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Los trastornos del comer: una tesis evolucionaria, adaptada?




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

    1. El
      hombre del Paleolítico tenía que moverse y
      trabajar para comer — actividad hoy abandonada en todo
      sentido
    2. ¿En qué condiciones puede afectarse
      este instinto natural de comer?
    3. La anorexia ¿se superpone a la
      infertilidad?
    4. El papel de las aversiones alimentarias en nuestra
      especie
    5. El miedo
    6. Rivalidad
    7. La rivalidad entre los sexos
    8. Entonces
      tenemos las hembras esquivas y las
      fáciles
    9. Auto sacrificio
    10. En resumen

    La exuberancia alimentaria es un fenómeno que no
    por ser tan reciente y ubicuo en las sociedades
    occidentales, nos debe hacer perder de vista que hasta hace
    recientemente poco tiempo las
    escaseces de qué comer decimarían grandes partes de
    la población en nuestra opulenta
    civilización.

    Es posible afirmar que el ser humano ha enfrentado,
    desde su origen como especie, a las terribles consecuencias de la
    falta de alimento tanto por las condiciones climáticas
    adversas, como por la dificultad de acceder a comestibles de modo
    accesible y fácil.
    Actualmente, el hambre es un flagelo para media humanidad.
    Mientras que las enfermedades debilitadoras
    que, de ella derivan, constituyen la principal causa de muerte
    infantil tanto en África como en Sudamérica — sin
    que hayamos sido capaces de articular estrategias
    globales para erradicar ese mal.

    En un orden de cosas más novelesco es posible
    imaginarse al Homo sapiens como un forrajeador constante
    en busca de frutas, vegetales, raíces, pequeños
    reptiles y huevos. Que, mientras lo hacía, debía
    recorrer varios kilómetros diarios para conseguir el
    alimento necesario para un solo día, para luego retornar a
    su aldea y compartir lo poco adquirido con los demás
    miembros de su tribu. Estamos suponiendo que lo imaginemos
    asentado en un campamento o entorno permanente, cuestión
    que hoy se pone en cuestión debido precisamente a esa
    urgencia, por instinto, de nómada, que le hacía
    apartarse cada vez más dejando atrás paisajes
    empobrecidos por él mismo: una actitud que
    el hombre
    sólo pudo abandonar haciéndose sedentario — bien
    entrada la historia reciente y con el
    desarrollo de
    la agricultura y
    la domesticación de animales.

    Pero, por sus dificultades intrínsecas, las
    cacerías y la dieta carnívora fueron probablemente
    una excepción. Con, o sin herramientas,
    es difícil imaginarse un Sapiens cazador con la
    única arma de sus brazos, asistido por su poca resistencia para
    la carrera, o entusiasmado por el éxito
    derivado del uso de sus trampas rústicas. Lo que
    sería posible es que el ser humano de entonces se
    conformaría con el escamoteo de lo que otros animales
    más poderosos dejaran como sobras.

    Entonces comíamos como si nunca jamás
    encontraríamos más que comer — asunto
    éste, muy realista.

    Más probablemente, los humanos se iniciaron como
    especie carroñera y muy posiblemente caníbal de
    donde se procuraban las primeras proteínas
    que alternaban con sus constantes forrajes, aunque ambas
    estrategias no resultaran evolutivamente estables y terminaran
    por extinguirse a favor de una dieta omnívora, pero
    predominantemente vegetariana que compartieron tanto machos como
    hembras y sus crías destetadas.
    Las actividades a las que más tiempo debieron dedicar
    nuestros ancestros del paleolítico debieron ser la
    búsqueda para el consumo diario
    de alimentos: una
    búsqueda que debió ir evolucionando desde ese
    forrajeo individual hacia otras formas de compartir alimentos
    cuando las estrategias de caza lograron ser más eficaces
    sobre todo con la invención de las primitivas armas de
    piedra.

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