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Escrito de una Reunión de Amigos Puede Consultarse (página 2)




Enviado por Sergio Edgardo Malfé



Partes: 1, 2, 3

Hay que esperarla. Lo más importante es esa
columna de mármol con tantas vetas rojizas. Es una columna
cuadrangular; y es suficiente. Ya se hace de noche
esperándola; es sábado. En el lugar donde
actúa, se demoraría mi Amiga la cantante, por lo
cual no llega, o llegará muy tarde. Tanto se demora; que
hay que ir a buscarla al Local Independiente. Allí el
espectáculo habrá terminado; no hay nada de
público. La Amiga cantante hace estas canciones
psicoanalíticas de vez en vez, andando por los centros
barriales independientes. La descentralización alcanza también a
la Secretaría de Cultura.

Dado que hay un portero benévolo, con buena
memoria para
recordar ocasiones anteriores, se puede entrar al local sin
problema.

Se ha quedado la cantante fuera de hora, en un ensayo, con
el resto del Equipo: el trío de músicos y la pareja
de bailarinas que acompañan a esta Amiga. Comienzan y se
detienen en las evoluciones y con la música. Una y otra
vez retoman los compases y la melodía de "Sobre el Arco
Iris". La cantante se integra al ensayo,
diciéndose obligada a participar; pero también a
gusto, cumple con la preparación de estos preliminares a
otro espectáculo. Se seguirán en sus canciones,
danzas, etcétera. El tiempo avanza;
todos comienzan a tener hambre.

El office del lugar
está a la vista tras una mesada franqueable. Alguien
estorba un poco en el horno de la cocina, al dejar el ensayo de
lado; y comienza a aportar Platos. Las cosas se me van un
poniendo un poco mejor durante la pitanza. Pero… Se siguen
aportando platos… La comida parece interminable… Y algunos se
sirven por segunda vez de la carne a la milanesa napolitana… Un
músico se sirve también otra vez un plato de huevos
horneados… Es para no quedarse a esperar los postres; es para
ir a descansar. Entonces se cumplirá con una breve
despedida, para salir a la hora tardía del suburbio.
Estamos en la Zona de Badero Norte. Ahí me
desligo.

Voy a ver que hace Nora…

Es muy extraño que se le haya ocurrido; les
cuento;
ponerse a desarmar la lámpara de la sala. Me ha dicho que
lo pùede hacer ahora, aprovechando la claridad.
Está descolgando la lámpara del techo. En
fín; dentro de un rato voy a ir de nuevo, a ver si quiere
que la ayude. Por ahora dice que se arregla sola.
Prosigamos…

Habremos visto que se sale del Local Independiente. No
es tan lejos ahí por Badero Norte. Imaginemos que
entonces, considerando que las distancias… Habría de
tomarse la opción por una carrera; un poco porque hay que
demostrarse valioso y vital, frente a esos del Local, con su
fiesta comilona.

El trote se inicia, por entre las avenidas repletas de
gente paseando y en los cafés: Animación de un
final de sábado. Tipos con camisas coloridas conversan
sonrientes, desde los sillines de sus motocicletas, con chicas
policromadas, ajustadas en telas elásticas. La
animación continúa mientras se trota, adentro, pero
también afuera entre la gente de las avenidas;
pasándose la noche felizmente desde los boliches y en la
carrera que continúa lejos hasta el alba.

La carrera no termina en algún lugar. Se
seguiría corriendo por muchos minutos más, para
llegar a algún sitio… Pero estamos en la arena; ya es de
día y hay médanos alrededor. No se llegará a
"casa", todavía. Lo que hay ya, es la mañana gris,
nublándose todavía más. Flamean algunas
banderas por encima de una de las crestas arenosas. Turquesa y
rojo forman, sumados de a cuadrados, estas telas, en el tope de
astas, que mueven de un lado a otro, un grupito de gente
jóven. Son cinco o seis, cada uno con su bandera.
Además, hay un grupo
más pequeño que los observa. Parecen todos seguir
las directivas de alguien, que le indica con la mano, a un
muchacho, para que se acerque adonde se ha detenido la carrera en
la que estábamos. Se contempla. El muchacho viene,
siguiendo las indicaciones; y trae otra bandera con cuadros
turquesas y rojos. La bandera pasa de manos. "¡
Súmense al grupo de bandereros !; agitar la bandera es
fácil, pasen a hacerlo".

En medio de la agitación, con algún
cansancio por la carrera; pero hay que agregarse al grupo, hacer
ondear la bandera. El Director del Programa
–ese es quien dio las indicaciones-, asiente satisfecho al
vernos hacer flamear las banderas. El viento no molesta. Aunque
estamos en medio de la arena y sobre un médano; este mismo
se encuentra en una hondonada, rodeado por cumbres de arena
más altas. Se acerca aparte, al grupo más
pequeño, una chica japonesa que no cesa de hablar,
ininteligible y rápidamente. Desde el grupo de bandereros,
que está cohesionado en su actividad, también
podemos atender a lo que sucede, entre la chica japonesa y el
Director del Programa. El hace que un asistente le alcance a la
chica, que parece estar bastante nerviosa, dos banderas blancas
con astas más cortas. La muchacha se tranquiliza
agitándolas. Viene hasta nosotros; y estamos ahí
haciendo flamear las banderas.

El Director se nos acerca después de un buen
rato. Viene gesticulando, cruzando y descruzando las manos
delante de sí, indicándonos un cese. Nuestra
acción
se detiene. Bajamos las astas a la arena. Nos quedamos
quietos.

–Los voy a ubicar en lo que pasa; especialmente a los
recien venidos–. Nos señala; nos apartamos, y nos
disponemos a escuchar las indicaciones del "dire", que
continúa: -Tendremos que mudarnos ahora. Vamos a ir hasta
un edificio del centro–.

No tenemos bien claro quienes irán ahí,
además del grupo y de la muchacha japonesa. Pero uno de
los implicados en el vaticinio será el que interrogue al
Director:

–Preferiría volver al Local Independiente; o que
nos lleven a cada uno hasta la casa de cada quien. Además:
¿Para qué se hace esta representación?.
¿Qué beneficio se puede obtener de esto?. Sepa que,
si nos plegamos a la acción, fue simplemente porque nos
pareció lo más lindo. Es bastante claro;
¿no?… Nos podríamos retirar–.

–Esto es un ensayo general. Simplemente preparamos un
estetograma-; replica el Director. –Probablemente termine
siendo una novela…- El
"dire" continúa, en un tono más coloquial: -Con la
dificultad de fondos que nos acosa siempre… Permanentemente
achicando los Programas-, casi
nos gimotea: -…Aunque ustedes no tendrán de que
quejarse…- Abarca al grupo con un movimiento de
la mano: -Yo simplemente soy un intermediario. Todos los que
actúan tienen vivienda y alimentación.
Además; haciendo el cambio de
Créudos a Sóllars, les toca, para cada uno,
alrededor de 15 Sóllares por día–.

La japonesita saca una calculadora; y despues de apretar
unos botones y consultar la máquina, se muestra muy
sonriente.

–¿Vamos por nuestra cuenta; o nos va a llevar
hasta el centro?–. Nosotros, el sector vaticinado del Programa,
tambien en conformidad, preguntamos como transportarnos. Con la
mirada nos consultamos; por si habrá que tomar la
opción de seguir al trote.

Con toda propiedad se
escucha, como contestándonos, el bufido repetido y
rítmico del escape de un motor. Así
aparece trabajosamente y no muy lejos, un ómnibus, redondo
por todos lados, con bastantes abollones, pintado de esmalte
sintético. El ruido
cadencioso y grave del escape, parece haber sonado como trompas
de triunfo, para el Director del Programa, quien
rápidamente le dice al vaticinio:

–Ahí lo tenemos. Suban al dinosaurio ese; que no
será rápido, pero llega a tiempo. El Programa se va
cumpliendo. Arriba, arriba–.

La poca numerosa compañía, sin mucho
órden, va a ir poniendo las banderas, las otras piezas del
equipo también; todo lo que se irá acomodando en
esa carrocería. Y la gente; los bandereros, el grupo
aparte –que no sabemos bien si es de técnicos
ó de observadores-, todos, nos iremos sentando en esas
butacas heterogéneas, pero muy cómodas. El
Director, que es el último en subir; cerrará la
puerta; nos mirará complacido a todos; y le dará
una palmada en la espalda al chofer del carrindango, como para
que arranque.

–Me puedo dar palmadas solo en la espalda; mire-.
El hombre del
volante se levanta sin mucho enojo; y nos muestra como puede
palmearse el lomo satisfactoriamente.

El Director, muy divertido, se sienta en una de las
poltronas del micro. El también aplaude cuando todos
aplaudimos. El conductor se sentará al volante. Se inicia
un recorrido. Podremos observar, como está vaticinado, que
el trayecto desde los médanos y las suaves barrancas,
hasta transitar por las calles y la avenida principal, es un
trayecto por ámbitos desiertos; ninguna persona a la
vista, nadie.

Detrás del paso del ómnibus, quizá
se asomarán las personas a mirar lo que pase, a comentar:
-¿cómo va el Programa?-. El vecindario enredado,
casi obsoleto, como los edificios, que nos parecen deshabitados
desde el ómnibus. Aunque son realmente. portadores de una
intrincada vida; semejante a los diseños art-nouveau de
muchas construcciones en la avenida.

Ya estaremos acercándonos al final del recorrido;
cuando aparece un personaje femenino, que es bisagra dentro del
Programa. Ahí estará, balanceándose en el
borde de la acera, como tratando de divisar algún transporte.
Como se la vé junto a una parada de buses; quizá su
intento es para abordar alguno. El Director nos la
señalará a todos, apuntándola con un
movimiento de cabeza. Entonces la actriz –después
sabremos que es una actriz, porque se agregará al equipo-,
va a intentar ocultar su cabeza ella, en una ventanita redonda.
Se habrá retirado junto a los edificios. El ómnibus
nuestro detenido. Todos tratando de verla. Ella habrá
tratado de ocultar cabeza y rostro, en ese ventanuco lateral
redondo, parece que de un kiosco. Pero el Director no se inquieta
por la maniobra.

