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La razón de Estado frente al nuevo orden político internacional (página 3)



Partes: 1, 2, 3

En otro texto, sin
hablar expresamente de la solidaridad, se
plantea la misma necesidad, a la luz
también ahora de la interdependencia insoslayable de las
naciones. Esta exige un incremento paralelo de colaboraciones en
la solidaridad, la cual tropieza, sin embargo, con
gravísimos obstáculos.

Las relaciones entre los distintos países, por
virtud de los adelantos científicos y técnicos,
en todos los aspectos de la convivencia humana, se han
estrechado mucho más en estos últimos
años. Por ello, necesariamente la interdependencia de
los pueblos se hace cada vez mayor.

Así, pues, los problemas
más importantes del día en el ámbito
científico y técnico, económico y social,
político y cultural, por rebasar con frecuencia las
posibilidades de un solo país, afectan necesariamente a
muchas y algunas veces a todas las naciones.

Sucede por esto que los Estados aislados, aun cuando
descuellen por su cultura y
civilización, el número e inteligencia
de sus ciudadanos, el progreso de sus sistemas
económicos, la abundancia de recursos y la
extensión territorial, no pueden, sin embargo, separados
de los demás, resolver por sí mismos de manera
adecuada sus problemas fundamentales. Por consiguiente, las
naciones, al hallarse necesitadas, las unas de ayudas
complementarias y las otras de ulteriores perfeccionamientos,
sólo podrán atender a su propia utilidad
mirando simultáneamente al provecho de los demás.
Por lo cual es de todo punto preciso que los Estados se
entiendan bien y se presten ayuda mutua.

Aunque en el ánimo de todos los hombres y de
todos los pueblos va ganando cada día más terreno
el convencimiento de esta doble necesidad, con todo, los
hombres, y principalmente los que en la vida pública
descuellan por su mayor autoridad,
parecen en general incapaces de realizar esa inteligencia y esa
ayuda mutua tan deseadas por los pueblos. La razón de
esta incapacidad no proviene de que los pueblos carezcan de
instrumentos científicos, técnicos o
económicos, sino de que más bien
desconfían unos de otros. En realidad, los hombres y
también los Estados se temen recíprocamente. Cada
uno teme, en efecto, que el otro abrigue propósitos de
dominación y aceche el momento oportuno de conseguirlos.
Por eso los países hacen todos los preparativos
indispensables para defender sus ciudades y territorios, esto
es, se rearman con el objeto de disuadir, así lo
declaran, a cualquier otro Estado de
toda agresión efectiva

La razón común de todos estos
obstáculos consiste en el olvido de la ley moral objetiva
y universal, provocado por el egoísmo, y, en última
instancia, en el olvido de Dios, causado por el materialismo de
la vida contemporánea.

Entretanto, en las naciones más ricas los
hombres, insatisfechos cada vez más de la
posesión de los bienes
materiales,
abandonan la utopía de un paraíso perdurable
aquí en la tierra.
Al mismo tiempo, la
humanidad entera no solamente está adquiriendo una
conciencia
cada día más clara de los derechos inviolables y
universales de la persona humana,
sino que además se esfuerza con toda clase de
recursos para establecer entre los hombres relaciones mutuas
más justas y adecuadas a su propia dignidad. De
aquí se deriva el hecho de que actualmente los hombres
empiecen a reconocer sus limitaciones naturales y busquen las
realidades del espíritu con un afán superior al
de antes. Todos estos hechos parecen infundir cierta esperanza
de que tanto los individuos como las naciones lleguen por fin a
un acuerdo para prestarse múltiple y eficacísima
ayuda mutua

Prolongando la línea expositiva de Juan XXIII, el
Concilio Vaticano II advierte con satisfacción que la
conciencia de la solidaridad universal constituye uno de los
más destacados signos de
nuestros tiempos. Pero denuncia al mismo tiempo el contraste que
se da entre esta conciencia generalizada y la falta de
solidaridad que sigue aquejando al mundo de hoy.

Entre los signos de nuestro tiempo hay que mencionar
especialmente el creciente e ineluctable sentido de la
solidaridad de todos los pueblos. Es misión
del apostolado seglar promover solícitamente este
sentido de solidaridad y convertirlo en sincero y
auténtico afecto de fraternidad. Los seglares deben ser,
además, conscientes del campo internacional y de los
problemas y soluciones,
así doctrinales como prácticos, que en él
se producen, sobre todo respecto a los pueblos en vías
de desarrollo.

Y continúa, sin embargo,
señalando:

Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia
unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad se
ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la
presencia de fuerzas contrapuestas.

El Vaticano II, para el cual «el sentido de la
solidaridad internacional» es uno de los valores
positivos de la cultura contemporánea, plantea la
cuestión en el plano colectivo de las relaciones entre los
pueblos, pero sin olvidar el sentido personalista y la responsabilidad individual que en conciencia
impone el ejercicio de la solidaridad. El Vaticano II, como Juan
XXIII y luego Pablo VI, no insiste de forma expresa en la
motivación teológica, porque la supone.
Acentúa, en cambio, las
motivaciones sociológicas y económicas del
ejercicio de la solidaridad para todo hombre, sobre
todo para el cristiano, quien debe comunicar a la
cooperación internacional una orientación definida
hacia el retorno creciente a la solidaridad.

Forma excelente de la actividad internacional de los
cristianos es, sin duda, la colaboración que individual
o colectivamente prestan en las instituciones fundadas o por fundar para
fomentar la cooperación entre las naciones. A la
creación pacífica y fraterna de la comunidad de
los pueblos pueden servir también de múltiples
maneras las varias asociaciones católicas
internacionales, que hay que consolidar aumentando el
número de sus miembros bien formados los medios que
necesitan y la adecuada coordinación de energías. Las
eficacia en la
acción y la necesidad del diálogo piden en nuestra época
iniciativas de equipo. Estas asociaciones contribuyen
además no poco al desarrollo del sentido universal, sin
duda muy apropiado para el católico, y a la
formación de una conciencia de la genuina solidaridad y
responsabilidad universales.

Es de desear, finalmente, que los católicos,
para ejercer como es debido su función
en la comunidad internacional, procuren cooperar activa y
positivamente con los hermanos separados que juntamente con
ellos practican la caridad evangélica, y también
con todos los hombres que tienen sed de auténtica
paz

El Vaticano II ha denunciado la acción
antisolidaria de varios factores de la vida contemporánea,
entre los cuales enumera «las pretensiones de lucro
excesivo, las ambiciones nacionalistas, el afán de
dominación política, los
cálculos de carácter militarista y las maquinaciones
para difundir e imponer las ideologías».

