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Los trastornos del comer: una tesis evolucionaria, adaptada? (página 2)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

El hombre del
Paleolítico tenía que moverse y trabajar para comer
— actividad hoy abandonada en todo sentido

Compartir debió representar algo así, como
una adaptación a algo que constituiría un cambio en
la
organización social de la horda: si unos se dedicaban
a la caza, otros debieron dedicarse a la magia para invocar a la
buena suerte, otros debieron seguir dedicándose al forraje
y otros al cuidado de las crías. Este reparto de tareas ha
sido señalado por Harris como el resultado de la ganancia
de intimidad entre la pareja humana y probablemente lo fue.
Alimentarse, como beber o aparearse no necesita
explicación, simplemente suceden. Se trata de la
operación de un instinto, lo que cambia en los humanos es
la organización social que modela este
instinto, pero no el instinto en sí. Aunque para ser
exactos los instintos necesitan alguna explicación, dado
que estamos acostumbrados a pensarlos como un fin en sí
mismos, de un modo finalista: el instinto de alimentarse puede
considerarse una operación autónoma, como sucede
con los llamados "cuatro grandes" (huir, aparearse,
agresión, comer) y toda operación precisa de un
impulso. No hay pulsión sin impulso y en este caso, en el
caso de la alimentación el impulso es el
hambre.

En la alimentación participan otras pulsiones que
nada tienen que ver con el hambre, como por ejemplo la
agresión, el rango social, la sexualidad y
el gregarismo (otra de las pulsiones menores del instinto).
Comer para los humanos no consiste solamente en el forrajeo
individual,
Comer para los humanos significa algo más que alimentarse
tal y como se deduce de la propia etimología de la palabra
comer (cum cudere) "estar o compartir algo con
alguien". Basta con comer sólo para saber a lo que
aquí nos referimos: la mayor parte de las personas que
comen a solas, comen de pie, rápidamente, comida
fría o escasamente elaborada, picotean o apacientan, pero
no comen en el sentido ampliado de la palabra. Comer significa
sobre todo hablar mientras se come, comentar, educar o instruir,
un placer que precisa ser compartido, comunicado y legitimado por
alguien con quien se comparte el vínculo social o
sexual.

El comensalismo es una conducta
ampliamente representada en la Naturaleza que
viene a simbolizar algo así como un turno en el acceso a
la comida o por decirlo en palabras de Lorenz "un orden de
picada", que viene a representar a la propia jerarquía o
rango entre los animales. Lo
usual es que los machos dominantes se alimenten primero y
después las hembras y los críos.

 

No todos los animales se alimentan siguiendo estas
reglas sociales que son típicas de los leones, otros optan
por otra conducta muy curiosa que se denomina "vagabond
feeding
" (alimentación vagabunda). Consiste en comer
deprisa y a solas, esconder o enterrar comida, robar comida y
sobre todo hacerlo mientras se está de pie o de un modo
furtivo. El "vagabond feeding" simboliza un modo
individualista y frío de alimentarse con una
alimentación codiciosa y desocializada.
En ambos casos, tanto el comensalismo como el "vagabond
feeding
" están presididos por unas reglas de rango y
territoriales tácitas que penalizan ampliamente, sobre
todo a los intrusos, como sucede con la agresión en
general, hecho del que se desprende una de las grandes reglas de
la etología: "el que lucha en su territorio lleva siempre
las de ganar", un aspecto modificado del cual sería "que
aquel que conserva su territorio o su rango tiene más
posibilidades de sobrevivir y de llevarse el mejor
bocado".

En general la alimentación
está presidida por grandes reglas que tienen que ver con
el territorio, el rango y la agresión
extraespecífica.


¿En qué condiciones
puede afectarse este instinto natural de comer?

Los etólogos hablan – en los animales – de
situaciones que representen perdidas de territorio, disminuciones
en el rango social o la amenaza de intrusos en el espacio. Hrdy
ofrece la observación de que los animales salvajes
recién enjaulados rechazan el alimento en condiciones de
hacinamiento o de estrechez. Hediger interpretó que si el
animal no disponía de un refugio para poder tener
cierta intimidad a relativa distancia de las rejas deja de
alimentarse ofreciendo un modelo animal
de inanición.
En casi todos los animales salvajes hay que preservar, en
condiciones de cautividad, un equilibrio
entre la distancia de huida y la distancia de ataque. Un
equilibrio que se halla en oscilación critica y que se
relaciona con la alimentación y con la agresión.
Asimismo señalan otros que en aquellas especies con una
jerarquía muy prominente y que se expresan con una
distancia de seguridad
interindividual. La proximidad de un animal dominante inhibe el
comportamiento
alimentario del dominado que en todo caso comerá
después.

Experimentalmente, hemos observado perros muy
pequeños que aceptan alimento, solamente para alejarse de
donde lo obtuvieron y llevarlo a donde puedan comer sin ser
interferidos.

Corre a comer a escondidas su
bocadillo de bizcocho

Estas explicaciones nos sirven ahora para ilustrar el
misterio clínico de la anorexia
humana, una enfermedad multicausada y que según Bruch
pudiera tener alguna relación con la intromisión de
la madre en el territorio de la adolescente, bien sea a causa de
su conducta solícita o bien a causa de la propias
directrices educacionales: la madre puede invadir el territorio
lábil del psiquismo prepúber que quizá
termine por fomentar la aparición de la anorexia. Sin
embargo las cosas no son así de sencillas en los seres
humanos.

La anorexia ¿se superpone
a la infertilidad?

Si este tipo de causas tuviera alguna influencia en la
patología que presentan las adolescentes
de hoy deberá ser porque los genes implicados en esa
patología tendrían que ver con la inanición,
el miedo, la rivalidad sexual y el altruismo alimentario,
además podemos – siguiendo nuestra labor investigativa –
asegurar que es una enfermedad de mujeres (predominantemente) y
también podemos involucrar a los memes (Dawkins 2000)
relacionados con la belleza física, el miedo
estético a la obesidad y la
mitología del rendimiento y del éxito.

