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Los instrumentos económicos y la gestión económica ambiental, alternativas para la sustentabilidad



Partes: 1, 2

    1. Resumen
    2. Realidades que demuestran la
      necesidad de prácticas económico-ambientales
      sustentables
    3. Alternativas
      para prácticas económicas
      sustentables
    4. Pasos para
      aplicar un sistema de gestión
      ambiental
    5. Conclusiones
    6. Bibliografía

    RESUMEN

    Existe hoy un problema sin resolver… y es que al
    parecer, esos países que disfrutan de crecimientos
    inestimables en sus economías, y de ese modelo general
    de desarrollo
    industrializado productivista – consumista, que ha
    proliferado a un ritmo temeroso en las últimas
    décadas, no han tomado clara conciencia de la
    urgencia de armonizar el progreso monetario – mercantil,
    con el equilibrio
    ecológico y la equidad
    social, a pesar de los llamados y acuerdos tomados en cada
    Cumbre, en las convenciones internacionales, foros y demás
    eventos
    científicos.

    Asimismo, la apertura de las economías altamente
    industrializadas a la competencia
    internacional, la actividad continua y ascendente del Capital
    Financiero y las nuevas tendencias de la Exportación de Capitales a nivel global,
    han inducido a un aumento inmoderado de la escala
    tecnológica y de producción; inadecuados modelos de
    desarrollo, con políticas
    macroeconómicas y sectoriales discriminatorias.

    Si analizamos la relación que existe entre el
    carácter global de los problemas
    ambientales que más afectan a la humanidad y la
    creciente brecha socioeconómica que continúa
    agudizándose entre los países del Norte y del Sur,
    una solución largoplacista es sin dudas la
    reestructuración de las políticas económicas
    sobre bases de equidad y justicia
    social y ambiental respectivamente.

    La Valoración Económico – Ambiental,
    la implementación de Instrumentos Económico –
    Ambientales con un carácter sistémico, la Gestión
    Económica Ambiental, son algunas de las políticas
    que necesitan ser llevadas a cabo, de manera que se respete el
    Rendimiento Máximo Sustentable en el manejo de los
    recursos
    naturales renovables, eso sin hablar de los no renovables,
    que ni siquiera debieran ser explotados y lo son. Para ello la
    voluntad política de los
    gobiernos y representantes de las organizaciones
    internacionales son un factor importante, aunque no el
    único.

    INTRODUCCIÓN

    ALGUNAS CONSIDERACIONES GENERALES

    El concepto de
    Desarrollo
    Sostenible ha sido estereotipado en los últimos veinte
    años por un sinnúmero de personas, instituciones
    y organizaciones que lo "utilizan" en función de
    sus propios intereses, a favor algunos, y otros no tanto, de la
    justicia social y ambiental en el planeta; demostrando su
    carácter ambiguo, lo cual ha condicionado la
    aparición de múltiples definiciones.

    Mi objetivo no es
    hacerle una crítica
    al Desarrollo Sostenible en su marco conceptual, sino llevar a la
    reflexión sobre la ausencia de un profundo sentido de la
    realidad que hoy viven nuestros pueblos, y de prácticas
    verdaderamente impactantes, que contribuyan en un corto y mediano
    plazo, y con una visión largoplacista y
    ambiocéntrica, a la necesaria equidad que pide a gritos la
    sociedad
    mundial en particular y el Universo que
    nos rodea en general.

    Al parecer, esos países que disfrutan de
    crecimientos inestimables en sus economías, y de ese
    modelo general de desarrollo industrializado productivista
    – consumista, que ha proliferado a un ritmo temeroso en las
    últimas décadas, no han tomado clara conciencia de
    la urgencia de armonizar el progreso monetario – mercantil,
    con el equilibrio ecológico y la equidad
    social.

