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Inmigración a la Argentina 1830-1950 (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

LUCIO
V. LOPEZ. INMIGRANTES EN LA GRAN ALDEA

En 1884, en el periòdico Sud
Amèrica
se publica como folletìn este libro (1) que
Lòpez dedica a Miguel Canè, su "amigo y camarada".
"El subtìtulo de La gran aldea, "Costumbres
bonaerenses", previene ya las caracterìsticas del realismo a que
recurrirà su autor, Lucio Vicente Lòpez
(1848-1894): una actitud
crìtica, no disolvente sino reformista, encaminada a
registrar tipos y hàbitos de una sociedad, y a
poner de relieve
algunos de entre ellos mediante el sarcasmo, la ironìa o
la simple caricatura. (…) la propuesta fundamental de La
gran aldea
es la de demostrar que el Buenos Aires provinciano
de 1860 pervive en el Buenos Aires
cosmopolita de 1880, que la clase social
que manejaba sus destinos en la època de Pavòn
continuaba controlando los hilos de la polìtica y de las
finanzas y
dando el tono de la sociabilidad en la època del alumbrado
a gas y de los
tranvìas a caballo" (2).

"Aunque esperanzada con el potencial talento literario
del autor, ya en el momento de su publicaciòn la
crìtica fue en general adversa con la novela, pero
ùtil, segùn Lòpez, porque ‘ha
despertado la curiosidad y me ha favorecido la venta’. En
ella pesa màs la crònica que la densidad
literaria -Rojas la ve ‘inferior a su fama’-, y
asì parece haber sido desde que se publicò: en su
època influyeron tanto su calidad de
instrumento de lucha polìtica e ideològica como el
hecho de ser una novela en
‘clave’, por la que desfilaban las figuras del
dìa (Mitre, Sarmiento, Avellaneda, etcètera); en
nuestros dìas pesa el valor
testimonial, intenciòn que ya proclama el autor desde el
subtìtulo (Costumbres bonaerenses), que permite
rastrear el pasaje de un Buenos Aires ‘patriota,
semisencillo, semitendero, semicurial y semialdea’, a la
ciudad ‘con pretensiones europeas’ en diversos
registros: en
lo urbano, con la transformaciòn de la ciudad que es
màs modernizaciòn que ampliaciòn, con la
incorporaciòn a la vida cotidiana del gas de alumbrado, el
tranvìa, las nuevas formas de la arquitectura y la
decoraciòn; en lo social, con el advenimiento de las
nuevas burguesìas, el gallego sirviente al lado del
mulaterìo, la desapariciòn del tendero criollo; en
lo polìtico, con la consolidaciòn del roquismo, que
impone la unificaciòn del paìs desde el poder central
–y desde la ciudad capitalizada- y las tensiones que eso
provoca; en lo econòmico, con el pasaje de los buenos
tiempos del Estado de
Buenos Aires al manejo financiero que culminarà con la
crisis de
1890; en lo religioso, con el progresivo avance del laicismo
estatal y la nueva religiòn de la burquesìa; en lo
literario, con el pasaje del Romanticismo al
Realismo y al teatro ligero
francès…" (3).

En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la
perspectiva de un escritor que añora un pasado que no
volverà.

En la tienda

Lòpez compara a los tenderos de antaño con
los del presente: "¡Y què mozos! ¡Què
vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos
estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de
tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella
juventud
dorada, hija de la tierra,
ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al
menudeo de la colonia".

Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los
prìncipes del mostrador porteño, el màs
cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran
tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero
adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador.
No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo
el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de
madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la
piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos
Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese
derecho".

Describe la estrategia del
tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa
o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la
parroquiana: dominaba toda la escala;
poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto
de la època y daba el do de pecho con una dama para
dar el con una cocinera".

"Los tratamientos variaban para èl segùn
las horas y las personas. Por la mañana se permitìa
tutear sin pudor a la parda o china criolla
que volvìa del mercado y entraba
en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba
llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si
èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana,
extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el
‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento
de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la
mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn
de francès que èl sabìa balbucir, era
irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban
entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y
madama, segùn la edad dela gringa, como èl la
llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes".

Los inmigrantes trabajaban junto a los criollos: "daban
las cuatro y, no bien habìa entrado el gallego cotidiano
con las viandas, don Narciso se engolfaba en los antros profundos
de la trastienda". Lucio V. Lòpez menciona otro gallego
relacionado con la tienda: "Caparrosa, el cadete de Bringas, un
galleguito ladino y vivaracho".

En la escuela

En la adolescencia,
el protagonista acude a la escuela de dos
maestros, a los que describe con estas palabras: "Don Pîo
Amado y don Josef Garat, mis maestros, eran dos personajes
singulares; singular era su escuela, singular la enseñanza, singular todo lo que los
rodeaba. Don Pìo era la bondad y la benevolencia
personificadas; don Josef era la intransigencia, el mal humor y
la ira misma. Reunidos, don Pìo era la nota còmica
del colegio, don Josef era la nota èpica. Amàbamos
a don Pìo y lo amàbamos con toda el alma;
temblàbamos ante don Josef y lo respetàbamos a
fuerza de
malquererlo".

En otro pàrrafo se refiere al aspecto
fìsico del segundo: "Don Josef, en cambio, era un
Orestes. Alto, vigoroso, la cara roja como un pimiento, la nariz
chica y encorvada, la cabeza mezquina pero bien puesta sobre los
hombros. Don Josef pasaba la vida clamando contra todo lo que lo
rodeaba: contra el paìs, contra sus hombres, contra las
mujeres, contra los muchachos y contra don Pìo, a quien
tenìa en poca cuenta en las situaciones
normales".

Uno de estos maestros era inmigrante: "Don Josef era
oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en
el castillo Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas,
de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi
vìctima del hambre de una tigra mansa; preciàbase
de haber conocido a la reina de España,
doña Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en
un dìa de toros. Hacìa sacrificio de confesarse
descendiente de don Gonzalo de Còrdoba, pero no se
prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con
majestad, porque no querìa que nadie sospechase que
èl aprobaba las rendiciones de cuentas de su pco
escrupuloso antepasado. Vivìa crònicamente
colèrico, sin que esto importe decir que no supiera
interrumpir sus accesos para hablar con fruiciòn, de los
tesoros de Potosì y de fortunas colosales como las de los
cuentos de
hadas, porque el buen viejo tenìa altamente desarrollada
la nota de la codicia".

"Pero, cuando èl levantaba la voz en la clase, o
fuera de la clase, o con los tertulianos nocturnos que lo
visitaban en el colegio, entonces temblaba la casa: buscaba la
invectiva, la lanzaba al rostro del adversario y la sazonaba con
vocablos de estofado acabando por dominar el debate con sus
gritos estentòreos. Dentro de ese cuerpo vigoroso, de rica
muscultura de atleta, en el fondo de ese caràcter
atrabiliario, disputador y pendenciero que amenazaba tragarse la
tierra, se
escondìa un ser enteramente pusilànime. Don Josef
era una liebre".

Recuerda con cariño a esos pedagogos: "Era un
muchacho de quince años cuando entrè en el colegio
y apenas sabìa leer y escribir, pero trabajè con
tesòn y me abrì paso. Don Pìo me amaba y don
Josef, que habìa empezado por expresarme el màs
profundo desprecio, habìa pasado del indiferentismo al
entusiasmo con una facilidad extraordinaria. Yo comenzaba a ser
su ìdolo. De cuando en cuando pensaba que, siendo yo como
era un pobre diablo, sin padre, sin fortuna, era demasiada
generosidad de su parte interesarse por mì como se
interesaba y me lo echaba en cara; pero cuando lo
sorprendìa con un progreso inesperado para èl, o
con un buen rasgo de conducta,
entonces el buen viejo se exaltaba y pasaba los lìmites
del entusiasmo en sus elogios".

…..

Inmigrantes y criollos conviven en esta obra -que
incluye pàginas de "larvada xenofobia"-,
en la que "Lucio Lòpez anticipa una visiòn
crìtica nostàlgica y casi desesperanzada del cariz
que toma la vida polìtica y social de la
Argentina".

Notas

  1. Lòpez, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres
    bonaerenses
    . Buenos Aires, CEAL, 1980.
  2. Prieto, Adolfo: "La generaciòn del 80. La
    imaginaciòn", en Historia de la Literatura
    Argentina
    . Buenos Aires, CEAL, 1980.
  3. Figueira, Ricardo: "Pròlogo" a Lòpez,
    Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos
    Aires, CEAL, 1980.

EUGENIO CAMBACERES. LA POSTURA
ADVERSA

La llegada de los inmigrantes a suelo argentino
significò una transformaciòn de gran importancia.
El porteño se encontrò conviviendo con extranjeros
de diversas nacionalidades y esa realidad se vio reflejada en la
literatura.

En algunos autores, el sentimiento de aversiòn no
reviste tonos demasiado violentos; se limitan –como Miguel
Canè, en Juvenilia (1)- a presentar vascos temibles
e italianos ridìculos. En Cambaceres, el inmigrante es
presentado como un ser ignorante e inmoral; el escritor no
disimula lo que siente ante quienes llegaron a tentar suerte en
nuestro paìs.

En la novela En la sangre (2) alude al italiano,
padre del protagonista, con estas palabras: "Arrojado a tierra
desde la cubierta del vapor sin otro capital que su
codicia y sus dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo,
el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de
hambre, como esos perros sin
dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de
las casas, llegò el tachero a redondear una corta
cantidad".

