emanado de una sociedad que se percibe a sí misma
    como la única democracia
    moderna y pluralista de Medio Oriente, es entrar en uno de las
    mayores y más fascinantes, persistentes y
    paradójicos procesos de identidad nacional de la
    historia.

    El escritor húngaro-británico George Mikes
    caricaturizó el funcionamiento de estos elementos cuando
    visitó Israel a mediados de la década del
    ‘60: "A la edad de seis años me enseñaron en
    la escuela primaria
    de Hungría todo lo referente a la conquista de dicho
    país por los antiguos magiares, la leyenda de "nuestro
    padre Arpad" quien luchó y conquistó a los
    ábaros y logró la "fundación del Estado".
    [Con el tiempo] esta cuestión se apoderó de mi
    imaginación y fue con pesar que me di cuenta de que era
    muy poco probable que me fuese dado presenciar un acontecimiento
    similar en toda mi vida (…). [Pero] cuando se fundó el
    Estado de Israel lo consideré como una insospechada buena
    suerte. No pretendo sugerir una comparación con los
    métodos
    empleados por "nuestro padre Arpad", pero, pensé, ahora me
    sería posible ver cómo se hacían las cosas"
    (Mikes, 1963, págs. 13-14).

    En esa estrecha franja entre el Mediterráneo y el
    Mar Muerto se presentan, de forma abrumadoramente condensada,
    muchos de los factores sociológicos, psicológicos y
    políticos que funcionan como elementos de
    construcción de diferentes estructuras
    interpretativas cargadas de subjetividades. La naturaleza del
    conflicto puede ser interpretada desde múltiples enfoques:
    religioso, cultural, étnico, e incluso colonial,
    económico, o simplemente como una "lucha de clases" o
    hasta como una lucha "inmobiliaria" por los recursos. En
    última instancia, los casos palestino e israelí
    pueden ser leídos como la pugna entre dos procesos de
    fuertes contrastes por la búsqueda de una identidad y una
    representación nacional.

    En esta región tanto las fronteras como las
    identidades aún se encuentran en gestación, sin
    poder distinguirse los límites
    entre una política exterior o internacional y una local o
    del interior. Hasta ahora es imposible discernir, ni siquiera en
    los mapas, la
    diferencia entre lo que realmente es "israelí" y lo que es
    "palestino". Dos conceptos aún ambiguos que se requieren
    mutuamente para diferenciarse. Pero en el caso israelí,
    esta indefinición plantea una dimensión aún
    más compleja. En ella se plantea una peculiar
    relación entre la diáspora judía mundial,
    así como las serias fluctuaciones sociales dentro de los
    distintos grupos de inmigrantes judíos
    que conforman Israel. El Sionismo, como motor del
    "nacionalismo judío", es todavía un proceso abierto
    y vivo que genera un intenso debate tanto
    fuera como dentro de Israel.

    En una reciente entrevista el escritor israelí
    Amos Oz dijo: "En Israel la historia se vive como experiencia
    personal [ya
    que aún] no es una nación,
    es una ruidosa colección de discusiones a gritos. Somos
    seis millones de primeros ministros, seis millones de profetas,
    seis millones de Mesías, todo el mundo está
    gritando, y nadie escucha". (Oz, 2002)

    Muchas de las dudas y problemáticas que se
    plantearon al inicio de la idea de la creación de un
    Estado para los judíos han tomado nuevos matices, pero
    permanecen en la mesa de toda discusión. En este aspecto,
    la paradoja israelí dispone de una variedad impresionante
    de procesos y contradicciones que siguen permeando y afectando
    todo el abanico de sus relaciones, tanto internas como externas.
    Entender el proceso de gestación, instauración y
    continuidad del Sionismo dentro del contexto de los movimientos
    nacionales, cobra un valor especial
    para entender uno de los conflictos
    internacionales de mayor duración y trascendencia del
    siglo XX, y quizás del XXI. Porque si bien puede tomarse
    la creación del Estado de Israel en 1948 como el final de
    un proceso, para entender de forma integral su realización
    como estado nacional moderno es preciso retroceder a sus
    raíces de la Europa del siglo
    XIX, así como escuchar los ecos que persisten más
    allá del año 2000.

    En este contexto, el debate por la oficialización
    de la historia se vuelve un campo de batalla vital por la
    búsqueda de principios de
    legitimación, alcanzando casi la
    categoría de "recurso natural" de valor
    estratégico. Estos mecanismos se orientan, en el caso
    israelí, a justificar una política de control sobre los
    palestinos y a autoimbuirse de una autoridad ante la diversidad
    judía en la diáspora.

    Este trabajo se centrará en algunos de los
    principales debates que se gestaron durante la formación
    del ideal sionista y que aún plantean dudas a resolver.
    Fuera de este alcance, es importante resaltar dos hitos que
    jugaron un papel crucial en la auto percepción
    de la sociedad israelí: La Guerra de los
    Seis Días de 1967, con la adquisición de los
    territorios ocupados, y la invasión del sur del
    Líbano en 1982 (por primera vez una avanzada
    injustificable desde el punto de vista de la teoría
    de la seguridad
    nacional). Ambos marcaron puntos de inflexión cruciales en
    la justificación histórica de Israel así
    como en la identidad de su misma sociedad. El debate en torno a los
    "nuevos historiadores", o corriente "neo" o "post" sionista, como
    se la conoce, también contribuyó a revisar muchas
    de las premisas fundacionales del Estado
    israelí.

