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Breve aproximación histórica a un pueblo de guerreros (página 2)



Partes: 1, 2

Algunos años después Jerónimo de
Melo alcanza a llegar hasta lo que hoy es Malambo en el
departamento del Atlántico, recorriendo marginalmente
territorio Chimila. Luego el clérigo y bachiller
Jerónimo de Vianna fue puesto al frente de otra
expedición que lo llevó hasta la orilla oriental
del río Magdalena cruzando el territorio Chimila. Por el
año de 1530 Ambrosio Alfínger hace contacto con los
Chimila quienes le ofrecen heróica resistencia, pese
a lo cual alcanza a llegar hasta la Ciénaga de Zapatosa.
Por su parte, Gonzálo Jiménez de Quesada en su ruta
hacia territorio Mwiska, atravesó en abril de 1536
territorio Chimila donde no tuvo ninguna resistencia.

Como se ha dicho los Chimila siempre tuvieron una bien
ganada fama de ser en extremo guerreros y belicosos a la hora de
defender su libertad.

Fue el cacique Sorli quien tuvo que hacerle frente al
primer intento serio de los españoles de ocupar el
territorio Chimila, cuando en el año de 1538 tuvo que
enfrentarse al conquistador Lope de Orozco y su lugarteniente el
capitán Antonio Cordero. Pese al valor y al
coraje de los guerreros Chimila y después de varios
años de guerra
intensa, la superioridad militar de los españoles
consiguió en el año de 1576 enclavar en todo el
centro del territorio Chimila un fortín que se
llamó San Angel. Este poblado español
fué sitiado e incendiado por los Chimila en repetidas
ocasiones. La fundación de este fortín militar en
pleno corazón
del territorio Chimila se sumaba a otro que había sido
realizado anteriormente cuando Beltrán de Unceta y Luis de
Manjarrés fundan en el año de 1540 el fortín
de Tenerife sobre el río Magdalena, este fuerte, que
quedaba en los límites de
la frontera de
colonización, tenía como principal función
garantizar la navegación sin necesidad de armada (Luna
G.,1991:129-130).

A principios del
XVIII comienza a consolidarse la colonización a lo largo
de toda la frontera periférica del territorio Chimila, con
lo que comienza una creciente presión
sobre el centro de su territorio, que pasa a convertirse en una
zona geoestratégica y de interés
para el afianzamiento del sistema de
dominación colonial en el Caribe. Dos factores importantes
condujeron a centrar la atención sobre el centro del territorio
Chimila. El primero tiene que ver con el aumento del intercambio
comercial interno entre las grandes haciendas ganaderas y los
puertos del Caribe, lo que implicaba abrir rutas más
rápidas y seguras, en tanto que el segundo aparece
asociado al creciente aumento de la población liberada de todo tipo de
vínculos esclavistas y/o señoriales, en su
mayoría vecinos pobres, que entraron a presionar por el
acceso a nuevas tierras.

Ante las pretensiones de colonización del centro
de su territorio los Chimila respondieron con coraje y dignidad,
organizando un sinnúmero de revueltas, rebeliones y
levantamientos armados, que fueron el común denominador a
todo lo largo del siglo XVIII. Los primeros informes sobre
este gran movimiento
armado datan del año de 1720 cuando se tiene conocimiento
del establecimiento de una alianza interétnica entre los
Chimila, los Wayúu y los Kocina para hacerle frente
unificadamente al poder
colonial. En ese contexto los Chimila se dedicban a hostilizar
incesantemente las haciendas españolas de los alrededores
de su territorio y a realizar incursiones violentas contra la
navegación por el río Magdalena.

