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Érase una vez, una mujer (cuento) (página 2)



Partes: 1, 2

Al cabo de más o menos media hora y
después de un largo recorrido, finalmente, llegó a
la casa de su amiga Blanca, bajó de su carro, se
encaminó a la puerta de la casa de su amiga, y justo en el
momento cuando iba a tocar el timbre para anunciar su llegada,
salieron Blanca y el hijo de Natalia.

Natalia retrocedió asustada y sorprendida. No
quería que ellos la vieran y pensaran que había
seguido al hijo hasta la casa de su amiga.

– Ni siquiera sospechaba que mi hijo tuviera un "affair"
con Blanca – pensó.

Los dos portones, el del garaje y el de la entrada
principal, se abrieron simultáneamente. Natalia
entró al jardín de la casa, por reflejo. Una vez
dentro, ambas puertas se cerraron automáticamente, y ella
se quedó encerrada en el jardín y no podía
salir, ya que estaban cerradas.

Natalia no hallaba qué hacer: no quería
llamar ni a su hijo, ni a su amiga porque no deseaba que supieran
que ella los había visto. Se decía:

– Total, ¡a mí qué me importa lo que
ellos hagan, bien grandecitos que son ambos!

Tampoco, le gustaba la idea de quedarse sentada
ahí, hasta que alguien entrara a la casa, porque igual se
iban a preguntar qué hacía ella encerrada en el
jardín.

Se sentó y empezó a pensar cómo
salía de aquel rollo en el cual estaba. De pronto,
miró la puerta de la casa y se dio cuenta de que estaba
mal cerrada. Se encaminó hasta ella, la abrió y
entró con la esperanza de conseguir la llave de los
portones para irse cuanto antes de allí.

Fue hasta la habitación de Blanca y buscó
en la gaveta donde ella sabía que ésta guardaba sus
llaves. Se sentó en la cama, y en ese momento, se dio
cuenta de que alguien estaba durmiendo en ella. La
habitación estaba media obscura, ya que aún las
cortinas estaban cerradas. Caminó despacito, a ver si
podía ver la cara de la persona que
estaba ahí, y casi pega un grito cuando vio que era el
esposo de Blanca quien estaba en aquélla. Dijo
mentalmente:

– ¡No respeta, ni al esposo!

Salió, casi corriendo, de aquella
habitación y se dirigió a la recámara de
huéspedes, donde quizás pudiera encontrar una copia
de la llave que buscaba y pudiera largarse de ese sitio cuanto
antes.

Cuando Natalia entró a la habitación de
huéspedes, notó que había alguien más
durmiendo en ésta. Sus ojos se desorbitaron cuando se dio
cuenta de que era otra persona joven que estaba en ella; su mente
pensaba con toda la rapidez que podía:

– Definitivamente, Blanca se volvió loca. No le
basta acostarse con mi hijo, sino que tiene un substituto. Y eso
que el marido está en la otra
habitación.

– ¡Qué zorra! – pensó
furiosa. ¿Quién lo hubiera creído? –
repetía molesta

El joven que dormía en esa cama se
despertó de un salto y agarró a Natalia por los
brazos, forcejeó con ella preguntándole
quién era.

El muchacho le preguntaba a Natalia quién era, y
a la vez no la dejaba hablar, porque le apretaba tanto el cuello
que casi la ahogaba. Finalmente, el hombre se
percató de que estaba ahogando a Natalia y le
aflojó un poco el cuello. Natalia, con los ojos como dos
huevos fritos, lo miraba y le decía:

-¡Soy Natalia! ¡Soy Natalia, la amiga de
Blanca!

– ¿Y qué hace usted en mi
habitación? – La increpaba el mozo – casi tan
desesperado como Natalia.

– Busco una llave, para abrir el portón y poderme
ir de este maldito lugar- decía Natalia – casi a
gritos.

– Pero… ¿Qué quiere?
¿Qué hace usted en esta casa? – Preguntaba el
joven, todo asustado.