Tanto los mensajes de Pio XII y Juan XXIII como el
Concilio Vaticano II son ideas que nos parecen hoy más
necesarias que nunca. La brecha económica que divide a los
países desarrollados con aquéllos en vías de
desarrollo es hoy más grande y más infranqueable
que nunca, pues la velocidad de
desarrollo que permiten el mercado mundial y
la tecnología a los países con alto
grado de bienestar económico, los separa cada vez
más de la realidad que viven los países con
dificultades económicas.

Esta situación se agrava actualmente con los
problemas que se han suscitado en los años.
Enfrentamientos bélicos, guerras
culturales, enconos religiosos. Problemas que no hacen sino
remarcar las diferencias que obstaculizan una actitud
solidaria de alcance universal, porque en vez de favorecer la
unión por la igualdad
substancial, provocan el distanciamiento y el odio por
diferencias accidentales. «Mientras el mundo siente con
tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en
ineludible solidaridad se ve, sin embargo, gravísimamente
dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas». Estas
fuerzas son de distinta índole. Las hay políticas,
religiosas, económicas, culturales e incluso
étnicas.

La solución a estos problemas parece clara:
«Hay que apostar por el ideal de la solidaridad frente al
caduco ideal del dominio»,
porque sabemos que el bien de todos nos favorece a todos. Hay que
apostar por el bien común.

La creciente interacción entre las naciones y la cada
vez más abismal separación cultural y
económica entre los países no parecen ser sino los
polos opuestos de una realidad global que se define por sus
contradicciones: un mundo cada vez más cercano, pero cada
vez más dividido; que trata de olvidar los conflictos
raciales para imbuirse en la indiferencia entre
culturas.

Lejos de lamentarnos, horrorizarnos o indignarnos de
forma hipócrita por estas realidades tan disímiles,
nos ocupa la urgente necesidad de hacerles frente. En el
ámbito internacional, sobre todo los gobernantes deben de
estar abiertos a una realidad hoy innegable: el verdadero
desarrollo de una nación
no puede llevarse a cabo sin el desarrollo paralelo de todas las
demás
, porque la interacción y la
interdependencia –económica, comercial,
cultural– entre países es cada vez más
acusada y hoy, más que nunca, los países del orbe
son definitivamente necesarios entre sí. La sociedad de
sociedades es
una realidad, y todos somos verdaderamente responsables de
todos.

Visto todo lo anterior, no nos queda más que
reafirmar algunas ideas clave, que nos demuestran el protagonismo
real que debe tener la solidaridad en el ámbito de las
relaciones
humanas en todas sus dimensiones.

Hemos observado la importancia de la solidaridad para el
buen desarrollo de las personas en sociedad. Hemos hecho
hincapié sobre los efectos positivos que deben de
derivarse de una correcta disposición para la solidaridad
universal. Pero nos hace falta hacer el acotamiento en este
estudio sobre las consecuencias que, a contrario sensu, se
desprenden de la falta de solidaridad entre los
hombres.

La culpa de las estrecheces actuales… deriva de la
falta de solidaridad de los hombres y de los pueblos entre
sí». El supuesto bienestar que logran los hombres
cuando, a fuerza de
derribar a los otros, de utilizarlos como simples escalones para
alcanzar la ilusión de éxito,
de olvidarlos en la desdicha, de ignorarlos en la pobreza, de
sumirlos en la ignorancia, es sólo una desdichada farsa de
poder y
comodidad que tiene sumida a la sociedad en un estancamiento
fétido de intereses personales que ha relegado al olvido
la confianza entre los hombres. El desarrollo momentáneo
que consiguen los países cuando explotan a otros, o dejan
de ayudarles, o propician su subdesarrollo,
o se enfrentan en guerra y
vencen, es sólo un espejismo efímero de bienestar
material, pervertido de egoísmo y
deshumanización.

¿Acaso no es obvio al ojo observador que la falta
de solidaridad no conduce a otra cosa que al aletargamiento de la
civilización y la falta de desarrollo conjunto de todos
los hombres? La falta de solidaridad no sólo afecta a los
necesitados, o a los países en desarrollo, o a los
ignorantes. La falta de solidaridad se revierte en contra
nuestra, y nos afecta tan directamente como a los más
necesitados. Ser solidarios con los demás, podemos decir,
es ser solidarios con nosotros mismos, pero de una manera
genuina, legítima. Preocuparnos por nosotros y por los
nuestros es lícito, pero no a costa de los demás,
sino de la mano de los demás, colaborando con el
desarrollo de todos.

Primero en la familia,
luego en la comunidad; más tarde en la sociedad o
más allá de nuestras fronteras. El desarrollo de
todos es también mi desarrollo; el bien de todos es
también mío.

La solidaridad debe ser verdadera, tangible, cierta.
Debe ser activa, perseverante, constante. «No es posible
confundirla con un vago sentimiento de malestar ante la desgracia
de los demás. (…) La solidaridad, en el compromiso
del hombre y de la mujer, es un
servicio a
aquellos cuyas vidas y destinos están ligados
estrechamente entre sí». La solidaridad es entrega
y, por tanto, diametralmente opuesta al deseo egoísta, que
impide el verdadero desarrollo.

Por eso hemos dicho: la solidaridad es unión,
mientras que el egoísmo es aislamiento. La solidaridad
favorece el desarrollo; el egoísmo, la pobreza. La
solidaridad aprovecha los bienes, los distribuye, los comparte,
los multiplica; el egoísmo, los corrompe, los hace
estériles, los pervierte para hacer de los bienes
plataformas de podredumbre, de riquezas desbordantes de
inutilidad y vergüenza. Para la solidaridad, homo homini
amicus
, homo homini frater; para el egoísmo,
homo homini lupus.

Esa solidaridad; esa disposición permanente de
colaborar con el bien común; la misma que une, hermana y
desarrolla a los hombres, no es algo extraño a nosotros,
ni es un ideal inalcanzable, no. La solidaridad es parte de
nosotros, está en la naturaleza
misma del ser humano y se relaciona directamente con su
también naturalísima tendencia social.

