- ¿Qué
se entiende por civilización cristiana
occidental? - Las tres
entidades de la civilización cristiano
occidental - Aportes
y precisiones conceptuales de la civilizacion cristiano
occidenta en Chile - La
noción de "lo público" y de "derecho
público" - Noción
de igualdad ante la ley - La
institución de la propiedad privada - Constitución
cristiana de la familia y su
protección - El legado
de la conquista hispánica a nuestra civilización
cristiana occidental - Conclusión
- Bibliografía
Anima Mundi es la más frecuente traducción latina del término griego
psyjé tou kosmou, cuyo significado es Alma del Mundo
(Vs. Velásquez Oscar: Anima Mundi. El alma del mundo en
Platón.
U. Católica de Chile, Santiago, 1982). El pensamiento
antiguo quiso significar con ello que el universo
entero era un ser vivo e inteligente. Entonces, como el hombre
posee un alma que anima el cuerpo, así el mundo, se
pensaba, estaba animado por un alma. La ordenada estructura del
universo, no
libre de crisis como
veremos más adelante, con sus movimientos circulares de
planetas y
astros, evidenciaba la presencia inmanente de una divina realidad
habitando en él: era el anima mundi.
Los griegos, amantes de las formas geométricas,
se sintieron atraídos por la idea de un cosmos que
evidenciara, justamente, estas dos significaciones primarias de:
"buen orden" y "ornamento". El tiempo de la
divinidad y hechura suya, el mundo debía ser una entidad
inteligente, poblada de inteligencias celestes establecidas en
los astros, y habitada en sus partes centrales e íntimas
por la raza humana y mortal. Indicios de esta concepción
del mundo parecen evidenciarse en ciertos filósofos anteriores a Sócrates.
Platón,
sin embargo, realiza la síntesis
decisiva del concepto para el
mundo occidental.
Anima Mundi. Así comienzo este ensayo, en la
certeza de que esta noción resulta tan significativa como
determinante en lo que entenderemos como "Civilización
Cristiano Occidental", que resulta para nosotros, ahora, el
Alma del Mundo, nuestro mundo; el privado y el público,
nociones que podemos precisar mas adelante, habida
consideración de enfrentarnos a ideas no siempre bien
claras a estas alturas de nuestra pretendida
civilización.
Determinar los elementos de lo que venimos denominando
"nuestra civilización cristiano occidental", es un
tema magno que por sus implicancias y proyecciones, parece
temerario pretender siquiera agotar en el breve espacio de este
trabajo. Ante
tal magnitud he optado por contraerme en los más
importantes aspectos de lo que entendemos –o debemos
asumir– como las bases de esta civilización. Tales
consideraciones las he elegido porque, fuera de su importancia
intrínseca, en virtud de ellas nos será posible
explorar varios otros aspectos relevantes de "lo cristiano
occidental".
Debo advertir que este ensayo fue escrito para alumnos
universitarios (lo que explica la metodología de citar autores y obras
aludidas de inmediato o dejarlas al final del texto cuando
la oportunidad así lo aconseja) y estudiosos del tema que
nos motiva hoy y que proviene de quien ha dedicado algún
tiempo largo al estudio de la historia y del derecho, de
manera que será precisamente esta perspectiva la que
inspira las siguientes líneas. La historia tiene la
insustituible función de
hacernos comprender mejor la realidad pasada, presente y
proyectar (o inferir, como se dice modernamente), de
algún modo, el futuro. Nos proporciona, además,
elementos para la crítica.
Además, nos da pautas para su reforma, señales
no siempre oídas por quienes tienen a su cargo,
precisamente, la historia. Resulta más discutible, porque
aunque es falso que la historia no se devuelva hacia lo bueno y
lo malo del pasado –desgraciadamente, por regla general,
más hacia lo malo-, no siempre los retornos dependen de
nosotros. En todo caso, queda ahí la experiencia
histórica, siempre insinuante -mi deseo es precisamente
insinuar, no aleccionar-, siempre fértil, siempre
productiva. Advirtiendo, además, que la suerte en la
historia no existe, lo que realmente ocurre es que desconocemos
las causas.
Por otra parte, decía que la mirada de estas
notas es también desde el derecho -y cómo evitarlo
si el derecho es la esencia de la vida humana –resulta
vinculante, unificador y obligatorio. Es el derecho lo que
contiene la justicia
-acaso la historia del ser humano es la lucha por lograr, sino
únicamente esa justicia para sí mismo, para los
demás. Es el derecho lo que hace posible la paz, y a
contrario sensu, la violencia, en
cualquiera de sus formas, comporta, siempre, en un sentido u
otro, injusticia. De ahí, por ejemplo, la exigencia de
luchar por la justicia y el derecho que el Magisterio Social de
la Iglesia
Católica viene enunciando especialmente (no sólo)
desde la Encíclica Rerum Novarum (1891) del papa
León XIII.
En suma, la historia nos dice cómo debemos hacer
las cosas y el derecho nos insinúa qué debemos
hacer con aquellas cosas; las públicas y las privadas,
como estudiaremos más adelante, como aporte a nuestra
civilización cristiano occidental.
La historia nos enseña que no debemos cometer
errores y como Clío no siempre es oída, el derecho
nos señala la forma de enmendar los equívocos
cometidos.
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