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Hechicería e Imaginario Social (página 2)




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La
Naturaleza
femenina

La cultura
occidental que nos llegó con la colonización de los
territorios americanos por parte de los europeos, contiene en
sí una escala de
valores
determinada por los roles omnipresentes de lo femenino y lo
masculino y su oposición constante. Con este esquema de
oposición básico, se arma toda una amplia gama de
nociones morales que poco a poco irán penetrando en las
culturas nativas, no sin antes causar un choque violento entre la
visión radicalmente distinta del mundo de unas y
otras.

Los españoles venían de un mundo que
estaba marcado por la creencia en las supersticiones y en la
magia, que colmaba el imaginario popular, pero que era a la vez
combatido de maneras muy particulares por la religión imperante,
incluso luego de que esta se viera fragmentada entre
católicos y protestantes a lo largo y ancho de Europa.

En pleno siglo XVI nos encontramos frente al
fenómeno de la brujería, que tenía como
principal sustento la creencia en la existencia real del demonio
y de mujeres, especialmente, que eran atraídas por este
ser infernal para acrecentar sus filas de seguidores y así
lograr una supremacía frente a Dios en este mundo. Y eran
precisamente mujeres, pues eran ellas las que preferentemente
tenían la potencialidad y la naturaleza para caer en las
tentaciones demoníacas, por su cercanía con el
mundo natural y salvaje y su tendencia a dejarse llevar por los
placeres de la carne, que era una de las cosas que ofrecía
este culto a Satán. "Siempre se había considerado
que las mujeres tenían relación con este
extraordinario mundo de hechizos, encantamientos y
espíritus. Los europeos creían que la magia
existía para quienes sabían convocarla y siguieron
apelando a quienes pretendían este conocimiento
heterodoxo de acceso a lo sobrenatural. (…) En las historias
tradicionales de las antiguas culturas y en los cuentos que
circulaban en el siglo XIX aparecían mujeres con estor
poderes. (…) También persistió otro aspecto de
las viejas creencias y tradiciones.

En los pueblos de toda Europa se suponía que esta
fuerza
sobrenatural maligna estaba al alcance de todas las mujeres, la
invocaran o no. De algún modo el don de su capacidad
reproductora las hacía potencialmente peligrosas." Sin
embargo, desde los primeros tiempos los hombres de la Iglesia
negaban la posibilidad de estas fuerzas sobrenaturales, e
intentaban demostrar que eran simples engaños, ya que no
eran ellas las poseedoras de poderes, sino que en verdad el mal
residía en Satán, el diablo, mas no se le
debía temer, pues Jesús con su muerte
había roto su poder. No
obstante, ya en el siglo de la Reforma, dado el clima de
confusión y crisis, tanto
los dirigentes protestantes como católicos, comenzaron a
pensar que esta batalla no había terminado, y el miedo
ante esta amenaza se concentró en la búsqueda de
herejías y más aún, de as manifestaciones
palpables de la presencia del demonio, a través de sus
evidentes servidoras, las mujeres, las brujas. La magia de
hechiceras, en otra época desacreditada por los hombres de
la Iglesia, se volvía real y más poderosa,
acompañada de la más antigua mitología misógina. El diablo estaba
libre en el mundo, y estas hechiceras habían hecho un
pacto con él y se habían convertido en sus
agentes.

Con esta mentalidad y dentro de este clima cultural
llegan lo europeos a América, viendo en este nuevo mundo
desconocido y extraño, un lugar especialmente propicio
para la presencia del mal, y percibiendo su relación con
lo natural y sobrenatural, con lo femenino y lo mágico,
dentro de su marco de interpretación, chocante con lo que
posiblemente concebían los diversos pueblos a los que
sometieron. Durante la colonia, la sociedad
chilena mestiza, pero gobernada por peninsulares, tuvo que
rearticular sus escalas de valores y creencias de acuerdo a
la moral
cristiana de sus gobernantes, y la visión de lo masculino
como principio ordenador y racional, y lo femenino como lo
misterioso, inferior e irracional. La visión mapuche, por
ejemplo, distaba mucho de las categorías sexuales y
genéricas de los europeos, y difícilmente se
logró un sincretismo o una erradicación de la
religión y creencias mágicas mapuches en Chile
durante la colonia.

Los mapuches tienen ideologías de género
híbrido, donde lo femenino no tiende a la
subordinación, al estilo occidental. Un ejemplo claro,
dentro del tema que se está tratando, es la
posición del machi dentro de la sociedad mapuche.
Los españoles que tuvieron contacto con los llamados
machi weye, de género dual para los mapuches,
creyeron ver en ellos un signo claro de travestismo u homosexualidad, lo que lo reducía a un
rango inferior, dentro de la oposición antagónica
masculino /femenino, donde el papel social de la mujer o de
todo el mundo femenino es subordinado al masculino y representa
necesariamente debilidad. Los machi representaban los poderes
tanto femeninos como masculinos, y conjugaban en sí el
poder político, guerrero, medicinal y adivinatorio; y como
poseedores de estas potencias mágicas eran, además
de otros elementos como sus vestidos rituales, eran calificados
de afeminados, ya que perfectamente compartían actividades
que eran calificadas de femeninas por los españoles
(recoger hierbas, tejer, usar joyas, tener sexo con
hombres).

La diferencia de percepción
de las relaciones de género y sexualidad
entre españoles y mapuches hacía imposible concebir
para los primeros la existencia de un hombre que
ostentara poder y a la vez fuese afeminado. Para los
últimos la feminización no representaba una
debilidad, sino la materialización de la potencialidad
espiritual del machi.

La instauración de la moral
contrarreformista en América vino de la mano con el
establecimiento del Tribunal de la Santa Inquisición en
Lima, y su actuación indirecta en Chile. Los actos que los
indígenas tomaban por normales y cotidianos, como la
adivinación o los ritos de la fertilidad, asociados a
seres duales, donde lo femenino no era subordinado y donde la
hechicería no era condenada, pasaron a ser objeto de
persecución, más aún cuando esta
hechicería se tornaba en contra de las fuerzas
españolas fronterizas o amenazaba al orden moral dentro de
la sociedad colonial.