Es este sentido, podemos decir que las tendencias
humanas que se oponen a la solidaridad son no sólo
negativas, sino también antinaturales; son señales
patológicas en una persona que no reconoce la dignidad de
la persona humana ni se ha dado cuenta, ciego de avaricia, de que
todos somos verdaderamente responsables de todos. Así como
la solidaridad nos humaniza; la falta de ella nos pervierte, nos
aleja, nos hace negar nuestra propia naturaleza.

Oponerse a la solidaridad es oponerse a la naturaleza
social del hombre, y equivale a afirmar que uno es
autosuficiente, que no necesita de otros, que los otros no le
merecen, que no le debe nada a nadie. No escuchar el llamado a la
solidaridad es una acción que desvirtúa al ser
humano para convertirlo en un ser solitario, egoísta;
fuera de la realidad; lejano de los otros hombres, duro de
corazón: profuso para exigir, pobre para
ofrecer. Querer olvidar la solidaridad y observar con los brazos
cruzados las necesidades de los que nos rodean es un
síntoma de un profundo egoísmo, una irreparable
ceguera o una asombrosa ingratitud.

El ser humano es un ser social: necesita de otros y los
otros necesitan de él. Con esto, ¿quién
puede negar la necesidad inmediata de la solidaridad verdadera en
todos los hombres? Ya sean jurídicos, ya sean
filosóficos, ya sean morales los argumentos que se
esgriman a favor de ella, cualquier hombre que acepte a la
justicia como
la constante y perpetua disposición de dar a cada quien lo
que por derecho le corresponde sabrá, por lo mismo,
observar en la solidaridad una verdadera exigencia de la justicia
misma y un llamado urgente de caridad universal.

Dentro de todas estas consideraciones, es necesario
remarcar la necesaria conexión que se ha de establecer
entre la Solidaridad como principio social y la Razón de
Estado como aplicación del poder que se deriva de la misma
sociedad. En el tercer capítulo abordaremos tal
conexión, después de repasar algunos de los cambios
que se han suscitado en el Estado
moderno a partir de la
Globalización.

CAPITULO III.

LA RAZÓN DE
ESTADO FRENTE AL ORDEN GLOBAL DEL SIGLO XXI

1. LA REORGANIZACIÓN DEL
PLANETA.

El avance de la capacidad tecnológica del hombre
y el creciente mercado internacional han transformado al mundo
entero en una intrincada red de posibilidades
abiertas al mundo entero y, con esto, los problemas se han
multiplicado.

De alguna manera, junto con los enormes beneficios
culturales, económicos, políticos y humanos, una
serie de problemas laten silenciosos bajo el inmenso
océano de la fascinación moderna. Una guerra con un
país al otro lado del mundo puede comenzar en unas horas,
y los núcleos terroristas encuentran la forma de
secuestrar aviones para derribar uno o dos castillos
capitalistas. Las fronteras se han olvidado. Las antiguas
marcas medievales –y aún las post
wesfalianas– son insuficientes para retener los embates
ideológicos de las personas.

A partir de la primera guerra
mundial –y acaso desde mucho antes- se podría
prever la realidad que hoy se anida en nuestros
periódicos. La guerra en bloque utilizada en aquella
ocasión parecía querernos preparar para el pan de
todos los días en el siglo XXI. A partir de la
creación de la ONU, el plano
político ha adquirido una nueva dimensión que
aspira a la universalidad y se aproxima cada vez más al
fenómeno de la globalización. ¿Quién hubiera
pensado hace cien años que un delegado de España
tendría voz y voto en decisiones que afectaran a una aldea
de Oceanía?
Las facultades que la sociedad internacional organizada otorga a
los representantes de los Estados abren la puerta a una
política internacional mucho más compleja y mucho
más solidaria.

Efectivamente, el mundo se encuentra cara a cara con una
encrucijada histórica de proporciones atlánticas.
Prever lo que le espera al mundo no es cosa fácil. Sin
embargo existen diversas ideas que se asoman ya entre los
teóricos del Estado, y que trataremos de analizar
sucintamente, para que nuestro estudio pueda arrojar una posible
luz sobre el tema específico que nos ocupa, que es la
Razón de Estado.

2. ¿UNA SOCIEDAD
GLOBAL?

Por primera vez en la historia de la
humanidad,
observa Yehezkel Dror, la acción humana
tiene la capacidad de ejercer influencia sobre fenómenos
globales críticos para la supervivencia humana

(…) Los Estados por sí solos son inadecuados
para actuar como unidades de acción eficaces. Los grandes
desafíos planteados por los procesos del
siglo XXI requieren estructuras
multiestatales que lleguen a la gobernabilidad regional y
mundial.

He aquí, pues, que estamos enfrentados a una
realidad ya inevitable: el Estado no se basta a sí
mismo
. El bien común en un Estado no se logra con
sólo gobernar correctamente al Estado. La administración interna de un país
depende cada vez más de las relaciones exteriores que
existan para comercio,
defensa, cultura, migración,
etc. Incluso, la identidad
nacional en los Estados se ha diluido un poco; acaso los
seres humanos han enriquecido y alimentado la conciencia de una
verdadera sociedad mundial, en la que se llevan a cabo
intrincadas relaciones humanas; en la que existen distintos
sectores y distintas clases
sociales; una sociedad en la que los barrios toman forma de
países, y las clases sociales se visten de
continentes.

Pongamos, pues, que el mundo entero es –y cada
día lo es más– una sociedad de sociedades; es
una suerte de Estado habitado por Estados. Y, dado este caso,
¿quién será el gobernante de semejante
monstruo? ¿quién podrá dirigir y administrar
esta masa global de Estados–municipio que ocupan el mapa
entero?

Dado que la sociedad crece en una especie de comunidad
política metanacional, esta misma comunidad universal no
es susceptible de abstraerse de la naturaleza misma de la
sociedad humana, que ya analizamos y, en ese contexto, es su fin
determinado buscar el bien común. En la búsqueda de
un bien común mundial. La razón de Estado aparece,
desde luego, con una figura metaestatal a la que el mismo Dror ha
llamado Razón de Humanidad.

La Razón de Humanidad es una figura muy similar a
la Razón de Estado, que observa la necesidad de ocuparse,
en el devenir político cotidiano, por el bien común
de todos los estados y no sólo el de uno de ellos.
Podríamos pensar, al observar este concepto, que
sería necesaria una persona con autoridad y dominio sobre
la humanidad entera para poder hacer valer en la práctica
el concepto de Razón de Humanidad.