Nora, bastante imprevisible, se apareció para
contarnos algo:

"Sin embargo; Ismael tendrá que ir hasta las
ventanillas traseras de ese viejo ómnibus. Así
podrá ver como la actriz se acerca a conversar con la
gente de un ‘shjip’ -tipos con escopetas, ataviados
como ‘bwanas’ en un safari africano-".

–¿Qué hiciste con la lámpara?
¿Terminaste el arreglo, Nora?–.

–Solamente cambié el portalámparas; le
puse un bombillo verde. Si quedó algo de cocoa, podemos ir
a tomarla allá–.

–Prefiero quedarme. Estoy mas en ‘zona’ en
la cocina-, le digo a Nora; y agrego: -¿Por qué no
me aclaras la aparición esta del ‘safari dentro del
shjip’?–.

–Es algo que no previmos. En todos los vaticinios
siempre quedan zonas oscuras-, me dice: -El ‘safari’
que conversa con la actriz… –

–¿Todos de pantaloncito corto,
Nora?–.

–…Todos. Y con sombreros de alas anchas. Es
sólo un ejemplo de lo que no se puede prever. Podrá
suceder o no. Vale como ejemplo. Después vení a la
sala; tenés que ver como queda la lámpara
verde–.

Nora se va con su cocoa; y yo me asomo detrás de
ella para ver. Y vislumbro algo de un nuevo resplandor; para
más tarde, antes de que ella abra de nuevo las ventanas, y
apague su novedad. Para más tarde.

Dentro del anticipo, habremos llegado con el
ómnibus adonde nos esperan las próximas acciones. En
una calle lateral, los bandereros, la japonesita, el resto del
equipo, también los copartícipes del vaticinio;
habremos trasbordado a una Plataforma-grua, en la punta de un
Brazo articulado, de varios metros de alto, que enseguida se
erguirá con todos nosotros.

Vamos a ir viendo, el frente de un edificio de
viviendas, con todos los balcones encendidos. La plataforma se
irá elevando; y desde nuestra observación, enfrentamos la visión
de los restos de una fiesta, en los distintos pisos. Platitos con
restos de comida abandonada. Es totalmente de día; pero
igualmente están encendidas las luces en todos los pisos.
Las ventanas completamente abiertas. Todos en la Plataforma-grua
observamos, casi totalmente callados, la articulación
completamente extendida; y el camión-grua que se desplaza
por la calle.

El Director ahora nos dice; mientras todo el equipo
calladamente mira la casa de la fiesta; y mientras también
comenzamos a desplegar nuestra visión alrededor y
más lejos -algunos vecinos ya se asoman a ver como va
nuestro trabajo-… Y
el Director nos dice: "Todo lo posible de ver a primera vista, ya
estuvo, está y estará, para que ustedes lo
registren; pero no van a poder copiar
el Programa. Si quieren alcanzar eso, les será impedido.
Necesariamente para que no lo copien; no se los mostraré.
Ninguno de los responsables tampoco permitirá que lo
vean".

Es un cambio de tono de efectos oprimentes. Pero la
grúa ya estará nuevamente en el nivel de la calle.
¿Qué vamos a hacer?!. Los bandereros, la japonesa
calculista, nosotros los copartícipes en el vaticinio, yo
mismo -recuerden que me llamo Ismael-, nos vamos alejando y
dispersándonos. Apenas si nos musitamos esbozos de
referencias sobre seguir el Programa; y algunos saludos al
irnos.

Dentro del oráculo, solamente hay que caminar
unas pocas cuadras desde allí, hasta un bar en una
esquina: Pocas mesas con manteles; un par de apartados con
butacas fijas; todo el lugar parecería una nube de telas
cuadrillé, con lazos de raso. Sobre unas servilletas de
papel, sentado en el mostrador, este Ismael se pone a dibujar. O
soy yo; que dentro del oráculo, me pongo a dibujar
gráficas, del trabajo que hemos hecho
recién. Acordes con el Director, aún proseguimos en
esta suerte de epílogo para el Programa.

No habrá que esperar mucho, para que la
pequeña actividad, el epílogo manuscrito, comience
a actuar como fuerza de
gravedad con la gente del bar. Inicialmente sólo el barman
y yo, él detrás del mostrador, que concurre
tironeado por mi aplicación, despues de varios minutos con
verme inclinado sobre las servilletas desplegadas, en las que
trazo diagramas en
escorzo, con la ubicación del Programa. Son varios minutos
aplicados a representar también un edificio, el
camión-grúa, el ómnibus tipo sobrante de
guerra

Con el hombre nos
conocemos. El se llama Nicolás Labrasogni; que ha llegado
a esta ciudad grande poco atrás, escapando de la derrota
europea. Y precisamente en la conflagración, me estaba
diciendo; que él había actuado en un regimiento de
ingenieros, por lo que puede reconocer exactamente al
vehículo. Por lo tanto, Labrasogni entra a
señalarme con el índice, qué largo de eje a
eje debe tener mi representación del ómnibus. Y
ante un regocijo interior mío, pero que no esteriorizo
sino en pequeñas preguntas, sobre exactitud de
diámetros de columnas, luces entre vigas, altura de
dinteles en el edificio –porque las precisiones de
Nicolás alcanzan a todos mis esquemas-, él va
explicándome motivos y detalles del Programa… Y por
algunos minutos todos los papeles abundan extendidos en el
mostrador, al tiempo que vamos cambiando de uno a otro,
corrigiéndolos. Esto es tan reconfortante; me siento
nuevamente inserto en el Programa, en la vida del día,
cada vez más francamente lumínico; ya será
cerca de las nueve.

La interrupción, que indica un corte en nuestra
actividad, llega inevitablemente. Se va acercando al mostrador,
en la otra punta, otro cliente, pero
lentamente. Un señor con acento extranjero, que arrastra
las suelas de su calzado.

–Te traje unos periódicos, Nicolás-. El
recien venido farfulla, en un castellano
trabado: -Estaban tan ocupados, con el señor… Que me
demoré para no interrumpir algo importante–. Y puso sobre
el mostrador un paquetazo de papeles de imprenta.

–No nos dé tanta importancia-, le digo yo:
-Conversábamos sobre una película–.

El hombre, ya anciano, mira con ojillos afilados, de un
azul cortante, al montoncito de servilletas reunido; donde se
habrán hecho las gráficas, en colaboración
con el Barman, acerca del Programa previo. Esta mirada a las
evidencias,
coincide ahí con un malestar, que se hace creciente en
mí… Un dolor en la boca del estómago.
Sucederá como si el señor de ojitos penetrantes y
castellano barbarizado, sucederá como que su presencia
pondría de relieve la
incuria anterior de ese trabajo previo. Me es un suponer, que
todas las cosas alrededor también participan, en una
elevación antagónica, contra mi propia
sensibilidad, que se hundirá, se deprimirá acorde
con la deprimencia, con las náuseas… Y el dolor en la
boca del estómago, que irá creciendo; además
de un mareo oprimente… De tal buena manera, y así
malamente, …irán las cosas.

Nicolás toma el paquete e papeles del
señor; me dirá a mí que el recién
llegado se llama Fredenbauer, quien se presentaría conmigo
en breve reseña de sus días por entonces;
diciéndome que él es el sereno, en el Colegio
Genicario. "Además del Jardinero", agregará
Labrasogni, cuando al volver hacia el mostrador, trae un vino
candeal… "Para el amigo Fredenbauer". Y la conversación
continuará un poco más, mientras mi malestar
prospera. Momentos en los cuales casi no respiro; sino a fuerza
de bostezos reflejos, que trato de disimular, retener el aire. Es cuando
Nicolás y el señor de raro acento están
interesados para que yo les siga hablando de mis entrenamientos:
Poco tiempo más podré hacerlo; hasta que el Barman
se da cuenta de que algo me pasa: "Estás traspirando; te
pusiste muy pálido". Yo me llevaré la mano al
estómago; me duele. "Vamos al Hospital" (va a haber un
reemplazo, que seguirá atendiendo el Bar).

"Vamos al Hospital", está afirmando
Nicolás Labrasogni. Para detener el taxi sale Fredenbauer.
Apenas si camino yo, perdido todo control, colgado
con un brazo en los hombros de Labrasogni. ¡Qué
descompostura!. Ya en el taxi que parte, cuando se quedan
atrás la esquina, el señor de ojos cortantes;
Nicolás se hace cargo de ayudar, y me dice que en el
Hospital habrá que ver a un médico amigo. "Pero;
¿qué te vino?", rezonga Labrasogni. Yo
desarmándome en el asiento del taxi. Hay un olor a
nafta y a
tapizado nuevo. El auto va rápido. El asiento está
bien blando y cómodo.

Según vamos llegando al hospital, ni bien el
coche desacelera y se acerca al estacionamiento de entrada, yo
voy sintiendo una mejoría; quizá de corte solamente
sugestivo. Pero el nudo, que llevo en la boca del
estómago, casi desaparece del todo; lo mismo sucede con el
calor y el
mareo. Este alivio me reincorpora a compartir la normalidad;
reinstalarme como dueño de mí, aunque con tristeza
y cansancio. Ya Nicolás Labrasogni le está pagando
al taxi; me observa antes de bajar él; conviene con el
conductor y conmigo en que esperemos.

–Voy a buscar una silla de ruedas, Ismael. En un
momentito volveremos con la enfermera de admisión;
así entras sin problemas–. Y
Nicolás no me da tiempo a contestarle, que transportarme
así; le querría decir; ya no me parece necesario.
El sale a paso vivo, para desaparecer en la entrada de la
guardia.

