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Los orígenes de la novela policial francesa




Enviado por Pablo Cazau



    Indignos porque sus héroes fueron ladrones, o
    bien policías con un turbio pasado. Pero indignos sobre
    todo porque el género no
    nació como literatura culta y refinada
    sino como cultura
    popular a través de los folletines, ubicables en la misma
    categoría de los pocket-books (novelas de
    bolsillo) americanos, las novelas amarillas
    de Italia o la
    sensational novel de Inglaterra.

    En materia de
    género policial, los argentinos hemos conocido mas bien la
    tradición anglosajona (Poe, Conan Doyle, Agatha Christie,
    Ellery Queen, etc.), mientras que la tradición francesa no
    tuvo tanta repercusión, salvo alguna excepción como
    la del comisario Maigret, de Simenon.

    Recapitularemos aquí entonces la historia de la novela policial
    francesa, y de paso el lector amigo del género
    encontrará algunos títulos, muchos editados en
    castellano, que
    le permitirán descansar un poco de la violencia de
    los thrillers americanos o de la fría lógica
    londinense, y disfrutar de una trama policial donde la
    acción y el discurso
    deductivo aparecen con el color de la
    aventura, el romanticismo y
    hasta el terror.

    Si de orígenes se trata, la cuestión
    comienza con un singular personaje de la vida real llamado Eugene
    François Vidocq (1775-1857), desertor, impostor,
    presidiario evadido y enemigo público número uno de
    Francia. En
    una palabra: lo peorcillo en materia de
    delincuencia.
    Su cabal conocimiento
    de la operatoria delictiva, sumado al atraso de la policía
    de la época en materia de métodos de
    investigación criminalística debido al gran crecimiento
    urbano, hicieron que nuestro amigo Vidocq pasara a ser en 1809 el
    confidente de la policía y, apenas dos o tres años
    más tarde, nada menos que el fundador de la Sureté
    ("Seguridad" en
    francés), el actual cuerpo de policía con sede en
    París y que algunos han considerado como el precursor del
    FBI americano.

    Vidocq llegó a montar toda una red de confidentes e
    introdujo dentro de la brigada de seguridad a
    ex-presidiarios que sabían moverse bien en el ambiente de la
    delincuencia.
    En pleno ejercicio de sus funciones como
    jefe de la Sureté, funda en 1825 la primera agencia de
    detectives privados y años más tarde publica varios
    libros, como
    sus muy ilustrativas "Memorias"
    (1828), "Los ladrones" (1836) y "Los verdaderos misterios de
    París" (1844). Como policía, Vidocq
    privilegiará la acción más que la
    deducción, y gustará disfrazarse y mezclarse con el
    hampa para descubrir los diversos ilícitos, cualidades
    todas ellas que, además de su condición de
    delincuente redimido, servirán de modelo para el
    personaje arquetípico del género policial
    francés.

    Pero vayamos por partes. Vidocq no fue un autor de
    novelas policiales. Su importancia radica mas bien en que
    él mísmo, como persona de carne
    y hueso, sirvió sin quererlo como referencia para la
    creación de ciertos personajes ficticios. Por ejemplo,
    Honorato de Balzac tiene un personaje, Vautrin, llamado
    también el "Engañamuertes", que fue creado a
    imagen y
    semejanza de Vidocq: Vautrin es jefe de una banda de delincuentes
    tan bien organizada que llega a constituír un poder paralelo
    y, como Vidocq, terminará ocupando en la misma
    policía un puesto de responsabilidad.

    Pero lo de Balzac no es aún género
    policial. Es al norteamericano Edgar Allan Poe
    (1809-1849) a quien en realidad se considera el fundador de aquel
    género. Su personaje será el detective Anguste
    Dupin, protagonista de tres cuentos de
    Poe: "Los crímenes de la Rue Morgue" (1841), "El misterio
    de Marie Roget" (1842), y "La carta robada"
    (1845), relato este último que estudió en detalle
    el psiquiatra Jacques Lacan, proponiéndolo como un
    modelo para la
    comprensión de ciertos conceptos psicoanalíticos.
    Poe, en fin, llegó a tener conocimientos de las travesuras
    de Vidocq, tanto que su personaje Dupin llega a citarlo en alguno
    de los cuentos donde
    interviene.

    Pero en Francia, la
    cuestión comienza realmente con Emile Gaboriau
    (1832-1873), a quien se considera el padre de la novela
    policial del país galo. Gaboriau es un típico
    representante de la llamada novela
    folletinesca, es decir la novela que, en vez de editarse en un
    libro, se
    publicaba periódicamente por episodios en los diarios de
    París, modalidad muy en boga a partir de la segunda mitad
    del siglo XIX.

