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La oxitocina: La hormona del "amor"




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

    1. La historia de una
      hormona
    2. El azúcar
      hace su meliflua aparición
    3. Bibliografía

    En una previa ponencia, llamada la Trilogía del
    Amor, hacemos
    referencia muy somera a las hormonas que,
    actuando química
    (y no sentimentalmente) son responsables por ese sentimiento tan
    complejo que poetas y, aun cínicos, reconocen como el
    "amor romántico".

    Nuestros cuerpos están bien suplidos con la
    presencia de neurotransmisores y hormonas que facilitando la
    efectividad de sus actividades nos mejoran las actividades
    vitales. Estudiarlos y comprenderlos es nuestra misión
    especial. Porque es así como mejor somos capaces de
    traducir sus señales
    y de responder con eficiencia
    terapéutica hacia nuestros pacientes.

    La liberación de oxitocina durante el parto y
    después del orgasmo ejerce un extraordinario bloqueo del
    estrés y
    nos llena de ternura — así "hablan los expertos".
    Podemos
    soñar como románticos, pero sentimos como seres
    vivos.

    El enamoramiento, como ya sabemos, es parte de un
    proceso
    bioquímico que se inicia en la corteza cerebral y que se
    difunde al sistema
    endocrino.

    Las feromonas, abrigadas por sutiles mezclas de
    perfume — al menos así lo considera cada especie —
    acaban excitando nuestras pasiones más básicas
    hasta que, consumada la copulación y habiendo
    experimentado el orgasmo, aparece la oxitocina en el teatro del drama
    de nuestro cuerpo.

    Con ella resalta, esa profunda conciencia de
    pertenencia al otro y que, desde tiempos inmemoriales, hemos
    bautizado con la palabra amor.

    Quizás sea la más delicada de nuestras
    hormonas, la más privilegiada. El organismo humano la
    segrega tras el orgasmo y el parto y, cuando circula por nuestra
    sangre,
    quedamos convertidos en juguetes
    arrebatados de ternura.

    La historia de una
    hormona

    La oxitocina se descubrió en 1953 y se la
    relacionó por entonces con los patrones sexuales y de
    afecto. La consigna hippie de «hacer el amor y no la
    guerra»
    no era, pues, tan incauta como parece puesto que un ejercicio
    sexual regular predispone nuestros cuerpos hormonados más
    al amor que al odio. (Léase aquí: Sex, Time and
    Power: How Women’s
    Sexuality Shaped Human
    Evolution
    , por L. Shlain).

    Cuando tenemos la experiencia de sentir el amor, una
    persona en
    particular se convierte de buenas a primeras en el centro de toda
    nuestra atención.

    Las feromonas, sustancias etéreas que cada
    especie o persona despiden de manera invisible, alteran la propia
    química y desencadenan respuestas fisiológicas
    tales como la secreción de fluidos lubricantes, la
    dilatación o la erección genital.

    En esta fase se experimentan reacciones de
    excitación y deseo que perturban la razón. Un
    rostro, un peinado, un determinado gesto o vestido, una postura,
    una establecida forma de hablar o de reír nos parecen la
    cosa más fascinante del mundo y no tenemos sentidos para
    nada más.

    Partes: 1, 2

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