El desarrollo
vertiginoso de la ciencia y
la tecnología, impone hoy a las universidades
la responsabilidad de egresar profesionales y
personas integralmente desarrollados, capaces de dar respuesta a
los disímiles problemas que
enfrenta la sociedad y que
cada cual, como entidad única e irrepetible, debe encarar
a través del proceso de su
propia existencia individual. Para ello es preciso que los seres
humanos se apropien de un repertorio de saberes, que reflejen las
exigencias de las actuales condiciones sociales y que les
permitan participar de manera responsable, comprometida y
creadora en la vida social, y propiciar su crecimiento permanente
como personas involucradas con su propia realización y la
de sus semejantes.En nuestros tiempos, cada vez con mayor
fuerza viene
aludiéndose a un constructo omnipresente y ubicuo,
polisémico por demás, que requiere mayor
precisión y una intencionalidad educativa superior para su
cultivo desde las instituciones
sociales. Nos referimos a las competencias. La
sociedad contemporánea reclama la presencia de personas
competentes para el ejercicio de sus funciones,
personas con la recursividad necesaria para acometer de manera
innovadora las funciones y tareas para las que han sido
preparados desde el punto de vista teórico. Solo que la
preparación teórica, como eslabón aislado,
no garantiza la "generación" de sujetos competentes.En la
actualidad, en la terminología educativa son frecuentes
referencias tales como: educación basada en
competencias, currículo por competencias, el modelo de
competencias en educación, el desarrollo de competencias,
preparación/formación para el logro de
competencias, etc.Como se expresa hoy por numerosos estudiosos de
la temática, a veces no es suficiente poseer una habilidad
o capacidad determinada, para lograr el desempeño exitoso de una cierta
actividad.
A menudo un fuerte bloqueo emocional o la falta de motivación
por la tarea, pueden dificultar el despliegue de las habilidades
o capacidades en cuestión.De esta manera, la noción
de competencia viene
a llenar un espacio importante no solo para la didáctica, la pedagogía, la psicología
educativa o el diseño
curricular (entre el conjunto de las denominadas ciencias de la
educación), sino para la ciencia en
general y para explicar el comportamiento
humano y desde cuáles requisitos pudiera garantizarse
casi de manera rotunda y sin temor a equívocos, que
alguien pueda o no dar respuesta a situaciones profesionales
nuevas, desconocidas, ambiguas, confusas, inesperadas,
sorprendentes, pero que requieren de una urgente solución
por parte del sujeto. Las universidades nos deben preparar para
ello y la noción de competencia viene como "anillo al
dedo" para dar respuesta a esta demanda, cada
vez más apremiante en nuestros tiempos.Apoyando lo
anterior, autores como LeBoterf (LeBoterf, G., 2000),
señalan que la competencia es equivalente a saber actuar
en forma autónoma e incluye: saber escoger, tomar
iniciativas, arbitrar, correr riesgos, reaccionar
ante lo imprevisto, contrastar, tomar responsabilidades y
saber innovar; criterio que compartimos plenamente. El
término de competencia es utilizado con fuerza a partir de
los años 80 del pasado siglo, siempre asociado a las
características psicológicas que posibilitan un
desempeño superior. El mismo tiene antecedentes de varias
décadas, principalmente en países como Inglaterra,
Estados
Unidos, Alemania y
Australia. Cada competencia conjuga habilidades prácticas,
conocimientos, actitudes,
valores y
emociones que
se movilizan en función de
una determinada actividad, para que esta sea realizada con
eficiencia y
eficacia. Sin
embargo, no es infrecuente que en la literatura se considere la
competencia circunscrita a una habilidad, destreza o capacidad,
como equivalente a una de estas.
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