– Vine a preguntarle a Natalia cómo hacia
funcionar mi teléfono nuevo.

Finalmente, Natalia pudo zafarse de las manos de aquel
hombre, y
agarrando su cartera, le cayó a carterazo. Éste,
asustado por la reacción tan inesperada de Natalia, se
agazapó entre la cama y la mesa de noche y empezó a
gritar:

– Pero entienda, ¡yo no sé quién es
usted!; y… ¿si me está mintiendo?

Natalia, como enloquecida, seguía golpeando al
joven con su cartera, hasta que ésta se abrió por
los golpes, y toda las cosas que habían dentro de ella se
desparramaron por el suelo. El mozo,
aún más asustado, se metió debajo de la
cama, pero como era tan alto – medía como 1.90
centímetros – se le salían los pies. Natalia
– como una fiera – quería seguir golpeando al hombre, pero
como no lo podía hacer porque éste estaba debajo de
la cama, agarró uno de los bolígrafos que
había caído al suelo cuando su cartera se
abrió, y empezó a puyar, con éste, los pies
del joven, mientras le gritaba:

– ¡Descarado! ¡Descarado! ¿Pero es
que no respetas que el esposo de Blanca está en la otra
habitación durmiendo?

El mozo, tratando de esconder los pies, lo cual no
podía hacer porque el espacio que separaba el suelo de la
cama era muy reducido, y por más que trataba de encoger
las piernas, no podía, replicaba:

– Pero… ¿Por qué me llama
descarado, si ella fue la que me invitó?

Cuando Natalia escuchó esto, se encolerizó
aún más, y seguía hundiendo la punta del
bolígrafo en los pies del muchacho, mientras
añadía:

– Mira, sinvergüenza, ¿ahora vas a
responsabilizar a Blanca de todo esto, como si tú y mi
hijo no tuvieran parte de la culpa de lo que está
pasando?

El joven gritaba:

-Pero… ¿qué dice? ¡Yo no he
hecho nada con su hijo! Ni siquiera sé quién es su
hijo. Pero señora; ¿qué es lo que le
está pasando?

Natalia, como si hubiera perdido la razón,
contestó:

– El colmo sería que también hubieras
fregado a mi hijo. ¡Insolente!. Mira, ni si te ocurra
acercarte a él, porque ahí sí es verdad que
no respondo de mi. Mantente bien lejos de él. ¿Me
oíste? ¡Descarado!

El mozo casi con un gemido, agregó:

– Pero… ¿por qué me llama
descarado? Yo lo que vine fue a acompañarla a ella que
está siempre muy sola, y como yo también necesitaba
espacio porque no puedo quedarme con mi familia,
acepté la invitación.

Al escuchar aquello, Natalia le puyó más
fuerte los pies al joven y añadió:

-Ustedes los hombres, cuando no necesitan espacio,
necesitan tiempo.
¡Siempre es la misma historia!

Mientras decía esto, a Natalia le pasaba por la
mente el nombre de todas las mujeres que ella conocía,
cuyos matrimonios habían sido desbaratados por
aprovechadores como aquel joven que estaba debajo de la cama y
por qué no admitirlo pensó, con cierta
impotencia:

– ¡Hasta mi hijo es un sinvergüenza! ¡Y
qué acostarse con Blanca!

El hombre seguía gimiendo, suplicando que le
soltara los pies, en los cuales Natalia descargaba toda su ira,
como si con aquel acto vengara a todas las mujeres que
habían sido destruidas por hombres como éste.
Luego, iracunda, exclamó:

– ¡Apuesto qué hasta casado
eres!

– Si señora, y tengo una niña
recién nacida y por eso necesito espacio –
decía el hombre, como esperando tocar el corazón de
Natalia para que le soltara los pies que ésta apretaba
cada vez más, con toda la rabia de la cual era
capaz.