Las informaciones que sobre los Chimila hay a lo largo
del siglo XVIII se refieren exclusivamente al aspecto militar. En
ese sentido se lamenta la ausencia de alusiones y descripciones
sobre otros aspectos de la vida de los Chimila. Las anotaciones
más frecuentes que se hacen sobre ellos refieren su
habilidad y destreza para el manejo del arco y la flecha, y en
general para todo lo que tiene que ver con la guerra. De
ahí que sea sumamente interesante conocer el testimonio
dejado por Manuel Francisco de Mesa, criollo nacido en
Tolú y hecho prisionero por los Chimila en el año
de 1750 e impelído a convivir y a combatir al lado de
ellos por el período de un año (AGN. 1754.
Poblaciones Varias. Volúmen X: Folios 161-163. Citado por
Uribe Tobón, 1974:170-171, 1977:126, 1987:52-53 y
1993:45-46). Este testimonio señala aspectos sobre algunos
poblados Chimila, de los cuales dice que eran muy ricos en
cacería y que tenían bastante ganado
cimarrón, localizándolos de la siguiente
manera:

(a) Cerca de las sabanas de San Angel, en las cabeceras
del río Lopez, existía un poblado que los indios
llamaban Pueblo de Lata donde habitaban unos mil trescientos
indígenas. Alrededor de las habitaciones había
numerosas rozas agrícolas con plantíos extensos de
plátano y yuca. No tenían ganado mayor y pescaban
en el río con flechas.

(b) Al norte, a cinco días de camino hacia
Riohacha, se encontraba el poblado llamado Yare, un
asentamiento bastante grande. Vivían allí unas
trescientas personas del grupo de los
Tomocos de dialecto Chimila. Estaba también rodeado de
numerosas rozas agrícolas y se encontraba lejos de los
ríos. Presididos por un "Capitán" los de
Yare no incursionaban en sus correrías por el rio
Magdalena, sino que atacaban por los lados de la región de
Valledupar,

(c) Un tercer pueblo estaba localizado en un sitio
más abajo de San Antonio
frente al Real de la Cruz. Era un poblado pequeño y sus
guerreros recorrían la margen derecha del río
Magdalena, aguas arriba de San Antonio.

(d) En las cabeceras del río Frío y en las
tierras templadas de la vertiente occidental de la Sierra Nevada
de Santa Marta, se encontraba Nengra, en lengua
Chimila, un poblado también Tomoco. Este era un poblado
muy grande habitado por unas cinco mil personas, encabezados por
cuatro caciques. El poblado estaba rodeado de gran cantidad de
campos agrícolas y no había ganado mayor. Los
guerreros de Nengra solían hacer sus expediciones
por las regiones de Sevilla, Dulcino, río Córdoba y
Gaira.

Del anterior testimonio se puede deducir que el pueblo
Chimila estaba bastante lejos de ser un pueblo homogéneo y
que más bien estaba conformado por una diversidad de
grupos y
subgrupos, que si bien tenían en común una serie de
patrones culturales, presentaban diferencias algunas de ellas
derivadas de las
distintas relaciones establecidas con los ecosistemas.
Es lógico suponer que los Chimila que vivían a
orillas de las ciénagas tenían costumbres y
tradiciones que diferian grandemente de las que poseían
los Chimila que habitaban en las llanuras y en las áreas
selváticas. De otra parte el testimonio aludido confirma
que un elemento central de los asentamientos Chimila lo
constituía la roza o huerta, que siempre hacían a
su alrededor.

Fases
de la colonización del territorio Chimila

En el proceso de
colonización del territorio Chimila, a lo largo del siglo
XVIII, se pueden identificar con precisión tres fases
distintas. La primera fase se caracterizó porque la
preocupación central de los españoles fué la
consolidación de la colonización a todo lo largo de
la frontera periférica del territorio Chimila, lo que se
consiguió con la fundación de varios pueblos de
españoles. En lo que respecta a la segunda fase se
utilizó como estrategia
principal incursiones punitivas al centro del territorio Chimila
para arrasar con su aparato productivo y con toda la base de
subsistencia económica.

Finalmente la tercera fase tuvo como
caraterística principal la creación de un gran
número de reducciones o pueblos de indios, donde a
través de "gratificaciones", prebendas y obsequios, o con
la utilización directa de la fuerza y la
violencia, se
obligó a los Chimila a habitar en poblados nucleados bajo
la tutela de un
misionero capuchino. En algunas regiones estas fases se dieron
secuencialmente, en tanto que en otras se presentaron de manera
simultánea.

La labor de consolidación de la
colonización alrededor del territorio Chimila estuvo
fundamentalmente a cargo de José Fernando de Mier y Guerra
quien fue nombrado maestre de campo el 26 de octubre de 1743 por
el virrey Sebastian de Eslava, cargo que más tarde fue
ratificado por el virrey José Alfonso Pizarro el 13 de
octubre de 1752.