Feminidad y Masculinidad en el Chile
Mapuche

Las prácticas mágicas mapuches y sus
nociones de femenino /masculino distaban mucho de lo que se
conoce como cultura occidental, o más bien, los conceptos
y la moral adjudicada a estos aspectos sociales eran distintos.
La noción del mundo para los mapuche era mágica. Lo
sobrenatural y las potencias superiores actuaban en todo orden de
cosas, en especial las más importantes, como era la
guerra o la
fertilidad de la tierra.
Invocar a los espíritus para el beneficio de la comunidad era un
acto ritual complejo y benigno, así como la acción
lo un machi o una machi en la consecución de un exorcismo
o una sanación, por medio de hierbas y
espíritus.

Dentro de estas practicas, como hemos visto, la
noción de una brecha entre lo femenino y masculino no es
necesaria, ya que la dualidad genérica del machi le
otorgan su poder especial. En la posesión de ambos
espectros de la realidad humana radica el sentido de
espiritualidad y poder, de influencia y magia.

Cuando los españoles cruzaron el
Bío-Bío, ingresando al territorio mapuche, se
encontraron con la resistencia de
guerreros hábiles, incapaces de conquistar, hasta que en
1643, los españoles firmaron un tratado mediante el cual
reconocían la soberanía de la nación
mapuche al sur del Bío-Bío. Los mapuches resultaban
difíciles de conquistar, pues estaban repartidos en
grupos
independientes, y donde el poder de un cacique era local, por
ende la victoria sobre uno no la garantizaba sobre otro. Los
mapuches adoptaron elementos españoles en su guerra, como
el caballo, que les otorgaron mayor poder.

Por ejemplo, en el ámbito de lo mágico,
los machi weye utilizaban espíritus de caballos
como cabalgaduras espirituales para viajar a otros mundos y
acabar con las almas enemigas. Mas, no dejaron de lado sus
creencias, sino que las fueron fortaleciendo y modificando a
medida que la influencia española cristiana lo iba
requiriendo, sin embargo, el poder e influencia de los machi no
decayó durante la colonia.

"Los machi weye eran hijos de caciques
importantes y se iniciaban en el chamanismo a través de
sueños y estados de trance. Aprendían a utilizar
remedios herbarios y sus facultades mentales en especialidades
que incluían la cirugía y el arte de acomodar
huesos
(gutaru), la curación con hierbas y las
invocaciones a los espíritus (ampivoe), la
localización de aquellos que causaban enfermedades a través
de la brujería (ramtuvoe), autopsias
(cupuvoe), adivinación (pelonten),
obstetricia, y de aquellos que hacían brujerías
mediante el uso de dardos mágicos o envenenamiento
(kalku)."

Entre los mapuches, el kalku era una fuerza
desintegradora en oposición al lugar del o la machi, quien
era chamán propiciador de las fuerzas que recrean la
sociedad, y correspondió a una práctica distinta de
esta última y la de otros especialistas "médicos",
aunque su frontera es
difusa, tanto para españoles, como para los mismos
mapuches.

Una de las preocupaciones del machi, y que se hace
explícita en las oraciones de la iniciación, es no
hacer caer sobre él o ella la sospecha de la
brujería. "El kalku es una entidad material e
imaginaria a la vez, porque está siempre presente en el
pensamiento de
la comunidad, más allá de su existencia como una
persona en
particular. (…) En la existencia de la brujería
apreciamos a cabalidad el paralelo y el sincretismo, esta se
encarga en seres humanos específicos, aunque no siempre
identificados, que apoyan y propician a las fuerzas que quieren
perjudicar al hombre, y que deberían ser destruidos. De
este modo, la figura del kalku, plenamente existente en la
cosmovisión mapuche y a veces homologado a la machi por
los españoles, converge con los miedos religiosos que se
articulan en el cristianismo,
dando por resultado la madeja de elementos culturales posibles de
apreciar en los juicios coloniales por delito de
hechicería."

Esta asociación un tanto confusa entre el machi o
la machi y la bruja, dio pie para una idea bastante difundida
entre los españoles de la colonia, al estar presente la
noción de las categorías españolas de
género, donde la masculinidad por lo general se asociaba a
la guerra y el afeminamiento o lo femenino, muy a menudo, con la
brujería, dos elementos conjugados en el machi, y por otra
parte la incomprensión del significado simbólico y
social de la acción chamánica, de raigambre
tradicional.

Lo
autóctono y lo foráneo

Las prácticas hechiceriles existían en
América y en Chile desde hacía miles de años
y a través de todo el continente. Las artes adivinatorias
y chamánicas se concentran en la capacidad de percibir un
mundo más allá de este y de utilizar esas fuerzas
distintas en la consecución de fines materiales.
Todas las prácticas posibles en este sentido, fueron
realizadas tanto dentro de los límites
del Imperio Inca como en los territorios Mapuche. Invocaciones de
espíritus y dioses, conjuros, utilización de
amuletos, piedras, hierbas, partes de animales,
sangre,
pócimas, plantas
psicoactivas inhaladas o en infusión, lectura de las
vísceras, de la mano, etc. Por esta razón la
hechicería como tal, no es un fenómeno
traído por los europeos, sí lo fue la
concepción que éstos tenían ante tales
prácticas, ya que de manera similar, en Europa las
prácticas mágicas eran así mismo extendidas,
aunque no aceptadas por la religión oficial y el poder
secular.

Sin embargo, las prácticas indígenas eran
en cierta manera distintas a las europeas, y al producirse el
encuentro, varios elementos, tanto de la religión
cristiana como de las propias supersticiones tradicionales
españolas, arraigaron en los ritos y prácticas
mágicas indígenas. Por mencionar algunos casos, en
los registros de la
Inquisición de Lima, se observan elementos de quiromancia
y adivinación por suertes o sortilegios, utilizando dados,
naipes, y coca, como elemento central.

