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La teología de la relatividad (página 2)




Enviado por Felix Larocca



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Einstein

(1879-1955) Científico estadounidense de origen
alemán. Está considerado generalmente como el
físico más importante del siglo XX, y por muchos
físicos como el mayor científico de todos los que
han existido, con la excepción, tal vez, de Galileo o
Newton.

Albert Einstein, nació de padres judíos
en la ciudad germana de Ulm el 14 de marzo de 1879. A la edad de
17 años hizo su ingreso en el Politécnico de
Zürich, donde estudió durante tres años hasta
obtener el diploma de pedagogo. En 1898 ocuparía un
modesto cargo en la oficina de
patentes de Berna, la capital
suiza.

En 1905 publicó en Annalen der Physik tres
importantes artículos, entre las cuales estaba Zur
Elektrodinamik Bewegter Körper
(Sobre la
electrodinámica
de los cuerpos en movimiento),
donde se formulaban con toda claridad los principios de la
joven y, hasta entonces desconocida, Teoría Especial de
la Relatividad
.

La teoría

La teoría
de la relatividad, desarrollada fundamentalmente por Einstein,
procuraba originalmente explicar ciertas anomalías en el
concepto de
movimiento
relativo, pero en su evolución se ha convertido en una de las
doctrinas más importantes en las ciencias
físicas, yaciendo la base para que los físicos
demostraran la unidad esencial de la materia y la
energía, el espacio y el tiempo, y la
equivalencia entre las fuerzas de la gravitación y los
efectos de la aceleración de un sistema.

La teoría de la relatividad, tal como la
interpretó Einstein, tuvo dos formulaciones diferentes. La
primera es la que corresponde a dos trabajos publicados en 1906
en los Annalen der Physik. Ésta es conocida como la
Teoría de la Relatividad Especial y se ocupa de
sistemas que se
mueven uno respecto del otro con velocidad
constante. La segunda, llamada Teoría de la Relatividad
General
(así se titula la obra de 1916 en que la
formuló), se ocupa de sistemas que se mueven a velocidad
variable.

Teoría de la relatividad
especial

Los postulados de la relatividad especial son dos: El
primero afirma que todo movimiento es relativo a cualquier otra
cosa, y por lo tanto el éter, que se había
considerado durante todo el siglo XIX como medio propagador de la
luz y como la
única entidad definitivamente firme del Universo, con
movimiento absoluto y no determinable, quedaba fuera de
ámbito en la física, que no
necesitaba de un concepto parecido porque no podía
establecerse por medio de ningún experimento.

El segundo postulado afirma que la velocidad de la luz
es siempre constante con respecto a cualquier observador. De sus
premisas teóricas Einstein obtuvo una serie de ecuaciones que
tuvieron consecuencias importantes e incluso algunas
desconcertantes, como fuera el inesperado aumento de la masa con
el incremento de la velocidad. Uno de sus resultados más
trascendentes fue la equivalencia entre masa y energía,
según la conocida fórmula E=mc², en la que
c es la velocidad de la luz y E representa la
energía obtenible por un cuerpo de masa m cuando
toda su masa sea convertida en energía.

Dicha equivalencia entre masa y energía fue
demostrada concretamente en el año 1932, y dio lugar a
impresionantes aplicaciones precisas en el campo de la
física (tanto la fisión nuclear como la fusión
termonuclear son procesos en
los que una parte de la masa de los átomos se transforma
en energía). Los aceleradores de partículas donde
se obtiene un incremento de masa son un ejemplo experimental
clarísimo de la teoría de la relatividad
especial.

La teoría también establece que en un
sistema en movimiento con respecto a un observador se verifica
una dilatación del tiempo; esto se ilustra claramente con
la famosa paradoja de los gemelos: "imaginemos a dos gemelos de
veinte años, y que uno permaneciera en la Tierra y el
otro partiera en una astronave, tan veloz como la luz, hacia una
meta distante treinta años luz de la Tierra. Al
retorno de la astronave, para el gemelo que se quedó en la
Tierra habrían pasado sesenta años; en cambio, para
el otro sólo unos pocos días".