    • LA PERSISTENCIA DE LO INDEFINIBLE

    La prolongación de las controversias entre las
    diásporas y las distintas tendencias y grupos dentro de la
    propia sociedad israelí, no ha menguado. El debate sobre
    la condición de ser judío o
    israelí persiste, tomando nuevas
    características e incluyendo nuevos actores. Actualmente,
    el principio fundacional del eterno antisemitismo ha sido
    en cierta forma reemplazado por el peligro que significa para el
    judío la asimilación misma.

    Para muchos ortodoxos y conservadores judíos, la
    misma israelización representa un serio peligro
    dentro de la misma Tierra Prometida. Según las facciones
    ortodoxas y fundamentalistas, Israel se ha vuelto un lugar de no
    creyentes, diseñada y regida desde sus primeros pioneros
    sionistas ateos, en la cual es imprescindible preservar y salvar
    la "autenticidad" del judaísmo, de realizar una
    "profilaxis del 'pueblo judío'", como
    diría Friedmann. De ahí la frase del Lévi
    Eshkol ante los judíos argelinos que optaron por emigrar a
    Francia: "la principal lucha de los judíos, de hoy en
    adelante, no es por la igualdad, ya
    la hemos conseguido, sino por el derecho a ser
    diferentes".

    Esta disyuntiva plantea una supuesta "centralidad de
    Israel" como núcleo rector oficial de todos los
    judíos, así como una "doble lealtad" o "doble
    ciudadanía" de los judíos hacia este
    país y su país anfitrión. Siguiendo la
    línea de análisis de Friedmann, esto puede
    entenderse como un estímulo negativo que reviva la
    posibilidad de un nuevo antisemitismo.
    Al respecto, cabe mencionar que los nuevos brotes antisemitas en
    Europa encuentran precisamente un fuerte argumento en las
    violaciones a los derechos humanos
    perpetradas tanto por Israel como por los gobiernos de
    "ocupación" o "títeres" de los Estados Unidos en
    Medio Oriente y el Golfo Pérsico.

    Se prolonga así el particularismo artificial de
    una condición judía que alienta la
    reivindicación de ser "diferente" como medio de salvar a
    la "judaicidad", pero que a su vez cae en esa suerte de
    evaporación del "ser judío" en el "ser
    israelí", y preserva la tan temida y antigua "otredad" de
    los judíos en la Diáspora.

    • LA MODA DEL
      FRAGMENTO

    El siglo XVIII marcó el fin del pensamiento
    religioso y el comienzo de un secularismo racionalista. En ese
    momento, el súbdito pasó a descubrirse como
    ciudadano, patriota y miembro de una Nación. Esta
    nueva idea, netamente europea, transformó al mundo en un
    laboratorio de
    múltiples experimentos
    orientados a un orden internacional centrado en el concepto del
    Estado–Nación. Así se comenzó a buscar
    estrategias y
    teorías
    que legitimen cierto territorio dado en el cual se pueda
    establecer un sistema que ejercite el control y el monopolio
    legal sobre cierta población. Siguiendo los pasos de las
    unificaciones alemana e italiana, el continente europeo se
    encontró cruzado de este a oeste por una carrera de
    comunidades en busca de un imaginario nacional propio y definido.
    Fue precisamente uno de los ideólogos del Sionismo, Moshe
    Hess, admirador del nacionalista italiano Guiseppe Mazzini, quien
    afirmó en su libro Roma
    y Jerusalén
    de 1860 que "La única manera de
    pertenecer a la humanidad es pertenecer a una nación
    específica".

    Estas nuevas ideas y principios nacionales fueron el
    producto de factores múltiples y variados ("capitalismo
    de imprenta"

    como lo llama Benedict Anderson, industrialización,
    derechos civiles, toma de conciencia de los
    derechos, movilización política, etc.) que operaron
    en los dos o tres últimos siglos y que constituyeron uno
    de los principales factores que moldearon la era
    moderna.

    Sin embargo, es preciso entender que el pensamiento
    nacionalista no es, ni puede, construirse como un discurso
    autónomo de este contexto histórico. El mismo es un
    intento de creación ideológica en un ámbito
    donde no hay nada inmanente, perenne o acumulativo en el concepto
    que encierra la palabra Nación. Según Anthony D.
    Smith (2000), la complejidad de este mecanismo podría ser
    pensado como una teoría gastronómica en la
    cual la Nación es una pieza de ingeniería social
    deliberada que es "ensamblada" por un grupo de
    "cocineros" (una elite dominante), sazonada con ingredientes
    aglutinantes (historia oficial, himnos, banderas, museos,
    estereotipos, tradiciones, etc.) y combinadas para lograr el
    resultado nacional esperado. El producto se transforma así
    en un "relato" que recitar, un "discurso" que interpretar y un
    "texto" que deconstruir. En definitiva, se trata
    más de diseminar representaciones simbólicas que de
    forjar instituciones.

    En esta "puesta en escena" de la representación
    nacional existe una dimensión de artificialidad importante
    en la representación de las comunidades, la cual contempla
    el redescubrimiento, la reinterpretación y la
    regeneración colectiva de un grupo de pertenencia
    aparentemente homogéneo.