Además se utilizaban otros objetos para descubrir
cosas ocultas o adivinar echando suertes, como tabaco, velas,
habas, maíz
blanco y negro, hierbas varias, alguna moneda, tijeras, cedazo,
entre otras cosas. Normalmente estos sortilegios se
acompañaban de invocaciones al demonio y a divinidades y
personajes aborígenes. Como es el caso de la vecina del
Callao Bárbula de Aguirre que testificó el
año 1700 por hacer sortilegios con coca al tiempo que
llamaba a la Coya y a la Paya, y en otra ocasión se le
acusaba de mencionar a Dios, a San Pedro y San Pablo y la
Santísima Trinidad.

En estos casos, vemos como actúa la unión
de elementos extranjeros y autóctonos en los actos
mágicos realizados en Perú durante la colonia.
También era muy común, y en el mayor de los casos a
las acusadas se les daba estos cargos, practicar hechizos
amorosos, y en casi todos ellos se utilizaban más o menos
los mismos objetos y elementos, destacándose la coca por
su constante presencia, junto con diversas hierbas, agua bendita,
velas, plumas de aves, granos
de maíz piedra de altar o ara consagrada, oro, plata,
tabaco, ámbar, polvo de huesos humanos, secreciones de
hombre y de mujer, alfileres,
aguardiente y chicha. Junto con la utilización de
elementos, estaba la pronunciación de invocaciones, que
sin lugar a dudas deja entrever una adopción y
reelaboración de la hechicería por parte de los
mestizos e indígenas a partir de elementos que a la larga
se tornaron propios. De numerosos conjuros y oraciones se ignoran
los textos debido a que en las relaciones de las causas en el
Tribunal peruano, no siempre se transcribían. Se sabe que
existieron conjuros a San Silvestre, San Nicolás, San
Cebrián. Sin embargo sí se han encontrado algunas
de las tantas invocaciones de que era objeto Santa Marta, sin
duda la figura clave en toda ceremonia de hechicería que
tuviese un fin amoroso.

Existen muchos elementos que son provenientes de las
tradiciones indígenas, mas hay otros que se pierde su
origen. De la revisión de las fuentes como
las crónicas más antiguas, donde las
prácticas hechiceriles estarían menos influenciadas
por los españoles, queda claro que casi todos los
elementos autóctonos que utilizan los hechiceros
procesados por la Inquisición eran objetos que
tenían un papel importante en los ritos y ceremonias
religiosas de los indios.

Ciertamente en los casos registrados en Chile, se puede
ver el mismo tipo de adopción de elementos, y una
progresiva cristianización de la hechicería, donde
los símbolos mágicos mapuches, pasan a
fundirse con el sentido cristiano, apareciendo el demonio como
personificación del mal, opuesto a Dios, y la
utilización de objetos físicos utilizados
también por los españoles en sus prácticas
supersticiosas. Sin embargo, cuando los casos provienen de zonas
de menor influencia española, el simbolismo y los
implementos de la magia contienen diferenciación mayor con
las ideas españolas. Incluso hay casos en los que los
acusados no saben hablar español y
no conciben completamente la idea de la hechicería como
delito en sí. Como es el caso de la Machi Guenteray
(1693), donde uno de los acusados de juntarse en una cueva a
hacer conjuros y pócimas para asesinar a unos caciques
amigos de españoles, es Juan Pichunante, natural de
Calbuco, campesino. Le
preguntan, en la declaración, "¿Acaso no sabes que
siendo cristiano es una maldad abominable juntarse con los brujos
y tratar esas cosas?", Juan responde: "No, no lo sabía.
Antes, para ser hombre grande se tenía que hacer eso, era
costumbre."

De esta manera vemos que el sincretismo en el plano
religioso y los elementos físicos y morales de ambas
líneas de prácticas mágico /religiosas, no
se conjugan de un modo uniforme, inmediato y simple. El proceso de
adaptación mutua está lleno de resistencias,
encuentros que no se complementan en su sentido profundo, o
reemplazo de nombres u objetos para lograr los mismos fines,
fines que dentro de la hechicería americana, van
más allá del entendimiento europeo. La magia en
América puede tener similar apariencia con la Europea
arcaica, mas, para el momento de la conquista, los valores y
la mentalidad europea estaba sufriendo profundos cambios que
arraigaron en su modo de ver el mundo y las diversas maneras de
enfrentarse ante lo desconocido lo mágico y lo
espiritual.

La
Hechicería como delito en América

América es un lugar perfecto para la existencia
de hechicería. Los aspectos que se conjugan para el
aparecimiento de casos en los tribunales son evidentes. Las
culturas americanas, pese a sus diferencias étnicas y
socioeconómicas, poseían un común
denominador, que era su religiosidad. No todos tenían los
mismos dioses, ni adoraban con la misma intensidad a las fuerzas
de la naturaleza, sin embargo, todos poseían un respeto hacia lo
misterioso del mundo, y junto a esto, idead claras de cómo
se podía llegar a conocer y bien utilizar las
potencialidades de ese otro mundo sobrenatural. Las
prácticas hechiceriles se confunden, bajo la óptica
del español, con las prácticas religiosas,
relegando estas a meras manifestaciones demoníacas. La
comprensión de la idiosincrasia de cada una de las
culturas prehispánicas fue mínima, y las
interpretaciones eurocentristas fueron mayoría.

Los europeos de la época, más que nunca,
tenían nociones bien delimitadas y opuestas entre las
ideas de mal y bien, cielo y tierra, humano
y divino, pecado y salvación. La moral cristiana era una
estructura de
comportamiento
tremendamente "puritano", aunque en la práctica no
hubiesen sido tales. Sin embargo, las instituciones
reales debían velar por el cumplimiento de estas normas de buen
convivir, basadas en el sentido común del cristiano, donde
la naturaleza en sí representaba una amenaza a la
naturaleza espiritual /racional del ser humano, y sobre todo del
hombre. Una mentalidad masculina, donde todo lo perteneciente al
ámbito de la masculinidad eran los principios
básicos de la dignidad
humana.