    El Desarrollo Sostenible, término aplicado al
    desarrollo económico y social que permite hacer frente a
    las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de
    futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades; o
    al mejoramiento de la calidad de
    vida humana dentro de la capacidad de carga de los ecosistemas
    que la soportan; fue presentado como tesis, en el
    Informe
    Nuestro futuro común, de la Comisión Mundial
    sobre Medio Ambiente
    y Desarrollo (WCED, 1987).

    En la década de 1980, tanto el agravamiento de
    los problemas
    ambientales globales, como la agudización de los problemas
    socioeconómicos a nivel mundial, aceleraron la confluencia
    de dos vertientes que alimentaron el enfoque del Desarrollo
    Sostenible: (Pichs Madruga, 2004)

    I. Las corrientes que han sometido a revisión
    el concepto de desarrollo
    económico y las políticas económicas
    prevalecientes; y

    II. El surgimiento de la crítica ambientalista
    al modo de vida contemporáneo.

    Es cierto que el estado del
    medio ambiente no
    puede aislarse del estado de la
    economía a
    nivel global; es un círculo cerrado; los problemas
    económicos causan o agravan expolios ambientales que, a su
    vez, dificultan las reformas económicas y estructurales.
    Sin embargo, la cuestión no es provocar una
    parálisis de la economía mundial actual, ni hacer
    que entren en una crisis
    socioeconómica los respectivos países, por hacer
    más sustentable la vida en la tierra y
    más eficiente el uso de los recursos
    naturales que la sostienen.

    Es obligada la búsqueda de opciones y la
    propuesta de alternativas que generen un equilibrio entre ambas
    aristas de la vida del hombre,
    contribuyendo de igual modo a un beneficio social, pues valoramos
    al ambiente como un sistema de
    elementos abióticos, bióticos y
    socioeconómicos con que interactúa el ser humano, a
    la vez que se adapta al mismo, lo transforma y lo utiliza para
    satisfacer sus necesidades. Por lo que, toda acción
    a favor de la conservación y manejo sostenible del
    entorno, tiene una repercusión directa hacia las personas,
    sus condiciones y calidad de
    vida.

    Tomando como punto de partida los conceptos de
    Desarrollo Sostenible, de la Comisión de Naciones Unidas
    sobre Medio Ambiente y Desarrollo, y de Desarrollo
    Humano, del Programa de
    Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), pueden identificarse
    tres dimensiones básicas e interrelacionadas del
    desarrollo: Sostenibilidad económica, social y ambiental.
    Es válido aclarar que en el marco de la temática
    que nos ocupa y preocupa, el análisis de la problemática
    económica y social, además de la ambiental,
    fundamentalmente cuando se trate de países
    subdesarrollados, necesita hacerse en términos de
    sustentabilidad y con un enfoque integral y multidimensional,
    puesto que cada una de estas dimensiones resulta condición
    necesaria para la misma, sin excluir otras también
    importantes como la cultural, la tecnológica y la
    espacial.

    ¿De veras es creíble que se garantice la
    estabilidad y el aseguramiento de bienes y
    servicios
    ambientales, a las generaciones futuras con una mentalidad
    largoplacista, cuando aun se palpa tan vívida la
    ambición de la Oligarquía que dirige al Capitalismo
    Industrializado?

    Resulta apremiante, sobre todo para los países
    desarrollados, que sean consecuentes con el reconocimiento acerca
    de que la protección ambiental y el desarrollo
    económico son problemas generalizados, que nos
    atañen a todos por igual y los cuales requieren soluciones
    globales. Un orden mundial donde un reducido número de
    países imponen las reglas del juego al resto
    de la comunidad
    internacional, resulta incompatible con el necesario enfoque
    integral y participativo que se requiere, máxime cuando se
    trate de instaurar compromisos universales en materia de
    cooperación internacional, lucha contra la pobreza, ayuda
    financiera a los países subdesarrollados, y transferencia
    de tecnologías idóneas desde el punto de vista de
    la reducción o prevención de la
    contaminación.