    En efecto, de un lado estaba la novela culta, editada en
    libros y
    destinada a una mayor perdurabilidad, y del otro lado la novela
    que aparecía por entregas, en papel de
    diario, tal como hoy se ven en las series de televisión. El objetivo de
    estas últimas era sobre todo mantener la ansiedad del
    lector de un episodio hasta el otro, con lo cual se alargaba casi
    indefinidamente la trama de la novela porque ello implicaba
    también beneficios económicos para el autor.
    Surgía así una novela extensa, de estructura
    episódica y donde la acción y la aventura eran el
    clima
    dominante que impregnaba el argumento.

    Gaboriau crea a su héroe Monsieur Lecoq,
    policía parisino, quien aparecerá en "El affaire
    Lerouge" (1863), "El expediente 113" (1867) y otros folletines,
    tomando como modelos al
    real Vidocq y al ficticio Dupin de Edgar Allan Poe.
    Como indica Fermín Fevre, Monsieur Lecoq "tiene no
    sólo la misma terminología que el legendario Vidoq,
    sino sus mismos métodos.
    Como él, se disfraza, observa y reúne pruebas. Llega
    a la pista correcta luego de haber seguido distintos caminos
    erróneos. En sus relatos hay pasiones, situaciones
    equívocas y cierta moralidad: la virtud y la verdad se
    imponen, aunque tengan que seguir sendas tortuosas". Pero hay
    aún más analogías: como Vidocq,
    también Lecoq no es más que "un antiguo delincuente
    reconciliado con las leyes", para
    utilizar la expresión de Gaboriau en "El affaire
    Lerouge".

    Otros autores como J.J. Millás acentuarán
    la influencia del personaje Dupin. Parece ser que Gaboriau
    leyó la
    traducción francesa que hizo Baudelaire de Poe, y la
    figura del detective Dupin terminó siendo algo esencial en
    la conformación del policía Lecoq, por lo menos en
    cuanto a que tanto este como aquel resultaron verdaderso adictos
    a la resolución científica de los enigmas
    policiales.

    Una curiosidad: el emblema de nuestra Policía
    Federal es el gallo, símbolo de la vigilancia que
    quizá tenga su origen en el escudo que usaba personalmente
    Monsieur Lecoq frente a su puerta, con la figura de aquella ave
    de corral, tal como se describe por ejemplo en "El expediente
    113". Por lo demás, Lecoq significa precisamente "el
    gallo", en francés.

    En la tradición anglosajona encontramos sobre
    todo detectives, mientras que en la francesa policías, es
    decir, sabuesos pagados por el Estado (y
    además ex-delincuentes) o bien directamente delincuentes,
    como pronto veremos.

    Tanto el detective Dupin como el policía Lecoq
    constituyeron dos importantes fuentes de
    inspiración para que Arthur Conan Doyle (1859-1930) crease
    a su Sherlock Holmes en "Estudio en escarlata" (1887), novela que
    fuera también folletinesca. Conan Doyle había
    leído a Poe y a Gaboriau, y precisamente en "Estudio en
    Escarlata" hace un juicio lapidario de estos personajes desde la
    implacable óptica
    de Sherlock Holmes: Dupin era "un hombre que
    valía muy poco", mientras que Lecoq resultaba ser "un
    chapucero indecoroso que solo tenía una cualidad
    recomendable: su energía".

    Con Monsieur Lecoq quedaba, en fin, identificado el
    nuevo héroe de la novela folletinesca policial en Francia,
    y a partir de allí surgieron nuevos autores con sus nuevos
    héroes, de los cuales mencionaremos los
    siguientes:

    PERSONAJE CARACTER CREADOR PREDOMINA

    Rocambole Delincuente P. du
    Terrail Aventura

    A. Lupin Delincuente M. Leblanc Aventura

    Rouletabille Detective G.
    Leroux Lógica

    Fantomas Delincuente P. Souvestre Terror

    El arquetipo del bandido-policía ha trascendido
    incluso la lengua
    francesa, como lo demuestra el personaje Flambeau, amigo y
    confidente del padre Brown de Chesterton. Como Vidocq y como
    Lecoq, Flambeau era también francés, igualmente
    hábil para disfrazarse y, por si ello fuera poco,
    también pasó de ser un bandido redomado a uno
    redimido, y retratado como tal por Chesterton en "La cruz
    azul".

