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Jacques Le Goff : Mercaderes y banqueros de la edad media



Partes: 1, 2

    1. La Revolución
      Comercial
    2. El Mercader
      Errante
    3. Progreso de
      los métodos en los S. XIV y XV
    4. ¿Fue el
      mercader medieval un capitalista?

    CAPITULO PRIMERO

    LA ACTIVIDAD PROFESIONAL

    La
    Revolución
    Comercial

    La revolución comercial de la que fue teatro la
    Cristiandad medieval entre los siglos XI y XIII se halla
    estrechamente unida a algunos grandes fenómenos de la
    época, y no resulta fácil determinar si fue causa o
    efecto de los mismos.

    En primer lugar, cesan las invasiones. En cuanto dejan
    de penetrar en el corazón de
    la Cristiandad o de arribar a sus costas germanos, escandinavos,
    nómadas de las estepas eurasiáticas y sarracenos,
    los intercambios pacíficos -nacidos, por otra parte,
    modestamente en el mismo seno de las luchas- suceden a los
    combates. Y aquellos mundos hostiles se revelan como grandes
    centros de producción o de consumo: se
    ofrecen los granos, las pieles y los esclavos del mundo
    nórdico y oriental a las grandes metrópolis del
    mundo musulmán de las que afluyen, en cambio, los
    metales
    preciosos de África y de Asia.

    La paz -relativa- sucede a las incursiones y a los
    pillajes, creando una seguridad que
    permite renovar la economía y, sobre
    todo, al ser menos peligrosas las rutas de tierra y de
    mar, acelerar si no reanudar el comercio.
    Más aún; al disminuir la mortalidad por accidente y
    mejorar las condiciones de alimentación y las
    posibilidades, de subsistencia, se produce un aumento
    demográfico que provee a la Cristiandad de consumidores y
    productores de mano de obra y un stock humano del que
    tomará sus hombres el comercio. Y cuando el movimiento
    cambia de dirección, cuando Cristiandad ataca a su
    vez, el gran episodio militar de las cruzadas, no será
    más que la fachada épica a la sombra de la cual se
    intensificará el comercio pacífico.

    Con estas convulsiones se halla vinculado el
    fenómeno capital del
    nacimiento o renacimiento de
    las ciudades. En todas ellas, ya sean de nueva creación o
    antiguos conglomerados, la característica más
    importante es ahora la primacía de la función
    económica. Etapas de rutas comerciales, nudos de
    vías de comunicación, puertos marítimos o
    fluviales, su centro vital se encuentra junto al viejo castum
    feudal, núcleo militar o religioso: es el nuevo barrio de
    los comercios, del mercado y del
    transito de mercancías. El desarrollo de
    las ciudades está vinculado a los progresos del comercio,
    y en el marco urbano debemos situar el auge del mercader
    medieval.

    No todas las regiones de la Cristiandad conocen con
    igual intensidad estas manifestaciones primeras de la
    revolución comercial. Podemos individualizar tres grandes
    centros donde tiende a concentrarse la actividad comercial de
    Europa. Como el
    Mediterráneo y el Mar del Norte (dominio
    musulmán y dominio eslavo-escandinavo) son los dos polos
    del comercio
    internacional, en las avanzadas de la Cristiandad hacia esos
    dos centros de atracción aparecen dos franjas de poderosas
    ciudades comerciales: en Italia y, en
    menor grado, en Provenza y en España por
    una parte, y en Alemania del
    norte por otra. De ahí el predominio en la Europa medieval
    de los mercaderes, el italiano y el hanseático, con sus
    dominios geográficos, sus métodos y
    su personalidad
    propios. Mas, entre esos dos dominios hay una zona de contacto
    cuya originalidad estriba en que, desde muy pronto, añade
    a su función de intercambio entre ambas zonas comerciales
    una función productora, industrial: la Europa del
    noroeste, o sea la Inglaterra del
    sudeste, Normandía, Flandes, Champaña y las
    regiones del Mosa y del bajo Rin. Esta Europa del noroeste es el
    gran centro de la fabricación de paños y –
    con la Italia del norte y del centro- la única
    región de Europa medieval que permite hablar de industria.
    Junto a las mercancías del norte y de Oriente, el
    hanseático y el italiano van a buscar a los mercados y ferias
    de Champaña y de Flandes estos productos de
    la industria textil europea. Porque en esta primera fase de
    nacimiento y expansión, el mercader medieval es, sobre
    todo un mercader errante.

