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"Rusos" en la Argentina (página 2)



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Polacos

Escribe Horacio Spinetto: "Conocí personalmente a
don León Untroib, maestro de fileteadores, en 1984. En la
Biblioteca
Municipal de Toulouse, Francia, se
iba a realizar la exposición
denominada "Le Tango de Carlos
Gardel", y su organizadora Anne Marie Duffau, deseaba poder exhibir
"un trabajo de
esos muy coloridos, que se hacían para decorar y
distinguir los carros y los camiones", y que ella consideraba, y
bien, característicos de la ornamentación popular
de Buenos Aires.
Estaba pidiendo un filete. No tuve ninguna duda, debía ver
al maestro Untroib.

Fue así que después de haber hablado
telefónicamente, llegué al 1900 de la calle
Catamarca, entre Brasil y Pedro
Echagüe, a metros del Instituto Bernasconi, en el barrio de
Parque de los Patricios. En su casa – taller lo conocí
personalmente, junto a su esposa Emilia. Luego de contarle el
motivo de mi visita, León dijo: "Voy a hacer el filete y
lo donaré para esa ciudad". En noviembre de 1984 la
imagen de
Gardel, con su sonrisa franca, acompañada por elegantes
curvas y volutas, ocupaba un lugar de honor en la
exposición. Los visitantes se fotografiaban a su
lado".

"Untroib nació el 25 de diciembre de 1911 en
Ostrow, provincia de Wolyn, Polonia. Su padre se dedicaba a la
decoración de arcones. Allí comenzó su
aprendizaje.
La familia
decidió viajar a América, y en octubre de 1923 llegaban a
Buenos Aires".

"A los trece años su padre le confió la
responsabilidad de dibujar unas azucenas en dos
jardineras que eran utilizadas para el reparto de pan. "Lo hice
tan bien que al año siguiente comencé a trabajar
solo". León amaba su oficio y reconocía como
precursores a Salvador Venturo y a Miguelito, su hijo; a Vicente
Brunetti y sus hijos Enrique y Alfredo; a Pedro Unamuno; a
Laureano Ferrer; a los hermanos Assante; a Alejandro Mentaberri;
a Cecilio Pascarella; a Natero; a Ernesto Magiori; a Federico
González Irigoyen, y a Carlos Carboni".

"(…) Untroib vendía tablas en su famoso puesto
de la Plaza Dorrego; Carboni fileteaba camioncitos de juguete, y
Martiniano Arce los llevaba a la tela, como en aquella serie de
Gardeles realizada con el pintor Aldo Severi".

"La bondad y la calidad humana de
Untroib se reflejaban en su mirada, en cada uno de sus gestos y
en sus palabras, como cuando destacaba, encendido, la obra de
cada uno de los colegas que mantienen vivo al filete, como Luis
Zorz, Ricardo F. Gómez, Enrique y Martiniano Arce, Juan
Carlos y Roberto Bernasconi, Andrés Vogliotti, Armando
Miotti, Alfredo Martínez y Jorge Muscia".

"En noviembre de 1994 el refugio de la calle Catamarca
quedó en silencio. El olor de las lacas todavía
impregnaban el ambiente. En
la oscuridad de la noche surgió inesperadamente una
música
como aquella que lo acompañaba siempre, y las sirenas con
los dragones y las flores con los pinceles por él
fabricados bailaron una última danza en su
homenaje. Don León había fallecido" (1).

Sivul Wilenski –escribe Sara Facio- "llegó
en 1920 como integrante de la compañía teatral de
Iván Totsoff. En nuestra ciudad comienza a dedicarse a la
fotografía
y en 1930 abrió su estudio en la calle Florida. Más
tarde se mudaría a la avenida Santa Fe. En sus
pequeñas vidrieras exponía a las bellezas de la
sociedad que
publicaba cotidianamente en el diario La Razón. Fue el
primer fotógrafo que expuso en las oficinas que ese diario
tenía en París. Allí viajó Wilenski,
en 1928, para inaugurar la muestra e hizo
aprendizaje fotográfico en estudios parisinos durante tres
años. A su regreso, continuó con las tomas de
retratos que publicaba en la revista
Sintonía.

Sus retratos eran menos clásicos que los de sus
colegas, componiendo fondos dibujados por él mismo sobre
las placas fotográficas, con motivos estilo
‘déco’ muy de moda en la
época. Era un maestro en el retoque de negativos y tuvo
alumnos posteriormente tan admirados como Annemarie Heinrich. Su
característica era que una vez que retocaba una placa, la
firmaba. Así se puede ver en su archivo la
diferencia entre dos tomas efectuadas en el mismo momento, con o
sin retoque, que confirma su arte como
retocador. El archivo completo de Wilenski fue donado por sus
herederos al Museo Municipal del Cine"
(2).

Boleslaw Senderowicz nació en Polonia en 1922;
falleció en Buenos Aires en 1994. Sara Facio destaca su
trayectoria: "comenzó su carrera como fotógrafo de
teatro. Cuando
ingresó a la Editorial Abril se convirtió en un
exquisito fotógrafo de modas cubriendo todas las
producciones de la revista Claudia. Hasta entonces las
producciones con modelos y
equipos de fotógrafos,
maquilladores, etc eran desconocidas en nuestro país.
Contar con bien equipados estudios en la editorial, o realizar
viajes en
búsqueda de nuevos escenarios eran una modalidad de
trabajo nueva. En esas producciones descolló Senderowicz e
impuso ese estilo en otras revistas de la misma editorial y de la
competencia.
Años después el fotógrafo encontró su
verdadera vocación en la publicidad. Su
Estudio –que hoy continúa su hijo Andrés- fue
ejemplo de profesionalismo para la mayoría de los
publicistas. Su sentido de la gracia, la elegancia y la sobriedad
para presentar los productos
más comunes, lo señalan como un ejemplo dentro del
medio. En 1990 se presentó una muestra retrospectiva en la
Fotogalería del Teatro San Martín –la
única y última- que puso en evidencia su talento"
(3).

" ’ Yo soy judío’, acentuó
(Max Berliner). ‘Nací en Polonia en 1920 y
llegué a la Argentina a los dos años. A los cinco
debuté en el teatro", contó. "Tengo raíces
judías, pero soy argentino cien por ciento". El primer
parlamento que dijo sobre las tablas fue en idish, su lengua
materna, en una obra de Scholem Aleijem. De ahí en
más, alternó en su carrera obras en castellano y en
idish. Hizo teatro de temática judía en castellano,
"para que la gente conozca lo que ignora sobre esa comunidad"; en
idish estrenó clásicos universales, con el fin de
mantener viva esa lengua. "En
Artea (1955-1971), el teatro que yo abrí en el año
del ñaupa, estuvo dos años en cartel El zoo de
cristal en idish", recuerda. "El idish tiene que ser un idioma y
no un dialecto. Hay muchos que están luchando por el
idish, como yo. Está bien que cuando surgió
el Estado de
Israel se haya
impuesto el
hebreo; pero no se puede eliminar el idish. Los seis millones de
muertos en los campos de concentración hablaban idish",
subraya" (4).

Andrés Rivera fue entrevistado por Demian Orosz:
"En 1992, el hombre en
cuyo documento se lee Marcos Ribak (1928) ganó el Premio
Nacional de Literatura por La revolución
es un sueño eterno (1987). El reconocimiento ya
había amagado en 1985, con la entrega a En esta dulce
tierra del
Segundo Premio Municipal de Novela. (…)
nació en Villa Crespo en 1928. Su padre era un sastre de
origen judío. (…) ’Yo he contado, creo, en Nada
que perder, que mi padre comió cerdo a los 12 ó 13
años en la entrada de una sinagoga. Y tal vez en los genes
eso me fue transmitido.

Y hoy, cuando leo los diarios y advierto que los
soldados israelíes cometen atrocidades, me pregunto en
qué se diferencian de los nazis. Yo sí respeto mucho la
literatura judía, y hay buena parte de la literatura
norteamericana, que a mí me nutrió durante mucho
tiempo, que ha
sido escrita por novelistas y cuentistas de origen judío.
(…) Yo fui obrero textil durante siete años, y mi
patrón era judío. Ahora bien, yo no me
detenía en que era judío, sino en que era
patrón y se quedaba con parte de la plusvalía del
personal de su
fábrica. Podría haber sido tailandés’
" (5).

Aurora Alonso de Rocha evoca a los padres de Alejandra
Pizarnik: "Sus padres eran judíos
polacos; el padre, corredor de joyerías. Buma estudiaba
hebreo y, como le gustaba todo lo extremado, contaba historias de
pogromos, cosascos, incendios de
aldeas. (…) Sus padres le hablaban con interés de
dos presuntos pretendientes, hijos de un almacenero alemán
uno, y de un sedero sefaradí el otro. Buma se burlaba o
enojaba. Un día le dijo a su madre que se iba a casar con
los dos para tener aseguradas ropa y comida, la madre la
miró ceñuda y disparó una rápida
respuesta en idish. Me tradujo: ‘Que sean tres, así
también hay vivienda’. Creo que, por lo menos en
parte, las sutilezas de Buma nacían de la
dialéctica, escondida en un mal castellano, de los
Pizarnik" (6).

La música era la pasión de un antepasado
de Ana María Shua: "un muchacho joven, polaco, bohemio,
pobre y enamorado de la música. También un
excelente tejedor, especialista en fajas, ducho en la destreza
textilera de entrelazar los hilos de goma con los de algodón. No sólo de pan vive el
hombre: el
tío vivía también de su amor a la
música. Se las había arreglado para que lo tomaran
como comparsa en el Colón. Sus patrones apreciaban su
trabajo, pero cuando había ensayo
general, el hombre desaparecía. Inútil amenazarlo
con el despido: nada le producía tanta felicidad como
estar disfrazado, compartiendo el escenario con los mejores
tenores del mundo. ¡Estuve a un metro de Tchaliapin!
Gritaba entusiasmado. ¡Ian Kepura me cantó casi al
oído!
decía, con una alegría inmensa" (7).