    Pese a los muchos experimentos y postulados
    teóricos, no existe ningún criterio
    científico que permita establecer cuándo o
    cómo una comunidad de
    personas forman, o no, una Nación. Sintéticamente,
    podría decirse que si bien no es fácil definir el
    concepto de Nación, sí es posible vislumbrar los
    movimientos nacionales, o por lo menos sus consecuencias. Como
    dice el historiador Eric Hobsbawn en La Invención de la
    Tradición
    : "El elemento de la invención es
    particularmente claro (…) desde el momento en que la
    historia se convirtió en parte del fundamento del conocimiento
    de la ideología de una nación, (un) Estado
    o (un) movimiento no es lo que realmente se ha conservado en la
    memoria
    popular, sino lo que se ha seleccionado, escrito, dibujado,
    popularizado e institucionalizado por aquellos cuya función
    era hacer precisamente eso" (Hobsbawm y Ranger, 1983, pág.
    20).

    Para el sociólogo Benedict Anderson (1993), hay
    que analizar el nacionalismo como una doctrina intelectual
    incoherente, más ligado a los móviles que
    guían el sentimiento de parentesco o a la creencias
    religiosas, y no a corrientes como el liberalismo o
    el fascismo, en el sentido de la creación de una
    autoimagen de pertenencia proyectada hacia el adentro y el afuera
    de la comunidad. Anderson habla en este sentido del Sionismo como
    el proyecto que
    replanteó en términos nacionales a la antigua
    comunidad religiosa judía, y transformó la idea del
    devoto judío errante en un patriota israelí: "Si la
    nacionalidad
    tiene cierta aureola de fatalidad, sin embargo es una fatalidad
    integrada a la historia" (Anderson, 1993, pág.
    29).

    Rosa Luxemburgo (1978, pág. 93), valorando estos
    movimientos como reaccionarios desde su disyuntiva de
    socialismo o barbarie, describió así las
    efervescencias del momento: "Naciones y semi-naciones se
    proclaman en todas partes y afirman sus derechos de constituir
    Estados. Cadáveres putrificados salen de tumbas
    centenarias, animados por un nuevo vigor juvenil, y pueblos sin
    historia, que nunca han constituido identidades estatales
    autónomas, sienten la violenta necesidad de erigirse en
    Estados. Polacos, ucranianos, bielorusos, lituanos, checos,
    yugoslavos, diez nuevas naciones en el Cáucaso (…) Los
    sionistas edifican ya su gueto palestino (…)".

    • LA POLÍTICA DE LAS NUEVAS "RAZAS
      ANTIGUAS"

    Muy someramente podemos distinguir una primera etapa del
    nacionalismo disparada por la independencia
    norteamericana, la revolución
    francesa y la democracia británica.

    Esta vertiente tuvo un carácter republicano y
    participativo, cercana al concepto cívico
    anglosajón que interpretaba a los antiguos
    súbditos de las monarquías en los nuevos
    conceptos de ciudadano y patriota. En este caso la
    historia es vista más como un compendio dinámico de
    memoria pública organizada que como un discurso oficial
    monolítico y perenne.

    La otra interpretación del nacionalismo se
    gestó en la Europa continental desde 1870 a 1914 y tuvo un
    marcado carácter centrado en criterios
    etnolingüísticos y raciales. Esta otra
    interpretación de la nacionalidad
    mostró una acentuada preocupación por cimentar un
    campo de significados y símbolos asociados al quehacer nacional,
    brindando una desmesurada importancia por provee de un
    pedigree y un sentido mesiánico del destino de la
    historia de la Nación.

    Es precisamente sobre esta otra vertiente de la
    Nación sobre la cual se construirá el proyecto
    sionista en forma bastante particular. Desde la distancia y la
    dispersión de la diáspora, los sionistas
    sabrán teorizar y reorientar las distintas variantes de
    "ser judío" en un programa moderno
    de construcción nacional y estatal.

    El Sionismo hundió sus raíces en esta
    vertiente étnica, la cual si bien no constituye un
    estamento programático, apela a un sistema de
    representación pre política, o protonacionalista,
    que fácilmente define un sentido real de identidad grupal.
    Vincula a los miembros en un "nosotros" que los diferencia de un
    "ellos", pero que realmente no deja en claro cual es el factor
    común aglutinante, salvo el no ser "ellos" (cfr. Hobsbawm,
    1990, pág. 100).

    El nacionalismo sionista recurrió a todo un
    abanico simbólico para lograr una identidad y una
    autoconciencia en términos etnolingüísticos de
    la idea de un "pueblo" judío como Nación y, a
    partir de ese momento, generó la necesidad de
    "recuperarse" como Estado. Este concepto, empapado de un alto
    grado de significación religiosa, afectiva y
    mesiánica particulares de la tradición
    judía, fue la condición necesaria para crear una
    idea-fuerza lo
    suficientemente atractiva como para aglutinar los elementos
    dispersos de la diáspora y generar la migración
    masiva para la colonización. Porque en definitiva, para
    mantener una lucha nacional, es necesario tener una
    Nación.

    Al respecto, el escritor Georges Friedmann (1988,
    págs. 266-271) es categórico al aclarar que "los
    judíos jamás han constituido una comunidad nacional
    en el sentido habitual del término y, en su caso, hasta es
    difícil descubrir su identidad", por eso "no habría
    sido necesario esperar a Herzl, al final del siglo XIX y al
    desarrollo de los movimientos sionistas para reclamar la
    creación de un Estado judío, si en los
    judíos hubiera habido la conciencia de una nación
    [unificada]". "No hay un hecho nacional judío, [sino] un
    hecho nacional israelí, (…) y la unidad del pueblo
    judío es un concepto pragmático que para unos forma
    parte de una mística orientada por una visión
    mesiánica, y para otros de una política al servicio del
    fortalecimiento del Estado [israelí]".