Teoría de la relatividad
general

La teoría de la relatividad general se refiere al
caso de movimientos que se producen con velocidad variable y
tiene como postulado fundamental el principio de equivalencia,
según el cual los efectos producidos por un campo
gravitacional equivalen a los producidos por el movimiento
acelerado.

La revolucionaria hipótesis adoptada por Einstein fue
provocada por el hecho de que la teoría de la relatividad
especial, basada en el principio de la constancia de la velocidad
de la luz sea cual sea el movimiento del sistema de referencia en
el que se mide, no concuerda con la teoría de la
gravitación newtoniana: si la fuerza con que
dos cuerpos se atraen depende de la distancia entre ellos, al
moverse uno tendría que cambiar al instante la fuerza
sentida por el otro, es decir, la interacción tendría una velocidad de
propagación infinita, violando la teoría especial
de la relatividad que señala que nada puede superar la
velocidad de la luz.

Tras varios intentos fallidos de acomodar la
interacción gravitatoria con la relatividad, Einstein
sugirió que la gravedad no es una fuerza como las otras,
sino que es una consecuencia de que el espacio-tiempo se
encuentra deformado por la presencia de masa (o energía,
que es lo mismo). Entonces, cuerpos como la tierra, no se mueven
en órbitas cerradas porque haya una fuerza llamada
gravedad, sino que se mueven en lo más parecido a una
línea recta, pero en un espacio-tiempo que se encuentra
deformado por la presencia del sol.

Los cálculos de la relatividad general se
realizan en un espacio-tiempo de cuatro dimensiones, tres
espaciales y una temporal, adoptado ya en la teoría de la
relatividad, restringida al tener que abandonar el concepto de
simultaneidad.

Con esta teoría se obtienen órbitas
planetarias muy similares a las que se obtienen con la mecánica de Newton. Uno de los puntos de
discrepancia entre ambas, la anormalmente alargada órbita
del planeta Mercurio, que presenta un efecto de rotación
del eje mayor de la elipse (aproximadamente un grado cada diez
mil años) observado experimentalmente algunos años
antes de enunciarse la teoría de la relatividad, y no
explicado con las leyes de
Newton, sirvió de confirmación experimental de
la teoría de Einstein.

Un efecto que corroboró tempranamente la
teoría de la relatividad general es la deflexión
que sufren los rayos de luz en presencia de campos gravitatorios.
Los rayos luminosos, al pasar de una región de un campo
gravitatorio a otra, deberían sufrir un desplazamiento en
su longitud de onda (el Desplazamiento al Rojo de
Einstein
), lo que fue comprobado midiendo el desplazamiento
aparente de una estrella, con respecto a un grupo de
estrellas tomadas como referencia, cuando los rayos luminosos
provenientes de ella rozaban el
sol.

La verificación se llevó a cabo en 1962,
aprovechando un eclipse total de sol (para evitar el
deslumbramiento del observador por los rayos de luz, en el
momento de ser alcanzados por la estrella); la estrella fue
fotografiada dos veces, una en ausencia y otra en presencia del
eclipse. Así, midiendo el desplazamiento aparente de la
estrella respecto al de la estrella de referencia, se
obtenía el ángulo de desviación que
resultó ser muy cercano a lo que Einstein había
previsto.

El concepto de tiempo resultó profundamente
afectado por la relatividad general. Un sorprendente resultado de
esta teoría es que el tiempo debe transcurrir más
lentamente cuanto más fuerte sea el campo gravitatorio en
el que se mida. Esta predicción también fue
confirmada por la experiencia en 1962. De hecho, muchos de los
modernos sistemas de navegación por satélite tienen
en cuenta este efecto, que de otro modo darían errores en
el cálculo
de la posición de un objeto por cientos de
kilómetros.

Otra sorprendente deducción de la teoría de Einstein
es el fenómeno de colapso gravitacional que da origen a la
creación de los agujeros negros. Dado que el potencial
gravitatorio es no lineal, al llegar a ser del orden del cuadrado
de la velocidad de la luz puede crecer indefinidamente,
apareciendo una singularidad en las soluciones. El
estudio de los agujeros negros se ha convertido en pocos
años en una de las áreas de estudio de mayor
actividad en el campo de la cosmología.