La respuesta que, cuando se piensa en ello, primero
viene a la cabeza es, por supuesto, la
Organización de las Naciones Unidas,
que a través de su Asamblea General, el Consejo de
Seguridad y
demás órganos, se encarga de perseguir sus objetivos, que
son los siguientes:

1. Mantener la paz y la seguridad internacionales,
y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir
y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de
agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr
por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de
la justicia y del derecho
internacional, el ajuste o arreglo de controversias o
situaciones internacionales susceptibles de conducir a
quebrantamientos de la paz;

2. Fomentar entre las naciones relaciones de
amistad basadas
en el respeto al
principio de la igualdad de derechos y al de la libre
determinación de los pueblos, y tomar otros medidas
adecuadas para fortalecer la paz universal;

3. Realizar la cooperación internacional en
la solución de problemas internacionales de
carácter económico, social, cultural o
humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a
los derechos
humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin
hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma
o religión; y

4. Servir de centro que armonice los esfuerzos de
las naciones por alcanzar estos propósitos
comunes
.

Estos objetivos representan un esfuerzo plausible. Sin
embargo, tal vez esta organización aún no tenga la fuerza
y las herramientas
para hacer las veces de gobernante global. El mundo es
aún demasiado grande para ser un solo pueblo
. La
culturas, aunque cercanas, siguen siendo sumamente distintas en
muchos de sus elementos, y es difícil lograr acuerdos de
buena fe sobre asuntos como las guerras, la pobreza, los derechos
humanos, el concepto de persona humana, la noción de
libertad, los
ideales de igualdad, etc.

De manera que aunque, efectivamente, se está
llevando a cabo una reorganización esencial en el orden
político internacional, ésta no parece apuntar,
como observaremos en los párrafos subsiguientes, a una
probable aldea global, sino a una organización mundial de
meganaciones.

3. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL: EL ESTADO
PERMEABLE.

Los asuntos ya planteados han desatado una nueva
discusión sobre la tendencia que siguen los estados
modernos en lo que respecta a su organización. Samuel L.
Huntington parece asomarse a una respuesta más realista al
observar en el mundo las diferentes civilizaciones que lo ocupan,
y que se hallan en cuadrantes culturales muy diversos, si no es
que contradictorios.

A grandes rasgos, Huntington en su libro El
Choque de Civilizaciones,
observa un mundo organizado en
grandes bloques culturales – chino, japonés,
hindú, islámico, ortodoxo, occidental,
latinoamericano y tal vez africano- que parece poco probable que
puedan fundirse en una sola realidad cultural. Culturas sumamente
disímiles como el mundo Islámico, El Occidental y
el Oriental no podrán unirse debido a sus diferencias, y
más bien el mundo tenderá a agruparse en estos
sectores, que conformarán grandes Estados con un
fundamento cultural.

Huntington termina el libro diciendo que el futuro de
la paz y la civilización depende de la comprensión
y cooperación entre los líderes políticos e
intelectuales
de las principales civilizaciones del mundo. En el choque de
civilizaciones, Europa y los
Estados Unidos pueden permanecer asociados o no. En el choque
máximo, el verdadero choque, a escala
planetaria, entre civilización y barbarie, también
las grandes civilizaciones del mundo, con sus ricas realizaciones
en el ámbito de la religión, el arte, la literatura, la
filosofía, la ciencia, la
tecnología, la moralidad y la
compasión, pueden asociarse o seguir separadas. En la
época que está surgiendo, los choques de
civilizaciones son la mayor amenaza para la paz mundial, y un
orden internacional basado en las civilizaciones es la
protección más segura contra la guerra
mundial
.

Al analizar a Samuel Huntington, se debe de aceptar que,
en efecto, las diferencias entre estas culturas son de profunda
raigambre, y han de oponerse de manera natural a una supuesta
globalización, cuando ésta signifique, como
hasta hoy ha significado,
occidentalización.

Por si fuera poco, la realidad nos deja observar
–afortunados observadores de esta transición
histórica– que la organización por bloques se
perfila para ser la nueva pauta en el orden mundial cotidiano en
los siglos que vienen. La formación de la Unión
Europea marca de tal
manera un hito en la historia, que lo más probable es que
sea un parteaguas fundamental en el desarrollo de ésta y
de la humanidad misma. Incluso sus valores
coinciden con las necesidades que señalamos en la presente
tesis: La
Unión se fundamenta en los valores de respeto de la
dignidad humana, libertad, democracia,
igualdad, Estado de Derecho
y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las
personas pertenecientes a minorías. Estos valores son
comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por
el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la
justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y
hombres.
Y aún en esta organización, el camino
de la organización interna no ha sido fácil. Lo que
hasta hace poco se desarrollaba de manera envidiable en el campo
del Derecho Internacional, tuvo su primer gran descalabro con el
rechazo del proyecto de
Constitución Europea por varios Estados en
el 2005. Esto no nos da cuenta del fracaso de la unión de
los Estados para un fin común, sino de que los cambios no
siempre son tan fáciles como
quisiéramos.

Detengámonos un instante, para poder observar el
orden mundial según hoy lo conocemos. Tal vez lo primero
que podamos observar de él es que hoy, más que
nunca, es un orden en constante cambio. Es un orden que encuentra
su balance en el movimiento
mismo, que a veces parece una danza y a
veces se observa como un caos desordenado.

El contexto actual de política tiende cada vez
más al pluralismo cultural (aún dentro de los
Estados) y a la búsqueda de lo que se ha dado por llamar
la tercera vía. La tercera vía, a decir de
Anthony Giddens, es una suerte de punto intermedio, distinta
el liberalismo
absoluto del mercado Estadounidense, por un lado, y del comunismo
soviético, por otro
, es decir, opuesto propiamente a
los extremismos ideológicos. Es un camino, en todo caso,
más práctico y conciliador que trata de revolver
los escombros ideológicos de la historia y, tras la
guerra
fría, opta por aprender de distintos puntos de vista
sobre la política y el gobierno.

Por otro lado, como ya hemos señalado, no parece
probable poder dar marcha atrás a la globalización.
No podemos anular la globalización; está
aquí para quedarse. La cuestión es cómo
hacerla funcionar
. En otras palabras, la sociedad
internacionalizada
exige por su propia naturaleza la
existencia de organizaciones,
instituciones y reglas que logren un orden verdadero.