Andrès Avellaneda encuentra una
explicaciòn para esta actitud: "Esos otros, responsables
del peligro que ronda en la nueva ciudad, son para Cambaceres los
inmigrantes y sus hijos, cuyas exigencias pugnan por modificar
una realidad celosamente congelada" (3).

Naturalismo

El desdèn por el extranjero se evidencia con gran
claridad en este libro. La sangre es el
medio por el que las lacras sociales se transmiten de
generaciòn en generaciòn. No obstante haber nacido
en la Argentina, el protagonista tiene las caracterìsticas
del inmigrante, de acuerdo con los postulados del naturalismo,
corriente en la que encontramos al autor.

Este movimiento,
surgido en Francia en la
segunda mitad del siglo XIX, sostiene tres principios
bàsicos: la influencia de la raza, el medio y el momento;
la importancia de la herencia y el
caràcter fisiològico de las pasiones. "Con Eugenio
Cambaceres –afirma Teresita Frugoni de Fritzsche- el
naturalismo francès se incorpora a la novela argentina
permitièndole asì alcanzar una dimensiòn
realista que seguirìan todos los autores del siglo XIX y
proncipios del XX, superando los esquemas simples y
antitèticos de la època romàntica"
(4).

La argumentaciòn naturalista lleva a un
determinismo que permite, segùn la teorìa, predecir
el rumbo que tomarà la vida de los descendientes. Genaro,
aunque argentino, lleva en sus venas la marca hereditaria
del napolitano; està signado por todos los defectos que el
novelista atribuye a ese grupo social
y, al igual que sus paisanos, parece no tener virtud alguna.
Lejos de plantear la responsabilidad del individuo, el
autor hace hincapiè en lo heredado, en lo fatal. No
sòlo da por supuestas las cuestionables leyes de la
herencia y la influencia de la raza, el medio y el momento, sino
que se aferra ciegamente a ellas, llegando a una postura
prejuiciosa y, por ende, injusta.

La novela apareciò publicada como folletìn
en 1887, en el diario Sud-Amèrica. Fritzsche nos
recuerda cuàl fue la acogida que tuvo la obra:
"Paralelamente con su publicaciòn aparecen en el diario
artìculos de ìndole diversa vinculados con la
novela. Suponemos que parte del pùblico la considera
inmoral, si nos atenemos a la defensa que J.A.A. (Juan Antonio
Argerich) realiza en el nùmero del 13 de setiembre,
observando que no es preciso atender a los asuntos que explota
Cambaceres sino a su mèrito literario, pues es un hombre que
conoce la vida y por lo tanto un escèptico".

Los personajes

Encontramos en Genaro dos momentos sucesivos: durante
los primeros años, mortificado, trata de sobreponerse a su
condiciòn; luego, con resentimiento y gran dolor, acepta
su estigma. El muchacho culpa a sus progenitores por el desprecio
de que lo hacen vìctima sus condiscìpulos; la
vergûenza de su origen lo llena de odio, despecho y deseos
de venganza, que consumarà en la persona de su
esposa. "Estaba en su sangre eso, constitucional, inveterado
–dice el novelista-, le venìa de casta como el
color de la
piel, le
habìa sido transmitido por herencia, de padre a
hijo".

Genaro desprecia a sus padres. Camabceres muestra una vez
màs la bajeza del joven, quien piensa: "¡Su padre…
menos mal èse, se habìa muerto y de los muertos
nadie se acordaba; pero su madre viva y a su lado, estando con
èl, era una broma, un clavo, adònde irìa
èl que no lo vieran, que no supieran, que no le hiciese
caer la cara de vergûenza con la facha que tenìa,
con sus caravanas de oro y su
peinado de rodetes!". Para evitarse esa humillaciòn
constante, Genaro hace que su madre vuelva a Italia. Queda en
libertad para
disponer a su antojo de los ahorros de sus padres y, a cambio, ni
siquiera lee las cartas que
la mujer le
envìa.

Al describir a los inmigrantes, Cambaceres recurre
siempre a la comparaciòn con animales;
asì, habla de la cabeza de ave de rapiña del padre
del protagonista, de la astucia felina de Genaro: "En un brusco
manotòn de gato hambriento, alargò de instinto el
brazo; crispados los dedos, como clavada la garra ya sobre el
montòn de billetes". Estas imàgenes son empleadas
por el escritor con el propòsito de degradar a los
extranjeros, de mostrarlos lindando con lo
irracional".

Ante la fuerza del instinto, nada puede hacer el
protagonista: "Y si tal habìa nacido -se defiende-, si
asì lo habìan fabricado y echado al mundo de sus
padres, ¿era èl el responsable, tenìa
èl la culpa por ventura? No, como no la tenìan las
vìboras de que fuera venenoso su colmillo". Ni siquiera
tiene valor para matarse: "ni de ese triste rasgo de nobleza, ni
de esa ùltima, ni de esa ùnica prueba de valor y
entereza era capaz". El "vivirìa, seguirìa prendido
con dientes y uñas a la vida, como los perros a las
osamentas!…".

Antonio Pagès Larraya opina sobre el tratamiento
que Cambaceres da a sus personajes: "La herencia y el medio
conforman a Genaro, criatura vacìa de ètica, casi
infrahumana. Quizàs el afàn de apegarse a una
conclusiòn que hoy nos parece arbitraria –la de que
en los hijos del inmigrante perdura el inescrupuloso apetito de
los padres- volviò estrecho el relato. Las aventuras del
‘parvenu’, del trepador que se eleva sin elegir los
medios, pierde
vigor por su forzada limitaciòn a una tesis"
(5).

Aparecen, a lo largo de la obra, otros inmigrantes
retratados con la misma crueldad. Entre ellos, los amigos del
napolitano, quienes "habìanse pasado la voz para el
velorio. Poco a poco fueron llegando de a uno, de a dos, en
completos de paño negro, con sombreros de panza de burro y
botas gruesas recièn lustradas". El comportamiento
de los paisanos, afligidos, le merece un comentario despiadado:
"Zurdamente caminaban, iban y se acomodaban en fila a lo largo de
la pared, en derredor del catafalco elevado en la trastienda. Uno
que otro, cabizbajo, en puntas de pie, aproximàbase al
muerto y durante un breve instante lo contemplaba. Algunos daban
contra el umbral al entrar, levantaban la pierna y volvìan
la cara".

El "tano" capataz del cementerio tenìa voz
vinosa; el gallego portero de la universidad era
ñato de nariz y cuadrado de cabeza; Bearnès, el
dueño del cafè, era ronco, gordo, gritòn y
gran bebedor de ajenjo. Y asì, podrìamos enumerar
muchas oportunidades en las que los inmigrantes son
vìctimas del escarnio del autor.

…..

El testimonio de Cambaceres nos brinda la posibilidad de
conocer la actitud de un hombre de esa època ante las
profundas transformaciones que se estaban operando. El
aluviòn inmigratorio cambiò para siempre la
estructura de
la sociedad y motivò pàginas como las del autor de
En la sangre, las cuales, aunque resultan violentas a los
lectores, son tambièn parte de nuestra
literatura.

Notas

  1. Canè; Miguel: Juvenilia. Buenos Aires,
    CEAL, 1980.
  2. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos
    Aires, Plus Ultra, 1968.
  3. Avellaneda, Andrès: "El naturalismo y Eugenio
    Cambaceres", en Historia de la Literatura Argentina.
    Buenos Aires, CEAL, 1980.
  4. Frugoni de Fritzsche, Teresita: Pròlogo a
    En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra,
    1968.
  5. Pagès Larraya, Antonio: "El naturalismo y el
    tema del inmigrante", en La Naciòn,
    1945.

ANTONIO ARGERICH. EL ENFOQUE
DETERMINISTA

Algunas de las novelas
relacionadas con la inmigraciòn de fin de siglo se
destacan por la agresividad del autor y por el encono que
manifiesta hacia los extranjeros. En una de ellas fundamenta el
escritor su aversiòn, basàndose en supuestos
provenientes de las ciencias
mèdicas, refutados oportunamente por un sacerdote. La obra
a la que nos referimos es ¿Inocentes o culpables?,
de Antonio Argerich, un pensador que, a su manera, busca lo mejor
para la Argentina.

Adolfo Prieto señala que en autores como
Canè y Mansilla, "la hostilidad frente al extranjero
parece responder a motivaciones clasistas", en cambio, "en otros
autores, la xenofobia maneja el repertorio cientìfico de
la època y se presenta con un vocabulario pretendidamente
asèptico y neutral. Asì Antonio Argerich en su
novela Inocentes o culpables (1884) y Cambaceres en la
ùltima de sus obras, En la sangre, publicada en
1887" (1).