    Demasiadas casualidades para pensar que el dúo
    Vidocq-Lecoq no ejerció alguna influencia sobre el creador
    del padre Brown. John Dickson Carr, otra importante figura
    anglosajona del género policial, tampoco se sustrajo a la
    influencia gala, pero esta vez no tanto respecto de los
    personajes como de la ambientación. En "El crimen de las
    figuras de cera", por ejemplo, recrea el fascinante clima de las
    viejas novelas detectivescas francesas.

    El Rocambole de Pierre Alexis Ponson du Terrail
    (1829-1871) fue un "bandido atrevido, elegante y caballeresco",
    cuyas travesuras aparecieron en "Aventuras de Rocambole". Pero
    más conocido será Arsenio Lupin, pintoresco
    personaje creado por Maurice Leblanc (1864-1941), y tan atrevido,
    elegante y caballeresco como el Rocambole de Ponson du Terrail.
    Delincuente metido a jefe de policía y hábil para
    el disfraz como Vidocq, Arsenio Lupin nació hacia 1907 en
    "Arsenio Lupin, caballero ladrón", novela a la que luego
    siguieron, en la misma modalidad folletinesca, "Los tres
    crímenes de Arsenio Lupin", "La aguja hueca", "El
    tapón de cristal", "813" y "Arsenio Lupin contra Herlock
    Sholmes" (sic), entre otros, título éste
    último que encierra una elíptica alusión al
    enfrentamiento entre Lupin y el héroe inglés
    de Conan Doyle: ¿tal vez otra forma de expresar la antigua
    rivalidad anglo-francesa?.

    En "El tapón de cristal", Lupin aparece
    disfrazado como el inspector Lenormand, jefe de la Policía
    de París, persiguiéndose implacablemente…a
    sí mísmo y enorgulleciéndose de haber
    terminado con Lupin quien, por entonces, se había alejado
    del delito
    disfrutando de su nuevo papel.

    "La novela policial que crea Leblanc teniendo a Lupin
    como protagonista es una síntesis
    de la novela de caballería, de la novela romántica
    y del folletín, donde se mezclan realidad y
    fantasía en un clima de aventura y riesgo
    constantes", cuenta Fevre. No obstante, también debemos
    incluír en esa síntesis una trama de misterio,
    claves secretas y paciente trabajo lógico (por ejemplo en
    "La aguja hueca" y "813") que poco tiene que envidiarle a los
    clásicos del tipo "El escarabajo de oro", de Edgar A.
    Poe.

    Leblanc, ávido lector de Poe y Balzac,
    creó a su Lupin un poco accidentalmente, urgido por su
    editor para que escribiera una novela corta de crimen aún
    sin saber absolutamente nada de criminología, con lo cual el escritor
    demostró ser tan descarado y aventurero como el personaje
    que finalmente lo hizo famoso. Reportero y detective en vez de
    ladrón, y más analítico que pasional
    aparecerá también por el mismo año
    Rouletabille, una creación del escritor folletinesco
    Gastón Leroux (1868-1927). Tal ocurrirá en "El
    misterio del cuarto amarillo" (1907), donde Rouletabille ya
    comienza a revelarse como un personaje fuertemente influenciado
    por las figuras del Dupin de Poe y del Sherlock Holmes de Conan
    Doyle.

    Sin embargo, lo que catapultó a la fama a Leroux
    no fue tanto su detective como "El fantasma de la Opera", obra
    con reminiscencias del flautista de Hamelín y del jorobado
    de Notre Dame con una buena dosis de terror, intriga policial,
    aventura y romanticismo. En
    el terror incursionó también Leroux a través
    de obras como "La muñeca ensangrentada" y "La
    máquina de asesinar" (más conocida entre nosotros
    gracias a la serie televisiva de Narciso Ibáñez
    Menta, como "El muñeco maldito").

    Inscripto también en el ámbito del terror.
    Fantomas nació a su vez de la imaginación de Pierre
    Souvestre (1874-1914) y de Marcel Allan, ambos escritores y
    periodistas, cruel y despiadado personaje cuyo principal
    propósito era asustar al lector, y de quien alguna vez se
    dijo que era el Marqués de Sade de la novela
    policial.