Los intentos de lograr estas instituciones de
carácter público internacional han dado algunos
frutos dignos de tomar en cuenta, como la Organización de
las Naciones Unidas, la Unión Europea o la Corte Penal
Internacional. No podemos soslayar, sin embargo, los esfuerzos
unificadores que han sorteado otras organizaciones
internacionales de carácter no estatal, como la Cruz Roja,
la Unión Postal Universal y la Alianza Mundial de la
Juventud,
entre otras muchas. Tal vez una de las mejores tesis sobre el
gobierno del futuro se halle en la Unión Europea, que
aún está por aprobar, como hemos visto, una
constitución común y definir una gran cantidad de
parámetros para el orden comunitario.

Una vez más, Europa sienta un precedente
determinante en la historia. En el instante mismo en el que
Estados Unidos
se proponía adueñarse de la cultura, la
política y los mercados
internacionales, los europeos nos tienen preparada una muestra de la
realidad más probable en los siglos que se
avecinan.

Porque desde luego, los Estados, cuando se unen
solidariamente, se hacen más fuertes. La mecánica de ayuda a los países de
Europa con el fin de que todos tengan un nivel de vida similar
que facilite el libre tránsito de capitales, bienes,
personas y servicios es,
según lo observamos, brillante.

Esto no significa, insistimos, que el Estado se acerque
a su desaparición. No consideramos en ningún
momento que esté pronto el fin del Estado. El tema tampoco
es nuevo. Jesús Reyes Heroles realizó un brillante
análisis del fenómeno de las
mutaciones en el estado moderno:

La interrogante que guía este ensayo es la
de saber si la crisis que
la sociedad mundial padece –crisis de insólita
magnitud- y que afecta con singular envergadura la estructura
estatal de nuestros días, viene a demostrar la
superación histórica, el rebasamiento del Estado
Moderno. Si el conjunto de factores que dio lugar al nacimiento
del Estado Moderno ha dejado de tener vigencia
histórica, entonces esta estructura política se
encuentra fosilizada, superpuesta a una realidad que no obedece
e interpreta, sino restringe, limita y estorba; si por el
contrario, esencialmente reinan los factores que originan el
Estado Moderno y solamente han sufrido mutaciones,
transformaciones que no alteran substancialmente su validez
histórica, debe concluirse que el Estado Moderno es apto
para expresar esas realidades y sólo requiere una
adaptación o modificación que restaure su
eficacia.

Tanto el estudio citado como una visión completa
de todo lo mencionado, nos permiten afirmar que no parece que nos
hallemos ante la destrucción o el fin temporal del Estado
Moderno, sino ante una mutación de éste. El
Estado mantiene sus elementos esenciales, pero para alcanzar los
fines que lo animan, requiere de una transformación que le
permita identificarse con su momento histórico y su
latitud geográfica. Esta mutación puede
distinguirse para su estudio en dos planos: por un lado, una
mutación intrínseca, que se refiere a las
bases cultural y funcional de los Estados y, por otro, una
mutación extrínseca, que se observa en
economía y
en las relaciones entre diversos Estados.

Trataremos de profundizar en nuestra afirmación
sobre estas mutaciones, analizando de forma comparativa la
evolución del Estado. Hablemos en primer
lugar de lo que hemos llamado mutación
intrínseca
. Esta podemos observarla en dos aspectos:
el cultural y el funcional. El cultural es un aspecto
interesante, relacionado de forma directa con el concepto de
nación.

Hace mil años, los Estados eran pequeños,
y en ellos existía unidad cultural, religiosa e incluso
racial. A lo largo de la historia, la tensión entre la
unificación y la fragmentación de los Estados ha
vivido ciclos específicos. El Imperio Romano
tuvo una unidad notable hasta su caída en los albores de
la edad media. El
Sacro Imperio Romano Germánico revivió los ideales
unificadores de su antecesor, hasta que el nacimiento de los
Estados modernos suscitó una nueva división
territorial. Napoleón realizó un impresionante
esfuerzo de unificación que no pudo trascender los siglos.
Hoy la Unión Europea retoma el ideal histórico de
la unidad occidental, esperando que la correcta
organización y preparación le depare mejor suerte
que los esfuerzos unificadores anteriores.

Hoy la unidad racial, religiosa y cultural es
prácticamente inimaginable. En casi cualquier Estado
observamos diversidad en los tres aspectos: la unidad nacional no
está basada en estos conceptos –no puede ya estarlo-
, sino en una identificación de valores que permiten una
interacción humana sana.

Es por eso que en la estructura poblacional de los
estados se va dibujando un nuevo rostro. Las facilidades actuales
para la migración y la reducción en las tasas de
natalidad de algunos países desarrollados han empujado
hacia una movilización masiva de mano de obra que ha ido
cubriendo los huecos poblacionales. La tolerancia se ha
posicionado como un valor esencial
para el desarrollo de cualquier sociedad, y la lucha por los
derechos de las minorías ha librado grandes batallas,
algunas de las cuales están aún por resolverse.
Ejemplos abundan. Desde los migrantes mexicanos hasta los
separatistas vascos, la unidad y la tolerancia aún son
sólo ideales en muchos lugares del planeta.

El aspecto funcional es también decisivo y
notoriamente evolucionado con respecto del Estado medieval y el
moderno. Como ya señalamos, hoy es casi inconcebible y
anacrónico un Estado cuyo sistema de
gobierno o económico sea radical en sus fundamentos, ya
sea capitalistas o totalitarios. A esto nos referíamos al
hacer el comentario sobre la tercera vía. El Estado del
siglo XXI es más práctico y conciliador; menos
dogmático y radical. En un mundo plural que se regocija en
la democracia, lo natural es que los gobiernos trabajen a favor
de la población plural que les ha dado el poder,
así como que los mismos grupos
poblacionales tomen su lugar en los sitios en donde las grandes
decisiones son tomadas.

La mutación intrínseca sumada de
diversos Estados da por resultado una capacidad de
interacción mayor en los mismos, pues cada vez más
coinciden en diversos puntos de vista, encuentran ideales comunes
y comparten bagaje cultural, racial y religioso en distintos
niveles. De esta manera es más sencillo que la solidaridad
se desarrolle entre los pueblos, puesto que es más
asequible que, entre ellos, se observen como iguales.