Bajo la dirección militar y civil de Mier y Guerra
se fundan y refundan veintidos pueblos de españoles,
mestizos, y gentes libres, tarea que comenzó hacia 1744 y
que viene a terminar en 1770. Esta expansión de la
colonización se realizó al tiempo con la
construcción de dos caminos que atravesaban
el territorio Chimila y permitian la
comunicación con los puertos en el Caribe.

En este contexto se fue creando la gran propiedad
latifundista y nuevas formas de sujeción de la fuerza de
trabajo fueron
apareciendo, a medida que los pobladores y habitantes de esas
fundaciones quedaban casi que obligados a trabajar como
arrendatarios o terrajeros, en las grandes haciendas.

Hacia el año de 1750 los Chimila estaban rodeados
y acosados por la serie de poblaciones que se habían
establecido en la periferia de su territorio y se vieron
precisados a efectuar permanentes movimientos migratorios hacia
el centro de su hábitat
tradicional con el fin de evitar la cada vez más creciente
presión colonizadora sobre sus tierras.

Con el pueblo Chimila cercado por todas partes la
estrategia de los españoles se centró en la
realización de múltiples entradas e incursiones
militares al territorio Chimila para destrozar e incendiar todo
cuanto se encontrara a su paso. Hacia el año de 1756, el
Gobernador de la Provincia de Santa Marta, Juan Toribio de
Herrera Leiva organizó las primeras incursiones punitivas
al territorio Chimila. José Joaquín
Zúñiga hacia el año de 1768 adelanta una
vasta y violenta campaña de represión que acarrea
enormes pérdidas para los Chimila.

La fase final de la "pacificación" de los Chimila
fue la creación de reducciones o pueblos de indios, a
través de los cuales se pretendió "civilizarlos".
Con la creación de estas reducciones se le infringe un
duro golpe a la
organización social y económica de los Chimila,
en la medida en que se desintegran familias enteras que rompen
consecuentemente las unidades y las dinámicas de producción, quedando vinculados a la
economía
regional de manera dependiente y aportando exclusivamente la
fuerza de trabajo.

El 28 de agosto de 1776 se expidió el
título de capitán de conquista a Agustin de la
Sierra quien logra fundar siete pueblos de indios en el
territorio Chimila. Sin embargo la mayoría de ellos, con
el paso de los años, quedan vacios ya que los Chimila ante
la menor excusa emprendían la huían hacia sus
asentamientos tradicionales, y en no pocas ocasiones los
prófugos atacaban a aquellos que permanencian viviendo en
las reducciones. Hacia 1799 Juan de la Rosa Galbán,
capitán de conquista que sucedió a Agustín
de la Sierra, intentó refundar y revivir varios pueblos de
indios, aunque sin éxito.

Un acontecimiento importante que contribuyó a la
pacificación de este pueblo indígena en la
región de Ciénaga y Sevilla fue el reconocimiento
del Resguardo de los Indios Chimila de la Ciénaga con un
área aproximada de 2.326 hectáreas, que les fue
entregada por Antonio Galindo el 9 de diciembre de 1756
cumpliendo órdenes del virrey José Solis Folch de
Cardona (Fals Borda, 1980:111A).

Fin de las
guerras,
persistencia de la resistencia

Después de casi una centuria de guerras y
rebeliones y ante la superioridad militar del imperio
español los Chimila son prácticamente derrotados.
En ese sentido se van volviendo cada vez más excepcionales
las salidas armadas contra los waacha ("blancos"). Ante
este hecho asumen dos posiciones, consecuentemente con su
situación. Un sector de los Chimila, fundamentalmente
aquel que ocupaba el nicho ecológico que los identificaba
como riberanos inmersos dentro de la cultura
anfibia, fue asimilado y bien pronto se aceleró su proceso
de aculturación. Por otro lado, los asentamientos Chimila
que ocupaban las sabanas y selvas tropicales optaron por
retirarse y esconderse en lo más profundo de su
territorio, lejos de la frontera de
colonización.