La inanición y
el hambre

No cabe ninguna duda de que los largos períodos
de ayuno combinados con cortas experiencias de abundancia han
sido la miseria más importante, junto con los ataques de
las fieras, que la raza humana ha tenido que soportar en su viaje
evolutivo.
La búsqueda, almacenamiento,
distribución, recolección y discriminación entre lo comestible y lo
venenoso han sido una de las tareas que más tiempo han
ocupado entre los hombres primitivos hasta la invención de
la agricultura.

La caza, pesca y la
recolección de vegetales, frutos y raíces han sido,
desde que el hombre
abandonó la carroña como la base de su sustento
alimentario, la base esencial de su estrategia de
comer.
Algunos antropólogos añaden además que
la mujer
accedió a la alimentación carnívora
más tarde que el hombre y especula en torno a la
teoría
de que la carne fue una forma de intercambio sexual que
precipitó la mutación hacia la "continua
disponibilidad" de la hembra humana desde un ciclo anual, hasta
la conocida regla lunar de una duración de 28 días,
puesto de otra manera: el abandono del estro y con éste
del celo pudo deberse a causas de presión
evolutiva relacionadas con la alimentación. Este ciclo
frecuente indujo notables cambios en las organizaciones
humanas fuera o no al precio de la
carne: modificó las relaciones entre los sexos en el
sentido de que favoreció el contacto regular y afectivo
entre macho y hembra y probablemente fortaleció los
vínculos familiares y sociales.

Hay que comenzar
temprano

Lo que me interesa señalar en este momento es que
con independencia
de las teorías
descritas, en cuanto a que la carne tuviera algo que ver en este
intercambio, es innegable que la mujer tiene una
mayor resistencia a la
inanición que la que el hombre goza. Lo que induce a
especular legítimamente en una resistencia lograda a
través de millones de años de adiestramiento en
la recolección de frutas, al verse privada de los bienes
alimentarios más nutritivos: las proteínas
animales, que los machos, por virtud de su mayor fuerza,
acaparaban.
De manera que si existiese un gen llamado "resistencia a la
inanición" este gen se encontraría ampliamente
representado en el género
femenino. En realidad se hallaría relacionado con el
metabolismo y
fisiología de la serotonina, dado que la
ingestión proteica está mediada por este
neurotransmisor.
Aunque la anorexia (como casi todas las enfermedades
psicosomáticas) no puede explicarse con el concurso de un
solo gen, es evidente que al menos uno de entre ellos
debería estar relacionado con algún defecto en el
mecanismo que regula la síntesis
de las hormonas
relacionadas con el rendimiento calórico y la
reducción de las necesidades energéticas hasta
niveles de supervivencia, mientras la homeostasis se
mantiene, a su vez, estable. Esto y después de reducir al
máximo el gasto que en la mayor parte de las hembras se
refiere básicamente a sus períodos menstruales, que
por si mismos representan una perdida importante de sus reservas
de hierro.

Naturalmente la inanición parece que por si misma
no representa una estrategia evolutivamente estable dado que
puede conducir a la muerte
individual. Si la consideramos como una estrategia
diseñada para obtener beneficios de la subfertilidad,
podemos empezar a vislumbrar cierto provecho para las hembras que
la adoptaran.
Efectivamente, y siempre que esta estrategia se acogiera "durante
un cierto tiempo", las ventajas competitivas de estas hembras
podrían haberse visto beneficiadas en sus códigos
reproductivos. Aquí nos referimos a la infertilidad
inducida por una alimentación pobre, pero no ausente, o a
una infecundidad relativa que alargara la aparición de la
primera menstruación y propiciara – no obstante- los
intercambios sexuales sin riesgo de
embarazo.
Sería legítimo hablar en estos casos de una
supresión de la fertilidad inducida por la
inanición.

Estas hembras podrían haberse visto durante
más tiempo, libres de sus tareas de madres y
podrían haberse desplazado más y mejor sin el peso
y las cargas suplementarias derivadas de la
crianza, pero sin dejar de mantener relaciones
sexuales. Podrían haber mantenido más
relaciones sexuales con más parejas sin pagar el costo adicional
del embarazo y haber obtenido una mayor cantidad de intercambios
(afectivos y materiales) a
partir de su "disponibilidad estéril", que las otras
hembras embarazadas o esquivas. En otras palabras, de las hembras
que son gordas.

Las chicas que menstrúan
temprano siempre pagan un precio, a veces, muy
elevado…

Con ello no queremos decir que la anorexia fuera
inventada en el paleolítico. No hacía falta. De la
igual manera, la bulimia
seguramente no existía en el pleistoceno y sin embargo es
muy posible que nuestros antepasados recurrieran al
atracón y a la siesta en cuanto tuvieran
ocasión.
La anorexia de la mujer actual es una forma de inanición
electiva que, no por ser electiva, pierde su condición de
inanición: una condición similar
clínicamente a la inanición que vemos por otras
causas. En realidad el cuadro somático y
psicológico de la anorexia nos era ya conocido, porque
coincide con los cuadros que se observan en situaciones
catastróficas como las de individuos sometidos a
confinamiento en campos de concentración o
cárceles, o las derivadas de enfermedades consuntivas como
la tuberculosis. Lo
que cambia a través de la historia es la
manifestación visible de la enfermedad pero no la
enfermedad en sí, las causas medievales para la
inanición eran probablemente de carácter espiritual o de un mimetismo de la
espiritualidad, las causas decimonónicas pudieron ser
sexuales como las causas de hoy son esencialmente
estéticas: la búsqueda del ideal de belleza
físico.