    DESARROLLO

    REALIDADES QUE
    DEMUESTRAN LA NECESIDAD DE PRÁCTICAS
    ECONÓMICO-AMBIENTALES SUSTENTABLES

    No hace falta más que estudiar las cifras para
    darnos cuenta de que estamos muy lejos de la sostenibilidad
    socioeconómica y ambiental que hoy se precisa con
    urgencia, y para la que tenemos que ser más exigentes,
    sobre todo en las políticas implementadas con ese fin,
    puesto que cada día nos demuestra con creces que no es
    suficiente.

    Si analizamos los resultados registrados en el
    último período, en materia económica, social
    y ambiental, percibimos que los instrumentos económico
    – ambientales que hoy se practican, no se están
    llevando a cabo con el rigor y la efectividad indispensable para
    el logro del objetivo propuesto; incidiendo, por encima de todo,
    la falta de una voluntad política que respalde el correcto
    funcionamiento de dichos mecanismos de
    regulación.

    La brecha que separa a los países desarrollados y
    subdesarrollados se ha pronunciado de manera creciente en las
    últimas décadas, baste decir, que los países
    del tercer mundo aportan el 78% de la población mundial y sólo el 20% de
    las exportaciones y
    el 38% del Producto Interno
    Bruto (PIB) global,
    debido a sus economías inestables y deformadas; mientras
    que en el otro extremo están los países
    industrializados, que poseen el 15% de la población
    mundial, y a los cuales les corresponde el 75% de las
    exportaciones totales y más del 56% del PIB global.
    Sólo Estados Unidos,
    una de las mayores potencias en la historia de la humanidad,
    con menos del 5% de la población mundial, registra niveles
    de PIB y exportaciones que casi duplican los registros
    agregados correspondientes a América
    Latina y África.

    En términos de equidad se aprecian grandes
    diferencias entre el Norte industrializado y el Sur atrasado y
    expoliado de modo general. Atendiendo a los niveles de ingresos
    percápita, se reportan en los países en vías
    de desarrollo, 1 000 millones de personas que viven en extrema
    pobreza en
    todo el mundo y que subsisten con menos de 1 dólar diario,
    y se calcula que unos 2 800 millones viven con menos de 2
    dólares al día (ONU, 2004). Se
    estima que 790 millones de personas padecen de hambre e inseguridad
    alimentaria. Y por si esto fuera poco, aproximadamente la tercera
    parte de la población mundial, generalmente ubicada en
    naciones del Tercer Mundo, vive en países con problemas
    por falta de agua potable;
    alrededor del 50% carece de sistemas
    adecuados de saneamiento: Se calcula que más de 1 000
    millones de habitantes en estos países carecen de agua potable y
    más de 2 400 millones no cuentan con un saneamiento
    apropiado; entre un 30 y un 60% de la población urbana de
    los países de bajos ingresos siguen sin disponer de
    viviendas adecuadas con acceso a los servicios
    básicos.

    De esta forma, resultan verdaderamente preocupantes las
    presiones a que están sometidos importantes recursos
    naturales, como los suelos y las
    reservas de agua dulce en las naciones subdesarrolladas. Se
    calcula que a nivel global, las aguas contaminadas influyen en la
    salud de cerca de
    1 200 millones de personas, constituyendo causa de fallecimiento
    de unos 15 millones de niños
    cada año.

    Por otra parte, en lo que respecta a América
    Latina y el Caribe; aun cuando las Metas de Desarrollo del
    Milenio fueron acordadas en el año 2000 por 189
    países de la
    Organización de las naciones Unidas (ONU) como
    estrategia
    definitiva contra la pobreza, la desigualdad y la contaminación, con plazo en 2015; desde
    entonces la población latinoamericana pobre ha aumentado a
    un ritmo superior al de la población total (CEPAL, 2004).
    Los datos
    correspondientes al cierre del pasado año, confirman a
    Chile como el país que ha cumplido con la meta del
    Milenio de reducir la pobreza extrema; mientras que en Brasil, Ecuador,
    México,
    Panamá
    y Uruguay los
    porcentajes de avance hacia el cumplimiento de la primera meta,
    de reducir la pobreza a la mitad, superan el 56%; sin embargo,
    países como Argentina, Paraguay y
    Venezuela,
    presentaron mayores niveles de indigencia que en 1990.