La obra de Argerich se inserta en el panorama creativo
de su tiempo, que
fue muy rico y variado; asì lo recuerda el ensayista:
"entre 1884 y 1889 y aparte de la obra de los cultores de una
prosa evocativa o fragmentaria como Canè, Wilde o
Mansilla, dotada sin embargo de caracterìsticas
narrativas, aparecieron La gran aldea de Lucio V.
Lòpez, ¿Inocentes o culpables? de Antonio
Argerich, y todas las novelas de Cambaceres, las primeras de
Ocantos y Severo J. Villafañe, La familia
Quillango
, novela corta de Cantilo, (…) ya por esos
años entregaban a las prensas sus primeros trabajos
Roberto J. Payrò y Josè Sixto Alvarez (Fray Mocho)
para comprobar la irrupciòn masiva de una
novelìstica argentina preocupada por reflejar el contorno
inmediato y centrada en los rasgos tìpicos del
gènero"

Razas inferiores

De ¿Inocentes o culpables? se dijo que "no
es màs que una torpe historia de un inmigrante
italiano, con la que se propone probar cuàntos
daños puede acarrear a la sociedad argentina la
inmigraciòn de gentes de razas inferiores" (2). En el
pròlogo a su libro, el escritor da las razones por las que
considera perniciosa la llegada de ciertos extranjeros: "me
opongo franca y decididamente a la inmigraciòn inferior
europea, que reputo desastrosa para los destinos a que
legìtimamente puede y debe aspirar la Repùblica
Argentina; (…) La intromisiòn de una masa considerable
de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y
desequilibra la marcha regular de la sociedad, -y en mi
opiniòn no se consigue el resultado deseado, esto es, que
se fusionen estos elementos y que se aumente la poblaciòn.
En efecto, si buscamos unidad, serìa imposible
encontrarla: se habla de colonias aun aquì mismo en
la Capital de la Repùblica y ya tenemos los oìdos
taladrados de oìr hablar de la patria ausente, lo que
implica un estravìo moral y hasta
una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interès
que azuza un sentimiento exòtico y apagado para que se ame
a una madrastra hasta el fanatismo" (3).

Esta no es la crìtica màs indignante que
hace. A criterio de Adolfo Prieto, "fue Argerich, justamente,
quien llevò màs lejos los supuestos del naturalismo
zoliano al convertir a su novela ¿Inocentes o culpables?
(1884) en una verdadera novela de tesis, con la exposiciòn
de un diagnòstico y la elaborada descripciòn de
pretendidos morbos sociales. Mèdico como Holmberg y Ramos
Mejìa, Argerich acepta algunos conceptos polèmicos
de la ciencia de
su tiempo, sobre la presunta superioridad e inferioridad de las
diversas razas, y pasa a demostrar en su novela que la
inmigraciòn de procedencia europea, que por entonces
empieza a romper el equilibrio
demogràfico del paìs, serà desastrosa para
la sociedad argentina".

Argerich sostiene que "para mejorar los ganados,
nuestros hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos
escogidos, -y para aumentar la poblaciòn argentina
atraemos una inmigraciòn inferior. ¿Còmo,
pues –se cuestiona-, de padres mal conformados y de frente
deprimida, puede surgir una generaciòn inteligente y apta
para la libertad? Creo que la descendencia de esta
inmigraciòn inferior no es una raza fuerte para la lucha,
ni darà jamàs el hombre que necesita el
paìs".

Ademàs –vaticina- "los ferrocarriles
nacionales y provinciales y las obras de la ciudad de La Plata,
terminaràn –y entonces cesarà la demanda de
brazos, y esas masas volveràn a afocarse a las ciudades,
trayendo graves perturbaciones: se resentirà la
salubridad, subiràn màs los alquileres de las casas
y aumentarà la carestìa de los artìculos de
primera necesidad, causas que evitan el acrecentamiento de la
poblaciòn- y la destruyen a medida que se forma, como
observa Malthus".

Considera que "tenemos demasiada ignorancia adentro para
traer todavìa màs de afuera" y que "es deber de los
Gobiernos estimular la selecciòn del hombre argentino
impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos
fisiològicos de la vieja Europa". Propone
una soluciòn para el problema al aseverar que "el remedio
a nuestra escasa poblaciòn lo tenemos en nuestros propios
lìmites territoriales: existen causas no estudiadas que
detienen la poblaciòn y, mientras no se allanen, no
resolveremos satisfactoriamente el problema ni aùn con
pasajes pagos a los inmigrantes".

Determinismo o libre
albedrìo

Al nacer el primer hijo de los inmigrantes, Argerich
habla de la influencia que "la raza, el medio y el momento"
ejercerìan en èl, tal como afirmaba Hipòlito
Taine. Le resta toda capacidad de decisiòn, pues "todo
estaba preestablecido. Todo lo habìan ordenado voluntades
y cerebros anteriores. Su bulto informe,
sumergido en las ropas de la cuna, podìa compararse con un
wagon de carga, construido para repuesto en una vieja
lìnea fèrrea, porque como el wagon, su camino
estaba fatalmente trazado. Vagaban en el ambiente las
preocupaciones que habìan de nutrir su espìritu:
los libros estaba
escritos y designados, hasta su misma planta tendrìa que
vagar forzosamente por la ruta que formaron las hormigas de
anteriores generaciones. Està a merced de las influencias
esteriores y de las necesidades que fatales desbordan del
organismo. Vìctima de la casualidad o de la
conjunciòn de dos sustancias desconocidas en su esencia,
pobre prisionero de la vida, cautivo del momento
històrico, no h escogido el tiempo de su venida al mundo,
su idioma ni su nacionalidad.
La lògica de la herencia, casualidad para èl, le ha
dado sexo, color y
temperamento".

Partiendo de estos principios deterministas, lo que
sucede al individuo es algo inexorable, en lo que èl no
puede tener injerencia; lo afirma el portavoz del autor: "tiene
tanta culpa de lo que le ha sucedido como el transeùnte a
quien aplasta un ladrillo que cae de un andamio". Por tanto, a
criterio de Argerich, la persona que comete un acto vil, responde
a "imanes fatales en la vida y cosas irresistibles"; sostiene que
"hay pasiones que arrastran todos los diques" y que quien sucumbe
a ellas es inocente, porque sòlo està siguiendo los
mandatos de su sangre.

El sacerdote, en cambio, considera que hablar asì
"es blasfemar: Dios ha hecho libre al hombre, y por lo tanto es
responsable de sus actos; de lo contrario se deberìa abrir
la puerta de las càrceles" y manifiesta que quien realiza
un acto vil "es culpable, aunque la misericordia del Ser Supremo
es infinita", porque, para contrarrestar los "imanes fatales",
estàn el deber y la religiòn. Esta es la
disquisiciòn que da tìtulo a la novela.

…..

Esgrimiendo razones de ìndole cientìfica,
a todas luces discutibles, Argerich se opone a la llegada de los
extranjeros, reflejando la posiciòn de muchos argentinos
de la època. "¿Inocentes o culpables? es una
de las pocas obras que registran abiertamente aquel sentimiento,
tan comùn en los habitantes de esa Argentina que se
veìa invadida por otras razas y otras costumbres. Por eso
su testimonio es valioso".

CARLOS MARIA OCANTOS. LA MIRADA
SELECTIVA

Carlos Marìa Ocantos es el autor de
Quilito (1), una de las tres obras màs
representativas del "Ciclo de la Bolsa" (las otras dos son La
Bolsa
, de Juliàn Martel, y Horas de fiebre, de
Segundo Villafañe).

Andrès Avellaneda señala que "dos grandes
grupos de
novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se
refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el
inmigrante y la fiebre
financiera" (2). En Quilito, estos temas aparecen
entrelazados, al tiempo que se transmite una visiòn
selectiva sobre la inmigraciòn europea, destacando las
virtudes de los ingleses y tolerando a los latinos.

En 1888 apareciò Leòn
Zaldìvar
, de Ocantos. Adolfo Prieto afirma que el
escritor "iniciò con esta novela una larga serie de obras
dedicadas, en lo fundamental, a reflejar diversos aspectos de la
realidad argentina. Con Quilito (1891), El
candidato
(1893), Tobi (1896), el ciclo alcanzò
sus logros màs felices, pero por su ubicaciòn
cronològica y sus temas especìficos, estas obras
seràn consideradas como representativas de la
novelìstica de la dècada del 90" (3).

"En la figura de Ocantos –dice el editor- se
corporiza uno de los olvidos màs notables de la historia
de las letras argentinas". Este olvido es relacionado con la vida
que llevò el escritor, quien "ingresò a la carrera
diplomàtica en 1884, y viviò casi siempre fuera del
paìs". El presentador de la ediciòn sostiene que
"En franca oposiciòn a las influencias literarias
francesas tan en boga en la dècada del noventa, Ocantos
era un estilista de formaciòn hispànica, un
verdadero discìpulo de los realistas peninsulares,
especialmente de Pèrez Galdòs –ambos tienen
estilos muy parecidos-, que le sirviò de modelo para
una serie que llamò Novelas argentinas, inspiradas
en los famosos Episodios Nacionales del ilustre escritor
canario" (4). Cabe acotar que en 1887 fue designado miembro de la
Real Academia Española; uno de los literatos que lo
propuso fue precisamente Galdos (los otros fueron Juan Valera y
Josè Marìa de Pereda).

A criterio de quien escribe este texto
preliminar, "Quilito no se centra exclusivamente en la
quiebra de la
Bolsa y en sus derivaciones. (…) La difìcil y
conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un
reflejo fiel y acabado. En sus pàginas quedò
impreso para siempre el retrato de las costumbres, las formas de
ser, de relacionarse y de sentir en las que se gestò la
esencia del argentino de hoy".

Los latinos

En la obra aparecen inmigrantes de distintas
nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente.
Siente predilecciòn por el personaje inglès, en el
que hace encarnar todas las virtudes, al tiempo que demuestra
desdèn por los italianos. El portuguès, en cambio,
le parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con
que lo evoca.

Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su
època, que consistìa en combatir la
inmigraciòn. El advierte los rasgos buenos en los criollos
y en los inmigrantes, y tambièn sabe ver en ambos grupos
los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a
una existencia desgraciada o, incluso, a la
muerte.