En el paleolítico no pudo haber anorexia porque
la inanición era una forma de presión selectiva.
Otra teoría que explicaría y tendría como
consecuencia la subfertilidad, es la que se conoce con el nombre
de "teoría del crecimiento ralentizado". Según este
punto de vista la selección
natural pudo beneficiar aquellos genes que contribuyeran a
desarrollar machos o hembras con un crecimiento lento, que se
asocia con bajos niveles de hormonas sexuales, tanto de
testosterona como de estrógenos. Estas bajas tasas de
hormonas sexuales correlacionan con el crecimiento craneal y
cerebral, por lo que se especula en torno a la idea de que en un
momento determinado de la evolución, las hembras pudieron escoger a
los machos no entre aquellos más agresivos o "viriles"
sino entre aquellos que desarrollaron habilidades como cantar o
bailar y que eran los machos con niveles más bajos de
testosterona. Si esta teoría fuera cierta, la
selección no sólo derivó su estrategia de
diversificación de genes entre los más adaptados
para la caza sino también pudo hacerlo entre aquellos
machos más inteligentes que disponían de estrategias de
cortejo más sofisticadas y que a la vez eran capaces de
inventar nuevos símbolos, gruñidos o gestos
señalizadores.
Probablemente estos tipos de machos mostraban mejores aptitudes
de padres que los cazadores y pudieron desparramar sus genes
simultáneamente con aquellos menos dotados para el
paternaje o la cooperación con las hembras. Naturalmente
esta teoría presupone que las hembras elegían a sus
parejas — lo que entra en contradicción con el modelo de
promiscuidad sexual que durante millones de años fue
seguramente la norma… Morris ha descrito supresiones
fisiológicas del desarrollo
sexual en ratas y monos sometidos a ciertas modificaciones de su
entorno habitual o estresores específicos.
Procediera de una u otra estrategia la subfertilidad tiene como
consecuencia la esterilidad, equivalente al de la mujer lactante,
aunque sin las servidumbres de dar el seno. Similar al de la
mujer embarazada pero sin las sujeciones del peso y por
último una subfertilidad similar al de la mujer en la
menopausia sin la sobrecarga de la edad.
Algunos autores como Dawkins suponen que la menopausia es
también un programa arcaico
derivado del nursing. Si no hubiera menopausia la mujer
podría seguir teniendo hijos abandonando a su suerte a los
nietos. Una mujer debe de hacer balance entre el cuidado que
dispensará a sus hijos (el 50% de sus genes) del cuidado
que dispensará a sus nietos (el 25 % de sus genes) como
mucho antes hubo de hacer entre sus tareas de reproducción y enseñanza, adoptando una estrategia
idónea para adaptar el tamaño de sus camadas o
nidadas a su disponibilidad de crianza.
Aún hoy; las mujeres gráciles, pequeñas o de
aspecto débil (pseudonúbiles) cuentan con un
atractivo suplementario al de su juventud o
belleza. Es muy probable que la evolución haya maximizado
la expresión genética
de la inanición (en realidad de la resistencia a la misma)
a partir de las ventajas suplementarias que durante millones de
años estas mujeres acumularon como patrimonio
genético. Un patrimonio genético que desparramaron
a toda la humanidad como una potencialidad para resistir futuras
carestías o como sucede hoy para resultar secundariamente
atractivas y reversiblemente estériles.

El papel de las
aversiones alimentarias en nuestra
especie

Las ratas y nosotros mismos somos las únicas
especies que hemos sido capaces de desarrollar aversiones,
intolerancias y preferencias alimentarias, que se manifiestan en
reacciones somáticas de desagrado y que inducen conductas
evitativas respecto a determinados alimentos. A
veces incluso representan verdaderas intolerancias alimentarias o
alergias. Prácticamente todos los alimentos contienen
toxinas y no me refiero tan sólo a las que proceden de su
elaboración industrial, me refiero a las toxinas que
contienen en su estado
natural. Nombraré entre otras a las nueces, almendras,
guineos, frutas diversas, papas, coliflores, sin ánimo de
ser exhaustivo. La intolerancia a lácteos,
carnes, la repugnancia a las vísceras, vegetales, café,
alcohol,
marisco o pescado son tan comunes en nuestra especie que ni
siquiera pensamos en su alta prevalencia por no asociarlas a
ningún trastorno mental.
Sin embargo desde el punto de vista evolutivo estas aversiones
están relacionadas con la persistencia de programas de
discriminación entre los venenos y los
alimentos comestibles. Tanto las plantas como sus
depredadores han evolucionado simultáneamente y podemos
suponer que no hemos logrado el tiempo evolutivo para erigir
defensas naturales contra todos estos venenos.
Las mujeres embarazadas durante su primer trimestre son una buena
prueba de que mantenemos activados nuestros programas de
discriminación de tóxicos y nuestros mecanismos de
deshacernos de ellos (rinorrea, vomito, nausea, diarrea). Esta
última noción aun carece de solvencia en algunos
círculos del saber.

El disgusto o la repugnancia por los alimentos
–incluso para aquellos verdaderamente tóxicos- no se
transmiten de una forma innata sino que forma parte de los
aprendizajes en este sentido. Esta opinión, sin embargo
contrasta con la adquisición de la habilidad de las ratas
para discriminar venenos de forma innata. Es posible que esta
paradoja pueda explicarse señalando que las ratas
presentan una neofobia, es decir una fobia a alimentarse con
alimentos desconocidos y que esta precaución en
discriminar lo venenoso y lo comestible persista en nuestro
patrimonio genético, como una forma de asegurase o de
prever intoxicaciones
o envenenamientos, algo que podría estar relacionado con
los trastornos alimentarios, donde efectivamente se observan
aversiones diversas, intolerancias, estereotipias y neofobias que
no pueden explicarse tan sólo a partir de la
evitación de los alimentos altos en poder
calórico.

En mi experiencia, tratando a pacientes que demostraban
una facilidad innata al vómito, estas
eran mujeres cuyas vidas comenzaron complicadas por traumas del
nacimiento. Muchas terminarían siendo víctimas de
alguna disorexia.