El delito de hechicería fue recurrente en
América, pues pese a que la conciencia
europea estaba asomándose a la visión laica y
científica /racional del universo,
aún persistía en ellos la idea de la naturaleza, y
con ella, de la mujer, como poseedoras de conocimientos ocultos y
extraños poderes inexplicables, pero bajo ningún
punto de vista abarcados por el Dios bueno, claro y creador. Por
otra parte, las prácticas hechiceriles, en especial
relacionadas con los encuentros románticos, eran
tremendamente comunes, más aún en una sociedad
donde el rol social de la mujer era silenciado por las
autoridades poderosas, dándoles a las mujeres escasas
posibilidades de un desarrollo
como personas, y dejándolas bajo la tutela constante
de un hombre. En este sentido, toda mujer que se alejaba del rol
de madre /esposa, y que se le viera frecuentando amistad con
indígenas, o que fuera de plano una mujer mestiza o
indígena que no se adaptara como correspondía a su
nuevo rol social, podía ser sospechosa del delito de
hechicería y eventualmente de brujería.

La Hechicera como fenómeno
social

Como hemos visto hasta aquí, la hechicería
en América es un constructo producido a partir de las
escalas de valores y la aplicación de leyes europeas en
América, a través de los tribunales de justicia y los
tribunales eclesiásticos. Como fenómeno u objeto de
persecución, es e aparición post-españoles.
En este sentido, podríamos decir que todo lo que se
contrapuso con la idea patriarcal y masculina de la
religión y las leyes españolas, fue motivo de
persecución. La religión cristiana no daba espacio
para nada legítimo dentro del ámbito de lo
espiritual, que no fuera parte de los propios ritos religiosos
cristianos. El papel de la mujer en esta estructura se vio en
desmedro de la figura honorable del hombre, padre de familia o
guerrero.

Las virtudes masculinas eran la máxima
expresión de la humanidad, y el enfrentarse a cualquier
otra escala de valores significó dejar como subordinado
todo lo que no adhería a esta concepción moralista
masculina. Así vemos aparecer el factor femenino, la
hechicería, la brujería, aunque nos olvidamos de
las estadísticas y los casos, donde se nos deja
en claro, que, pese a la mayoría de mujeres hechiceras,
los había hombres, que cumplían otro tipo de
papeles, ya que no era posible identificarlos con los hombres ni
tampoco como una mujer. Es el caso de los machi. Su poder y su
injerencia dentro de una sociedad era amplio e irrebatible,
más fueron vistos por los españoles como aberrantes
y deformados. La brujería cumple un rol social esencial,
ya sea de equilibrio o
de desequilibrio; depende de la perspectivas con que se
mire.

Modos
de actuar de la Inquisición en
América

En el territorio americano el Santo Oficio se
estableció en 1569 y sus tribunales sólo
funcionaron en México y
Lima. Su objetivo era
mantener la fe católica persiguiendo a los que se
consideraba herejes (judíos.
luteranos, blasfemos, hechiceros, invocadores del demonio,
astrólogos, alquimistas, lectores o poseedores de libros
prohibidos). No obstante, los inquisidores apostólicos no
podían proceder contra los indígenas, cuyo castigo
se reservó a los eclesiásticos ordinarios. En
Chile, las actividades del Santo Oficio fueron ignoradas
más que en otros lugares, además que el Tribunal no
funcionó en nuestro país y sólo actuaban
comisarios que, con la ayuda de notarios, familiares y
alguaciles, recibían las denuncias y realizaban las
primeras indagaciones. Luego el caso era remitido a Lima, donde
se analizaba, fallaba y aplicaban penas. La pena mayor era la
quema en el quemadero que "estaba en Lima en las vecindades de la
plaza de Ancho, y los reos eran entregados a la justicia
ordinaria a la puerta de la Iglesia de los Desamparados,
inmediatamente después de pasar el puente que une los dos
barrios de la ciudad." Otras penas, por delitos
menores, eran la "vergüenza pública; los azotes, de
los que no se escapaban las mujeres, que los recibían por
las calles, desnudas de la cintura hacia arriba, montadas en
bestia de albarda y a voz de pregonero; las prohibiciones de usar
seda, subir a caballo"; cárcel perpetua; el destierro de
las Indias; el pago de una elevada multa; junto con la
abjuración de levi o de vehementi
(dependiendo del grado de sospecha de los delitos
imputados).

Para hacer que los reos confesasen, se usaba el
tormento, aunque hubiese un solo testigo que lo estuviera
acusando. "Los preliminares de la diligencia de tortura se
reducían a amonestar al paciente, a medida que se le iba
desnudando, para que dijese la verdad."

En lo tocante a los procesos
contra mujeres entablados en Chile, podemos decir que ellos se
vincularon en especial a la blasfemia y hechicería. Muchas
veces estos casos de hechicería no llegaban a considerarse
de la gravedad de la herejía, por no creerse plenamente en
un pacto con el demonio o intenciones contra de la Iglesia, sino
que más bien eran "embustes y embelecos de mujeres para
sacar dinero y no
inducen a sospecha de herejía, ni pacto con el
demonio".

Tipología de casos rastreados en el Tribunal
de Lima

Según el texto de
Millar, en el tribunal de Lima ha sido posible contabilizar el
procesamiento de 209 reos por el delito de hechicería a lo
largo de toda la historia del tribunal. En
178 de ellos se cuenta con algún tipo de información, que puede ir solamente desde
el nombre hasta la edad, lugar de nacimiento, residencia, origen
social, nivel de instrucción, oficio o grado de
conocimiento de doctrina católica. Hay un elemento
relevante en el estudio de estos casos, y que se rastrea en el
hecho de que en América la gran mayoría de los
encausados por hechicería son personas residentes en
ciudades y pueblos. "De este hecho puede deducirse que la
hechicería americana no indígena era un
fenómeno eminentemente urbano, a diferencia de Europa, en
donde ese tipo de prácticas, al igual que la
brujería, estarían vinculadas más bien al
mundo rural, en la medida que allí pervivían con
más fuerza las tradiciones paganas." Tal vez se debe al
hecho de que la colonización española fue
eminentemente urbana, y era en ese ámbito donde se
reunían los imaginarios y prácticas tanto
autóctonas como europeas, y por otra parte, estas
actividades eran más fácilmente rastreadas por los
tribunales y eclesiásticos que se concentraban en las
ciudades.