En la casa de Quilito trabajaba una italiana: "Un
apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta,
donde una genovesa cerril movía espátulas y
zarandeaba cacerolas, envuelto en el humo espeso del asado, que
chirriaba sobre las parrillas"" Más adelante dirá
de esta mujer que cantaba
"un aire de su
país, con acompañamiento de platos y
cacerolas".

Habla también Ocantos de un "italianito vendedor
de diarios", lo cual podrìa llevarnos a pensar que ubica a
los italianos en trabajos que no requieren estudio. No es
asì, pues crea el personaje de Rocchio, un corredor de
Bolsa, "un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes
de criollo". Al igual que la genovesa, este hombre es descripto
por Ocantos con rasgos animales distintos de los que caracterizan
al inglès, los criollos y los indios; lo describe como "un
italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya
voz era un rugido; tan brusco en sus maneras, que un buenas
tardes
de su boca hacìa el efecto de un escopetazo a
quemarropa, y un apretòn de manos producìa la
sensaciòn de arrancar el brazo, a tirones, brutalmente.
Trabajador, eso sí, como una mula de carga, y ahorrativo
como una hormiga; Rocchio no perdía un minuto de su
día comercial, ni gastaba un centavo más de su
cuenta del mes".

Muy diferente era el usurero Raimundo de Melo Portas e
Azevedo. De los italianos de Ocantos puede decirse que no
tenìan muchas luces, ni una educaciòn refinada, en
cambio el lusitano era para el autor una persona ruin. Lo define
como "el ángel protector de empleados impagos y
pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra,
el cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de
familia descarriados". Vemos que utiliza también en esta
oportunidad la comparación con animales, como lo hiciera
con los italianos, pero el sentido es bien distinto.

A pesar de sus condiciones para vivir indignamente, el
portuguès no es el peor en esta historia; alguien lo
supera, y es, paradòjicamente, un criollo, para demostrar
que Ocantos no es prejuicioso: "entre don Raimundo y èl,
igualmente criminales y condenados a la mismapena por la
opiniòn pùblica, habìa una
capitalìsima diferencia: la que existe entre el
ladròn y el ratero, no porque el portuguès se
contentara con pequeños robos al por menor, que era un pez
de primera magnitud, sino porque ante las hazañas de don
Bernardino, quedàbase en mantillas".

El inglès

En Quilito, Ocantos escribe que la ola de
emigraciòn europea nos aporta periòdicamente lo
bueno y lo malo -al menos no piensa, como otros, que es todo
malo-; Mister Robert, seguramente es el inmigrante ideal para el
autor de las Novelas argentinas y para muchos màs.
La oposiciòn entre los latinos incultos y el inglès
culto nos hace pensar en Juvenilia (5), donde se hablaba
de los vascos y del italiano, confrontados con la grandiosa
figura de Monsieur Jacques. Evidentemente, el planteo no era
nuevo; reflejaba, por otra parte, las preferencias del gobierno que
–dice el historiador Exequiel Cèsar Ortega- "en los
social favorecerìa cada vez màs la
inmigraciòn, sobre todo la europea en general, perdidas
bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en
particular".

Las cualidades del inglès no son tomadas como
modelo por los jòvenes criollos que especulan en la Bolsa.
Quilito "miraba a Mìster Robert y se encogìa de
hombros con làstima. No, no se verìa èl en
ese espejo. Allì estaba desde la mañana casi hasta
la noche, la espalda encorvada, los dedos agarrotados sobre el
lapicero, sentado en el banco de patas
largas, sin descanso, sin distracciòn, esclavo del
trabajo,
prisionero del deber; y asì todos los dìas, todos
los dìas… hasta que la enfermedad le clavase en el
lecho, la vejez le
baldara o le sorprendiera la muerte.
Entretanto, habrìa pasado los mejores años de su
vida sin gozarlos, dejando para otros el fruto de lo que
èl sembrara…".

No sòlo Mister Robert era probo; tambièn
lo era su familia: el inglès "no concurrìa a
cafès ni a teatros; su distracciòn ùnica,
suprema, que saboreaba con el deleite de un goloso, era su
familia: la mujer, un àngel; el hijo, otro àngel, y
el padre, viejo patriarca de Irlanda, màs catòlico
que el Papa y de una honradez a toda prueba; de esos caracteres
que ya no se estilan y que, temerosos, se esconden en el
santuario del hogar, como prenda pasada de moda, para no
exponerse a la irrisiòn del pùblico".

Tantas buenas condiciones no le garantizaron al
inglès una vida tranquila. Fue arrastrado ala quiebra por
los señoritos inùtiles, ya que "èl no
traìa sino la inteligencia y
el trabajo,
que no alcanzan en plaza cotizaciòn alguna, menos cuando
van refrendados por la firma del favoritismo".

…..

En la obra de Ocantos, de clara intenciòn
moralizante, se advierte la inmigraciòn como presencia
heterogènea, que encierra en su seno seres de diversas
condiciones. Aunque el escritor siente predilecciòn por
los inmigrantes de cierta nacionalidad,
no por ello deja de señalar que el cosmopolitismo es
peligroso para los valores
nacionales. Esa era su visiòn de lo que acontecìa
en el paìs, y lo testimoniò en su
novela.

Notas

  1. Ocantos, Carlos Marìa: Quilito.
    Hyspamèrica.
  2. Avellaneda, Andrès: "El naturalismo y Eugenio
    Cambaceres", en Historia de la Literatura Argentina.
    Buenos Aires, CEAL, 1980.
  3. Prieto, Adolfo: "La generaciòn del 80. La
    imaginaciòn", en Historia de la Literatura
    Argentina
    . Buenos Aires, CEAL, 1980.
  4. S/F: en Ocantos, C.M.: Quilito,
    Hyspamèrica.
  5. Canè, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires,
    CEAL, 1980.

JULIAN MARTEL. INMIGRANTES EN LA
BOLSA

La atmòsfera de la
Argentina de fines del siglo XIX es descripta por el historiador
Exequiel Cèsar Ortega, quien escribe: "Las medidas
econòmicas y financieras oficiales, de todo tipo, se
encaminaron hacia las soluciones
desesperadas. El esfuerzo por reducir desniveles se
reflejò hasta en los cambios de los ministros de Hacienda,
emisiones monetarias clandestinas, proyecto de
nuevas ventas,
concesiones y emprèstitos, circulaciòn de emisiones
derogadas ya… Hasta que llegò el llamado presidencial de
Juàrez Celman contra la fiebre especuladora y que
exhortaba en cambio a la cordura en inversiones,
negocios,
gastos y juego de Bolsa
"a pase y diferencia" (1).

Algunas obras literarias reflejan la crisis de la Bolsa
de Comercio y la revoluciòn de 1890. Son novelas que
aparecieron como una manifestaciòn de los creadores frente
a una situaciòn; ellos buscaron moralizar y demostrar los
peligros que se corrìan si no se cambiaba el
rumbo.

Andrès Avellaneda escribe al respecto: "Hacia el
90, como una consecuencia de la crisis que vive el paìs y
uno de cuyos sìntomas màs agudos es probablemente
el crack financiero que se produce en la Bolsa para esa
fecha, este naturalismo se hace social, recoge la temàtica
de esa crisis, y documenta el fenòmeno en una serie de
novelas que, por ese mismo motivo, ha sido llamado ‘el
ciclo de la Bolsa’ " (2).

El ciclo

Irene Ferrari realiza una valoraciòn de las obras
a las que nos referimos. Ella escribe: "Varios de nuestros
escritores buscaron comprender lo ocurrido y dejar constancia de
ello. Las once novelas de esta etapa, de escaso valor literario,
fueron llamadas posteriormente ‘el ciclo de la
Bolsa’. Entre las màs representativas estàn
Horas de fiebre, de Segundo Villafañe, y
Quilito, de Carlos Marìa Ocantos. Pero la
ùnica reconocida por la posteridad es la de Martel"
(3).

Diana Guerrero coincide con la ensayista en la
valoraciòn de las novelas: "Un año despuès
de la revoluciòn y de la caìda de Juàrez
Celman aparecieron La Bolsa y Horas de fiebre de
Segundo Villafañe, y en Parìs Quilito, de
Carlos Marìa Ocantos. Cinco años màs tarde
Pedro Morante publica Grandezas. En las pàginas de
estas cuatro novelas se suceden escenas de los lugares màs
significativos en la vida porteña de ese momento: Palermo,
el Hipòdromo, Florida, el Club del Progreso, pero
particularmente describen el edificio y la actividad de la Bolsa.
Todos coinciden en censurar las costumbres y la moral de
ese momento tan convulsionado de nuestra historia. Los ecos de la
revoluciòn y de los acontecimientos que la precedieron se
prolongan en otra novela aparecida en 1898: La Maldonada,
del periodista español
Francisco Grandmontagne, incorporado a la vida argentina. Pero
posiblemente el relato que pinta màs acabadamente ese
momento històrico sea La Bolsa" (4).

Andrès Avellaneda señala que "dos grandes
grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo,
se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el
inmigrante y la fiebre financiera". Entre las novelas
protagonizadas por inmigrantes menciona En la sangre de
Cambaceres, Inocentes o culpables de Argerich,
Bianchetto de Adolfo Saldìas y Teodoro
Foronda
de Francisco Grandmontagne, ademàs de algunas
de las Novelas argentinas de Carlos Marìa
Ocantos.