Con cansancio encima yo, con una sensación de
trastorno, que me impone cierta lentitud en las respuestas, lo
que me hace difícil contestarle a Nicolás
–habría de querer decirle que ya no es necesario ese
tralado en silla de ruedas-… El ya se habrá ido a
buscarla. Por esto me dejaré estar un momento más
en esa ausencia de tono, triste, cansada y
descompuesta.

Pero el conductor estará mirándome dado
vuelta en su asiento; con un cierto aire acusador, o
excesivamente inquisitivo. Me dirá sonriente que me ha
reconocido. El tipo se equivoca totalmente. Me confunde con otra
persona; aunque igualmente yo decido asumir el exterior de esa
otra persona tan popular: un Director de cine.

–Vea usted cómo serán las cosas; que lo
vengo a llevar en un viaje a usted. Que últimamente
venimos conversando sobre su trabajo, en casa con mi gente.
Comentábamos lo difícil que le habrá
resultado adaptarse a tomar estas nuevas películas sobre
el ténis–. El conductor me dice esto sonriente, pero con
cierta reserva de intriga.

Yo estoy fatalmente aburrido, triste y cansado.
Igualmente asumo el conocido caso como propio. Y con algún
saber previo, sobre el personaje de quien se trata,
diré:

–No es tan complicado como parece. Se trata de tres
estilos, tres ritmos personales que hay que conocer, tres formas
de intercambio; que determinarán decantadas las tres
distintas formas básicas de registro: Los dos
adversarios cerca de la red; uno lejos y el otro
cerca; los dos lejanos a la red–.

El hombre del taxi irá asintiendo, mientras yo
enfatizo suavemente, con gestos, las diferentes instancias de mi
dirección supuesta.

–Cada uno de estos casos de juego, en
realidad está determinado por cada estilo personal de los
jugadores, tomados individualmente. Porque la tipicidad que le
señalo, es solamente un reflejo de comportamientos
particulares muy señeros. Como por ejemplo–…. E
iría yo a comenzar a detallar características, ya
con la puerta del taxi abierta; si no fuera porque ya Labrasogni
y un enfermero. se me presentan.

Es una breve conversación con el enfermero y
Nicolás; ya que puedo salir del auto por mis propios
medios; y
puede el enfermero volver a la guardia satisfecho. Queda seguro que la
silla de ruedas es innecesaria para mi.

Hay una corta despedida con el hombre del taxi. Y ya, al
andar lentamente por la calle de entrada, resplandeciente con
el sol, es
Labrasogni quien me está diciendo: Que él sí
se había dado cuenta de un cambio en mi semblante; que me
había visto como si otro se hubiera instalado en mi mismo
cuerpo; que me había estado viendo
recién con una revitalización extraña, en
ese momento antes, junto al enfermero…

Entramos al enorme hall del Hospital; parece una
gigantesca sala de espera, con distintos grupos de gente;
todos varones callados, en cierta actitud, como
resignándose.

Por ahí es un acierto que ahora interrumpa Nora
llamándome desde la sala. Quizá sea atinado que
debamos desencadenar este pronóstico de su secuencia de
escenas. Porque quizá el caso se pondría mejor. si
ustedes imaginaran instancias a partir de ahora; para que yo
disponga de un momentito para atender esta afortunada
interrupción de Nora.

En la sala; ya vemos que el cambio de lámpara,
acarreó mejoras en la instalación eléctrica;
y a su vez, una pantalla nueva sorprendente con gajos: sectores
polícromos de una esfera opalescente. -Cuando llegue la
hora de prender las luces, ya vemos que se dará un
espectáculo probablemente alegre-. Ahí
encontrábamos a Nora en su asiento del rincón de
almohadones.

Ella sólo quería que salgamos a caminar;
por eso me llamaba. Pero me lo dice muy seriamente: …"Estamos
en una marcha prolongada"… / –¿No nos habíamos
prometido que no caminaríamos juntos por acá?–. /
"…Bueno; cuando sea de noche salimos"… / –Pero de noche
peor; puede haber mayores problemas si salimos juntos–. /
"Salimos juntos más tarde; pero desde la puerta…" /
–Cada uno por su lado–. / "Claro… Y hacemos caminata
estocástica"…

Ahora les aclaro la última frase de Nora;
quizá se pudo oir desde la cocina: …"La Caminata
Estocástica". Es un método que
tenemos: En cada esquina, ó cada dos esquinas, ante las
bifurcaciones, divergencias inevitables, cada uno consulta su
reloj: Segundero a la derecha o a la izquierda, cifras pares o
impares: 2 x 1, ó 2 x 2 a la derecha ó a la
izquierda, 3 x 1 al frente, atrás. Así hacemos una
caminata derivante pero sin desatinos, una caminata
estocástica que nos lleva por rumbos imprevistos. Sorpresa
para malvivientes, para clientelazgos; sorpresa para nosotros que
nos podemos volver a ver desde una esquina. Y que sólo con
imaginar poder entrevernos por la suerte y un poco lejos; nos
excitamos con esto al desembocar en los cruces… Ver imágenes
azarosas, todo que se hace fugitivo y leve alrededor y en las
otras esquinas también…

Ahí en el hall del Hospital, todos aparentan ser
trabajadores; muchachos ya bien grandes, pero desocupados o en
trance de paro. Esta
onda deprimente alrededor, se suma a la deprimencia de la que me
estaba recomponiendo. Vamos Labrasogni y yo, con nuestro andar
por el hall, cuando él me dice que, si me siento mejor;
él me podría dejar, volver a su negocio. De acuerdo
con eso; pero antes que la onda de bajón me atrape, le
sugiero a Nicolás que me haga aguante un minutito
más. Me acompañe así hasta un mostrador de
cafetería, donde yo debo de comprar unos bocadillos. Para
ocuparme con la ingesta en nutrirme con algún saborcito,
un intercambio de alimentación, ocupar mis manos con algo,
y además masticar; que son rutinas en las que afianzarse;
no permitir que me vuelva a sentir enfermo.

También tendré que buscar otro
consultorio, más arriba por los ascensores… Donde hasta
sus puertas me acompaña Nicolás, que se me despide,
vuelve a su negocio. Tendré que buscar al médico
que me ha dicho Labrasogni, por los pisos superiores. Quedo
frente al ascensor y Nicolás sale del hall.

Ya estaré pulsando al botón de llamada…
Cuando noto que detrás de mi se agrega a la espera una
muchacha grácil, rubia, pequeña, buenamente
vestida, cara de buen pasar. Me doy ocupación, para en
parte ocultarme, detrás de la mecánica de los alfajores; que son
adecuados para dar mejor aspecto a la situación… Pero la
chica esa parece que estaría nerviosa; o temerosa… Va y
viene en cortos pasos; como que ya se dispararía por las
escaleras… Estos ascensores, claro, son automáticos,
solos, sin ascensoristas… Sigo degustando los alfajorcitos. En
cambio la chica sigue intranquila. Y con este modo se nos abren
las puertas, entramos al ascensor los dos. La muchacha se planta
rápidamente frente a a la botonera; y yo me ubico con
distancia relativa; para en tal caso ver, lo que se haga de
observar, que ella no oprime ningún botón ni
pregunta nada. ¿Qué voy a decirle?. Pero de
inmediato el ascensor se transforma, en algo como un tercero
interviniente, que congracia a esa escena con "nosotros"
ahí dentro. Porque las puertas se cierran y comienza el
viaje.

No hace demora la dama rubia para iniciar las acciones.
Me dice acercándose: "No te pude llamar por teléfono ni verte allá"… Me abraza
desde mi flanco. Ciertamente, me enlaza; también en las
piernas. Lleva una mano a mi pecho y luego al cuello, con
caricias. Yo me voy reponiendo, ahora totalmente, de mi
trastorno. El dolor en la boca del estómago
desaparecerá por completo. Pero ella con una pesadumbre…
Y yo que inicio a mi voluntad para esclarecernos en lo que
está sucediendo; …cuando el ascensor se detiene. Las
puertas se nos abren repentinamente; y ella aún con esa
languidez pesarosa, igual se desprende, para descender
aceleradamente… De nuevo impulsada por su motor
nervioso.

Al ascensor sube, cruzándose con la rubia
"sprinter", un señor al que no me detengo a mirar, pero al
que percibo, me parece, burlón conmigo. Las puertas se
cierran; vuelven a funcionar súbitamente cerrándome
la salida. El maldito malestar retoma mis
entrañas.

"¿Por qué piso andaremos. Pareciera que el
ascensor sigue subiendo?", este Ismael se interroga delante del
panel de botones. Oprime pensativa y acertadamente al necesario
para hacer que la máquina se detenga. Y él sale
arrojado a uno de los pasillos. Busca las escaleras para bajar;
tratar de saber algo con la dama rubia. Y voy bajando un piso,
…salgo a otro corredor con infinidad de puertas, no distingo
ninguna seña de la muchacha. Bajo otro piso; en este otro
nivel algo más de gente; aunque ni un rastro sobre los
pliegues de la ropa de ella. Creeré que lo más
acertado, para conocerla e integrarme con las ansiedades que la
mueven; lo más acertado sería, ir y plantarme en la
cafetería del primer nivel frente a los ascensores:
…Allí aguardar a que salga. Pero estará ese dolor
nuevamente, en la boca del estómago; y el peligro de
sufrir mareos y debilidades; el peligro de avergonzarme, si
estuviere entorpecido por el dolor, al tiempo que ella aparezca.
"¿Y si ella seguramente sigue con su motor nervioso?".
Entonces me atemperaré. Buscaré orientarme por
alguna atención a mi problema. Veo en una
cartelera de ese piso al nombre del Doctor Al Godhir, el que
Labrasogni me mencionara como un amigo. Se seguirá un
corto paseo en los corredores del piso, hasta dar con la sala del
médico. Y habrá que esperar ante la puerta, a que
termine un comité médico que está reunido.
Que esperemos a una enfermera del servicio,
quien avisa de la entrevista,
que durará cinco o diez minutos más. Y entonces
sí podremos comenzar a atender esta
descompostura.

