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La razón de Estado frente al nuevo orden político internacional



Partes: 1, 2, 3

    1. Sobre la razón de
      Estado
    2. Sobre
      el Estado, la solidaridad y la razón de
      Estado
    3. La
      razón de Estado frente al orden global del siglo
      XXI
    4. Conclusiones
    5. Propuesta
    6. Bibliografía
      general

    There is no horror, no cruelty,
    sacrilege, or perjury, no imposture, no infamous

    transaction, no cynical robbery, no
    bold plunder or shabby betrayal

    that has not been perpetrated by the
    representatives of the states,

    under no other pretext than those
    elastic words,

    so convenient and yet so
    terrible:

    "for reasons of state".

    INTRODUCCIÓN

    ¿Cuál es el mejor
    gobierno?

    El que nos enseña a gobernarnos
    a nosotros mismos.

    Johann W. Goethe

    Durante el año pasado, tuve el honor de prestar
    mis servicios en
    una dependencia del Poder
    Ejecutivo Federal. Como es natural, me dispuse orgullosamente
    a aportar mi grano de arena en el gobierno. Estaba seguro de que
    desde allí podría generar un gran bien a la
    sociedad,
    trabajando codo a codo con las personas que deciden día a
    día el destino de nuestro país.

    La experiencia, sin embargo, no fue tan maravillosa como
    esperaba. Antes de que me diera cuenta por completo, estaba
    instalado en el intrincado engranaje de la burocracia.
    Durante ese tiempo, tuve
    oportunidad de conversar con diversos servidores
    públicos de todos los niveles sobre los objetivos que
    perseguían, los fines de la misma dependencia y sus
    expectativas como servidores públicos. Algunos supieron
    decirme, con punto y coma, los objetivos inmediatos de la
    dependencia, los números, las estadísticas y sus tareas. Otros
    manifestaron sus esperanzas de alcanzar un puesto mejor
    remunerado en la siguiente administración. Algunos más, los que
    llevaban más tiempo trabajando, se limitaron a decir, con
    absoluta indiferencia, que llevaban tantos años
    allí, y que no sabían hacer otra cosa, y esperaban
    pacientemente su retiro.

    De veintitantos servidores públicos con los que
    tuve oportunidad de dialogar, ninguno mencionó, ni
    siquiera por asomo, un concepto cercano
    al bien común ni a nada que se le pareciera.
    Parecían estar convencidos de que su tarea estaba al
    servicio de
    la
    administración misma, y no al servicio de la
    sociedad.

    Esta idea es un síntoma –espero que
    sólo sea eso- de una enfermedad más grave: los
    gobernantes no saben realmente lo que están haciendo.
    Saben el qué y, si tenemos suerte, el
    cómo. El por qué y el para
    qué
    no están en sus glosarios.

    La Razón de Estado, como
    se verá a lo largo de la tesis, es un
    concepto político que engloba el qué, el
    cómo, el por qué y el para
    qué
    del gobierno y el poder, y los
    dirige a la realidad concreta del haber cotidiano.

    El tema de la Razón de Estado, el gobierno y el
    poder, ha apasionado a cientos de estudiosos y filósofos durante varios siglos. Y es que
    razonar sobre un principio que ponga límites
    claros al irresistible magnetismo del
    poder ha sido siempre una preocupación natural de los
    ciudadanos justos, y un planteamiento jugoso para los que no lo
    son tanto.

    El término en sí es escurridizo, y se ha
    prestado a lo largo de la historia para justificar
    cualquier cantidad de tropelías. El tema, pues, es antiguo
    como la civilización y actual como la necesidad de definir
    el papel del Estado en el mundo globalizado. El debate
    está abierto en los foros del planeta, y cuando se debate
    un tema, la primera cosa inteligente por hacer es establecer
    perfectamente los conceptos sobre los cuales se debate, so pena
    de caer en un debate infructuoso y ciego.

    Esta tesis pretende definir y ubicar con claridad el
    término y los alcances de la Razón de Estado, con
    el objetivo de
    facilitar el diálogo de
    las naciones y el estudio del fenómeno del
    poder.

    En un momento histórico en que la democracia se
    ha convertido en el paradigma del
    gobierno ideal, es indispensable recordar que la opinión
    de la mayoría no hace la verdad, y que los gobernantes
    están llamados a ver con claridad que existen realidades
    que no son opinables, que no son susceptibles de votación
    y que no son populares; pero que son esenciales para el desarrollo
    sano del ser humano, de la familia, la
    sociedad y el planeta.

    Por eso, esta tesis es un llamado a la congruencia y a
    la sensatez de los gobernantes, que en algunas ocasiones parecen
    olvidar los fines propios del gobierno, y las razones del poder.
    Y cuando olvidan eso, como un barco que olvida su derrotero,
    fácilmente se pierden en las mareas de la política, el bien
    inmediato y la popularidad, arrastrando con ellos a la sociedad
    que les ha confiado el mando.

    El mundo cambia a velocidades nunca antes vistas, y
    exige más preparación y más conciencia en la
    toma de las decisiones que incumben a la res publica. A
    veces parece que lo único que pedimos los gobernados es
    que nos dejen vivir en paz, trabajar y buscar el bien de cada uno
    de nosotros. Parece ser que a veces nos atrevemos a afirmar:
    está bien que robes y que mientas –todos los
    políticos lo hacen- mientras cumplas con tus
    mínimas obligaciones y
    nos dejes vivir tranquilos.
    Pero las cosas que no
    están bien nunca estarán bien hasta que los que, en
    un estado democrático, hagamos valer el estado que
    la sociedad debe de tener por su propia naturaleza.