    Con respecto a esta vertiente étnica del
    nacionalismo europeo, Hannah Arendt (2004, pág. 68)
    precisa: "Si la idea de la humanidad, cuyo símbolo clave
    es el origen único del género
    humano, ya no es válida para los pueblos, [éstos]
    se convierten en razas. (…) Y la raza es, no el comienzo, sino
    el final de la humanidad, no el origen del pueblo sino su
    decadencia; no el nacimiento natural del ser humano, sino su
    muerte antinatural".

    Varios marxistas previeron los peligros que
    significaría la evolución de este tipo de nacionalismo con
    la modernidad del
    siglo XX.

    Leon Trotsky fue preciso al respecto en 1937: "Durante
    mi juventud,
    estaba más inclinado a creer que los judíos de los
    diferentes países serían asimilados y que la
    cuestión judía desaparecería de una manera
    casi automática. El desarrollo histórico del
    último cuarto de siglo no confirmó esa perspectiva.
    El capitalismo
    decadente sacó a la superficie, en todas partes, un
    nacionalismo exacerbado, y una de sus expresiones es el
    antisemitismo.

    La cuestión judía se exacerbó sobre
    todo en el país capitalista más desarrollado de
    Europa, Alemania"
    (Trotsky, 1994, pág. 111). Trotsky, quien veía al
    nazismo como el
    máximo exponente de este nacionalismo de corte racial,
    entendía que el éxito
    de Hitler no fue la
    fuerza de su ideología sino precisamente la falta de una
    alternativa: "[éste] no se explica por la potencia de las
    teorías semi-delirantes, semi-charlatanas de la
    raza y la sangre, sino por el quiebre estrepitoso
    de las ideologías de la democracia" (Trotsky, 1975,
    pág. 103). Interpreta y analiza el antisemitismo
    alemán y el nazismo en los siguientes términos: "El
    pequeño burgués necesita una instancia superior,
    más allá de la naturaleza y de la historia, para
    protegerse de la competencia, la
    inflación, la crisis y la
    venta en remate
    público. A la evolución, a la concepción
    materialista, al racionalismo
    (en los siglos XX, XIX y XVIII) se opone el idealismo
    nacional como fuente de inspiración heroica.

    La nación de Hitler es una sombra
    mitológica de la propia pequeña burguesía,
    delirio patético que le muestra su
    reinado milenario sobre la Tierra.
    Para elevar a la nación por encima de la historia se le da
    el apoyo de la raza. La historia es considerada como la
    emanación de la raza. Las cualidades de la raza son
    construidas independientemente de las diversas condiciones
    sociales. Al rechazar la concepción económica como
    inferior, el nacionalsocialismo desciende a una etapa más
    baja: del materialismo
    económico recurre al materialismo zoológico (…).
    Del sistema económico contemporáneo, los nazis
    excluyen al capital
    usurario y bancario como si fuese del demonio. Ahora bien, es
    precisamente en esa esfera donde la burguesía judía
    ocupa un lugar importante. Los pequeños burgueses se
    inclinan delante del capital en su conjunto, pero declaran la
    guerra al maléfico espíritu de acumulación
    bajo la forma de un judío polaco de larga capa pero que,
    muy frecuentemente, no tiene un centavo en sus bolsillos. El
    pogrom se convierte en la prueba más elevada de la
    superioridad de la raza".

    • LA HOMOGENIZACIÓN DE LAS
      JUDEIDADES

    Es indudable que el Sionismo, comparándolo con
    otros movimientos nacionales del siglo XIX, vio realizada en
    menos de una generación sus aspiraciones: una alta
    concentración de población judía en
    Palestina que forma una sociedad compleja, identificada y
    compenetrada con los valores del
    nuevo Estado. Sin embargo, es preciso remontar la historia del
    Sionismo para poder entender el difícil y aún no
    resuelto dilema de la sociedad israelí.

    Fue en la Europa Central y en Rusia, entre
    los siglos XVIII y XIX, donde la población judía
    comenzó a adquirir y a articular características
    nacionales. Como se verá más adelante, a fines del
    siglo XIX los judíos orientales se encontraron de pronto
    inmersos en Estados/Naciones que los sometieron a fuerzas
    ambiguas y opuestas de inclusión y exclusión,
    colocándolos en esa la difusa confusión de estar
    "en las naciones y fuera de las naciones". Estas ambivalencias
    les confirieron una particular experiencia nacional que no
    había sido vivida por ningún otro tipo de
    minoría en Europa. Inicialmente, el llamado del Sionismo
    tuvo pocos adherentes ya que la solución a esta doble
    inercia de la llamada "Cuestión Judía" se
    dirimió entre el socialismo
    internacional, la migración a los EE.UU. o la integración y la asimilación a los
    países donde moraban. Como aclara el arabista Maxim
    Rodinson "el Sionismo no es el corolario obligatorio, fatal, de
    la persistencia de una identidad judía, no es más
    que una opción".