Precisamente a este último sector y por orden del
teniente gobernador de Santa Marta, José Munive y Mozo,
los españoles trataron de amojonarles el 16 de enero de
1783 un Resguardo de tierras de una legua de largo en las sabanas
de San Angel, sin embargo los Chimila celosos de su independencia
no aceptaron compensaciones tan humillantes y rehuyeron cualquier
contacto con los españoles (Fals Borda, 1980:
113A).

Las guerras criollas contra el imperio hispánico
y las constantes guerras civiles acontecidas a lo largo del siglo
XIX hacen perder prácticamente el rastro de los Chimila
que optaron por refugiarse en el hábitat selvático
que les quedó desde Pivijay hasta las sabanas de Don Pedro
al noroeste de San Angel. Hacia 1876 Luis Strinffler
recorrió el territorio tradicional Chimila, localizando
pequeños grupos de familias habitando asentamientos
dispersos en San Angel, Apure y otros caseríos, totalmente
al márgen de la civilización occidental. Hace un
estimativo de población para San Angel de no más de
diez familias (Rey Sinning, 1996:190). El etnógrafo sueco
Gustaf Bolinder visita a los Chimila en 1915 y 1920 y manifiesta
entre otras cosas que estos son los últimos Chimila que
sobreviven y describe la mísera y difícil
existencia que llevan (Bolinder, 1987:14). En los últimos
años del siglo XIX, cerca a Fundación, Jorge Isaacs
tuvo contacto con los Chimila, en esa ocasión el cacique
Marasa lapidariamente le manifestó: "apenas español
me ha dejado lugar a donde enterrar mis muertos" (Citado por
Reichel-Dolmatoff, 1946:97).

Luego de su derrota militar los Chimila que se
refugiaron en el corazón de su territorio tuvieron un
largo período en que nuevamente volvieron a estar fuera de
la frontera de colonización, lo que los puso a salvo de la
aculturación y les posibilitó su existencia de
manera autónoma. Sin embargo este período de
relativa calma no habría de durar mucho. Es así
como la explotación comercial del bálsamo de
Tolú a partir de la década de 1920, y el
descubrimiento y ulterior explotación de petróleo durante la decada de 1940 en el
centro de su territorio, marca
inexorablemente la penetración de la colonización y
el despojo total de su territorio. Lo que los españoles no
habían conseguido en cien años de guerra contra los
Chimila, finalmente lo lograron estos waacha recien
llegados.

Para el presente siglo entre los pequeños
asentamientos Chimila no existía casi ningún
contacto y en muchos poblados se ignoraba por completo la
existencia de otros grupos. Esta situación se explicaba en
parte por las grandes distancias que separaba a los diferentes
asentamientos y en parte por rivalidades intraétnicas. A
esto habría que agregar que todos los vínculos que
unían a los Chimila de la ciénaga con los Chimila
de las sabanas y la selva fueron rotos inexorablemente con su
derrota militar. Esta situación de dispersión se
mantuvo vigente hasta mediados de la década de los ochenta
y comenzó a tener fin a partir de la adjudicación
de tierras a los Chimila.

Las guerras silenciosas del boom
maderero

Cuando se descubrió que el territorio Chimila era
muy rico en árboles
de bálsamo de Tolú llegaron innumerables oleadas de
cuadrillas de trabajadores mestizos y afrocolombianos, para
recorrerlo palmo a palmo y hacer la extracción de la
materia prima.
Esta explotación se desarrollaba por temporadas y no
significaba una presencia permanente en territorio Chimila.
Simplemente los trabajadores y sus capataces llegaban, buscaban
los árboles, les extraían el bálsamo y se
retiraban para venderlo a los intermediarios en Fundación
y Barranquilla, para luego retornar y reanudar un nuevo ciclo
económico.

A mediados de 1939 huyendo de la segunda guerra
mundial llega al territorio Chimila el italiano Alejandro
Manco Scopetta, quien con la explotación del
bálsamo de Tolú consigue amasar una fortuna creando
una gran empresa para
exportarlo a varios países europeos. Cuando la
producción fue decayendo y se fue haciendo menos rentable
el negocio, el señor Manco junto a otros inmigrantes
italianos como los Fallace, Posterado, Pepsano y Bornacelli, se
unen para reinvertir sus capitales en la colonización
permanente de la región.