    A ello se suma también el fracaso en la
    aplicación de las políticas neoliberales y las
    recetas expoliadoras de los organismos financieros
    internacionales como el Banco Mundial
    (BM) y el Fondo Monetario
    Internacional (FMI), que
    subyugaron las economías y agudizaron las condiciones de
    miseria de casi todas las naciones. Esas entidades crediticias
    reconocieron que en poco más de 20 años
    América Latina transfirió a los Estados
    desarrollados 2 540 billones de dólares como pago de la
    deuda externa,
    el equivalente al 1.5% del PIB producido en un año por el
    subcontinente y el Caribe en su conjunto. Unido a esos
    fenómenos se encuentra la constante fuga de capitales y
    los bajos precios
    impuestos a
    las materias primas de las naciones subdesarrolladas. Llamativo
    resulta que el 71% del débito (725 805 millones de
    dólares en 2001) se concentra en las tres principales
    economías de la Región: Brasil, México y
    Argentina.

    Persisten hoy en el continente el desempleo y
    subempleo, los bajos ingresos familiares, el escaso acceso a la
    vivienda y sus pésimas condiciones de insalubridad, sin
    agua potable, drenaje ni luz; ello sin
    contar el impacto del predominio femenino como cabeza de familia, la
    reducción de los servicios básicos y la perenne
    inseguridad ciudadana.

    No es posible hacer un análisis separado de la
    situación actual que enfrentan los países del sur,
    y la crisis ambiental que invade el nuevo siglo, herencia del
    pasado.

    Las sociedades
    rurales y hasta urbanas de América Latina padecen de
    empobrecimiento, desintegración social, emigración
    a gran escala y devastación ambiental. Se ha vuelto un
    fenómeno bastante común "culpar a la
    víctima" de su propia situación y de su falta de
    progreso. Esta es una percepción
    equivocada de la pobreza como causa de los problemas
    ambientales en estos países.

    Los pobres no saquean la tierra debido
    a su insensible desperdicio de recursos, sino por la falta de una
    distribución equitativa de la riqueza
    social disponible y de la manera despiadada en que los ricos y
    poderosos defienden su control. Por otra
    parte, estas poblaciones que sobreviven en condiciones de
    absoluta pobreza, no tienen más alternativas que depredar
    el medio ambiente para intentar sobrevivir; y como se trata de
    economías subdesarrolladas y altamente dependientes de las
    exportaciones de productos
    básicos, necesariamente erosionan al medio, presentando
    como principales preocupaciones ambientales las relacionadas con
    problemas tan acuciantes como la calidad del agua y la
    protección del suelo; trayendo
    esto a su vez como consecuencia ineludible, que se afecten
    sensiblemente las esenciales fuentes de
    ingresos exportables de dichas naciones por su uso excesivo y a
    veces inadecuado.

    Además, un aspecto que no se puede dejar de
    mencionar es que la degradación ambiental, a causa
    también del calentamiento
    global y emisiones de compuestos químicos a la
    atmósfera,
    está provocando entre otras cosas, desastres sociales
    debido a eventos naturales cada vez más severos. Ello se
    traduce en la pérdida de la diversidad biológica,
    la contaminación de mares, océanos y zonas costeras
    en un grado aun mayor; y como es de suponer, las peores
    afectaciones se concentran en las regiones más pobres del
    planeta, que son, de hecho, las más vulnerables desde el
    punto de vista económico, social y ecológico para
    enfrentar situaciones o eventos ambientales extremos, los cuales,
    dicho sea de paso, ascendieron en la pasada década,
    según reportes recientes, a un costo de unos 608
    000 millones de dólares, cifra comparable al monto
    combinado de las cuatro décadas anteriores.