Lo primero que salta a la vista, por otra parte, en el
estudio de los casos, es la presencia abrumadora de mujeres
acusadas, ya que constituían un 75% del total de los
encausados. La hechicería masculina, aunque minoritaria,
presenta algunas características especiales. De los 178
reos con información, sólo 46 eran hombres, y de
esos 46, se tiene información del origen étnico de
43, de los cuales 21 eran de ascendencia europea, ya sea
peninsulares o criollos. El resto correspondía a mestizos,
negros y mulatos, con mayor presencia de los primeros. Un alto
porcentaje procedía de estratos intermedios, ya sea por el
hecho de ser blancos o eclesiásticos, sin embargo la
mayoría pertenecía a estratos bajos de la sociedad
(artesanos, arrieros, esclavos). De las mujeres que practicaban
la hechicería, eran en promedio, más jóvenes
(37 años). Desde el punto de vista étnico, la
ascendencia europea no era de número relevante, ya que las
"blancas" eran minoritarias, llegando sólo a un tercio del
total. Sólo se has detectado 10 mujeres españolas a
lo largo de toda la historia del Tribunal de Lima, y coincidiendo
con la primera etapa del Santo Oficio en América. Sin
embargo su presencia es relevante, pues ayudaron a extender
prácticas peninsulares, que luego fueron heredadas por la
hechicería mestiza.

Sin embargo, EL 24% de las encausadas eran criollas,
aunque también representa un número menor, ya que
la gran mayoría de las acusadas eran mulatas, mestizas y
negras, las primeras (a diferencia de los hombres) siendo
mayoritarias, figurando con treinta y tres reos. Y aunque las
mujeres de ascendencia blanca podrían haberse encontrado
en un nivel sociocultural mayor, igualmente pertenecían a
estratos, en general, bajos, por los oficios que
desempeñaban que eran considerados viles (diferencia con
los hombres blancos). Los oficios de estas mujeres son poco
variables, y
entre ellos están el de costurera, lavandera, prostituta,
cocinera, hilandera y tejedora, vendedora de gallina y jabone, y
un número significativo declara no tener oficio.
Sólo 14 eran esclavas o libertas. La mayoría de las
hechiceras eran casadas. En porcentaje le seguían las
solteras y luego las viudas. Mas, estas proporciones no
demuestran la verdadera situación de las mujeres. El estado de
casadas era engañoso, pues la mayoría vivía
separada de sus maridos. La gran mayoría de las hechiceras
eran mujeres más bien solas, las que se les
añadía una condición económica muy
modesta.

Por otra parte, la cantidad de personas que
recurrían a los servicios de
las hechiceras era alta, por lo mismo es que la cantidad de
testigos del delito de hechicería es en general el
más alto de todos los delitos vistos por el Tribunal. La
clientela, además de pertenecer en general, a estratos
sociales bajos, estaba constituida casi exclusivamente por
mujeres, predominantemente jóvenes que no vivían
con sus padres, solteras amancebadas, o casadas con dificultades
en su matrimonio. "En
suma, parece claro que la hechicería practicada en estas
tierras fue una actividad que interesó de manera
predominante a las mujeres y quizás, por los antecedentes
disponibles, de forma más acentuada que en
Europa.

En las investigaciones
efectuadas sobre las regiones de Toledo y Módena aparecen
numerosos hombres involucrados como clientes o
practicantes. Sin embargo, siempre la tendencia general, ya sea
en Europa o América, apuntará a que la
hechicería la ejerciten e interese primordialmente las
mujeres."

Las mujeres recurrían a la hechicería en
busca de solución a lo que podríamos denominar como
"problemas
sentimentales". De hecho, en todos los procesos, de manera
sistemática, siempre figura en las denuncias contra la reo
la realización de hechizos amorosos. Luego, a distancia y
en orden decreciente, vienen las consultas para conocer el
futuro, que en muchos casos también tiene una
connotación amorosa y para que se efectúen
maleficios en contra de alguna otra persona, donde, de igual
manera, está presente el factor sentimental. Las consultas
para sanarse de alguna enfermedad o para conseguir riquezas a
través del juego o para
descubrir tesoros no figuran (como es el caso de la
hechicería masculina), pero sí se efectúan
para que los hombres les de dinero y regalos.


La aplicación de la Inquisición en
Chile

Según José Toribio Medina, "los pocos
hombres a quienes no había alcanzado el general contagio
del desenfreno de las costumbres y el abandono de los preceptos
religiosos que dominaban en el virreinato del Perú poco
después de la conquista, instaban porque se enviasen de
una vez inquisidores que viniesen a remediar las cosas que se
hacían en deservicio de Dios y de su honra
". Para el
atajo de esos males, los políticos de la época
solicitaban del monarca dos remedios: una persona cristiana y
prudente, para otorgarle todo el poder del virreinato, e
inquisidores.

Luego de instaurada la Inquisición en
América, al Tribunal que se mandó a fundar en Lima
competía conocer de todas las causas de fe que se
suscitaran en América del Sur, quedando comprendido, por
consiguiente, todo el reino de Chile.

Sin embargo su fin moral y rectificador, los
Inquisidores y delegados, actuaban no siempre de manera justa y
regular, y tendieron en numerosas ocasiones a modificar penas o
sacar provecho del poder que la Iglesia y el Rey les
conferían.

Hubo numerosas quejas e intervención de la Corona
para deponer malas personas, si embargo no por mediar estas
disposiciones reales, cesaron los Inquisidores en sus abusivos
manejos y exigencias, así mismo la insolencia y orgullo de
los Inquisidores no deben, no obstante, parecer extraños,
"amparados como se hallaban por la suprema autoridad del
Papado y del Rey, en unos tiempos en que, después de Dios,
nada más grande se conocía sobre la tierra." En
vista de las atribuciones de que estaba investido, se puede saber
hasta dónde llevaba el Tribunal su escrupulosidad en
materia de
delitos y denuncios, pero además hubo una época en
que nadie podía salir de los puertos del Perú sin
licencia especial del Santo Oficio, sus ministros debían
hallarse presentes a la llegada de cada bajel para averiguar
hasta las palabras que hubiesen pasado durante el viaje, no
podía imprimirse ni una sola línea sin licencia,
entre otras cosas que implicaba una vigilancia constante, sumado
a la acción de las opiniones y acusaciones que los mismos
ciudadanos se hacían unos a otros. Por esta razón,
se comprende que nadie vivía seguro de
sí mismo ni podía abrigar la menor confianza en los
demás, ni siquiera en la
familia.