Es así como se apropian de enormes extensiones de
tierra
pertenecientes a los Chimila, para fundar haciendas, entre las
que sobresalieron por su extensión "Nueva Roma", "La
Sirena" y "Calle Larga". La aparición del latifundio
trajó como corolario, no sólo la extinción
de la selva, ya que la extracción de madera fina se
convirtió en un buen negocio, sino que terminó por
desalojar a los Chimila del último reducto de su
territorio tradicional.

Antes que comenzara la explotación del
bálsamo de Tolú en territorio Chimila, la vida para
estos indígenas era bien distinta. Al respecto un anciano
Chimila refirió en 1973 lo siguiente: "Antes todo era
monte y no había ni colombianos ni ganado, solamente
estaban los indios por acá. Vivían cultivando en
sus rozas el maíz, que
la yuca, que el ñame y la batata y cada uno tenía
su roza propia. Cuando venía la cosecha se guardaba el
máiz en los zarzos de las casas y se cogía poco a
poco la yuca. No había sal, se comía era con
ají. La gente vestía con telas de algodón
que hacían las mujeres. No se conocía el molino, se
molía era con una piedra. Antes se salía a montear,
a buscar morrocoyos, a buscar miel de abejas y en los arroyos se
pescaba con flechas y arpones. Luego llegaron los colombianos y
todo esto fue cambiando. Empezaron a darle a los indios que el
arroz, que la panela, la sal y el suero. Al principio los indios
no quisieron recibir nada, pero luego si quisieron. Depués
los colombianos no fueron más generosos, como es ahora
cuando todo lo que uno quiere lo tiene que comprar".
(Citado
por Uribe Tobón, 1974:216-217, 1993:110).

El descubrimiento de petróleo
terminó por complicar aún más la
situación para los Chimila. Durante la década de
1940 el Estado
colombiano otorgó en concesión un total de 405.287
hectáreas de territorio Chimila a compañias
extranjeras, lo que redundó en un aumento considerable de
la colonización. El área de El Difícil fue
particularmente afectada en la medida en que la concesión
de 48.569 hectáreas otorgadas a la Compañia
Colombiana de Petróleo El Cóndor (Shell)
resultó ser de altos rendimientos comerciales. En total se
perforaron allí veintiocho pozos, trabajos que se
iniciaron el 26 de agosto de 1948. (Uribe Tobón, 1974:
220, 1993:76-77).

Según los etnólogos que tuvieron
encuentros con los Chimila hacia 1944, éstos
todavía conservaban gran parte de su tradición
cultural, pese a que su organización social y su espiritualidad
habían sufrido grandes transformaciones. De su
organización social sólo se dejaban reconocer
algunos rasgos que permitían inferir la división
del pueblo Chimila en varios grupos exógamos compuestos
por personas con una descendencia matrilinear común, sin
ninguna vigencia de clanes o linajes. La autoridad de
cada grupo recaía sobre un cacique, que desempeñaba
las veces de sacerdote, y que bien podía ser un hombre o una
mujer.

Para ese período los Chimila eran horticultores y
cazadores, y en menor escala
pescadores, y adicionalmente se dedicaban a la apicultura y a la
cría de tortugas. Los cultivos se hacían en grandes
rozas circulares alrededor de los asentamientos, predominando los
cultivos de yuca dulce y maíz, aunque tambien sembraban
batatas, ñame, ahuyama, fríjoles, ají y
tabaco. Un
producto
cultivado con especial intensidad era el algodón, lo que
evidenciaba un significativo desarrollo en
el arte de tejer
telas y hamacas (Reichel-Dolmatoff, 1946: 100-103).

Con el establecimiento permanente de estos nuevos
colonos los Chimila terminaron por perder todos sus territorios,
y es así como hacia la década de 1960 no les
quedó más alternativa que pedirle permiso a los
nuevos propietarios para construír sus míseras
viviendas y preparar su pequeñas rozas. Esto
desencadenó el establecimiento de unos nuevos tipos de
relaciones de dominación y explotación extremas
para los Chimila, que pasaron a convertirse en aparceros de
tierra ajena y en peones y jornaleros de los terratenientes.
Aquellos Chimila que no aceptaron esas relaciones, o no pudieron
incorporarse a ellas, se vieron precisados a habitar en los
callejones de los caminos veredales sujetos a todo tipo de
vejaciones, humillaciones y atropellos.