Al oír aquellas palabras, Natalia
arremetió, aún más, contra el hombre y
decía:

– ¡Claro, por eso es que necesitas espacio, porque
ni siquiera quieres enfrentar tu responsabilidad de padre! Pero… ¡si
tienes espacio para dedicarte a destruir hogares, y hasta para
acostarte con hombres! Mira, y te lo vuelvo a repetir: ¡Ni
se te ocurra acercarte a mi hijo! ¡Porque hasta te mando a
matar!

El joven, casi sin aliento, dijo:

– ¡Señora, señora, pero no es lo que
parece! ¡Yo no soy ningún homosexual!

Natalia, más furiosa todavía, le
contestó:

– ¡Ah! ¡Ahora no es lo que parece!
¡Ni siquiera original eres, mijito! Repites lo mismo que
dicen todos los hombres desde hace siglos. ¡Y claro que no
eres homosexual! porque los verdaderos homosexuales, lo admiten
sin tanto rollo. ¿Sabes lo que eres tú? Un
"mariquito". – Dicho eso, Natalia bajó su cabeza hasta el
suelo y empezó a cantarle:

– ¡Mariquito! ¡Mariquito!
¡Maricón! – al mismo tiempo, alcanzó un
marcador con tinta indeleble que también había
caído al suelo cuando se desparramaron sus cosas de la
cartera, y con más furia que antes, pintó en los
pies del joven figuras de muñequitas, estrellitas,
florecitas, al tiempo que le gritaba:

-¡Vamos a ver qué le vas a decir a tu
esposa cuando te vea los pies pintados porque esos dibujos te van
a durar como unos tres días, bandido!

Finalmente, Natalia soltó al joven, y éste
salió de debajo de la cama como pudo.

Natalia, furiosa, se alisó su ropa que
había sido arrugada por el forcejeo mantenido con y contra
el joven, salió de la habitación y se
dirigió a la cocina. Ya no le importaba si su amiga se
daba cuenta de que había descubierto sus andanzas, ni si
el hijo pensaba que ella lo había seguido hasta la casa de
su amiga.

-¡Vagabunda! ¡Ojalá y el esposo le
descubra su vagabundería! – se decía a
sí misma.

Se sentó, pensativa, en una de las sillas que
estaba cerca de la mesa de granito que usaban para desayunarse.
El joven venía detrás de ella, todo cauteloso. Su
cara, aún, denotaba desconfianza e inseguridad.
Sin embargo, le ofreció un café a
Natalia. Ella aceptó, mientras lo miraba con
desprecio.

– Éste debe ser un chulito – pensaba. Ni
siquiera tiene cara de que trabaja. ¡El muy
sinvergüenza! – se decía. ¡Hasta un
café me ofrece! ¡Qué podredumbre!

El joven preparó el café y le
sirvió una taza pequeña a Natalia; ésta
empezó a tomársela, pensativamente. No podía
sacar de su mente el hecho de que su propio hijo también
estaba contribuyendo a acabar con aquel matrimonio que
ella pensaba que estaba bien cimentado, pero que, por lo visto,
no era así, y se decía:

– ¡Pero Blanca se volvió loca, no lo hace
con uno, sino con dos!

Cuando terminó de tomarse su café, quiso
servirse otra taza más, pero empezó a darse cuenta
de que la cafetera donde estaba el café, preparado por el
joven, pesaba más de lo normal. Pesaba tanto, como si
estuviera hecha del mismo granito de la mesa donde aquélla
estaba colocada. Notó que era más grande de lo
normal, que era tan pesada que no la podía levantar.
Miró al joven y trató de pedirle ayuda para
servirse otra taza de café, pero éste sólo
la miraba. Su mirada denotaba expectativa.

Un rato después, Natalia abrió los ojos y
vio frente a ella a su hijo, a Blanca, al esposo de ésta y
al joven con quien había forcejeado. Ella no
entendía qué hacían ellos allí
mirándola, y preguntó:

– ¿Qué pasa? ¿Cómo que me
quedé dormida?

Blanca, observándola toda sorprendida,
preguntó:

– Pero Natalia, ¿Qué hacías tu
metida en mi casa a esta hora? ¿Te pasó
algo?