    Este debate ya estaba presente durante el Primer
    Congreso Sionista Mundial de Basilea de 1897, en el cual no
    había ningún representante del proletariado
    judío. Johann Pollak se opuso a esta visión
    homogenizadora: "El judío inglés,
    francés, o alemán no tienen nada en común
    con el judío ruso o polaco, y la diferencia de sus
    percepciones no está superada por la religión. Por el
    contrario, el sentimiento religioso se modifica según las
    condiciones culturales particulares del país". Esto
    llevó a muchos a interpretar al Sionismo como una
    "ficción burguesa", como diría el marxista Sergei
    Njevsorov, o una "manifestación efímera (…) a
    través de la cual una nación que ya no está
    viva se presenta por última vez sobre la escena de la
    historia, antes de desaparecer definitivamente" (Sachar, 1996,
    pág. 44).

    • LOS DUEÑOS DE SU HISTORIA

    La controversia sobre la Nación judía y el
    Pueblo judío, latente aún dentro del
    judaísmo, ha generado una gran polémica desde los
    orígenes del Sionismo. Esta también ha sido uno de
    los principales motivos gestores del movimiento. Quizás
    para el Sionismo el lema haya sido, al revés de la frase
    pronunciada por Massimo d’Azeglio ante el flamante
    parlamento del recién unificado reino de Italia: "ya
    hicimos (imaginamos) al judío / israelí, ahora hay
    que hacer a Israel". Una doble tarea formativa: poblar una
    tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra
    , pero sin la
    convicción y la certeza masiva de quiénes realmente
    son parte de ese Pueblo y dónde queda esa Tierra.
    Finalmente se trató de adherir a una joven causa nacional
    a los judíos de la Diáspora, a unificarlos y
    orientarlos como miembros de un particular movimiento de
    liberación nacional que aspiraba a una tierra distante y
    remota. Como se verá más adelante, este ideal se
    cimentó también con la premisa categórica de
    que no había ningún futuro posible para los
    judíos dentro de las fronteras de Europa, en un continente
    por naturaleza antisemita. Con este argumento, el Sionismo
    resultó ser funcionalmente la "contracara" de los
    movimientos políticos antisemitas.

    En Israel, la búsqueda y definición de una
    identidad va mucho más allá de una mera pregunta
    filosófica o existencial, alcanzando un verdadero
    carácter de asunto de estado. Recién hoy,
    tras más de 50 años de la formación del
    Estado de Israel, comienza muy tímidamente a suturarse y a
    tomar forma ese aluvión inmigratorio fundacional en el
    cual "todos tenían una doble identidad, hablaban muchas
    lenguas y tenían una historia secreta" (Oz, 2003,
    pág. 48).

    La identidad tiene una fuerte impronta para los
    judíos. Un ejemplo es el habitual cambio de
    nombre que realizaban los judíos al llegar a Israel. En
    los años fundacionales se dio una combinación
    importante entre el comienzo del hebreo como lengua diaria, la
    formación del ejército y la hebraización de
    los nombres y apellidos de los inmigrantes europeos.

    En este aspecto, el cambiarse el nombre nunca
    dejó ser un acto de definición política:
    estaba el antecedente de que en Alemania, durante los procesos de
    asimilación del siglo XIX, en tan sólo dos
    generaciones miles de judíos vieron germanizados sus
    nombres. Durante el régimen nazi esto se llevó al
    paroxismo al confeccionarse una lista fija de nombres para
    distinguir a los judíos (Sara, Israel, etc.). El cambio de
    nombre de los judíos al llegar a Palestina también
    debe verse como un indicador o un gesto fundacional. Ben
    Gurión incluso llegó a ordenar que "ningún
    oficial podrá ser enviado al extranjero en carácter
    de representante a menos que tenga un apellido hebreo" (Johnson,
    1991, pág. 543).

    Pese a identificarse la comunidad judía
    como una minoría con características propias y
    particulares, hasta el advenimiento del nacionalismo judío
    a fines del siglo XIX nunca existió la necesidad de
    plantear esto en términos de autonomía
    política o soberanía territorial. Esta identidad
    colectiva tampoco fue condición suficiente para buscar un
    ordenamiento político autónomo, ni un sistema de
    relación diferente o especial dentro de los países
    en los que vivían. Por tal motivo, la necesidad
    homogenizadora del Sionismo indefectiblemente llevó a
    plantear una ruptura en el cotinuum de la línea de
    tiempo de la historia judía en la
    diáspora.

    La demanda de
    relacionar y retrotraer la historia judía antes de la
    diáspora a la tierra de Israel es un intento por
    "rectificar" y "corregir" la historia del judaísmo, la
    cual indefectiblemente se desarrolló más en la
    diáspora que en esa zona. Es por esa soberanía, por
    la legitimización y la herencia de la
    historia, en definitiva, por las corrientes interpretativas, que
    se genera el debate: si la creación del Estado
    israelí plantea una continuidad, una bifurcación, o
    el fin de "la historia judía" y el principio de la
    historia de un país llamado Israel. El debate entre Israel
    y la Diáspora para muchos plantea la problemática
    de caer en la contradicción de que el pueblo judío,
    sea lo que sea, desaparece y cede lugar a la nación
    israelí. Al respecto Hobsbawn pone en duda en Naciones
    y Nacionalismos…
    la ilegitimidad de identificar los
    vínculos judíos con la tierra ancestral de Israel,
    incluso rechaza la naturaleza de una continuidad histórica
    entre el protonacionalismo judío y el Sionismo moderno
    (cfr. Hobsbawm, 1990).