El
miedo

El miedo es una emoción innata que precisa
codificarse -colgarse- de algo (un símbolo o una imagen) que
represente al temor que debe evitarse con el fin de no sufrir
daños. Esa es la definición evolutiva del miedo,
una definición previa al proceso de
simbolización y desparramiento posterior a los aspectos
cognitivos del mismo. Existe el miedo a algo, aunque ese algo a
veces pueda ser inefable (no pueda ser dicho) y se nombre con
ideas vagas como miedo a lo desconocido, o con etiquetas
más vagas aun, como ansiedad generalizada, ataque de
pánico,
y otras categorías de índole emocional.
Lo que es seguro, es que el
miedo es un programa genético muy estable para la
supervivencia del ser humano porque le permite evitar los
riesgos y los
peligros del medio ambiente
que en un momento original debió poseer una larga nómina
de amenazas, comenzando por los ataques de las fieras, las
catástrofes o fenómenos naturales, las incursiones
de intrusos belicosos o la rapiña de los
congéneres. El miedo propicia la huida como el hambre
propicia la alimentación. Se trata de los impulsos que
"arrancan" de programas genéticos preformados y cuyas
causas van más allá del miedo o del hambre. Por
ejemplo la huida es la conducta que más usualmente se
relaciona con el miedo, pero también la lucha es una
conducta relacionada con el mismo.
Algunas fobias (miedos irracionales acompañados de
conductas evitativas) poseen una comprensibilidad evolutiva
transparente. Se trata de miedos evolutivamente estables como
nombré más atrás: las fobias a las
arañas, a las serpientes, a las alturas o a los espacios
abiertos pueden representar trazas residuales de programas
heredados o módulos natos, y de aprendizajes
fáciles.
La cosa se complica cuando hemos de interpretar algunos miedos
del hombre moderno en clave evolutiva, como por ejemplo sucede
con el "miedo a engordar", el síntoma nuclear de la
anorexia y de la bulimia (Russell). Es evidente que esta fobia no
puede representar un temor atávico. La
evolución no hubiera perdido ni un segundo en tratar de
hacer sobrevivir un programa así diseñado.
¿Se trata de una contradicción de la teoría
evolutiva? ¿O más bien podemos hablar de un temor
sin representación genética, puramente
cognitivo?


Evidentemente el temor a engordar es un meme (un
replicante cultural) y hay que recordar ahora que los programas
genéticos están indeterminados, algo así
como una idea viral transmitida por los marchantes de los
significados. Existe una poderosa industria
mediática destinada a difundir "las verdades mercadeadas"
que debe compartir la población que acaba por parasitar las
mentes y los deseos de amplias capas de nuestros conciudadanos:
aquellos más vulnerables a sus influencias.
La "delgadez vende" por muchas razones y no voy a extenderme en
explorarlas todas una por una. Se trata en cualquier caso de una
idea impuesta y arbitraria que no correlaciona más que de
una manera periférica con nuestro patrimonio
genético. Ya he nombrado en el epígrafe anterior la
resistencia a la inanición como un programa probablemente
destinado y mantenido por la evolución para sostener un
estado de subfertilidad benéfico aunque no exento de
riesgos para las que lo adoptaran. Existen además memes
sanitarios que glorifican "la buena alimentación" y,
desalmados de todo tipo, que demonizan la obesidad.

La fobia a ganar peso que está de alguna manera
determinada socialmente, pero ese "virus"
estaría condenado a morir por inanición si no
encontrara en nuestros genes y programas genéticos una
correspondencia que le permitiera establecerse en él.
Mi hipótesis es que los programas destinados a
evitar las situaciones de temor han evolucionado de manera
paralela a las amenazas del entorno, aunque contienen algunos
errores de volumen. Antiguos
programas destinados a evitar encuentros con seres venenosos o
peligrosos han sido desplazados por nuevos temores relacionados
con la complejidad de las relaciones
interpersonales y por la inmensa capacidad de los humanos
para inventar nuevos símbolos y nuevos temores. Hoy el
enemigo parece ser nuestro prójimo, el lugar de trabajo el
"ágora" donde se dilucidan las persecuciones entre
depredadores y presas y la familia el
entorno donde discurren los principales infortunios del ser
humano moderno.


Pero aquellos engramas arcaicos persisten y pueden ser
contaminados por ideas y emociones nuevas.
El temor a ser excluido en la comunidad de
iguales puede estar representando en las sociedades
opulentas el mismo programa que alimentaba el temor y la conducta
evitativa frente a las tormentas.
En este sentido podría entenderse como que aquellos trozos
de basura
genética: programas obsoletos que ya no sirven para nada
debido a que aquellas amenazas se han disipado, continúan
en expansión aprovechando determinados memes que vienen a
parasitar aquellos artefactos.
Así, un programa como éste, relacionado con las
tormentas:
(Si) llueve y truena (Entonces) ponerse a cubierto en la guarida,
podría haber sido sustituido por este otro: (Si) eres
gorda, serás excluida (entonces) mejor quedarse en la
guarida (o) ponerse a dieta.
Como podrá observarse la única diferencia entre
ambos programas es la sustitución de una línea por
otra, la manera en que los genes y los programas aprenden en su
continuo choque entre fenotipo y genotipo, entre ambiente y
Naturaleza.

Rivalidad

Para una mujer joven ser aceptada y verse atractiva es
más que un deseo comprensible, es vital. Es una
cuestión de supervivencia cuyos aprendizajes cada vez
más precoces y relacionados con el galanteo y el
apareamiento tienen un singular parentesco con los desordenes del
comer. Algunos autores han llegado a proponer la
hipótesis de que
la competencia
sexual entre mujeres es la causa de los trastornos del comer.
Clásicamente se ha señalado, sobre todo por los
psicoanalistas, que la anorexia representaba un rechazo
inconsciente a la feminidad o a la adquisición completa de
un cuerpo femenino. Sin entrar a contradecir esta
afirmación (que pudo ser cierta en las anoréxicas
del siglo XIX y comienzos del XX), podemos afirmar que las
anoréxicas de hoy, del siglo XXI, no se caracterizan por
un rechazo a la feminidad sino que se definen mejor por una
adaptación rígida a modelos
hiperfemeninos. La razón por la que ha aumentado la
competencia entre las hembras humanas tiene que ver con dos
factores principales: la mayor disponibilidad sexual de las
hembras, y la llegada cada vez más precoz de hembras al
"mercado
sexual".