Desde su instalación, el Tribunal del Santo
Oficio se hizo aborrecible para la población colonial, española o
mestiza. Y sobre todo para los acusados por motivos muchas veces
absurdos y rebuscados, los que pasaban meses e incluso
años encerrados en las peores condiciones, sólo
esperando un fallo para su caso, incluso cuando se contaba con un
solo testigo.

Sin embargo, como se ha señalado antes, dentro de
las instrucciones a los Inquisidores, y pese a sus abusos, no
debían proceder contra los indios, por ser gente nueva en
el
conocimiento de las cosas de la fe cristiana, y si se
hacía necesario proceder, debía hacerse con cautela
y consideración. Sin embargo, "los indios dieron bastante
que hacer a la Inquisición, por las supersticiones que
infundían a la gente de baja esfera, haciéndoles
creer en las maravillas que era capaz de producir en los hechizos
la coca, cuyo uso desde aquel entonces, el Virrey Toledo
había tratado de desarraigar".

A mediados del siglo XVIII, el año 1749,
ocurrió en Chillán un caso en que se contravino a
la excepción establecida a favor de los indios, que
motivó no pocos problemas al protector general, a la
Audiencia y al mismo Presidente. Se denominó "Brujos de
Chillán" y se denunció, en efecto, a ciertas indias
como hechiceras ante el cura del pueblo, don Simón
Mandiola, el cual era vicario de dicha ciudad, quien haciendo
caso de Inquisición (pues los casos debían estar a
cargo de la Real Audiencia y no de la Iglesia), procedió a
recibir las declaraciones de las indias, que le contaron con la
mayor seriedad que se convertían en chonchones y se
iban de noche volando hasta la casa de la persona a quien
querían maleficar. El crédulo del cura, en castigo
por la brujería, las hizo azotar y las repartió en
seguida entre los vecinos del pueblo para que sirviesen como
esclavas, y como protector del partido, Carlos Lagos
reclamó, y Mandiola lo hizo arrestar.

Con el empleo de
plantas psicoactivas, las supuestas brujas creían
convertirse en los animales más variados y realizar
conjuros y maleficios a través de sus poderes
sobrenaturales. Estas costumbres eran comunes en los pueblos
indígenas, pero el uso de estas plantas era vista por los
Inquisidores como efecto de la presencia demoníaca. Sin
embargo, el uso de plantas como la coca o el tabaco se
extendió hacia parte de la población
española y criolla, disminuyendo poco a poco el uso ritual
que estas tenían, en muchas ocasiones.

A pesar de la dureza del Tribunal, muchos de los casos
inquisitoriales chilenos no salieron de los límites del
reino, por lo que los juicios y encarcelamientos no fueron
siempre cumplidos, además muchos de estos casos no
poseían la importancia de una pena tan dura. Por otra
parte, por lo que respecta a los reos chilenos, la enorme
distancia en que vivían y por ende, los considerables
gastos que su
traslación a Lima demandaba, siendo que en general se
trataba de gente pobre, no habrían tenido con qué
costear el viaje.


Algunos casos de hechicería en Chile
colonial

Existen varios casos conocidos de juicios
inquisitoriales por hechicería en Chile, tanto de indias
como de mestizas, negras, mulatas e incluso españolas,
aunque las menos, y en los inicios de la acción del
Tribunal. En general eran mujeres, sin embargo, había
cierta cantidad de hombres acusados, ya que no era menor, por
ejemplo, la existencia de los machi dentro de la tradición
mapuche, por lo que los hechiceros eran comunes en Chile
colonial.

Doña Francisca de Escobedo y otras mujeres (se
deduce españolas), fueron testificadas de hechizos y de
haber tratado con indios de estas cosas, a fines del siglo XVI,
proceso tramitado por el Comisario de Santiago. Juana de Soto,
otra mujer no india, fue
procesada por la misma época. Se decía que era
mujer d un Pizarro, y que residía en los reinos de Chile,
y se la acusaba por cosas de hechizos y
supersticiones.

También durante la primera época
encontramos dos casos a hombres, uno a Diego Mazo de Alderete,
por cosas de quiromancia y otras tocantes a los jubileos e
indulgencias y palabras mal sonantes como "bendito sea el diablo,
algunas veces vale más servir al diablo que a Dios" y
otras cosas. Del proceso resultaron también varios cargos
contra Ambrosio Fernández Aceituno, Ruy González y
un tal Navamuel. En 1585, Martín Ruiz de Gamboa, siendo
gobernador del reino, fue denunciado de que hallándose en
la frontera de los indios de guerra y teniendo preso a un cacique
principal, había consentido que, estando este muy enfermo,
se le trajese una machi para que lo curara, la cual, según
testigos, lo hacía invocando a los demonios.
Añaden, sin embargo, que Ruiz de Gamboa lo
consintió por ser la vida de aquel cacique muy importante
para la pacificación de la tierra.

María de Encío, natural de Bayona, en
Galicia, mujer de Gonzalo de los Ríos, vecina de Santiago
de Chile, fue presa con secuestro de
bienes hacia
1579 por el Santo Oficio, testificada ante el Provisor de haber
dicho que "si una mujer casada o doncella se sentía
preñada y no de su marido, por encubrir su fama
podía matar a la criatura en el vientre o tomar cosas con
que la echase" y de haberse quedado con esa opinión aunque
se la hubiera reprendido por haberla pronunciado.