La mutación extrínseca, por su
parte, se expresa en dos términos: el económico y
el político internacional. Hace mucho que los Estados no
son ya unidades económicas autosuficientes. Incluso
aquellas economías que han luchado durante siglos por
mantener una política cerrada hacia el exterior, se
encuentran en una grave disyuntiva con respecto de la
globalización. Como ya hemos dicho, la
globalización no parece ser una opción, sino una
realidad establecida. El comercio
internacional y los fondos internacionales nos hablan de una
verdad clara en el terreno económico. Lo mismo podemos
apuntar del aspecto político internacional (que desde
luego no puede desvincularse del económico), que exige que
los gobernantes no sean sólo brillantes administradores,
sino preparados estadistas y diplomáticos.

En esta mutación extrínseca yace la nueva
realidad permeable del Estado contemporáneo, y nos remite
al nuevo orden internacional del que ya hemos estado hablando y
que evidencia que el Estado se halla en un proceso de
re-identificación, de re-conceptualización, de
re-organización, de reestructuración e, incluso, de
re-creación; pero no en un proceso de destrucción;
no todavía.

4. LA RAZÓN DE ESTADO SOLIDARIA:
UNA PROPUESTA PARA EL SIGLO XXI.

En el entorno mundial contemporáneo que hemos
estado planteando, la razón de estado aparece de nuevo
para llamar nuestra atención hacia una idea clave: la
razón de estado cambia su forma cuando el Estado cambia su
forma (quede claro que hemos dicho forma entendido como la
forma accidental, y que la esencia del Estado y de la
razón de estado siguen fijas en su fin, analizado en la
segunda parte de este estudio).

Y si el Estado, como hemos dicho, ha cambiado su manera
de interactuar con otros Estados, de manera que cada vez sus
acciones
tienen más injerencia sobre el bien común en otros
Estados, ¿no estará la razón de Estado
llamada a observar el bien común en un entorno más
amplio; en un entorno, digamos, extensivo e incluso
solidario?

El gobernante no puede perder conciencia de la realidad
histórica. Por eso el uso de la razón de estado
tiene, hoy más que nunca, alcances internacionales e
incluso universales. Hacia allí apunta el estudio de Dror
sobre la razón de humanidad, cuando observa el mundo como
una gran sociedad, lo que parece ser el fundamento del sistema de
seguridad colectiva en la ONU.

A fin de cuentas, el
problema de la aplicación de la razón de estado
internacional sigue siendo el mismo. ¿Cómo
desvincular la razón de estado de intereses particulares?
Los líderes políticos del mundo actual, por
supuesto, velan por los intereses de sus países, y no han
entendido que en una Razón de Estado Solidaria se halla la
respuesta más clara a la búsqueda de un bienestar
global, de paz y de cooperación.

Es por eso que proponemos este término, el de
Razón de Estado Solidaria, para significar la
evolución que ha vivido este concepto. El gobernante del
siglo XXI debe aprender a ver en la Razón de Estado
Solidaria un arma decidida en la lucha cotidiana por el bien
común, y un recurso fuerte y legítimo en la defensa
de los bienes de la sociedad humana.

Aún hoy, toman claro sentido las palabras de
Pío XII manifestadas hace 60 años, en medio de las
atrocidades de la Segunda Guerra
Mundial:

Nosotros no queremos renunciar a la esperanza de que
todos los pueblos que han pasado por la escuela del
dolor habrán sabido aprender sus austeras lecciones. Nos
confirman en esta confianza las palabras de los hombres que han
experimentado con mayor intensidad los sufrimientos de la
guerra y que han encontrado acentos generosos para expresar,
junto con la afirmación de las propias exigencias de
seguridad contra toda futura agresión, su respeto a los
derechos vitales de los demás pueblos y su
aversión contra toda usurpación de los mismos
derechos. Sería vano esperar que este juicio prudente,
dictado por la experiencia de la historia y por un alto sentido
político, sea -mientras los ánimos están
todavía incandescentes- generalmente admitido por la
opinión
pública o incluso solamente por la mayoría.
El odio, la incapacidad de comprenderse mutuamente, ha hecho
surgir, entre los pueblos que han combatido unos contra otros,
una niebla demasiado densa para poder esperar que haya llegado
ya la hora de que un haz de luz despunte para iluminar el
trágico panorama a los dos lados de la obscura muralla.
Pero sabemos una cosa, y es que llegará un momento, tal
vez antes de lo que se piensa, en que unos y otros
reconocerán que en definitiva no hay más que un
camino para salir de la espesa red en la que la lucha y el odio
han envuelto al mundo, esto es, el retorno a una solidaridad
demasiado tiempo olvidada, una solidaridad no restringida a
estos o a aquellos pueblos, sino universal, fundada en la
íntima conexión de sus destinos y en los derechos
que por igual les corresponden a todos .

Es por eso que las acciones de los gobernantes no pueden
ignorar las dolorosas lecciones que la historia les ha brindado.
El mundo no se puede dar el lujo de volver a ser regido por el
egoísmo ciego de los Estados, ni puede dejarse vencer por
el miedo y la incertidumbre de las fuerzas terroristas o por la
utopía irreverente del anarquismo.

Los seres humanos en todo el mundo han renunciado en los
últimos años a diversos derechos antaño
considerados inalienables, como la privacidad, la libertad de
tránsito y la seguridad jurídica, en nombre de la
seguridad nacional y en nombre de un bienestar cada vez menos
palpable. Los Estados desarrollados, que se hallan bajo sitio
–sí, como hace mil años- se arman hasta los
dientes para resistir los embates de los terroristas y otras
potencias militares. Pero la estructura del mundo ha cambiado y
hoy los embates no llegan siempre desde el exterior, sino que se
anidan en la misma estructura plural y multicultural de las
naciones.

Tal vez una de las nociones que puede poner freno a la
escalada militar que se deriva de la actual espiral de violencia es
la noción de la solidaridad: la seguridad que no estamos
luchando solos en contra del mundo, sino que el mundo está
del mismo lado, en contra del terror y la injusticia.

La Razón de Estado, pues, debe de convertirse
paulatina pero decididamente en una Razón Solidaria.
«Cuando -como todos lo deseamos- las disonancias del odio y
de la discordia, que dominan la hora presente, no sean más
que un triste recuerdo, madurarán con abundancia
más copiosa todavía los frutos de esta victoria del
activo y magnánimo amor sobre el
veneno del egoísmo y de las enemistades».

La Razón de Estado Solidaria se encuentra
enclavada en un tiempo de cambios vertiginosos, en que los
Estados no pueden pretender ceguera ante una verdad fundamental,
que hoy es una realidad casi olvidada en el entorno de las
relaciones
internacionales. Y esto es que, muy en el fondo, las
relaciones internacionales siguen siendo, como lo han sido y
serán siempre, esencialmente relaciones entre seres
humanos.