Crisp ha señalado acertadamente a partir de sus
estudios transculturales, de anoréxicas de niñas
que procedían de culturas islámicas o africanas y
educadas en el Reino Unido; que la mayor tolerancia sexual
de los últimos, países en relación con sus
culturas de origen, podía suponer una presión
selectiva sobre ellas que se verían así entre dos
fuegos: una presión cultural por mantener relaciones
sexuales de una forma libre y precoz y otra presión
procedente de su cultura que
muchas veces se encuentra en contradicción con
aquélla. En mi opinión, esta presión es
común tanto en las niñas que proceden de
países africanos o asiáticos como en las
autóctonas dado que viene a dislocar un elemento que
durante muchos años ha operado como un inhibidor sexual
que ha mantenido a las muchachas púberes apartadas de los
influjos sexuales directos. Aquí me refiero al concepto
psicoanalítico conocido como "fase de latencia", un
periodo de inactividad sexual que tiene como propósito
apartar a las niñas de la tarea reproductiva mientras
están aprendiendo cosas útiles para su
supervivencia posterior y que es más dilatado en tanto es
mayor la complejidad de la sociedad en
que viven. La contradicción está en que en nuestra
sociedad, la de mayor complejidad que pueda pensarse, ha ido
relajando sus controles inhibitorios llevando a nuestros
adolescentes a una presión desmedida en cuanto a mantener
sus primeras relaciones sexuales, que han pasado en poco tiempo
desde una conducta de escarceo y ensayo hasta
las relaciones completas. Sin las que, muchas de estas
adolescentes, quedan fuera de ese "mercadeo sexual",
estigmatizadas en su socialización.
A diferencia de la mayoría de las otras especies, el
ornato, adornos, colorido, plumas y actos demostrativos que son
características de los machos, son en la especie humana
patrimonio general de las mujeres. Esta diferencia es muy
importante para comprender como en nuestra especie se han
distribuido los papeles de la rivalidad y la competencia
sexuales.

Existe una correlación entre el adorno,
colorido, cantos o colas llamativas y la dificultad con que los
machos acceden a las hembras. Para hacer el argumento más
sencillo podemos concluir que a más competencia entre los
machos por las hembras, más demostraciones visuales o
acústicas se pondrán en juego como
mecanismo de cortejo. En este sentido, es cierto que las hembras
son, en la mayoría de las especies, un bien comunitario a
proteger y que los machos competirán y aun,
derivarán su agresión hacia ellos mismos para
ganarse su derecho a reproducirse. Un derecho que sólo
ganarán algunos, aunque los estilos reproductivos como la
monogamia, poligamia y promiscuidad se hallen representados en
toda la escala animal, es
decir se trata en todos los casos de estrategias evolutivamente
estables en el sentido de Trivers…


Lo que es un enigma reciente, es la razón por la
que en la especie humana esta distribución de papeles se
ha establecido al revés de todas las criaturas conocidas,
al menos entre los mamíferos, siendo como es la
proporción entre machos y hembras estable y en torno al
50% ¿Cómo puede explicarse esta inversión en los roles demostrativos?
¿Es el macho un bien comunitario a proteger en nuestra
especie? Entre las especies donde la hembra elige al macho, lo
usual es que sean los machos los que hacen ostentación,
mientras en aquellas especies donde elige el macho, la
ostentación viene incluida en la competencia antagonista
entre los machos. Este paradigma de
la etología, nos lleva a preguntarnos ¿quién
elige a quién, en nuestra especie? Una de las
características del cortejo en los humanos es el hecho
(que no compartimos con el resto de la especies) de la
disociación que hacemos tanto los hombres como las mujeres
en nuestros motivos de elección de pareja. Así
podemos elegir según decidamos llevar a cabo una
estrategia a corto o a largo plazo. Mi impresión es que en
las relaciones a corto plazo, es la hembra quien elige, por la
razón fundamental de que existen menos hembras que machos
interesadas en este tipo de relaciones, mientras que en las
relaciones a largo plazo son los machos los que eligen. Esta
disociación explicaría la presencia de ornato,
plumas, adornos, maquillajes y ropas sugerentes en la mujer y la
conquista de rango social por parte del hombre, que les
aseguraría a ambos el éxito en el corto
plazo.

La rivalidad entre
los sexos

Lo que es seguro es que la rivalidad femenina es un
programa genético derivado de la competencia
agonística y si ha sobrevivido a la deriva
filogenética es porque ha producido grandes beneficios a
las hembras que lo adoptaron. La evolución no hace
gastos
superfluos y debemos concluir que este programa genético
está bien instalado en el cerebro sexual de
la hembra humana. En mi opinión la razón de esta
contradicción de modelos en la conducta demostrativa se
halla emparentada con la elección de la monogamia como
modelo hegemónico de preferencia en la selección de
parejas por parte de las mujeres.
Todo parece indicar que la monogamia evolucionó desde una
sexualidad de prueba y promiscuidad y que representó un
poste en las relaciones de pareja y comunitarias. Abrió
horizontes de cooperación y de ahorro a largo
plazo entre los individuos, favoreció la crianza de los
hijos y permitió acumular bienes económicos que
terminaron por defender los intereses a largo plazo de hombres y
mujeres, jóvenes y viejos, asegurando un mejor reparto de
las tareas y de las cargas.
La hembra mamífera atada de pies y manos a su función
reproductiva vivípara, parte con una penalización
original con respecto a los machos de su misma especie. No
sólo lleva la peor parte en la distribución de
tareas reproductivas sino que sus partos, lactancias y crianzas
de su prole la mantiene ocupada de por vida sin contar con las
amenazas sanitarias que acarrean, debido precisamente, a su
función materna y a la estrechez de su canal
pélvico derivada de la bipedestación. Entre el
macho y la hembra mamífera existe una asimetría
programada por la especie — una asimetría
biológica.

