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Fundamentos de didáctica de español para no nativos (página 2)



Partes: 1, 2

2.3 La Revolución
Mexicana en el texto

Hacemos la
Revolución

  • Dividimos la clase en 8 grupos que representan cada una de los
    territorios de México en el
    mapa.
  • Cada grupo prepara una pregunta del
    texto.
  • Empieza la Revolución. Hay dos frentes: el
    Frente Norte y el Frente Sur.
  • Uno de los grupos empieza por hacerle una
    pregunta a otro grupo de su frente. Si este no sabe la
    respuesta, el primer grupo se lo anexiona. Si lo sabe,
    este se anexiona el territorio del
    primero.
  • Este procedimiento se repite con el otro
    frente. Los dos frentes se alternan hasta que queden
    dos territorios grandes, uno del Frente Norte y otro
    del Frente Sur.
  • Al final, ocurrirá la última
    batalla entre los vencedores del Frente Norte y del
    Frente Sur para determinar quién gana la
    Revolución de México.

PRODUCCIÓN
ESCRITA

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS

¿Qué es el realismo
mágico?

¿La literatura es un acto de
amor?
¿Cocinar es un acto de amor?

¿Fue la Revolución un hecho
histórico o una creación ficticia de la
escritora?

¿Existe realmente y se puede comer una receta
llamada Codornices con pétalos de rosa?

Si existiera, ¿te gustaría
probarla?

Para todas estas y otra preguntas, encontrarás
las respuestas a través de estos enlaces en Internet. Sólo haz
clic con el botón derecho del ratón sobre la
palabra que te interese y a volar la
imaginación
….

APÉNDICE
El texto para la lectura
comprensiva y cultural (2.)

Como agua para
chocolate

de Laura Esquivel

Capítulo III.
Marzo

Codornices en pétalos de rosas

INGREDIENTES:

12 rosas,
de preferencia rojas

12 castañas

2 cucharadas de mantequilla

2 cucharadas de fécula de
maíz

2 gotas de esencia de rosas

2 cucharadas de anís

2 cucharadas de miel

2 ajos

6 codornices

1 pithaya

Manera de hacerse:

Se desprenden con mucho cuidado los pétalos de
las rosas, procurando no pincharse los dedos, pues aparte de que
es muy doloroso (el piquete), los pétalos pueden quedar
impregnados de sangre y esto,
aparte de alterar el sabor del platillo, puede provocar reacciones
químicas, por demás peligrosas.

Pero Tita era incapaz de recordar este pequeño
detalle ante la intensa emoción que experimentaba al
recibir un ramo de rosas, de manos de Pedro. Era la primera
emoción profunda que sentía desde el día de
la boda de su hermana, cuando escuchó la
declaración del amor que Pedro sentía por ella y
que trataba de ocultar a los ojos de los demás.

………………………………………………………………

Mamá Elena, con sólo una mirada, le
ordenó a Tita salir de la sala y deshacerse de las rosas.
Pedro se dio cuenta de su osadía bastante tarde. Pero
Mamá Elena, lanzándole la mirada correspondiente,
le hizo saber que aún podía reparar el daño
causado. Así que, pidiendo una disculpa, salió en
busca de Rosaura. Tita apretaba las rosas con tal fuerza contra
su pecho que, cuando llegó a la cocina, las rosas, que en
un principio eran de color rosado, ya
se habían vuelto rojas por la sangre de las manos y el
pecho de Tita. Tenía que pensar rápidamente
qué hacer con ellas. ¡Estaban tan hermosas! No era
posible tirarlas a la basura, en
primera porque nunca antes había recibido flores y en
segunda, porque se las había dado Pedro. De pronto
escuchó claramente la voz de Nacha, dictándole al
oído una
receta prehispánica donde se utilizaban
pétalos de rosa. Tita la tenía medio olvidada, pues
para hacerla se necesitaban faisanes y en el rancho nunca se
habían dedicado a criar ese tipo de aves.

Lo único que tenían en ese momento era
codornices, así que decidió alterar ligeramente la
receta, con tal de utilizar las flores.

Sin pensarlo más salió al patio y se
dedicó a perseguir codornices. Después de atrapar a
seis de ellas las metió a la cocina y se dispuso a
matarlas, lo cual no le era nada fácil después de
haberlas cuidado y alimentado por tanto tiempo.

………………………………………………………………

Es importante que se desplume a las codornices en
seco, pues el sumergirlas en agua hirviendo altera el sabor de la
carne. Éste es uno de los innumerables secretos de la
cocina que sólo se adquieren con la
práctica.

………………………………………………………………

La fusión de
la sangre de Tita con los pétalos de las rosas que Pedro
le había regalado resultó ser de lo más
explosiva.