CONCLUSIONES

PRIMERA. El estudio y discusión de la
Razón de Estado tuvieron un amplio desarrollo durante
los siglos XVI y XVII en Europa y, singularmente, en Italia, en
donde una gran cantidad de autores ocuparon un lugar dentro del
ambiente
político que siguió a las tendencias reformistas
de los protestantes.

SEGUNDA. Se ha insistido en distinguir dos
tipos o formas de Razón de Estado, en
función de los medios que utilizan y del fin que
persiguen. Si el
príncipe emplea la verdadera prudencia y las justas
estratagemas para conseguir el bien público y privado de
los súbditos en la adquisición y
conservación del Estado, será buena; y, si quiere
valerse del arte astuto y malicioso para su propio interés,
será mala y reprobable
.

TERCERA. Es nuestra opinión que la
terminología que se refiere a la buena y la
mala razón de Estado, ha sido cotidianamente mal
utilizada en la teoría política clásica. Y
ha sido mal utilizada porque se le ha querido dar el nombre de
Razón de Estado a realidades que no lo son, sino que, al
hacerse llamar de esta manera, buscan una legitimación social, aún cuando
les faltan fundamentos políticos, filosóficos y
morales.

CUARTA. El término de Razón de Estado
ha sido de tal manera manipulado que parece ser una
razón plena para la acción política o de
gobierno en casi cualquier sentido. Por eso, si queremos
relacionar las definiciones clásicas de Buena y
Mala Razón de Estado con la Razón de
Estado Verdadera, encontraremos que, sencillamente, la
mala Razón de Estado no es, de ninguna manera,
Razón de Estado; y la buena Razón de
Estado es, por tanto, la única Razón de
Estado aceptable tanto conceptual como
doctrinalmente.

QUINTA. Por tanto, proponemos un concepto que, si
bien no se opone del todo al concepto clásico de
Razón de Estado, si procura precisar más sobre su
naturaleza: Razón de Estado es la política y
regla con la que se dirigen y gobiernan los asuntos que
conciernen al logro y conservación del bien común
del Estado
.

SEXTA. Para comprender la Razón de Estado es
necesario saber con precisión qué es el
Estado
. El Estado puede analizarse o conceptualizarse desde
distintos puntos de vista, que apuntan a diferentes realidades
de un mismo objeto sin contradecirse necesariamente. El Estado
es una realidad a la que el historiador, el economista, el
político y el jurista la definen desde sus respectivos
miradores, y estos miradores no hacen sino observar distintas
facetas de un mismo concepto.

SÉPTIMA. El concepto de Estado ha
desarrollado, a lo largo de los años, una
evolución errante que ha sufrido no pocas batallas
ideológicas. Es por eso que consideramos, en
algún sentido, peligroso establecer una
definición que pretenda ser definitiva y excluyente. Sin
embargo, nos arrojaremos a señalar una definición
amplia y generalmente aceptada: Estado es la
organización de un grupo
social, establemente asentado en un territorio determinado,
mediante un orden jurídico servido por un cuerpo de
funcionarios y definido y garantizado por un poder
público, autónomo y centralizado que tiende a
realizar el bien común
.

OCTAVA. Dentro de este estudio sobre los fines propios
del Estado, nos parece obligado el detenernos a considerar la
realidad final de todo Estado y de toda sociedad
política, que es el Bien Común. El Bien
Común es la plenitud ordenada de los bienes
necesarios para la vida humana perfecta en el orden
temporal
.

NOVENA. La Razón de Estado debe de ejecutarse
siempre dentro de los límites
que marca la ley, dado que entendemos que la Razón de
Estado debe de ordenarse al bien común, y que la
seguridad y certeza jurídicas forman parte del mismo
bien común. Por ello, la Razón de Estado que se
opone a la ley con miras al bien común es,
necesariamente, una Razón de estado cuyo fundamento es
incongruente.

DÉCIMA. La ley positiva y legítima
suele otorgar ciertas facultades discrecionales a los
gobernantes. Tal es la discrecionalidad que debe de regirse por
una Razón de Estado lógica, justa, congruente, razonada y
razonable.

DÉCIMO PRIMERA. Dentro de todas estas
consideraciones, es necesario remarcar la necesaria
conexión que se ha de establecer entre la Solidaridad
como principio social y la Razón de Estado como
aplicación del poder que se deriva de la misma
sociedad.

DÉCIMO SEGUNDA. La solidaridad es una
relación entre seres humanos, derivada de la justicia,
fundamentada en la igualdad, enriquecida por la caridad, en la
cual uno de ellos toma por propias las cargas de el otro y se
responsabiliza junto con éste de dichas
cargas.

DÉCIMO TERCERA. La solidaridad puede existir
en tres niveles distintos, según sea la persona a la que
se dirige:

  1. Solidaridad entre individuos.
  2. Solidaridad con la sociedad.
  3. Solidaridad entre Estados o Naciones.

DÉCIMO CUARTA. La solidaridad en el
ámbito internacional sólo es comprensible cuando
se tienen por verdaderamente iguales en derechos todas las
naciones, independientemente de su influencia económica
o cultural dentro de un mundo que se inclina a favorecer la tan
nombrada globalización.

DÉCIMO QUINTA. Podemos decir, con respecto de
la realidad internacional, que la obligación de
solidaridad es tan imperativa entre naciones como lo es entre
individuos, dado que el campo de influencia de una solidaridad
entre pueblos es mucho mayor, y las diferencias, sobre todo
económicas, impiden la búsqueda libre del bien
común en las naciones llamadas del tercer mundo,
que están en vías de desarrollo.

DÉCIMO SEXTA. Por primera vez en la historia
de la humanidad, la acción humana tiene la capacidad de
ejercer influencia sobre fenómenos globales
críticos para la supervivencia humana, los Estados por
sí solos son inadecuados para actuar como unidades de
acción eficaces. Los grandes desafíos planteados
por los procesos del siglo XXI requieren estructuras
multiestatales que lleguen a la gobernabilidad regional y
mundial. Esta afirmación nos acerca a la realidad
postmoderna que es hoy la clave de lo cotidiano.

DÉCIMO SÉPTIMA. El avance de la
capacidad tecnológica del hombre y el creciente mercado
internacional han transformado al mundo entero en una
intrincada red de posibilidades abiertas al mundo entero y, con
esto, los problemas se han multiplicado.