    El Mercader Errante

    Los caminos: El mercader encuentra muchos
    obstáculos a lo largo de los caminos de tierra y de
    agua por donde
    transporta sus mercancías.

    Ante todo, obstáculos naturales. En tierra, hay
    que atravesar las montañas por caminos que, si bien no tan
    malos como se ha dicho a veces y más elásticos que
    los caminos empedrados y pavimentados de la Edad Antigua, son,
    sin embargo, muy rudimentarios. Si pensamos que las grandes rutas
    del comercio norte-sur han de cruzar los Pirineos y sobre todo
    los Alpes (más permeables al tráfico, pero de
    dificultades multiplicadas por el volumen muchos
    más considerable de las mercancías) nos damos
    cuenta en seguida de los esfuerzos y riesgos que
    representaba, el transporte de
    un cargamento desde Flandes a Italia. Y no debe olvidarse que, si
    bien en ciertos tramos se utiliza lo que pueda subsistir de las
    vías romanas, y en algunos itinerarios se encuentran
    carreteras de verdad, la mayoría de las veces los caminos
    medievales a través de campos y colinas no son otra cosa
    que "el lugar por donde se pasa". A eso hay que añadir las
    insuficiencias del transporte.

    Sin duda los progresos realizados en los medios de
    acarreo a partir del siglo X fueron una de las condiciones
    técnicas favorables, si no imprescindibles,
    para el desarrollo del comercio; pero, en los caminos sin
    pavimentar, los resultados de estos adelantos fueron muy
    limitados. Por eso, junto con los pesados carros de cuatro ruedas
    y las carretas más ligeras de dos ruedas, los animales de carga
    (mulas y caballos) con sus albardas y sus sacos fueron los
    agentes usuales de transporte.

    Agreguemos a eso la inseguridad,
    los bandidos, los señores feudales o las ciudades
    ávidas de allegar recursos por
    medio del simple robo o por la confiscación más o
    menos legalizada de los cargamentos de los mercaderes. Agreguemos
    muy especialmente, quizás (por ser más frecuentes y
    más regulares) los impuestos y
    derechos, peajes
    de todas clases que los innumerables señores feudales, las
    ciudades o las comunidades cobraban por pasar un puente, un vado
    o por el simple tránsito a través de sus tierras,
    en tiempos de extremo parcelamiento territorial y
    político. (La idea de tomarme el trabajo de
    transcribir todo el texto es para
    que puedas acceder al material de estudio de manera gratuita,
    hacé el esfuerzo y seguí la cadena: )

    Cuando todavía estos tributos se
    recaudaban como pago de un efectivo mantenimiento
    del camino, el gasto podía parecer legítimo a los
    mercaderes; y a partir del S. XIII, los señores feudales,
    los monasterios y los habitantes de los Burgos construyen puentes
    que facilitan y aumentan en tráfico del cual sacan
    beneficios apreciables. Pero a veces se construye a expensas de
    los usuarios, como fue el caso del puente colgante del Gotardo,
    el cual en 1237 abrió el camino más corto entre
    Alemania e Italia. Esos gastos
    sólo se atenuarán hacia fines de la Edad Media,
    con una política de trabajos públicos por
    parte de los príncipes y de los reyes, en el marco de
    la
    organización de los estados centralizados y mediante
    rescate sistemático de los peajes .Por lo tanto, a las
    fatigas y los riegos el mercader ha de añadir estos gastos
    ineludibles, lo que hace que el transporte terrestre resulte muy
    oneroso. Para los productos raros y caros (esclavos; paños
    de lujo; especias), el costo del
    transporte no representaba más del 20 al 25% del precio
    inicial. Pero para lo que Sapori ha llamado las
    "mercancías pobres", pesadas y voluminosas y de un
    valor menor
    (granos; vinos; sal) estos gastos ascendían hasta un 100 y
    150% de su valor original.