    Esta disyuntiva fue bien planteada por el pensador
    judío Martin Buber: "la religión judía ha
    sido privada de sus raíces, y ésa es la causa de su
    enfermedad, cuyo síntoma fue el nacimiento del
    nacionalismo judío a mediados del siglo XIX. Esta nueva
    forma de desear la tierra es la señal que marca lo que el
    judaísmo nacional moderno tomó del nacionalismo
    moderno de Occidente. (…) Esperábamos salvar al
    nacionalismo judío del error de hacer de un pueblo un
    ídolo. Fracasamos." La Diáspora, con la
    creación del Estado de Israel, pasó a adquirir otro
    significado, dejando así de ser esa antigua y
    volátil sensación heredada de los abismos de la
    historia de vivir en un exilio eterno, de ser siempre residentes
    y extranjeros. Por primera vez, esa enorme e indefinida
    circunferencia del exilio de las comunidades judías
    se vio ante el hecho novedoso de tener que reconocer un centro en
    el joven Estado, centro sobre el cual comenzarían
    indefectiblemente a pivotear.

    Este intento del Sionismo por standardizar el
    amplio concepto de "pueblo judío" se cristalizó
    posteriormente en la política del estado israelí.
    Un ejemplo de esto lo brinda Pierre Vidal-Naquet (1996,
    págs. 49-75) en la modernidad del mito
    israelí del asedio de la fortaleza de Masada como la
    reutilización y resignificación de una napa
    histórica y de etnogénesis del acerbo
    cultural israelí.

    El mito de Masada (último bastión de la
    revuelta de los celotes del 66 al 74 d.C. contra la
    ocupación romana, la cual finalizó con el suicidio de los
    rebeldes ante el asedio romano) no tenía ningún
    significado para la tradición judía, ni siquiera
    era mencionado por los textos tradicionales, tan sólo
    figuraba como una breve mención en La guerra de los
    judíos
    del historiador judeo-romano Josefo. Más
    aún, ni siquiera tenía demasiado peso en el
    imaginario sionista de principios de siglo XX. Tampoco es
    mencionado en textos sagrados como el Talmud. Este mito
    recién comenzó a tener significado a partir de la
    década del ’20, cuando se le confirió un
    valor para la concientización nacional. Masada pasó
    así, a partir de 1948, a ser un símbolo de la
    afirmación y autosacrificio de los israelíes ante
    el asedio que padecía esta joven Nación ante el
    mundo árabe.

    Actualmente, la iniciación del ejército
    israelí se forja en ese lugar
    mítico-histórico, haciendo del servicio militar un
    instrumento funcional a la educación
    cívica y a la integración nacional. Esta
    traslación imaginaria del zelote rebelde en el
    nuevo israelí queda plasmada en las medallas y estampillas
    conmemorativas que dicen en hebreo e inglés:
    "Permaneceremos como hombres libres, Masada no caerá
    nuevamente". Como dice el historiador Pierre Vidal-Naquet (1996,
    pág. 95): "todo relato es una trampa, pero no por ello se
    puede prescindir de él".

    Este nuevo símbolo del "fin del pueblo
    judío" quizás sea uno de los casos más
    cristalinos de la puesta en práctica de lo dicho por
    Ernest Renan en su discurso ¿Qué es una
    nación?
    de 1882: "el olvido, e incluso el error
    histórico, es un factor esencial en la creación de
    una nación" (citado en Fernández Bravo y
    Garramuño, 2000, pág. 56). Como también
    resaltará Hobsbawm en su concepto de "inventar
    tradiciones" funcionales (cfr. Hobsbawm y Ranger,
    1983).

    Esto es un ejemplo claro de la puesta en
    práctica de un "recuerdo histórico" que interpreta
    y atribuye nuevos significados sociales. El concepto de "recuerdo
    histórico" se desprende de las nuevas teorías
    derivadas de los
    debates en torno a la cuestión del significado social, la
    "cultura del
    recuerdo" y la definición de la historia en general. De
    esta manera, se comienza a hablar no ya de una "Historia"
    oficializada sino de un complejo mecanismo de
    "construcción" de la realidad social, de la "memoria",
    como una resultante dinámica de múltiples factores
    subjetivos, de experiencias, recuerdos individuales y colectivos,
    percepciones y experiencias que otorgan y asignan un sentido y
    dirección al presente (Sträter, 1999,
    págs. 88-89).

    Actualmente, la identidad de la sociedad
    israelí sigue girando en torno a dos cuestiones claves que
    mantienen en suspenso varios de sus preceptos existenciales: la
    continuidad o la ruptura histórica entre el Estado de
    Israel y el genocidio de los judíos europeos durante
    la Segunda Guerra
    Mundial.