Norma Manzur afirma: "Aunque en ese entonces lo
ignoré, fueron años de mucho dolor y tristeza en
nuestra familia. Las
cosas importantes, serias y sobre todo las tristes se hablaban en
idisch, idioma que nunca aprendí. La guerra en
Europa mataba a
los judíos y los padres, hermanos y otros parientes de
mamá y papá no escaparon a ese destino. Sólo
después que Gerardo viajó a Polonia al 50
aniversario del Levantamiento del Ghetto de Varsovia, supe que
mis abuelos maternos murieron en el campo de concentración
de Treblinka. Qué pasó con el resto de la familia,
mi abuela paterna y mis dos tías y otros parientes cuyo
registro nunca
tuve, no lo sé" (8).

Escribe Diego Paszkowski: "Pienso con infinita tristeza
en la gente que desprecia al distinto, al extranjero, al
inmigrante, que hoy se refiere a, por ejemplo, coreanos,
japoneses y chinos con las mismas expresiones miserables que hace
cincuenta años habrán utilizado para con mi abuelo,
judío polaco. ‘Hablan en su idioma’,
escuché decir de unos y de otros a modo de excusa para
segregarlos, pero sé por experiencia que, sólo dos
generaciones después, quien esto escribe, nieto de aquel
abuelo, enseña a escribir a jóvenes futuros
artistas en la mismísima Universidad de
Buenos Aires" (9).

Por la ciudadanía argentina optó el polaco
León Poch, quien en la nueva tierra se propuso transmitir
las tradiciones judías por medio del dibujo, su
"lenguaje". En
su libro Cosas y
casos judíos manifiesta: "Espero lograr transmitir a los
lectores el amor y el
orgullo que siento por el rico quehacer de mi pueblo, sobre todo
a los jóvenes, porque ellos han de continuarlo"
(10).

Los padres de Daniel Goldman, "ambos polacos, fueron
sobrevivientes del Holocausto. Su
padre fue un partisano (guerrilla que luchaba contra el nazismo en
la Segunda Guerra
Mundial) y su madre vivió tres años en un
sótano después de escapar de un gueto.

Se conocieron en Polonia y en 1948 emigraron juntos a un
país que parecía sinónimo de una nueva vida.
Pero en las valijas se trajeron todo el miedo, el espanto ante
cualquier autoritarismo y un sentido profundo de que la vida es
un tesoro a resguardar. Así es que en el hogar de los
Goldman casi no se dormía: por las noches su madre
visitaba los cuartos para asegurarse de que él y su
hermana estuvieran bien, y a las 4 de la mañana todos
estaban desayunando. De día, las pesadillas se
contrarrestaban con una educación amiga del
idealismo"
(11).

Juan Szychowski, de once años de edad, y una
veintena de familias polacas pioneras, "Luego de permanecer
algún tiempo en el legendario ‘Hotel de los Inmigrantes’ arribaron al
puerto de Posadas, y desde ahí marcharon a pie durante
varios días hasta la recién fundada Colonia de
Apóstoles, recorriendo los 80 km que los separaban de su
destino tras los carros que transportaban sus pocas pertenencias.
Fueron tiempos difíciles para esos hombres, mujeres y
niños
que no estaban acostumbrados al abrasador calor tropical
y a los mosquitos que laceraban su piel. Debieron
esperar dos años para poder comer pan, ya que las hormigas
y los carpinchos diezmaban los plantíos de maíz. Se
alimentaban principalmente con mandioca, porotos, batata y
aprovechaban la abundancia de animales
silvestres que les proveían de carne. Enfermedades como el
paludismo y el
cólera
y las picaduras de serpientes segaron las vidas de muchos hijos
de aquellos primeros colonos, y los productos logrados no siempre
compensaban los sacrificios realizados" (12).

En "Clara, una niña judeo-argentina
víctima del nazismo", escribe Ana Watch:

"Esta es la historia de Clara, una
niña nacida en Buenos Aires en fecha patria, un 25 de mayo
de 1936. Sus padres eran ambos polacos. El papá Samuel, de
26 años, hacía 9 que vivía en la Argentina.
La mamá Raquel, también de 26 años,
hacía un año que había llegado a Buenos
Aires. Para poder bajar del barco, se tuvieron que casar en el
Hotel de Inmigrantes, casi sin conocerse. Raquel era
diabética. Pasó un embarazo
complicado por su enfermedad. Los primeros meses de vida de Clara
estuvieron signados por los malestares y el encierro de su
mamá, hasta que ella decide volver a Polonia a consultar
con sus médicos y presentar a la beba a su familia. Samuel
se queda en Bs. As. (…) Sólo quedan dos fechas marcadas
en un viejo almanaque hebreo: 29-11-43 Clara, 22-01-44
mamá. De esta historia, Samuel nunca pudo hablar.
Volvió a casarse en Buenos Aires, tuvo tres hijas
más, dos de ellas llevan los nombres de sus hermanas:
Miriam y Paulina. Mi nombre es Ana, soy la tercera, no
cronológicamente. Después del fallecimiento de mi
padre, encontré en una bolsita de nylon guardada en el
aparador, un paquete con cartas en idish y
fotos, que
guardé cuidadosamente durante 9 años, hasta que
decidí reconstruir la historia, hacer traducir las cartas,
conseguir la partida de nacimiento de mi hermana y tratar de
averiguar si fuera posible cómo fue su final’ "
(13).

Jacobo Rendler, polaco, recuerda que el dormitorio del
Hotel de Inmigrantes "era un salón enorme con cuchetas de
a tres camas. Cuando vimos las camas perdimos las ganas de
acostarnos. Con Melcer convinimos dormir afuera sobre unos
bancos de
cemento que
había. (…) Al día siguiente nos levantamos muy
temprano. El barco de piedra era muy duro y estábamos a la
intemperie pero las camas estaban tan sucias y tenían
tantos bichos que teníamos miedo de amanecer de nuevo en
Polonia".

Va a visitar a unos paisanos: "Al salir del Hotel de
Inmigrantes, el bulto con mis cosas estaba en el depósito.
Las personas de la Asociación de ayuda a los inmigrantes
me habían anotado en un papel en castellano la dirección y el apellido de la familia que
buscaba. Era una especie de volante donde estaba impreso que era
un inmigrante recién llegado y se pedía a la gente
que lo leyera me ayudara a llegar a esa dirección, que era
en la calle Jean Jaurés de la ciudad de Buenos Aires. Me
indicaron tomar el tranvía número 2 y que le
mostrase el papel que llevaba al motorman para que me indicara
dónde bajar".

Encuentra a la familia que buscaba, uno de cuyos
miembros le asegura el empleo y
promete pasar a buscarlo al día siguiente. "Al volver al
Hotel, Meltzer me estaba esperando. Me contó que
había vuelto una de las personas de la Asociación
de ayuda, que a él le habían conseguido en la casa
de un relojero, a otros los habían ubicado con carpinteros
o sastres, cada uno según su profesión y que a
todos los iban a ir a buscar al día siguiente"
(14).

En el Hotel de Puerto Madero, un panel reproducía
las palabras del polaco Pablo Nowak (15). Este hombre, llegado a
la Argentina en 1949 recuerda los magníficos asados que se
hacían al mediodía y agradece las que califica como
sus primeras buenas comidas en toda la vida.

"Yo tenía quince años cuando empezó
la Segunda Guerra
Mundial, y fui encerrado en el gueto de Lodz, con mi familia
y miles de judíos más –dice el polaco Jack
Fuchs. Allí estuve hasta que el gueto fue liquidado y nos
deportaron a Auschwitz". Para este hombre, que tanto ha sufrido,
el viaje tiene una connotación muy especial: "Hoy
sé que volver a Lodz es como una peregrinación"
(16), afirma, convencido de que debe viajar a su tierra
también con su hija.

En Villa Gesell vive Valeria Rodziewicz, "una
encantadora ex enfermera polaca, sobreviviente de la Segunda
Guerra
Mundial". La anciana "nació en Wilno (Vilna hoy),
Lituania, el 27 de diciembre de 1913. Por entonces, el territorio
lituano pertenecía a la Rusia
zarista". Recuerda la guerra. En Polonia, en 1939, "La comida
escaseaba, sólo teníamos arroz y la carne de los
caballos muertos esparcidos por las calles. Cuando los alemanes
llegaron al hospital, me echaron, con el pretexto de que no
figuraba como enfermera estable. De golpe me quedé sin
trabajo y me instalé en un albergue para estudiantes. Para
poder comer tenía que vender mi sangre para las
transfusiones" (17).

En "Breve historia de la llegada de mi abuelo a la
Argentina", relata un nieto: "Nicolas Kot, hombre de origen ruso,
más precisamente polaco, ya que en esos momentos (principios de
1900) esas tierras de Rusia eran Polonia; llegó a la
Argentina escapando de la guerra, creo, durante los años
1927-1929, ya que nació en 1909 y a los 18 años se
despidió de su novia y demás familia que hoy viven
en Bielorusia. Llegó al hotel de los Inmigrantes en Buenos
Aires, en donde se alojó por unos días y
después salió rumbo a Córdoba, en busca de
trabajo. Ahí conoció a mi Abuela Segunda Funes
(nació en 1917, Córdoba). Durante el viaje …. le
dió Fiebre Tifus, por
lo cuál tuvo que hacer escala (…) en
el Hotel Lloyd en Holanda. En la foto que encontré en
Internet, se
observa su estado actual,
en su momento funcionó como hotel de inmigrantes, luego
como reformatorio de chicos y luego como hotel. Es
increíble el estado en que se encuentra…. y lo bien
conservado. Hoy en la actualidad todos sus hermanos y los hijos
de sus hermanos viven en Bielorusia, más precisamente en
la ciudad de Pinsk y sus alrededores. Sus hijos, nietos, y
bisnietos viven y vivieron en Argentina" (18).

Con el título …Y elegirás la vida, "un
libro de la periodista Adriana Schettini cuenta diez historias de
sobrevivientes de la Shoah con quienes convivió dos
años y medio, inmersa en la cotidianeidad de sus biografías. (…) Y
vio en ellos ‘la encarnación del mandato
bíblico: … Y elegirás la vida’
".