El otro grupo de novelas –el que tiene que ver con
la Bolsa- aparece con celeridad: "El mismo año de la
crisis se publica Abismos de Manuel Bahamonde; al
año siguiente aparecen La Bolsa, de Juliàn
Martel (Josè Marìa Mirò); Quilito, de
Carlos M. Ocantos; y Horas de fiebre, de Segundo I.
Villafañe".

No termina aquì la producciòn al respecto:
"El tema sigue interesando a los novelistas a partir de 1891
–agrega-: Grandezas (1896), de Pedro G. Morante;
Quimera (1899), de Josè Luis Cantilo, prolongan una
lìnea temàtica que llega hasta Roberto J.
Payrò, con Divertidas aventuras del nieto de Juan
Moreira
(1910)".

La Bolsa

"Escasa informaciòn ha sido recogida acerca de la
existencia de Josè Marìa Mirò, conocido
literariamente como Juliàn Martel –escribe
Noè Jitrik. Sin embargo, hay dos hechos relevantes que
vinculan su vida con su obra: fue pariente pobre de una poderosa
familia cuyo palacio se levantaba donde hoy està la Plaza
Lavalle y, como consecuencia de ello, tuvo que trabajar en el
periodismo, de
cuyo anonimato emergiò por esta novela, la ùnica
que escribiò. (…) Al parecer, cuando tenìa 20
años se acercò a la Bolsa para inicarse en las
operaciones
con la esperanza, muy comùn en esa època, de
enriquecerse ràpidamente para poder conquistar asì
el corazòn de una mujer. Es verosìmil que eso haya
sucedido, asì como la pèrdida de todo su dinero.
Posteriormente a esos episodios, es decir hacia 1888, entra al
diario La Naciòn como cronista volante, episodio
trascendental en primer lugar porque constituye un excelente
puesto de observaciòn, luego porque siendo una tarea
anònima no le concede el reconocimiento
esperado".

"Durante 1890 escribiò La Bolsa; la
ùltima frase fue redactada el 30 de diciembre. Dos hechos
notables pueden observarse: el primero es que siendo una obra
realista y de actualidad no ha incluido como tema la
revoluciòn del mismo año; el segundo es que en el
mismo año se publicò en Francia L'Argent,
novela mediante la cual Zola investiga y condena el sistema
financiero. (…) La Bolsa aparece en folletìn
en La Naciòn desde el 24 de agosto hasta el 4 de
octubre de 1891, con gran èxito de pùblico y de
crìtica".

El crìtico considera que la obra fundamental de
este ciclo –la de Martel- tiene importancia desde diversos
puntos de vista, a pesar de su escaso valor literario: "La
Bolsa
es una obra literariamente poco importante, inmadura,
pero que asì y todo expresa varias cosas de
interès; en primer lugar hay, conscientemente o no, una
tentativa por trascender la literatura del 80 en su
fisonomìa màs exterior; en segundo lugar, muestra
un escritor desclasado, emergente del periodismo y que anticipa,
por esas razones, un nuevo tipo de escritor, el profesional; en
tercer lugar, se trata de un libro inspirado en hechos
contemporàneos, ubicado en una actualidad, comprometido
polèmicamente con sus interpretaciones" (5).

El propòsito moralizante aparece en la obra de
Martel, en la que una mujer observa còmo su marido,
estudiante brillante de otros tiempos, se ve envuelto en la
fiebre especuladora. Le advierte cuàles seràn las
consecuencias de su actitud, pero "no logrò convencerlo ni
aquel dìa en que con sus dos hijos en brazos (dos
preciosuras, frutos de sus amores)le preguntò si
correrìa el peligro de verlos expuestos al deshonor o a la
miseria".

El narrador tambièn advierte al personaje que,
enceguecido, no puede escucharlo: "¡Come, come, insigne
doctor, saborea despacio los manjares que te presentan, porque
los bolsistas como tù, sàbelo bien, no tienen nunca
seguro el pan
de mañana!…". El narrador le habla asimismo al lector, a
quien hace partìcipe de sus funestos vaticinios: "Con su
ancha cara bondadosa disfuminada en una expresiòn de
insana codicia, oyèrais hablar a aquel ministro de
emisiones clandestinas, de grandes negocios solapados que, al
aumentar la fortuna de S. E., seràn màs tarde la
ruina y el deshonor de la patria".

Los inmigrantes

Escribe Martel: "la raza semita, arrastràndose
siempre como culebra, vencerà, sin embargo, a la raza
aria".

Noè Jitrik analiza la visiòn del
inmigrante en esta novela: "Hay dos razones aparentes de culpabilidad;
una es polìtica, el règimen juarista, la otra es
moral, la de los que medran con el sistema,
Granulillo, Armel y los otros; pero los verdaderos culpables son
otros, los agentes corruptores, los que frìamente traman
apoderarse del paìs y destruir a sus hombres y,
especialmente, su sentido moral: son los judìos y en ellos
se detiene la mirada profunda, sagaz; hay una esencia en ellos a
que debe remitirse toda comprensiòn del fenòmeno.
Varias veces los judìos son atacados ya sea por personajes
ya por el narrador; quien los defiende es el personaje màs
corrompido, Granulillo. Glow los ataca con argumentos de Edouard
Drumont, cuyo libro, La France juive (1886), cita.
Sorprende sin embargo que en la novela no se haga actuar
concretamente a un personaje judìo sino que todas las
acusaciones sean de caràcter general. Los
‘culpables’ estàn establecidos; se lo ha
encontrado ya sea porque estaban en el ambiente, ya porque el
argumento sirve para escamotear un anàlisis màs
concreto de
responsabilidades actuales".

"Segùn algunos crìticos, Bagù entre
ellos, no existìa problema judìo en el paìs
-agrega-; todas las referencias literarias anteriores son
incidentales; las manifestaciones del propio Sarmiento
(Condiciòn del extranjero en Amèrica) tienen
un caràcter teòrico; en 1888 entraron al
paìs 8 familias judìas, al año siguiente 136
y casi todos se fueron al interior. El judìo viene a ser
lo extranjero por antonomasia y, en una concepciòn
naturalista, un objeto privilegiado pues no ha mezclado su
sangre. Lo màs probable es que el ataque sea contra los
extranjeros en general, lo cual le restituye el alcance de
alegato antirroquista que se va constituyendo a partir de la
aplicaciòn del plan roquista,
especialmente inmigratorio. En consecuencia, su profecìa
de ruina cubre la moral de la naciòn entera, fiscaliza
todo un sistema polìtico y canaliza el resentimiento de
los que estàn fuera de èl; el prototipo de este
alejamiento es el general Mitre, cuyo diario publica este
folletìn".

"La lectura
màs superficial e ingenua de La Bolsa de
Juliàn Martel sorprende por la enorme carga de xenofobia y
antisemitismo
–afirma Gladys Onega. (…) Los protagonistas del drama se
convierten en un ente abstracto llamado judaìsmo
internacional; los instrumentos, algunos patricios argentinos
‘contagiados’ (de acuerdo con la terminologìa
naturalista); las vìctimas, otra vez, los mismos
patricios. ¿Cuàl es la actuaciòn de la clase
media y del proletariado en la crisis? Ninguna.
¿Cuàl es la funciòn del inmigrante? La
imagen que
tiene Martel sobre la inmigraciòn masiva està
subordinada a la del tipo argentino aristocràtico y ambas,
a su vez, a la del judìo que es el deus ex machina
de la concepciòn irracionalista de la
economìa".

…..

Los inmigrantes son los culpables de la crisis.
Asì pensaba la clase alta; asì lo dejò
escrito Martel..

Notas

  1. Avellaneda, Andrès: "El naturalismo y E.
    Cambaceres", en Historia de la Literatura Argentina.
    Buenos Aires, CEAL, 1980.
  2. Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la
    Argentina (1516-1972)
    . Buenos Aires, PlusUltra,
    1972.
  3. Ferrari, Irene: en La Prensa
  4. Guerrero, Diana: Pròlogo a La Bolsa.
    Buenos Aires, Huemul,
  5. Jitrik, Noè: "El ciclo de la Bolsa", en
    Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL,
    1980.
  6. Martel, Juliàn: La Bolsa. Buenos Aires,
    Kraft, 1956..

ESTANISLAO ZEBALLOS, APOLOGISTA DE LA
INMIGRACIÓN

Si se recuerda a Estanislao Zeballos, es por su
literatura de frontera.
Callvucurà y la dinastìa de los piedra
(1884), Painè y la dinastìa de los zorros
(1886) y Relmu, Reina de los pinares (1887) son –a
criterio de Adolfo Prieto- "las màs valiosas de toda su
producciòn" (1). Sin embargo, no se agotò
allì el talento de este estadista, legislador, periodista
y escritor que siendo muy joven nos legò obras que
sorprenden por la documentaciòn consultada y por la fuerza
con que expone su tesis.

Teniendo menos de treinta años
–habìa nacido en 1854, en Rosario-, concibiò
el proyecto de un tratado en varios volùmenes en el que
presentarìa diversos aspectos geogràficos y que
llevarìa por tìtulo general Descripciòn
amena de la Repùblica Argentina
. De esta ingente obra
aparecieron sòlo tres tomos: Viaje al paìs de
los araucanos
(1881), La rejiòn del trigo
(1883) y A travès de las cabañas
(1888).

Es en el segundo de ellos en que Zeballos realiza una
interesante apologìa de la inmigraciòn, llamativa
sobre todo por provenir del hombre que fundara la Sociedad Rural
Argentina.