    Las vías fluviales: Por eso el mercader
    medieval prefería las rutas navegables. Donde la
    navegabilidad de los ríos lo permite, se practica en gran
    escala el
    transporte de la madera por
    flotación y de las demás mercancías mediante
    barcas chatas. A este respecto, hay tres redes fluviales que por la
    importancia de su tráfico deben destacarse: 1) La de
    Italia del N. que con el Po y sus afluentes constituía la
    mayor vía de navegación interior del mundo
    mediterráneo. 2) El Ródano, prolongado por el
    Mosela y el Mosa, que fue hasta el S. XIV el gran eje de comercio
    entre norte y sur. 3) El enrejado que forman los ríos
    flamencos, completado a partir del S. XII por toda una red artificial de
    canales y de pantanos-exclusas y que fueron para la
    revolución comercial del S. XIII lo que la red de canales ingleses fue
    para la revolución
    industrial del S. XVIII. Debemos añadir la vía
    Rin-Danubio, ligada al desarrollo económico de la Alemania
    central y meridional. Durante mucho tiempo fueron
    los mercaderes los que desempeñaron el papel preponderante
    en todo este trabajo de
    dotación.

    Las vías marítimas: Pero es el
    transporte marítimo el medio por excelencia del comercio
    internacional medieval, el que hará la riqueza de estos
    grandes mercatores que son quienes nos interesan en particular.
    También en ese terreno los obstáculos siguen siendo
    grandes.

    En primer lugar, tenemos el riesgo del
    naufragio y la piratería. Esta última actuó
    siempre en gran escala. Primero fue obra de marinos particulares
    que la practicaban alterándola con el comercio. Estos
    marinos, para el desarrollo de su actividad establecían
    verdaderos contratos que
    aseguraban su parte de beneficio a los honorables comerciantes
    que financiaban sus empresas. Obra
    también de las ciudades y del los Estados, en virtud del
    derecho de guerra o de un
    derecho de pecio ampliamente interpretado; y si bien este jus
    naufraggi pronto fue abolido en el Mediterráneo
    siguió existiendo durante mucho más tiempo en el
    dominio nórdico, practicado especialmente por ingleses y
    bretones a lo largo de una tradición ininterrumpida que
    conduciría a la guerra de corso de los tiempos modernos.
    Solamente las grandes ciudades marítimas pueden organizar
    convoyes regulares escoltados por naves de guerra.

    Otro obstáculo es la poca capacidad de las naves.
    Desde luego, la revolución comercial y el crecimiento del
    tráfico hacen que aumente el tonelaje de las naves
    mercantes. Pero los pesados koggen hanseáticos adaptados
    al transporte de mercancías voluminosas y
    pesadísimas y las grandes galeras de comercio italianas,
    aunque alcanzan el millar de toneladas a fines de la Edad Media,
    no representan en conjunto más que un escaso tonelaje. La
    mayoría de las naves tenía menor capacidad: los
    koggen hanseáticos que transportaban lana inglesa y el
    vino francés o alemán por el mar del Norte y el
    Báltico, las carracas genovesas o españolas
    cargadas de especias y las naves rápidas venecianas que
    iban a buscar el algodón
    a los puertos de Siria y Chipre, raramente superaban las 500
    tn.

    Otro inconveniente es la escasa velocidad de
    esa navegación. A partir del S. XIII, la difusión
    de inventos como el
    timón de codaste, la vela latina, la brújula y
    los progresos en cartografía, permiten disminuir las trabas
    que significaron en la Edad Media el anclaje nocturno, el
    paro en
    invierno durante la época de vientos y el cabotaje a lo
    largo de las costas. Todavía a mediados del S. XV el ciclo
    completo de una operación de un mercader veneciano
    (llegada a Venecia de especias de Alejandría,
    reexpedición a Londres y regreso con estaño a
    Alejandría y nuevo cargamento de especias para Venecia)
    dura dos años enteros. El mercader precisa de paciencia y
    capitales. Por lo demás, el costo del transporte por mar
    es infinitamente más bajo que el transporte por tierra: el
    2% del valor para la lana o la seda, el 15% para los granos y el
    33% para el alumbre.

    Las Ferias: Pero, en el S. XIII, la meta
    más importante del mercader errante son las ferias de
    Champaña.