No sucede así en todas las especies por igual
pero es una constante en la mayoría, sobre todo – como he
dicho antes, en las vivíparas. La distribución de
tareas de reproducción y de cuidado de la prole tiene una
amplia gama de recursos en la
Naturaleza, que recorren desde la monogamia, hasta los harenes o
la simple promiscuidad. Sin embargo la estrategia evolutivamente
más estable para asegurarse la colaboración del
macho en las tareas del cuidado y alimentación de la
prole, es sin duda la monogamia. De hecho los trastornos
alimentarios no sólo no existen en los países con
escasos recursos alimentarios sino que son prácticamente
desconocidos en aquellas sociedades que regulan el matrimonio a
través de la poligamia, lo que puede interpretarse
aceptando que la poligamia es protectora para los conflictos
agonísticos de la mujer (rivalidad intrasexual mujer-
mujer).
Para una hembra monógama, discriminar las intenciones del
macho para las tareas ulteriores al propio apareamiento son tan
necesarias y vitales como asegurarse una pareja sexual atractiva,
tan importante es pues atraerlo como mantenerlo, en palabras de
Buss: "la evolución ha favorecido a las estrategias
femeninas diseñadas para evaluar estas intenciones en
paralelo con su preferencia por la sensibilidad y el alto estatus
socio-económico del varón".
Trataré de explicar qué cosas son las que hacen las
hembras para discriminar a los machos colaboradores de los machos
galanteadores y qué cosas son las que hacen los machos
para librarse de la carga de la crianza de sus hijos que les
impedirá seguramente tener otros hijos con otras hembras
dispuestas.
Mantengo la suposición de que tanto machos como hembras
harán lo que mejor se acomode a los planes de sus genes,
que aunque carecen de intencionalidad ejercen una presión
evolutiva sobre los individuos portadores, de tal modo que
podremos concluir que tanto machos como hembras adoptarán
las estrategias necesarias para tener el máximo de hijos,
al menor precio posible de cuidados y de inversión en su
alimentación.


Ya he dicho que en esta partida de barajas la mujer
parte con una desventaja al margen de su mayor inversión
de nursing y teaching: no puede abandonar a sus
hijos mientras están en su vientre, cosa que
podrían hacer y de hecho hacen los peces que
ovulan en el lecho del río cuando el macho está
listo para eyacular y aprovechar esa fracción de segundo
para dejar al macho descuidado o ausente al cuidado de la nidada.
La hembra vivípara no puede abandonar a sus crías
como hacen los moluscos, lo que si pueden hacer – y de hecho
hacen- los machos que las fecundaron, con algunas
excepciones.
Estas excepciones son diversas según las de distintas
especies, pero siempre tienen que ver con las condiciones o el
pago que impone la hembra al macho previamente al sexo. Lo que a
veces puede tratarse de una estrategia de simple aplazamiento o
de escarceos demostrativos de huida previos al
acoplamiento.

Ahora se habla de: "para ser tuya, primero, tienes que
casarte conmigo".

Entonces tenemos
las hembras esquivas y las fáciles

En otros animales, este pago puede relacionarse con la
condición de que le construya un nido, que le aporte
regalos o comida o que escarbe en la tierra una
buena madriguera, como ejemplo de laboriosidad previa al
consentimiento. Todo parece indicar que las hembras que adoptan
una estrategia esquiva con respecto a los galanteos del macho se
aseguran de un mayor cumplimiento por parte de éste en la
parte que le toca en el contrato, siempre
y cuando la prueba no sea demasiado dura o agotadora o que no
existan en el entorno inmediato otras hembras fáciles que
no pidan nada a cambio. Un macho que ya haya invertido
determinados recursos en la seducción de una hembra
estará menos dispuesto a dejarla, dado que este abandono
le dejaría con parte de su inversión sin crédito
que ofrecer a otra hembra. Este argumento debe ser cierto en
aquellas especies donde las hembras esquivas son la regla,
evolutivamente estable, en muchas especies animales, pero
naturalmente no es así del todo en el ser humano. Las
hembras de nuestra especie están distribuidas de un modo
ecológicamente constante entre esquivas y fáciles.
Su equilibrio se mantiene por oscilación como siempre
sucede en los sistemas
abiertos. Una mayoría de hembras esquivas asegura el
cumplimiento de los machos domésticos, pero no de los
galanteadores. Las hembras no tienen manera de conocer de
antemano las verdaderas intenciones de los machos, porque
inmediatamente surge la contra estrategia evolutiva, si las
mujeres esquivas abundan, los machos desarrollarán
conductas engañosas a fin de cohabitar con ellas y
disimular sus verdaderas intenciones de abandonar a la hembra a
su suerte apenas haya comenzado la crianza.
Por otra parte una mayoría de hembras fáciles
dejarían en desventaja a las esquivas que aspiran a la
monogamia y su efecto de llamada aumentaría el
número de machos galanteadores con lo cual y de nuevo, el
convertirse en macho doméstico pasaría a ser una
rareza por la que competirían las hembras a su vez,
multiplicando el número de machos
domésticos.

El número de machos domésticos y
galanteadores junto con las hembras esquivas y fáciles se
encuentra en todas las comunidades vivientes en un equilibrio
matemático, en torno al cual se establece una densidad estable.
El sistema tiende
hacia la autorregulación, apenas se desequilibra
momentáneamente, siempre que se entienda que este adverbio
en términos evolutivos precisa más de una
generación.