El colono

En La rejiòn del trigo (2) sostiene que
"Es peculiar de los hombres primitivos y de las sociedades
embrionarias huir de la luz que redime
como de la llama que quema". Por el contrario -afirma-, "si el
viajero es como yo, argentino de buena ley, se encanta
en el sentimiento patriòtico, en el noble y justo amor a
nuestra tierra de que hacen orgullosa ostentaciòn los
colonos", por ejemplo, "cuando acostumbran hacer un intermedio a
media fiesta para tributar homenage à la Repùblica
Argentina bailando un aire nacional: el gato". Tanto los nativos
como los extranjeros se benefician con la apertura de la
inmigraciòn, ya que –señala- "Un colono
colocado es una fuente de riqueza privada y de renta
pùblica".

Se refiere a las corrientes de la inmigraciòn:
"Dos corrientes notables caracterizan el movimiento emigratorio
de Europa. Los hijos del Norte, principalmente los Anglosajones,
los alemanes y escandinavos, se dirijen hàcia los Estados Unidos y
la Australia, atraidos por afinidades de raza, de
religiòn, de hàbitos y de clima. La raza
latina, dueña de la Europa meridional, se encamina casi
esclusivamente à la Repùblica Argentina, cuyas
instituciones
hospitalarias, un clima templado y saludable, el orìgen y
la lengua brindan
el teatro soñado para las espansiones del hombre que
aspira à la riqueza y à la libertad".

"No existe paìs sobre la tierra donde los
estrangeros gocen de mayor amparo, de
estìmulos màs positivos y de privilejios màs
atrayentes y completos que en la Repùblica Argentina
–asevera-. Conservan desde luego su nacionalidad y su
relijion, al amparo de una constituciòn
adelantadìsima, que ofrece sus derechos y garantìas
à todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo
argentino. Gozan de libertad de trabajo y de industria, de
navegaciòn y de comercio, de peticiòn à las
autoridades, de trànsito en el territorio nacional, de
publicar sus ideas por la prensa sin
censura prèvia, de enseñar y aprender y de
asociarse con propòsitos ùtiles, coronando el
cuadro de estos derechos el de propiedad, sin
trabas ni condiciones (Artìculo 4 de la
Constituciòn)".

Como prueba de ello, nos habla de la
transformaciòn que se opera en el extranjero que se
establece aquì. Cuando arriba a nuestra tierra, su
situaciòn es lamentable: "Mirad al colono en el muelle,
pobre, desvalido, conducido hasta allí después de
haber sido desembarcado á espensas del gobierno, sin
relaciones, sin capital, sin rumbos ciertos, ignorante de la
geografía
argentina y de la lengua castellana, lleno de las zozobras y de
las palpitaciones que agitan al corazón en
el momento supremo en que el hombre se
para frente a frente de su destino para abordar las soluciones
del porvenir, con una energía amortiguada por la
perplejidad que produce la falta de conocimiento
del teatro que se pisa, y las rancias preocupaciones sobre
nuestro carácter, el más hospitalario del
mundo por redondo y el más vejado en Europa por
nécias o pérfidas publicaciones. Solamente lo
alientan en tan extraña situación de
espíritu las aptitudes que lo adornan y la voluntad de
hacerlas valer".

Tiempo despuès, hallamos al colono ya
establecido: "Venid ahora conmigo à ver à este
mismo inmigrante en el primer grado de su transformaciòn
social. Hèlo aquì! Sale à recibirme en su
hogar, porque ya tiene un hogar. Su espontaneidad y la
espresiòn de alegrìa sincera en su semblante
tostado y percudido, dicen con toda verdad el bienestar de su
alma. ¡Cuàn hermoso es el contraste!".

Propuestas

Acerca del nùmero de inmigrantes que llegan a
nuestro paìs, señala: "A pesar de estas
maravillosas seducciones la inmigraciòn nos llega en una
corriente apenas perceptible, comparada con la cifra de
seiscientas mil almas que ingresan anualmente à los
Estados Unidos; y el cultivo de los campos solitarios se retarda
por falta de brazos, devorada su savia por selvas inexploradas o
por infecundos pajonales".

Sostiene que "La causa de la lenta fecundaciòn de
tan soberbios elementos de Civilizaciòn, ni es por
consiguiente asunto esencial, sinò de procedimientos: y
hasta ahora hemos procedido erròneamente".

Distingue entre inmigraciòn espontànea y
artificial. Cree que lo que debe hacerse es "limitarse a
estimular la inmigraciòn espontànea", la que "se
mueve por sì misma y paga su viaje, atraìda por
noticias
adquiridas de las ventajas que le proporcionarà nuestro
teatro de trabajo, ò decidida por consejos ò
proposiciones y aun contratos que le
brindan sus parientes y amigos establecidos felizmente en la
Repùblica".

"La inmigraciòn artificial nos ha llegado por
obra y efecto de la acciòn de agentes gubernativos
enviados à Europa à reclutarla. Los medios
empleados han sido muchos y malos. El enganche se hizo durante la
guerra del
Paraguay para
remontar los cuerpos de ejèrcito de lìnea, y se
practica actualmente para engrosar los ejèrcitos que
empleamos en construir ferro-carriles"

"La propaganda ha
sido empleada con elementos ineficaces, apenas perceptible y
solamente en las grandes capitales, de donde nos enviaba brazos
ùtiles en proporciòn inferior à la de los
ancianos, invàlidos, viciosos, incorrejibles y holgazanes,
que se acumulaban en Buenos Aires, principalmente, sirviendo en
los pequeños oficios, en las obras y en los talleres. En
esta inmigraciòn oficial no escaseaban
criminales".

"Estos reclutamientos, como los hechos por cuenta de los
gobiernos para formar colonias, han sido generalmente
deplorables, con numerosas excepciones por la mala calidad de la
inmigraciòn del punto de vista de nuestros
propòsitos y necesidades y por las esplotaciones
pecuniarias de que el Gobierno como los mismos inmigrantes han
sido vìctimas a veces".

A su criterio, muy distintos son el inmigrante
espontàneo y el oficial: "Aquel es confiado, resignado,
enèrgico, perseverante y lleno de fè y de
iniciativa. Este viene, como el niño mal criado, soberbio,
exigente, sin iniciativa, poco dispuesto al rudo trabajo y
esperàndolo todo del Gobierno: comida, ropa y riqueza. El
espìritu de protesta y de rebeliòn palpitan en su
manera de proceder; y el trabajo y la fatiga son para èl
una injuria, un tormento, un martirio, contra el cual grita y se
alza dicièndose engañado".

Condena "el sistema de promover y reclutar oficialmente
la inmigraciòn La palabra de los agentes y de los
contratistas està desacreditada en Europa desde el siglo
pasado. No solamente es ineficaz: no es siquiera
oìda".

Otro de los problemas que
advierte es la ausencia de datos acerca de
los inmigrantes que arriban a nuestro paìs: "El estado de
abandono de estos asuntos raya en lo asombroso, en cuanto el
Departamento mismo de Inmigraciòn ignora las cifras, que
debieran serle familiares y su colecciòn prolija uno de
sus primordiales deberes". Señala "la urgencia de
implantar un procedimiento
regular que ofrezca los guarismos exactos del vaivèn de
nuestra poblaciòn sobre la inmensa vìa del
Atlàntico".

Su aporte va màs allà del planteo de la
situaciòn que se vive a fines del siglo XIX. Intenta
producir un cambio, y lo harà desde su banca: "Este
libro quedarìa trunco –expresa- si no condensara sus
hechos y conclusiones en la forma positiva de un proyecto, que mi
posiciòn de diputado nacional me permite introducir al
seno mismo de los poderes pùblicos".

En su "Ley de Estrangeros" se ocupa de la
organizaciòn del Departamento Nacional de
Inmigraciòn, Colonizaciòn y Agricultura,
la administraciòn de las Tierras Pùblicas, la
naturalizaciòn, la contablidad, la estadìstica y
publicidad, entre
otros asuntos, que permitiràn –desde su punto de
vista- incrementar el nùmero de inmigrantes y
lograràn, al mismo tiempo, que lleguen a nuestra tierra
los màs motivados, quienes encontraràn, sobre todo
en las colonias del interior, una vida apacible y
pròspera, a pesar del enorme esfuerzo que deban
realizar.

.Notas

  1. Prieto, Adolfo: en Historia de la Literatura
    Argentina
    . Buenos Aires, CEAL, 1980.
  2. Zeballos, Estanislao S: La regiòn del
    trigo
    . Madrid,
    Hyspamèrica, 1984.

LUCIO V. MANSILLA: MEMORIAS DE LO
COTIDIANO

Cuando escribe sus memorias (1), en Parìs, en
1904, Lucio V. Mansilla persigue un objetivo que
define con estas palabras: "He querido escribir la vida de un
niño, comentando lo indispensable, tratando de ser lo
menos difuso posible al perfilar situaciones de familia,
sociales, personales, a fin de no fatigar la atenciòn del
lector; esforzàndome por ùltimo en vivificar el
gran cuadro pintoresco, animado, siempre interesante, del
paìs que fue en otra edad la Patria amada; que me ha hecho
lo que soy".

Guillermo Ara destaca que el propòsito de
Mansilla lo lleva "a pintar con su imagen la imagen del tiempo
que ha vivido segùn lo revelado por los propios
sentimientos, sin desdeñar el testimonio de sus
contemporàneos; a mostrar la sociedad, los hombres, las
ideas y las costumbres a fin de reconstruir el pasado, cosa
‘de grandìsima enseñanza –afirma- en
unos pueblos donde, por desgracia, se piensa poco por cuenta
propia’ " (2) .