Cuando se sentaron a la mesa había un ambiente
ligeramente tenso, pero no pasó a mayores hasta que
se sirvieron las codornices. Pedro, no contento con haber
provocado los celos de su esposa, sin poderse contener, al
saborear el primer bocado del platillo, exclamó, cerrando
los ojos con verdadera lujuria:

-¡Éste es un placer de los
dioses
!

Mamá Elena, aunque reconocía que se
trataba de un guiso verdaderamente exquisito, molesta por
el comentario dijo:

-Tiene demasiada sal.

Rosaura, pretextando náuseas y mareos, no
pudo comer más que tres bocados. En cambio a
Gertrudis algo raro le pasó.

Parecía que el alimento que estaba ingiriendo
producía en ella un efecto afrodisíaco, pues
empezó a sentir que un intenso calor le
invadía las piernas. Un cosquilleo en el centro de su
cuerpo no la dejaba estar correctamente sentada en su silla.
Empezó a sudar y a imaginar qué se sentiría
al ir sentada a lomo de un caballo, abrazada por un
villista, uno de esos que había visto una semana
antes entrando a la plaza del pueblo, oliendo a sudor, a tierra, a
amaneceres de peligro e incertidumbre, a vida y a muerte. Ella
iba al mercado en
compañía de Chencha la sirvienta, cuando lo vio
entrar por la calle principal de Piedras Negras, venía al
frente de todos, obviamente capitaneando a la tropa. Sus miradas
se encontraron y lo que vio en los ojos de él la hizo
temblar. Vio muchas noches junto al fuego deseando la
compañía de una mujer a la cual
pudiera besar, una mujer a la que pudiera abrazar, una mujer…
como ella. Sacó su pañuelo y trató de que
junto con el sudor se fueran de su mente todos esos pensamientos
pecaminosos.

Pero era inútil, algo extraño le pasaba.
Trató de buscar apoyo en Tita pero ella estaba
ausente
, su cuerpo estaba sobre la silla, sentado, y muy
correctamente, por cierto, pero no había ningún
signo de vida en sus ojos. Tal parecía que en un
extraño fenómeno de alquimia su ser se
había disuelto en la salsa de las rosas, en el cuerpo de
las codornices, en el vino y en cada uno de los olores de la
comida. De esta manera penetraba en el cuerpo de Pedro,
voluptuosa, aromática, calurosa, completamente
sensual.

Parecía que habían descubierto un código
nuevo de comunicación en el que Tita era la emisora,
Pedro el receptor y Gertrudis la afortunada en quien se
sintetizaba esta singular relación sexual, a través
de la comida. Pedro no opuso resistencia, la
dejó entrar hasta el último rincón de su ser
sin poder quitarse
la vista el uno del otro. Le dijo:

-Nunca había probado algo tan exquisito, muchas
gracias.

Es que verdaderamente este platillo es delicioso. Las
rosas le proporcionan un sabor de lo más
refinado.

Ya que se tienen los pétalos deshojados, se
muelen en el molcajete junto con el anís. Por separado,
las castañas se ponen a dorar en el comal, se descascaran
y se cuecen en agua. Después, se hacen puré. Los
ajos se pican finamente y se doran en la mantequilla; cuando
están acitronados, se les agregan el puré de
castañas, la miel, la pithaya molida, los pétalos
de rosa y sal al gusto. Para que espese un poco la salsa, se le
pueden añadir dos cucharaditas de fécula de
maíz.
Por último, se pasa por un tamiz y se le agregan
sólo dos gotas de esencia de rosas, no más, pues se
corre el peligro de que quede muy olorosa y pasada de sabor. En
cuanto está sazonada se retira del fuego. Las codornices
sólo se sumergen durante diez minutos en esta salsa para
que se impregnen de sabor y se sacan.

El aroma de la esencia de rosas es tan penetrante que el
molcajete que se utilizaba para moler los pétalos
quedaba impregnado por varios días.

La encargada de lavarlo junto con los demás
trastes que se utilizaban en la cocina era Gertrudis. Esta
labor la realizaba después de comer, en el patio, pues
aprovechaba para echar a los animales la
comida que había quedado en las ollas. Además, como
los trastes de cocina eran tan grandes, los lavaba mejor en el
fregadero. Pero el día de las codornices no lo hizo, le
pidió de favor a Tita que lo hiciera por ella. Gertrudis
realmente se sentía indispuesta, sudaba
copiosamente por todo el cuerpo. Las gotas que le brotaban
eran de color rosado y tenían un agradable y penetrante
olor a rosas. Sintió una imperiosa necesidad de
darse un baño y corrió a prepararlo.

