Eran las seis de la mañana; quizás muy
claro y despejado para la hora. Parecía que al sol le
habían cambiado las baterías. Se avizoraba un
día picante y ardiente como aquél que Natalia
odiaba porque le manchaba la piel que ella
con tanto esfuerzo y esmero había cuidado durante toda su
vida.
Natalia contempló su rostro en el espejo de la
sala, mientras sorbía algo de una taza humeante que
sostenía con su mano derecha. Era su té
mañanero que ella siempre bebía a esa hora y que la
llenaba de energías para comenzar su
día.
Natalia vio salir a su hijo y le preguntó a
dónde iba. Él contestó como Natalia estaba
acostumbrada a que le respondiera, desde hace ya varios
años:
– Voy a salir – dijo – como si Natalia fuera ciega
y no hubiera visto que, en efecto, salía.
– Uhmm – añadió Natalia –
resignada, ante tanta falta de cortesía de aquel hijo que
ella sabía educado, pero que no le daba la gana de
responderle cortésmente.
Le pareció que era muy temprano para que su hijo
saliera, máxime cuando su hora de trabajo no era
todavía, pero tampoco dijo nada más, por temor a
recibir otra respuesta similar.
Natalia decidió, en ese instante, ir a visitar a
su amiga Blanca, porque necesitaba preguntarle cómo
funcionaba un teléfono celular nuevo que habían
comprado juntas, pero que no lograba hacer funcionar.
Se cambió de ropa, lentamente, como le gustaba
actuar en las mañanas, porque según ella, era el
único momento del día cuando podía hacer las
cosas de esa manera. Una vez vestida, se miró al espejo y
se dijo a sí misma:
- ¡Qué bien me veo!
- ¡Cada vez me veo más joven! – Y se
reía, en silencio, para sus adentros.
Natalia era así: si se creía que estaba
bonita, lo decía en voz alta, sin importarle quién
la oyera; y si se veía fea, también lo
decía, sin ningún tipo de prejuicios. Salió
despacio de su habitación, se encaminó hacía
el garaje de su casa donde estacionaba su carro lujoso, tal como
a ella le gustaban los carros:
– Bien llamativos, para que sus vecinas se murieran de
la envidia.
Natalia recorrió los kilómetros que la
separaban de la casa de Blanca, lentamente, todavía era de
mañana, y en las mañanas, ella actuaba siempre con
el mismo ritual de lentitud. Durante el recorrido, miraba las
flores que empezaban a brotar de los jardines de las casas por
donde pasaba.
– Ya llegó la primavera – se dijo –
como si en su país se diera el cambio de
estaciones que ella había visto en sus frecuentes viajes a
mundos lejanos.
A Natalia le encantaba pensar que estaba en un
país de varias estaciones porque decía que el
alma de las
personas cambiaba con las estaciones.
– ¡Cómo si ella necesitara de estaciones
para cambiar su estado de
ánimo!
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