    Ya no soy servidor
    público, y no sé si algún día lo sea
    de nuevo. Estoy seguro de que todos –o la mayoría
    de- los burócratas con los que tuve el placer de
    entrevistarme están trabajando con absoluta buena
    intención y rectitud de conciencia. Creo que el hacerles
    recordar las razones por las que están trabajando,
    por las que sudan, se preocupan y se desvelan, les ayudará
    a soportar la dura carga y a visualizar con más optimismo
    su función
    en la sociedad. Por eso, quiero añadir un renglón
    más a las dedicatorias, con gran cariño:

    A los servidores públicos y
    gobernantes:

    Porque la responsabilidad que tienen en sus manos no es cosa
    pequeña.

    Háganse dignos de la confianza
    de un país que agoniza en la desconfianza.

    CAPÍTULO I.

    SOBRE LA RAZÓN DE ESTADO

    1. ORIGEN DEL
    TÉRMINO.

    El estudio y discusión de la Razón de
    Estado tuvieron un amplio desarrollo durante los siglos XVI y
    XVII en Europa y,
    singularmente, en Italia, en donde
    una gran cantidad de autores ocuparon un lugar dentro del
    ambiente
    político que siguió a las tendencias reformistas de
    los protestantes.

    Tras la creación de las Iglesias Luterana y
    Anglicana, la Iglesia
    Católica vivió una etapa en que se cuestionó
    fuertemente su legitimidad como autoridad
    supranacional, y se comenzó a forjar una conciencia de
    identidad
    nacionalista en los Estados nacientes y en los que ya
    existían. La separación de este punto de referencia
    y unidad que era la Iglesia Católica, sumada a las ideas
    de Maquiavelo
    sobre los medios que
    debían usar los gobernantes para alcanzar y mantener su
    gobierno, empujaron al pensamiento
    occidental hacia una nueva realidad más práctica y
    fría, que se opuso diametralmente a los ideales
    clásicos del renacimiento.

    Cundió en esa época el término de
    la Razón de Estado, que se entendía como todas
    las especies y fuerzas de los artificios relacionados con todos
    los asuntos de los Estados, las maneras de conseguirlos y
    consolidarlos
    . Era común por esos años el que
    un Estado estuviera constantemente en guerra, y que
    sus principales ciudades se hallaran bajo sitio o bajo la
    presión
    política, económica o militar de alguna otra
    potencia. Era una
    época, podemos decir, de gran agitación
    ideológica y bélica, en donde los monarcas eran
    atacados constantemente, poniendo, en esos trances, en gran
    peligro tanto al gobierno como al Estado mismo.

    Vacilante ya el concepto de unidad, los nuevos
    Estados de Europa necesitaron algún principio que
    justificara su herejía –
    su separación
    con respecto de la obediencia al sucesor de San Pedro- y
    regulara sus relaciones. Lo encontraron en los conceptos de
    raison d`ètait y de equilibrio
    del poder. Cada uno dependía del otro. La raison
    d`ètait afirmaba que el bienestar del Estado justificaba
    cualesquiera medios que se emplearan para promoverlo; el
    interés nacional suplantó el
    concepto medieval de moral
    universal. El equilibrio del poder reemplazó la
    nostalgia de una monarquía universal por el consuelo de
    que cada Estado, buscando sus propios intereses
    egoístas, de alguna manera contribuiría a la
    seguridad y
    al progreso de todos los demás.

    No es raro, por tanto, hallarnos con la figura de la
    Razón de Estado, con la que los más de los
    teóricos del Estado, que apoyaban a sus respectivos
    príncipes y monarcas, buscaban legitimar sus acciones
    políticas, tanto al interior como al
    exterior del propio Estado.

    El concepto de Razón de Estado, aunque ya
    está esencialmente expuesto en Maquiavelo, y materialmente
    estudiado en el libro quinto
    de la Política de Aristóteles, nace con el sentido actual en
    la Oración a Carlos V para la restitución de
    Piacenza
    , escrita por el monseñor Giovanni Della Casa,
    secretario de Estado del Papa Paulo IV, en virtud del despojo que
    había hecho la corona española a la Iglesia de
    Roma desde ese
    feudo.

    En la literatura política
    el término es puesto en circulación con el
    título del libro de Giovanni Botero de Bene aparecido en
    1589, quien lo utiliza para demostrar "los métodos
    verdaderos y reales que debe aplicar un príncipe para
    engrandecerse y gobernar exitosamente a sus súbditos", en
    oposición a Tácito y Maquiavelo, quienes fundan la
    razón de Estado, uno "en la poca conciencia" y el otro
    describiendo "vívidamente las artimañas utilizadas
    por el emperador Tiberio".

    Como se ha comentado, la Razón de Estado tuvo una
    amplia discusión durante los siglos XVI y XVII. Prueba
    irrefutable de ello es la gran cantidad de publicaciones que se
    llevaron a cabo. Debido a la imposibilidad material de
    estudiarlas todas a fondo, baste aquí el relacionar
    algunas de ellas, las más conocidas, con el objetivo
    único de ilustrar sobre la cantidad y la importancia que
    tuvo este tema en una época en que el alcance y mantenimiento
    del poder no era asunto de poca monta.

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