Transcribo algunos párrafos en los que hablan
sobrevivientes polacos (19):

"En abril de 1943, José Rajchenberg estaba junto
a los jóvenes que enfrentaron el poderío nazi con
una cuantas botellas de gasolina, unas cuantas botellas de
gasolina y una entereza arrolladora. ‘Los judíos,
antes de tomar vino u otro alcohol, dicen
Lejaim. ¿Qué significa Lejaim? Por la vida; para
vivir, siempre. Después de tantas matanzas contra los
judíos, después de tanta Inquisición y tanto
pogrom, después de este tremendo Holocausto, aún se
dice Lejaim. Así es la vida: fuerte, muy fuerte’
".

"Auschwitz, 24 de junio de 1943. Es la hora del
crepúsculo. El tren se detiene (…), dos mil
cuatrocientos judíos son empujados fuera de los vagones
(…). Salomón Feldberg se aferra a la mano de su madre.
La memoria de
las razzias le dice que en segundos perderá ese contacto
protector. Pero nadie le avisa que será para siempre.
‘Yo estaba derrotado; era un esqueleto; no servía
para nada y, sin embargo, ellos me asignaron un trabajo horrible:
juntar cadáveres. (…) Pero, a pesar de todo, yo siempre
tenía una chispita de esperanza. (…) Ninguno de los que
pasamos por los campos sabemos por qué sobrevivimos, pero
todos sabemos que queríamos vivir. (…) Morir no es un
acto heroico. El heroísmo es luchar por conservar la
vida’ ".

Relata Isak Lempert: "Pasamos Iom Kipur en
prisión. Mi papá dijo las oraciones que pudo
recordar de memoria y
ayunó. Sí, yo vi a mi papá ayunando en la
prisión de Czernovits porque era el Día del
Perdón".

Dice Moniek Taub: " ‘­Es que a mí me
gusta tanto cantar…’ Si alguien le hubiera dicho en
Auschwitz que iba a sobrevivir y que además iba a tener
fuerzas para cantar, seguramente no le habría
creído, ¿verdad? ‘En Auschwitz…
¿cómo iba uno a poder pensar algo así en
Auschwitz, si estaba al lado del crematorio y veía que
todo el tiempo entraba gente y salía humo?’
".

Moisés Borowicz recuerda: "Tuve muchos
compañeros de colegio y de juegos que no
eran judíos, como supongo tienen todos los chicos
judíos en cualquier parte del mundo. Pero cuando Hitler
subió al poder en Alemania, en
Polonia surgió un enorme antisemitismo
(…) No me puedo olvidar lo que me dijo un grupito de
compañeros: ‘Cuando venga Hitler, los vamos a pasar
por la máquina de picar carne y de ustedes vamos a hacer
albóndigas’ ".

"Llegamos a Majdanek en abril de 1943 –relata
Stella Knyszynska de Feigin-. Nos hicieron sacar toda la ropa.
Eramos chicas jóvenes y teníamos pudor… Nos
llevaron a los baños donde estaban las duchas (…)
Estábamos vigiladas por kapos alemanes. Hasta el
día de hoy me esfuerzo por no agobiar a los otros con mis
penas. Creo que, por más que la gente te quiera, si sos
intolerante, jodida y quejosa, a la larga no te pueden aguantar y
te van dejando sola. Y a mí me gusta estar junto a los
otros. (…) Tengo muchos problemas y
llevo una enorme tristeza adentro, pero no soy una
resentida".

"Es increíble –afirma Julio Pitluk-:: entre
tantos habitantes y con semejantes sufrimientos, casi no hubo
suicidios (en el ghetto de Bialystok). La gente tenía la
ambición de salvarse. La inmensa mayoría se
aferraba a cualquier esperanza, por mínima que fuera, con
tal de seguir vivo".

Sostiene Regina Kenigstein de Hubel: "Una vez por mes
habría que hacer una lección para todos los
jóvenes. Tienen que saber lo que fue Auschwitz, querida.
Tienen que saberlo, para que nunca más le hagan a nadie lo
que a nosotros nos hicieron ahí. (…) Hay que trabajar
para que nunca nadie venga con ideas como las de Hitler, y la
gente lo siga."

Notas

  1. Spinetto, Horacio: "Los Oficios – Entre el Olvido y
    el Rescate El Fileteador", en .
  1. Facio, Sara: La fotografía en la Argentina
    Desde 1840 hasta nuestros días. Buenos Aires, La Azotea
    Editorial Fotográfica, 1995.
  2. ibídem
  3. S/F: "Max Berliner", en
    www.teatro.meti2.com.ar
  4. Orosz, Demian: "Andrés Rivera: Soy un hombre
    entre los hombres", en La Voz del Interior, Córdoba,
    Argentina, 22 de junio de 2001.
  5. Alonso de Rocha, Aurora: "Entonces la mujer",
    en El Tiempo, Azul, 2003.
  6. Shua, Ana María: "Por amor a la
    música", en Clarín, Buenos Aires, 18 de mayo de
    2003.
  7. Manzur, Norma: Lazos y Nudos. Cuentos,
    Buenos Aires, Editorial Milá, 2003.
  8. Paszkowski, Diego: "En qué pienso", en
    Clarín, 12 de enero de 2003.
  9. Poch, León: Cosas y casos judíos.
    Buenos Aires, Milá, 2003.
  10. Fondevila, Fabiana: "Los personajes del año",
    en Clarín Viva. Buenos Aires, 8 de diciembre de
    2002.
  11. S/F: en el folleto informativo del Museo
    Histórico Juan Szychowski, Apóstoles,
    Misiones.
  12. Watch, Ana: "Clara, una niña judeoargentina
    víctima del nazismo", en www.fmh.org.ar
  13. Rendler, Jacobo: "Mis primeros pasos en la
    Argentina", en www.enplenitud.com, 21 de mayo de
    2003.
  14. Nowak, Pablo: Panel en El Hotel de Inmigrantes,
    2000.
  15. Pogoriles, Eduardo: "Volver a las raíces", en
    Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto de 2001.
  16. Castrillón, Ernesto y Casabal, Luis: "El
    día que fue arrasada Varsovia", en La Nación, Buenos Aires, 1° de
    septiembre de 2002.
  17. S/F: "Breve historia de la llegada de mi abuelo a la
    Argentina", en Breve historia del arribo de mi abuelo a la
    Argentina.htm.
  18. 1 S/F: "… Y elegirás la vida". Foto: Daniel
    Pessah. En La Nación Revista, Buenos Aires, 27 de marzo
    de 2005.

Rumanos

El rumano Vintila Horia vivió en la Argentina
entre 1948 y 1953. Acerca del exilio del escritor, señala
Carlos Rivera: "Cuando, en agosto de 1944, en Rumania un golpe de estado
reemplaza el régimen "pro-eje" del Mariscal Ion Antonescu
por un gobierno
filosoviético, Vintila Horia -quien se encontraba en
Viena- es internado por las autoridades nazistas en los campos de
concentración de Krummhübel y María Pfarr
hasta mayo de 1945. Liberado por tropas ingleses viene
trasladado, junto a su joven esposa Olga, a Bologna en Italia, donde
deciden no regresar a su patria en vía de
sovietización. Aquí empiezan su dura vida de
exiliados, mientras que en Rumania el nuevo régimen
filosovietico -mediante un proceso
político instruido con juicio sumario- condena Vintila
Horia en contumacia a trabajos forzados de por vida, a causa de
"un pasado que casi no poseía y por culpas que no
había tenido tiempo de soñar", como escribiera
tiempo después el mismo Vintila; quien confesará:
"Entonces empezó mi verdadero exilio como un proceso de
anacoretismo; es decir: un proceso de separación de todo
aquello que yo había sido". En efecto no es por azar que
el tema del exilio constituya el motivo central de su obra
literaria, desde su primera y célebre novela "Dios ha
nacido en el exilio", galardonada por el prestigioso Premio
Goncourt el año 1960, hasta "Las claves del
crepúsculo" publicada en edición
castellana poco después del fallecimiento de su autor"
(1).

En el prefacio a la edición de Espasa Calpe (2),
escribe Daniel-Rops, de la Academia Francesa: "Vintila Horia, al
negarse a regresar a su país sometido ya a otra
dominación, empezó a vivir la tragica experiencia
de tantos hombres de nuestra epoca, la que uno de sus
compatriotas habia de evocar en su terrible libro La hora
veinticinco. Primero en Italia, donde trabó amistad con
Papini: luego en America del Sur, en Buenos Aires -donde se
ganaba la vida como modesto escribiente de Banco, mientras
que su esposa se agotaba en un durisimo trabajo-, y finalmente en
España,
donde sus comienzos, a la vez como empleado de hotel, reportero y
agente literario, fueron tan agobiantes como aquellos otros. En
todos estos sitios conoció las prolongadas y despiadadas
angustias del exilio. Y de esta experiencia vital fue de donde
sacó lo mas puro y esencial de su inspiración.
Así, el tema del exilio se halla situado en el centro de
su obra: y pocos hay con los que, como con éste, se hallen
tan compenetrados los hombres de nuestro tiempo. El exilio con
sus sufrimientos, sus desgarramientos, sus nostalgias tragicas.
pero tambien el exilio con su terrible poder
purificador".

En Madrid, en
1988, Horia escribió: "Estuve cruzando varias veces la
Pampa y llegué, bordeando la orilla, tierra adentro, hasta
Chapadmalal, donde empecé a escribir en la memoria mi
novela "Dios ha Nacido en el Exilio", en un otoño austral
del año 1952, si mal no recuerdo. Pero no llegué a
Bahia Blanca sino mas tarde, guiado por la mano literaria de
Eduardo Mallea, dentro de las paginas inolvidables de "Todo
Verdor Perecerá". Aquel paisaje, rural en la primera parte
del libro, urbano en la segunda, se me ha pegado al alma, para
siempre. De la misma manera en que, cruzando el norte de
España, hacia la iglesia
gallega de San Vintila Solitario, me he encontrado a veces con la
sombra de Valle Inclán y de otros, confirmando o
descubriendo, a menudo imaginando, paisajes y almas, años
y leguas como decía Gabriel Miró" (3). Ovidio
protagoniza Dios ha nacido en el exilio. La obra surge como un
eco del dolor del autor; su tristeza se asemejaba en mucho a la
del poeta latino. La de Horia es una novela de desarraigo; lo
sufren el autor, el protagonista, y ese Niño que ve la
luz
(4).