    El carácter
    episódico de las novelas se transportó al cine
    precisamente con Fantomas, a partir de 1913. Este año se
    estrenaba en un cinematógrafo de París el primer
    capítulo de "Fantomas", del director Louis Feuillade
    (1873-1925), quien se transformó así en el
    más famoso productor de seriales del cine. La serie
    de Fantomas abarcó 32 episodios y se basó en las
    narraciones de Souvestre y Allain, es decir, narraba la historia del criminal
    francés y los vanos intentos del inspector Juve por
    apresarlo. El personaje, interpretado por René Navarre,
    vestía una malla negra ajustada, antifaz y era experto en
    disfraces. Las tramas eran muy elementales pero lograron atrapar
    al público, quien se deleitaba con la habilidad de
    Fantomas para burlar a la policía, en un entorno de pistas
    falsas, pasadizos secretos y misteriosas desapariciones. El
    director Feuillade aprovechó también la
    ocasión para pintar cinematográficamente los
    suburbios de París con una extraña
    combinación de naturalismo y fantasía.

    La historia de Fantomas en el cine termina cuando
    recrudecieron las críticas al mostrar a un personaje que
    se reía descaradamente de la Sureté. Feuillade
    optó por cambiar el personaje y en 1916 lo
    reemplazó por Judex, un individuo que, ahora sí,
    estuvo del lado de la ley, no
    usó armas ni
    derramó sangre.

    Y mucho después, ya en nuestro país,
    algún lector recordará las series francesas que
    pasaron por la
    televisión argentina sin
    pena ni gloria sobre las aventuras de Arsenio Lupin y de
    Fantomas. Y también recordará las "Obras Maestras
    del Terror" que Canal 9 pasaba los sábados a la noche en
    la década del '60, y que el autor de estas líneas
    miraba furtivamente detrás del sillón
    mordiéndose las uñas porque sus padres no le
    permitían ver semejantes espantosidades. Con ellas,
    Narciso Ibáñez Menta contribuyó a difundir
    la literatura
    policial francesa en nuestro país, a través de
    materiales
    como "El fantasma de la Opera" o el Arsenio Lupín de
    Leblanc.

    Por aquel entonces, todos esperaban expectantes el
    último capítulo, donde el Fantasma de la Opera
    debía quitarse la máscara y mostrar su espeluznante
    rostro. Esa escena finalmente se pasó pero no fue grabada
    ni guardada en cintas, con lo que se perdió
    irremediablemente. Hace algunos años, sin embargo, cuando
    Ibáñez Menta retornó a la Argentina,
    recibió un regalo inesperado: un admirador le
    obsequió la grabación que había realizado en
    su casa. El Fantasma de la Opera fue recreado muchas veces, en
    fin, a través de films y espectáculos teatrales,
    con mayor o menor éxito.

    La novela policial francesa alcanza, finalmente, su
    culminación, con la figura del Comisario Maigret, de
    Georges Simenon (n. 1903), donde la aventura y el horror ceden
    paso a un acercamiento costumbrista y al análisis psicológico del delincuente
    y de su entorno social. La ficción literaria fue fecunda,
    pero más lo fue la mismísima realidad de la Francia
    de aquellos años. Henri Desiré Landrú
    nació en 1868 y murió en la guillotina en 1922,
    acusado de haber quemado en un horno a diez mujeres ricas y
    solitarias con las que previamente se había casado. En
    realidad, se dice, mató a 283 mujeres, un hombre y tres
    perros. El
    caso de Landrú, así como el de Jack el Destripador
    londinense, no corresponden a la ficción literaria, pero
    su patetismo viene a mostrar la fértil
    realimentación que siempre hubo entre la
    imaginación y la realidad.

    Pablo Cazau

    Bibliografía consultada

    1. Juan José Millás, Apéndice de
    "El expediente 113" y "Estudio en escarlata", Buenos Aires,
    Hyspamérica, 1982-1983.

    2. Salvador Bordoy Luque, Prólogo de "Arsenio
    Lupin, caballero ladrón" y otras novelas de Maurice
    Leblanc, Buenos Aires,
    Ediciones Orbis, 1984.

    3. Revista Muy
    Interesante, Número 60, página 81.

    4. Fermín Fevre, Estudio Preliminar a "Cuentos
    policiales argentinos", Buenos Aires, Kapelusz, 1974.

    5. Clarín, 9-5-95, página 62.

    6. La Nación,
    "Cien años de cine", fascículos 3 y 4. Año
    1995.

    Este texto
    está incluído dentro de libro
    "Fantasía y realidad: una excursión por la ciencia y
    la literatura".

     

     

    Autor:

    Pablo Cazau
    Licenciado en Psicología y Profesor
    de Enseñanza Media y Superior en Psicología (Universidad de
    Buenos Aires).
    Ejerce la docencia en las Cátedras de
    Psicopatología, Problemas de
    Aprendizaje,
    Epistemología, Didáctica General y Diseños
    Experimentales.

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