    Las instituciones oficiales, nacionales e
    internacionales, de la Región Hispanoamericana, han
    impulsado estrategias para
    premiar a agricultores comerciales por sus aportaciones al
    desarrollo nacional, asegurándoles continuamente el acceso
    privilegiado a los recursos más valiosos de la sociedad en
    proceso de
    modernización: la tierra y los recursos naturales, la
    tecnología, el crédito
    y los canales del mercado. Estos
    sistemas modernos de producción continúan su
    expansión, disputando los derechos de los campesinos e
    indígenas sobre sus tierras más productivas y sus
    recursos naturales en general, obligándolos a buscar
    refugio y asentamientos en tierras cada vez más
    marginales. De esta forma se ve acentuada la desigualdad y la
    pobreza extrema en dichas regiones, condenando la mencionada
    expansión, a la devastación a los territorios y a
    la gente que en ellos vive.

    En el tercer mundo carecen de acceso al apoyo
    técnico, financiero e institucional protector. Algunas de
    las causas principales que inducen a la inequidad tanto social
    como económica, y por ende a la degradación
    ambiental en este grupo de
    países "atrasados", tienen que ver con los beneficios de
    la "revolución verde", que condujeron a
    incrementos significativos de la productividad, y
    que fueron captados por aquellos grupos capaces de
    obtener acceso a los conocimientos técnicos, los
    financiamientos y la infraestructura; de modo similar, la
    inversión pública en sistemas de
    riego y colonización para expandir fronteras productivas
    tendió a sobrecargarse para promover la agricultura
    comercial de gran escala sujeta a la mecanización. Tales
    programas no
    sólo han tenido efectos devastadores sobre el ambiente,
    sino también son destructoras de la sociedad.

    Asimismo, la apertura de las economías altamente
    industrializadas a la competencia internacional, la actividad
    continua y ascendente del Capital Financiero y las nuevas
    tendencias de la Exportación de Capitales a nivel global,
    han inducido a un aumento inmoderado de la escala
    tecnológica y de producción; inadecuados modelos de
    desarrollo, con políticas macroeconómicas y
    sectoriales discriminatorias, se han llevado a la
    práctica; haciendo uso para ello del 75% de los recursos
    naturales que se comercializan: 70% de la energía por
    combustibles fósiles, 75% de los metales, 85% de
    la madera, entre
    otros.

    Esto trae consecuencias puntuales para el Tercer Mundo,
    fundamentalmente para campesinos e indígenas. Un ejemplo
    de ello se puede apreciar en el hecho manifiesto de que la
    utilización de maderas comercializables produce deforestación; conduciendo a que la
    búsqueda de combustibles domésticos como la
    leña y el carbón vegetal, y de otros combustibles
    tradicionales de la biomasa, requiera para los habitantes de
    comunidades marginadas, viajes
    más largos y con frecuencia sacrificar los árboles
    más jóvenes en laderas de mayor pendiente;
    además, la tarea de asegurar la disponibilidad de agua
    igual se está haciendo más ardua.

    Por otra parte, las comunidades costeras que dependen de
    los recursos del mar para su subsistencia están en
    constante riesgo, debido a
    la contaminación de las aguas marítimas, en
    ocasiones producto de
    los desechos sólidos y residuales líquidos
    expulsados por fábricas e industrias con
    tecnologías caducas y altamente contaminantes. Esta es
    otra de las problemáticas que se ven obligados a sufrir
    los países subdesarrollados por no contar con el financiamiento
    necesario que les posibilite trabajar con tecnologías
    limpias en los procesos
    productivos, que no generen o reduzcan al máximo los
    residuales, es decir, eliminando las tecnologías que
    exigen tratamientos al final de los procesos; y esto, como es
    lógico conllevará a productos con un mínimo
    efecto ambiental negativo, o sea, productos
    ecológicos.

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