Dentro del contexto de estas relaciones de
explotación el indígena fue ocupado en las tareas
más extenuentes y que requerían de un mayor
esfuerzo físico y pagándole jornales muy por debajo
de los que se les pagaba a los mestizos. El círculo de
esta explotación se cerraba con la institución del
endeude, que consistía en retirar una serie de
artículos y productos de
la tienda de la hacienda y entregárselos al
indígena sobrevaluados, para que los pagara con los
jornales recibidos al finalizar su trabajo, jornales que por
supuesto nunca eran suficientes para cubrir todos esos gastos, con lo
que se buscaba mantener a los indígenas atados al trabajo
de las haciendas en condiciones desfavorables.

Una estrategia utilizada por los hacendados para
expandir la frontera ganadera consisitía en permitir que
algunas familias Chimila se instalaran y trabajaran sus rozas en
terrenos que más adelante serían utilizados como
potreros, de manera que cuando todo estuviera listo para los
pastos, eran obligados a abandonarlas, la mayoría de las
veces con la utilización de la fuerza. De esta manera los
terratenientes aseguraban que el duro trabajo que representaba
aprestar los potreros se hiciera sin costo alguno para
ellos.

Como se había anotado mas arriba, "La Sirena" era
una extensa posesión perteneciente a la familia del
señor Manco Scopetta, dedicada fundamentalmente a la
ganadería
y a la producción de quesos, que en sus mejores
épocas fue la explotación más
próspera de toda la región de San Angel. Cuando sus
rendimientos económicos empezaron a decrecer, su
propietario se dio a la tarea de atraer familias Chimila para que
se ubicaran como aparceros en los predios de su hacienda y de
esta manera garantizar una mano de obra barata. Esta
situación permitió el reagrupamiento de varias de
estas familias que se encontraban dispersas.

Para 1973 se encontraban en "La Sirena" cerca de
veintiocho núcleos de viviendas de unidades
domésticas, cada uno conformado entre una y cuatro
viviendas (Uribe Tobón, 1993: 143-144). La
situación para los Chimila era muy dura puesto que el
propietario de la hacienda instituyó un verdadero
régimen del terror.

Una sorprendente capacidad de
sobrevivencia

Tal llegó a ser la situación de los
Chimila en esa época que el Estado
colombiano los dio por extinguidos, y ellos mismos en cada
núcleo familiar, separados y dispersos pensaban a su vez
que eran los últimos Chimila que quedaban. A la muerte de
Alejandro Manco Scopetta, sus herederos se trenzaron en varias
disputas y litigios jurídicos para obtener para sí
las mejores propiedades. Esta coyuntura fue hábilmente
aprovechada por los Chimila, quienes alegaron que el propietario
antes de morir y a manera de testamento verbal, les había
dejado las tierras que ocupaban como compensación por los
años en que estuvieron trabajando a su servicio.
Tiempo después tras largos alegatos de los líderes
Chimila y ante la situación irregular de esas tierras que
no pagaban impuesto predial,
algunos de esos predios con la figura de baldíos pasaron a
ser propiedad del Estado y más tarde adjudicados a los
Chimila, como base del actual Resguardo existente.

A partir de estas adjudicaciones de tierras que el
Estado colombiano le entrega al pueblo Chimila a comienzos de la
década de 1990, es que la llamada opinión nacional
se entera que los Chimila no se habían extinguido. De la
misma manera muchos Chimila se dan cuenta de la existencia de
otros asentamientos y núcleos poblacionales de su pueblo
comenzando de esta manera un proceso de reagrupamiento y de
recomposición étnica. Si bien este pueblo
indígena tradicionalmente presentó una
ocupación y apropiación espacial caracterizada por
la presencia de múltiples asentamientos dispersos y no
nucleados, hoy la supervivencia del pueblo Chimila depende de las
posibilidades que tengan de reagruparse en un sólo
territorio.