Precisamente a raíz de la relatividad general,
los modelos
cosmológicos del universo experimentaron una
transformación drástica. La cosmología
relativista concibe un universo ilimitado, carente de límites o
barreras, pero finito, según la cual el espacio es curvo
en el sentido de que las masas gravitacionales determinan en su
proximidad la curvatura de los rayos luminosos. Sin embargo
Friedmann, en 1922, concibió un modelo que
representaba a un universo en expansión, que no
obedecía a las ecuaciones relativistas de Einstein. Con
todo, la mayor revolución
de pensamiento
que la teoría de la relatividad general provoca es el
abandono de espacio y tiempo como variables
independientes de la materia, lo que resulta sumamente
extraño y en apariencia contrario a la experiencia. Antes
de esta teoría se tenía la imagen de espacio
y tiempo, independientes entre sí y con existencia previa
a la del Universo, idea tomada de Descartes en
filosofía y de Newton en mecánica.

Mal estudiante

Pero, en el comienzo de su vida académica,
Einstein experimentó problemas
serios que le costarían que se lo considerara un
niño con dificultades del aprendizaje. Como
consta en el reporte escolar que sigue.

 
Mal estudiante. Aunque con el tiempo llegaría a
ser catedrático universitario, genio de la
física y una de las figuras fundamentales del
extraordinario progreso científico del siglo XX,
el pequeño Einstein no fue un talento precoz, sino
más bien lo contrario: un chico tímido de
lento desarrollo intelectual. Sus notas no eran
precisamente brillantes, como podemos observar en este
diploma expedido por la Escuela Cantonal de Aargau (Suiza), donde
cursó sus primeros estudios.

Nuestro interés
personal en la
cosmogonía

Motivados por las enseñanzas de Galileo, de
Newton y de Copérnico, seguidas por las Einstein y otros
muchos. Decidimos levantar tienda en la cercanía del SFI
(Santa Fe Institute) en Nueva México
donde nos embarcáramos, hace unos años, en una
jornada exploratoria de los hallazgos y de las formulaciones
determinadas por los científicos célebres del
Los Alamos National Laboratory (donde se
desarrollara la primera bomba atómica) y estudiar (con
conocimiento
limitado) lo que ellos nos expusieran acerca del Universo, sus
orígenes y el estado
actual de la exploración por vida inteligente en otras
galaxias.

Nuestras conclusiones han sido, a veces, artificiosas y,
a menudo, incomprensibles.

La religión y la
ciencia

Ambas actividades, como tendencias, son inmanentes a
nuestra especie. El ser humano es un ser inclinado a la
exploración y a la búsqueda de conocimiento. El ser
humano indaga encontrar solución a los misterios
inexorables de su existencia. Ambas predisposiciones, la
científica y la religiosa, forman una unidad de
correspondencia e interdependencias enormes. Ambas, en muchos
casos, compiten por ser la base única de nuestras
creencias y, ambas, atraen defensores ardientes que se proclaman
a sí mismos los depositarios absolutos de toda la
verdad.

Todo quedaría en su lugar si aceptáramos
el dictamen de Galileo de que: "La ciencia se
ocupa de esclarecer la esencia de los cielos y la religión
de su significado espiritual".

Galileo frente a la
Inquisición

Pero no es así. Cuando el sacerdote belga Georges
Lemaître (1894-1966) propuso la creación del
universo aplicando la Teoría del Big Bang en 1927,
llamando, poéticamente, el instante siguiendo la presunta
explosión cósmica: "el día sin un ayer", sus
esfuerzos serían ignorados hasta que las
coincidencias entraran en el escenario y,
accidentalmente, astrónomos ingenuos, descubrieran
la presencia cósmica de interferencia de microondas que
aparecían en el espacio sideral, por doquiera. Pero, todo
tuvo que esperar hasta que el astrofísico Arno Penzias
demostrara que las microondas misteriosas eran residuos del
Big Bang, lo que le mereció un premio
Nóbel.

El Big Bang, como concepto, hoy se acepta a pesar
de la mofa del creador del término, el científico
Sir Fred Hoyle, que le diera ese nombre como burla, ya que dudaba
con vehemencia las teorías
de Lemaître.