    El tema de la unicidad, posesión y
    "sacralización" del Holocausto (o
    Shoah en hebreo) como un elemento exclusivamente
    judío y de formación de identidad (especialmente
    como instrumento político luego de la toma de los
    territorios ocupados por Israel en la guerra de 1967), ha
    generado una espesa atmósfera de debate
    (cfr. Finkelstein, 2002). Nuevamente, el papel de la colectividad
    judía en los Estados Unidos es crucial en este tema,
    así como las repercusiones que tuvo en la sociedad
    israelí. En su libro The Holocaust and Collective
    Memory
    , el historiador Peter Novick (1999) se pregunta por
    qué este tema tomó resonancia mundial en forma tan
    tardía, recién en la década de los '80, y en
    una cultura tan ajena y alejada geográficamente de estos
    sucesos como la norteamericana. Si bien el desarrollo de este
    tema excede por su amplitud el objetivo de
    este trabajo, es imprescindible hacer algunas salvedades por la
    importancia crucial que tiene para el mundo judío y para
    la sociedad y política israelí.

    El filósofo Martín Buber resalta la
    importancia que tuvo el genocidio nazi para el proyecto sionista:
    "fue Hitler el que empujó a masas de judíos a venir
    a Palestina, y no una elite que viniera a realizarse y a preparar
    el futuro. Así, a un desarrollo orgánico y
    selectivo le sucedió una migración en masa con la
    necesidad de encontrar una fuerza política que les diera
    seguridad (…) La mayoría de los judíos
    prefirió aprender de Hitler que de nosotros (…)
    él demostró que la historia no sigue el camino del
    espíritu sino el del poder, y cuando un pueblo es lo
    bastante fuerte, puede matar con impunidad". A
    diferencia de Buber, Itzac Shamir (1987, pág. 574)
    creyó que "contrariamente a la opinión
    común, la mayoría de los inmigrantes
    israelíes no eran los restos sobrevivientes del
    Holocausto, sino judíos de países árabes,
    indígenas de la región".

    El investigador Geoffrey Wheatcroft (1996-a) en su
    libro The Controversy of Zion asume una posición
    más equilibrada al señalar que si bien no se puede
    decir de forma taxativa que la política de Hitler
    creó el Estado de Israel, sí se puede afirmar de
    forma incuestionable que él y su política de
    "Solución Final" crearon la amalgama faltante de
    identificación entre los judíos europeos
    occidentales y el nuevo Estado.

    Sin duda alguna, el Holocausto hizo que muchos
    judíos no comprometidos con la causa sionista vieran por
    primera vez la necesidad moral y
    ética
    de crear un refugio para los sobrevivientes. De hecho, la quinta
    Aliá de la década del ´30, que
    marcó un récord en aquel entonces con más de
    217.000 judíos europeos, fue de vital importancia social
    para el posterior desarrollo del país. Los integrantes de
    esta constituyeron los componentes más cultos y, en
    general, los más acaudalados de la empresa
    sionista. Un 20% de estos refugiados del nazismo fueron educados
    en las universidades austriacas, alemanas y checas, y entre ellos
    se contaban 1.000 médicos, 500 ingenieros, más de
    2.000 químicos, físicos, mecánicos e
    ingenieros agrónomos así como una gran cantidad de
    licenciados en derecho, filosofía o literatura, junto con
    industriales.

    El ganador del premio Nobel de literatura 2002,
    Imre Kertész, aclaró este difícil abordaje
    de la tragedia al decir que "para el protagonista de (su libro)
    Kadish por el Hijo no nacido el hecho de ser judío
    pasa por el hecho de haber estado en Auschwitz. Para su mujer,
    justamente, por el hecho de no haber estado. Aunque no se puede
    generalizar, son una muestra de dos generaciones que tuvieron que
    convivir con Auschwitz sin poder escapar (…) Ahora existe una
    tercera generación: la de los nietos de aquellos que
    estuvieron en los campos. Esa tercera generación tiene
    muchos más problemas a la
    hora de admitir su condición de judíos"
    (Kertész, 2002-b).

    En este sentido, es interesante ver algunas
    interpretaciones del dilema de ser judío como aquel que
    considera al Holocausto, desde un punto de vista secular y casi
    metafísico, como una tragedia asumida y aceptada, de vital
    importancia para la Historia, pero de un incalculable valor moral
    universal y no exclusivo de un pueblo, nación o comunidad
    alguna (conf. Novick, Segev y Traversa).

    El historiador Moshe Zuckerman (2001), en su
    artículo On Israelis, Poles and Soap pone en
    evidencia, mediante el caso de una venta de un jabón
    supuestamente hecho con grasa humana, el tema de la privatización y descontextualización
    del Holocausto. A partir de la reconciliación con Alemania
    en los '60, toda expresión de hostilidad hacia este
    país fue borrada del discurso
    institucional.

    A partir de entonces parecería existir la
    visibilización sólo de las "víctimas", los
    judíos/israelíes, pero ninguno de los culpables:
    víctimas sin victimarios. A partir de esto llega a la
    conclusión de que no se enseña el Holocausto en
    toda su perspectiva, y que no existe un sentido integral,
    colectivo y preciso del mismo sino una concatenación de
    experiencias personales.