El médico me va a revisar. Yo le habré
mencionado a Nicolás Labrasogni, el barman:

–Se tuvo que volver al bar… Especialmente él
me encaminó para que usted me vea-. Mientras le voy
diciendo esto, el doctor me mira como si me conociera desde largo
tiempo. –Después, a eso de las cuatro, voy a volver
por el bar. Si quiere, nos podemos ver ahí. Tenemos un
Programa interesante, con estetogramas, para una interfase
disciplinada con la medicina, en
nuestro grupo–.

–No se preocupe por otras cosas ahora. Acuéstese
en la camilla. Sáquese el pantalón, la camisa.
Antes contésteme unas preguntas–, agrega el Doctor Al
Godhir, ubicándose detrás de un
escritorio.

Todos los otros médicos, que hubieran estado
participando de la reunón, ya habrán salido
exactamente de la sala… Pero aparecerá otro personaje,
una secretaria, asistente, ó enfermera administrativa:
parte de ese personal inubicable; ya que hay tantas
especializaciones y jerarquías
técnico-médicas, asistenciales, administrativas, de
intendencia: …En los hospitales actuales tantas variedades,
personas que no se sabe lo que hacen. Pero ahí
aparecerá mientras este Ismael en calzoncillos espera a
ser revisado. Y los datos para la
ficha que el Doctor Al Godhir va a llenar, quien sabe que aspecto
tomarán; porque Al Godhir efectivamente sigue escribiendo
cuando se pone a conversar con la señora de delantal
blanco.

–¿Vas a seguir saliendo con ese sujeto vos?–.
El médico, con esta cuestión, continúa con
algo que había introducido la mujer;
palabras de ella, a las que este Ismael no las habría
atendido. La empleada responde:

–Lo único que tengo claro, es que estaré
presente cuando sea su graduación–.

–Aha; llegan los exámenes finales. Tu amigo
quizá se reciba entonces–. Al Godhir me está
mirando cuando le dice estas palabras a la enfermera; me
está mirando jovialmente. Casi se puede decir que
está pletórico cuando se va calzando unos guantes;
y me hace un gesto para que me acueste en la camilla. Son gruesos
guantes industriales, de tela blanca.

Ya inducido para el tratamiento, ahí acostado, yo
lo voy soportando bien. El doctor apreta por una zona, percute
por los bordes para determinar las distintas sonoridades; y me
hace sentar en la camilla. Pega la oreja a mi espalda para
hacerme respirar hondo y exhalar… Pero la conversación
con la asistente continúa…

–Vistasé–, me dice sin salir del asunto con la
señora; pero dedicándome una mirada con algo de
curiosidad.

¿Cómo le voy a explicar al Doctor Al
Godhir, que es esa conversación que tienen con la
suplente, lo que precisamente me va aliviando, lo que
efectivamente produce que se me vaya el malestar?.

Me pongo la ropa. Ellos siguen conversando sobre
bondades y vicios de cierto amigo. Están sumidos tan
elevadamente en su palique, que no querrán advertir cuando
los dejo suavecito; y me voy andando por los pasillos de ese piso
alto… Viajo en los ascensores… Salgo por el
hall…

Se ha puesto horrible, cuando salgo del Hospital, por la
calle de entrada. Un tiempo gris plomo; como que amenaza con
agua en pocos
minutos. Pero no llego a salir del predio; no llego a las calles
públicas. Porque estacionada, esperándome sobre la
callecita de entrada, encuentro a mi Amiga la cantante.
¿Para qué me habré desligado de ella, en la
madrugada?.

Está dentro de su camioneta pick-up estacionada.
La caja de la camioneta desborda de plantas
empaquetadas para trasplante. Yo supondré que mi Amiga
está cumpliendo un encargue. Este traslado de plantas
provendrá de su hermana; quien la comisiona a veces con
pequeños trabajos del vivero-escuela que
administra… Así se daba que sucedía…

Me va contando mi Amiga, después de hacer
rotundos gestos para llamar mi atención: que dió
"vueltas por los bares del centro; buscándote y
preocupada"; que "finalmente hoy lo encontré a
Nicolás, mirando unos dibujos
estaba"; (las gráficas del Programa, y del Director del
Programa)… "Nicolás me avisa adonde estás.
Así te encuentro a tiempo antes de que te fueses.
Tenés que abrir la puerta de la camioneta con estas
llaves". No consigo abrir la puerta del acompañante con
las llaves que mi Amiga me alcanza; son demasiado pequeñas
para la cerradura. He de dar la vuelta y pasar por la puerta del
conductor; moverme después de lado por detrás del
volante, hasta mi puesto. Mi Amiga la cantante, hace avanzar
diestramente a la camioneta. Ya iríamos presuponiendo los
dos que iremos a terminar el día a mi lugar. Pero antes
tendremos que entregar los arbolitos, que tenemos atrás,
en la caja de la camioneta.

La dirección para entregar las plantas es en un
pasaje transversal a la Avenida de Circunvalación, que es
por donde vamos, mezclados con el tránsito ahora.
Ahí aparece la entrada al Pasaje. Doblamos, y vamos a
estacionar sobre el empedrado, donde juegan unos chicos que
corretean detrás de una pelota. Los jardineros del
vivero-escuela nos están esperando, en la puerta de una de
las casas. Cumplen los jardineros con la descarga
rápidamente; a la vez que los chicos, que siguen jugando,
ponen en inestabilidad la operación, con sus corridas y
pelotazos. La rapidez de los jardineros se justifica; porque
está por venirse un chubasco, que ya nos está
haciendo respirar la humedad eléctrica de antes de las
tormentas. El cielo casi negro; y una especial acústica
nos rodea, que intensifica todos los tintineos, como ese del
llavero con las llaves inútiles, con el que mi Amiga se
entretiene, cuando ya se terminan de descargar las
plantas.

Aparece un señor: alguien del vivero-escuela,
detrás de anteojos con gruesos vidrios, debajo de un casco
de pelo engominado. El hombre necesita transportación
hasta los jardines del Museo, a pocas cuadras, donde la actividad
botánica también tiene un
pequeño trabajo en curso. La lluvia y el viento se
descargan. Yo miro a mi Amiga la cantante, que está afin
de llevar al señor. Le recuerdo que tiene que bajar ella,
para dejar pasar al hombre dentro de la camioneta.
Rápidamente el instructor-viverista se instala; y nos
indica la manera más directa para que lo
acerquemos.

Arrancamos con las calles cubriéndose de lluvia.
Lluvia grande; y dá para que haya anegamiento en las
calles, a poco de nuestro andar. "Será que otra vez los
desagües…", dice apagándose cantante mi Amiga.
"Mirá la avenida", digo yo. Hay mucho tráfico
detenido en la Avenida de Circunvalación. Como la
camioneta tiene una trocha grande, un carenado alto, buen despeje
que favorece esta circulación… Como una lancha vamos
hasta el Museo; adonde el señor, muy reconocido por el
aventón, logra bajar sin estorbos, se pone a chapotear
hasta el Museo.

Una vez que lo dejamos ahí al Jardinero en Jefe,
comienza para nosotros la parte más riesgosa: la barranca.
Vamos a tener que subir por la barranca; primera y segunda por el
barro. Es una calle de tierra, con
barranca; que va hasta el barrio donde está el refugio que
me prestan. El lodo patinoso; y la camioneta va trepando en el,
derrapando que se quiere salir del camino, parece que se quisiera
hundir, va echando barro, arando en la subida, hasta que se
afirma en un piso seguro; y echamos a transitar por el camino
alto. Hasta la lluvia comienza a cesar, como para que podamos
estar más tranquilos.

Después de la peludeada, se afirma en mí,
la admiración por estas dotes de Volante, que vá
revelándome mi Amiga la cantante. Hablamos muy poco en ese
mediodía que comienza a despejarse de nubes; pero nuestro
calmo entendimiento silencioso, compartido con sutilezas, se
quebrará iluminado, antes de que lleguemos al local que me
prestan, mi refugio en una esquina.

Mi Amiga, al pasar por una plazoleta con algunos
árboles, me dice que iría a ver si
encuentra algún libro que
llegue a interesarle, en un stand recientemente armado, sobre la
zona del paseo comercial, fuera de la zona pública.
Naturalmente, que ahora les doy tantas precisiones, cuando en su
momento, ella me dirá dos o tres palabras, murmura un
nombre; y eso será suficiente.

A fín de que no haya confusiones entre mi Amiga
en el vaticinio y Nora aquí en casa, voy a hacer un breve
corte; una pausita… Tenemos adentro suficiente cocoa como para
sentirnos maravillosamente. Nora hace tiempo que no aparece. No
quiero que haya errores de entendimiento: mi Amiga la cantante
por un lado; y Nora por el otro. Ahora veamos que
hace…

Bajó las cortinas. Se acostó en el
rincón rodeada de almohadones. Vemos que se colocó
encima una manta de algodón
Nora. Duerme relativamente protegida, ya que el clima está
apenas fresco. Seguramente sueña. Me imagino sus
sueños. Me imagino en su lugar, soñando con algas y
aguas. Que así accede a conocimientos centrales, desde ese
lugar hondo, desde esa fuente con la que volverá para
traer un pedacito hontanar, un núcleo de conexión
con lo que siempre…

…Después, cuando Nora despierte, nos va a
contar. Y yo lo voy a registrar todo para que ustedes lo sepan.
Porque ustedes se van ahora. Por favor; que tengo que preparar
algo para comer. Todo lo del oráculo de ella, lo voy a
seguir poniendo, para ustedes también, por escrito.
También lo que ella me cuente cuando se despierte.
Déjennos sin hacer ruido; ayúdenme a dejarla dormir
un poco. Después ustedes me cuentan que tal anduvieron sus
cosas; como anda la calle; hasta luego, hasta luego…

¿Qué voy a preparar?… Un porridge, con
salsa de tomates, orégano, un poquito de ajo, queso
rallado, algo de sal, un chorrito de aceite
crudo… Listo.