Los hallazgos
extraordinarios de la física y de su hermanastra la
astrofísica

Cuando nos reuníamos en SFI, uno de los
líderes, ubicuo en toda actividad científica era el
incomparable y tenaz, Nóbel laureado Murray Gell-Mann,
descubridor de la micro-partícula que él llamara
"quark", por la expresión usada por un carácter ficticio del genio literario
irlandés, James Joyce.

Los quarks son las partículas de materia
más pequeñas que, hasta ahora, sabemos que
existen.

Lo extraño es que nadie las ha visto y que
sólo conocemos de su presencia por los beneficios que nos
confieren cuando inferimos sus actividades en las calculaciones
que se emplean para los viajes
interplanetarios o para estudiar otros elementos igualmente
desconcertantes.

Sabemos que existen, pero no podemos
verlas
… en esa misma premisa se fundan las religiones.

Los quarks se dividen en una variedad de
jerarquías que incluyen "sabores" y
"posiciones".

Pero hay más cosas extraordinarias e
inconcebibles que ocupan la ciencia
física moderna.

Más extraño aún que los
quarks es la existencia de la materia y la anti-materia
cuyos efectos son tan poderosos, que cuando ambas chocan, la
explosión resultante se mide en los miles de millones de
bombas
atómicas. La materia y la anti-materia fueron la causa del
Big Bang, ahora se entiende.

Tenemos asimismo el comportamiento
de partículas que, de acuerdo al Principio de la
Incertidumbre de Heisenberg, si se establece su posición
no puede medirse su velocidad y si se establece su velocidad, la
posición no puede fijarse.

Tenemos la Teoría del Entrelazo, en la que se
postula que dos partículas a distancias enormes y talvez
inconmensurables, se comportan de modo idéntico si algo
las afecta, no importando la distancia que las separa y el hecho
de que no existan interconexiones entre ellas — como si
poseyeran alguna forma de telepatía energética —
el término que se usa para definir este fenómeno,
es "tele portando".

Teoría, ésta que hoy se acepta, a pesar de
que el mismo Einstein era escéptico acerca de la
misma.

Y hay muchas otras. Y otras nuevas aparecen cada
día que pasa — como ahora se llama a la más
reciente, "String Theory".

Ahora, veamos algo que a muchos sorprendiera.

El gen de
Dios (VMAT2)

Los científicos se han avivado recientemente,
percatándose de que existe un mercado robusto
para libros que
lleven el nombre de Dios en el título — particularmente
si el libro fue
escrito por un científico, considerado siempre un ateo
presunto.

Dean Hamer, famoso por sus hallazgos en el campo de la
genética
y, especialmente, por haber localizado el gen de la homosexualidad
masculina, del que habláramos en otra publicación.
Nos sorprende de nuevo, cuando nos informa que su grupo ha
localizado el gen de Dios (VMAT2).

Hamer conjetura que la ética, la
moralidad y la
creencia en un orden súper-natural son tan ubicuos y tan
entrelazados con la naturaleza
humana que debe de haber una razón adaptante y
evolutiva para su presencia, que requiere que éste
esté representado en nuestro componente genético o
genoma. En estas premisas Hamer basó su creencia,
justificando su exploración para localizar el gen
mencionado.

Hamer cree haberlo encontrado en, el no muy
poéticamente, llamado, gen VMAT2. Sin embargo, sus
críticos disputan sus aserciones.

Lo que entendemos, de lo que Hamer nos dice, es que lo
que se conoce como el gen de Dios, esencialmente no es un
concepto válido. No lo es, porque no nos explica ni a
Dios, como esencia o creencia innata, ni otras actividades
humanas como son el altruismo suicida, la abnegación
materna, o la lealtad entre seres humanos — y, por supuesto,
falla en explicar el ateísmo y sus, necesarias,
consecuencias genéticas.

En otras palabras, hasta que algo más concluyente
se descubra, la ciencia no nos ha dado el mapa donde encontrar el
famoso gen de Dios. Como tampoco ha localizado el gen del
amor materno,
ni el de la honestidad, ni el
del habla, ni el de la música ni el del
pensamiento…

En ese sentido nos encontramos en el embrollo
clásico de que, frecuentemente la ciencia, como algunas
religiones,
nos promete mucho, pero, a menudo, no nos cumple.