El reconocimiento del Estado colombiano a la propiedad
de algunas tierras por parte de los Chimila se realizó en
dos momentos. El primero tuvo lugar el 19 de noviembre de 1990
cuando el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Incora., a
través de la Resolución No. 075 constituye como
Resguardo "un globo de terreno baldío, ubicado en
jurisdicción del corregimiento de San Angel, municipio de
Ariguaní, departamento de Magdalena", con una
extensión de 379 hectáreas con 3.000 metros
cuadrados, de las que finalmente sólo le son entregadas a
los Chimila 280 hectáreas. A este Resguardo los
indígenas lo bautizaron como Issa Oris Tunna
(Tierra de la Nueva Esperanza).

En lo que respecta al segundo momento este se
escenificó cuando el Incora adquirió -mediante
Escritura
Pública No. 503 del 25 de octubre de 1991 de
Notaría Unica del Circuito de Plato (Magdalena)- la finca
La Alemania
ubicada en el corregimiento de Las Mulas, municipio de Plato,
departamento del Magdalena, con una extensión de 282
hectáreas con 527 metros cuadrados y que fue entregada a
varias familias Chimila el 30 de septiembre de 1992 pero que a la
fecha aún no se ha constituído como Resguardo. Este
asentamiento se conoce como Ette Butteriya (Pensamiento
Propio).

Pese a que estos dos asentamientos Chimila no tienen
continuidad territorial ya que se encuentran separados por
diversas fincas y predios de colonos, mantienen lazos estrechos y
se hallan unificados políticamente bajo la autoridad de un
mismo cabildo. Como puede apreciarse los Chimila han sido
confinados en una suerte de corrales que le ponen una ortopedia a
su proyecto de
recomposición étnica y cultural para el que es
imprescindible un territorio mucho más amplio y
sólido. Todo esto lleva a pensar que la
adjudicación de unos estrechos y poco fértiles
predios, en medio de una zona de latifundio y de ganadería
extensiva, ha sido la fórmula utilizada por los poderes
públicos y privados para negarle legalmente a este pueblo
indígena un territorio propio y digno, a la vez que se le
asigna un lugar como reserva de mano de obra dentro de la
economía capitalista.

En la actualidad los sobrevivientes de este pueblo
indígena son aproximadamente 992 personas (Red de Pueblos
Indígenas del Caribe Colombiano,1997:3), que como se ha
dicho se encuentran ubicados en dos asentamientos en las sabanas
de San Angel en el departamento del Magdalena. Los Chimila han
perdido muchas de sus expresiones y manifestaciones culturales
propias pero aún conservan el Ette Taara, su idioma
propio, lo que es una sorprendente evidencia de la capacidad de
resistencia de este pueblo indígena pese a las incesantes
persecusiones sufridas a lo largo de varios siglos.

Como consecuencia del reagrupamiento de familias y
asentamientos el pueblo Chimila se encuentra atravesando hoy en
día por un complejo fenómeno de
revitalización étnica y cultural que esta marcado
por la tendencia de la configuración de grupos locales, la
estructuración de unos nuevos tipos de autoridad y la
gestación de un nuevo liderazgo
étnico. Este proceso de recomposición étnica
y cultural se viene desarrollando con muchas dificultades a
través del Cabildo Mayor Chimila de Issa Oris
Tunna
, que es la organización
representativa.

Un
pasado cargado de violencias… un futuro de
incertidumbres

El proceso de revitalización étnica se ve
enfrentado a dos serias dificultades. En primer lugar hay que
anotar que el paternalismo ha sido el nuevo rostro de las
políticas del Estado colombiano frente a
los Chimila después de 1990, lo que ha derivado en el
establecimiento de relaciones verticales de poder entre el que da
y el que recibe, con lo que consecuentemente se va estrechando
cada vez más el espacio para el ejercicio de la
autonomía y el poder propio. Esta situación va
entronizando en los Chimila una imágen negativa de
sí mismos que amenaza con convertirlos en un pueblo de
mendigos, que renuncian a hacer las cosas por sí mismos a
la espera que el Estado todo les traiga.

De otro lado hay que mencionar que las tierras Chimila
son escenario de la violencia que involucra a actores armados
como el Ejército Nacional, la insurgencia guerrillera y
grupos paramilitares. En ese contexto los grupos paramilitares
asociados a los grandes hacendados y con perceptibles
vínculos con las Fuerzas Armadas estatales han sembrado el
terror en las comunidades, que han sido víctimas de
atropellos y amedrantamientos. Por su parte varios de sus
dignatarios y líderes han sido amenazados, desterrados o
asesinados.

