Hace unos cuantos días recibí una carta de una
señora quien me preguntaba, por qué razón, a
ella, le resultaba tan difícil perder de peso. "En
cambio (me
escribía) si tan siquiera [yo] pienso en comer,
engordo unas libritas".
La persona a quien
me refiero en esta columna era conocida mía de mucho
tiempo.
Entonces temíamos que lo que le desconsolaba estaba
relacionado a las etapas residuales de los excesos
gastronómicos acostumbrados de la Semana Santa.
Nosotros tuvimos una oportunidad de apreciar ese modo de
comer, que conlleva al engordar, en una visita que hicimos a un
acogedor y pequeño hotel ubicado alto en la cima de una
montaña en las afueras de la ciudad de
Bahoruco.
El hotel festeja la Naturaleza y
la belleza indígena del paisaje dominicano; domina un
río de aguas cristalinas que contrastan, al desembocar en
el mar, con el color blanco de
la arena y el azul eléctrico y vibrante del piélago
de los indios Caribe.
Si uno penetra la región de los bosques densos
que rodean al hotel y sigue la ruta río arriba; juncos y
vegetación frondosa ofrecen al viandante el
escenario de un verdadero paraíso tropical. Es éste
un lugar donde uno puede descansar y reflexionar, y leer y
escribir… y dormir… y meditar…y comer… y… ah, y
engordar. (La obra para leer: The Psychology of Eating and
Drinking por A. W. Logue)
Et tu,
Barbie…
Nosotros tocamos al albergue cuando aún no
habían llegado otros huéspedes. Las amplias (ambas,
cocina y cocinera) facilidades para tentar el apetito se
exhibían espléndidamente y nuestro anfitrión
nos aseguró que nuestros apetitos serían saciados
de modo apropiado por el personal puesto a
nuestra disposición.
Luego de haber organizado, en nuestra cabaña
rústica y acogedora, nuestro equipaje y otras
pertenencias; procedimos a solicitar que se nos pusieran en
refrigeración nuestras latas de jugo de
tomate, las
cuales acompañadas de jugo de naranjas agrias para darle
gusto, casabe, frutas y café
negro (sin azúcar)
serían nuestro desayuno cotidiano durante nuestra
estadía.
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