    Estas ferias tenían lugar en Lagny, en
    Bar-sur-Aube, en Provins y en Troyes y se sucedían a lo
    largo de todo el año: en enero-febrero en Lagny; en
    marzo-abril en Bar; las ferias de mayo-junio en Provins; la feria
    de San Juan en Julio-Agosto, en Troyes; la feria de San Ayoul en
    septiembre-noviembre, de nuevo en Provins; y la feria de San Remi
    en noviembre-diciembre, otra vez en Troves. Por lo tanto,
    había en Champaña un mercado casi permanente del
    mundo occidental, lo que es importantísimo. Así
    durante dos o cuatro meses al año reinaba en aquellas
    ciudades una extraordinaria animación, como la descrita en
    primavera por el trovador Bertrand de Bar-sur-Aube:

    Para acudir a la feria, los mercaderes hicieron un viaje
    largo y difícil. Los italianos, que franquearon los pasos
    alpinos, estuvieron cinco semanas en camino. Una vez llegados
    precisaban alojarse. Al principio se levantaban barracas
    provisionales en las plazas y en las afueras de la ciudad. Luego,
    los habitantes alquilaron habitaciones o casas a los mercaderes.
    Y al final se les construyeron casas especiales, de piedra, para
    que resistieran los incendios y
    con grandes sótanos abovedados para servir de almacén a
    las mercaderías.

    Mercaderes y habitantes gozaban de importantes
    privilegios y la persistencia y el auge de las ferias
    están íntimamente relacionados con el poder
    creciente de los condes de Champaña y la liberalidad de su
    política.

    Esta liberalidad se manifiesta, en primer lugar, con los
    salvoconductos acordados para la extensión de las tierras
    condales. Y también, con la exención de todo
    impuesto
    servil sobre los terrenos donde se construyeran alojamientos y
    locales para los mercaderes. Los habitantes de los Burgos
    quedaron exentos de tributos y de toltes a cambio de
    impuestos fijos rescatables. Las banálites (poyas)
    fueron abolidas o considerablemente limitadas. Estos comerciantes
    no tenían que pagar derecho de represalias y de marca, ni derecho
    de albarranía y de precio. En especial, los condes
    aseguraban la policía de las ferias, controlaban la
    legalidad y la
    honestidad de las
    transacciones y garantizaban las operaciones
    comerciales y financieras. Para ello se crearon funcionarios
    especiales, los guardias de ferias; esta función
    pública a menudo fue confiada a burgueses, por lo menos
    hasta 1284, en que los reyes de Francia,
    dueños de la Champaña, nombraron para tales cargos
    en general a funcionarios reales. Además de las razones
    puramente económicas, el control de las
    operaciones
    financieras y el carácter semipúblico de los
    cambistas contribuyó a otorgar a esas ferias una de sus
    características más importante: el carácter
    de clearing en embrión, al extenderse la costumbre de
    pagar las deudas mediante compensación.

    Pero estas ferias declinan a principios del S.
    XIV. Amuchas causas se ha atribuido esta decadencia: a la
    inseguridad reinante en Francia en el S. XIV con motivo de la
    guerra de los Cien Años; al desarrollo de la industria
    textil italiana que originó una decadencia de la industria
    textil flamenca, principal proveedora de las ferias.
    Fenómenos ambos que conducen al abandono de la Strata
    francigena,
    la ruta francesa, gran eje de unión entre
    el mundo económico del Norte y el dominio
    mediterráneo, en beneficio de dos rutas marítimas
    que partiendo de Génova y de Venecia llega a Brujas y a
    Londres a través del Atlántico, la Mancha y el Mar
    del Norte; y una ruta terrestre renana a lo largo de la cual, en
    los S. XIV y XV, se desarrollan las ferias de Francfort y
    Ginebra. Pero la decadencia de las ferias de Champaña se
    halla unida, sobre todo, a una transformación profunda de
    las estructuras
    comerciales, que da lugar a la aparición de un nuevo tipo
    de comerciante: el mercader sedentario en lugar del mercader
    errante. Este último era un "tragaleguas" siempre en
    camino; desde entonces y gracias a técnicas cada vez
    evolucionadas y a una organización cada vez más compleja,
    el mercader sedentario dirige, desde la sede central de sus
    negocios, toda
    una red de asociados o empleados que hace inútil sus
    viajes.

     

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