Alina Diaconú dijo en un reportaje: "A mí
me obligaron un poco a vivir en el presente, porque si me quedaba
pegada a la nostalgia, todavía seguiría escribiendo
en rumano. Me gusta mucho la idea del desapego. Yo de
algún modo creo que las cosas que me tocaron –dejar
mi país natal, venir acá- me impulsaron a aprender
eso. Me gustaría viajar con un bolsito de mano, nada
más, como viaja Lucila. No necesitar demasiado de las
cosas, de nada material. Cuando llegué a Buenos Aires,
durante un año más o menos escribí en
francés. Pero nunca dejé de escribir. Yo
sabía que los idiomas podían cambiar, pero mi
vocación no" (5).

En una calle porteña vivió doña
Catalina, la madre de Miriam Becker. En una sentida
evocación que escribe poco después de la muerte de
la rumana, la hija comenta que la anciana "De sus vecinos
-españoles, italianos, argentinos del interior-,
había descubierto que el mejor arroz con pollo lo
hacía doña María, la gallega, pero sin
panceta; lo rico que eran el grelo, la nabiza y la achicoria como
los preparaban los Brunetta –los italianos saben comer
verduras-, y que las empanadas con la carne cortada a cuchillo de
doña Pepa eran mejores que con la picada común"
(6).

Notas

  1. Rivera, Carlos: "Un testigo de la verdad en el tiempo
    de las mentiras: Vintila Horia", 2004, en
    www.elpelao.com.
  2. Daniel-Rops: "Descubrimiento de un novelista", en
    Horia, Vintila: Dios ha nacido en el exilio. Madrid,
    Espasa-Calpe, 1968 (Colección Austral). 215
    pp.
  3. Horia, Vintila: "Notas para un preámbulo", en
    Benítez, Rubén: La pradera de los
    asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988. 213
    pp.
  4. González Rouco, María: en La Capital,
    Rosario, 1988.
  5. Guerriero, Leila: "Ser patriota del universo", en
    La Nación, Buenos Aires, 25 de agosto de
    2002.
  6. Becker, Miriam: "La última idishe mame", en La
    Nación Revista, Buenos Aires, 23 de marzo de
    1997.

Rusos

Alberto Gerchunoff protagoniza una anécdota
relatada por Manuel Mujica Láinez: "Mejor periodista que
escritor (aunque poseía el don envidiable del adjetivo
insólito) y mejor conversador que periodista, fue Alberto
Gerchunoff, mi gran amigo y maestro de La Nación. Sus
réplicas han sido célebres. La que le dio a la
Princesa Puczyma es perfecta. La princesa, perteneciente a la
gran nobleza polaca, trabajaba en el archivo de nuestro diario.
Odiaba a los judíos. Un día, estaba en un cocktail,
rodeada de gente cuando lo vio entrar a Alberto.
‘Díganos, Gerchunoff –lo interrogó con
su autoritaria voz hombruna- ¿es cierto que usted es
judío? Y él, enseguida, sin vacilar:
‘Sí, Princesa, y cuando usted quiera puedo poner la
prueba en sus manos" (1).

La escritora María Esther de Miguel conservaba en
su casa un samovar que había pertenecido a sus
antepasados. Ella dijo a Cristina Pizarro: "por parte de madre
era más bien de las colonias que rodeaban a Basavilbaso,
las moscas (…) En mi familia no eran católicos pero casi
toda la familia después se hizo católica. Pero
tengo una hermana que no es bautizada, mi única hermana".
Entre los objetos que atesora, se cuentan "esa dulcera con todas
las cucharitas, era de la familia de mi madre. Por ahí
teníamos un samovar ruso de la familia. Un banco de mi
abuela materna" (2).

Escribe Perla Suez: "Nací en Córdoba. Me
crié en Basavilbaso, un pueblo de la provincia de Entre
Ríos. (…) Soy nieta de inmigrantes judíos que
escaparon de Rusia en la época en que el zar
Nicolás II los perseguía" (3).

Federico Andahazi tenía "abuelos amorosos pero
mayores –Margarita y Samuel Merlin, llegados de Rusia
después de la guerra- que recibían al nieto cada
tarde, después del colegio" (4).

Cantan los gitanos rusos. Algunas de sus composiciones
han sido recopiladas por Perla Miguelí y transcriptas
musicalmente por Pedro Leguizamón. Escribe Miguelí:
"las canciones nuestras están basadas siempre en hechos
reales, en acontecimientos que han pasado. Son anécdotas
cantadas, inspiradas por el protagonista o por algún
antepasado que transmitió el caso como canción.
Pequeñas historias que pueden haber parecido importantes
sólo para el grupo, en el
momento de componerse, pero que con el paso de las generaciones
adquieren una grandeza especial, una ternura, una bella
sencillez, una frescura que nos cautivan a los que tenemos en
nuestros oídos mucho más material de música
(por discos, casettes, compactos, radio, televisión, etc) que los que se
podrían tener en otras épocas. Muy ocasionalmente,
hoy en día en alguna fiesta o reunión se entonan
canciones gitanas, para sorpresa y deleite de los presentes"
(5).

La actriz Mariana Briski recuerda que en Córdoba,
su abuela tenía unas tacitas de té que había
traido desde Rusia.

Era hijo de rusos Manuel Sadosky: "Uno de los siete
hijos de una pareja de inmigrantes rusos (sus padres llegaron en
1905 huyendo del creciente antisemitismo), Manuel es en cierto
modo la encarnación de un país pujante y ambicioso:
aunque su padre era zapatero, él y sus hermanos varones
estudiaron el magisterio y se graduaron en la Universidad de
Buenos Aires" (6).

Francis Korn incluye en su último libro el
testimonio de Cecilia Litichver: "Una tarde calurosa de mediados
de enero de 1919, el ‘mundo’ que hasta ese momento se
había formado en la mente de Cecilia Litichver, argentina,
de 6 años, hija de rusos y domiciliada en el conventillo
de Sarmiento al 2200, cerca de la plaza Once de Septiembre de la
ciudad de Buenos Aires, cambió radicalmente"
(7).

Ester Gabriel de Falcov y Nylda Gonzalez de Trumper
escriben, acerca de Aromas y sabores de las bobes de
Moisés Ville: "La idea de presentar este libro, que ahonda
en recetas, surgió a requerimiento de personas no
judías que visitan el Museo Histórico Comunal y de
la Colonización Judía Rabino Aarón Halevi
Goldman de Moisés Ville. Pero también es un
homenaje a las bobes pioneras que trajeron sus usos y costumbres
de la Rusia zarista de donde provinieron. A las primeras, que en
1889 vinieron y constituyen el asentamiento que dio origen a
Moisés Ville. A las que siguieron cuando en 1891, nace
la Empresa
Colonizadora del Barón de Hirsch" (8).

Notas

  1. Mujica Láinez, Manuel: "Mis
    fotografías", en La Nación, Buenos Aires, 18 de
    abril de 2004.
  2. Pizarro, Cristina: "Con María Esther de
    Miguel". Entrevista
    realizada el 25 de febrero de 2003.
  3. Suez, Perla: en www.perlasuez.com.ar.
  4. Guerriero, Leila: "¿Quién es
    Andahazi?", en La Nación, Revista, Buenos Aires, 11 de
    diciembre de 2005. Fotos Daniel Pessah.
  5. Miguelí, Perla: "Introducción", en Miguelí, Perla y
    Leguizamón, Pedro: Primer cancionero gitano de la
    Argentina. Recopilación y notación musical. Mar
    del Plata, 1995.
  6. Bär, Nora: "Manuel Sadosky El maestro", Fotos:
    Martín Lucesole. Buenos Aires La Nación Revista,
    16 de mayo de 2004.
  7. Korn, Francis: Buenos Aires, mundos particulares.
    Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
  8. González de Trumper. Lilí y Gabriel de
    Falcov, Ester: Aromas y sabores de las bobes de Moisés
    Ville Buenos Aires, Editorial Milá, 2006. 88 pp.
    (Gastronomía).

Ucranios

Bernardo Ezequiel Koremblit recuerda a César
Tiempo: "Cuando apenas comenzaba a crecerme la barba, trabajaba
yo en el legendario diario Crítica, y en una mesa cercana lo
hacía quien era ya una de las primeras figuras de la
poesía
judeoargentina y el teatro: más y nada menos que Israel
Zeitlin, quiero decir César Tiempo, que el Señor lo
tenga de la mano. (…) sencillo, llano, humilde, (…) siempre
generoso, dadivoso, sin humos no obstante su prestigio y
notoriedad, a nadie le negaba un cigarrillo, un vaso de agua y un
prólogo" (1).

El Chango Spasiuk es el responsable de Polcas de mi
tierra, "relevamiento de un siglo de música traída
por los inmigrantes ucranianos" (2). Al fallecer su padre, el
Chango Spasiuk lo despidió con lo que el hombre amaba: la
música: "Cuando todos se fueron, le pregunté a
mamá qué le parecía y ella me dijo que si
quería tocar, que tocara. Entonces le metí
nomás. Le dí duro. Te imaginás –dice a
Leila Guerriero-, a las tres de la mañana, tocando el
acordeón en el velorio de mi papá, es una imagen
loca y se puede interpretar mal, pero por qué no iba a
tocar, si mi papá amaba la música" (3).

José Muchnik recuerda la tragedia de sus mayores:
"Argentina es el pulso de múltiples venas en un mismo
estuario…por eso somos todos argentinos… Ahí
anclaron , gallegos o andaluces, sicilianos o calabreses,
franceses del Béarn o del Aveyron, portugueses, japoneses,
libaneses, sirios, rusos, ucranianos, serbios, croatas…
judíos expulsados por los pogroms, armenios huyendo del
genocidio turco …paraguayos, bolivianos o
brasileros…acentuaron el sabor latino de esas
tierras…y hasta millares de coreaneos aportaron hace poco
su encanto oriental a esta odisea. Argentina…raíces
no sólo de tierra sino también de cielo. Mi
palabra, estas palabras, no artículos y adjetivos,
sí sangre y silencios…mi padre dejó madre y
hermano degollados en un « shteitl » ukraniano antes
de ser el más criollo de los criollos con sus mates de
madrugada en la ferretería de Boedo, barrio de tango,
barrio de mis primeros amores…" (4).