Natalia, no hallaba qué decir, ni cómo
decirlo. No quería que el esposo de Blanca se enterara de
que su esposa tenía un "affair" con su hijo y con el otro
joven que estaba escondido en la otra habitación; y
contestó:

-Vine a preguntarte cómo funcionaba el
teléfono nuevo que compramos juntas, y cuando
salías hoy en la mañana, sin darme cuenta,
entré, y los portones se cerraron y quedé encerrada
en el jardín. Luego, entré a la casa y me
tomé un café que me ofreció él
– dijo – haciendo una mueca con sus labios, para
señalar al joven, sin agregar lo que pasaba por su
mente.

El hijo de Natalia, le preguntó:

– ¿Y por qué no nos llamaste con tu
móvil viejo? ¿No nos viste saliendo a ambos esta
mañana de la casa? ¿No te diste cuenta de que tu
teléfono nuevo no estaba en tu cartera? – Y
añadió molesto:

-¡Cómo estabas con el fastidio del bendito
móvil nuevo que sólo Blanca sabía manipular,
ya que yo no lo podía hacer funcionar, y no
entendía lo que ella me explicaba por teléfono,
vine a preguntarle, personalmente, antes de irme a trabajar,
qué tenía que hacer para que funcionara

– No entiendo tanto alboroto. – Dijo Blanca
– toda alarmada. ¿Cómo se te ocurrió
entrar así a la casa, sin avisar? Menos mal que mi
sobrino, no te hizo más daño
que apretarte el cuello. Él llegó ayer para
quedarse aquí unos días conmigo porque su casa la
está remodelando, acaba de tener una niña y
necesitan más espacio. Él estaba todo asustado,
pensando que eras una loca que se había metido a la
casa.

– Disculpe señora – agregó el joven -. Lo
único que se me ocurrió fue ponerle un
somnífero bien fuerte al café que le serví.
Mi tía me había dado anoche una pastilla porque no
podía dormir, pero no me la tomé, sino que la me
metí en el bolsillo de mi pijama. Tuve que
ponérsela a su café para que se quedara tranquila,
mientras llamaba a la policía, porque llegué a
pensar que usted estaba loca, porque hasta los pies me los
pintó – dijo- mostrándolos. – Y
añadió:

– Menos mal que en ese momento se levantó el
esposo de mi tía, y él fue quien me dijo que no
llamara a la policía, que usted era la señora
Natalia, la amiga de mi tía Blanca. Cuando mi tía
llegó, llamó a su hijo, y ahí quedó
todo; que sino, ¡hasta presa estuviera!

Natalia no miraba a nadie, se terminó de
despabilar, se levantó y recobrando su compostura,
dirigió sus ojos hacía donde se encontraba Blanca y
dijo en voz baja, avergonzada:

– Lo único que quería era que me dijeras
cómo funcionaba el teléfono nuevo que compramos
juntas.

Datos de la autora:

Nila Mendoza de Hopkins

Nació en Maracaibo, Venezuela.
Tiene 57 años de edad. Profesora de la Universidad del
Zulia, Maracaibo, Venezuela. Obtuvo su maestría en
Lingüística Aplicada en la Universidad
de Lancaster, Inglaterra. Tiene
35 años de experiencia en la enseñanza de idiomas y de
Lingüística Aplicada. Fue profesora invitada para
enseñar la cátedra Metodología en la Enseñanza de
Idiomas con Propósitos Específicos en la
Universidad de Concordia en Canadá.

Ha publicado varios artículos a nivel nacional e
internacional relacionados con Estrategias de
Aprendizaje.
Tiene dos libros
publicados: uno para enseñar inglés
con Propósitos Específicos; y el otro, para
enseñar a leer y escribir el inglés como lengua
extranjera. Actualmente, imparte la Cátedra Competencia
Comunicativa en Lengua Escrita del Español,
como profesora invitada en La Universidad Católica Cecilio
Acosta (UNICA).

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