De esta manera las violencias de ayer y de hoy sumadas
al paternalismo actual se muestran como las dos caras de una
misma moneda, que quiere mostrar un saldo favorable en el proceso
asimilacionista: el exterminio del pueblo Chimila.

Sin embargo los problemas de
los Chimila no paran ahí y sus precarias condiciones de
vida causan alarma.

En lo que atañe a la salud puede decirse que son
elevadas las tasas de mortalidad por enfermedades
fácilmente prevenibles y curables como diarreas
sarampión y tuberculosis. La
esperanza de vida es tan corta entre los Chimila que
fácilmente se es anciano a los cuarenta años
Enfermedades como el herpes han
afectado al 90% de la población y han sido numerosos los
casos de deformaciones congénitas en recién
nacidos. Una enfermedad de la piel conocida
como prúrigo actínico -que es muy rara encontrarla
en bajas altitudes- afecta a un porcentaje significativo de los
indígenas. En general las enfermedades de la piel y
diversos males estomacales son muy frecuentes debido entre otras
cosas a la pésima calidad del
agua que
consumen y que es extraída de los jagüeyes o pozos
artificialmente hechos para recoger y almacenar el agua
lluvia.

De otro lado los kwattuwa o médicos
tradicionales han perdido significativamente su poder de
curación, fundamentalmente por la extinción de las
plantas
medicinales que otrora utilizaban, y por la imposibilidad,
desde el saber médico tradicional, de enfrentar las nuevas
enfermedades.

Dada la escasez e
infertilidad de las tierras y el agotamiento de la cacería
y la pesca por la
destruccción total de los ecosistemas a causa del
boom de la madera y la potrerización, la
dieta alimenticia, consistente fundamentalmente en carbohidratos,
es muy pobre y poco variada por lo que la desnutrición es el corolario lógico
que pone de presente una crisis
alimentaria profunda. En ese contexto el fantasma del hambre
está siempre presente haciendose cotidiano.

La dificultad de encontrar madera y palma para fabricar
las casas los obliga a vivir hacinados en cazuchas y ranchos
míseros que sólo con mucha imaginación se
les puede dar el nombre de viviendas. La habitación en
estos lugares los deja prácticamente a la
intemperie.

La educación que reciben
los niños
indígenas no sólo es de mala calidad sino que
está muy alejada del contexto cultural: genera ignorancia
de lo propio y apenas si enseña los rudimentos de la
tradición de Occidente. Puede decirse que, pese a los
esfuerzos, la vinculación de la escuela al
proceso de recomposición étnica y cultural es muy
periférica y superficial, tal vez por ello los
krantti o autoridades tradicionales se han mantenido al
marginados del proceso pedagógico formal.

Las relaciones interétnicas continuan siendo
difíciles aunque ya los conflictos no
alcanzan las dimensiones que anteriormente tenían. Sin
embargo para los Chimila el entorno sigue siendo hostil dado que
los waacha de la región persisten en recrear
imaginarios estereotipados sobre la historia y la cultura de
este pueblo indígena. De igual forma los Chimila si bien
han fraternizado con campesinos empobrecidos y jornaleros
asalariados, mantienen el recuerdo de su pasado guerrero, de su
derrota militar y de las atrocidades no tan lejanas causadas por
los colombianos. Esta confrontación de imaginarios
ha permitido que los Chimila mantengan un vivo interés por
refugiarse en su etnicidad.

Bogotá, D.C., septiembre de
1997

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Archivo
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1030].

 

Por:

Juancarlos Gamboa Martinez

Historiador y Mágister en Administración
Pública. Ha trabajado como asesor de diversos pueblos
indígenas desde 1987, de donde han salido los siguientes
libros:
coautor de "Colombia Multiétnica y Pluricultural" (1991),
autor de "Los Kankuamos un Pueblo Indígena en
Reconstrucción" (1995) y coautor de "Multiculturalismo y
Derechos
Humanos: Una Perspectiva Desde el Pueblo Indígena Wiwa
de la Sierra Nevada de Santa Marta" (1998).

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