El tiempo evocado abarca desde 1831 -año de
nacimiento del escritor- hasta 1848, aproximadamente, año
en que su romance con una modista francesa culmina en un viaje
organizado por el padre del joven, hacia la India.

En esta obra, Mansilla hace reiteradas alusiones a la
època gobernada por su tìo, don Juan Manuel de
Rosas, y no
escatima juicios sobre esos tiempos. Esta es una de sus
opiniones: "¿No serà que a este pariente –lo
mismo que a otros- le ha dado en cara mi libro Rozas. Ensayo
històrico-psicològico
, y que, no habiendo
perdido el pelo de la dehesa, cristalizado en sus convicciones de
antaño, ha querido castigar al sobrino (desagradecido,
traidor, son vientos que me han llegado), como si por querer,
como yo le querìa a mi tìo, estuviera obligado a
encontrar que su larga dictadura no
fue cruenta y, sobre todo, estèril para el paìs y
para èl mismo?".

Màs adelante, agrega: "Buenos Aires iba dejando
de ser lentamente, muy lentamente, pero se sentìa y se
veìa, la ciudad de los miedos y de los lamentos de 1840 a
1842, aunque despuès de 1845 –efecto de la
intervenciòn anglo-francesa que abriò la
navegaciòn de los rìos a cañonazos-
empezaron las maquinaciones de partido preparatorias de la
caìda de Rosas. Lo que ha de ser serà. La
irresponsabilidad induce, arrastra, precipita, tendrìamos
una Camila… el estigma".

Amos, sirvientes,
inmigrantes

Rodolfo Vinacua señala que de las memorias, se
rescatan "muchas pàginas de gran belleza y de imponderable
valor documental. En ellas se ve vivir con ricos detalles a la
gran aldea que no se habìa abierto aùn al
inmigrante, y si bien la verdadera intimidad del protagonista
escapa, porque no està dada, se encuentra en cambio una
abertura hacia la intimidad de las viejas casonas y de las viejas
familias patricias. Asì la lectura de las
Memorias resulta valiosa para el
conocimiento de la vida menuda de la ciudad, y algunas de sus
pàginas adquieren un indudable valor històrico y
sociològico" (3).

A los padres, el autobiògrafo los presenta con
muchas cualidades, y dice que al padre lo respetaba, mientras que
a la madre le temìa. Tanto uno como el otro, no obstante
sus caracteres disìmiles, estaba de acuerdo en la
necesidad del castigo fìsico para educar correctamente a
los hijos. Mansilla encuentra una explicaciòn para esa
actitud: "En cuanto a lo otro, a lo de cascarme –recuerda-,
su sistema era el antiguo, agravado por las costumbres
coloniales, la esclavitud, las
encomiendas de indios" y hallaba un sustento religioso para esta
convicciòn: "La Biblia dice: ‘No le escasees al
muchacho los azotes que la vara con que le dieres no ha de
matarlo’. Pues me daban con frecuencia, sin irritarse, como
quien le aplica al doliente una cataplasma caliente". Pero,
segùn parece, la educaciòn era sexista en lo
relativo a los castigos fìsicos, porque a su hermana
Eduarda los padres jamàs la tocaron, y al hijo esto nunca
le llamò la atenciòn, "de tal manera el instinto me
decìa que hay cobardìa o crueldad en pegarle a una
mujer".

En la escuela, las cosas no era màs sencillas.
Asistiò a la escuela de don Rufino Sànchez, una
escuela "de palmeta y rebenque de lonja". Sobre este modo de
enseñar, opina Mansilla: "Ya he dicho que el
règimen era el de ‘la letra con sangre entra’.
No lo discutirè. Pero me parece y lo digo casi contrito,
con cierto remordimiento de conciencia, que
allì donde hay demasiada disciplina
tiene que faltar un poco de ternura".

Cuando los que cometìan una falta eran los
sirvientes, el castigo que se les aplicaba era el bochorno:
"Rompìan algo, un plato, una fuente, un vaso. Les ataban
los pedazos al cuello y asì andaban por penitencia". Y
agrega: "Raras eran las casas que no contaban con el servicio
domèstico, a màs de lo conchabado, negritos,
mulatitos, chinitos, que si no eran propiamente esclavos, tales
parecìan". Cabe mencionar al respecto lo que narra sobre
uno de los sirvientes: "aprendì yo a andar a caballo sobre
los lomos del negro Perico, que todos los nietos querìamos
a cual màs, hijo de un esclavo. Perico se ponìa en
cuatro pies, trotaba, galopaba y hasta corcoveaba y
¡pataplùm!, allà iba yo al suelo cuando lo
hincaba demasiado con las espuelas".

Otra forma de esclavitud es, para Mansilla, la
inmigraciòn, pero es una esclavitud de la que pueden
resarcirse, a su entender: "El italiano no había comenzado
aún su éxodo de inmigrante. De España, en
general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo,
sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de
trabajadores, aprensados como sardinas, cuyos consignatarios
más sonantes se llamaban Enrique Ochoa y Ca., Jaime
Lavallol é hijos. En cierto sentido eran como cargamento
de esclavos. Husmeando se verìa confirmado: que el esclavo
se hace liberto y el liberto se hace señor, capaz de
comprar al màs pintado de sus primeros
dueños".

Sobre el papel que le aguarda al inmigrante en la
sociedad argentina, expresa: "Y el vasto campo de la
polìtica, de las aspiraciones que enaltecen, de los
anhelos de justicia,
¿quièn lo fecundarà? ¿El inmigrante?
Su misiòn es otra. Ambos deben ser ùtiles, en su
esfera de acciòn. Està bien. Pero, como dice
Ruskin, ¿què significa ‘ùtil’ y
cuàl es la naturaleza de
la utilidad?".

…..

Guillermo Ara analiza la importancia de este libro en el
contexto en el que surgiò y su incidencia en la
formaciòn de la naciòn: "Estas Memorias de
Mansilla, como las Tradiciones de Pastor Obligado, como el
Buenos Aires desde setenta años atràs, de
Josè Antonio Wilde, como La gran aldeade Lucio V.
Lòpez o las Memorias de un viejo de Vìctor
Gàlvez (Vicente Quesada), realizaron una
diagramaciòn moral y fìsica, material y social de
medio siglo porteño, mientras Joaquìn V.
Gonzàlez, en la Rioja, Martiniano Leguizamòn en
Entre Rìos o Luis C. Alen Lascano en Santiago del Estero,
aportaban lo suyo para una comprensiòn màs honda
del interior argentino. Con ellos el paìs dejò de
ser una fantàstica mancha verde-gris en la làmina
de un mapa y comenzò a destacarse como un estado de
conciencia, como una forma impregnada de significaciòn
històrico-geogràfica".

Por èste y por muchos otros motivos, resulta
imprescindible la lectura de esta obra que habla de la historia
cotidiana, de esa historia que difìcilmente encontramos en
los libros, y que es tan importante para conocernos como
naciòn.

Notas

  1. Mansilla, Lucio V.: Mis memorias Infancia-Adolescencia. París, Casa
    Editorial Garnier Hermanos, 1904.
  2. Ara, Guillermo: prólogo a Mansilla, Lucio V.:
    Mis memorias. Buenos Aires, Eudeba, 1966.
  3. Vinacua, Rodolfo: "Lucio V. Mansilla", en Historia
    de la literatura argentina
    . Tomo II. Buenos Aires, CEAL,
    1980. (Capìtulo).

FRAY
MOCHO. LA VISIÓN COSTUMBRISTA

Dice Eduardo Romano en un estudio sobre el escritor:
‘Heterogénea, polifacética, conflictiva, la
realidad político-social que abarca de 1880 a 1910
contenía los gérmenes propicios para la
aparición de una nueva literatura costumbrista’.
Sostiene que la anterior ‘había coincidido con
nuestra primera generación romántica y se
había expresado en publicaciones como La Moda
(1837-1838), cuyo principal animador fue Juan B. Alberdi; El
Iniciador
, de Montevideo (con la base del mismo elenco de la
anterior); El Zonda sanjuanino, con que Domingo F.
Sarmiento buscara emular a la revista
porteña’. Considera que aquella era una ola de
costumbrismo reformista, inspirada fundamentalmente en la
prédica del español Mariano José de Larra y
se manifestó, por lo menos, en "una página
clásica de las letras argentinas: El Matadero, de
Esteban Echeverría".

En el resurgimiento de este género,
señala la importancia de "una prensa periódica que
aspiraba a presentar, por encima de las polémicas
partidarias que hasta entonces la habían absorbido, otra
clase de colaboraciones". Menciona al respecto dos autores:
"Ciertas notas de Bartolito Mitre en La Nación o
los sueltos de actualidad insertados por Manuel Láinez en
El Diario, al que dirigía, señalaron un
rumbo", pero fue –a su criterio- más significativo
Juan Piaggio, una "figura, bastante desdibujada hoy día,
cuyos artículos prefiguran –por el título,
por la temática- lo que será el costumbrismo hacia
1900".

Fue importante, asimismo, una publicación que
comenzó a editarse casi al final del siglo: "fue con la
aparición de Caras y Caretas (1898-1939) que el
género costumbrista halló canal de
transmisión indicado, pues sus páginas estuvieron
casi enteramente dedicadas a la captación y procesamiento
de la actualidad porteña mediante fotografías,
acompañadas o no de comentarios; reportajes; cuadros de
costumbres; escenas callejeras; viñetas; aguafuertes,
etc., sin negar un espacio a las tradiciones y a los Tipos y
paisajes
–así tituló sus colaboraciones
al semanario Godofredo Daireaux- camperos". En esta revista se
publicaron los cuentos de Fray Mocho.