Así mismo se le reprochó azotar
indígenas y hacerlos trabajar, junto con esclavos negros,
en su ingenio de azúcar
en días de fiesta. Además se la inculpó de
comer carne los días viernes y sábado y de ser
casada dos veces, y que miraba las rayas de las manos, y
creía en sueños y supersticiones y consultaba a las
indias tenidas por hechiceras. Se encontró argumento al
testificar personas que habían escuchado que María
había dicho ciertas cosas supersticiosas, y además
los inquisidores intentaron relacionarla con algún pacto
con el diablo, cada vez que sabían que sus indias bailaban
una suerte de danza
diabólica y que ella dejaba con el pretexto de que si las
detenía podían caer muertas, entre otros indicios
de sospecha. María asumió ciertos cargos, dando las
debidas explicaciones, dado que ella sólo en ocasiones se
había inclinado por la ayuda de hechiceras. Fue condenada
a que abjurase de levi en la sala de la audiencia, a pagar
mil pesos y a algunas penitencias espirituales.

La mulata Juana de Castañeda, tenía 32
años y era natural de Valdivia, era hija de negro e india,
y vivía en el Callao. Fue denunciada por otra mulata el
año 1600, que la había visto en
compañía de otras dos mujeres de rodillas y con dos
velas encendidas delante de la imagen de Santa
Marta. Cada vez que Juana conjuraba esa imagen sacaba a su marido
de la cárcel. La mulata además agregó en su
testimonio que la Escobedo le había ofrecido
ára diciéndole que era buena para que los
hombres con quien hubiese tenido relaciones deshonestas la
quisieran bien. La mulata no negó los cargos. Fue
sentenciada a abjurar de levi, a cien azotes y desterrada
del puerto Callao dos años.

En el año 1693, en Concepción, las
autoridades españolas realizaron una investigación en donde podemos apreciar la
relación entre prácticas de brujería y
resistencia étnica. Las razones de este juicio a la machi
Guenteray y un grupo de
caciques e indios de la región, están vinculadas a
la muerte de
algunos caciques aliados de los españoles y un posible
alzamiento general de los mapuches. Esas muertes supuestamente
habían sido causadas por las hechicerías de estos
personajes, efectuadas desde hacía tiempo en cuevas de la
región.

El Capitán tuvo noticias que
los mapuches de Maquegua y Calbuco habían sostenido juntas
secretas es estas, denominadas renis. Las penas a todos
los acusados, todos culpables, fueron el destierro perpetuo, y a
unos el trabajo
forzado en obras de Su Majestad, y a otros se les rebajó
la mitad sus sueldos y raciones, a pesar de la defensa del
Capitán de Caballos Jerónimo Agustín de la
Vega, quien aludía que para los indios era cosa
común y buena las hechicerías y que aún no
estaban enterados de la ley
cristiana.

Los casos relatados anteriormente son una muestra escueta
de la totalidad, que muchas veces no está debidamente
consignada, o no ha sido estudiada por no representar una gran
relevancia. En este sentido, es muy clarificador lo que podemos
deducir de los estudios sobre los procesos en el Tribunal de
Lima, estudiados por varios historiadores, entre ellos Medina y
Millar, citados en el presente trabajo.

Ideas
que subyacen en el imaginario social a la práctica de la
hechicería

Hemos visto que ideas e imaginarios subyacen en las
prácticas, por un lado, y en las creencias, por otro, de
la hechicería y la brujería, tanto en la cultura
europea como en las culturas americanas, en especial de
Sudamérica, y como todo este bagaje cultural se conjuga
para crear ideas morales y finalmente desencadenar la necesidad
de la traslación desde Europa del Tribunal de la
Inquisición, con todo su aparataje legalista y moralista
amparado en la religión católica.

La hechicería se asocia con un segmento de la
sociedad, llámese inferior, débil, salvaje, el cual
tiende a la liberación de las ataduras "naturales"
impuestas por las leyes humanas de conducta social y
regla religiosa. La hechicería se asocia con lo
misterioso, lo demoníaco, y con el engaño. Se
asocia con la manera incorrecta de lograr ciertos
propósitos, de lograr cosas que podría ser
imposibles de lograr de otro modo. La hechicería se asocia
con el conocimiento de la naturaleza salvaje, con los
espíritus, que siempre son malignos para los
españoles inquisidores.

La hechicería se asocia a lo femenino, al mundo
oculto y lascivo, doblez, sensual y terrenal de las mujeres, que
logran ponerse en contacto con estas fuerzas sobrenaturales y se
contactan con una espiritualidad poco sublime, ya que no radica
en Dios todopoderoso, sino en entidades que pululan por la
tierra. Lo subordinado y lo femenino tienden a relacionarse en
estas prácticas, y para el pensamiento "racional"
español, sólo lo masculino es el poseedor de la
gracia de una visión suprema del mundo, una visión
asociada con Dios todopoderoso, con el rey, y con el padre de
familia.

Una visión que tiene mucho de idealismo y
otro tanto de tiranía, y aún más de mentira,
pues bajo esa máscara de autoridad y verdad masculina, se
oculta una realidad social compleja, que se puede evidenciar de
manera palpable en la época colonial, donde convergen
sistemas de
creencias y escalas de valores extrañas entre sí,
intentando convivir, intentando adaptarse, y por otro lado, a la
par de tratar de imponer sus principios, los europeos ven en
América el lugar de la realización de sus
sueños, buenos y malos, y se encuentran con la capacidad y
la autoridad de hacer lo que deseen en nombre de la Corona y
Dios, pero sin duda, para ellos mismos. Quebrantar su sistema moral
establece el principio para la culpa, sin embargo, subyace bajo
esta idea, primero que nada, los intereses, de toda
índole, de los acusadores y jueces. Las mujeres, se ven,
en este sentido, sometidas necesariamente a este juego de
poderes.

Las indias, pese a ser tratadas muchas veces como
objetos, ignorantes y salvajes, gozaron mayormente de libertades
por esa idea de que los nativos no conocían aún las
enseñanzas cristianas. Por otra parte, en muchas culturas
y pueblos americanos, las mujeres ya gozaban de un estatus
distinto, como es el caso de los mapuche. Si embargo, en la
sociedad europea, la mujer era una subordinada del hombre,
siempre, salvo excepciones, donde mujeres se lograron enfrentar
al mundo solas. Esta idea de la mujer subordinada recayó
sobre los indígenas y se manifestó con fuerza en
los idearios mestizos que se irían
desarrollando.