Vuelve de la Librería mi Amiga con un impreso.
Dentro de la camioneta lo va hojeando. Es una edición
encuadernada con espirales de plástico,
en cuarto, un volúmen no muy grueso. Lo va mirando y me
dice lo que sabe sobre la temática del libro… Se trata
de una investigación acerca de los barcos
esclavistas… De cómo el mismo carácter social de los traficantes, se fue
perpetuando a lo largo de un tiempo estudiado: desde 1770 hasta
finales del siglo XIX.

Me cuenta: …Que los negreros transbordaban prisioneros
en alta mar. Los pasaban de barco; allí en medio del
Océano. Los marineros de los distintos barcos se
ponían a conversar entre ellos de sus tareas: de las
distintas maneras de empalmar un cabo, líquidos a mezclar
a fín de barnizar mejor las carpinterías de las
portillas, habilidades de cada uno para guindolar desde el
bauprés… Una vez completado el trasbordo y todas las
conversaciones hechas; los dos barcos se apartaban: uno hacia el
destino final en el continente para los prisioneros; el otro al
lugar de orígen: "¿Quizá para capturar
más esclavos?", se pregunta mi Amiga la
cantante.

El interés de
mi Amiga en seguirme comunicando sus relaciones desde el libro
que ha traído, disminuye. Ella se quedará
más bien absorta, pasando páginas de su libro,
concentrada y al mismo tiempo distraída, algo
lejana…Toma una palabra aquí, una frase allá. Yo
sé como son sus preliminares al abarcar una lectura. Yo
mismo acompaño esta preparación de ella; con una
revisión de asociaciones que rememoro; despertado mi
recorrer por lo que me ha contado.

¿Cómo Nora logra prever de esta manera?.
¿Cómo puede pre-conocer hasta al contenido de las
asociaciones entresoñadas por la cantante y por mi?.
¿Y toda la clarividencia, prodigiosamente surge de una
anilla de bronce?… Sigo pensando que esa anilla no es
necesaria; creo que sólo la usa para
impresionarme.

Ahora dejamos el porridge en la cacerola. La avena
conserva el calor por mucho tiempo. Cuando las luciérnagas
se enciendan; es decir, cuando empieces a iluminar con tus ojos,
Nora; entonces será la hora para comer.

Entonces estábamos dentro de la camioneta, al
borde de la plaza. El relato de mi Amiga me habrá llevado
a recordar… Porque la piel de los
esclavizados y el escenario agreste se combinan, con una
circunstancia agreste y otras pieles, acerca de las que yo
había escrito. Le contaré:

"Cierto que a mi me gustaba escribir, cuando no te
conocía. Estas evocaciones del pasado me hacen acordar de
algo… -Tenía una prosa muy humorística por
entonces-… Escribí acerca de mi pasión por
calentar con fuego de leña a mis amigos. No perdía
ocasión, al estar en el campo, para hacer grandes fuegos.
Prefería,sin embargo, darle con todo a la chimenea, cuando
estábamos en casa; para que ellos se calentasen entonces.
Y no tener yo luego tanta necesidad de calentarlos con fuegos en
el campo. De una manera ó de la otra, yo ahorraba o
atesoraba calor en la piel de esa gente; lo cual me
producía gran satisfacción. Tanto en la casa como
en el campo, me gustaba mucho ‘arrebatar’ y
‘tostar’ a mis amigos. Eso
escribí".

Mi Amiga la cantante, según dice Nora,
parecería que está bastante gratificada por mi
pequeña historia; ya que no habla ni
hace una discusión; sino que enciende el motor de la
camioneta; y se me manifiesta, a suerte de comentar los
calentamientos, con sus sonrisas de soslayo, en alguna mirada
casual, también bastante contenta, por pocas cuadras…
Que con sus dotes de volante, pronto aparecemos a la vista de mi
refugio: es un cuarto, detrás de vidrieras pintadas, que
ocupo en donde me han prestado un local, en una
esquina.

La cortina metálica yo la dejo permanentemente
levantada. Solamente abrir la puerta comercial de vidrios, que
sí tiene llave, pasar al refugio para descansar. En el
depósito trastienda es donde acostumbro retirarme del
todo. Hay un colchón, sobre unas frisas plásticas,
directamente en el piso: mi sufrido lecho, que lo llevo adelante
a veces, adonde están los mostradores del local
desiertos.

–Ismael, hablemos de libros ahora-;
y mi Amiga la cantante está como de querer hacer una broma
sobre su presencia ahí, comicidad que no le sale, no le
sale: …- Al final, tanto te ocupas de eso… Me parece que
tenemos que hablar, del tema. Adelante, anímate–. Me ha
visto desestimando la conversación; por eso acicatea, para
ver si hay un aliciente al hablar.

Una decisión mía, para sobrepasar la
gravedad, instalada en la pequeña acción de tomar
un ejemplar de la biblioteca; la
decisión de avanzar sin prestarle atención a
impresiones morbosas… Y así dejamos atrás al
menosprecio. Hago una referencia al libro; comentario
quizá sobre los libros:

–Seguramente que los libros… ¿Viste como se
van poniendo viejos en los bordes?; van tomando ese color
sepia–…

–¿Y qué has estado leyendo; ese libro
viejo?–.

(Tengo en la mano una vieja traducción de Darwin).

–No andas lejos; porque estuve ocupándome
de otro, no de este inglés,
de otro; en un estudio homeopático floral. ¡Que
lindo que me escuches!–.

–¿Lo tenés a mano?. Damelo, quiero ver
qué es–.

–Es entretenido, tiene láminas de plantas–… Y
le alcanzo el volúmen. Me echo en el suelo junto a los
almohadones.

Las páginas van pasando; alguna ilustración de musáceas le llama la
atención; me la señala comentándome de las
inflorescencias; que el color naranja viejo, o el papel, las
plantas, pronto también se harán petróleo, como mi vieja traducción
valenciana de Darwin. Se nos instala un clima de bienestar. Me
parece que promete ser un día pleno de sentimientos. Se
ríe un poco conmigo; mirándome estar
sereno.

Me hace cosquillas, con los dedos del pie, en el cuello.
Ninguna molestia. Yo le tomo la puntera con una mano, el
talón con la otra sosteniéndolo; y una
torsión algo severa la obliga a girar, cara al
colchón. Bastantes divertidos, los dos nos alejamos de
todo lo anterior, de todo lo otro que no sea nuestro
vínculo. En nuestro deleite, nos ponemos a bucear en
nuestro tiempo. Cerramos los cortinados silvestres, que me fueron
necesarios en las vidrieras. Nos alejamos de toda
‘actividad’; y es nuestra la poesía
de los cuerpos, para el
conocimiento propio de nuestro encuentro.

Tendré que decirle, a mi Amiga la cantante, que
ese lugar me lo ha conseguido en préstamo un
médico, el Dr· Muffler, el mismo que me orienta
para que yo estudie acerca de la terapéutica floral.
Sé entonces, al comentar de esa vivienda, que pronto
habré de ver necesariamente al Dr· Muffler, como
instructor de salud, me es
necesario…

Después pasamos un montón de tiempo sin
notarlo allí dentro. Pasamos por lo menos un día
entero sin pensar en asomarnos ni en necesitar nada. Cuando al
día siguiente, la luz clara del sol
alto comienza a blanquear los cortinados; se iniciará en
nosotros el sentimiento de que los ritmos se nos están
escapando. Un tiempo denso, inane, inerme, querrá
apropiarse de nuestras cabezas, de nuestra corporeidad
refrescada. Nos va a dar apuro por salir de allí; y tratar
de insertarnos, en algo que tenga funcionamiento. Conspiraremos
para volver a retomar nuestro tiempo compartido. Y para hacer
más eficaz la búsqueda, y apresar la pertenencia,
el nuevo tiempo compartido, el nuevo engrane con la multitud, con
el aire, el sol, las plantas; saldremos cada uno en direcciones
diferentes, para aumentar las posibilidades de ensamblarnos.
Querremos apropiarnos de nuestro sentimiento en la vida, para lo
que entonces será lo esencial: recuperar nuestro lugar en
los ritmos comunitarios, en el sentimiento colectivo, en la
integración orgánica de una comunidad
‘humana’.

Yo disimularé la exploración, con la
excusa de una compra barata de bebidas. Asumiré el rol de
un cliente por agua mineral…

…Es otro mediodía en la zona alta sobre las
barrancas. El tiempo está nítido, claro de azul
cielo, aire ligero, alto sol. Me siento volar por entre la gente.
También voy refrenando mi felicidad medular, como otras
veces, por precaución ó por culpa, ante tantos
anónimos. También ellos reengranándose, voy
suponiendo, al refrenarme ante una pluralidad tan dispar, tan
hiriente, tan de cuidarse. Parece que la buena alta presión
climática inundara los rostros, me voy fijando.
Asumiría que en este día nadie quiere ser malo, me
parece.

En la Rotisería donde compro el agua:
¿cómo pueden estar tan radiantes, tan contentos?.
Me tratan con suma afectuosidad respetuosa. Al billete que les
doy, me lo devuelven tal cual; después de revisarlo, de
aprobarlo con una sonrisa, me lo devuelven; y dicen: "Vaya
nomás, muchas gracias, vuelva por acá, venga por
acá, siempre para atenderlo. Lo acompañaré
hasta la puerta".

