En los últimos cuatro lustros han ocurrido
importantes acontecimientos históricos y grandes
transformaciones económicas, políticas,
sociales y culturales que han tenido un reflejo en todas las
estructuras
socioculturales, por supuesto, en las ciencias, en
particular, las sociales. La imposición del neoliberalismo
en el área latinoamericana y el desarrollo
científico- técnico y tecnológico
planteó sus nuevas exigencias a las teorías
sociales.
Como consecuencia de hechos tan singulares como la
disolución de la URSS y la desaparición de las
democracias populares, se produjo en gran desaliento sobre todo
en los países del Tercer Mundo que mantenían la
esperanza de una sociedad
más justa.
Las ciencias
sociales se refugiaron en un gran escepticismo, subjetivismo
y existencialismo, dando paso a la discusión
entre la postmodernidad
y la modernidad con
sus diferentes acepciones. Una de ellas- la más agresiva-
es la que considera a la modernidad como una época acabada
y da paso a la postmodernidad, que considera en primer
término a los grandes sistemas
filosóficos- metarrelatos- en crisis,
reivindicando la "diversidad", el pluralismo indiferenciado de
ideas, es decir, volver a los fragmentos, la dispersión,
al eclecticismo ideológico. El metarrelato es sustituido
por el llamado "diálogo
agónico".
En la actualidad, las consecuencias de todo este
panorama se constatan en: la arremetida de los Estados Unidos
por penetrar en América
Latina, la descomposición de las sociedades
latinoamericanas como resultado de la política neoliberal
asumida, la ingobernabilidad de la sociedad civil y
el aumento desmedido de la violencia.
En este panorama, la Universidad, como
institución social, ha estado
sometida también a diversas tendencias y políticas
que caracterizan el último cuarto del siglo XIX, y
también, para ello la época ha devenido crisis por
lo que ha sido objeto de serios cuestionamientos. El debate
contemporáneo sobre la Educación
Superior es más complejo que el que vivió en
décadas pasadas y, como dijera Rollin Kent en 1996, en la
Conferencia
Regional sobre políticas y estrategias para
la transformación de la Educación Superior
en América
Latina (celebrada en La Habana, 1996) "…ahora encontramos
una Universidad que critica a la Universidad, una Universidad que
debe rendir cuentas frente a
públicos externos, y un sistema de
educación
superior donde actores tradicionalmente excluidos (bajo el
concepto de
autonomías) ahora son copartícipes o hasta
protagonistas del cambio"
¿Qué papel corresponde entonces a la
Universidad en el presente milenio en que la humanidad ha entrado
en un proceso
acelerado de cambios manifestados en todas las esferas del
quehacer político, económico, social,
científico y cultural?
El diseño
de estrategias futuras deberá descansar en alternativas de
desarrollo
humano sostenible basadas en la equidad, la
justicia, la
libertad y
el amor como
ingredientes de una verdadera cultura de
paz. Pero, ¿están en condiciones los países
del orbe para enfrentar los nuevos desafíos con el legado
angustioso que nos dejó el siglo y milenio anterior, sobre
todo a los países del llamado Tercer Mundo? Para
América Latina y el Caribe, cada vez más pobre y
marginal, con excepción de las minorías
privilegiadas, y, sin embargo, sumamente rica en recursos
naturales, ¿será posible el cambio y la
transformación cuando la riqueza de las naciones se
ciñe más al conocimiento y
la información?
Creo que el desempeño futuro de las Universidades,
invertidas al imperativo de la
globalización, dependerá de la
reformación de sus estrategias y alternativas para
poder
enfrentar la necesidad de su inserción en la vida
económica, política, cultural y social de nuestros
pueblos.
En Cuba, como en
toda América Latina, nuestra Universidad heredó de
la colonia y del período pseudorrepublicano, los rasgos
que identifican este tipo de enseñanza, basada en la
burocratización de la misma, con la reducción de su
matrícula, representante de las clases dominantes, al
permanecer invariables las estructuras fundamentales de la
sociedad, perdurando su condición elitista hasta el
intento revolucionario de Mella y Villena al fundar la
Universidad Popular "José Martí"
y más tarde, con el advenimiento del proceso
revolucionario llevado a cabo a partir de 1959, expresado en la
Reforma universitaria de 1962, lo que marcó una diferencia
sustantiva con respecto al resto de los países del
área, propiciado además por el impacto del nuevo
orden social y del proceso democrático y radical llevado a
cabo por el Estado
Revolucionario.
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