Las hembras humanas (al menos las occidentales
opulentas) se agrupan en torno a este magneto ideológico
(un meme) que es el atractivo físico y la rivalidad sexual
que a su vez es un programa genético yuxtapuesto mucho
más en aquellas mujeres intelectuales,
perfeccionistas y sensatas que forman el grupo de las
más vulnerables para padecer esta condición. Sin
saberlo, la hembra compite con otras hembras por el bien social
que representa el macho doméstico, aquel que no abandona a
la hembra después del parto aun
habiéndola escogido por su atractivo sexual que en si
mismo no asegura la cooperación posterior.
Si es cierto que la anorexia representa la activación del
programa rivalidad llevado al límite, en una sociedad de
hembras competitivas y alienadas habrá que suponer que una
forma de neutralizar este fenómeno se realiza a
través de posibilitar una relación en exclusiva con
el padre sin la interferencia de la madre, lo que contiene
sugerencias terapéuticas de elevado interés.
No hay que olvidar que la posición anoréxica es una
postura de realzado poder para aquella que la ejerce en
relación con el manejo de su ambiente.
La mayor enemiga de una hembra fascinada por la monogamia es la
hembra fácil, aquella que simplemente escoge a los machos
(a los hombres) en función de su atractivo físico,
de su posición social o de su rango jerárquico a un
costo o precio distinto al de la cooperación. La primera
objeción que se puede poner a esta clasificación de
hembras esquivas o de hembras fáciles (que es un ejemplo
sacado de la etología) es que las hembras humanas no son
todo el tiempo esquivas o fáciles, como tampoco es cierto
que los hombres sean todo el tiempo doméstico o
galanteador. Claro que no, el ser humano ha desarrollado –
quizá debido a la enorme potencialidad de sus
aprendizajes- la capacidad de ser hoy doméstico y
mañana galanteador, así como la hembra ayer esquiva
puede tornarse mañana fácil con la misma u otra
pareja, en el descubrimiento de algo que se ha venido en llamar
la monogamia sucesiva, una forma de monogamia al fin y al cabo
que no hace sino someter a la mujer a nuevos esfuerzos de por
vida a fin de mantener sus parejas sucesivas. De hecho
está establecido que los trastornos del comer
correlacionan con dos factores de relevancia
sociodemográfica: una elevada tasa de divorcios y una baja
tasa de natalidad, ambas predicen una alta tasa de casos.
Lo que es lo mismo que admitir que el ser humano ha desarrollado,
en mayor medida que otras especies, una mayor capacidad de
engañar, (en este caso engañar con la apariencia)
disimular los engaños y también discriminar las
intenciones engañosas de los demás para con
nosotros mismos; puesto que lo mejor para un grupo humano, en
términos de estabilidad evolutiva, es que las hembras sean
esquivas las 5/6 partes del tiempo (o de la población
total) y fáciles la 1/6 parte (o población)
restante, siempre que los machos domésticos representen el
5/8 del total o del tiempo invertido en cooperar y los
galanteadores sólo representen el 1/8 del total de la
población o el tiempo invertido en merodear. Es en este
punto exacto donde el sistema se estabiliza hasta la
próxima descompensación generacional.
Se podrá enseguida decir que estos argumentos no tienen
nada que ver con los problemas que
plantean las anoréxicas de hoy y es cierto, porque este
dilema no solamente afecta a las anoréxicas, afecta a
todas las mujeres actuales, como en el siglo XIX les
afectó a todas el doble modelo de moral sexual
aunque no todas desarrollaran síntomas de enfermedad
mental: en aquel caso no todas las mujeres eran
histéricas, aunque quizá las histéricas del
XIX no eran sino el síntoma de una enfermedad social
más amplia que se llamaba disimulo, como la de hoy se
llama apariencia.

Aquí se trata tan sólo de hacer un intento
más de explicar cuál es la sobrecarga adicional que
la mujer actual tiene que soportar respecto a sus antepasadas,
una sobrecarga que procede de su búsqueda de
simetría y de competencia sexual a través de la
belleza física y de los rendimientos intelectuales, un
meme que ha venido a ocupar el lugar de la rivalidad entre
hembras que buscan a ciegas un hueco en la mirada del otro que
lleva a muchas de ellas no sólo al fracaso reproductivo
sino a la decrepitud y devastación física y
mental.

Auto
sacrificio

Fue Hilde Bruch en 1978, la autora que irguió los
conceptos modernos en que se asienta, aun hoy, nuestra
concepción de la anorexia. Entre otras cosas fue la
pionera que intuyó que las anoréxicas
sufrían una distorsión del esquema corporal y no
sólo de un adelgazamiento nervioso. Que la anorexia no
tenía nada que ver con la histeria, ni con la depresión
o con ninguna de las patologías conocidas hasta entonces.
La anorexia constituía entidad propia, se trataba de una
categoría distinta y no de una simple dimensión
más de las enfermedades de mujeres que en el siglo pasado
sirvieron para etiquetar y desacreditar, de paso, al
género femenino.