La hechicería se convirtió, de un modo
natural de lograr ciertos propósitos, en el mundo
indígena, a una manera pecaminosa de intentar liberarse de
las ataduras sociales impuestas por el nuevo orden. Por otra
parte, el hecho de que en general se recurra a la
hechicería por cuestiones sentimentales, demuestra una
peculiaridad en América, no recurrente en
Europa.

Se puede recurrir a la opinión de
contemporáneos a estos juicios, los cuales aluden que la
fuerza excepcional de la hechicería amorosa estaría
vinculada al clima moral excepcionalmente permisivo que se
daría en esta parte de América, como era el
Virreinato peruano. Se decía que el concubinato
practicado en todos los estratos sociales sería la forma
más aceptada de relación entre parejas, sin que
fuera considerada inmoral. Lima era presentada por algunos
eclesiásticos como un abismo de corrupción
encendido por el demonio de la carne.

No negando que en la sociedad peruana se pudo dar
durante el período colonial una liberalidad en materia de
comportamientos sexuales, podría ser mejor no centrar el
fenómeno de la hechicería en una explicación
de ese tipo. Si nos detenemos en el análisis de lo que buscaba la clientela
femenina en, encontraremos que reiteradamente se insiste
más o menos en lo mismo. Ellas recurrían a las
hechiceras para que el hombre con
quien vivían no las abandonara, o regresara a su lado, y
para que los hombres las quisieran y les dieran dinero o regalos.
Las casadas iban con el ánimo de obtener mejor trato de
sus maridos, y para evitar el abandono. ¿Eran estas
razones sólo de índole sentimental o sexual, o bajo
esta apariencia existe un problema social más
profundo?

Hay dos elementos a considerar: el papel de la mujer en
la sociedad colonial y las características de la estructura
social americana. La documentación de manera uniforme muestra a
la mujer como un sujeto inferior, pasivo, que en la
práctica tendría una posibilidad de acción
mínima. Todo parece indicar que la mujer independiente no
tenia cabida dentro de la sociedad. "Una mujer independiente,
soltera, viuda o separada, carecía de protección y
quedaba expuesta a todo tipo de abusos producto del
machismo imperante y de la violencia
inherente a esa época y que impregnaba todos los aspectos
de la vida". Además la estructura social de América
era mucho más compleja que la peninsular, con la presencia
de mestizos y castas. La pobreza y la
coloración de la piel dejaba a
grandes grupos en una situación de inferioridad, y en
ellos abundan las mujeres solas y abandonadas. Y, por otra parte,
estos mismos grupos eran mucho más propensos a caer en
practicas hechiceriles, tal vez por la tendencia de que pareciera
que en general, mientras más primaria y elemental es la
concepción de mundo para ellos, más cerca
están de las creencias mágicas.

La hechicería ejerce su oficio para ganar dinero,
en el ámbito urbano, pues así se reconoce frente a
los inquisidores. Son mujeres más bien jóvenes,
analfabetas, miserables, normalmente sin protección
masculina y que han encontrado en esas prácticas, que
tiene gran demanda, un
medio que les ayuda a subsistir. A su vez, la clientela esta
integrada en su mayoría por mujeres de estratos bajos, que
buscan desesperadamente a un hombre, y no necesariamente para
satisfacer sus apetitos carnales, sino que para que les diera
protección en ese mundo tan complejo, en el que estaban a
merced de ser atropelladas y humilladas permanentemente, por
encontrarse en los márgenes de las estructuras
oficiales.

Conclusión

La idea de la bruja está tremendamente arraigada
en nuestro imaginario sin pensarlo mucho, nos imaginamos a la
bruja como una mujer fea, viviendo en una pocilga, intentando
dañar lo más posible a otros mediante sus conjuros
y pócimas. Nos acordamos de las escobas, de las danzas a
la luz de la luna. A
veces nos viene a la mente una bruja buena, una hechicera que
vive en el bosque encantado, que tiene contacto con los buenos
espíritus y augura y presagia a los hombres de su pueblos
sobre los hechos venideros, y sana de enfermedades.

Otras veces nos figuramos a mujeres que nacen con
poderes, y que creen ser normales y no lo son, pero que sin
invocar a nadie, logran actuar sobre la naturaleza y realizar
actos sobrenaturales. Existen muchas caras de la bruja o la
hechicera.

La que hemos visto en el presente trabajo, la de los
casos de la Inquisición, no es ni la vieja maligna, ni la
diosa del bosque, ni la joven normal que tiene poderes
sobrenaturales, es la mujer sola que se enfrenta a un mundo
adverso, y que posee un conocimiento mágico del mundo
heredado de sus antepasados que lo heredaron de las tradiciones
ancestrales tanto europeas como indígenas. Son mujeres que
no buscan nada más poderoso que desligarse de algún
modo de las ataduras que le impone una sociedad machista y llena
de peligros, y donde son ellas las que la sustentan como madres y
como amantes. Son mujeres humildes y pobres, subordinadas por su
precaria situación, que intentan ganar dinero y ganar
seguridad a
través del casi único medio que tiene a su alcance:
invocar las fuerzas sobrenaturales, los espíritus, e
intentar doblegar el destino que de seguro les espera.

Finalmente, la hechicera de las regiones de
América, es heredera en ciertos aspectos de la cultura
popular europea, y se vincula, además, a las tradiciones
mágicas indígenas, respondiendo a importantes
requerimientos que la sociedad colonial tenía sobre todo
con las mujeres de los sectores más pobres. Podría
sostenerse que la hechicera americana fue una mujer que
solucionaba, o por lo menos consolaba, en las situaciones
difíciles de las relaciones
humanas, las cuales ni las instituciones ni medios
tradicionales podían resolver.

Bibliografía

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Olivos Herreros, Carmen Gloria, Plantas psicoactivas
de eficacia
simbólica: indagaciones en la herbolaria mapuche
,
Chungará Revista de
Antropología Chilena
, Volumen especial,
2004, versión digital .

 

Montserrat Arre Marfull

Licenciatura en Historia

Universidad de Chile

Año 2006

 

Partes: 1, 2
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