DÉCIMO OCTAVA. Dado que la sociedad crece en
una especie de comunidad política metanacional, esta
misma comunidad universal no es susceptible de abstraerse de la
naturaleza misma de la sociedad humana, que ya analizamos y, en
ese contexto, es su fin determinado buscar el bien
común. En la búsqueda de un bien común
mundial, la razón de Estado aparece, desde luego, con
una figura metaestatal a la que el mismo Dror ha llamado
Razón de Humanidad.

DÉCIMO NOVENA. El contexto actual de
política tiende cada vez más al pluralismo
cultural (aún dentro de los Estados) y a la
búsqueda de lo que se ha dado por llamar la tercera
vía
. La tercera vía, a decir de Anthony
Giddens, es una suerte de punto intermedio, distinta el
liberalismo absoluto del mercado Estadounidense, por un lado, y
del comunismo soviético, por otro
, es decir, opuesto
propiamente a los extremismos ideológicos. Es un camino,
en todo caso, más práctico y conciliador que
trata de revolver los escombros ideológicos de la
historia y, tras la guerra fría, opta por aprender de
distintos puntos de vista sobre la política y el
gobierno.

VIGÉSIMA. Por otro lado, como ya hemos
señalado, no parece probable poder dar marcha
atrás a la globalización. No podemos anular la
globalización; está aquí para quedarse. La
cuestión es cómo hacerla funcionar
. En otras
palabras, la sociedad internacionalizada exige por su
propia naturaleza la existencia de organizaciones,
instituciones y reglas que logren un orden
verdadero.

VIGÉSIMO PRIMERA. Los intentos de lograr estas
instituciones de carácter público internacional
han dado algunos frutos dignos de tomar en cuenta, como la
Organización de las Naciones Unidas, la Unión
Europea o la Corte Penal Internacional. No podemos soslayar,
sin embargo, los esfuerzos unificadores que han sorteado otras
organizaciones internacionales de carácter no estatal,
como la Cruz Roja, la Unión Postal Universal y la
Alianza Mundial de la Juventud, entre otras muchas. Tal vez una
de las mejores tesis sobre el gobierno del futuro se halle en
la Unión Europea, que aún está por
aprobar, como hemos visto, una constitución común
y definir una gran cantidad de parámetros para el orden
comunitario.

VIGÉSIMO SEGUNDA. Esto no significa,
según creemos, que el Estado se acerque a su
desaparición. No consideramos, como algunos estudiosos
opinan, que esté pronto el fin del Estado. No nos
hallamos ante una destrucción, sino ante una
mutación de éste. Esta mutación se
lleva a cabo básicamente en dos aspectos. Por un lado,
una mutación intrínseca, que se refiere a
las bases cultural y funcional de los Estados y, por otro, una
mutación extrínseca, que se observa en
economía y en las relaciones entre diversos
Estados.

VIGÉSIMO TERCERA. En el entorno mundial
contemporáneo que hemos estado planteando, la
Razón de Estado aparece de nuevo para llamar nuestra
atención hacia una idea clave: la razón de Estado
cambia su forma cuando el Estado cambia su forma (quede claro
que hemos dicho forma entendido como la forma
accidental, y que la esencia del Estado y de la razón de
Estado siguen fijas en su fin, analizado en la segunda parte de
este estudio).

PROPUESTA

Si el Estado, como hemos dicho, ha cambiado su manera
de interactuar con otros Estados, de manera que cada vez sus
acciones tienen más injerencia sobre el bien
común en otros Estados, ¿no estará la
razón de Estado llamada a observar el bien común
en un entorno más amplio; en un entorno, digamos,
extensivo e incluso solidario?

Es por eso que proponemos este término, el de
Razón de Estado Solidaria, para significar la
evolución que ha vivido este concepto. El gobernante del
siglo XXI debe aprender a ver en la Razón de Estado
Solidaria un arma decidida en la lucha cotidiana por el bien
común, y un recurso fuerte y legítimo en la
defensa de los bienes de la sociedad humana.

Establecido el término de Razón de
Estado Solidaria
, queda pendiente el desarrollo de un
plan para hacer
llegar al plano político internacional su concepto,
validez y aplicación. El problema es que, debido a que
la Razón de Estado es una figura que se debe de aplicar
en caso de que la ley favorezca la discrecionalidad del
gobernante, su auténtico entorno de aplicación
próxima se halla en la conciencia de los gobernantes. Es
por ello que consideramos que, más que promover leyes u
organismos que estudien y sancionen el uso de la razón
de estado, se debe de procurar el desarrollo de su estudio y
comprensión por parte de los gobernantes, tal vez a
través de programas de
estudio y preparación académica. Consideramos que
tal aplicación, sin embargo, debe de ser objeto de una
tesis posterior y profunda sobre los medios necesarios para la
concientización de los gobernantes en el tema de la
Razón de Estado. El objeto de la presente tesis ha sido,
sencillamente, plantear el concepto y sus alcances, con miras a
un futuro más prometedor para los pueblos del
mundo.

La Razón de Estado Solidaria se encuentra
enclavada en un tiempo de cambios vertiginosos, en que los
Estados no pueden pretender ceguera ante una verdad
fundamental, que hoy es una realidad casi olvidada en el
entorno de las relaciones internacionales. Y esto es que, muy
en el fondo, las relaciones internacionales siguen siendo, como
lo han sido y serán siempre, esencialmente relaciones
entre seres humanos.

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http://europa.eu.int/constitucion/es/ptoc2_es.htm#a3

D E D I C A T O R I A
S

A Nuestro Señor Jesucristo y
su Madre, que no han perdido nunca la paciencia.

A mis padres, a quien debo luz en la
vocación; apoyo y confianza en el estudio y
guía y ejemplo en deber. Las palabras siempre
serán insuficientes.

A Luis, Mariana, Guillermo y Carmen.
Por su apoyo silencioso.

A mis profesores, quienes supieron
enseñarme mucho más que las nociones de
derecho, justicia, estudio y prestigio profesional que han de
encaminar mis pasos toda la vida.

A mis compañeros de toda la
vida, que me han acompañado desde el ABC hasta la
carrera que culmina con esta Tesis. Cuenten
conmigo.

A los valientes que han sido y
serán mis alumnos y alumnas: ustedes serán mis
mejores profesores por el resto de mi vida.

 

Francisco García Pimentel Ruiz

GUADALAJARA, JALISCO, MÉXICO

2006

Partes: 1, 2, 3
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