Bruch fue capaz además de entrever que el temor
atávico que anida en la poblaciones humanas, en la misma
línea que yo vengo defendiendo no es el temor a la
obesidad sino el temor a morir de hambre. Un temor que sigue
alimentando la imaginación del hombre moderno a pesar de
que hoy la oferta de
bienes comestibles no represente, racionalmente, amenaza alguna
— ya he hablado más atrás de los programas
basura y de la
expresividad fenotípica de estos temores de modo que no
voy a extenderme sino para hacer hincapié en un aspecto
más de este temor.
Si es cierto que el hombre moderno sigue albergando este temor,
¿qué sentido comunicativo tiene la anorexia?
¿Por qué se extiende tan fácilmente?
¿Por qué se imita y se desea la delgadez?
Es precisamente en las ideas de Bruch donde se encuentra la
respuesta: la anorexia representa una actitud
desafiantemente heroica respecto a ese temor. Se trataría
más bien de una conducta contra fóbica demostrativa
que se mantendría por el ejercicio del control sobre el
cuerpo que ha logrado la anoréxica. Algo así como
los logros de un deportista, su marca, su
límite.
Se trata de una idea convincente porque nos permite explicar las
formas diversas que esta enfermedad ha ido adoptando con el paso
del tiempo, desde la mascarada religiosa hasta la superficialidad
de la apariencia o del glamour. Es evidente que la anorexia ya
existía en la edad antigua o media, aunque como epidemia
podemos comenzar a localizarla en los años 50 y 60, los
periodos de abundancia posbélicos que significaron
resueltamente el incremento de casos que hoy atendemos, con el
consiguiente adelanto en los EE. UU. que posteriormente se
trasladó a Europa como la
moda de los
bluejeans.
No es de extrañar, los patrones de consumo de la
imagen proceden de la poderosa industria de aquellos
países que operan como inductores de las mismas y la
anorexia es no sólo una enfermedad de moda, sino que en
cierto modo es una enfermedad de la moda, en el sentido de
que, en muchos casos, se transmite por contagio cultural. La
anorexia es no sólo una enfermedad sino un modelo de
enfermar que nos ha hecho aprender mucho sobre las colisiones
entre las causas ambientales y heredadas, algo así como
una enfermedad de laboratorio,
que aunque espontánea no deja de carecer de ciertos
elementos siniestros que proceden de su persistente esencia de
artificio.
Prueba de ello, son las diversas razones y las distintas
conflictivas personales que se dan cita en la anorexia, desde la
búsqueda de perfección santa en las
anoréxicas de la edad media,
hasta el más profano deseo de ser bella o el más
obsesivo deseo de perfección o de altos rendimientos de
las anoréxicas de hoy.
Todos los motivos parecen ser legítimos para entrar a
formar parte de la nómina de anoréxicas, como si la
malla semántica o de significados que soporta
esta etiqueta se hubiera constituido en un atractor, una especie
de imán que por si mismo captara hacia sí un numero
diverso de malestares individuales distintos que se dan cita en
él, con la condición clara de que el cuerpo tiene
que ser el epicentro de esta lucha.

Que la anorexia es admirable no cabe ninguna duda,
prueba de ello son los cientos de adolescentes que imitan la
escalada de adelgazamiento exitoso y como crece el
ejército de consumidoras, que representan las
bulímicas, la otra pariente cercana de anoréxicas
sin recursos de autodisciplina.

Beumont supone que la verdadera enfermedad no es la
anorexia, sino estar a dieta, como en el siglo XIX la verdadera
enfermedad no era la histeria sino la doble moral sexual, una
enfermedad social que devoraba a sus víctimas, las
más vulnerables, en este caso las adolescentes de las
sociedades opulentas.

En
resumen

Existe un atractor (una malla semántica) a la que
llamaremos "atractivo físico" que captura un ejercito de
consumidoras que no tienen entre ellas ningún parecido
causal, poniendo patas arriba los conceptos deterministas de la
formación clásica de síntomas
psiquiátricos, sino tan sólo aspectos
demográficos relacionados con el sexo, la edad y su
pertenencia a una sociedad opulenta.
Esta malla semántica está constituida por programas
genéticos heredados y otros replicadores sociales como los
memes ya descritos con anterioridad. Una vez constituida, esta
malla, se comporta como el material genético, se difunde a
partir de un automatismo programado que no está a
disposición de la intencionalidad del ser humano
individual.
Esta malla de significados se apoya en programas hereditarios muy
poderosos derivados de estrategias de apareamiento sexual como la
rivalidad sexual y a programas relacionados con el temor a la
exclusión y la resistencia; a la inanición que
puede operar como una conducta demostrativa de éxito y
control.
Los individuos anoréxicos carecen de control sobre estos
programas que se muestran especialmente rebeldes a la
extinción, aunque pueden encontrar razones para su
malestar a partir de su poder casi infinito de
simbolización. La anorexia no tiene una causa
intrapsíquica, familiar o de malos hábitos de vida,
la matriz
anoréxica se distribuye al azar entre la población
vulnerable y además el síntoma anoréxico es
probablemente un síntoma vacío en el sentido de que
no procede de ninguna señal neurobiológica
patológica del cerebro, sino un constructo mental
innominado que se constituye en síntoma a través de
múltiples negociaciones pragmáticas entre el
individuo y su
entorno.
La población vulnerable para enfermar de anorexia o de
cualquier otro trastorno del comer la constituyen aquellas
personas fascinadas por lo que Brumberg ha llamado "el aspecto
núbil"- una exageración mítica
(andrógina) del deseo heterosexual- y que han llegado a
perder el control sobre ese deseo que se inserta en la competitividad
sexual de las hembras humanas — una estrategia cuyo
propósito es la selección y retención de la
pareja.
La madre interfiere en los necesarios aprendizajes acerca de los
hombres que las niñas obtienen de sus padres, tanto
más cuanto más éxito agonístico
acumule en relación con la competencia intersexual con su
marido. En las familias de las anoréxicas y de las
bulímicas hay que sospechar siempre que el rango del padre
es confuso respecto al de la madre, lo que deja a las
niñas indefensas con relación a sus aprendizajes
heterosexuales o confusos respecto a su identidad como
sucede en los varones anoréxicos. Hay que recordar que la
anorexia es una enfermedad que afecta sobre todo a las muchachas
jóvenes y de orientación femenina.

La enfermedad está en los valores
que una determinada sociedad abraza, y no en los individuos. Esto
aun reconociendo que las sociedades pueden estar enfermas como
los individuos, lo que implica que aun no disponiendo de un
sustantivo mejor me inclino por adoptar el del meme: una idea o
creencia replicante que no necesariamente es universal. De
existir el meme de la delgadez es tan débil e inestable
que no resistirá mucho tiempo en el patrimonio de las
creencias humanas.

(Esta ponencia fue presentada como discurso
inicial a la Asociación Americana de Psiquiatras Hispanos
en San José, Costa Rica
–julio 1993).

 

Dr. Félix E. F. Larocca

Partes: 1, 2
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