En la parte trasera del patio, junto a los corrales y el
granero, Mamá Elena había mandado instalar una
regadera rudimentaria. Se trataba de un
pequeño cuarto construido con tablones unidos, sólo
que entre uno y otro quedaban hendiduras lo suficientemente
grandes como para ver, sin mayor problema, al que estuviera
tomando el baño. De cualquier manera fue la primera
regadera de la que el pueblo tuvo noticia. La había
inventado un primo de Mamá Elena que vivía en
San Antonio,
Texas. Tenía una caja como a dos metros de altura con
capacidad para cuarenta litros, a la cual se le tenía que
depositar el agua con
anterioridad, para que pudiera funcionar utilizando la fuerza de
gravedad. Costaba trabajo subir
las cubetas llenas de agua por una escalera de madera, pero
después era una delicia sólo abrir una llave y
sentir correr el agua por todo el cuerpo de un solo golpe y no en
abonos, como sucedía cuando uno se bañaba a
jicarazos. Años después los gringos
le pagaron una bicoca al primo por su invento y lo
perfeccionaron. Fabricaron miles de regaderas sin necesidad del
mentado depósito, pues utilizaron tuberías
para que funcionaran.

¡Si Gertrudis hubiera sabido! La pobre
subió y bajó como diez veces cargando las cubetas.
Estuvo a punto de desfallecer pues este brutal ejercicio
intensificaba el abrasador calor que sentía.

Lo único que la animaba era la ilusión del
refrescante baño que la esperaba, pero desgraciadamente no
lo pudo disfrutar pues las gotas que caían de la regadera
no alcanzaban a tocarle el cuerpo: se evaporaban antes de rozarla
siquiera. El calor que despedía su cuerpo
era tan intenso que las maderas empezaron a tronar y a
arder. Ante el pánico
de morir abrasada por las llamas salió corriendo del
cuartucho, así como estaba, completamente
desnuda.

Para entonces el olor a rosas que su cuerpo
despedía había llegado muy, muy lejos. Hasta las
afueras del pueblo, en donde revolucionarios y federales libraban
una cruel batalla. Entre ellos sobresalía por su valor el
villista ese, el que había entrado una semana antes a
Piedras Negras y se había cruzado con ella en la
plaza.

Una nube rosada llegó hasta él, lo
envolvió y provocó que saliera a todo galope hacia
el rancho de Mamá Elena. Juan, que así se llamaba
el sujeto, abandonó el campo de batalla dejando
atrás a un enemigo a medio morir, sin saber para
qué. Una fuerza superior controlaba sus actos. Lo
movía una poderosa necesidad de llegar lo más
pronto posible al encuentro de algo desconocido en un lugar
indefinido. No le fue difícil dar. Lo guiaba el olor del
cuerpo de Gertrudis. Llegó justo a tiempo
para descubrirla corriendo en medio del campo. Entonces supo para
qué había llegado hasta allí. Esta mujer
necesitaba imperiosamente que un hombre le
apagara el fuego abrasador que nacía en sus
entrañas.

Un hombre igual de necesitado de amor que ella, un
hombre como él.

Gertrudis dejó de correr en cuanto lo vio venir
hacia ella. Desnuda como estaba, con el pelo suelto
cayéndole hasta la cintura e irradiando una luminosa
energía, representaba lo que sería una síntesis
entre una mujer angelical y una infernal. La delicadeza de su
rostro y la perfección de su inmaculado y virginal cuerpo
contrastaban con la pasión y la lujuria que le
salía atropelladamente por los ojos y los poros.
Estos elementos, aunados al deseo sexual que Juan por
tanto tiempo había contenido por estar luchando en la
sierra, hicieron que el encuentro entre ambos fuera
espectacular.

Él, sin dejar de galopar para no perder tiempo,
se inclinó, la tomó de la cintura, la subió
al caballo delante de él, pero acomodándola frente
a frente y se la llevó. El caballo, aparentemente
siguiendo también órdenes superiores, siguió
galopando como si supiera perfectamente cuál era su
destino final, a pesar de que Juan le había soltado las
riendas para poder abrazar y besar apasionadamente a Gertrudis.
El movimiento del
caballo se confundía con el de sus cuerpos mientras
realizaban su primera copulación a todo galope y con alto
grado de dificultad.

Todo fue tan rápido que la escolta que
seguía a Juan tratando de interceptarlo nunca lo
logró. Decepcionados dieron media vuelta y el informe que
llevaron fue que el capitán había enloquecido
repentinamente durante la batalla y que por esta causa
había desertado del ejército.

 

Alma Barozzi

Roberto Verdeses

2007

Partes: 1, 2
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