    Zuckerman cita al periodista e historiador Tom
    Segev: "lo principal que los estudiantes [israelíes]
    aprenden es la necesidad de amar y defender al Estado. Pero no
    aprenden sobre el derecho a la autodeterminación, como un
    derecho universal de los pueblos. Al contrario, el
    catálogo que distribuye el Ministerio de Educación
    israelí dice que Polonia apoya el terrorismo
    árabe y la autodeterminación palestina, como si las
    dos cosas fueran lo mismo. […] A los estudiantes constantemente
    se les enseña que el Holocausto les impone el deber de
    permanecer en Israel, pero no se les enseña el deber de
    defender la democracia, a luchar contra el racismo, a
    defender y respetar las minorías y los derechos humanos ni
    a evitar órdenes deleznables". El periodista
    israelí Peretz Kidron, en una carta de
    lectores, expresó que "no hay poco de ironía en
    decir que precisamente en Israel, donde la unicidad del
    Holocausto ha cobrado un carácter político e
    ideológico como eslogan en boca de todos, el arquetipo del
    Holocausto tiene una proyección de oportunidad de
    intercambio […] y que cualquier conexión con el mismo
    fue nacionalizada por el Estado (de Israel) hace
    décadas (…) y sufrió un proceso de
    privatización, y por lo tanto, es vendible y
    revendible".

    Indudablemente, tras la Segunda Guerra
    Mundial, el mundo entero recibió con sorpresa el
    "descubrimiento" de los campos de concentración nazi. Este
    factor funcionó como una suerte de catalizador del
    movimiento sionista, comenzando a ser percibido como el sucesor y
    redentor indiscutible del sufrimiento de la colectividad
    judía toda, del "Pueblo Judío". De esta manera, el
    movimiento comenzó a adquirir un indiscutido valor
    ético y moral en el plano internacional como quizás
    nunca lo tuvo ningún movimiento político en la
    historia de la humanidad. En 1946 más de dos millones de
    judíos se adhirieron a la
    Organización Sionista, casi el 20% del judaísmo
    mundial del momento. Sin duda alguna uno de los momentos de mayor
    apoyo y aceptación del Sionismo.

    Siguiendo esta misma línea de
    discusión, se desprende el debate en torno a la
    relación y función del Sionismo con respecto al
    salvataje de los judíos de la Europa nazi y el proyecto de
    construcción nacional.

    Un ejemplo de esta tensión actual es la
    revisión del desempeño de las compañías
    Haavara y Paltreu, creadas en 1933 y destinadas a
    crear todo un sistema de intercambio entre judíos de alto
    poder adquisitivo y el contrabando
    hacia Palestina de productos
    alemanes, afectados en aquel entonces por un boicot internacional
    antifascista. Esta connivencia y confluencia entre el Sionismo y
    el régimen nazi también se puso en la agenda
    pública israelí durante los juicios a Rudolf
    Kastner en 1955 y a Adolf Eichmann en 1961 donde se
    evidenció el accionar de los "consejos judíos",
    conocidos como judenrats (dos tercios de los cuales
    estaban dirigidos por militantes sionistas) (cfr. Arendt,
    1999-a). La cuestión gira en torno a investigar
    cuáles fueron las motivaciones de los sionistas, si
    realmente consistía en salvar vidas judías o si se
    priorizaban la creación de un Estado Judío en
    Palestina. En tal sentido, cabe citar el comentario de Ben
    Gurión del 7 de diciembre de 1938: "si supiese que es
    posible salvar a todos los niños
    judíos de Alemania llevándolos a Inglaterra, o
    sólo a la mitad de ellos llevándolos a Eretz
    Israel
    , elegiría la segunda opción, pues
    debemos tener en cuenta no sólo la vida de esos
    niños, sino también la historia del pueblo de
    Israel" (Gelbner, 1995, pág. 199).

    Este proceso de selección
    tenía muy en claro la calidad del
    personal, como lo ratifica el Memorándum del Comité
    de salvación de la Agencia Judía de 1943 en
    dónde se preguntaba: "(…) ¿debemos ayudar a
    todos aquellos que lo necesitan sin tener en cuenta las
    características de cada uno de ellos?, ¿no debemos
    dar a esta acción
    un carácter nacional sionista e intentar salvar
    prioritariamente a aquellos que puedan ser útiles a la
    Tierra de Israel y al judaísmo (…) a la
    construcción del país y al renacimiento
    nacional?" (Segev, 1994, pág 94). Así, el objetivo
    primordial para muchos sionistas no era salvar al "resto" o al
    "remanente" de los judíos de Europa, sino afianzar la
    presencia judía en Palestina a través del traslado,
    pero en función de las necesidades del proyecto sionista.
    El objetivo se asemejaba estrechamente con el antisemitismo del
    nacionalsocialismo, ya que ambos, inicialmente, veían la
    asimilación como el principal enemigo a combatir. Fue
    clara la circular de la Federación Sionista de Alemania
    del 21 de junio de 1933, casi emparentada con las leyes racistas de
    Nuremberg de 1935: "En la fundación del nuevo Estado
    (alemán), que ha proclamado el principio de la raza,
    deseamos adaptar nuestra comunidad a estas nuevas estructuras
    (…) nuestro reconocimiento de la nacionalidad judía nos
    permite establecer relaciones claras y sinceras con el pueblo
    alemán y sus realidades nacionales y raciales.
    Precisamente porque no queremos subestimar estos principios
    fundamentales ya que nosotros también estamos contra los
    matrimonios mixtos y a favor de mantener la pureza del grupo
    judío". (Dawidowicz, 1994, pág.
    155).

    Para poder entender bien estas posturas,
    así como el extenso significado que tenía para los
    judíos la palabra "Sionismo", es preciso ubicar
    estas declaraciones en un contexto espacial y temporal adecuados,
    así como también ver cuáles fueron las
    variantes y alternativas que existían para los amenazados
    judíos de la Europa de las nacionalidades y los
    totalitarismos.

    Partes: 1, 2, 3

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