Cuadros urbanos

En estos cuentos, el escritor presenta escenas
cotidianas, que podían ser protagonizadas por cualquier
habitante de la ciudad. En ellas encontramos personajes
verosímiles, con los que sin duda habría trabado
relación, dada la fidelidad con que los describe y la
coherencia con que los vemos actuar. Si bien es importante la
habilidad para escribir, no lo es menos la capacidad de observación, y Fray Mocho posee ambas. Sus
cuentos lo demuestran.

Muchos de estos personajes que retrata son inmigrantes.
Entre las diversas nacionalidades que evoca, se destacan los
italianos. Un comerciante de esa procedencia aparece en plena
labor, intentando convencer a una compradora de que el producto que
desea no es el adecuado, y le dice eso simplemente porque no
tiene lo que la mujer le solicita. La descripción del inmigrante es elocuente:
"Pascalino se siente arrebatado; las venas del cuello se le
inflan, los ojos se le inyectan; le revuelve la bilis,
evidentemente, la terquedad de una cliente que
quiere longanizas cuando él no tiene y se encamina
apresuradamente a su carro como para marcharse, pero vuelve con
la misma rapidez, se encara con ella, desocupa la boca de la
mascada que le dificulta la palabra, y dice con tono
despreciativo, aunque casi lloriqueando de puro meloso y
derretido: ‘-¡Ma!… Perqué non parlate guiaro
allora?… ¡Voi volete artigoli fate con gose di pero!…
¡Ebene!… ¡Andate al meregato sui volete!…
¡Pascalino non dimenticará de la sua fama!’ ".
La reproducción del idioma del extranjero hace
que su retrato sea aún más logrado, y evidencia el
esfuerzo por adaptar su lengua nativa a la de la nueva
tierra.

En "Instantánea", es una italiana la que dialoga
con un criollo, tratando en vano de convencerlo de que no le
conviene vivir con ella: "Ma… ¿dícame un poco?…
¿Cosa li parece inamuramientos tra ina lavandiera e in
bombiero? … E anque… tra ina gringa come me e ono criollo
come osté… que é propio in chino…". El criollo
no entiende razones, y lo expresa con estas palabras:
"-¿Pobre?… ¡La gran perra, que había sido
avarienta!… ¿Y tuavía querés ser
más rica de lo que sos, mi vida?… ¡Pucha!…
¡si al pensar que me vi’a juntar con vos, me parece
que me junto con el Banco e Londres!…". El mismo tema es
abordado por Fray Mocho en "Tirando al aire", cuandro en el que
un italiano, requerido de casamiento, afirma no poder hacerlo por
estar ya casado en su tierra.

En "Carnavalesca", el escritor desliza la crítica
social, al afirmar que a la doméstica gallega, la patrona
la explota. De la abusadora señora dice el personaje: "se
aprovecha de que sos d’España para sacarte el jugo
por unos cuantos centavos". El retrato que hace del temible
gallego hermano de la joven, es despectivo, ya que pone en boca
de la doméstica este concepto: "Yo lo
conozco a mi hermano y sé que a bruto y terco no le han de
ganar muy fácil…". Un italiano aporta su opinión,
completando la imagen que Fray Mocho quiere dar de los
peninsulares.

La conversación que se reproduce en "Nobleza del
pago" evidencia en qué medida se confundían los
orígenes de los habitantes de nuestro país. Una
mujer cree que su abuela es vasca. A esa convicción, le
responde una parienta: "Más bien tirab’a pampa o a
correntina por l’habla… ¡Si era bosalísima!
El viejo parece que se juntó con ella cuando andaba de
picador de carros, p’allá, pa la cost’el
Salao, que fue de an’de comenzó a internarse pa
l’Azul…".

En ese mismo texto se hace referencia a un inmigrante
inglés
que no era trigo limpio. Recordando la historia de su familia,
dice un personaje: "Yo no sé, che, si eran nobles, pero
sé que les caían y que con algunos hasta tuvo que
ver l’autoridá, como le pasó a tu tío
Ramón, que
al fin se quedó en la calle, y a tu tía Robustiana,
mal casada con un inglés que tenía el finao de mi
padre de puestero y que lo pilló cerdiándole las
yeguas, a medias con el juez de paz…".

"En familia" cuenta la historia de otra supuesta
inmigrante. En esta oportunidad, es un equívoco, pero de
otra clase. "Que Pepa es portuguesa, decís? ¿Pero
estás loco? –exclama una mujer. Si hemos ando juntas
en l’ escuela ’e Misia Pamela y nos conocemos desde
chicas… El padre’ra un chino gordo…". El hijo aclara el
malentendido: "no es portuguesa de nacionalidad sino de oficio…
En los tiatros les llaman así ¿sabés? A las
familias que sirven p’al relleno de la sala no más".
La madre le sugiere que vea si puede ser portugués en una
sastrería, para que le arreglen la ropa y no deba hacerlo
ella. La señora demuestra así haber incorporado el
término a su habla cotidiana.

Estos y muchos más son los inmigrantes
eternizados por Fray Mocho en sus colaboraciones escritas para
Caras y Caretas. En esas páginas aparece como el
testigo de un momento clave de la historia argentina, en el que
supo ver con nitidez al hombre, más allá del
fenómeno social. Simpáticos o no, sus personajes
son esencialmente creíbles y es por eso que debe
recurrirse a ellos cuando se trata de conocer nuestro pasado y la
diversidad de nacionalidades que forman nuestro
presente.

BALDOMERO FERNANDEZ MORENO Y LA PATRIA
DESCONOCIDA

Al igual que muchos de nuestros escritores, Baldomero
Fernàndez Moreno evocò sus años de infancia,
una edad escindida entre dos tierras, Argentina y España.
Recuerdos de estos años se encuentran en su poesìa
(1), y tambièn en su libro en prosa titulado La patria
desconocida
(2), publicado por primera vez en 1943, como
anticipo. Quince años màs tarde, esta obra se
publica en la Biblioteca
Menèndez y Pelayo, de Santander, con estudio preliminar de
Gerardo Diego. En Argentina, La patria desconocida se
edita en un solo tomo con otro volumen, Vida
y desapariciòn de un mèdico
, que habìa
visto la luz en 1935. Ambos volùmenes se unifican bajo el
tìtulo de Vida. Memorias de Fernàndez
Moreno.

Sobre el origen de estas pàginas
autobiogràficas, escribe Alfredo Veiravè: "Poco
dispuesto a las obras de pura ficciòn, despuès de
su madurez y de haber trasvasado su vida a poesìas de
todos los dìas, Fernàndez Moreno comienza a ordenar
el pasado de su lejana infancia a travès de sus memorias.
‘En vista de que pasaban los años y no se me
ocurrìa nada –siempre esperando el argumento como
una inspiraciòn- me decidì a emprender esta
narraciòn de mi vida’, dirà en el
pròlogo que puede leerse en este libro".

A criterio de Veiravè, "su prosa
autobiogràfica serà un modo, pues, de ampliar o
explicar su vida, con anterioridad al año en que se inicia
como poeta èdito". En cuanto a la relaciòn de esta
prosa con su lìrica, anota: "Las obras
autobiogràficas, en cambio, como si fueran la contraparte
inevitable y necesaria de su obra en verso y de sus aforismos, se
desenvuelven lentamente y crecen en numerosas pàginas
rescatadas del pasado, con sus personas, sus paisajes, sus
experiencias y circunstancias entrañables" (3).

Un crìtico ha señalado la
aproximaciòn existente entre lo autobiogràfico y
las efusiones lìricas, sin referirse especialmente a la
obra de Fernàndez Moreno. En la lìrica
–afirma Guillermo Ara-, se realiza una "aproximaciòn
que inmoviliza el instante y niega por ello el tiempo"; nos
encontramos ante un presente cristalizado ya definitivamente. La
lìrica, por otra parte, no sitùa los hechos en el
espacio y en el tiempo; èsta es una diferencia fundamental
con las manifestaciones autobiogràficas, donde el
paràmetro espacio-temporal nunca es olvidado y
actùa, por lo general, como agente estructurador del
relato. Lìrica y autobiografìa , exteriorizaciones
de una misma intimidad se distinguen -afirma Ara-, por esta
diferente atenciòn prodigada al momento y al
àmbito" (4).

En el pròlogo a sus memorias, Fernàndez
Moreno se refiere a la relaciòn de las mismas con sus dos
patrias, y deslinda la incidencia que España y la
Argentina tienen en ellas: "Son pàginas, pues,
españolas por el recuerdo que las informa, argentinas por
la mano que las trazò. Por eso este libro cobra un sentido
vernàculo, americano. Y todo aquello en medio del suspirar
por mi patria, por curiosidad, por exotismo, por poesia naciente,
y, por lo que es lo cierto, por indefinible amor hacia
ella".

Guìa al escritor el propòsito de recordar
y ordenar. "Desde luego que no escribo estas pàginas ni
para estudiarme yo y mi caràcter, ni para extraer de ellas
y ofrecer a los demàs lecciòn alguna de moral o
grano de experiencia", asevera. Dice que dicho propòsito
se presenta en èl cuando sale de viaje, y considera que es
lo que lo impulsa a escribir las memorias "sensaciòn
anàloga (…) en previsiòn de viajes sin
regreso" (5). Su temor a esta ùltima travesìa no
era infundado, pues muriò sùbitamente en julio de
1950.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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