Carlos Szwarcer se refiere en un email a la procedencia
de sus abuelos paternos: "los Szwarcer nacieron en un pueblito de
Ucrania llamado Sudilkov o Sudilkowo, Partido de Saslavl o
Zaslav, lugar limítrofe con Polonia y zona en permanente
disputa entre ambos paises. También en ese pueblo
nació mi abuela, de apellido Gelfand. Ambos eran
judíos y escaparon a las matanzas de la década del
20, en medio de enfrentamientos entre pro-zaristas y
bolcheviques. Es una historia triste y extensa como muchas otras
que habrás escuchado o leído. Perdieron a casi toda
la familia, huyeron a Polonia, donde se casaron. Se
dirigían a Estados Unidos
pero, por estar embarazada mi abuela, no le permitieron el
ingreso y vinieron a la Argentina en 1922. El origen del apellido
parece ser alemán, y significa "negro" o "más que
negro¨" en ese idioma. Es muy probable que los ancestros de
los Szwarcer vivieran en Europa occidental y emigraran al este
unos siete siglos atrás".

Notas

  1. Koremblit, Bernardo Ezequiel: "La bohemia cultural
    judeoargentina en las décadas del ’30, ’40 y
    ‘50", en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.):
    Recreando la cultura
    judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos
    Aires, Editorial Milá, 2004.
  2. Plaza, Gabriel: "Polcas de mi tierra", en "La
    compactera", La Nación, Buenos Aires, 22 de agosto de
    1999.
  3. Guerriero, Leila: "Chango Spasiuk. Chamamé por
    el mundo", en La Nación Revista, Buenos Aires, 14 de
    enero de 2001.
  4. Muchnik, José: "Somos todos argentinos", en El
    Damero. www.icarodigital.com.ar

Yugoslavos

En Jujuy se afincó el yugoslavo evocado por
María Edith Olmos en "Historia de vida": "Don Milo
tomó contacto con la empresa de Joseph
Kennedy y allí tuvo una importante responsabilidad:
hacían el trazado de las líneas férreas en
el inmenso altiplano boliviano, donde, cuando cae el sol, pareciera
poderse tocar con las manos. Sus empleados eran nativos
aimaráes y quichuas" (3).

Notas

  1. Lardapide Olmos, María Edith: "Historia de
    vida", en El Tiempo, Azul, 8 de junio de 1997.

Sin mención de origen

"Otra gran escritora judía de Rosario es
Angélica Gorodischer –afirma Alberto José
Miyara. La autora de Trafalgar tiene un apellido eminentemente
judío, y judío es asimismo el humor que campea en
su obra. Empero, la maestra de la ciencia
ficción argentina llega al judaísmo por
portación de marido –el original propietario del
apellido-, proviniendo ella de una familia asturiana y
rígidamente católica, por cierto" (1).

La disponibilidad de los alimentos antes
negados provoca algunos incidentes, como el que relata Jorge
Barón Biza. Su gobernanta era una refugiada del Este, a
quien trajeron de su paseo por la ciudad de Río en una
camilla. Ella "Nunca había probado bananas. Antes de la
guerra las había visto, en confiterías europeas,
envueltas en celofán. En las calles de Río, los
vendedores le ofrecieron docenas de bananitas de oro por
centavos" (2). Comió tantas que tuvieron que asistirla.
Era la consecuencia del contraste entre la pobreza
europea y la realidad americana.

Notas

  1. Miyara, Alberto José: "Escritores
    judíos de Rosario: apuntes para el estudio de una
    literatura", en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A.
    (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y
    artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá,
    2004.
  2. Barón Biza, Jorge: "La historia, un
    disparate", en Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de
    1999.

Varios

El doctor Nicolás Rapoport narra sus recuerdos de
la época en la que, siendo estudiante de medicina,
colaboraba en la atención de los recién llegados en
el hospital del Hotel de Inmigrantes. El relata: "Los que
cursábamos medicina, a diario comprobábamos la
angustia de los infelices, ignorantes del idioma, no entendiendo
las preguntas que les dirigían los médicos en sus
habituales interrogatorios. Los ojos tristes de los cuitados, las
miradas despavoridas de los enfermos, nos sumían en
íntima congoja y conmiseración. Todos los
días los cuatro o cinco estudiantes judíos que
asistíamos a los hospitales servíamos de
intérpretes para llenar las historias clínicas. Era
conmovedor ver cómo se iluminaban los ojos de los
míseros al oír una palabra en idish o ruso.
Revivían, lloraban dando escape a su dolor moral"
(1).

Entrevistado por Mario Diament, dice Máximo
Yagupsky: "El casamiento judío consistía de grandes
celebraciones. Se improvisaba una gran tienda hecha con las lonas
que se usaban para proteger las parvas de las lluvia. Se
hacía un alegre festín con todo el ritual, la
jupá, es decir, el palio nupcial, la música y
danzas. Y naturalmente había mucha comida y había
también comida para los gauchos vecinos,
los cuales se reunían afuera a saborear los manjares y
dulces. Y mientras los músicos ejecutaban melodía
judías o rumanas, los gauchos, afuera, tocaban el
bandoneón o la guitarra y bailaban también. En
algunas ocasiones se cruzaban las rondas del freilej o la tijera,
con el chamamé, el tango y el pericón"
(2).

A sus antepasados evoca Alicia Steimberg, autora de
Cuando digo Magdalena, novela distinguida en 1992 con el premio
Planeta Biblioteca del Sur: "en esa época mis
héroes estaban en Rusia, en Ucrania y en Rumania. Y
después se convirtieron en pobres inmigrantes que
vivían en conventillos. Pobres, pobres, pobres. (…)
Recuerdo un viejo comedor donde había fotos ovales de los
que vinieron en el barco: la bisabuela con el pañuelo en
la cabeza que le cubre la frente, el bisabuelo con la gran barba
y el sombrero. Hasta un samovar y un candelabro de siete brazos.
Un piano vertical y olor a té y a naftalina. Como
decía la canción de La vieja dama indigna:
Faut-il-pleurer?/ Faut-il-en-rire? Me cito a mí
misma (los versos son inéditos y no sé dónde
fueron a parar): Nací hermanos, en esta dulce tierra
argentina,/ pero el recuerdo nítido de mi infancia es
éste:/ una hoja de diario escrito en caracteres hebreos/
usada para envolver los higos de aquella higuera" (3).

Alejandro Kokocinski manifestó: " ‘Yo tengo
una gran pasión por la Argentina. Me siento muy argentino
(…) Mis padres eran dos refugiados corridos por la guerra, un
polaco y una judía rusa’. (…) Los dos tuvieron la
gran fortuna de que descarrilara el tren que los llevaba al campo
de exterminio nazi de Treblinka ‘porque si no yo no
estaría aquí’. Huyeron entre mil peripecias,
estuvieron un año escondidos y llegaron a un campo de
refugiados en Italia. (…) ‘En ese contexto
dramático yo vine al mundo en 1948’. (…)
Papá Kokocinski organizó con otros soldados la
liberación de su pareja. Escaparon todos. Llegaron a
Génova y se escondieron. Querían ir a la Argentina.
‘El cónsul se apiadó y los dio un
salvoconducto’. Una carreta del mar los trajo a Buenos
Aires" (4).

Carlos Gorriarena evoca su iniciación en la
pintura: "Mis
primeros recuerdos son los de un barrio de casas bajas,
espaciadas, deplorables; frescas en el verano por las
enredaderas, los vastos espacios de las quintas que entonces,
donde ahora también se levantan deplorables edificios
altos, proveían de verduras a la pueblerina capital.
Calles de tierra, con puentecitos que las separaban de las zanjas
de las aguas servidas; también de las aguas de lluvias
torrenciales, de las veredas también meadas por los
perros y
cubiertas por tramos de pastizales cortos. (…) Una población poco indígena, compuesta
de inmigrantes armenios que por las noches se reunían en
manadas para rememorar los asesinatos cometidos por los turcos…
Polacos, italianos y gallegos. (…) Mi padre quería que
yo fuera marino y mi madre depositó en mí sus
deseos de que yo continuara la vida de uno de sus hermanos que
también pintaba y murió por la tuberculosis a
los 18 años de edad. Mis primeras lecturas, herencia de aquel
tío, fueron Los miserables, de Victor Hugo, y La
cabaña del tío Tom. A mis seis o siete años
de edad una prostituta rumana que vivía cerca de mi casa y
que todas las mañanas partía y volvía,
cercana la noche, de los "quilombos" de San Fernando, una
población cercana, me regaló una caja conteniendo
pinturas oleosas, pinceles y un frasco de aromática
trementina. Mi primera obra fue una reproducción de la fragata "Sarmiento". Por
causas distintas, papá y mamá quedaron obnubilados.
Luego se la regalé a aquella mujer y desde
entonces espero que aquel "cuadro" que mostraba aquel
convencional símbolo patriótico haya presidido sus
ceremonias junto a la cama" (5).

Al regresar de la tierra de
sus ancestros, dijo Julia Zenko: "Un instante puede mostrarte lo
que pesan tus antepasados. Eso lo vi en esta última gira:
conocí Letonia y Lituania, y también Estambul,
donde vivió varios años una de mis abuelas, y
reconocí olores de las comidas de mi casa, músicas,
acentos. Es que soy una argentina tanguera sin una gota de sangre
criolla" (6).