Hasta la ocasional señorita fina en sus botas,
rezuma contentamiento en el local, al entrar; tranquilidad.
¿Cómo puede ser que de pronto también gente
como esa?. El comerciante, al salir, se toma una mano con la otra
por encima de su cabeza; alza los brazos en un saludo triunfal;
allí de espaldas a la cortina de flecos, en la puerta de
su negocio. Yo voy alejándome saturado, sin poder soslayar
la inverosimilitud y la sorpresa. Pienso que debe haber una
burla; que pronto se va a quebrar todo encima mío cuando
me ponga a andar. Creo que todo podrá estallar; que es un
equilibrio
mentiroso y por demás fragilizante.

Pero el tema se completa; y se aflojan mis
presentimientos. El comerciante está viviendo el
día en la puerta de su negocio. ¡Pero que día
espectacular!. Me pongo a caminar normalmente. Entonces veo, que
atraca para descargar un camión, desbordante de hojas
verdes; con tomates en lo alto que hacen equilibrio. El hombre
que me diera el agua mineral, va con su mandril rotisero, al
encuentro de la gente del camión: un viejo Bleriot o
Renault. La gente del reparto desciende entre saludos y voces
dordiales. Yo apuro mis pasos; ya no me daré vuelta para
mirar la escena.

Favorablemente Nora me dice que no me equivoque. Ya se
apareció despierta para sentarnos a la mesa dentro de las
horas normales. Se apareció cambiada de ropa. Me voy
enterando luego, que ella pensó que ya saldríamos;
por eso su atuendo liviano; lista para despejarse paseando un
poco. Pero yo le voy diciendo lo que ya tengo contado. Y
realmente me interesa terminar la transcripción, porque le
tengo fé de salud. Pero bueno; ella posterga entonces la
salida para cuando yo pueda. Comemos ligeramente la avena; y
ahí me corrige: Me dice que "Bleriot no son camiones, sino
aviones, como los que volara Saint-Exupery. Los camiones bien
podrían ser Chevrolet antiguos, Citröen o Renault
-¿anotaste?-".

Enseguida terminó el almuerzo. Yo asenté
la novedad de la corrección. Ella volvió a dormir,
sin mucho interés, indolente, pero sin querer hacer otra
cosa. Me pregunto si no habrá tomado pastecas.
Retomaré la situación allá en Los Altos,
cuando yo estoy caminando de vuelta al local vivienda.

En Los Altos, al caminar de vuelta al local-vivienda;
ciertamente vengo convencido de haber logrado insertarme en el
funcionamiento de un sistema Amigable
y comercial, donde están el rotisero, la cliente de las
botas, la otra gente del local, los proveedores
del camión antiguo… Y mi Agua Mineral "De la
Cañada" vuelve conmigo, como un aporte desde ese
‘sistema’.

Sin cambios, a pesar del sentimiento de pertenencia; sin
cambios sigue el apuro, urgiéndome una inquietud incierta.
Estaré a dos cuadras de mi casa; en la esquina donde
está el Gabinete Abierto, del Dr· Muffler, quien
consigue que me presten mi refugio. Proviene este préstamo
de unas propietarias tradicionales y benefactoras, de ese barrio
de Los Altos.

Apurado, el mismo Muffler, caminando en dirección
contraria, cuando se me aparece fuera de hora. Vuelve de hacer su
gimnasia
atlética; vuelve a paso rápido por la calle, con
una toalla al cuello. Me dice que tiene que atender. Y me
recomienda, confidenciándose; que nosotros también
nos apuremos: "Vos y tu Amiga jazzera, también van a tener
que hacer; mejor se apuran". Quedo un poco azorado, cuando se me
aleja. Es una emoción mezclada con un nuevo apercibir; y
en medio de éste me doy prisa para llegar al
local.

Porque ahí están; materializadas como si
fueran funcionarias de Bienestar Social. Se aparecieron estas dos
señoras de las dueñas. Damas maduras, de rasgos
afilados, conversan mientras me harían cejudamente el
intento de penetrar al local. Cuando les cuestiono su comportamiento
algo desmedido; me responden, como si esto las autorizara, que la
están buscando a mi Amiga. Resulta que ella no
volvió; porque la puerta sigue con llave. Pero tampoco
está la camioneta a la vista… Luego, esto dice que
volvió, pero no está en el local; sino que
fué a buscar su inserción más lejos
–infiero que esto debe ser lo que sucede-, pero no se lo
digo a las señoras. A ellas les digo que es evidente; ella
no está. Y me cuelo adentro del local. Me planto delante
de la puerta. No las invitaré a pasar.

Las damas toman un poco de distancia; y me dicen que
fué mi Amiga la cantante, quien les avisó donde
encontrarla, que les dijo las necesitaba, parecería que
por teléfono; pero ciertamente les dijo que en el local.
Insisten en entrar. Empujan la puerta. Yo bloqueo la entrada con
una pierna y empujo la puerta en el sentido contrario. Como el
forcejeo sigue, planto un zapato como cuña, impidiendo que
se siga abriendo la puerta. Protesto:

–¡Yo soy el que vive acá!–. Dispongo toda
mi animación:

Porque sé que frente al ‘sistema’ que
las damas nos traen, yo habré traído otro
‘sistema’, que ya se está ambientando dentro
de mi cuarto-esquina-local. Por eso me opongo decididamente a
dejarme allanar. Yo iré percibiendo –digamos
extrasensorialmente-, que la consolidación de mi
‘sistema’, ya se está acomodando dentro de mi
habitat.

Las señoras propietarias, al cambiar su tono y
tomar una actitud más considerada, me piden que espere un
momentito; que me darán un mensaje para la cantante.
Escriben en un papel que me alcanzarán, puesto para mi
Amiga; en donde dan señales
de un asesor legal; y en donde se identifican ellas con nombres y
apellidos. Se retiran las señoras. Y me doy cuenta que una
de ellas me agradaba especialmente en el forcejeo. Me tomo varios
sorbos del Agua "La Cañada". Cierro la puerta; y voy hacia
el baño para darme una ducha.

Estoy debajo del agua cuando escucho que golpean la
puerta del local. En mi apuro por vestirme y salir de nuevo a
atender, así alterado, yo creería que debo de
ocuparme en una re-sistematización; quizá me sienta
otra vez afuera de todo. Iré a ver quien llama.

Hay que ver a quien se le ocurre aparecer; en momentos
tales que si el giróscopo en equilibrio dismunuyese su
andar, aunque sean solo pensamientos los que me giran, algo
horrible puede suceder. Cuando el torbellino de un posible horror
se empieza a levantar frente a mí; ahí aparece un
visitante comedido: un muchacho de la Zona, con el que debo de
arrostrar una relación de corte diplomático. Yo
frenético, imperioso, urgido; no puedo permitirme detener
mi movimiento. Porque si bien teorético, con el
giróscopo disimulo mi condición alterada…
¿Y a quién se le ocurre aparecer?.

El Muchacho ejerce cierto control territorial. Que es
conveniente; yo no se lo cuestiono. Derecho para venir como
costumbre, observar lo que yo estoy haciendo… En cierta medida,
así se moderan mis frenesíes. El Muchacho es amigo
y representa a mucha gente jóven de la Zona. Y me conviene
que así venga a ejercer un control benévolo,
amortiguando a mi maquinaria un poco; porque de otra forma sino,
pienso que el control provendría de manos más
brutales y apoderadas para desmanes: los represores
profesionales, que sabemos siguen ahí
esperando.

Pero esta vez, la representación del Muchacho no
la quisiera para mi actividad y pensamientos. No juzgo que sea
necesaria esta vez la vicaría. Creo que se quiere moderar
o interferir entre la cantante y yo. Que con mi Amiga voy
contento. Me indica que estoy en lo correcto ese amañado y
bajo intento que las personas disfrazadas de mujer hicieran
para meterse en el local. Quisieron separarnos con argucias
leguleyas. No quiero detener nuestra relación deliberante
y arrojada.

El Muchacho ya entra y se acomoda como de costumbre. Se
instala cruzado de brazos y sentado en los mostradores hacia
adentro. Quiere comunicarme su calma. Yo termino de vestirme y
arreglarme. Me envuelvo con mi nuevo buzo de gimnasia azul
celeste recauchutado. Me arreglo el cabello brilloso que
está mojado. Veo que el Muchacho menea la cabeza negando,
con los brazos cruzados. Está instalado, empacado en sus
asentaderas sobre el mostrador. Apenas hemos cruzado breves
palabras de saludo; pero ya se da cuenta de que me voy cortando
solo. Entonces sentencia:

–Vos andás como el agua. Pero hay caterva
crapulante que te endica–.

Se sienten nuevos golpes en la puerta. La voy pensando a
esta frase de hielo con fuego adentro. Abro y es la cantante que
entra. Ya me pongo más molesto. Porque entre la visita del
Muchacho; y razonar la frase; y ella que no usa la llave que yo
le dí, ¿por qué?. La observo; y claramente
está llegando muy cansada; casi no podría funcionar
mínimamente; por esto olvida que lleva una llave que yo le
dí. Se da cuenta que está el vecino. Se me acerca y
me susurra:

–Antes vine para buscar la camioneta. Anduve y anduve
por una ubicación. Me fui hasta Villa Sandro–.

–Acompañame; vamos a preparar unos mates–, le
digo yo. La tomo de la mano, nos acercamos a las hornallas, ella
asiente, la dejo ahí atendiendo a los avíos. Y me
acerco a mi vecino, que parece asumir que él está
demás. Porque se destraba de sus brazos cruzados, se
incorpora para irse.

–Otro día me vas a explicar bien esa diferencia
entre los diques y yo. Que lo voy pensando-, le digo al Muchacho.
–Como ejemplo, podríamos tomar lo que son las
patronas; a mis épocas, que se chocan con ellas, parece–.
Lo acompaño hasta la puerta.

–No nos iremos a hartar con abstracciones. Bien
sabés que debemos darnos en concreto-, me
dice el Muchacho; que ya saliendo, me alcanza una lapicera.
–Vos cuidala, usala–, añade.