La
teología de la relatividad

Inicialmente, yo pude darle un nombre distinto a este
ensayo de
naturaleza
tanto filosófica como ética. Pude llamarlo,
La Teoría de la
Reciprocidad, y puede que así termine
llamándolo. Pero por ahora, y hasta que me canse de
releerlo, así quedará.

Pero, ¿Por qué escribí este ensayo
en medio de la Semana Santa del año 2005?

Lo hice, porque prefiero pasar los días que
conmemoran la Vida de Cristo, el Mesías, pensando y
meditando, en vez de en medio del bullicio de las tradiciones
paganas que se usan para consagrar la memoria la
Pasión del Mesías del Nuevo Testamento.

Asimismo lo hice, porque, en mi manera de creer, una
admisión sobria y parsimoniosa, de que Dios no quiere que
conozcamos sus misterios directamente, es necesaria para
religiosos y científicos por igual. De que Sus modos de
actuar están muy por encima de nuestras limitaciones
humanas, de que siempre pondrá obstáculos
indescifrables en el derrotero de una cosmogonía rebelde.
Una cosmogonía que lo desee reemplazar con el uso
frío de la razón. Como también creo con
firmeza, que Dios, nunca nos dejará saber todos
sus secretos.

En ese Dios yo creo, como también creo en sus
manifestaciones indirectas por medio de las coincidencias, de las
simetrías, las reciprocidades y de Sus intervenciones
sorprendentes, cuando guía nuestros destinos en
direcciones ignotas.

Durante la celebración de la Pascua de Natividad,
los cristianos se desbordan en las riberas henchidas de los
ríos del placer y se atosigan con comidas y bebidas
tóxicas y empalagosas, en vez de disfrutar de la
compañía efímera de seres que, dicen, serles
queridos.

En Semana Santa, se desplazan en masa a todos los
resortes distantes donde se disfruta de lo
epicúreo, se adora lo pagano y se da rienda suelta a las
indulgencias y los placeres de la carne.

Es durante Semana Santa cuando los hijos de la
cristiandad van a los distintos lugares de su preferencia a
encontrar al Cristo Redentor, de quien hablamos en otra de las
muchas ponencias que durante este período
completara.

Para mí, o mejor, para nosotros, Semana
Santa es el tiempo en que reflexionamos sobre la existencia de
verdades eternas, la finalidad y el propósito de la vida,
la capacidad limitada de entendimiento del que gozamos y de
cómo darle uso al mismo para el beneficio de los
demás, tanto como para el propio.

Como servidores de
otros que somos, como doctos en las ciencias médicas, la
Semana Santa nos sirve para reafirmar nuestros votos de servir al
prójimo y para refinar nuestros conocimientos en la fuente
inagotable que nuestros libros y que nuestros pacientes,
generosamente, nos ofrecen.

La Semana Santa, como las Pascuas de Natividad, asimismo
nos ofrece una oportunidad renovada de escuchar las tantas
composiciones de música sacra, que fueron concertadas por
tantos músicos incomparables cuyas creaciones
sincrónicas, siguieran el principio de las
coincidencias con todos sus inherentes
misterios.

Cuando me refiero a las coincidencias y las
simetrías en el arte, la
música, en la religión, en la ciencia y aún
en toda actividad humana, me dirijo a esa facultad sorprendente
que produce la aparición de ideas y de eventos similares
en ligares remotos, como si estuviesen conectados, como lo
propone la Teoría del Entrelazo y su tele porte
teleológico.

Concluimos aquí con la esperanza de quienes lean
esta tesis reciban
algún beneficio por dedicarle su atención.

La creación de Adán
Michelangelo

(Acerca de esta obra al fresco, que se aprecia en la
Capilla Sextina o Sistina, los científicos
modernos, nos dicen que Michelangelo Buonarroti quiso burlar a
los Papas escondiendo un cerebro humano en
sus contornos ocultos).

Sean ustedes quienes decidan…

 

Dr. Félix E. F. Larocca

Partes: 1, 2
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