Entrevistada por Susana Yappert, relata Ana María
Schenfeldt: "Mi mamá llegó a la Argentina con siete
años; venía de Rumania, aunque había nacido
en Bulgaria. Mi papá llegó con catorce y
había nacido en Rusia. El era ruso alemán y hablaba
un dialecto diferente al de mi mamá. Nosotros
hablábamos como él y así se hablaba en casa
y entre los vecinos. Mi mamá también terminó
hablando ese dialecto, tanto que sus hermanos que vivían
en La Pampa se reían cuando la escuchaban". Una extensa y
dolorosa sequía les cambió el rumbo y en 1917
partieron hacia el sur de la provincia de Buenos Aires, donde el
gobierno ofrecía tierra para colonizar, en Stroeder. Sus
padres llegaron casados y con una niña de días. "Mi
hermana mayor había nacido el 1 de marzo de ese año
y el 17 llegaron a Stroeder. Acá era todo monte -relata
Ana María- El gobierno daba tierras a matrimonios
jóvenes. Vinieron con un grupo de ruso alemanes, aunque
había de otras nacionalidades. Yo siempre me acuerdo de
que los domingos se veían sulkys aperos pintados de
colores, porque
en aquella época no había autos; el
primer Ford T lo tuvo mi papá-. Eramos muchos chicos en el
lugar, porque en esa época tenían muchos hijos;
nunca estábamos entre personas grandes ni sabíamos
de qué hablaban los grandes. Nosotros éramos
catorce hermanos, yo era la tercera, así es que casi todos
los años teníamos un bebé nuevo para
cuidar". Ana María muestra una foto en la que está
junto a sus hermanos. Cabecitas muy rubias, ojos que de tan
celestes parecen transparentes, ropa de fiesta y el día
inolvidable de haber posado para aquella fotografía. De
los catorce hermanos, a los que enumera uno por uno, sólo
una hermana murió joven. "Yo nací en el campo
-continúa el relato-. Tengo recuerdos muy lindos de mi
infancia. (…) Todos trabajábamos -recuerda Ana
María-. Nos mandaban a la escuela, pero
cuando empezaba la cosecha no nos mandaban más.
Teníamos que cuidar a los hermanos menores y a los
animales. En ese tiempo había un ‘púa’
bajito y teníamos que cuidar que no se fueran los animales
para lo de los vecinos. Cerca de mi casa se hizo una capilla y
una vez por mes venía un cura. Mi mamá iba a la
primera misa y yo iba a la segunda con mi papá; mientras
tanto mi mamá ordeñaba. ¡Cómo
trabajaba mi mamá! ¡Ordeñaba cinco o seis
vacas por día! Hacía una huerta enorme…
¡hasta sembraba maní, sacaba un fuentón lleno
de maní! Además, hacía la comida para todos,
lavaba, nos hacía muñecas de trapo, nos
enseñaba a tejer y casi siempre estaba embarazada"
(7).

Entre los picapedreros de Tandil había yugoslavos
y montenegrinos. Hugo Nario ha recogido testimonios de estos
inmigrantes: "Algunos de los pobladores más antiguos que
entrevisté, recordaban que la hora del desayuno
(generalmente mate cocido con leche, galleta
y queso) era anunciada por un empleado de la cantera que
recorría sus inmediaciones tocando un largo cuerno. Al
toque de cuerno los chicos dejaban sus juegos y se congregaban
tras quien lo portaba, en una extraña procesión que
se repitió diariamente mientras se mantuvo aquella
relación de dependencia" (8).

"El 1° de julio de 1897 llegó al puerto de
Buenos Aires el vapor Antoñina, cargado con catorce
familias integradas por sesenta y nueve personas. Diez familias
eran ucranias y cuatro polacas. Llegaban con sus muebles, sus
semillas y sus arados. (…)Se embarcaron en el puerto de Buenos
Aires en un viaje de una semana hasta Posadas y de ahí los
llevaron en carretones del Ejército al interior de la
provincia durante otra semana de viaje. Ellos dieron nacimiento a
la ciudad de Apóstoles, en Misiones, bajando el monte a
puro machetazo. (…) ‘El 27 de agosto de 1897, hace cien
años, este grupo llegó a la antigua
Reducción Jesuita de San Pedro y San Pablo
Apóstoles, donde se les dieron dos lotes por familia, cada
uno de 25 hectáreas, a pagar durante diez años a un
valor de un
peso por mes’ (…) Los comienzos para los inmigrantes
ucranios no fueron fáciles: los campos estaban repletos de
inmensos termiteros que atacaban los sembrados, como os que
aún se pueden ver en los campos correntinos. Los ucranios
tuvieron que instalarse en carpas que les facilitó el
gobierno y refugios hechos con ramas. Más trabajo les
costó preparar los campos con plaguicidas e insecticidas
que el gobernador Lanusse les vendió a pagar en cuotas. La
intensa fe cristiana del pueblo ucraniano organizó la
construcción de una iglesia en cada
asentamiento" (9).

Notas

  1. Jankilevich, Angel: "Historia de los Hospitales de
    Comunidad de la Ciudad de Buenos Aires", en
    www.aadhhosorgar.htm.
  2. Diament, Mario: Conversaciones con un judío.
    Buenos Aires, Fraterna, 1986.
  3. Steimberg, Alicia: "Teatro con debate:
    ‘Tras el paso de los grandes’ ", en Feierstein,
    Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura
    judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos
    Aires, Editorial Milá, 2004.
  4. Algañaraz, Julio: "Pintor y aventurero", en
    Clarín Revista, Buenos Aires, 8 de junio de
    2003.
  5. Gorriarena, Carlos: "gorriarena por gorriarena
    ‘Un cuadro tiene que romper la pared’ ", en
    www.pagina12.com.ar, 26 de Junio de 2005
  6. Kiron: "El canto es magia", en La Nación
    Revista, Buenos Aires, 27 de octubre de 2002.
  7. Yappert, Susana: "Nueces pintadas para adornar el
    árbol", en Río Negro,
    www.unrein.com.ar
  8. Nario, Hugo: "Cortando piedra", en Todo es historia,
    N° 178, Buenos Aires, Marzo de 1982.
  9. Skliarevsky, Fernando: "Misiones, Cien años de
    inmigrantes", en La Nación Revista, Buenos Aires, 14 de
    octubre de 1997.

En conjunto

En una entrevista, Borges se
refirió a diversos temas: "La primera figura de las letras
argentinas ha recibido el Premio Jerusalem, que la Municipalidad
de esa ciudad Ie adjudica bianualmente en ocasion de la Feria
Internacional del Libro a un escritor destacado, por su aporte a
la libertad del
individuo en
la sociedad. En anos anteriores recibieron el mismo Premio
Bertrand Russell, Ignazio Silone, Andre Schwartz-Bart y Max
Fritsch. (…) Le preguntamos qué valor, qué
significado tiene, para él su premio. -Un significado
intimo -contesta- porque siempre me he sentido ligado a Israel,
desde la infancia. Tuve una abuela inglesa, protestante, que
sabía de memoria la Biblia. Después, en el
año 16 ó 17, resolví estudiar alemán
y lo logré a través de Heine. Fui el primero en
traducir una seleccion de expresionistas alemanes, entre los que
habia muchos judios. La lectura de
El Golem, de Gustav Meyrinck, me impresiono mucho y, a partir de
esa novela y de mi encuentro con Scholem (tengo un poema sobre el
tema, en el que rimo Golem con Scholem), intensifiqué mis
estudios sobre la Cabala. A Scholem lo conoci durante una visita
a Israel, tan programada, que yo sabia con horas y minutos lo que
haría cuatro dias mas tarde. Sin embargo, con Scholem no
resultó; nos salimos del programa;
teníamos tres cuartos de hora para conversar y nos
quedamos hasta el amanecer. Yo aprendi mucho. Espero volverlo a
ver, cuando vaya a recibir mi premio.

Tambien fui amigo de Gerchunof, soy amigo de Cansinos
Assens, y he dado conferencias en la Hebraica sobre la Cabala,
Spinoza, Buber y soy amigo de León Dujovne. A proposito de
Dujovne, recuerdo que, cuando lo votamos para el premio Nacional,
una señora de ilustre apellido se opuso diciendo: "Yo no
voy a caer en esa vulgaridad anticuada del antisemitismo, pero a
los judios los fusilaría". Y, bueno, además he
dicho a menudo, en varias conferencias, que mas allá de
las vicisitudes de la sangre (incognoscibles) todos pertenecemos
a la mal llamada cultura occidental (medio oriental, porque es
medio hebrea), y todos, de alguna manera, somos griegos y judios"
(1).

Notas

  1. S/F: "Todos de alguna manera, somos griegos o
    judios", en Varios autores: Borges e Israel. El asiduo
    manuscrito. Buenos Aires, CIDIPAL, 1987.

En
memorias y
autobiografías

Marcos Alpersohn fue pionero en la colonia Mauricio, en
la provincia de Buenos Aires, y primer cronista de un
asentamiento judío en la Argentina. "Dejó escrito
su interesante testimonio sobre la llegada al país, en
1891", en el que manifiesta: "el vapor alemán Tioko me
trajo a Buenos Aires de Hamburgo, junto con otros trescientos
inmigrantes, después de una travesía de treinta y
dos días. Aún antes de que el barco entrara en el
puerto, al divisar desde lejos la ciudad envuelta por palmeras,
nos sentimos dominados por la alegría. Las madres
levantaban en alto a sus pequeñuelos, diciéndoles
jubilosamente: -Miren, chicos; ahí está el
paraíso, la tierra bella y verde que el bondadoso
Barón de Hirsch ha comprado para vosotros" (1).
Días después advertirían que la realidad
poco tenía que ver con sus expectativas.

Relata el pampista Mauricio Chajchir, en sus memorias:
en 1891 "se abrió el comité del Barón de
Hirsch. Fue una salvación para los judíos y
empezó el registro de las familias. Aceptaban solamente
familias con hijos varones. Los que no los tenían, se
daban maña. Hacían inscribir a un soltero como hijo
y la cosa marchaba".