Es dificil entender algo en casos así. Yo
igualmente gesticulo una despedida efusiva sinceramente
agradecida. Por el local de vuelta, voy estudiando la lapicera;
¿qué haré con ella?. El muchacho se ha ido
silenciosamente. Pero de la misma manera, antes de que yo pueda
juntarme con mi Amiga; silenciosamente se me ha colado a mis
espaldas, un Mozo del Bar cercano, que aprovecha mi descuido, por
no cerrar firme la puerta del local.

–¿Trajiste comida vegetariana?–. Le interrumpo
la entrada y le pregunto al mozo; otro de los muchachos de la
Zona.

–Es obvio que no, Ismael-. Me señala la bandeja
que lleva, con platos del mar: pescados enteros, centollas,
langostas. –Para el Restaurante Vegetariano, tenés
que ir hacia el Sur–, me apunta el Mozo al cardinal austral. Ha
dejado la bandeja con la comida del mar sobre uno de los
mostradores. Mi Amiga se nos acerca con el mate y los
avíos, pero hogareña. Se va a encargar ella de
corregirme con precisión en cuanto a la idea que yo tengo
del lugar donde estamos:

–Tenés que corregirte. Estamos mucho más
al Norte de lo que vos pensás–.

–¿De donde sacas eso?; si a dos cuadras
está el Gabinete de Muffler…–, contesto yo, intrigado,
irritado.

El Mozo se pone a tomar el mate. Ni la Cantante ni yo
llegaremos a tomar de esa cebadura que pensábamos nuestra.
Ella y yo desentendidos del bebestible. Mi Amiga continúa
diciéndome:

–Cuando salimos para caminar separados, empecé a
orientarme. Había un desencaje con lo que yo pensaba
encontrar. Volví; agarré la camioneta y quise ir a
Villa Sandro. Cuando salgo a la ruta y veo el cartel; no
tenía que tomar a la izquierda, sino a la derecha. Y es
cierto: estamos mucho más al Norte de lo que
creíamos–.

–¿Pero cómo voy a llevar tanto tiempo
equivocado?. Además recién al venir acabo de
encontrar a Muffler–.

–Bueno; es en esas dos cuadras de la barranca donde se
opera el cambio. Seguime en lo que te digo: Puede ser que en esas
dos cuadras se te transporte más al Norte. Deben de
hacerlo sin que te puedas dar cuenta–.

–Es así-, el Mozo entra en la
conversación informándonos: -Se te hace caminar
mucho más rápido que lo normal. Vos te
quedás como sonámbulo, las piernas se te mueven
solas muy rápido. Y cuando te despertás; en un
santiamén; ya estás en la puerta de este local,
acá–.

Hay un extraño clima entre ellos dos. Mi Amiga y
el Mozo comparten esta explicación reveladora
súbita. Así que todas las idas y venidas, nuestra
conspiración para ampliar insertarnos, el esfuerzo para
enganchar en un ‘sistema’ -todo entonces resulta
desbaratado-. La ubicación en el lugar resulta
utópica o falsa; los nombres trastocados seguramente; toda
una referencia asumida como real ahora es desmentida.
¿Qué podré hacer?.

Fui a descansar; siguiendo al modelo de
Nora. ¿Cúanto hacía que no dormía?.
-La noche alrededor de los pronósticos; la conversación en la
cocina junto a la cocoa; la presentación que me puse a
escribir-… Había pasado la noche despierto y
todavía seguía. Tenía que parar; me
acosté sin perturbar a Nora; que no supe de aquello que
estaría tejiendo en su rincón. Dormí una
horita. Les cuento ahora; que nuevamente retomo la
historia…

Entró a parecerme arbitrario, irrazonable y
fastidioso; todo este pronóstico desvelado. Nora ya se
había levantado y me le quejé. Hasta tomé la
anilla de cobre y
fingí estar por tirarla lejos. Argumenté un enojo
ridículo; quería desbaratar tanta previsión;
que me parecía hasta insultante. Nora me detuvo con tanta
seguridad… Se
echó atrás en la silla y afirmó las manos
apoyadas en la mesa. Insistió en que así van a
suceder las cosas. Yo le repetía a Nora que todo el
augurio carecía de lógica

Fui sumando, uno detrás del otro, más
argumentos, diciendo que: para todo lugar en el espacio, los
demás lugares siguen manteniendo las mismas relaciones con
ese lugar primero. Y que no podría trasladarse todo un
barrio, sin alterar a todo el planeta, a todas las
historias.

Ella me contesta, que en lo pronosticado, no
necesariamente iba yo a encontrar siempre lógica. Que en
la vida hay un antes y un después. Que los términos
de las proposiciones mudan, se transforman, que devienen en el
tiempo de las cosas vivas. Que la relación de las cosas
vivas entre sí cambia; y cambia la historia… Y me daba
otras explicaciones que me aclararon mucho más. En el
próximo corte se las presento.

En realidad, mucho más al Norte de lo que yo
creía estar. Todos los datos en los que creí
largamente, falsos. Aliso el equipo recauchutado celeste tirando
del borde de la campera. La Cantante y el Mozo están
mirándome, compartiendo mi silencio. En mi interior, la
prisa continúa; el corazón
que se agita; me veo obligado a seguir corriendo. Quizá
la meta siga
fugitiva. Quizá se trastoquen mis pasos; y vuelva
atrás cuando piense estar avanzando.

"Yo me voy", dice el Mozo. Lo despido entrecortadamente;
le tartamudeo un hasta luego y sale. La Cantante me trae a beber
Agua "De la Cañada". Los dos vamos hasta la puerta. Mi
Amiga me besa. Voy a echar a correr; la prisa nuevamente. Siento
que no alcanzaré a llegar a tiempo. Aunque no tenga en
claro nada de adonde llegaré; igualmente siento que no
podré llegar a tiempo.

Voy corriendo al lado de unas vías. Del otro lado
de la alambrada, va un tren en mi misma dirección. Para
cumplir con mi tiempo, tendría que correr muchísimo
más rápido; imposible; o subir al tren que ya se
está deteniendo en una estación cerca. Me apuro;
alcanzo al tren, entro en los coches. Puedo relajarme un poco,
sentado; pero nada más que por dos estaciones. Porque el
tren se aparta de mi encaminamiento. Deberé bajar del
tren; continuar con mi carrera por las calles
suburbanas.

Tras mi corto viaje, retomo la carrera por otro barrio,
en otras calles de otro barrio suburbano. Voy saltando por encima
de las esquinas encharcadas, en esa Zona calma, con chalés
medianamente ricos. Casi toda la gente del barrio parece estar
escondida, durmiendo quizá, en esa primera hora de la
tarde propicia a la siesta. Pocas personas en la calle: alguno
que está ocupado en composturas de un automóvil,
atiende observante a mi paso por ahí corriendo.

Ahora aquella prisa, la urgencia por sincronizarme con
un ritmo al que sentía alejarse, aquella urgencia por
encontrarme en un ‘sistema’, habrá
desaparecido. En cambio, una plenitud se me está
instalando. Se me aparece una sensación de robustez, de
potencia propia,
como si pudiese andar en triunfo, sin esforzarme ni perseguir
nada ya. Tranquilamente dejo de correr; empiezo a caminar por las
calles acotadas de esta parte de la ciudad adonde alcanzo a
llegar, Zona antes desconocida para mi.

Donde ando no será una zona antigua, pero las
calles estrechas, las casas y los edificios con placas de piedras
y mármol en los frentes, la sombra de las calles angostas
–también por los pocos árboles distribuidos
ralamente por donde camino-, se habrá sumado todo ello
como para inducirme un estado, una sensación de calma
antigua, una serenidad atemporal que acaba de ajustarse con mi
sentir de haber llegado a un término. Con mi calma
así acrecida, llego a una Zona de iglesias, donde mi
interpretación termina de asentarse
realizada, igual que una hoja tierna de álamo que cae
fresca sobre una superficie de cristal.

Me sobreviene un encuentro en esa tarde apaciguada. En
una esquina una muchacha, anterior Socia mía,
compañera en un trabajo cuando hacíamos dulces
artesanales. Ella está quieta, esperándome, con sus
cabellos largos. Al ver que me acerco se pone a caminar conmigo
en callado reconocimiento; se asocia a mis pasos. Con solicitud y
atención profunda los dos, entrecruzamos los brazos, nos
tomamos las manos. Seguiremos andando; nos hablamos sin
molestarnos, en cortas frases, que nos implican para algo: algo
que estamos haciendo y algo con lo cual tenemos que
cumplir.

Con el objetivo de
retomar las aclaraciones de Nora; fue que me dijo y lo comparto;
cuando yo estuve en gestos de arrojar a la gran siete la pulsera
Amilamia, cuando yo maldecía contra todo el asunto, con el
cual me parecía que perdíamos, que era
inútil, irrevocable pérdida de tiempo. Me dijo
Nora, que la información de integridad se me
produciría, ya en la vigilia ó en mis
sueños, como también en otros estados
auto-inducidos que ella sabe yo puedo lograr. Ya estaba
discerniendo yo. pero seguía algo molesto con mis
preguntas, quería que me dijese a cuenta de qué
tantas seguridades en que las cosas sucederían; si todo
quizá podría pensarse solamente como deseos
oníricos. De buen talante mutuo; ella continuó
explicándome:

"Cuando dormimos y soñamos, podemos procesar la
información que hemos recibido a lo largo del día.
Aunque las fronteras no son tan claras entre los datos de la
vigilia y la nueva información que se nos presenta al
dormir con sueños. Porque los cambios en nuestro interior
predisponen cosas por pasar. Las diferencias que surgen de
soñar o no, permiten o no que algunas cosas nos sucedan al
estar despiertos. A vos se te dio el caso de escuchar voces en
sueños, voces que te dijeron cosas que después se
cumplirían"…

Por cierto que yo entendí a donde apuntaba Nora
con su explicación. Mi respuesta, estando despierto, a
ciertos sucesos, había cambiado por el hecho de haber
soñado previamente, con algo de esos sucesos. Entonces los
sueños, pudieran cambiar cambiar cosas en la vida
despiertos, en nuestra vida de relaciones. De momento yo
había calmado mi sublevación irritada de insomne,
atemperándome en mi diálogo
con Nora, que continuaba entretejiendo su diálogo; para
que llegáramos a una conclusión, si bien
relativizada por lo que desconocemos, por todo lo que
seguirá pasando dentro de la lógica y de la vida,
conclusión tanto y tanto fuera de nuestro relativo
alcance.