El Galatz, buque de carga de bandera francesa alquilado
por el Barón Hirsch, emprende su viaje hacia la Argentina.
El cuarto día "empezó la tormenta con lluvia
huracanada. El buque se hamacaba cada vez más fuerte. En
la bodega el pasaje empezó a rodar mezclándose con
los bultos y fardos. Se levantaban olas de casi ocho metros de
alto que barrían la cubierta y se metían en la
bodega, cubriendo con agua salada a los niños y mayores.
(…) De repente llegó una orden urgiendo a todos los
barones a subir a cubierta para rezar. Rezaron los Teilim
(salmos) de memoria, con tanto fervor como nunca más he
visto en mi vida. Entre nosotros venían tres hermanos
Kaplán. El menor de ellos estaba entre los
mástiles, seguramente agarrado para no caerse, y al
romperse un palo le pegó en la cabeza y lo mató.
Después de tres días cesó la tormenta y
amaneció un día de sol. Salimos a cubierta a secar
las ropas, mientras los marineros barrían y limpiaban los
objetos destrozados".

Los inmigrantes dejan el Galatz para continuar el viaje
en tren, y luego abordan el Pampa, el cual "llevaba unas 5 o 6
vacas en cubierta para ser faenadas por el Shoijet y tener carne
kosher cada tanto, pero muchos no la comían pues las ollas
eran treif (impuras)".

Cuando llegaron fueron alojados en el Hotel de
Inmigrantes: "No sé de dónde surgió la
versión que los cocineros y el personal eran judíos
españoles y por consiguiente todo era kosher. Y ¡ah!
Por primera vez durante todo el viaje, todo el pasaje
disfrutó de una buena cena. Al día siguiente una
comisión de mujeres fue a investigar a la cocina para ver
si salaban la carne y se encontraron con una cabeza de cerdo
sobre la mesa. Volvieron amargadas y tratando de vomitar lo que
habían comido la noche anterior". De Buenos Aires viajaron
a Miramar y fueron hospedados en el Hotel Atlántico, donde
permanecieron hasta que se inició el traslado a Entre
Ríos. Chajchir escribe en sus memorias: "Lo que recuerdo
de allí y lo conservo aún hoy día, es el
gusto del té recocido y endulzado con azúcar
negra, la que no era refinada y que hoy la llaman azúcar
rubia. Ah! Hasta me parece que siento el gusto y el olor del
té recocido con azúcar negra".

Recuerda en otro pasaje: "Nos habían dado matze
para cuatro días, por lo que una delegación
viajó a Villaguay y regresó al otro día en
el tren con 5 bolsas de harina. De inmediato, al primer
día hábil de la semana de Pésaj, jal-amoed,
o mejor dicho la noche antes, calentaron y amasaron con palos
improvisados. Una espuela de bota que se quitó un
peón sirvió para cortar las hojas".

Cuenta una travesura que hizo con otros
compañeros: "Yo sí que tomé clandestinamente
un vaso de leche. Un día nos juntamos tres muchachos y
fuimos por una senda a una casita, de la que habíamos
oído que convidaban con leche a los visitantes. Fuimos
repitiendo todo el camino la palabra leche para no olvidarnos.
Llegamos, el más grande de nosotros dijo –leche-,
largaron una carcajada y nos dieron un vaso de leche a cada uno.
Como no sabíamos cómo decir gracias, hicimos una
reverencia en señal de agradecimiento. Y hubo más
carcajadas".

Luego de pasar un tiempo en Miramar, los inmigrantes
fueron conducidos a Entre Ríos: "En 8 carretas tiradas por
tres yuntas de bueyes nos trasladaron a los lotes que
después se llamaron Rosh-Pina. Era un día de mayo,
de mucho calor y sofocante. Se acomodaron a los gringos en las
carretas, mujeres, hombres, niños, cachivaches,
leña y además 8 chapas de zinc para cada familia,
para hacer las viviendas, porque en el lugar no había
absolutamente nada. Todos iban arriba en las carretas. (…) No
había alambrado alguno. La primera carreta volteaba los
cardos altos que crecen en tierra virgen. La última ya
marchaba por una huella. (…) Se armaron las carpas, una para
cada familia. A eso de la medianoche se largó a llover.
Por suerte no era fría. El temporal siguió como
unos ocho días. Cuando paró el temporal, la JCA
mandó maderas de sauce y blanquillo, también paja.
Un capataz con varios peones empezaron a hacer los ranchos. Las
paredes tenían que hacerlas los mismos colonos con adobes
o de chorizos según el gusto. Algunos se ingeniaron para
hacer las paredes cortando directamente de la tierra
húmeda y colocándolos con las raíces y
pastos que aún tenían. Y estos transformados en
paredes seguían creciendo" (2).

Entre los inmigrantes que arribaron a nuestro
país llegó Alberto Gerchunoff, de origen ruso,
nacido en Tulchin, Vinnitsa, en 1883, quien se estableció
con su familia en una colonia de Villaguay, Entre Ríos,
después de que el padre fuera asesinado en Moisés
Ville, Santa Fe. "En aquellos años ya distantes
–recuerda en su "Autobiografía" (3), escrita en
1914-, los judíos no emigraban, y la tentativa de
colonización del Barón Hirsch iluminaba a los
israelitas de Tulchin, como la esperanza mesiánica del
retorno al reino de Israel".

En sus páginas autobiográficas, se
describe a sí mismo vestido a la usanza de la nueva
tierra: "como todos los mozos de la colonia, tenía yo
aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha, chambergo aludo
y bota con espuela sonante. Del borrén de mi silla
pendía el lazo de luciente argolla y en mi cintura, junto
al cuchillo, colgaban las boleadoras".

En la colonia entrerriana a la que se trasladan luego de
que el padre es asesinado, manifiesta un profundo gusto por el
folklore: "En
Rajil fue donde mi espíritu se llenó de leyendas
comarcanas. La tradición del lugar, los hechos memorables
del pago, las acciones
ilustres de los guerreros locales llenaron mi alma a
través de los relatos pintorescos y rústicos de los
gauchos, rapsodas ingenuos del pasado argentino, que abrieron mi
corazón
a la poesía del campo y me comunicaron el gusto de lo
regional, de lo autóctono, saturándome de esa
libertad orgullosa, de ese amor a lo criollo, a lo nativo que
debió, más tarde, fijar mi inclinación
mental. En aquella naturaleza
incomparable, bajo aquel cielo único, en el vasto sosiego
de la campiña surcada de ríos, mi existencia se
ungió de fervor, que borró mis orígenes y me
hizo argentino".

El 21 de agosto de 1939, el escritor Witold Gombrowicz
desembarcó en Buenos Aires; había sido invitado a
la travesía inaugural del transatlántico Chorbry.
El estallido de la segunda guerra mundial y la invasión de
Polonia por las tropas alemanas lo obligaron a desterrarse; fue
así como un corto viaje se transformó en un exilio
de más de veinte años.

Durante esos años, Gombrowicz vivió la
difícil experiencia de integrarse a un país nuevo,
que suscitaba en él juicios personalísimos
referidos a diversos aspectos de su cultura. El extranjero nos
observaba y surgía la inevitable comparación con la
tierra que había abandonado; de esa comparación,
algunas veces salíamos beneficiados, otras no. Alrededor
de 1960, Radio Europa Libre le encargó que ofreciera una
serie de charlas destinadas a sus compatriotas; Peregrinaciones
argentinas (4) recoge aquellas referidas a nuestro país y
a su realidad política y
económica, así como también a sus bellezas
naturales.

A nuestro criterio, son tres los temas que pueden
considerarse fundamentales en estas charlas. En primer lugar, la
confrontación entre polacos y argentinos; algunos rasgos
nuestros desconciertan al autor, ya que no logra entenderlos.
Sobre la forma de encarar las dificultades, afirma: "Todas esas
noticias me
habrían aterrorizado de verdad si las hubiese leído
en un periódico
europeo, pero desde aquí todos esos sobresaltos toman un
aire
exótico, como si no se refiriesen a la Argentina, sino
precisamente a Europa u otro continente lejano. Los paisajes de
nuestra nación despertaron también la
admiración del escritor; para dar una idea más
clara de cuanto describe a sus oyentes polacos, habla de los
ríos y los lugares argentinos comparándolos con
aquellos que los radioescuchas conocen directamente. Por
último, cinco capítulos se ocupan del existencialismo, al que Gombrowicz analiza en
Polonia y en América.

Con la amenidad típica de una exposición
destinada a un público amplio y distante, las charlas del
autor de Ferdydurke plantean importantes cuestiones para pensar,
en un mundo convulsionado por sus contrastes y sus confusas
ambiciones.

María Arcuschín escribió De Ucrania
a Basavilbaso (5) obra en la que rinde homenaje a sus antepasados
y a quienes llegaron a América en busca de un futuro
mejor, al tiempo que narra su propia vida en el seno de la
colectividad judía entrerriana.

Esta colectividad, hábilmente retratada en su
obra, tiene muchos rasgos en común con otras
colectividades que, desde lugares remotos del mundo, llegaron al
país impulsadas por el anhelo de una existencia digna, la
que por distintas razones no podían tener en sus tierras
de origen. En este cúmulo de inmigrantes, sin embargo, los
extranjeros presentados por Arcuschín son indudablemente
singulares.

La escritora evoca la gesta de quienes cruzaron el mar y
los ecos que tuvo en los argentinos. Recuerda los relatos
familiares sobre la razón que los llevó a emigrar:
los antepasados ""Fueron casa por casa, puerta por puerta
alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la
urgencia de partir hacia América en busca de libertad y de
paz".

En la obra se observa la incidencia del momento
histórico y el ámbito geográfico en los
personajes; la presencia de la autora en el texto; la
religión y
la
educación, el trabajo y
las diversiones, como así también las reiteradas
agresiones que sufrieron los judíos de esa provincia, y
las consecuencias que trajeron a la autora y su
familia.

Rosalía de Flichman escribió Rojos y
blancos. Ucrania (6). En esta obra en evoca su infancia, en la
que la amargura era una realidad cotidiana. Las persecuciones, la
revolución, la guerra civil, las violaciones y los
asesinatos –a los que se suman las inundaciones y el tifus-
son el cuadro con el que Rosalía debe enfrentarse a muy
corta edad: "Los blancos están en la ciudad, persiguen sin
cesar a los judíos. Matan a los hombres, se apoderan de
las mujeres jóvenes y hasta de las niñas. Estoy
cansada de tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los
blancos, mañana los rojos. Como somos despreciables
burgueses, estos invaden la casa y nos reducen a dos
habitaciones. El hambre se hace sentir, duele".