…"Si el soñar previamente con sucesos, cambia a
la realidad de esos sucesos; luego conocer previamente a los
sueños preanunciantes, abre un espacio más para
enfrentar al sino del destino sin desmedros; con mayor libertad,
mayor calidad".

Así fue como fui entendiendo, que al conocer esa
Zona incierta que Nora me propone –zona de interfases entre
lo percibido sensiblemente, lo pre-soñado y lo
soñado-, me otorga vías ese conocer, para mayores
aptitudes cuando llegue el momento social, el momento del
"destino", que entonces podría hacerse más
mejor.

Porque algo de todo esto quedaba discernido, continuamos
de esta manera, con el preanuncio de lo que pasará y se
soñará; yo mucho más claro y tranquilo con
Nora, en la seguridad al final de conseguir más espacio,
conocer más el tiempo de lo posible a venir. Puedo seguir
ahora contándoles de esa Zona de transparencias por donde
iríamos yendo con mi anterior Socia.

Habremos andado varias horas, con la serenidad de haber
cumplido, de estar en el camino a cumplir, y no siempre
caminando: con una tarea, una misión,
una concreción que habría quedado pendiente con mi
Socia y conmigo; además de cumplir con la justa puesta
nuestra dentro del tejido de todos. Cuando empezamos a
desprendernos de eso igual a un largo abrazo, ya estaremos en la
Zona de Los Altos. Y llegaré a mi seguridad de haber
arribado, alrededor del refugio en las barrancas. Alguna vez yo
tenía que darme a mi mismo alcance; es cuando desembocamos
andando donde está el Parque, el Paseo de los
pequeños senderos, que nos llevarán hasta donde se
arma, un escenario al aire libre.

Me indica mi Socia para que vea yo lo que hacen, al
preparar el escenario para una función.
Ponen plantas de maceta dentro de un balcón de
utilería. Sí que lo veo. La gente que hace esto no
refleja nuestros tiempos, le comento, tan bucólicos que se
los ve. Y que es cierto, la Socia me contraindica: Que aflojemos
ya después; porque eso era antes, que ella está ya
maridada; que es el último encuentro, éste, el
último que nos podremos dar. "Otros tiempos habían
sido los nuestros", me dice que así eran de pausados y
bucólicos, como el que muestran los utileros en el
escenario; "podíamos contemplarnos vivir". Pero ella
ahora, alega entonadamente, no quiere darle más disgustos
a quien la favorece, su marido. Que su existir y su entorno son
maduros, gracias a la relación con su marido –ya es
protesta la de ella en nuestro deambular-. Y la tarde se
está cerrando, la escena continúa. Sin un cierre
cabal conmigo mismo, sin querer ponerme a discutir impropiamente;
habré de buscar mi refugio: atravesar el Parque y tres
cuadras más arriba, eso pienso.

Sigue con sus palabras mi Socia; porque recordó
de con quien vive, me dice; al encontrarnos con el montaje del
escenario, ahí en el Parque. "Es como si lo viera a
él", agrega. "Porque él hace y organiza estas
cosas; es Director de Escenas, monta Programas de Ensayo General,
organiza una Estética, y la hace jugar para mantenerla
oculta hasta la siguiente amplificación que dirija". Mi
Socia está exultante y lejana al contarme de quien ya me
doy cuenta es el Director del Programa con el que me
enganché, allá en los médanos. Entonces
querré saber como articular mejor; quizá poder
decirle al Director, que estuve interesando al Doctor Al Godhir,
para incluir al Programa en el Hospital. La inquietud me hace
decirle a mi Socia que cruzemos. Ya no tendremos avances; pero el
planeamiento
estético lo tenemos en común, le detallo. Y hay un
Bar enfrente del Parque; ya es de noche; que vayamos.

Hay desazón con una duda que se va transformando
en tenazas de angustia. Algo pasa. Alguien nos viene siguiendo.
Un tipo viene murmurando detrás de nosotros. Es una cuadra
en que cosas incomprensibles, como amenazas sordas, nos
irán siguiendo. La presencia del tipo es bastante cercana;
es como una amenaza a nuestras vidas. Tendré una
reacción como alérgica; me abandonará todo
ánimo, toda posibilidad de pensar. Creeré que no
será bueno contestar. Creeré que es una
provocación, para que la aprensión me desborde y
entonces yo reaccione agresivamente; y mi reacción de
alerta y rechazo haría que el odio de ese sujeto pueda
volcarse y atacarnos. No podrá surgir la
confrontación; debo cuidar a la Socia, que parece no darse
cuenta del peligro. Para peor, en esta corta cuadra me
volverá el dolor en la boca del estómago, el mareo.
Hago que nos detengamos enfrente al Bar iluminado; y al darme
vuelta, mi Socia queda a mi espalda. El tipo pasa de largo
mirándome de rabillo un poco, con ojos pequeños,
achicados en un brillo de odio perverso y maniaco. Nos quedamos
quietos. El sujeto dobla la esquina. Yo tengo otra vez el
terrible malestar y el desencaje, el dolor. Me acuerdo del
Hospital. Llamaría al médico Al Godhir. Bien me
podría orientar el doctor, darme una respuesta para
recuperarme.

En el Bar me conocen; estamos cerca de mi vivienda.
Puedo, ya sentado y a pesar de mi descompostura, dar curso normal
a un pedido para nuestra mesa. Una picadita y unos vinos rojos,
buenos para mi estómago; y para llamar a la
suerte.

Tanta suerte en ese Bar cuando yo me reanimo. La socia
se ha decidido a conversar junto conmigo. Efectivamente, no se ha
dado cuenta de nada. Me está contando de una
publicación del marido en un importante diario de la
Ciudad Grande. En la nota, él cimenta su programa, y lo
demuele al mismo tiempo, me dice la socia. Según entiendo;
él asegura que toda creación es en sí un
intento fallido, un fracaso, que ya al nacer está
quebrado; y que lo único posible de hacer por un artista,
es restaurar su trabajo provisoriamente –eso es
presentarlo-, como si le suministrase un recurso
ortopédico, hasta la próxima fractura del concepto, de su
objeto, y de la Idea, la que pide disculpas siempre. Porque de
verdad toda producción, asume la socia el dicho muy
convencida, nos está diciendo no. Que no es la obra
lo importante; No; sino aquello que pueda haber desde la Idea,
entre quien la hizo y quien la percibe.

–¿Toda obra una negación y una
disculpa?–, la interrogo porque quiero nombrar lo que
interpreto.

–Algo así; todo arte cierto lleva
el mensaje del No y la disculpa-, asiente mi socia. –"Vea;
esto no es lo que usted cree. Y disculpe"-, me dramatiza…
–"Se nos ha escapado lo que queríamos
decirle"…—

Las tachuelas de nuestra conversación,
habrían afirmado un tejido superador para nuestras
realidades. Pero yo no debo olvidar que las descomposturas me
pueden volver a atacar. Tenía que llamar al Hospital y voy
a hacerlo. Le diré a mi Socia:

–Discúlpame ahora un momentito; debo hacer una
llamada de Salud–.

Con acuerdo voy hasta el mostrador, y obtengo el aparato
prestado; me conocen como vecino. Consigo comunicarme con la
receptoría del Hospital.

Si entrasen ustedes en la Zona de transparencias con mi
Socia, en la fase adonde estos anticipos se efectúan,
podríamos lograr nuevas ligazones, y también nuevos
objetos con que ligarse ustedes, despiertos o no. Asimismo
ustedes necesariamente surgirán con profecías y
orientaciones entresoñadas, voces que oirán cuando
estén por despertarse, por ejemplo en una larga noche sin
haber soñado, con visitas que entrarán en sus casas
para siempre, apretones de manos, caricias silenciosas de
personas desconocidas. Todas estas últimas cosas que
firmemente irán a sucederles. Inopinadas apariciones
dentro de un área que ya se ha creado aquí, ahora,
en una nueva ciudad programada. Es a la vez una comarca del
destino y un cruce de voluntades y de realidades que buscan su
alma. Ustedes
irán usando estas cosas, para alivianar el paso de quienes
andan aferrados a sus cabezas, a sus suelas pringosas; y
necesitan, necesitan insuflarse el órden cristalino de una
cementación cósmica, así de
científica.

Yo insistiré, tomaré el riesgo así
de que se me acuse de discurrir, pero renovaré mi creencia
en la calidad aglutinante del vaticinio que redacto; fruto del
sacrificio, las experiencias trascendentes, y la
dedicación de Nora para el conocimiento.
Nora que sigue durmiendo, que habla durmiendo, algunas cosas dice
en sueños. Se me ocurre que para hacer más completo
y eficaz este registro, bien podría ir anotando lo que
ella dice dormida. Son cosas que ella no retiene como propias,
aunque sí dichas por ella; de las que no se acuerda al
despertar. Intentaré registrar algunas de las palabras que
Nora dice dormida, las sentencias breves que yo recuerde; y
otras, que le escucharé en esos momentos, cuando ella,
como de costumbre, se incorpore a medias en su sueño, y
profiera voces, en una especie de paroxismo. Coincidirán
conmigo en que sin duda es una chica muy especial.

Partes: 1, 2, 3
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