Más adelante manifestará una preferencia,
en su desgracia: "Quiero que vuelvan los rojos; cantan la
‘internacional’ y nos asustan, pero que vengan
pronto. Los blancos son peores, ignorantes, desalmados,
asesinos". Afirma que ella y su familia eran perseguidos en su
país de origen por dos motivos: su condición de
judíos y de burgueses. Si estas dos causas motivaron la
amenaza constante a la que estaban sometidos, también
significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya
que la madre se apoyó "en instituciones
judías que ayudan a los emigrantes fugitivos que salen de
Rusia", y el hecho de ser pudientes les permitió una
salvación que a otros estuvo negada.

Agobiada por la tristeza, la niña piensa en el
padre, al que no ve desde hace años. Después de
muchos trámites, emigran para reencontrarse con él.
Por fin, llegan a Mendoza. Ha comenzado para Rosalía "una
larga vida en la Argentina, una vida plena y feliz".

"El gran cambio en las
costumbres de los judíos ortodoxos se produjo cuando la
segunda generación en el país, o sea la de mi padre
–señala Benedicto Kaplan-. Así como los de la
primera generación todos llevaban largas barbas, salvo
algunos elegantes que se las recortaban en punta, los de la
segunda generación se afeitaron casi sin excepción,
cambiaron sus hábitos alimentarios, adoptando los de los
gauchos. La religión se siguió practicando en las
grandes fiestas. Aparecieron los primeros gauchos verdaderos:
bombachas anchas en lugar de pantalones, faja con tiradores y
facón, asados, mate y carreras cuadreras. En la
generación tercera, o sea la mía, este tipo humano
pintoresco se multiplicó en todas las colonias"
(7).

Mario Diament realizó un extenso reportaje a
Máximo Yagupsky, que fue publicado con el título de
Conversaciones con un judío. Entre otros conceptos, el
entrevistado manifestó: "¿Cómo han venido
aquí nuestros judíos? Escapando,
prácticamente, de pogroms. Los que han venido a la
Argentina, sobre todo. No los movía, como a los italianos,
el buscar una vida más confortable o huir de la miseria.
Allá los judíos eran pobres, pero estaban
acostumbrados a la pobreza. Amaban
la vida en el ghetto porque significaba la vida en común,
en la gran familia, a tal extremo que mi abuela murió a
los noventa y tantos años y hablando de su país de
origen decía siempre ‘allí, en mi
casa’. A pesar de que vivían en la miseria, era su
hogar".

Yagupsky afirma que "A los colonos, no acostumbrados a
la vida en esas vastas llanuras, les resultaba muy difícil
soportar la soledad, lejos de los centros de civilización.
El único aliento a su angustia era ver que el gaucho los
acogía con beneplácito. Y se estableció una
amistad con el gaucho y hasta, por momentos, un afecto casi
fraternal" (8).

En Postales
Imaginarias/2. Nuevos viajes alrededor de la Tierra antes de
Internet, Ricardo Feierstein no refleja sólo la historia
de sus mayores, sino asimismo la suya propia y la de quienes lo
rodean, a través de una diversificada gama de recursos
estilísticos.

Encontramos aquí al autobiógrafo, que se
refiere con nostalgia y ternura a Villa Pueyrredón, barrio
al que llama -en una dedicatoria a Humberto Costantini- la
"patria común" de ambos. En una visión
retrospectiva, que se inicia en 1957 y se cierra en 1945,
recuerda su adolescencia y
su infancia –así, de acuerdo al recurso temporal
elegido-, en las que tienen incidencia el despertar sexual, la
familia, las raíces que llegan en la forma de viejos
discos encontrados fortuitamente.

El autor aparece también en el episodio acaecido
en Córdoba, en 1963, en el que a una provocación
antisemita le sucede un insulto, luego una puñalada; en
fin, la historia de siempre, aunque cambien los personajes.
Cuenta en "Primera sangre": "teníamos un poco de miedo,
pro mezclado con sorpresa, esa sorpresa producida por algo
inesperado, uno de esos hechos que escapan a la rutina y
desconciertan; no entendíamos por qué gritaron
"heil Hitler" cuando pasaron marchando con paso rígido por
el camino, vociferaron una, dos, tres veces, cerca de nuestro
grupo que conversaba y cantaba sentado en el césped. Y nos
levantamos de un salto, porque esas voces recordaban una noche
turbulenta, ancianos y niños marchando arracimados,
aterrorizados; viejos rabinos con expresión de horror,
fuego, sangre, una horrible pesadilla que habían contado
nuestros mayores y que guiñaba sus ojos en las
películas" (9).

Felipe Fistemberg Adler relata en sus memorias que, en
Moisés Ville, provincia de Santa Fe, "Cuando llegaban las
fiestas patrias, el pueblo se vestía de gala, las ventanas
lucían banderas azules y blancas y a la plaza San
Martín, en el centro del poblado, concurría toda la
población luciendo la escarapela y manifestando con
orgullo su agradecimiento a la nueva patria. Por ser uno de los
más altos, y seguramente porque mamá me almidonaba
para la ocasión el guardapolvo, ya en los grados
superiores las maestras me elegían abanderado, y escoltado
por otros niños caminando entre aplausos y cálidas
sonrisas nos dirigíamos a la plaza. Las autoridades y los
directores de todas las instituciones pronunciaban emotivos
discursos. Se
cerraba el acto con un esperado reparto de golosinas entre los
chicos. Con premura, nos despojábamos de los guardapolvos
y corríamos al bosque de eucaliptos frente a la
administración de la J.C.A. para ver y participar de
la fiesta popular que premiaba a los ganadores, con ponchos,
frazadas, camisas, camisetas o pantalones" (10).

En su libro de memorias, titulado Ultima carta de
Moscú
(11), Abrasha Rotemberg relata
que,:después de siete años, se reencontró
con su padre, que trabajaba como "cuenténik",
"clásica ocupación de los inmigrantes
judíos, que consistía en la venta callejera a
crédito
de todo tipo de prendas. ‘Yo descubrí muchos
años después que esa generación de
inmigrantes pobres y analfabetos resultó una de gigantes,
que supo enfrentar una vida sumamente dura y difícil. No
había otra alternativa que sobrevivir y ellos lo
hicieron’, dijo Rotemberg" (12).

En Babilonia chica, escribe Mito Sela:
"Crecí y me desarrollé en un barrio fuera de la
Capital, ya provincia, sólo cruzando la Av. Gral. Paz.
Este barrio –otro mundo- reunía en sus calles
fábricas y galpones de la industria
textil, que funcionaban sin descanso 24 horas diarias durante
seis días a la semana. Junto a la industria se
desarrolló un proletariado textil, formado por italianos,
españoles y judíos, fervientes sindicalistas, que
en su mayoría se identificaban con los distintos matices
de la izquierda hasta la llegada del peronismo"
(13).

A sus padres evoca Etel Chromoy, hija de rusos que
inmigraron a la Argentina: "La pasión de mi madre por los
ideales de la
Ilustración, y la seguridad sin
fisuras de mi padre por los Ideales de la Emancipación,
hicieron de mi infancia un torrente de alegrías y
descubrimientos. Yo vivía en un tiempo inexistente y
pertenecía a un fascinante pueblo sobreviviente, que
depositaba su confianza en palabras escritas miles de años
atrás. Mi fortaleza y mi seguridad se nutrían en
2000 años a.e.c. y 2000 años e.c." (14).

Alcides J. Bianchi recuerda al médico de San
Rafael, que era inmigrante, pero no especifica de qué
origen: "Por razones de salud –el problema
asmático de mi madre-, y por indicaciones del doctor
Teodoro Schestakow, los fines de semana o bien en vacaciones de
verano, debía ella viajar a un lugar montañoso y de
altura, lejos de la ciudad, cuyo aire puro tenía las
cualidades curativas para su afligente mal. –Señora,
no dejar de ir a montañas, si quiere mejorar- le
decía terminante el médico, en su entreverado
idioma" (15).

Notas

  1. Alpersohn, Marcos: Memorias de un colono argentino,
    en Judaica N° 50. Tomado de Senkman, Leonardo: La
    colonización judía. Buenos Aires, CEAL,
    1984.
  2. Chajchir, Mauricio: "Viaje al país de la
    esperanza. Relato de un viajero del Pampa", en La
    Opinión, Buenos Aires, 8 de agosto de 1976,
    reproducido en Asociación de Genealogía
    Judía de Argentina, Toldot #8. Noviembre de
    1998.
  3. Gerchunoff, Alberto: "Autobiografía", en
    Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Selección y prólogo de Ricardo
    Feierstein. Buenos Aires, Milá, 2001.
  4. Gombrowicz, Witold: Peregrinaciones argentinas.
    Madrid, Alianza Tres, 1987.
  5. Arcuschín, María: De Ucrania a
    Basavilbaso. Buenos Aires, Maymar, 1986.
  6. Flichman, Rosalía de: Rojos y blancos.
    Ucrania. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.
  7. Caplán, Benedicto: "Shalom Argentina.
    Primera Parte: manos para labrar la tierra", en
    lavaca_orgShalom.htm.
  8. Diament, Mario: Conversaciones con un judío.
    Buenos Aires, Fraterna, 1986.
  9. Feierstein, Ricardo: Postales imaginarias/2. Nuevos
    viajes alrededor de la Tierra antes de Internet. Buenos
    Aires, Acervo Cultural, 2003.
  10. Rotenberg, Abrasha: Ultima carta de
    Moscú
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2004.
  11. Gutman, Daniel: "Relato de una vida, de la
    Unión Soviética al diario ‘La
    Opinión’ ", en Clarín, Buenos
    Aires, 6 de abril de 2004.
  12. Fistemberg Adler, Felipe: Moisés Ville
    Recuerdos de un pibe pueblerino
    . Buenos Aires,
    Milá, 2005. 112 pp. (Testimonios).
  13. Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires,
    Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).
  14. Chromoy, Etel: Un barco azul y blanco. Buenos
    Aires, Milá, 2006. 300 pp. (Imaginaria)
  15. Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos… Buenos
    Aires, Marymar, 1989.

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